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Número 199-200

Serie XX

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La encíclica Laborem exercens en la tradición de la doctrina social católica

LA ENCICLICA LAB()REM E)(ERCENS
EN LA TRADICION DE U DOCTRINA SOCIAL
CATOLICA
POR
JUAN V ALLBT DB GoYTISOLO
Juan Pablo II, en su tercera encíclica, LábMNnJ exemm¡, prosi·
gue la
tradici6n en la enseñanza de sus ilustres predecesores de la
doctrina
social católica:

«Este documento
~dice en su último pá­
r;af
o antes de

datarlo-, que habla
preparado para
que fuese pu·
blicado el día 15

de
mayo pasado, en ocasi6n del noventa aniversa·
rio de
la enciclica Rernm no11ar11m, he podido revisarlo dc;-linitiva:
mente sólo después de mi permanencia en el hospital».
La tradición, que no ha podido romper el atentado, . no sólo se
remonta a estos últimos noventa años. El Papa actual reflexiona
spbre ella y la prosigue --«en conexión orgánica con . tales. ense­
ñanzas e iniciativas»--; pero, además, la mllestra nó como algo in·
novado por Le6n XIII, sino como nn recoger las aguas de una tra­
dición

mucho más antigua, sempiterna, que «tiene
su fuente
en la
Sagrada Escritura,
comenzando por

el libro del Génesis,
y, en par·
ticular,

en el Evangelio y en los escritos apostólicos».
l. Ahora, cuando tantos teó'ogos conducen la teologla a una
sociología
mitica y acaban

por perderse en utopías, Pablo JI hace
lo contrario. Ilumina
la sociología con la luz de la teología, toma­
da

de su fuente genuina, la Revelación. Para algunos puede resultar
asombroso, pero es sencillamente cierto, que la realidad de las
co­
sas y sus

problemas más actuales quedan mejor esclarecidos con esta
luz que con aquellos estudios
sociológi<:os que

se autocalifican de
cientllicos pero que son deformantes de la
realidad. Lo

son en
cuan­
to

pierden los limites del hombre entero
y no lo contemplan, cuer-
1Cl97
Fundaci\363n Speiro

JUAN VALLET DE GOYTISOLO
po y alma, desde el origen hasta el destino final que sólo la Reve­
lación puede
mostrarnos en su plenitud.
Esta preocupación por recuperar a cada hombre concreto
ple­
namente

considerado, la viene mostrando incansablemente Juan Pa­
blo II desde su primera salutación de Navidad, y a través de sus
anteriores encíclicas, Redemptor hominis y Dives et misericordia, en
sus continuas enseñanzas, en su catequesis semanal de los miérco­
les, en sus viajes ...
Estamos en un momento histórico en que el hombre, en abstrac­
to

y en su
dimensión social,

se autoprodama constructor del mun­
do, en
el deveuir ineluctable de la historia. Como su único y ver­
dadero demiurgo, después de haber decretado la muerte del Dios­
de-eu-lo-alto, definitivamente suplantado por la «Humanidad»,
lle­
gada

a su Punto Omega, confundida con el Dios-de-en-adelante.
Juan Pablo II toma al hombre concreto
y le muestra su entera
dimeusión personal, singular
en todos y cada uno, su verdadera
dignidad de hijo de Dios, llamado a colaborar con la obra de su
Creador de
hmchir y someter la tierra, en un encargo a la vez uni­
versal e individual. Es universal,
pues . «abarca a todos los hombres,
a cada generación, a cada fase del desarrollo económico
y cultural y,
a '" vez, es un proceso que actúa en cada hombre, en cada sujeto
humano consciente» : «Todos
y cada uno, en una justa medida y en
un número incalculable de formas, toman parte en este incalcula­
ble proceso, mediante el cual el hombre
"somete la

tierra con su
trabajo"» (4,
in fine).
Pero no hay ,11brogación del hombre en eA lugar de Dios. No
hay
delegación en blanco, abdkativ" a una Human.idad colectiviza­
da
«en marcha», sino un
en,df"go individualizado a todos y cada
uno-de los hombres para que, juntos, solidarittmente, actuemos como
causas segundas de Ja causa primera, Dios creador y señor del cie­
lo
y de la tierra, que «ha estfJblerido desde el comienzo» «un or­
den» (

n. 7), en el cual
-según palabras de Cristo que nos refiere
San Juan, 5, 17-: fuerza creadora,
sostenien
la existencia al mundo que ha lla·
mado de la nada al ser, y obra con la fnerza salvífica de los
co­
razones de los hombres, a quienes ha destinado desde el principio
1098
Fundaci\363n Speiro

