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Número 481-482

Serie XLVIII

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A propósito de la crisis financiera presente

 

TANTO RUIDO, ¿PARA QUÉ?

Introducción

Tras el crack de las finanzas internacionales está cundiendo un pánico creciente: se acusa todo, excepto la causa común, aunque invisible, del desorden. Este artículo promete, y espero mantenga, identificarla, y proponer un remedio históricamente y científicamente válido, aplicable sin dilación, y corroborado por la verdad de las cosas y por el sentido común.

 

Paradoja

El problema más paradójico que azota el mundo, sea o no “desarrollado”, desde hace unos 200 años, es el paro. España tiene cuatro millones de parados. Italia, tres. Inglaterra... no se sabe, ya que los anglos tienen una gran facilidad para cambiar de definición y hacer caso omiso de estadísticas.

¿Qué falta?

Una sola cosa: dinero para financiar el trabajo.

Se repite ad nauseam: “Hay trabajo que hacer y hay gente dispuesta a trabajar; falta el dinero” hasta interiorizar su absurdo.

Este problema, que va arrastrándose desde la Revolución francesa, se ha agudizado con el adviento del euro. Todos notan que no ha mantenido ni una de las promesas que lucen en el Tratado de Maastricht, pero sin percatarse del porqué.

Lo que hay que entender es in primis por qué el euro no funciona y no funcionará nunca; sólo in secundis qué se puede hacer.

 

2600 AÑOS DE ESCLAVITUD MONETARIA

 

La triple superstición de Creso

Debemos a la decisión (aparentemente inocua) de este rey de Lidia (m. 546 a. C.) de imprimir el sello real en un trozo de metal semiprecioso, tres supersticiones (hechizos si se quiere), que en 26 siglos de historia oscilan entre lo grotesco y lo trágico cuando no el absurdo, como los dos milenios y medio que han pasado desde entonces sin todavía percatarse de ellas.

La primera es una contradicción práctica: gastar, o ahorrar, son un aut aut radical sin término medio.

Una segunda superstición, que sólo hoy se empieza a desafiar, es que la información llamada “moneda” tenga que ser monopolio de Estado.

La tercera, aceptada sin más, es que a un país deba corresponder un solo tipo de moneda.

 

Contradicciones, teóricas y prácticas

Una contradicción práctica no es inocua, ni mucho menos. No puede sino engendrar ilusiones y perpetuar falsedades, cuando no hacer correr la sangre a raudales, como ocurre desde siempre.

Empecemos con la creencia, difundidísima, según la cual “ser rico” equivale a “tener mucho dinero”. Pero cuando con mucho dinero no hay nada que comprar, como ha ocurrido históricamente no pocas veces, la riqueza vuelve a su cauce natural: el capital humano con sus conocimientos y habilidades, tanto manuales como intelectuales. Por eso decían los griegos que “el sabio transporta su riqueza dentro de sí”.

Ahora bien, al acuñar metal precioso, la atención de quienes poseen moneda viene poderosamente atraída por el metal, no por lo acuñado. Ocurre todo lo contrario con los que necesitan trabajar, que se fijan en lo acuñado y no en el metal. Los primeros tienden a ahorrarla, los segundos a gastarla.

El papel moneda mantiene la superstición[1]. Compare usted un billete nuevo con uno sucio y maloliente del mismo valor nominal. ¿Cuál de los dos gastará usted por primero? Es otra manera de decir que el billete maloliente favorece la economía real en proporción directa al número de veces que pasa de manos respecto al billete nuevo. Este punto, a saber, que una moneda es tanto más eficaz cuanto menos valor intrínseco posee, es de capital importancia, a pesar de su olvido por las facultades de economía, junto al de Proudhon (1809-1865) y de Gesell (1862-1930) que descubrieron este principio hace más de un siglo.

La misma contradicción falsea decisiones políticas tomadas a oscuras de este principio. Todo “experto” en cosas monetarias se esfuerza en hacer que la moneda de su país mantenga la misma estabilidad tanto en los precios y sueldos internos como en los cambios externos. Pero la moneda, con su contradicción medio de cambio/almacén de valor, no se deja domar por nadie, “expertos” o no.

Favoreciendo la primera función, la cantidad de circulante tiene que seguir la producción de bienes/servicios al interior. Para que la misma moneda mantenga un tipo de cambio estable con el exterior, se requiere que las economías de países que mantienen relaciones comerciales tengan idénticos parámetros.

Claramente esto no puede ocurrir nunca. Por lo tanto está en vigor, desde siempre, una contradicción práctica entre una “moneda fuerte” (como el euro) proyectada con el segundo fin, y la estabilidad de precios y sueldos en el interior. La estabilidad interna requiere una moneda abundante y que circule rápidamente.

