Índice de contenidos
Número 195-196
Serie XX
- Textos Pontificios
- Estudios
- Actas
- Información bibliográfica
- Ilustraciones con recortes de periódicos
-
Crónicas
-
En la hora de comenzar la restauración de la Universidad: I Seminario de formación para la acción
-
Crónica de la Festividad de San Fernando de 1981
-
Discurso de Leonor Vegas Latapie [San Fernando 1981]
-
Discurso de Javier Urcelay [San Fernando 1981]
-
Discurso de Francisco José Fernández de la Cigoña [San Fernando 1981]
-

Autores
1981
Discurso de Javier Urcelay [San Fernando 1981]
donde reside nuestro futuro triunfo. El hombre católico no ha de ser
sólo teórico sino práctico
en
-su campo propio. Concretamente, a nos
otros,
jóvenes y estudiantes, nos corresponde la
Universidad, ya
que
asi es
como lograremos un éxito seguro.
Para terminar, deciros que
nuestra
acción, _ a
ejemplo de la de nues
tro santo
patrón, ha
de tener una visión
trascendénte y sobrenatural
de
la lucha. Ya
decia Carlos VII: "Dios quiere salvar a
España, pero
quiere que
vea que
es El quien la salva".
Por_ otro lado, el recuerdo de la España del
siglo XIII, de
la que
habla don
Marcelino, no
debe inducirnos al desaliento y a la
inacción,
sino
que, por el contrario, debe
alentarnos, junto
a San Fernando, a
luchar por
e~e gran. ideal que es '"Adveniat REGNUM TUUM".
DISCURSO DE JAVIER URCELAY
Queridos correlfgionarios y amigos de la Ciudad Católica:
Escribía
Sánchez
Muniain que "San Fernando
parece puesto
en
la historia para tonificar el
espíritu de
los
· españole'S en cualquier" mo
mento" de depresión espiri'tuar' ~
Y depresión espiritual, más quizas que otra cosa, es lo que -sen
timos hoy,
impotentes éspectadores. de
un
orden moral, social
y po
lítico basado en
la ley divina ·y la naturaleza de las cosas, mortalmente
herido
por el
liberalismo, y que entre estruendos se derriba.
Se ha desechado a Cristo, piedra angular, y es todo
-el edificio el que
se nos viene abajo: la familia y la
escuela, el clero y
la
milicia, la
Universidad
y la parroquia, las artes, la cultura ..• , tambaleantes o con
vertidos en
escombros, mientras una
legión de gusanos y
molas hierbas
proliferan
y asoman debaio de
cada piedra y
entre los márgenes de
cada grieta.
¡Comamos y bebamos, se nos dijo entonces,
emborrachémonos y
dancemos
toda la noche hasta el
alb~ pues
nos hem·os liberado de las
cadenas que
nos ataban
y el yugo que nos oprimía, porque hemos
juZ
gado
la
ley divina
y la hemos encontrado necia, porque hemos exa
miruulo la
ley natural y
decidido repudiarla,
Somos pueblo emancipado
y estirpe de Soberanos!
Y, sin embargo, en
medió de
los brindis y las
risotadaa, la
huma
nidad y los españoles
empezamos a
notar que un
escalofrío nos
recorre
_la médula
y la risa se ha helado en nuestro rostro y Convertic/o en
mueca trágica
de dolor: atentados, terrorismo,
inseguridad, paro, an
gustia de
vivir
sin saber
para qué, discordias
civiles, hambre.;.
Como en aquella
famosa
pelfcula, qUisimos ser
eternos saliéndo
nos de los
limites que
se nos habían
señalado,-y
vemos ahora con
horror cómo la eterna juventud no. era un derecho, sino un regalo,
y cómo al despreciarlo, nuestro rostro horriblemente envejecido al per
·der el
pn'vilegio, se
transforma en. una llaga
corrofdo por el paso del
tiempo
y la muerte.
La historia se repite.
La tentaci6n a nuestros primeros padres es
la
tentaci6n a
toda la humanidad de todos los
tiempos: ser
como.dioses.
Asi como
ellos fueron arrojados del
parafso y
desprovistos de los da
nes que les fueron
dados, ten~endo que parir con
dolor y
gan~r el
pan
con el sudor de la frente, así también
les hombres
de hoy, que qui
simos tocar el
cielo' con
nuestra babel de
dtk:loraciones univelkales,
811
Fundaci\363n Speiro
soberanías populares y omnímodas libertades, sentimos en nuestra car
ne, en
las noticiar que
cada día nos sobrecogen, las consecuencias de
nuestra osadia.