LA ENCICLICA «LABOREM EXERCENS»
al 1·'descanso", en unión consigo mismo, en 1
'1la casa del Padre"».
Por eso, ese orden y ese fin requieren que el hombre vaya «convir­
tiéndose, cada
vez más,
en
fo'· que por voluntad divina tiene que
ser»; participando así
«a la g!oria de
Dios» ( n.
25).
Para

ello hay que guardar. el
«orden social del lrabdjo, que
permitirá al hombre ''hacerse más hombre" en el trabajo y no de­
gradarse a causa del trabajo, perjudicando no sólo sus fuerzas físi­
cas (lo cual, al menos hasta cierto punto, es inevitable),
sino, sobre
todo,

menoscabando su propia dignidad y subjetividad» (n.
9).
2. El trabajo, en esa perspectiva enfocada desde el principio,
según las
palabras de Dios en el Génesis: muestran, en esa finali­
dad inmediata de someter la tierra, un aspecto objetivo y otro sub­
jetivo que la encíclica
refiere con

gran claridad.
En el primero, aparecen: el resultado, es decir, el desarrollo y
el medio, o sea, la técnica, «conjunto de in.rtrumentoJ de los que el
hombre se vale en su trabajo». Pero, si bien ésta es «aliada del tra­
bajo», creada por el cerebro humano «que facilita», «perfecciona»,
«multiplica» el trabajo
y «fomenta el aumento de la cantidad de
productos del trabajo
y perfecciona incluso la calidad de muchos
de ellos», ocurre que si nuestro hacer se desvía del orden
trazado
por la causa primera, la técnica «puede transformarse de aliada en
adversaria del
hombw>, frustrándole
«toda satisfacción personal
y el
estímulo de la creatividad y responsabilidad», hurtando «el puesto
de. trabajo a muchos», y, eo suma, «mediante la exaltación de la
máquina reduce al hombre a ser su esclavo» ( n.
5).
El

enfoque subjetivo da primacía al sujeto del trabajo sobre
sus medios y resultados; es decir, al hombre, «ser subjetivo
capaz
de

obrar de manera programada
y racional, capaz de decidir acerca
de sí
y que tiene que realizarse a si mismo». Todos nacemos niños
llamados a desarrollarnos, no sálo física e intelectualmente, sino tam­
bién moral y espiritualmente, y a ello nos ayuda, formándonos, nues­
tro trabajo. Esa dimensión trabajo es
la primordial y «condiciona»
su misma
«e1encia étka»: «el hombre está destinado y llamado al
trabajo; pero, ante todo, el trabajo
"está en

función del hombre"
y no el hombre ~en función dél trabajo"» (n. 6).
1099
Fundaci\363n Speiro

JUAN VALLET DE GOYTISOLO
«Si el proceso mismo de ''someter la tierra",, es decir, el trabajo
bajo el aspecto de la técnica, está marcado a .lo largo de la historia
y; especialmente en los últimos

siglos; por
un desarrollo
inconmen­
surable de los medios de producción,
entonces éste

es un
fenómeno
ventajoso

y positivo, a. condición de que la dimensión objetiva del
trabajo no prevalezca sobre la
dimensión subjetiva,

quitando al hom­
bre o disminuyendo su dignidad
y sns derechos inalienables» (n. 10,
in fine).
3. Con sólo un golpe de vista rápido sobre el texto de la
Laborem exer,ens y· con afán de resumir!Q, no faltará quien diga
que es anti-capitalista, anti-liberal,
anti-marxista, anti-materialista.
Sin

embargo, esas expresiones, son inadecuadas porque esta encícli­
ca. no es anti, no .. es condenatoria, ni es_ negativa. Es afirmativ~:
enseña, amplia, profundiza y eleva la perspectiva que muestra y ex­
plica, señalando sus
valQtes y
su justo orden .
. Los que son
anti porque carecen de esa perspectiva plena y, por
ello, contradicen de un modo u otro ese «justo orden de los valo­
res>> son el capitalismo; el marxismo, el liberalismo, el economismo,
la temocracia y, en general, todo materialismo.
El riesgo de la degradación del hombre como s11jet(J del trab,.jo
proviene de esa falta de enfoque, que no corri jen las «nuevas for­
mas de neocapitalismo y de colectivismo», ni los nuevos «s'.stem3.$
ideológicos o de poder, así como nuevas relaciones surgidas a dife­
rentes niveles

de la convivencia humana» que
«han dejado perd11r~
inj11stidas
flagrantes o· han prov(Jcddo otras n11evas» ( n. 8).
El camino es otro, el de la ·solidaridad (n. 8). Palabra contra­
puesta
a colectivización; pues no parte de la colectividad sino de
la persona, de todas y cada una. No del poder, que colectiviza los
individuos
y a todas sus propiedades
personales (aptitudes)
y ma­
teriales
(n. 8).
Confirmada

la «dimensión
personal del
trabajo
humano», que
permite al hombre «hacerse más hombre», sigue en el orden de va­
lores el «fundamento sobre el que se forma la
vida familiar, la
cual es un derecho natural
y una vocación del hombre». De ah! los
significados
del traba jo para
«la vida y manutención de la familia»
1100
Fundaci\363n Speiro

