Índice de contenidos
Número 481-482
- Textos Pontificios
- Noticias
- In memoriam
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Estudios
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Rebelión y revolución en la obra de Camus
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El problema de la laicidad en el ordenamiento jurídico
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La crisis de la justicia política en la sociedad posliberal
-
Filosofía clásica, amistad y concordia
-
El patriotismo clásico en la actualidad
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Actualidad y vigencia de Donoso Cortés
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Futuro demográfico de España y de la Iglesia en España
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A propósito de la crisis financiera presente
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Glosas Complutenses (XI)
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- Crónicas
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Información bibliográfica
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Pedro Miguel Lamet, Díez-Alegría. Un jesuita sin papeles
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José Guerra Campos, La esperanza del Evangelio
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Domingo Benavides, Maximiliano Arboleya (1870-1951). Un luchador social entre las dos Españas
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Feliciano Montero, La Iglesia: de la colaboración a la disidencia (1956-1975). La oposición durante el franquismo
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AA.VV., La primacía de la persona. Estudios en homenaje al profesor Eduardo Soto Kloss
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Patricio H. Randel, Antinomias y distinciones. Diccionario
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Ricardo Dip, Derecho natural y derechos humanos. De cómo el hombre «imago dei» se tornó «imago hominis»
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Domingo Benavides, Maximiliano Arboleya (1870-1951). Un luchador social entre las dos Españas
Benavides, Domingo, Maximiliano Arboleya (1870-1951). Un luchador social entre las dos Españas, BAC, Madrid, 2003, 280 págs.
Libro del mayor interés para conocer una época de la Iglesia, agitada y en un momento trágica, al hilo de un peculiar sacerdote asturiano, ciertamente notable, pero de un carácter tan especial que le hizo fracasar en todo cuanto emprendió.
Hemos dado cuenta de la biografía que Lamet escribió sobre no sabemos bien si su compañero en los jesuitas Díez Alegría. Queremos decir su compañero hoy pues, hasta que parece que los dejó, el jesuita asturiano indudablemente lo era. En nuestra recensión dejamos constancia de esa anómala situación de quien en teoría abandonó el instituto pero en la práctica siguió viviendo en él, y todavía sigue, como si jesuita fuere. Pues este otro asturiano, Arboleya, tiene notables coincidencias con Díez Alegría. Como si se tratara de un genotipo común en algunos de los nacidos en aquella hermosa tierra.
Y es el de creerse en absoluta posesión de la verdad aunque sea contra todos. Una verdad por lo menos discutible. Como poco. Y, además, contrastada en el fracaso. Que no hace la menor mella en ellos. Todos los demás están equivocados. Aunque ellos estén solos.
Ambos, Arboleya y Díez Alegría, encontraron biógrafos complacientes. Y además Lamet y Benavides escriben bien. Y el segundo es experto en el tema “social”. Mientras que el primero está mucho más en la línea del recientemente desaparecido Javierre. Con lo que dan un producto que se traga con gran facilidad pero que puede confundir. Ya que no es oro todo lo que presentan reluciente.
Maravillosos personajes, según sus biógrafos, pero de los que se oculta, o se disimula, lo principal: el monumental fracaso de sus vidas. No han dejado nada salvo una inmensa tristeza personal. En la que murió Arboleya, y eso se trasluce del texto de Benavides, y en la que no sabemos si vive Díez Alegría porque Lamet lo calla. Pero nadie puede ser feliz ante el fracaso.
Arboleya era un joven sacerdote asturiano que se encontró con algo muy importante en toda carrera eclesial: su tío, hermano de su madre, era el obispo de Oviedo. Y le hizo canónigo. Con lo que entonces los canónigos eran. Pasó a tener un nombre en la diócesis y una posición. Que no digo no se la mereciera pues condiciones le sobraban. Como al tío. Pero fue un canónigo nepote.
Y ahora entramos en lo principal del libro y en lo que constituye su verdadero interés. Al joven canónigo le dio por lo “social”. Que entonces era una asignatura pendiente en la Iglesia española. Que algunos se empeñaban en cursar. Con meritísimo celo.
