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Número 437-438

Serie XLIII

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La naturaleza de la política

LA NATURALEZA DE LA POLÍTICA
POR
DANIW CASTELl.ANO '"
El titulo del presente volumen podría parecer presuntuoso. La
cuestión de la naturaleza de la política, en efecto, no se puede
tratar en pocas páginas, ni siquiera aunque fuesen especialmen­
te "conceptuosas", al menos
por dos razones: en primer lugar por
la cuestión en si, y en segundo lugar porque, al haber sido obje­
to de amplio. estudio
y conclusiones contrastántes, sería nece~a­
rio
presentar una argumentación teorética apropiada y un análi­
sis histórico puntual y critico.
Entendámonos bien:
al lector atento no le resultará difícil des­
cubrir
que en las páginas siguientes no faltan totalmente ni la una
ni el ·otro. El pensamiento "positivo" [es decir, el pensamiento
entendido como respuesta a los interrogantes planteados
por la
experiencia]
(1) es en si una respuesta teorética que, a su vez, no
(*) Publicamos con mucho gusto las páginas de introducción de un libro de
nuestro querido colaborador el profesor Danilo Castellano, de la Universidad de
Udine, próximo a aparecer en cabeza de la nueva colección "De Regno", que edi­
tan nuestros amigos de Scire en B"arcelona, y quienes nos han autorizado al efec­
to. Deseamos a la
misma los mayores éxitos (N'. de la R.).
(1) ·
La experiencia ha sido estudiad? y definida de diversas maneras. El pro-·
blema
ha sido examinado, tanto_ desde el punto de vista histórico como teoréti-
, co, p~r Félix Adolfo Lamas (cfr. F. A. LAMA.s, La experienciajurfdica, Buenos Aires,
1991). Según Lamas, "la experiencia es un acto vital y Consciente por el y en el
que la realidad se hace presente al hombre" (op. dt, pág. 79). Por tanto, la expe­
riencia es un camino hacia la realidad, no es en sí la realidad, aunque dicha rea-·
lidad
no emerge al pensam_iento si no es a través de la experiencia. También la
experiencia
politica, es camino hacia la ~lidad (o verdad) de.fo. política, que no
pllede ser reducida al meró poder.
Verbo, núm. 437-438 (2005), 619-625. 619
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DAN/LO CASTELLANO
puede prescindir de los aspectos "polémicos", esto es, no puede
ignorar laS conclusiones precedentes sobre el argumento en cues­
tión.
Y todo ello sin tener en cuenta que cada autor · se expresa
necesariamente "remitiéndose a" y, pür consiguiente, consideran­
do (al menos) las tesis que pretende refutar, El presente volumen
no esquiva dicha "metodología", ya que se refiere y se opone,
sobre todo, a la pretensión
de sustituir la teoría de la política (2)
por la filosofia de la política, excluyendo automática e inmedia­
tamente de la política la instancia teorética
que lleva en si y que
es (y no podría no serlo) instancia de la verdad (3). En efecto, si
la filosofia y la teoría de la política coincidiesen, no sería posible
extraer diferencias epistemológicas entre filosofia . y sociología;
esta última asumiría
un primado sobre la primera, pero sin poder
imponerse simultánea1nent:t: como auténtica ciencia.
El volumen se opone también a la identificación de ciencia
política (tal y como se entiende
en nuestro tiempo) y filosofia de
la política. Hoy en dia la ciencia se entiende generalmente como
método (4). Es cierto que el método está aplicado a la experien,
cia1 pero se superpone a ella en el intento de constituirla como
tal o la convierte en un objeto susceptible de ser manipulado
según determinadas reglas
que consienten componerlo y des-
. componerlo, pero dependiendo,
en última instancia, de finalida­
des que el método mismo
no puede tener, ya que son la condi­
ción
de su aplicabilidad. En efecto, el método está obligado a
(2) El término "teoria" se utiliza aquí en un sentido estricto, es decir como
elaboración general y abstracta del "dato" sociológico, o como sistema inducido
por la efectividad. Lo teórico, por tanto, no hay que confundirlo con lo teorético.
A1 primero le bastan las claúsulas Oógicas) generales de un sistema Oas cuales lo
revelan tal por el mero hecho de que no es ·contradictorio); al segundo le sirven
los conceptos fundados en la realidad metaf'1Sica (a la no contradicción, por tanto,
hay que añadir el fundamento de la no contradicción misma). A1 primero le basta
la existencia
de algo; al segundo, sin embargo; su "justificación".