./4.-,ENCICUCA «LABOREM EXERCENS»
y para realizar «los fines de la familia misma; especialmente .la edu­
cación» (

n. 10).
En un tercer ámbito aparece la nación,
gran sociedad de fami­
lias «a la que pertenece el hombre en basé a particulares vínculos
culturales e históricos»: la «gran "educadora" de cada hombre»
y
«gran encarnación histórica y social del trabajo de todas las gene­
raciones», pues facilita que el hombre «entienda también su trabajo
como incremento del bien común elaborado conjuntamente con sus
compatriotas, dándose cuenta de que por este camino el trabajo sirve
para multiplicar

el patrimonio de toda
la familia humana, de to­
dos los hombres que viven en el mundo» (n. 10).
4.
De ahí dimana que el
trabajo no puede ser reducido
a «una mercancía sui gen-eris», ni a una anónima. «fuerza» ·necesa­
ria para la producción y, menos aún, el hombre a «un instrumento
de
producción» (n. 7). También dimana la prioridad del «trabajo
hiJmtJnÓ, totalmente positivo y creativo~ ed11cativo y meritorio» y
fundamento de todas las valoraciones (n. 11), «frente al ''capital",
que, siendo el conjunto de los medios de producción, es sólo un
instr11merilo o la causa instrumental» (n. 12).
Lá claridad.

es meridiana, diáfana. Pero muchos no comprenden
que la claridad tiene
la virtud

de mostrar la realidad en toda la am­
plitud, profundidad
y altura que podemos abarcar; y pretenden re­
ducirla a una
sola idea

simple, tanto más simple cuanto más lo sea
la formación o deformación mental del
· receptor.
Asi, algunas mentes matemáticas, puramente cuantitativas, sin
alcances cualitativos, parten de la ·premisa cierta de que el trabajo
no

es mercancía para concluir que no puede ·remunerársele debida­
mente con salario;
y, de su participación en la producción dedu­
cen que todos los trabajadores han de ser condueños ( no analógica,
sino jurídicamente) de la empresa productiva y cogestores o elec­
tores de su dirección, en
lugat de participar cada

cual en su sitio
y en su medida adecuadas. O, bien, del destino común a todos los
hombres del uso
y provecho de todos los bienes de esta tierra, otras
mentes simplistas han deducido que es preciso colectivizarlos, su­
perando la propiedad privada de los medios de producción. A estas
1101
Fundaci\363n Speiro

JUAN VALLET DE GOYTISOW
mentalidades, la claridad, en lugar de permitirles ver en todas sus
direcciones, se les aglutina en un solo reflejo puramente
mental que
les

deslumbra como un pedazo de espejo roto puesto a la
1112 del
sol,

deslumbra al ojo que le mira fijamente.
Personificando
y oponiendo dialécticamente el «mundo del ca­
pitah> y el «mundo del trabajo» se ha llegado también, ideológica­
mente, a resultados totalmente erróneos. ·
Juan Pablo II muestra la falacia de ese planteamiento:
«Rste
conflicto,
interpretado por algunos como un
conflicto so­
cio-económico con carácter de clase, ha encontrado su expresión
en el conflicto ideológico entre el liberalismo, enrendido como ideo­
logía del capitalismo
y, el marxismo, entendido como ideologia del
socialismo científico
y del comunismo, que pretende intervenir como
portav02 de la clase obrera, de todo el proletario mundial. De este
modo, el conflicto real que
existia entre
el mundo del trabajo
y el
mundo del capital, se ha transformado
en la lucha programada de
clases, llevada con métodos no sólo ideológicos, sino, incluso, y ante
todo, políticos ... ». «El programa marxista, basado en la filosofía de
Marx y de Engels, ve en la lucha de clases la única via para elimi­
nar las injusticias de clase existentes en la sociedad, y las clases mis­
mas. La realización de este programa antepone la
·•colectiviZtlt'iófl"
de los medírJs de producdón, a fin de que, a través del traspaso de
estos medios de los privados. a
la colectividad, el trabajo humano
quede preservado
.de la

explotación».
« ... Los
grupos inspirados por la ideologia marxista, como par­
tidos políticos, tienden; en función del principio de
la dictadura
del

proletariado
y ejerciendo influjos de distinto tipo, comprendida
Lt presión revolucionaria, al monopo./io del poder en cadd una de
las sociedades, para introducir en ellas, mediante la supresión de
la propiedad privada de los medios de producción, el sisterua co­
lectivista.
Según los principales ideólogos y dirigentes de ese am­
plio
movimiento intemacional,

el objetivo de ese programa de ac­
ci6n es el de realizar la revolución social e introducir en todo
el
mundo el socialismo, y, en definitiva, el sistema comunista» (n. 11).
Pero, una vez puesba la- cuestión en la claridad, ·aparece otra:
1102
Fundaci\363n Speiro

