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Número 199-200

Serie XX

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El epistolario de Capograssi

. EL EPISTOLARIO DE CAPOGRASSI (*)
"POR
ALVARO. n'OB.s
Catedrático de Derecho Romano de la Facultad de Derecho de la Universidad
de Navarra.
l. Debemos al solicitó cuidado del ilustre profesor Gabrio Lom­
bardi la publicación de este singular· epistolario del conocido filó­
sofo del derecho Capograssi (**) con su prometida Giulia Ravaglía,
entre los
años 1918 y 1924 (término causado por el matrimonio entre
ambos). Es decir, no la correspondencia recíproca, sino
tan sólo las
cartas de Capograssi, aunque en ellas re refleje algo de la persona­
lidad de su novia. Pero la singularidad de esta correspondencia es
que consta de cartas diarias,
y por eso suman hasta 1.951, a las que
se añaden, como apéndice, otras 20 ( no completas) posteriores
al
matrimonio. La distribu.ci6n de esta numerosa serie, o-rdenada cro­
nológicamente a lo largo de los tres volúmenes, es la siguiente : ._,.<>:­
lumen I, 1-398 (1918 y 1919); · volumen 11, 399-1.151 (1920 y
1921) y volumen III, 1.152-1.951 (1922-1924). Capograssi, que mu­
rió en Roma en 1956, había nacido en 1889, de suerte
qúe en esa
época tenla de 30 a 3 5 años, y Giulia era tan sólo tres años más
joven

que
él.
Como es comprensible, no se trata de una fastidiosa correspon-
(*) Capograssi~ Giuseppe: Pensieri a Gi11Jia, 3 vols. (oa· .+ 4,3;
:x, + 792, x1 + 882 págs.), a cura di Gabrio Lombardi (Giuffre, Milaoo,
1978-1981).
(**) El pensamiento de Capograssi ha sido dado a conocer en Espafia
principalmente por la monografía de Jesús _Ballesteros: La filoso/la ;11rJJira
Je Giuseppe. Ca.pograssi (Cuaderrios del Instituto Jurídico Español, 23, Roma.
Madrid, 1973);·,-on un prólogo d"e José·Corts Gráu. · · · -
UH
Fundaci\363n Speiro

ALV AR.O D'ORS
dencia de enamorados ya maduros, sino más propiamente de un dia­
rio, aunque, esto sí, de carácter afectivo, en el que Capograssi va
registrando todos sus sentimientos religiosos e incidencias vitales,
impresiones de lecturas
y de acontecimientos, nostalgias y espe­
ranzas, para confiarlos a su paciente prometida.
Resulta, así

la
cró­
nica

de un,
alma, y de un alma muy sensible, aunque sea la de un
intelectual de calidad, en el
ambiente italiano
de los años inmedia­
tamente posteriores a
la Guerra Europea. En este sentido, es, a la
vez que una obra de cierto valor literario, un testimoio:. interesante
para la historia de la época a que -se refiere este epistolario.
2. Se trataba,
pues, de

una pareja ya madura; él, un intelec­
tual; pero todavía no-universitario,
sino empleado

en
una modesta
oficina de un consorcio hidráulico, y ella una mújer' serena e in­
teligente ( como puede apreciarse también en -la fotografía incluida
en el vol.
1), que trabajaba en una función auxiliar de la misma
oficina; una mujer,. paciente· frente al retraso del matrimonio espe:,
rado, que obsequiaba a su consorte con el periódico regalo de li­
bros, y, esto es importante, que contribuyó con su fe _y su sereni­
dad· a consolidarle en la religión.
Lo, prolongado de este noviazgo se debió a que la madre de
Capograssi,

que
vivía con _ su
marido
en Sulmoru,., estaba énferma,
y su hijo se trasladaba frecuentemente a
su lado,
hasta que
ella
murió; el padre viudo se trasladó entonces al domicilio romano de
su hijo
ya casado, pero no ,3in volver frecuentemente al hogar de
Su!mona, acompañado ahora por su
nuera. As!, muchas