Hoy nos quieren hacer creer que el terrorismo_ es
un problema po
licial, como ayer se
empeñaban los mismos en convencernos de que
lo era político. Ni por
uno ni
por otro procedimiento va a acabarse
sin embargo con él. Porque no
hay policía suficiente cuando
cualquier
ciudadano puede considerarse
un delincuente potenctaJ.. Porque no hay
medidas
políticas posibles
cuando baio
la techumbre de una falsa li
bertad cualquier irracionabilidad puede ser invocada como credo po
litico.
En la base del drama de nuestro tiempo
hay un problema teológi
co, un problema de índole espiritual que
al. fin y al cabo no es sino
el que ya Donoso Cortés expuso cuando refirl6 el ejemplo de los dos
termómetros
en su "Discurso sobre la dictadura": no
hay más que dos
contenciones posibles, una interior
y otra exterior, una religiosa y otra
política, Y su n_aturaleza es tal, que cuando el term6metro que marca la prevalencia del
espíritu, el
fervor religioso, está
aUo, el
termómetro
de
la represi6n está bajo, y cuando el termómetro. religioso está bajo,
el termómetro político, la
represión polftica, la tiranía está
alta.
Hemos
relegado a
Dios, y como corolario necesario otra vez llama
la
tiranía a
nuestra puerta bafo la forma del crimen, la
anarquía, la
extorsión, la calumnia y la manipulación sicol6gica. La tiranía de los
asesinos y los terroristas, de los falsarios, de los agitadores y de los
inmorales. lA que
hace
blanco en
el mismo Papa, el mismo vicario
de Cristo en la
tierrtJ.
El
hombre ha roto
cadenas, pero
justo las que le anclaban en la armo
nia del
orden natural
y por
eso
navegamos a
la deriva. La crisis de nuestro
tiempo no es la crisis de la
energía, ni
la
de unos locos excitados por
la violencia a los ansias de celebridad, ni siquiera la
crisis de los par
tilos
y
las instituciones políticas. Es la crisis del espíritu, la crisis de
ese
con;unto de
principios morales que levantaron desde las ruinm del
imperio
romano el templo de la civilización cristiana
y que eran savia
nutricia de los hombres y las sociedades, Porque no
hay cfvilizaci6n
sin
un cuadro de unanimidades, de creencias comunes. Hemos amorda
zado
al espíritu y con ello nos hemos avocado a la ferocidad de todas
las
tiranfas. -Sin
contenci6n interior, sin religi6n, el destino de Europa
y del mundo no
·tiene más alternativa
que la dictadura comunista o
la
desintegraciQn de la sociedad
por el desorden
y la licenciosidad, o
a lo peor las dos cosas, los
tanques soviéticos avanzando ante
la mi
rada estúpida de unos pueblos previamente degradados por el
vicio,
la droga y la pornografía, arruinados por el consumismo y ensangren
tados por el crimen y las discordias.
Porque
esto,
así planteado, es, como
afirmaba Donoso,
poner el
dedo
en
la llaga, Esta es la cuestión de España, la· cuestión de Europa,
la cuestión de la humanidad. La cuestión del mundo.
Tiempo pues de depresión espiriiual el que vivimos, en el que un
año más los amigos de la Ciudad Cat6lica nos acercamos a San Fer
nando para
tonificar nuestro espíritu colectivo.
Porque no
bmta con
ratificarse año tras
afio en
el
análisis, con
re
conocer en la
evoluctón de
los acontecimientos la veracidad de nuestro
diagnóstico
y el cumplimiento de nuestras poco_ meritorias profecfas.
Es
preciso, como el santo, coger la espada y emprender la reconquista.
812
Fundaci\363n Speiro
Completar el discurso de la inteligencia que descubre las causas y de
duce las soluciones con el acto de
Ul voluntad
que supone pasar a la
acci6n es un
esfuerr.o decidido por
modificar el curso de las cosas.
Si San Fernando constituye una de las figuras cimeras de nuestra
historia política, es porque fue un gobernante diligente. Diligencia sig
nifica literalmente amor,
y negligencia, desamor. El que no es diligen-
te
es que no ama con
las obras, a, de
otro modo, que no ama de
ver
dad,
porque la diligencia no es al fin
~ino la
caridad operante.
San Fernando es el patr6n de los
amigos de
la Ciudad Católica
porque representa la más perfecta unión en nuesrta historia, ;unto a Isabel
la Cat6lica, de la santidad y la política. Y ello porque más que
consorcio
de un rey y
un santo
en una
misma persona,
Fernando
lll
fue un santo rey, es decir, un gobernante que alcanzó la santidad san-:
tificando,
sacramentalizando, la política.