LA BNCICUCA «LABOREM BXBRCBNS•
«Ante todo, a la luz de esta verdad, se ve claramente que no se
puede
separar el
capital del trabajo, y que de ningún modo se pue­
de contraponer el trabajo al capital ni el
capital al

trabajo, ni
me­
nos

aún ( como se dirá más adelante)
los hombres concretos que
están
detrás de estos conceptos, los unos a los otros» .... «Si en el
proceso del trabajo se descubre alguna dependencia, ésta es la de­
pendencia del Dador de todos los recursos de la creación, y es, a
su vez, la dependencia de los demás hombres, a cuyo trabajo y a
cuyas iniciativas debemos las ya perfeccionadas y ampliadas posibi­
lidades de nuestro trabajo. De todo esto que en el proceso de pro­
ducción constituye un conjW1to de "cosas'.', de los. instrumentos,
del capital, podemos solamente afirmar que condiciona el trabajo
del hombre; no podemos, en cambio,
afir¡:nar que dio constituya
casi

el ''sujeto" anónimo
que hace dependiente al hombre y su
trabajo».
»La ruptura de esta im«gen coherente. ha tenMa l11gttt; en la
mente h«m bación en la vida práctica. Se ha realizado de modo tal que el tra­
bajo ha sido separado del capital y contrapuesto al capital, y el ca­
pital contrapuesto al trabajo, casi como dos fuerzas anónimas, dos factores de producción colocados juntos en la misma perspectiva
11economística". En tal planteamiento del problema había un error
fundamental, que se puede llamar el error del econ·omism'O, si se
considera

el trabajo humano exclusivamente según su finalidad
eco­
nómica.

Se puede también y se debe llamar ese error fundamenta!
del pensamiento un
error del mdlerialifmo, en cuanto que el eco­
nomismo incluye, directa o indirectamente, la convicción de la pri·
macía y de la superioridad de lo que es material, mientras, por otra
parte,
el economista sitúa lo que es espiritual y personal (la acción
del hombre, los valores morales
y similares), directa o indirecta­
mente, en una posición subordinada a la realidad materiab> ( n. 13).
, .

El tema de la propiedad, en
especia!c de
los medios de pro­
ducción, que el
marxismo pretende

confundir y subsumir en el ca­
pitali:smo, es claramente deslindado en la
!Aborem exercens.
La Iglesia «se aparta radicalmente del programa del colectivismo,
1103
Fundaci\363n Speiro

JUAN VALLET DE GOYTISOLO
proclamado por el marxismo y realizado en diversos países del mun­
do en los decenios siguientes a
la época de la encíclica de León XIII.
Tal principio se diferencia, al mismo tiempo, del programa del
capitalismo practicado por el liberalismo y por los sistemas políticos
que se
refieren• a él. En este segundo caso, la diferencia consiste en
el
modo de entender
el derecho

mismo de propiedad.
La tradición
cristiana no · ha sostenido nunca este derecho como absoluto e into­
cable. Al contrario, siempre lo ha entendido en el contexto más
amplio del derecho común de todos a usar los bienes de la entera
creación:
el derecho a la propiedad privada como subordinado al
derecho· al uso común, al destino universal de los bienes.
»Además, la propiedad
según la enseñanza de la Iglesia, nunca
se ha entendido de modo que pneda constituir un motivo de con­
traste social en el trabajo ...
». «El considerarlos aisladamente como
un conjunto de propiedades separadas con el
fin de
contraponerlos
en
la forma del "capital" al "trabajo", y más aún realizada explo­
tación
del trabajo,
es· contrario

a
la naturaleza misma ·de estos :m,:,,
dios y de su posesión. Estos •no pueden ser poseídos contra el .·trd,.
ba¡o, no pueden ser ni siquiera poseídos para poseer, porque el únis
co título legítimo para
ru posesión -y esto ya sea en la forma de
la propiedad privada, ya sea en la
.de la propiedad póblica o colec­
tiva-
es que sirvan al trabajo; consiguientemente que, ·sirviendó
al trabajo,
hagan posible la realización del primer principio de aquél
orden,

que es el destino
universal de
los bienes y el derecho a su
uso común.

Desde ese
punto de vista, pues, en consideración ·del
trabajo humano
y del acceso común a los bienes destinados al hom'
bre, tampoco ·conviene excluir la -.rociedización en las condiciones
oportunas, de ciertos medios de produccióo. En el espacio de los de­
cenios que nos separan de la publicación de la encíclica
Rerum no'
varum,
la enseñanza de la Iglesia siempre ha recordado todos estos
principios refiriéndose a los argumentos formulados en la
tradición
mucho

más antigua, por ejemplo, los conocidos argumentos de la
Summa theologiae de Santo· Tomás de Aquino».
El tema de las
puls valias, tan toscamente tratado por Marx, es
mostrado

con
.mayor -pers¡,ectiva: «si

es verdad que el capital, al
igual que el con junto de
los medios

de
prodúcción, constituye
a su
1104
Fundaci\363n Speiro

LA ENCICUCA «LABORBM EXERCENS»
vez el producto del trabajo de generaciones, entonces no es menos
verdad que ese capital se crea incesantemente gracias al trabajo
lle­
vado