Veamos cómo Mussolini cayó en esta trampa en 1926. A la toma del poder, en 1922, había heredado una lira “fuerte” cuyo tipo de cambio con la libra británica (única “reserva” en aquel entonces) era de 90:1. Su política de desarrollo había incrementado la circulación monetaria, creando prosperidad y abundancia pero haciendo bajar el tipo de cambio entre lira y libra esterlina a 154:1 en cuatro años. Y aquí había que “salvar el prestigio internacional” de Italia[2]. Y fue la quota novanta. La deflación salvó la abstracción “lira”, pero condenando a la bancarrota millares de pequeñas empresas asfixiadas por la falta de oxígeno que para ellas es el circulante.

El idéntico fenómeno se manifestaba en España por las mismas fechas. El economista catalán Manuel Reventós i Bordoy (1888-1942):

“se mostraba profundamente consternado por la angustiosa situación monetaria que se vivía en España a finales de 1930, centrando especialmente su atención en aquellos aspectos relacionados con el estudio de las dificultades encontradas para realizar el cambio de la peseta sobre la divisa extranjera, en términos que no quedaran destruidas las posibilidades del comercio ni interior ni exterior[3] (la negrita es mía).

Consternado, pero sin entender, Reventós

“se mostró especialmente crítico con los últimos equipos gubernamentales de la Monarquía, especialmente con las medidas de carácter económico que adoptaron, pues los creía incapaces de resolver la cuestión acuciante del cambio de la peseta, por su muy escasa autoridad y por la absoluta falta de confianza que inspiraban tanto dentro como fuera de nuestras fronteras”.

No es que los equipos gubernamentales de la Monarquía fuesen “capaces” o no. Es que cualquier cosa hubiesen hecho, se habrían topado con la misma insoluble contradicción, verificada por el mismo Reventós en su estudio de todo el XIX. Descubría un fracaso tras otro, en pos de medidas tomadas al azar cuando no por desesperación.

No sorprende por lo tanto que el euro, moneda planeada adrede para cruzar fronteras, haya causado estragos en la economía interna de todos los países que lo han adoptado. Esperar estabilidad monetaria en países tan dispares como Alemania y Grecia, por no hablar de España, es una quimera que no se ha realizado en nueve años y no se realizará nunca. Y el paro ataca con furia por doquier.

Ahora bien, la escasez de dinero no es ley natural, sino imposición política. Se emite dinero no en función de las necesidades de la economía real, sino en función de las “reservas” en el Banco Central.

 

Cómo funciona la estafa: Banco Central, Gobierno y Pueblo

Desde hace casi 3.000 años el pueblo aguanta, mudo e impotente, las vejaciones de faraones, emperadores, reyes y príncipes hipnotizados por Creso. Ellos acuñaban moneda cuando se encontraban metales preciosos y dejaban que la economía pereciera de inanición cuando no se encontraban más.

La moneda se acuñaba como medio de cambio, pero en toda la historia nunca lograron los gobiernos impedir a ahorradores y usureros (para nuestro discurso son lo mismo) que la sustrajeran de la circulación para intereses particulares. La escasez de moneda, que ataca hasta hoy, es la causa principal, si bien no la única, del desorden económico que azota todo país todavía bajo el hechizo de Creso.

Desde Waterloo (1815), los billetes los van emitiendo no los gobiernos, sino los bancos centrales a veces mal llamados “nacionales”. Los bancos comerciales emiten crédito. El euro ha dado al traste con la soberanía monetaria de los países europeos que lo han adoptado.

Pocos saben –y a lo mejor se escandalizarán al leerlo– que el Banco Central es una institución marxista. Fue precisamente “el capataz de los atolondrados”[4], como lo apodaba Henry George (1839-1897), quien propusiera, en el Manifiesto Comunista de 1848:

“la centralización del crédito en las manos del Estado por medio de la creación de un Banco central con monopolio exclusivo”.

De ahí que la liquidez, cuyo uso interesa a la gran mayoría de ciudadanos, se emita no según sus intereses, sino según los de poseedores, exportadores e importadores.

La escasez permanente y asfixiante de numerario requiere crédito que lo substituya. Crédito que otorgan los bancos, pero no a pequeños operadores económicos sino a los grandes conglomerados, tanto internacionales como domésticos.

Así se bolcheviza la economía: el artesano, el pequeño comerciante, el agricultor pequeño propietario, etc., primero languidecen y luego desaparecen, para reaparecer en las periferias de ciudades en busca de efectivo. De ahí las megalópolis-monstruo invariablemente rodeadas por barriadas hormigueando de humanidad.

Cuando además el crédito va a parar en la especulación, como ocurre desde 1990, se infla una pompa de proporciones gigantescas, inevitablemente destinada a estallar como acabamos de ver[5]. Y la recesión atenaza al mundo.

 

La gran ilusión

Se cree que Banco Central y Gobierno actúan como un par de plácidos bueyes tirando del carro, y que el pueblo hace de cochero que vigila para que tiren en la misma dirección.

La realidad es que el pueblo hace de buey (plácido porque ignorante), el Banco Central de cochero, y el Gobierno de látigo.