Santidad como se demuestra en una vida llena de fervor religioso
y espiritu de oración. Se cuenta que estando enfermo en Toledo, ve laba durante la noche para pedir a Dios por su pueblo.
usi yo
no velo
--contestaba cuando
le
pedían que descansara,......... ¿Cómo
podréis vo
sotros dormir tranquilos?" A imitación de las caballeros de su tiempo, que llevaban consigo
un recuerdo de su amada, San Fernando portaba en su caballo una imagen de la
''Virgen de las Batallas'', y
en campaña rezaba el oficio
parvo mariano. Durante el asedio a
Sevilla levant6
en el campamento
una capilla a la patrona de su ejército, y una
vez tomada
la ciudad,
quiso que fuera una imagen de la Virgen la que
encabazara la
entrada
triunfal. Su muerte fue la culminación de
una vida
de santidad y entrega
a Dios: sobre un motón de cenizas, con una soga de esparto al cuello
y una vela encendida en las manos, desprovisto de todas las insignias
y atributos de su
ma;estad, murió
perdonando a todos, aconsejando
a sus
hiios, con
una o-ración en los labios.
Así concluyó, comenta
Menéndez
Pelayo, la
vida exterior del más
grande de los reyes de Castilla; de la vida interior, ¿quién podria hablar dignamente sino los ángeles que fueron testigos de sus oraciones y de
aquellos
éxtasis que
tantas veces precedieron sus victorias?
Pero San Fernando fue además un santo
rey, que
lleg6 a la san
tidad a
travé_s del
camino de la politica, como el monie lo hace a
través del
cumplimiento de
su regla monacal. En este sentido San Fer
nando es el modelo para todos los verdaderos politicos católicos, para los
que, como
nosotros
mismru, amigos
de
la Ciudad Cat6lica, que
remos
también entender la
política como
la más alta
expresión de
la
caridad, pues como decia
Pío XI
y nos recuerda Juan V allet, la po
lítica, que
mira los intereses de la sociedad entera, es el campo de la
más vasta caridad, de la caridad
politica, del
que
se puede
decir que
ningún otro le es superior, salvo el de la religión. Y es en este sentido en el que San Fernando
es la antítesis del
político
nde inspiración cristiand' de
nuestros
días, politico
mariteniano
que divorcia la santidad personal por un lado y la política por otro,
convirtiendo a ésta en laica
y negando ast la posibilidad de sacramen
talizar la
vida pública, de instaurar
tod08 las
cosas en Cristo, como
pedía San Pío X, y entre ellas la política en
lugar preminente.
La
Iglesia nos propone a los santos para su imitación. Podemos
aprender mucho de San Fernando. Podemos aprender esa armónica
813
Fundaci\363n Speiro
conjuncwn de inteligencia y acción que fue base de triunfos guerreros.
Acci6n en sus conquistas. Reflexión y
estudio en
la
preparaci6'n de
éstas.
Como señal6 Menéndez Pe/ayo
no fueron las campañas
de
San Fernando del número de aquellas empresas que maduró la fan
tasía
antes que
el entendimiento, y que por su grandeza
·misma hu
bieron
de quedar casi estériles en
la cuna.
San Fernando organizaba con estudio
las grandes
campañas gue
rreras, aprendiendo incluso de
sus adversarios.
De
San Fernando
podemos
a'prender la
importancia de la estra
tegia, que sólo puede existir cuando existen objetivos claros, capaci
dad de análisis
y voluntad de acción. Y debemos aprender el realismo
·como virtud
castrense siempre necesaria. Y
debemos aprender
también
el · heroísmo que en
las ocasiones supremas
nos hace olvidar el realismo
y nos lleva a hacer locuras por amor al Ideal, que sólo desde ese amor
inflamado pueden explicarse,
Podemos aprender del San Fernando
caudillo militar,
porque tam
bién nosotros estamos
swmidos en
una guerra contra la
Revoluci6n
y
contra el
totalitarismo, bajo
el estandarte de Cristo Rey, y
también
como
Fernando queremos ser
ucaballeros de Cristd' y
''alféreces del
señor Santiago" para la restauración del orden natural y cristiano en
la sociedada y el Estado. Nos hace falta una estrategia de defensa
y conquista, una m_eto
dologia
de acción. Los católicos españoles hemos pasado en pocos años
'de las más altas
cumbres del fervor y el martirio o los abismos más
insondables del naturalismo y la indiferencia. En el plazo de una
mis~
ma
generación hemos perdido un Estado confesional y una sociedad
que
rebosaba espíritu católico
y tenemos un Estado laico y una so
ciedad grávida de socialismo. No cabe duda que ello ha sido en
parte
gracias al
comportamiento de una clase dirigente indigna, desleal
y prostituida, algunos de cuyos personajes habrán de pasar a la lista de los Opas, los Antonios Pérez y los Marotos, en el índice de la trai
ción y la felonía. Y también que ha habido una acumulación de cir
cunstancias externas e
internas que
nos han sido adversas. Pero de
lo que no cabe dudar tampoco es que en las filas católicas ha habido
mucha
negligencia, mucha
torpeza
y mucha improvisación, y que en
el orden temporal vencen los que más empujan
y los que, como el
Santo
.Rey de Castilla, aprovechan mejor sus propias oportunidades.