a cabo con la ayuda de ese mismo conjunto
de medios
de pro­
ducción, que aparecen como un gran lugar de trabajo en
el que, día
a
-dia, pone

su empeño la presente generación de trabajadores.
Se
trata aquí, obviamente, de las distintas clases de trabajo, no sólo
del trabajo manual, sino también del múltiple trabajo intelectual, desde el de planificación al de dirección» (n.
14).
La posición del «rlgido» capitalismo, cuyo dogmatismo la en­
cíclica considera «inaceptable», «debe · -dice-ser sometida · con­
tinuamente a
revisión con
vistas a una reforma bajo
el aspecto de
los derechos del hombre, entendidos en el sentido más
amplio·; y
en conexión a su trabajo» (n. 14), -derecho íntimamente unido al
deber,
pnes el trabajo es «una o'bligarión», «un deber del hombre>>,
(n. 16)-. Pero, < tiples
y tan deseadas reformas no pueden llevarse a cabo
mediante
la eliminación aprioristica de
la propiedad privada de los medios de
producción.
En efecto, hay que tener presente que la simple subs­
tracción de esos medios de producción (el capital) de las manos de
sus propietarios

privados, no es suficiente
para localizarlos de modo
satisfactorio.
Los medios de prodncción dejan de ser propiedad de
un determinado grupo social, o sea, de
propietarios privados
,
para
pasar

a ser propiedad de la sociedad organizada, quedando
sometidos
a

la administración
y al control directo de otro grupo de per_sonas,
es decir, de aquellas que, aunque no
rengan su
propiedad por
más
que ejerzan el poder dentro de _la ·sociedad, diiponen de ellos a es0
cala de la entera economía nacional, o bien de la economía local».
Y este grupo dirigente también puede cumplir mal su cometido
«reivindicando para

si, al mismo tiempo,
el monopolio de la ad­
ministración
y disposición de los medios de producción, y no dando
marcha atrás

ni siquiera ante
la ofensa a los derechos fundamenta­
les del

hombre. Asi, pues, el mero paso de los medios de produc­
ción a propiedad del Estado, dentro del sistema colectivista, no equi­
vale, ciertamente,

a la
"socialización" de
esta propiedad. Se puede
hablar de socialización únicamente
cuando quede asegurada la s!!l?­
jetividad
de

la sociedad,
es decir, ruando toda

persona, basándose
1105
Fundaci\363n Speiro

/VAN V ALLET JJE GOYTISOLO
en su propio trabajo, tenga pleno título a considerarse al mismo
tiempo ''copropietario" de esa especie de gran taller de trabajo en
el que se compromete con todos. Un camino para conseguir esa meta
podría ser la de asociar, en cuanto
sea posible,

el trabajo a la pro­
piedad del capital
y dar vida a una rica gama de cuerpos intermedios
con finalidades económicas, sociales, culturales: cuerpos que gocen de una autonomía más efectiva
respecto a

los poderes públicos, que
persigan sus

objetivos específicos manteniendo relaciones de cola­
boraciqn leal y mutua, con subordinación a las exigencias del bien
común
y que ofrezcan formas y naturaleza de. comunidades vivas ;
es decir, que los miembros respectivos sean considerados y tratados
como personas y sean estimulados a tomar parte activa en la vida
de dichas comunidades» (n. 14). Queda, pues, claro, que
para la doctrina social de la Iglesia,
desde Juan XXIII,
sociallzadón no significa es1<11ificdci6,r, Juan Pa­
blo II literalmente reitera la contraposición de
ambas expresiones y
la nO compatibilidad de soria/.iZtll:ión co.n un sistema colectivúta. Si
Juan XXIII, en Mater el magistra (I, 18), entendió socialización
«como un progresivo multiplicarse de las relaciones de conviven~
cia, con diversas formas de vida y de actividad asociada y como
institucionalización jurídica», y Paulo VI, en la Octogésima ad­
vensif,
como coh,sión del cuerpo !(JCÍ,;/ que rechaza todo lotalita­
rism(J estatal, Juan Pablo II, en LabQrem exercens, la viene a resu­
mir con la palabra
solidaridad, que implica «una rica gama de cuer­
pos intermedios» que «gocen de una autonomía efectiva respecto
a los poderes públicos», «manteniendo relaciones de colaboración
leal
y mutua».
6.
La licitud de la propiedad privada de los medios de pro­
ducción va íntimamente ligada con
el problema del empleo y de Ja
justa remuneración del trabajador, de su salario
y demás prestacio­
nes sociales, que vienen a ser su modo de
participar en el US(J co­
•-Je lo, bienes.
Así dice la encíclica que ~da justicia de ·un. .sistema socio-econó­
mico
y, en todo caso, su justo funcionamiento merecen, en defini­
tiva, ser valorados según el modo como se remunera justamente el
1106
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LA ENCICUCA «LABOREM EXERCENS»
trabajo humano dentro de tal sistema. A este respecto volvemos de
nuevo al primer principio de todo el ordenamiento ético-social : el
principio del uso común de los bienes. En todo sistema que no ten­
ga en cuenta las relaciones fundamentales existentes entre el capi­
tal y el trabajo, el salario, es decir,
la remuneración del trabttjo,
sigue siendo una via concreta a través de la cual la gran mayoría
de los
hombres puede