Esto se debe al hecho de que ninguna política monetaria ha sido nunca capaz de hacer corresponder la cantidad de moneda + crédito a las necesidades de la economía de producción y de cambios. El dinero entra y sale del mercado según el antojo de ahorradores, especuladores, usureros, blanqueadores de moneda sucia y malhechores de toda ley, pero no hay nunca, repito nunca, cantidad suficiente para los que necesitan trabajar. Quien paga en fin de cuentas es siempre el pueblo. ¿Es ineludible que siga siendo así? ¿Y que el mundo en general, y España en particular, siga arrastrando problemas aparentemente sin solución? No. Hay alternativas. La escasez de moneda, que consolida en el poder los que controlan su monopolio, antaño público, hoy privado, no es necesaria.

 

La usura

Esta práctica secular no es, como comúnmente se cree, “un tipo excesivo de interés”[6]. La usura es el tributo que quien necesita de dinero como medio de cambio tiene que pagar a quien lo sustrae de la circulación como medio de ahorro.

La usura nace de los cambios, no de los préstamos. Verifíquelo usted en cualquier mercado de hortalizas hacia mediodía. Los productos se ceden a precios viles, so pena de marchitarse antes de la tarde. Lo mismo vale para las rebajas de fin de temporada: de un día a otro los negociantes reducen los precios en un 50%, so pena de ir en bancarrota por no poder pagar renta al terrateniente e interés al usurero.

La usura, entonces, no es sino forma de poder, que inevitablemente divide una nación en ricos y pobres; en la práctica, entre quienes tienen acceso al crédito y los demás. Ella ha sido el instrumento de privilegios injustos, crisis económicas y políticas, economía de guerra, revoluciones, lucha de clases, pobreza en medio de abundancia, y de la cuestión social. La usura subyace prácticamente a todo problema económico y político.

La razón básica reside en la primera superstición de Creso: un mismo trozo de papel que representa demanda y oferta al mismo tiempo, hace que la demanda, sostenida por dinero imperecedero , otorgue a su poseedor una ventaja indebida sobre la oferta, sostenida... por los caprichos del tiempo, de la moda, la polilla, humedad, moho, ratas, ladrones, etc.

La oferta se ve forzada a pagar el tributo de usura a la demanda, bien bajando los precios al nivel que le impone la demanda, o bien pagando un interés convenido para el uso de dinero prestado. La usura, entonces, no tiene nada que ver con teorías de “fecundidad”, “productividad”, “provecho”, “lucro cesante”, “dinero que trabaja”, “interés excesivo” o “explotación”. De esta imposición primaria, su poder pasa a todo lo que cambian demanda y oferta, desde capital a lo más nimios objetos de consumo.

Cuando la demanda no está satisfecha de la cantidad del tributo, se retira del mercado, causando estancamiento económico, deflación, paro y depresión, como ocurriera en 1932-39 y ocurre hoy ante nuestros ojos.

 

El crédito bancario

Se tiende a llamar “dinero” tanto el numerario como los cheques bancarios, confundiendo los dos. Es verdad que, ceteris paribus, se compra lo mismo con un billete de 100 euros (dólares, libras, yenes, rublos o lo que sea) que con un cheque por la misma suma. Nótese sin embargo que lo único que el cheque consigue es transferir información de una cuenta a otra, una vez. El billete de 100 euros transfiere bienes y servicios por 100 euros cada vez que cambia de mano. En el caso hipotético pero no imposible de que aquel mismo billete cambie de manos tres veces por día durante un año, el mismo trozo de papel haría mover bienes y servicios por más de 100.000 euros. Éste es el significado de liquidez, poseída por el numerario pero no por el crédito.

El crédito bancario nació, y sigue existiendo, para compensar la falta crónica de liquidez. Y Creso induce a la gente a ahorrar precisamente el medio de cambio, sustraído a la circulación, bien por debajo del proverbial colchón, o bien en la otrora fidedigna (antes del desastre del 2008) cuenta bancaria. La expansión del crédito a costa del numerario en los dos últimos siglos[7], ha logrado poner fuera de combate a medios y pequeños operadores económicos. Se da así la paradoja de que los que tienen acceso al crédito son los que no lo necesitan.

 

El crédito extra bancario

La letra de cambio, como el cheque, trasfiere información de una parte contratante a la otra. Su uso es exclusivamente debido a la escasez de liquidez. Pero la letra de cambio no se extingue tras un solo cambio de cuenta como el cheque. Circula. Se puede traspasar a terceros, varias veces hasta su vencimiento o devolución.

La letra de cambio es entonces una peligrosa rival del sistema bancario, que sigue haciendo lo que puede para obstaculizarla, desacreditarla, envilecerla y quitarla de en medio. Una atmósfera de miedo y recelo acosa este utilísimo instrumento de crédito, que logra monetizar riqueza de otro modo condenada al estancamiento por falta de liquidez.

La sujeción del Estado a los poderes usurarios se puede medir por la legislación acerca de la letra de cambio. Un Estado fuerte e independiente la favorece, avalándola legalmente y alentando su circulación. Un Estado débil y esclavizado por la usura obstaculiza la letra, tasándola.