No tenemos derecho a lamentarnos de que los profesores de los
·colegios, los
editoriales de los periódicos, los artistas de renombre,
los representadores de
los noticiarios. y
los sindicatos sean marxitas
cuando ello no es
sino el
resultado de años de esfuerzo y sacrificio
dentro de la estrategia general eurocomunista de infiltraci6n a fa que
demasiadas veces no hemos opuesto más estrategia que el
tedio o
la
falta de generosidad. Es preciso despertar y saber que más que pastores que una y otra
vez avisen de la llegada del lobo hacen falta otros que salgan a su
encuentro
y den la vida por el rebaño si preciso fuera.
Ha llegado la hora de abandonar el coro de las plañideras que se
lamentan junto al muro de la
ciudad perdida y pasa a la acción. Y
actuar como si de nuestra
habilidad y
destreza dependiera el triunfo.
Realizando un análisis riguroso de la realidad. De cómo las
co~as son·.
Sin
exageraciones pero sin ingenuidades. Y después, con el norte en
el Ideal a lograr, sin volver la cabeza para no quedar convertidos
en
814
Fundaci\363n Speiro
estatuas de sal, establecer seriamente qué podemos hacer, cuándo y
cómo. El estudio y la reflexión, nunca suficienteménte profundos, para
saber
excictamente qué
queremos, pero lt.i voluntad férrea dé actuar
y el convecimiento firme de que su p/asmaci6n en la realidad es el
mejor homenaje que podemos ofrecer a nuestras ideas. No
ama más
ai
Ideal el que
más lo acaricia en su pensamiento, sino el que más
'se sacrifica por él, el que hace de sU vida, de su tiempo. y de su di"
nero, donación generosa a su servicio, el que, por qué no dec_irlo en
los tiempos que corren, acepta t!e antemano ver su día truncada en
flor
entrl!gada ·por la
Causa.
Trabajar intesamente; poniendo en
juego los
mejores de nuestros
talentos,
realizar planes
a corto
plazo, pero
también a
medio _y largo,
cosechar triunfos
_y derrotas y de ambos sacar lecciones, abrir con in
teligencia el círculo a los que hoy no piensan como yo pero mañana
pueden
luchar a mi lado, saber que en las guerras hay también que
ceder provisionalmente algunas posiciones para· hacerse
fuerte en
otras,
elegir en tanto sea posible el terreno y
las armas a emplear, luchar
sin descanso
y prever al tiempo el relevo, combatir con moral ·de vic~
toria,
como
quien milita en una Causa que sabe al fin triunfante, ago
tar
la paciencia buscando la unidad . . . he ahí las consignas para la
reconquista.
Y como San Fernando, sentirse cruzados en los éxitos y en los
fracaros, sabiendo
que como decía Santa Juana de Arco, cuya fiesta
también hoy conmemoramos, los guerreros lucharán, pero sólo Dios
dará la victoria. Y que el mejor triunfo del cristiano -¡no había de
ser el
discípulo más que su maestro!- es la Cruz de Cristo, escándalo
para
los judfos y necedad para los romanos.
Y termino. Hubo si~los en lós que, como ahora, todo parecía per
dido para la cristiandad, pero en los que al final, gracias a los sacri
ficios, a las oraciones y a la denodada acción de una minoría de co
razón ardiente,
Dios quiso compadecerse de ellos, por su fidelidad, y
darle el triunfo a
los que luchaban por Su Causa.
Nuestro sig"fo tiene mucho de semejanza con aqµellos tiempos caó
ticos. Aunque
ahora, a diferencia de entonces, se ha olvidado el infi
nito valor de
la oración, aunada al sacrifico y a la acci6n.
Tenemos
mucho que aprender de San Fernando. Acerquémonos a
él. Imitemos su ejemplo.
Y par.a algunos de vOS1Jtros, que aentís el peso de los años cansan
do
vuestros cuerpos, que habeís entregado una_ Jarga vida a · za Causa
y
aún seguís
cada mañana
despertando con
nuevo ímpetu
y renovada
fidelidad, y para otros de nosotros, más jóvenes, que alentados por
vuestro ejemplo estamos dispuestos a entregar nuetras vidas con ansias
de nuevas gestas y deseos de heroísmo, pidamos a Dios Nuestro Señor
ser siempre como San Fernando soldados suyos, y que algún día, por
su intercesión, la muerte
nos sorprenda a nosotros como sorprendió
al santo rey: soñando con nuevas conquistas para Cristo.