acceder a los bienes que están destinados al
uso común: tanto los bienes de la naturaleza como los-que son
fruto de la producción. Los unos y los otros se hacen accesibles al
hombre del trabajo gracias al salario que recibe como remuneración
por su trabajo. De aquí que, precisamente, el salario justo se con­
vierto en todo caso en la verificación cont:rel'a de la justicia de todo
el sistema socio-económico y, de todos modos, de su justo funcio­
namiento. No es esta la única verificación, pero es particularmente
importante y es, en cierto sentido, la verificación-clave» (n. 19).
Pero, en
ese punto

de los derechos-deberes en orden al tra­
bajo, la encíclica no sólo insiste en la necesidad de una colaboración
internacional (n. 18), apuntada en la Populorum progressio, sino
que enriquece la perspectiva con la distinción entre empresario «di­
recto» e

«indirecto». A éste lo define ampliamente, indicando que
en su concepto «entran tanto las personas como las insituciones de
diverso tipo, así como también los contratos colectivos de trabajo
y los principios de comportamiento, establecidos por estas personas
e instituciones, que determinan todo el sistemt,1 socio-económico o
que derivan de él. El concepto de empresario indirecto implica así
muchos
y variados elementos. La responsabilidad del empresario in­
directo es distinta de la del empresario directo, como lo indica la
misma palabra: la responsabilidad es menos directa, pero sigue
siendo verdadera responsabilidad; el empresario indirecto determi­
na sustancialmente uno u otro aspecto de la relación de trabajo
y
condiciona de este modo el comportamiento del empresario directo
cuando este último determina concretamente el contrato
y las rela­
ciones laborales. Esta constatación no tiene
como finalidad la de
eximir a

este último de su propia responsabilidad, sino únicamente
la de llamar la atención sobre todo el entramado de condicionamien­
tos que influyen en su comportamiento. Cuando se trata de deter-
1107
Fundaci\363n Speiro

JUAN VALLllT DE GOYTISOLO
minar 1111" polític" /aborlli cON'ecl" desde el .punto de vistt, ético
hay que tener presentes todos estos condicionamientos ... ».
El concepto de empresario indirecto se puede aplicar a toda so­
ciedad y, en primer Jugar, al Estado. En efecto, es el Estado el que
debe
realizar una politica laboral justa. No obstante, es sabido que
dentro del sistema actual de relaciones económicas en el mundo,
se dan entre fos Estddos múltiples conexiones qne tienen su expre­
sión, por ejemplo, en los procesos de importación
y exportación, es
decir, en el intercambio recíproco de los bienes económicos:, ya sean
materias primas o a medio elaborar o bien productos industriales
elaborados. Estas relaciones crean, a su vez, dependencias recípro­
cas y, consiguientemente, sería difícil hablar de plena autosuficien­
cia, es decir, de autarquía, por lo _ que se refiere a cualquier Estado,
aunque sea el más poderoso en sentido económico» (n. 17).
El

problema del paro es enfocado desde esta perspectiva:
«Para salir al
paso del

peligro del desempleo, para asegurar em­
pleo a todos, las instancias que han sido definidas aquí como
"em'
presario

indirecto'" deben
proveer a
una
plarrifict1eión global, con
referencia a

esa disponibilidad de
trabajo diferenciado,

donde se
forma
la vida no sólo económica, sino también cultural de una de­
terminada sociedad; deben prestar atención, además, a
la organiza­
ción correcta
y racional de tal disponibilidad de trabajo. Esta soli­
citud global

carga, en definitiva, sobre las espaldas del Estado, pero
no puede significar
una centralización llevada

a cabo unilateral­
mente por los poderes públicos.
Se trata, en cambio, de una coordi­
nt1eión, justa y racional, en cuyo marco debe ·ser gárantizdd" la ini­
ciativa de las personas, de los grupos libres, de los centros y com­
plejos locales de trabajo, teniendo en cuenta Jo que se ha dicho an­ teriormente acerca del
carkter subjetivo

del trabajo humano.
»El hecho

de la recíproca dependencia de las sociedades
y Es­
tados,
y la necesidad de colaborar en diversos sectores requieren
que, manteniendo los derechos soberanos de todos
y cada uno en
el campo de la planificación
y de la organización del trabajo den­
tro de la propia sociedad, se actúe
al mismo tiempo en este sector
importante, en el marco de la
colaboración internacional mediante
los necesarios tratados
y acuerdos» (n. 18).
1108
Fundaci\363n Speiro