cartas de
Capograssi
están escritas

desde
'Sulmona, con
una evocación
cons'
tante

de la triste casa paterna y la
angustfa de
la enfermedad ma­
terna; pero

lo
más singular es que incluso cuando
Capograssi se
hallaba en Roma, y vela a Giulia, incluso después de
haberse visto
en· la

misma oficina en la que también_ ella
trabajaba, no
dejaba
de
escribirle una carta; y los días que él se trasladaba a Sulmona, jun­
to a sus padres, llegaba a_
escribirle hasta
tres
cartas, en
el mismo
día; una, la
ordinaria matinal -al volver de la Misa • que asistía
diariamentec-; otr•, -

antes
, de

tomar el tren, para que le llegara
al día siguiente,
y una tercera, a su llegada a Sulmona, para que
1154
Fundaci\363n Speiro

EL EPISTOLARIO DE CAPOGRASSI
le llegara. a los dos días, y no se intemunpieta así la regular re­
cepción de una carta· diaria. Estas circunstancias personales no de­
jan

de resultar
algo melancólicas, pero la altura del pensamiento,
la
sinceridad de

su religiosidad "-tras cierta
crisis de
creencia en
su
juventud-y la belle2a del estilo, a pesar del tono algo reiterati­
vo, compensan esa
mediocridad de
la situación
personal y hacen
interesante este epistolario.
3.
La labor de Gabrio Lombardi, como editor de estas cartas,
demuestra

su
gran devoción
al maestro,
y el admirable celo por apor­
tar todos los datos necesarios para la recta inteligencia del texto,
no sólo en las precisas notas, sino en las introducciones de cada
uno de los volúmenes. Son muy pocos los. puntos en los que el
lector se queda sin la aclaracióo necesaria,
y esto se debe sin duda a
la
imposibilidad

de
aclarar la

referencia,
Peto qnizás el

mayor
mé­
rito del diligente editor ha estado en la confección del riquísimo
índice alfabético (vol. III,
págs. 708-882), en el que se registran
analíticamente
las ideas, cosas

y fuentes de
este l!u:go epistolario.
Gracias a este utilísimo índice, el lector puede encontrar fácilmente los lugares en que se refleja el pensamiento de
Capograssi o

sus
reacciones ante acontecimientos, .situaciones naturales o sociales. en.
fin, ante los múltiples aspectos de la vida y del tiempo en que él
vivió.
Nos podríamos lijar, por ejemplo, en su sensibilidad por los
cambios climatológicos y de las estaciones, sobre su piedad maria­
na.,
sobre su

antipatía por los viajes y
las estaciones ferroviarias,
su

atención a
las golondrinas,
su admiración por
San Agustín y San
Francisco de Asís,
y por algunos pensadores determinados, su sen­
tido de la libertad
y del orden, su amor a los promotores de la uni­
dad italiana, etc. Pero, para no alargar excesivamente nuestro co·
mentario, voy a detenerme tan sólo en dos consideraciones espe­
ciales:

sobre la polltica
y sobre su actitud ante la Universidad Ca­
tólica de Milán.
4. Causa cierta
perplejidad que
a
lo largo de esta correspon­
dencia, que
se extiende

desde el
final de

la Guerra Europea
hasta
1155
Fundaci\363n Speiro

ALVARO D'OR.S
el segundo aniversario del fascismo en Italia (-1919·f944), la rtl!'
lidad política esté muy

poco presente en la
temática de las epísto­
las cotidianas, en las que, en cambio, se reflejan con cierta reguÍa­
ridad todos los intereses
y preocupaciónes· del autor. Y hablamos
de

los dos hechos -Ja·guerra
europea y
el fascismo--, porque es evi­
dente. que el fascismo italiano, lo
misnjé> que, aún más claramente, el
nazismo
en Alemania, fue una consecuencia
qe aquella guerra. Esta
supuso la ruina del parlamentarismo, ruina definitiva, hasta el pun­
to de que en la democracia que resultó triúnfante en 1945, tras la
guerra mundial, ya no se intentó hacer
revivir los
ideales del
par•
lamentarismo,

definitivamente
fenecido, La obra muy conocida de
Car] &hmitt · sobre la· situación histórico-espiritual del parlamenta­
rismo actual

(1923, segunda
ed. de 1926), que es contemporántl!
de

este
epistolario (

aunque Capograssi no mencione a ese autor),
viene a señalar históricamente la fecha de defunción
~ el sen­
tido más literal, de haber cumplido
ya su función histórica- del
parlamentarismo.