Muchas gracias;
DISCURSO DE FRANCISCO JOSE FERNANDEZ
DE
LA
C:CGOJllA
Una vez más, esta ya tradición de_ honrar a nuestro patrón San Fer
nando nos convoca a esta cena. El que .os habla, que cree haber asistido
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sólo teórico sino práctico
en
-su campo propio. Concretamente, a nos
otros,
jóvenes y estudiantes, nos corresponde la
Universidad, ya
que
asi es
como lograremos un éxito seguro.
Para terminar, deciros que
nuestra
acción, _ a
ejemplo de la de nues
tro santo
patrón, ha
de tener una visión
trascendénte y sobrenatural
de
la lucha. Ya
decia Carlos VII: "Dios quiere salvar a
España, pero
quiere que
vea que
es El quien la salva".
Por_ otro lado, el recuerdo de la España del
siglo XIII, de
la que
habla don
Marcelino, no
debe inducirnos al desaliento y a la
inacción,
sino
que, por el contrario, debe
alentarnos, junto
a San Fernando, a
luchar por
e~e gran. ideal que es '"Adveniat REGNUM TUUM".
DISCURSO DE JAVIER URCELAY
Queridos correlfgionarios y amigos de la Ciudad Católica:
Escribía
Sánchez
Muniain que "San Fernando
parece puesto
en
la historia para tonificar el
espíritu de
los
· españole'S en cualquier" mo
mento" de depresión espiri'tuar' ~
Y depresión espiritual, más quizas que otra cosa, es lo que -sen
timos hoy,
impotentes éspectadores. de
un
orden moral, social
y po
lítico basado en
la ley divina ·y la naturaleza de las cosas, mortalmente
herido
por el
liberalismo, y que entre estruendos se derriba.
Se ha desechado a Cristo, piedra angular, y es todo
-el edificio el que
se nos viene abajo: la familia y la
escuela, el clero y
la
milicia, la
Universidad
y la parroquia, las artes, la cultura ..• , tambaleantes o con
vertidos en
escombros, mientras una
legión de gusanos y
molas hierbas
proliferan
y asoman debaio de
cada piedra y
entre los márgenes de
cada grieta.
¡Comamos y bebamos, se nos dijo entonces,
emborrachémonos y
dancemos
toda la noche hasta el
alb~ pues
nos hem·os liberado de las
cadenas que
nos ataban
y el yugo que nos oprimía, porque hemos
juZ
gado
la
ley divina
y la hemos encontrado necia, porque hemos exa
miruulo la
ley natural y
decidido repudiarla,
Somos pueblo emancipado
y estirpe de Soberanos!
Y, sin embargo, en
medió de
los brindis y las
risotadaa, la
huma
nidad y los españoles
empezamos a
notar que un
escalofrío nos
recorre
_la médula
y la risa se ha helado en nuestro rostro y Convertic/o en
mueca trágica
de dolor: atentados, terrorismo,
inseguridad, paro, an
gustia de
vivir
sin saber
para qué, discordias
civiles, hambre.;.
Como en aquella
famosa
pelfcula, qUisimos ser
eternos saliéndo
nos de los
limites que
se nos habían
señalado,-y
vemos ahora con
horror cómo la eterna juventud no. era un derecho, sino un regalo,
y cómo al despreciarlo, nuestro rostro horriblemente envejecido al per
·der el
pn'vilegio, se
transforma en. una llaga
corrofdo por el paso del
tiempo
y la muerte.
La historia se repite.
La tentaci6n a nuestros primeros padres es
la
tentaci6n a
toda la humanidad de todos los
tiempos: ser
como.dioses.
Asi como
ellos fueron arrojados del
parafso y
desprovistos de los da
nes que les fueron
dados, ten~endo que parir con
dolor y
gan~r el
pan
con el sudor de la frente, así también
les hombres
de hoy, que qui
simos tocar el
cielo' con
nuestra babel de
dtk:loraciones univelkales,
811
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soberanías populares y omnímodas libertades, sentimos en nuestra car
ne, en
las noticiar que
cada día nos sobrecogen, las consecuencias de
nuestra osadia.
Hoy nos quieren hacer creer que el terrorismo_ es
un problema po
licial, como ayer se
empeñaban los mismos en convencernos de que
lo era político. Ni por
uno ni
por otro procedimiento va a acabarse
sin embargo con él. Porque no
hay policía suficiente cuando
cualquier
ciudadano puede considerarse
un delincuente potenctaJ.. Porque no hay
medidas
políticas posibles
cuando baio
la techumbre de una falsa li
bertad cualquier irracionabilidad puede ser invocada como credo po
litico.