LA ENCICUCA «LABORJJM EXERCENS•
7. La relación trabajo-familia, anteriormente mostrada como bá­
sica, la encíclica la vuelve a contemplar
en el tema del salario y de
las prestaciones sociales
y en lo referente al trabajo de la mujer.
«La experiencia confirma que

hay que
esforzan,e por

la
revalo­
rización ,ocia/ d~ la, funcione, materna,,
de la fatiga unida a ellas
y de la neoesidad que tienen los hijos de cuidado, de amor y de
afecto para poderse desarrollar como personas responsables, moral
y religiosamente maduras y psicológicamente equilibradas. Será un
honor para la sociedad hacer posible a la madre -sin obstaculizar su libertad, sin discriminación psicológica o práctica, sin dejarle en
inferioridad ante sus compañeras-- dedicarse al
cuidado y

a la edu­
cación de los hijos, según las necesidades diferenciadas de la edad.
El abandono obligado de tales tareas, por una ganancia retribuida fuera de casa, es incorrecto desde el
punto de

vista del bien de la
sociedad y de la familia cuando contradice o
hace difícil tales come­
ti,dos primarios de la misión materna>>.
Reconoce y advierte: «Es un hecho que en muchas sociedades
las mujeres trabajan en casi todos los sectores
de'"'fa vida.
Pero es
conveniente que ellas puedan desarrollar plenamente sus funciones
,egrín ,11 propia índole, sin discriminaciones y sin exclusión de los
empleos para los que están capacitadas, pero sin, al mismo tiempo,
perjudicar sus aspiraciones
familiares y

el papel específico que les
compete para contribuir al bien de la sociedad junto con el hombre.
La verdttd<1ra ¡,,,,,,,,,ción de la mu¡er exige que el trabajo se estruc•
ture

de manera que no deba
pagar" su
promoción con
el abandono
del carácter específico propio y
en perjuicio

de la familia en la que,
como
madre, tiene un papel

insustituible» (n. 19).
8. La nueva encíclica no podía menos que hablar de los sin­
dicatos,
y lo hace precisando varios puntos de la doctrina social ca­
tólica en esta importante cuestión.
Veamos algunos
de los
más in­
teresantes principios y aplicaciones que recuerda:
-«La doctrina social católica no considera que los sindicatos
constituyan únicamente el reflejo de la
estructura de
"clase" de la
sociedad y que sean el exponente de la lucha de clase que gobierna
inevitablemente la vida social. Si,
son 11n exponente de la l11cha P"'
1109
Fundaci\363n Speiro

/UAN V ALLEI' DE GOYTISOLO
la ¡,nti jo según

las· distintas profesiones. Sin embargo, esta
"lucha" debe
ser vista como una dedicación normal i•en favor" del justo bien:
en este caso, por el bien que corresponde a las necesidades y a los
méritos de los hombres del trabajo asociados por profesiones; pero
izo e.s una lucha ''rontrd,, los demás» ... «El trabajo tiene como ca­
racterística propia que, antes que nada, une a los hombres y en esto
consiste su fuerza social: la
fuerza de

construir una comunidad. En
definitiva, en esta comunidad
deben unirse,

de algún modo, tanto
los que trabajan como los que disponen de los medios de produc•
dón o son sus propietarios».
-«Los justos esfuerzos por asegurar los derechos de los tra­
bajadores, unidos por la misma profesión, deben tener siempre en
cuenta las limitaciones que impone la situación económica general
del
país. Las exigencias sindicales no pueden transformarse en una
especie de
"egoíJmo" de grupo-o de clase, por más que puedan y
deban tender también a corregir -<:on miras al bien común de toda
la sociedad- incluso todo lo que es
defectuoso en
el sistema de
propiedad de los medios de producción o en el modo de adminis­
trarlos o de disponer de ellos. La vida social
y económico-Social es
ciertamente como un sistema de ''vasos comunicantes", y a este sis­
tema debe también adaptarse toda actividad social que tenga como
finalidad salvaguardar los derechos de los grupos particulares». - «En este sentido la actividad de los sindicatos entra indu·
dablemente en el campo de la
''polltird', entendida ésta como una
prudente Joliritud por el bien común. Pero, al mismo tiempo, el
cometido de los sindicatos no es "hacer política" en el sentido que
se da hoy comúnmente a esta expresión. Los sindicatos no tienen
carácter de ~partidos políticos" que luchan por el poder y no de­
berían ni siquiera ser sometidos a las decisiones de los partidos
po­
líticos o tener vínculos demasiado estrechos con ellos».
La huelga, principal instrumento de lucha de
los sindicatos.­
también es

abordada
y con matizaciones precisas: «E.ste es un mé­
todo reconocido por la doctrina social católica como legítimo
en las
debidas

condiciones
y en los justos límites». Ahora bien: «Admi­
tiendo

que la huelga sigue siendo, en cierto sentido, un medio
e,:>
1110
Fundaci\363n Speiro

