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Número 481-482

Serie XLVIII

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Pedro Miguel Lamet, Díez-Alegría. Un jesuita sin papeles

Pedro Miguel Lamet, Díez-Alegría. Un jesuita sin papeles, Temas de Hoy, Madrid, 2005, 478 págs.

Compré en su día el libro pero demoré su lectura. Me daban pereza el biografiado y el biógrafo. Ninguno goza de mis simpatías. Hoy ya puedo hablar del libro y del personaje.

No me arrepiento de haberle dedicado algunas horas. Es muy interesante. Y reconozco que sabía bastante menos de Díez-Alegría de lo que ahora sé. Todo malo.

El autor escribe bien y lo hace desde la identificación con el jesuita sin papeles. Es un libro hagiográfico escrito en vida del amigo. Vida que se prolonga hasta hoy en una más que notable longevidad. Nacido Díez-Alegría el 22 de octubre de 1911 ha cumplido ya, en su retiro de Alcalá, los 98 años.

Por lo que cuenta Lamet nos encontramos ante un exhibicionista compulsivo que ha hecho de la protesta eclesial la razón de su vida. Que podría resumirse en esta frase: ¿Qué dice la Iglesia, que me opongo?

Es igual que sea el aborto, el divorcio, la autoridad del Papa, la teología de la liberación, la obediencia propia de un religioso, la jerarquía eclesiástica, el marxismo… Todo lo católico queda demolido, una y cien veces, por este peculiar jesuita. De profesión, sus firmas. Cuanto documento antieclesial salía a la luz estaba firmado por Díez-Alegría.

Fue un profesor de segunda en la Gregoriana, que ya había causado unos cuantos problemas, y aquellos días postconciliares hicieron de él una figurilla de la contestación. Que naturalmente era jaleada por los contestatarios. Y así iba trampeando hasta que se le ocurrió escribir un librito, “Yo creo en la esperanza”, que colmó un vaso a punto de rebosar. Aunque yo pienso que había rebosado mucho antes si bien nadie quería darse cuenta.

Con una soberbia más que notable, y sabiendo que su libro no se lo iban a autorizar en la Compañía de Jesús, lo publicó, contra todas la advertencias. Era la expresión de su conciencia y esa no se la podía censurar nadie. El profesor de Ética sostiene una tesis absolutamente autocomplaciente. Cierto que cada uno debe hacer lo que su conciencia le dicte pero eso sólo justifica, como mucho, la relación de la conciencia con Dios. Y, aun así, según y como.

El que asesina a otro creyendo que cumple la voluntad de Dios puede ser que subjetivamente no peque. Si es un total ignorante. Pero ya es mucho más dudoso que una persona con formación, y más si es profesor de Ética, pueda estar convencido de que cumple con la voluntad de Dios asesinando a un inocente. Pues la conciencia de este profesor de Ética le dice que la Iglesia es un cúmulo de errores y que para ser fiel a Cristo hay que ponerla a parir. Por supuesto que no voy a entrar en su fuero interno pero tanta fidelidad a esa conciencia se las trae.

El librito, en su día, fue un escándalo y un éxito editorial. Hoy ya no le importa nada a nadie. Si se le cita, caso de que se le cite, no es por sus aportaciones al pensamiento católico sino como muestra del desmadre eclesial que se vivió entonces.

El libro le supuso la salida de la Compañía de Jesús. Aunque una salida muy sui generis. Siguió viviendo, y sigue, en casas de la Compañía y como un jesuita. ¿Fue su salida una restricción mental más? Da la impresión de que sí.

Ni el P. Arrupe, general entonces de la Compañía, pudo aguantar a Díez-Alegría. Aunque su desaguante fuera tan peculiar. Un jesuita que protestaba de todo desde su descubrimiento del marxismo, estaba mejor fuera que dentro. Aunque siguiera dentro. Para que me aten esa mosca por el rabo.

Se hundió el marxismo, las tesis contestarías dejaron de estar de moda, pero este “jesuita sin papeles” seguía erre que erre con sus protestas y sus firmas. Aunque cada vez su nombre decía menos. Llegó a presidir la Asociación de Teólogos Juan XXIII pero ya ni ésta, ni su presidente, eran lo que fueron. Una y otro estaban en decadencia acelerada. Y no dejaba de ser curioso que un aparente jesuita, pues vivía en un piso de la Compañía junto con otros jesuitas, presidiera ese caballo de Troya eclesial.

Digo que el libro es interesante pues ilustra abundantísimamente lo que fue la contestación en la Iglesia. Que, sin embargo, sobrevive pese a todo eso. Y pese a que todavía quede algún ejemplar de lo que antaño parecían los profetas de lo que jamás llegó. Díez-Alegría ya con 98 años.

Yo no sé si en su situación actual se enterará de algo. Pero, como tonto no lo fue nunca, ha tenido que sentir el fracaso absoluto de todo lo que soñó. Aunque tal vez se negara a reconocerlo. Lamet ha querido titular el libro “Un jesuita sin papeles”, tal vez hubiera sido más exacto, aunque mucho más cruel, haberlo titulado “Un jesuita sin esperanza”. Porque todas las que tuvo se desvanecieron. Todo se le ha hundido. Como el marxismo.

Si hasta su amigo del alma, el P. Llanos, del que Lamet nos deja una semblanza que queriendo ser laudatoria resulta penosa: depresivo, autoritario, insoportable…, con quien se fue a vivir al Pozo del Tío Raimundo, terminó siendo una cruz.

Libro pues importante para quien quiera conocer un pasado eclesial que todavía nos pesa. Libro también triste. Por DíezAlegría, por la Compañía de Jesús, por todo.

FRANCISCO JOSÉ FERNÁNDEZ DE LA CIGOÑA