Pero la letra de cambio surgió en tiempos de baja tecnología. Desde 2007 ha estallado, gracias a la alta tecnología de la telefonía móvil, un fluir rapidísimo de liquidez, que está causando al sistema bancario verdaderos quebraderos de cabeza[8]. La liquidez telefónica alivia la situación en razón inversamente proporcional a las trabas que les impongan gobiernos y bancos.

 

La reserva fraccionaria

A los males susodichos se añade un fraude inaugurado por el Banco de Ámsterdam exactamente hace 400 años[9], a saber, que sobre una base exigua de líquido, los bancos emiten crédito por 10-12 veces más, llamando la operación “reserva fraccionaria”.

Sustrayendo así más liquidez de la economía real, el crédito bancario favorece no ésta, sino la especulación, en la cual caen ininterrumpidamente los hipnotizados por Creso.

Este fraude, sin embargo, es en tono menor. El fraude en tono mayor es el modus operandi de los llamados “préstamos” bancarios. Cuando se presta algo de verdad, necesariamente hay que deshacerse de ello. Los bancos dicen que prestan el dinero depositado por sus clientes, pero en realidad se guardan bien de hacerlo. Lo que hacen es autorizar al “prestatario” a emitir dinero bajo forma de creación de crédito, firmando un cheque para traspasar la información anotada en él a la cuenta del receptor. Confundiéndolo con un préstamo, el firmante se compromete a restituir una suma-capital que nunca existió y a pagar interés, hacia lo cual sin embargo el banco no permite emitir nada. El interés tiene que extraerlo bien de la riqueza producida por él mismo (trabajando más), o de la producida por otro, o endeudándose ulteriormente. Resultado: si diez prestatarios toman un préstamo (emiten dinero) por 100 cada uno por un total de 1.000, y tienen que devolver 1.100 al vencimiento del interés, uno de ellos tarde o temprano caerá en bancarrota.

De ahí el crecimiento innatural, forzado y continuo de una economía de usura.

El euro no escapa ni a una de las anomalías descritas. Las consecuencias no son nada alentadoras.

– Delincuencia. Delincuentes y criminales atraídos no tanto por la función de medio de cambio sino de almacén de valor del dinero:

– Desempleo. Hay paro y desempleo porque es más barato no emplear que endeudarse. De no existir deuda e interés, no solamente habría trabajo para todos, sino también los precios se mantendrían estables. Su aumento sin tregua se debe al implacable aumento exponencial del interés compuesto, mal llamado “inflación”. Además, una “reserva” de parados conviene mucho a usureros y a terratenientes, que amenazan con enviar a ella a asalariados que protestan ante un sueldo bajo.

– Miseria. Los parásitos con su lujosa existencia, y los jornaleros con su miseria.

– Estancamiento. No se construyen infraestructuras necesarias por falta de dinero, que va a fluir en el cauce de la especulación en vez de la producción.

– Corrupción. El burócrata que solicita el soborno, o el comerciante que usa pesas (o productos) trucados.

– Servilismo. Quien controla el dinero, manda. España y su gobierno están en condiciones de librarse de las imposiciones de las finanzas internacionales sólo con reafirmar su soberanía monetaria nacional, que como ve remos consiste en dar prioridad al numerario-medio de cambio y cero al crédito.

El despliegue de dificultades es sin embargo imponente. Para derrotarlo es necesario romper el triple ensalmo de Creso de una vez por todas. Vamos a ver cómo.

 

LA MONEDA FRANCA

El concepto

El genio que desveló la contradicción práctica inherente en la forma de moneda convencional y propuso el remedio se llamó Silvio Gesell (1862-1930), comerciante alemán afincado en Argentina en los años 1880-90.

Gesell propuso una doble separación: primera, la de la moneda de los metales preciosos; segunda, la de la unidad monetaria del objeto que la representa.

La primera separación ocurrió en dos etapas: el 21 de septiembre de 1931 el Premier británico MacDonald, con lágrimas en los ojos, anunciaba que el Reino Unido renunciaría al patrón oro para siempre. Habían forzado la medida primero la Gran Guerra, y segundo el amotinamiento de la Atlantic Fleet en Invergordon. El patrón oro cayó por doquier excepto que en Estados Unidos.

Quien deshizo el embrujo fue De Gaulle, pretendiendo oro por la montaña de billetes de 100 dólares que EEUU habían encajado a Francia como “reserva”[10].

El 15 de agosto de 1971 el Presidente Nixon arrojaba la toalla. No había oro suficiente, y el patrón oro cayó en el olvido[11].

Gesell fue discípulo de Proudhon (1809-65), el primero en darse cuenta de que el dinero, lejos de abrir las puertas del mercado, es el “cerrojo que las atranca”. Proudhon había visto el problema, pero equivocándose en su solución. Con demanda y oferta en perenne desequilibrio, había propuesto empujar la oferta hacia arriba al nivel de la demanda, aumentando la producción de capital hasta la desaparición del interés.

Gesell puso al descubierto el punto débil del argumento de Proudhon: la oferta sufre los caprichos del tiempo; la demanda, respaldada por la moneda, no. Es posible sin embargo hacérselos sufrir, bajando así la demanda hasta el nivel de la oferta.