En la base del drama de nuestro tiempo
hay un problema teológi
co, un problema de índole espiritual que
al. fin y al cabo no es sino
el que ya Donoso Cortés expuso cuando refirl6 el ejemplo de los dos
termómetros
en su "Discurso sobre la dictadura": no
hay más que dos
contenciones posibles, una interior
y otra exterior, una religiosa y otra
política, Y su n_aturaleza es tal, que cuando el term6metro que marca la prevalencia del
espíritu, el
fervor religioso, está
aUo, el
termómetro
de
la represi6n está bajo, y cuando el termómetro. religioso está bajo,
el termómetro político, la
represión polftica, la tiranía está
alta.
Hemos
relegado a
Dios, y como corolario necesario otra vez llama
la
tiranía a
nuestra puerta bafo la forma del crimen, la
anarquía, la
extorsión, la calumnia y la manipulación sicol6gica. La tiranía de los
asesinos y los terroristas, de los falsarios, de los agitadores y de los
inmorales. lA que
hace
blanco en
el mismo Papa, el mismo vicario
de Cristo en la
tierrtJ.
El
hombre ha roto
cadenas, pero
justo las que le anclaban en la armo
nia del
orden natural
y por
eso
navegamos a
la deriva. La crisis de nuestro
tiempo no es la crisis de la
energía, ni
la
de unos locos excitados por
la violencia a los ansias de celebridad, ni siquiera la
crisis de los par
tilos
y
las instituciones políticas. Es la crisis del espíritu, la crisis de
ese
con;unto de
principios morales que levantaron desde las ruinm del
imperio
romano el templo de la civilización cristiana
y que eran savia
nutricia de los hombres y las sociedades, Porque no
hay cfvilizaci6n
sin
un cuadro de unanimidades, de creencias comunes. Hemos amorda
zado
al espíritu y con ello nos hemos avocado a la ferocidad de todas
las
tiranfas. -Sin
contenci6n interior, sin religi6n, el destino de Europa
y del mundo no
·tiene más alternativa
que la dictadura comunista o
la
desintegraciQn de la sociedad
por el desorden
y la licenciosidad, o
a lo peor las dos cosas, los
tanques soviéticos avanzando ante
la mi
rada estúpida de unos pueblos previamente degradados por el
vicio,
la droga y la pornografía, arruinados por el consumismo y ensangren
tados por el crimen y las discordias.
Porque
esto,
así planteado, es, como
afirmaba Donoso,
poner el
dedo
en
la llaga, Esta es la cuestión de España, la· cuestión de Europa,
la cuestión de la humanidad. La cuestión del mundo.
Tiempo pues de depresión espiriiual el que vivimos, en el que un
año más los amigos de la Ciudad Cat6lica nos acercamos a San Fer
nando para
tonificar nuestro espíritu colectivo.
Porque no
bmta con
ratificarse año tras
afio en
el
análisis, con
re
conocer en la
evoluctón de
los acontecimientos la veracidad de nuestro
diagnóstico
y el cumplimiento de nuestras poco_ meritorias profecfas.
Es
preciso, como el santo, coger la espada y emprender la reconquista.
812
Fundaci\363n Speiro
Completar el discurso de la inteligencia que descubre las causas y de
duce las soluciones con el acto de
Ul voluntad
que supone pasar a la
acci6n es un
esfuerr.o decidido por
modificar el curso de las cosas.
Si San Fernando constituye una de las figuras cimeras de nuestra
historia política, es porque fue un gobernante diligente. Diligencia sig
nifica literalmente amor,
y negligencia, desamor. El que no es diligen-
te
es que no ama con
las obras, a, de
otro modo, que no ama de
ver
dad,
porque la diligencia no es al fin
~ino la
caridad operante.
San Fernando es el patr6n de los
amigos de
la Ciudad Católica
porque representa la más perfecta unión en nuesrta historia, ;unto a Isabel
la Cat6lica, de la santidad y la política. Y ello porque más que
consorcio
de un rey y
un santo
en una
misma persona,
Fernando
lll
fue un santo rey, es decir, un gobernante que alcanzó la santidad san-:
tificando,
sacramentalizando, la política.
Santidad como se demuestra en una vida llena de fervor religioso
y espiritu de oración. Se cuenta que estando enfermo en Toledo, ve laba durante la noche para pedir a Dios por su pueblo.
usi yo
no velo
--contestaba cuando
le
pedían que descansara,......... ¿Cómo
podréis vo
sotros dormir tranquilos?" A imitación de las caballeros de su tiempo, que llevaban consigo
un recuerdo de su amada, San Fernando portaba en su caballo una imagen de la
''Virgen de las Batallas'', y
en campaña rezaba el oficio
parvo mariano. Durante el asedio a
Sevilla levant6
en el campamento
una capilla a la patrona de su ejército, y una
vez tomada
la ciudad,
quiso que fuera una imagen de la Virgen la que
encabazara la
entrada
triunfal. Su muerte fue la culminación de
una vida
de santidad y entrega
a Dios: sobre un motón de cenizas, con una soga de esparto al cuello
y una vela encendida en las manos, desprovisto de todas las insignias
y atributos de su
ma;estad, murió
perdonando a todos, aconsejando
a sus
hiios, con
una o-ración en los labios.