(3) Hemos estudiado detenidamente esta cuestión sobre todo en el volumen
D. CASTELLANo, La vertta. della política, Nápoles, 2002.
(4)
Philippe Bénéton · ha estudiado con lucidez este argumento (cfr. Ph.
BÉNÉTON, Intraduction a la politlque, Paris, 1997, págs. 88 y sigs.). El estudioso
francés
considera, con razón, que la ciencia política moderna lleva a la disolución
de lo ·político, haciendo del método el comienzo absoluto.
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buscarlas (y puede encontrarlas) solamente fuera de sí, no en su
interior. La ciencia política, entonces, se .degrada, su función sería
únicamente servir al poder (5); peor aún, se reduce a ser un mero
instrumento de
cualquier poder. Cuando se expulsa a la instancia
teorética de
la que también es portadora la política, la ciencia no
sólo reivindica la neutralidad, sino i¡ue proclama la indiferen­
cia
frente a las objetivas (es decir, intrinsecas) finalidades de los
entes.
La proclamada indiferencia a menudo se convierte en arro­
gante
independencia; de hecho, depende en verdad de cualquier
opción sofística, y poco importa si
es del Estado o de una plura­
lidad
.de individuos o de uno solo. El resultado es que esta
opción es irracional, porque está fundada o regulada
por el mero
poder. Esta es una cuestión que, como veremos en el capítulo I,
ya tomó en consideración Tomás de Aquino. La política, para no
tenninar en apañas, debe conservar ·su Característica de ciencia y
de arte regio Oa observación, como es bien sabido, es de Platón);
no puedEe transformarse en ejercicio de la soberarúa (como ha
sido entendida por la modernidad política).
Además, el volumen se opone a la identificación de d.octrina
política y de filosofía de la política. Las doctrinas son teorías ela­
boradas, rio necesa1i'amente aplicadas; a veces son inaplicables.
Son útiles no sólo para conocer la evolución del pensamiento
político
y la génesis y la historia de las instituciones políticas, sino
también para· conocer los intentos de respuesta a las cuestiones
políticas
que se han ido presentando en la experiencia, pero en
sí y por sí, al ser portadoras solamente de la instancia teórica,
carecen de la instancia teorética.
Pero ¿cómo se opone a todo lo anterior este volumen? El lec­
tor podrá constatar que no se argumentan dichas cuestiones, aun­
que sin duda subyacen a lás ~bservacion~_s, a las consideraciones
y a las tesis que se exponen y defienden. Las páginas siguientes
no se entenderían (o, al menos, no se entenderían adecuada­
mente) sin tener presente constantemente su objetivo "polémico".
_Pero dicha polémica se lleva a cabo "en positivo", presentando la
(5) Cfr. E. VoEGEIJN, New Science of Polittcs, trad. it. Tuñn, 1968, pág. 48.
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DANILO CASTELLANO
naturaleza de la política como expresión del pensamiento del
orden
de las cosas reales (6).
Ha sido
Migud Ayuso el que me ha sugerido que recogiese
en un volumen varios ensayos escritüs en distintas ocasiones (7), ·
al cual agradezco la insistencia, la paciencia y el interés demos­
trados.
Al ilustre y apreciado colega y amigo español debo tam0
bién los títulos del libro y de los capítulos, que ponen de mani­
fiesto inmediatamente la
unidad (al menos una posible. "lectura"
unitaria) de estas páginas.
Sin embargo, la unidad,
aun siendo en sí una cualidad apre­
~able,
no es suficiente para satisfacer las exigencias teoréticas.
Efectivamente, la unidad, sin
fundam~nto, se reduce a "sistema",
que debe ser lógicamente riguroso y puede ser racionalmente
fascinante, pero filosófica
y existenciahnente completamente inú­
til, y en ocasiones perjudicial en campo político. Por una parte,
puede ser una construcción racional pero fantástica, basada en
"asunciones" que no encuentran su razón de ser en la realidad;
por la otra, si se le c;onsidera un criterio válido para. el Ordena­
miento de la sociedad, termina convirtiéndose en una pretensión
racionalista,
es. decir, absur<:Ia. La heterogériesis de los fines, en
la que desembocan necesariamente todas las teorías entendidas
(6) Michel Bastit ha explicado perfectamente cómo el término "cosa" ai la
ftlosoffa. medieval (también aquí lo empleamos en ese sentido) significaba "ce qui
est une réalité existente ,hors de l'affie•" (cfr. M. BASTIT, Les principes des choses
en ontologie mfJdlt§vale, Burdeos, 1997, pág. 343). Res, allquld y ens se convier­
ten en sinónimos. Ahora bien, el ens que posee el acto de ser, no puede no l'ener
un orden; más aún, debe ser orden; orden que el pensamiento aprehende al apre­
hender el ens.