¿Cómo? Emitiendo una moneda perecedera, es decir con fecha de emisión y de vencimiento, mantenida en circulación con un impuesto del 0,1% por semana, o 5,2% anual sobre el valor nominal del billete[12]. La llamó Freigeld (moneda franca) o sea libre de usura, y por lo tanto de deuda, de interés, de inflación y de deflación.

Es la misma idea del billete sucio y maloliente de antes.

Examinemos el éxito, no obstante su breve duración, de la Moneda Franca.

 

Prueba de Fuego

El primer éxito tuvo lugar en Schwanenkirchen, Alemania, en 1930. Herr Hebecker, dueño de una mina de carbón, la mantenía abierta en plena depresión económica emitiendo Wära como medio de cambio. Sus mineros recibían el 90% de sueldo en Wära, y los que aceptaban Wära podían redimirlos en carbón. Cada vale Wära sufría la depreciación[13] programada según Gesell para favorecer su circulación rápida. La cosa funcionó tan bien que atrajo la atención del Canciller Heinrich Brüning (1885-1970). Este no perdió tiempo en anular Schwanenkirchen y en pasar decretos-leyes de emergencia contra la emisión de cualquier moneda no oficial.

El protagonista de la segunda historia fue Michael Unterguggenberger (1884-1936), alcalde de Wörgl, población en el Tirol austriaco.

Tras un paciente trabajo de información y preparación hacia pequeños empresarios, negociantes y profesionales de Wörgl, el 5 de julio proclamaba:

“La causa principal de que la economía se tambalea es la baja velocidad de circulación del dinero. Este progresivamente desaparece como medio de cambio de las manos de los que trabajan, para fluir en el cauce del interés, e ir a parar en las manos de pocos, que en vez de ponerlo en circulación en el mercado comprando bienes y servicios, lo acaparan para especular”.

El municipio imprimió un total de 32.000 Bestätigter Arbeitswerte, que caducaban un mes tras la emisión a menos de pegar un sello de 1% mensual, adquirible en el municipio. Éste, por su parte, aceptaba certificados en concepto de pago de impuestos.

En la práctica, la circulación llegó a un promedio de 5.300 chelines, o sea dos chelines o menos por persona, que sin embargo proporcionaron trabajo y prosperidad a la población de Wörgl más de cuanto hicieran los 150 chelines/persona del Banco Nacional. Como había predicho Gesell, la velocidad de circulación era lo importante: cambiando de manos unas 500 veces en 14 meses, contra las 6-8 veces de la moneda oficial, aquellos 5.300 chelines movieron bienes y servicios por dos millones y medio abundantes. El municipio, con sus arcas continuamente llenas por un lado y vacías por el otro, construyó un puente sobre el río Inn, asfaltó siete calles, renovó alcantarillas e instalaciones eléctricas, y hasta construyó un trampolín para salto con esquíes. Para tener una idea del poder adquisitivo, el sueldo del alcalde era de 1.800 chelines mensuales.

Aquellos 5.000 chelines actuaron como sangre de la economía local, exactamente como hacen los cinco litros del cuerpo humano, que al ritmo de 50 gramos cada latido hacen circular unas cinco toneladas en las 24 horas.

A primeros de 1933 unos 300.000 ciudadanos de la provincia de Kufstein estaban a punto de extender el experimento.

Pero los “científicos” en el Banco Nacional estaban empeñados en “probar” que el experimento tenía que ser verboten. Aqu í van las razones ‘científicas’:

“A pesar de que la emisión de certificados de trabajo parece ser respaldada a un 100% por una cantidad equivalente de moneda oficial austríaca, las autoridades supervisoras, empezando por el área administrativa de Kufstein hasta las oficinas de gobierno del Tirol, no se pueden permitir sentirse satisfechas. La población de Wörgl ha excedido sus poderes, ya que el derecho de acuñar moneda en Austria es privilegio exclusivo del Banco Nacional, como dice el art. 122 de su estatuto. Wörgl ha violado aquella ley[14].

Wörgl recurrió. La Corte Suprema desestimó el recurso y puso fin al experimento.

Volvieron el paro, la miseria y el hambre. Es imposible afirmar –o negar– que el segundo conflicto mundial se hubiera evitado con escuchar a Gesell. Es un hecho que fueron los votos de los parados lo que dieron el poder a Hitler.

La Moneda Franca es entonces puro medio de cambio sin función ninguna de almacén de valor.

El último paso sería el de institucionalizar la Moneda Franca, enfrentándose con el poder financiero.

 

MATRIMONIO EURO-PESETA FRANCA

La zona Euro es una Unión Monetaria. Sus intenciones fundacionales, expresadas en el Tratado de Maastricht, son:

– Mantener los precios estables;

– Asignar eficientemente los recursos económicos a través del comercio libre.