Así concluyó, comenta
Menéndez
Pelayo, la
vida exterior del más
grande de los reyes de Castilla; de la vida interior, ¿quién podria hablar dignamente sino los ángeles que fueron testigos de sus oraciones y de
aquellos
éxtasis que
tantas veces precedieron sus victorias?
Pero San Fernando fue además un santo
rey, que
lleg6 a la san
tidad a
travé_s del
camino de la politica, como el monie lo hace a
través del
cumplimiento de
su regla monacal. En este sentido San Fer
nando es el modelo para todos los verdaderos politicos católicos, para los
que, como
nosotros
mismru, amigos
de
la Ciudad Cat6lica, que
remos
también entender la
política como
la más alta
expresión de
la
caridad, pues como decia
Pío XI
y nos recuerda Juan V allet, la po
lítica, que
mira los intereses de la sociedad entera, es el campo de la
más vasta caridad, de la caridad
politica, del
que
se puede
decir que
ningún otro le es superior, salvo el de la religión. Y es en este sentido en el que San Fernando
es la antítesis del
político
nde inspiración cristiand' de
nuestros
días, politico
mariteniano
que divorcia la santidad personal por un lado y la política por otro,
convirtiendo a ésta en laica
y negando ast la posibilidad de sacramen
talizar la
vida pública, de instaurar
tod08 las
cosas en Cristo, como
pedía San Pío X, y entre ellas la política en
lugar preminente.
La
Iglesia nos propone a los santos para su imitación. Podemos
aprender mucho de San Fernando. Podemos aprender esa armónica
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Fundaci\363n Speiro
conjuncwn de inteligencia y acción que fue base de triunfos guerreros.
Acci6n en sus conquistas. Reflexión y
estudio en
la
preparaci6'n de
éstas.
Como señal6 Menéndez Pe/ayo
no fueron las campañas
de
San Fernando del número de aquellas empresas que maduró la fan
tasía
antes que
el entendimiento, y que por su grandeza
·misma hu
bieron
de quedar casi estériles en
la cuna.
San Fernando organizaba con estudio
las grandes
campañas gue
rreras, aprendiendo incluso de
sus adversarios.
De
San Fernando
podemos
a'prender la
importancia de la estra
tegia, que sólo puede existir cuando existen objetivos claros, capaci
dad de análisis
y voluntad de acción. Y debemos aprender el realismo
·como virtud
castrense siempre necesaria. Y
debemos aprender
también
el · heroísmo que en
las ocasiones supremas
nos hace olvidar el realismo
y nos lleva a hacer locuras por amor al Ideal, que sólo desde ese amor
inflamado pueden explicarse,
Podemos aprender del San Fernando
caudillo militar,
porque tam
bién nosotros estamos
swmidos en
una guerra contra la
Revoluci6n
y
contra el
totalitarismo, bajo
el estandarte de Cristo Rey, y
también
como
Fernando queremos ser
ucaballeros de Cristd' y
''alféreces del
señor Santiago" para la restauración del orden natural y cristiano en
la sociedada y el Estado. Nos hace falta una estrategia de defensa
y conquista, una m_eto
dologia
de acción. Los católicos españoles hemos pasado en pocos años
'de las más altas
cumbres del fervor y el martirio o los abismos más
insondables del naturalismo y la indiferencia. En el plazo de una
mis~
ma
generación hemos perdido un Estado confesional y una sociedad
que
rebosaba espíritu católico
y tenemos un Estado laico y una so
ciedad grávida de socialismo. No cabe duda que ello ha sido en
parte
gracias al
comportamiento de una clase dirigente indigna, desleal
y prostituida, algunos de cuyos personajes habrán de pasar a la lista de los Opas, los Antonios Pérez y los Marotos, en el índice de la trai
ción y la felonía. Y también que ha habido una acumulación de cir
cunstancias externas e
internas que
nos han sido adversas. Pero de
lo que no cabe dudar tampoco es que en las filas católicas ha habido
mucha
negligencia, mucha
torpeza
y mucha improvisación, y que en
el orden temporal vencen los que más empujan
y los que, como el
Santo
.Rey de Castilla, aprovechan mejor sus propias oportunidades.