LA ENCICLICA «LABOREM EXERCENS»
tremo. No se puede abusar de él; no se puede abusar de él espe­
cialmente

en función de los
"juegos políticos".
Por lo demás, no
se puede olvidar que cuando se trata de servicios esenciales para la
convivencia civH, éstos han de asegurarse en todo caso mediante
medidas legales apropiadas si es necesario. El abuso de la huelga
puede conducir · a la paralización de toda la vida socioeconómica, y
esto es contrario a
las exigencias del bien común de la sociedad, que
corresponde también a la
naturaleza bien

entendida del trabajo
mismo» ( n. 20).
9. La encíclica continúa tratando cuestiones actuales, canden­
tes:
la dignidad del trabajo agrícola ( n. 21) ; las personas minus­
válidas
y el trabajo (n. 22); los problemas dimanantes de la emi­
gración por razones de trabajo ( n. 23) y concluye penetrando en la
espiritualización del trabajo (V, nn. 24 a 27).
El sentido cristiano del trabajo
parte de
que
éste es siempre
«una acción personal, act111 personas»,' y, de ahí, «sigue necesaria­
mente que en él participa el hombre cumpleto, su cuerpq y su es­
pírit11,, independientemente del hecho de que sea un trabajo ma­
nual o intelectual. Al hombre entero se dirige también
la Palabra
del Dios vivo,
el mensaje evangélico de la salvación, en el que en,.
contramos muchos contenidos -como luces particulares---dedicados
al trabajo
humano». Pero,
«hace falta
el esfuerzo
interior del espi­
ritu humano, guiado por
la fe, la esperanza. y la caridad, con eL fu:¡_
de dar al trabajo del hombre concreto, con la aynda de estos con­
tenidos, aquel
significad,, que el trabajo tiene arúe los ojos de Dios,
y mediante el cual entra en la obra de la salvación al igual que sus
tramas y componentes ordinarios, que son, al mismo tiempo, par­
ticularmente importantes». A ese fin, «la formación de una espi­
ri11«Jidad
del trabajo, que ayude a todos los hombres a acercarse a
través de él a Dios, Creador y Redentor, a participar en sus planes
salvificos respecto al hombre
y al mundo, y a profundizar en sus
vidas
la amistad con Cristo, asumiendo mediante la fe una viva par·
ticipación en su triple misión de Sacerdote, Profeta·
y Rey ... » ( n. ~.
«El
sudor y la fatiga, que el trabajo necesariamente lleva en la
condición actual de la humanidad, ofrecen al cristiano y a cada hom-
1111
Fundaci\363n Speiro

JUAN VALLBT DE GOYTISOW
bre,. que ha sido llamado a seguir a Cristo, la p ticipar en el amor la obra que Cristo ha venido
a realizar
... ».
«En el trabajo, merced a la luz que penetra dentro de nosotros
por, la

resurección de Cristo, encontrarnos
siempi:e un tenue resplán­
Jor
de la vida nueva, del n11evo bien, casi como un anuncio de los
''nuevos cielos y otra tierra nueva", los cuales, precisamente me­
diante la fatiga del trabajo, son participados por el hombre y ]'9_r
el mundo. A través del cansancio y jamás sin el. Esto confirma,
por una parte, lo indispensable de la cruz en la espiritualidad del
trabajo humano; pero, por
otra parte,
se descubre en esta
cruz y
fatiga, un bien nuevo que comienza con el mismo trabajo: con el
trabajo entendido en profundidad y bajo todos los _aspectos, y ja,
más
sin

él» ( n.
27).
Sería un grave error querer reducir la encíclica Laborem. exer~
cen, _ al campo jurídico. Su perspectiva plena es más elevada, muy
superior
y abarca en un haz todos los planos y, de ellos, el j1,1tídico
ocupa el último lugar. La espiritualidad, el amor, no se imponen;
se predican, se enseñan con
el ejemplo, con el contagio generoso.
Por el contrario,. la colectivización trata
ele imponerse desde el po,
der;

mientras
la verdadera socialiiación sólo se alcanza por la so,
Iidaridad.
El bien común, en su .plena perspectiva, requiere esa libre so­
lidaridad personal
a través de los cuerpos sociales naturales y de las
asociaciones voluntarias. Pero no olvidemos que, como ya, Donoso
Cortés advirtió: cuanto mayor autodominio interior menos represión
exterior bará falta; pero, también, viceversa, ésta será tant1> más
necesaria cuanto rnás falte aquélla.
La Iglesia señala el camin1> de la espiri~izaci6n, del amor,
de la solidaridad; no del odio, de la lucha de clases, de la opresión
inherente a

la
colectivización impuesta
por el poder
más fuerte.
Va
del hombre a las estructuras, no al contrario. Parte de los consejos
evangé1icos, que

dejan de ser consejos y evangélicos en
cuanto se
imponen por la fuerza. San Francisco de Asís, San Pedro Claver,
San Vicente Paúl son ejemplos luminosos para el clero, tentado hoy
por
el temporalisrno ...
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