(J) Los ensayos publicados en este volumen, con alguna pequeña variación,
y-.a han aparecido previamente en versión española. El texto del cap. I ha sido
publicado
en los Anales de la Fundadón Frandsco Ellas de Tejada, Madrid, a.
III/1997, págs. 91-108; los
de lós caps. 11 y 111 han aparecido en la revista Verbo,
Madrid, en los números 349-350, noviembre-Oicíembre 1996, págs. 1109-1122, y
357-358, agosto-septiembre-octubre 1997, págs. 729-740, respectivamente; y el
texto
del cap. IV en el volllmeri Razonallsmo. Homénéije a Fernández de la Mora,
Madrid, 1995, págs. 196-204. Hay que recordar que en dicho volumen el texto de}
cap.
IV ha aparecido con una alteración respecto al original entregado por el
autor. En efecto, el
lndpltdel parágrafo 4 del cap. rv·anuncia nuestra crítica·a las
tesis de Femández de la Mora, no la exposición de su pensamiento.
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como doctrinas que pretenden superponerse a lo real y "orde­
narlo" (piénsese,
por ejemplo, en el liberalismo, el marxismo, el
nazismo, etc.), es la
prueba histórica y teorética al mismo tiempo
de que el "sistenia" en sí no es garantía ni camino a seguir para
solucionar los problemas planteados por la experiencia. Y así es
como hay que entender la naturaleza y la vocación de la filo­
sofía, también de la filosofía política,
en las que reiteradamente
han fijado su atención diversos pensadores contemporáneos. Por
ejemplo, Camelio Fabro considera
que la filosofía "es la reflexión
esencial que tiene
por objeto la •primera verdad·, es decir, la ilu­
minación originaria
que es la verdad del ser" (8). Por tanto, si se
quiere evitar reducir la
filosolfa, también la filosofía de la políti­
ca, a la nada, hay
que tomar conciencia de la necesidad del pen­
samiento que, para ser tal, necesita· al ser: el que reduce el pen­
samiento a opinión, a lógica, a ratio equivalente a cualquier ratio
absolutamente privada de fundamento está bajo la ilusión de que
piel1.Sa. De hecho, otro gran pensador, Michele Federico Sciacca,
afirmó (con_ razón) que no puede haber. libertad de pensamiento,
no se puede decir que se piensa si se pretende pensar de la rea­
lidad lo que se quiere, sino que solamente puede existir la liber­
tad
del pensamiento, en el sentido de que nadie puede ser obli­
gado a pensar contrariamente a la exigencia del pensamiento que
es la de pensar la realidad tal y como es y
no como la imagina­
mos (9). Por consiguiente, no
se puede reducir el pensamiento a
"lógica ope_rativa", es decir, a "técnica teórica", como querrian en
el sector. de la política algunás corrientes de pensamiento que,
actuahnente, invocan cada vez más el criterio de lo "polftica­
mente correcto", o hacen del pens~ento una_ metodología
abstracta, es decir, ciench sin experiencia (10) .. En las páginas
(8) C. FABRO, La prima riforma della dialetttca hegeliana, a cargo de Chris­
tian
Ferrara, Segni, 2004, pág. 12.
(9)_ Cfr. M. F. ScÍACCA, Fllosofla e metaflsJca, vol. 11, Milán, 19622
, págs. 240
y sigs.
(10)
Se puede comprender fácilmente dicha afirmación .s_i pensamos, por
ejernplo; en lo que en el campo jurídico se presenta generalmente como "ciencia".
Se identifica a la ciencia con la dogffiática del ordenamiento jurídico. El derecho no
.sería determinación de la justicia, sino producto de la ley positiva. La ciencia jurí-
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DANILO CASTELLANO
siguientes rios ocupamos precisamente de este problema, .con
referencia a la politica, examinando sobre todo la "moderna"
visión
de la racionalidad del Estado, cuyo capítulo se titula signi­
ficativamente
"La negación de la política".