No tenemos derecho a lamentarnos de que los profesores de los
·colegios, los
editoriales de los periódicos, los artistas de renombre,
los representadores de
los noticiarios. y
los sindicatos sean marxitas
cuando ello no es
sino el
resultado de años de esfuerzo y sacrificio
dentro de la estrategia general eurocomunista de infiltraci6n a fa que
demasiadas veces no hemos opuesto más estrategia que el
tedio o
la
falta de generosidad. Es preciso despertar y saber que más que pastores que una y otra
vez avisen de la llegada del lobo hacen falta otros que salgan a su
encuentro
y den la vida por el rebaño si preciso fuera.
Ha llegado la hora de abandonar el coro de las plañideras que se
lamentan junto al muro de la
ciudad perdida y pasa a la acción. Y
actuar como si de nuestra
habilidad y
destreza dependiera el triunfo.
Realizando un análisis riguroso de la realidad. De cómo las
co~as son·.
Sin
exageraciones pero sin ingenuidades. Y después, con el norte en
el Ideal a lograr, sin volver la cabeza para no quedar convertidos
en
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Fundaci\363n Speiro
estatuas de sal, establecer seriamente qué podemos hacer, cuándo y
cómo. El estudio y la reflexión, nunca suficienteménte profundos, para
saber
excictamente qué
queremos, pero lt.i voluntad férrea dé actuar
y el convecimiento firme de que su p/asmaci6n en la realidad es el
mejor homenaje que podemos ofrecer a nuestras ideas. No
ama más
ai
Ideal el que
más lo acaricia en su pensamiento, sino el que más
'se sacrifica por él, el que hace de sU vida, de su tiempo. y de su di"
nero, donación generosa a su servicio, el que, por qué no dec_irlo en
los tiempos que corren, acepta t!e antemano ver su día truncada en
flor
entrl!gada ·por la
Causa.
Trabajar intesamente; poniendo en
juego los
mejores de nuestros
talentos,
realizar planes
a corto
plazo, pero
también a
medio _y largo,
cosechar triunfos
_y derrotas y de ambos sacar lecciones, abrir con in
teligencia el círculo a los que hoy no piensan como yo pero mañana
pueden
luchar a mi lado, saber que en las guerras hay también que
ceder provisionalmente algunas posiciones para· hacerse
fuerte en
otras,
elegir en tanto sea posible el terreno y
las armas a emplear, luchar
sin descanso
y prever al tiempo el relevo, combatir con moral ·de vic~
toria,
como
quien milita en una Causa que sabe al fin triunfante, ago
tar
la paciencia buscando la unidad . . . he ahí las consignas para la
reconquista.
Y como San Fernando, sentirse cruzados en los éxitos y en los
fracaros, sabiendo
que como decía Santa Juana de Arco, cuya fiesta
también hoy conmemoramos, los guerreros lucharán, pero sólo Dios
dará la victoria. Y que el mejor triunfo del cristiano -¡no había de
ser el
discípulo más que su maestro!- es la Cruz de Cristo, escándalo
para
los judfos y necedad para los romanos.
Y termino. Hubo si~los en lós que, como ahora, todo parecía per
dido para la cristiandad, pero en los que al final, gracias a los sacri
ficios, a las oraciones y a la denodada acción de una minoría de co
razón ardiente,
Dios quiso compadecerse de ellos, por su fidelidad, y
darle el triunfo a
los que luchaban por Su Causa.
Nuestro sig"fo tiene mucho de semejanza con aqµellos tiempos caó
ticos. Aunque
ahora, a diferencia de entonces, se ha olvidado el infi
nito valor de
la oración, aunada al sacrifico y a la acci6n.
Tenemos
mucho que aprender de San Fernando. Acerquémonos a
él. Imitemos su ejemplo.
Y par.a algunos de vOS1Jtros, que aentís el peso de los años cansan
do
vuestros cuerpos, que habeís entregado una_ Jarga vida a · za Causa
y
aún seguís
cada mañana
despertando con
nuevo ímpetu
y renovada
fidelidad, y para otros de nosotros, más jóvenes, que alentados por
vuestro ejemplo estamos dispuestos a entregar nuetras vidas con ansias
de nuevas gestas y deseos de heroísmo, pidamos a Dios Nuestro Señor
ser siempre como San Fernando soldados suyos, y que algún día, por
su intercesión, la muerte
nos sorprenda a nosotros como sorprendió
al santo rey: soñando con nuevas conquistas para Cristo.
Muchas gracias;
DISCURSO DE FRANCISCO JOSE FERNANDEZ
DE
LA
C:CGOJllA
Una vez más, esta ya tradición de_ honrar a nuestro patrón San Fer
nando nos convoca a esta cena. El que .os habla, que cree haber asistido
815
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