Es más que evidente, tras ocho años, que no se han realizado estos piadosos deseos, y que las cosas van de mal en peor. Ya sabemos porqué: no existe ni un solo ejemplo histórico de éxito conjunto de las dichas –contradictorias– intenciones en régimen de moneda-almacén de valor. Además, con el comercio libre no se importan sólo las mercancías del país exportador; se importa también su legislación laboral. De ahí que los sueldos de todo país que libremente importa productos chinos van bajando hacia el nivel de los trabajadores chinos. De ahí también el traslado de plantas de manofactura, la quiebra de pequeñas industrias desprotegidas por aranceles, y la creciente frustración de los productores en países antaño con altos niveles salariales.

Mucho antes del euro había visto la luz la Unión Monetaria Latina, en los 50 años 1865-1915.

Ni esta ni otras a lo largo del siglo XX han funcionado. Los “expertos” de siempre siguen echando la culpa a las políticas fiscales, a la incapacidad de las autoridades, a no haber creado una unión política antes que la monetaria, y cosas por el estilo. Uno de éstos hasta aconseja:

“La flexibilidad de sueldos y de precios es condición sine qua non. Su ausencia es una amenaza a la existencia de cualquier unión”[15].

Dice que una unión monetaria tiene necesariamente que dar al traste con la seguridad económica de quien trabaja.

Las razones del fracaso de dichas uniones hay que buscarlas en el no haberse dado cuenta de que hay que romper los tres hechizos de Creso de una vez por todas, no aisladamente.

Que se trate de hechizos nos lo enseña el Lejano Oriente, en una lección imperecedera de práctica monetaria.

El sapek de cobre que durante 40 siglos lubrificara la economía del Imperio Celeste hasta 1911, gozaba de aceptación desde Malasia a Japón. Se acuñaba en grandes cantidades, que si bien mantenían el pleno empleo, no dejaban acaparar. China no monetizó nunca el oro, con el resultado (silenciado por los cacareados “expertos”) que quedó inmune de la depresión de los años treinta.

En las aduanas japonesas, en los albores del siglo XX, se pagaba con bolsitas llenas de mezclas de monedas, sin abrirlas para verificar su contenido. Era una callada admisión de la irrelevancia del “valor intrínseco”. En 1900, ocho libras (3,6kg) de sapek valían un dólar.

Además, todo tipo de monedas circulaban en los puertos de China desde el siglo XVI, pero en el inmenso interior el sapek seguía indiscutido.

Lo mismo ocurre hoy en Panamá, donde el doméstico balboa circula junto al dólar de EE.UU. Ocurre también en países europeos que no se han adherido a la Zona, como Suiza, Reino Unido, etc. Estos están de facto, si bien no de iure, en régimen de doble moneda. En los dos se aceptan euros. Quienes venden saben, aun no obligándoles la ley, que si no aceptan euros no venden. La aceptación es lo único que cuenta.

España (como cualquier otro país) tiene los medios para romper los tres hechizos de Creso. ¿Cómo? Con la Peseta Franca, idealmente nacional, pero también regional o municipal, no en vez del euro, sino junto a él.

Se podría objetar que el Tratado de Maastricht obliga España a adherirse al euro “como única moneda a curso legal”.

Pues bien. Que el euro sea, y siga siendo, “única moneda a curso legal”. Lo que significa que quien se niega a aceptar numerario euro en concepto de pago de bienes y servicios comete una infracción. Pero no la cometería quien se negara a aceptar Peseta Franca, emitida en y para España para colmar el hueco producido desde siempre por los chupadores de aquel misterioso ingrediente llamado “almacén de valor”.

El pueblo garantizaría su circulación simplemente aceptando Peseta Franca, que permitiría dar al traste con la usura una vez por todas.

 

Contraataque final

¿A qué engancharla? Pues a cualquier otra unidad conveniente (euro, dólar, peseta de una fecha escogida).

¿Qué cantidad habría que emitir? Dada la elevada velocidad de circulación, digamos unas 2 por habitante, u 80 millones. Circulando 500 veces en un año, y no pudiendo acapararse, esta suma empujaría bienes y servicios por unos 40.000 millones. Y sin endeudar a nadie. Los que no quisieran aceptarla serían libérrimos de hacerlo.

La Peseta Franca, libre de deuda y de interés, no necesitaría “fondos”, “reducción de costes”, “análisis de costo-beneficio” , “ahorros de tiempo”, y otros términos usureros a los cuales estamos tan acostumbrados que no se nos ocurre reflexionar sobre lo absurdos que son. El costo de una obra se mediría en horas de trabajo, no en unidades monetarias. Cualquier pago ocurriría al contado y a la entrega, sin vencimientos de “fin de mes”. Los ahorros en Peseta Franca se ingresarían en instituciones públicas o privadas que sin embargo tendrían que reinsertarlos rápidamente en el círculo sanguíneo de la economía real. No se podría especular con ella, ni enriquecerse, ni falsificarla, ni robarla, ni al fin de cuentas vivir como parásito de los que trabajan.

Este es el punto álgido. Dos poderosos obstáculos se opondrían a la Peseta Franca con todos los medios a su alcance.

El externo sería el Banco Central Europeo. Pero se encuentra a unos 1.500 km. de Madrid, y los españoles son 40 millones, no los escasos 4.000 habitantes de Wörgl en 1932.