Hablar
de la naturaleza de la política significa, como hemos
dicho
en diversas ocasiones1 llevar el discurso a la realidad. En
efecto, como
ha afirtnado un autor argentino contemporáneo, "la
tesis de la politicidad natural responde y es fiel a los principios
radicales
de la realidad" (11). Por tanto, lo que está en juego no
son opciones, opiniones, valores (todos ellos "cosas" que inten­
tan ennoblecer elecciones virtualmente nihilistas), sino
que resul­
ta necesaria una investigación abierta, profunda, desinteresada
sobre la ontología de las cosas. Son éstas las que hacen "científi­
ca" (no en sentido meramente metodológico) también a la políti­
ca
como ciencia del orden (12): llevándolo a rnbo (el orden), la
naturaleza humana alcanza
su máxima actuación (13). Hoy -ya
lo decía Voegelin a finales de los años 60 del siglo pasado-la
naturaleza y su
orden no están bien vistos. Por tanto, la política
no tendria ninguna naturalidad, y1 entonces, no sería ciencia éti­
ca (14), sino mero arte de dominar y servir a las arbitrarias elec­
ciones partidistas; efectivamente,
en la mejor de las hipótesis el
bien común es erróneamente identificado con las ideologías; y
dica ·seria ciencia de la efectividad jurídica (es decir, teoría de las leyes positivas),
no ars bonJ et aequi, como rios enseñó Celso. Así se ignora la experiencia jurídica
como camino hacia la realidad
del derecho (np confundida y erróneamente susti­
tuida
por la mera efectividad de las leyes positivas). La ciencia pretende constituir
la
misma experiencia. Ciencia y experiencia serian una misma cosa.
(11) S. R. CASTAF!O, Defensa de la polftfca, Buenos Aires, 2003, pág. 35.
(12)
Nos hemos ocupado de este problema en el volumen D. CAsTELLANo,
L 'ordine della política, Nápoles, 1997. Pero sobre dicha cuestión se pueden leer,
sobre todo, los trabajos sistemáticos de F. A. LAMAs, Ensayo sobre el orden sodal,
Buenos Aires, 1985, y J. A. W1now, El ho1nbre, animal polftíc_o. El orden sodal:
prindpios e ideologías, Guadalajara-Buenos Aires, 2002.
(13) Cfr. E. VoEGELIN, op .. dt., pág. 61.
(14) ]. L. Widow Lira ha denunciado desde las primeras páginas de un tra­
bajo reciente
el absurdo de la separación entre ética y política llevada a cabo
por-la modernidad, polen1izando sobre todo con el análisis de la realidad de
Aristóteles (cfr. J. l. Wrnow LIRA, La naturaleza política de la moral, Santiago de
Chile, 2004, Prólogo).
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la misma política, dando la vuelta al orden de las cosas (es de­
cir, convirtiendo en fin al instrumento), resulta ser funcional a lo
que en realidad deberla serle funcional, por ejemplo a la demo­
cracia (15).
Si las grandes obras de los mejores pensadores no son otra
cosa que balbuceos frente a la cuestión de la verdad, las páginas
siguientes son modestas tentativas de imitar dichos balbuceos.
So1nos plenamente conscientes de ello. Pero de todas formas las
entregamos a la imprenta porque un modesto simulacro de bal­
buceo es señal de la existencia de
una exigencia y al mismo tiem­
po de una aspiración, y la exigencia y la aspiración hacen gran­
de la dignidad del hombre más humilde: En efecto, sólo
el ser
humano
puede aspirar y puede y debe esforzarse en conquistar
la verdad; e incluso
una mínima parte de la verdad conquistada
es prueba de que los hombres han sido llamados
no a "vivir
como brutos, sino [
... a ] seguir la virtud y el conocimiento" (16).
Estas páginas pretenden incitar a
la necesaria búsqueda del
bien (del bien objetivo) también en el sector político, ya que es
indispensable para
no traicionar la naturaleza y la fmalidad de la
política que, a menudo, sobre todo en nuestros días, ha sido
reducida a "mal necesario", a ideologia racionalista o a mera téc­
nica para el ejercicio del
poder en función de cualquier fin.
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(15) Así lo afirman abiertamente no sólo una parte del pensamiento político
gnóstico, sino también católicos e incluso expohentt::s de 1a jeiarquía católica. Cfr.:,
por ejemplo, C. M. MARTINI, C'é un tellJpo per lacere e un l(!lllpo per parlare, Milán,
1995" (tesis a la que nos referimos en el aparato crítico del capítulo I) y más
recientemente, D. 'fETIAMANZI, Cattolici e democrazia, Milán, 2004.
(16) DANTE, Infierno, Canto XXVI, vv. 119-120.
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