Arboleya se alistó en la corriente que llamaremos progresista. Frente a la representada por los jesuitas de entonces y el marqués de Comillas, tan vinculado a la Compañía de Jesús. Círculos obreros, sindicatos confesionales o no… La cuestión ha sido muy tratada y Benavides es un experto en ello.
Sus páginas son ciertamente importantes e ilustradoras pero si no se les aplica un corrector pueden llevar a conclusiones erróneas.
La cuestión social era una preocupación de la Iglesia y a su tratamiento se empeñó. Con diversas iniciativas. La explosión trágica de 1936 puede hacernos pensar, y no sin razón, que con muy malos resultados. Pero sería un error deducir de ello que por no haber hecho caso de Arboleya. Porque es superdudoso que en el caso de haber recibido más apoyos algo hubiera cambiado en lo que después se produjo. Y es responsabilidad del canónigo no haber convencido a casi nadie de sus ideas. Porque esa es la característica de su vida: haber estado siempre más solo que la una. Y muy posiblemente en buena parte dado su arriscado carácter.
No es este el momento para tratar de sindicatos “libres” o confesionales y de si se debía contar con los patronos o levantar bandera contra ellos. La cuestión obrera ha dejado de existir en el primer mundo y ya no mueve a nadie. Ahora los problemas son otros. Y uno de ellos el no poder ser obrero. Por paro, inmigración… Pero no carecen de interés histórico las páginas de Benavides.
La soledad de Arboleya es la tónica de su vida pues apenas contó con apoyos. El más importante el del cardenal primado Guisasola en quien el Grupo de la Democracia Cristiana tuvo siempre un firme valedor. Pero Guisasola estaba casi tan solo como Arboleya y tampoco tenía valor de laureada.
En el Grupo citado si encontró respaldo el canónigo asturiano pero siempre fue él lo más avanzado del mismo y el peso de esos intelectuales fue escaso. Y tampoco le secundaban totalmente en sus empresas.
Otros dos obispos le apoyaron pero ya a nivel diocesano. El que había sido auxiliar de Guisasola, Juan Bautista Luis y Pérez, obispo de Oviedo entre 1921 y 1934, y su sucesor Echeguren. Pero este último, nombrado en 1935, falleció en accidente en 1937 por lo que apenas nada pudo hacer por su canónigo y en días muy complicados para ambos.
Sus compañeros ideológicos, los dominicos Gerard y Gafo, también le dejaron solo por la muerte de ambos. La del primero, natural, y el segundo asesinado en 1936.
Con los jesuitas no se entendió nunca. Ni con el marqués de Comillas, tan en la órbita de aquellos. Su polémica con el integrismo fue a degüello por ambas partes. Y así llegamos a julio de 1936, año en el que se cumplieron con creces sus predicciones aunque él saliera tan bien parado. Los rojos le respetaron pese a algunas molestias. No corrió la suerte de tantos hermanos en el sacerdocio asesinados en Asturias. Y los nacionales también aunque no sin hacerle objeto de algunas desconsideraciones.
Estaba ya absolutamente solo. Sus amigos del Grupo de la Democracia Cristiana se habían pasado al franquismo con entusiasmo, cosa que Arboleya no les perdonó. Los nuevos obispos de Oviedo no contaban para nada con el deán. Y así murió, octogenario y olvidado de todos, en 1951.
Concluyo con una constatación. En aquel espanto de sangre que fue 1936 los sindicatos libres que postulaba Arboleya fueron masacrados por los sindicatos marxistas mientras que los católicos que propugnaban los jesuitas en la zona en la que tuvieron verdadera fuerza fueron la base de los voluntarios de la España nacional. Hasta en eso fracasó Arboleya.
El libro es muy interesante y de recomendable lectura pero repito que debe hacerse con un coeficiente de corrección.
FRANCISCO JOSÉ FERNÁNDEZ DE LA CIGOÑA