El interno lo constituirían los holgazanes con “puestos de trabajo” fastuosamente retribuidos.

 

De abajo arriba: Peseta Franca privada

Existen ejemplos de moneda franca privada: los bonos Frequent Flyer, emitidos por compañías aéreas, que permiten comprar no sólo billetes de avión, sino también periódicos, revistas, comidas etc. en los aeropuertos y aún en vuelo. Estos bonos decaen como la Moneda Franca, pero no mensualmente sino todo en una vez.

Entonces cualquier entidad que produce algo en demanda, como Herr Hebecker de Schwanenkirchen hace 79 años, está en condiciones de emitir bonos francos que estimulen la economía local: Municipios, Regiones, compañías de transporte, de electricidad, de telefonía móvil, etc.[16].

Bastaría entonces que el Estado se empeñara en aceptar Peseta Franca en concepto de pago de impuestos, desentendiéndose de las actuaciones de entidades intermedias, de acuerdo con el principio de subsidiariedad.

 

Peseta Franca pública

En el caso ideal de Peseta Franca emitida por el Estado:

– La Peseta Franca nivelaría la laguna causada desde siempre por la escasez de medio de cambio con función parasitaria de almacén de valor.

– El instituto de emisión gozaría de una única función: regular los precios emitiendo Moneda Franca cuando estos disminuyeran, o retirándola cuando aumentaran.

– Dicha moneda garantizaría un poder adquisitivo estable en el tiempo, a interés 0% en los bolsillos de los demás, a -6% en los propios.

– Debido a su carácter perecedero y al hecho de que su velocidad de circulación haría innecesaria la presencia de sumas importantes, no favorecería ni falsarios, ni estafadores, embaucadores y malhechores de toda ralea, que o seguirían con el euro, o a lo mejor se darían cuenta de que trabajando ganarían más que robando.

– La Peseta Franca absorbería el 100% de parados. Los inmigrantes tendrían que buscar los que pagaran su trabajo en euro, ya que no les serviría para nada enviar a casa moneda perecedera e inconvertible.

– Aduanas y aranceles ya no servirían. El comercio sería verdaderamente libre.

– Una moneda ahorrable favorece la competencia y el individualismo más desenfrenados. La no ahorrable Peseta Franca favorecería necesariamente solidaridad, confianza, generosidad, y la conciencia de que “es mejor dar que recibir”.

– No existiría la aberración de considerar el trabajo como “costo de producción”. Cualquier habilidad de cualquiera, español o no, se ofrecería a quienes desearan pagarla de inmediato en Peseta Franca y al contado.

 

El trabajo

La escasez de mano de obra forzaría una revisión drástica de políticas anti-familia, desde el control de nacimientos al aborto, etc., que plagan a España más que cualquier otro país desarrollado.

Con Peseta Franca se podría –¿por qué no?– pagar un buen sueldo a madres con hijos de 0 a 6 años, a la par con los sueldos que hoy se les paga para trabajar fuera de casa. Ahora tendrían la elección, y por lo tanto la libertad, de si trabajar en casa o fuera.

Se podría también –¿por qué no?– pagar a los estudiantes por trabajos bien hechos en vez de condenarlos al trabajo forzado en aquellas prisiones a tiempo parcial llamadas “escuelas”, y acostumbrarles así a la idea de que el trabajo produce ingresos.

 

El parasitismo

Una escolaridad corrompida ha logrado inculcar a la mayoría una mentalidad dependiente, destruyendo así aquel espíritu de iniciativa que antaño distinguía los europeos en general y los españoles en particular.

Por lo que hoy se tiende a buscar no trabajo, sino “un puesto” que garantice unos ingresos a finales de mes, sea que se haya trabajado o no.

La Peseta Franca asestaría un golpe, si no mortal, por lo menos gravísimo a tal mentalidad.

Los que insisten en cobrar pingües honorarios podrían hacerlo sin dificultad, excepto la de no poderlos ahorrar. Los sueldos públicos no excederían los privados. Ganarían más sólo los que trabajasen más. Nunca más se podría penalizar a quienes tuvieran éxito en la vida simplemente por tener ganas de trabajar.

 

Temporeros y pobreza involuntaria

En régimen de moneda-almacén de valor ser un temporero es poco menos que una desgracia. En régimen de Peseta Franca, el trabajo a tiempo parcial llegaría a ser la norma; pero en lugar de ser la gente quien persiguiera “puestos de trabajo” inexistentes, serían los trabajos (no los puestos), numerosos y bien retribuidos, los que perseguirían a quienes quisieran cumplir con ellos.

Las consecuencias serían deseabilísimas, impensables en régimen de euro. Primera, la libertad personal. ¿Por qué pordiosear días de vacaciones de un “patrón”? Cumplido con un contrato, que se tome uno las vacaciones que quiera antes de comprometerse con otro. El único factor limitante, repito, sería la mano de obra, nunca más el trabajo.

Segunda consecuencia, la calidad de las prestaciones. Nunca más sería posible esconderse detrás de una masa anónima para hacer lo menos posible con un sueldo garantizado a fin de mes. A cada chapuza, bien un pago limitado o bien nulo.

Tercera, sería posible separar los incapaces de los vagos. A los primeros los sostendría la familia, o en su ausencia la caridad pública o privada; los segundos pasarían hambre, o se enviarían al trabajo forzado (pero bien retribuido).

Cuarta, desaparecerían todas las instituciones que explotan el paro como fuente de ingresos, a saber sindicatos, cooperativas de consumo, agencias de colocación etc. Sin legislación alguna, la Peseta Franca actuaría como Heracles cuando por sí mismo limpió los establos del rey Augeas.

En régimen de moneda-almacén de valor se llega a la paradoja de que la mayoría no tiene cubiertas las necesidades existenciales, mientras que una minoría goza de lujos desconcertantes como yates de 3.000 toneladas. En régimen de Peseta Franca todo el mundo ganaría lo suficiente para comer, vestirse y cobijarse. Se podría también tener riqueza, pero riqueza de trabajo, no de explotación, corrupción y otras formas de desorden moral y económico.

 

Infraestructuras

La Peseta Franca haría mover montañas, literalmente. A la pregunta: ¿Cuánto costaría ese túnel (movimiento de tierras, terraplén, rascacielos, etc.)?, la respuesta sería: “x horas-hombre de trabajo”. Escasez de mano de obra o falta de necesidad pondrían coto a la construcción de infraestructuras.

Valga lo mismo para lo que atañe a desprendimientos de tierras y cualquier otro problema puesto por la orografía del país.

 

Autonomía nacional

Quien paga, manda. Sin violencia contra nada ni nadie, la Peseta Franca, moneda natural, pero “fea” según los cánones usureros, poco a poco quitaría el poder al euro, no en el sentido de abolirlo, sino de limitar su uso a transacciones intereuropeas, que al fin y al cabo son aquellas por las cuales fue proyectado. Las tempestades más violentas de la gran finanza internacional no moverían mínimamente las profundidades de la economía de producción y de cambio hispana empujada por su Peseta Franca.

 

[1] Sigue siendo imposible definir la moneda. Los tratados de economía dan hasta cuatro descripciones, pero ni una sola definición. No se define un círculo cuadrado.

[2] Por qué el prestigio de un país tenga que ver con una moneda “fuerte” es un misterio nunca explicado.

[3] María Encarnación Gómez Rojo, Historiografía Jurídica y Económica y Pensamiento Jurídico-Público, Social y Económico de Manuel Reventós i Bordoy (1888-1942). Tesis doctoral accesible a texto completo en http://www.eumed.net/tesis/2006/megr/. Véase el capítulo IV, “Historiografía política y económica en la obra de Manuel Reventós”.

[4] Su Progress and Poverty (1879) ha vendido más ejemplares que todas las obras de Marx. Pero la economía oficial sigue ignorándole.

[5] A mitad de 2008 se había perdido la cuenta de sus dimensiones: se hablaba de un mínimo de 615 millones de millones a un máximo de 1.200 millones de millones de dólares.

[6] Dicha definición, fraudulenta, es de Jeremy Bentham (1748-1832). Para desmentirla basta preguntarse: ¿en qué punto empieza el supuesto “exceso”? O, lo que es lo mismo: ¿cuándo un cierto número de pelos en el mentón de un hombre puede llamarse “barba”?

[7] Hoy en día las proporciones son, de media, un 95% de crédito contra 5% de liquidez. La crisis financiera daña el crédito. La cuestión del señoraje (diferencia entre el valor nominal del billete y su valor como trozo de papel), que afecta solamente el líquido, es irrelevante.

[8] El fenómeno empezó en Kenya con M-PESA, aumentando la renta de familias pobres de hasta un 30%.

[9] 1609-1819. Aquel banco cayó en bancarrota por la razón de siempre: una cantidad excesiva de papeles reivindicando la doble función de almacén de valor/medio de cambio. Por aquel entonces el fenómeno fue local; hoy en día es planetario.

[10] 250 años antes había pretendido lo mismo el Príncipe de Conti con John Law (1671-1729), haciendo ir a la quiebra su banco. Law estaba al tanto de la superstición de Creso. No así Conti.

[11] Las dos fechas tendrían que campear en los textos de economía como fechas de verdadera liberación. No lo hacen porque poderosos intereses creados siguen extrayendo oro de las entrañas de la tierra para sepultarlo otra vez en los sótanos de los bancos, fomentando así la superstición de Creso.

[12] Este tipo no es obligatorio. Lo importante es que no sea ni tan alto como para desalentar su aceptación, ni tan bajo como para alentar el acaparamiento.

[13] Se devalúa el objeto que representa la unidad monetaria, no su poder adquisitivo.

[14] Wörgl no había violado ley alguna. Los certificados no sustituían el chelín oficial; llenaban la laguna creada por las actividades parasitarias, desde el ahorro a la especulación.

[15] Sam Vaknin, Ph.D., en http://samvak.tripod.com/nm032.html.

[16] Las economías locales sufren pobreza no tanto porque no llega dinero a ellas.