As!, el mismo Capograssi no. deja de criticar du­
ramente la
situación política

de Italia, que no
· acababa
de
despren,
derse de la

ganga del parlamentarismo (así, en núm. 350, del
16
de noviembre de

1919) :
«la pelea electoral que perturba la calma
y

la
plena paz

somnolienta· de la
provincia ...

, formidable y sa•
tánico desorden ... ,
monstruosa mezcla de

pasiones, de gélidos e
hi­
pócritas egoísmos ... , gigantesco hervor de egoísmos que la lucha
electoral
agita
de manera satánica»;· años más tarde ( en
·qúm. f.363,
del
27 de· julio de

1922}: «esta confusa
y absnrda vida política ita·
liana ... , el parlamentarismo, -siempre una gran cosa, una gran idea~
se ha reducido a ser ahora acogido por los peores elementos que el
país
posee.;.; y en el número 1.365, pocos meses antes del golpe
fascista, . desea «la dispersión violenta de esté puñado de indignos
que se han arrogado el tremendo
privilegio de gobernar

el
país».
Pero de la

guerra
europea babia
poco Capograssi; en un
mo­
mento en
que

todavía
estaban vivos y humeantes los vestigios de la
contienda. A pesar de sus
25 años, él no fue militarizado, y pcll:
eso no tiene recuerdos vivos de esa experiencia vital, sino sólo las
lamentaciones tópicas matizadas por · cierta· germanofobia. En el nú­
mero 356 (del

22
de noviembre de 1919), ún rechazo del aspecto
1156
Fundaci\363n Speiro

EL BPISTOLARJO DE. CAPOGKASSI
inhw¡,ano de la guerra, .«En esta: espantosa ruina de toda una ci­
vilización podemos ver qué ha sido la guerra: un formidable pro,
!ogo

de
la ruina de toda civilización contemporánea, un preludio
que han
entonado los
grandes cañones a la difusión
formidable de
la catástrofe de una historia secular»; poco después ( núm. 508, del
15 de abril de 1920), «tras los caballos de von Kluck ... , tras la
fuga francesa, venia verdaderamente todo el cataclismo de la civi­ lización ... ». Esto no impide, que en el
discurso sobre

política agra·
ria que él escribió para que
lo pronunciara un candidato del Par­
tido Popular en
la i:ampafia electoral de noviembre de 1919, le hi­
ciera

hablar de esa guerra con cierto énfasis patriótico (vol. I,
pá,
gina

398):
«he tenido la fortuna de participar en la gran empresa
que
una victoria tan profunda ha coronado ... , he visto a la vez el
admirable valor que el pueblo ha demostrado en la trinchera y en
la
batalla, al abatir con el ímpetu de · su alma heroica al ejército
enemigo, etc.».
El 25 de octubre de 1922 tiene lugar el triunfo fascista: la fa.
mosa «Marcha sobre Roma». Capograssi no oculta cierta esperanza
de que

el nuevo régimen traiga la salvación a Italia, como ocurría
con otros intelectuales, conscientes de la grave postración política
de Italia en aquellos años.
A los pocos días del acontecimiento
(núm. 1.36o, del 30 de octubre de 1922), Capograssi habla
.de
cómo la revolución de Mussolini prueba que. Italia tiene todavía «ca•
pacidad

de ideales
y de reconstrncción», al canalizar ese movimiento
«toda una inmensa
masa de fuerzas qué andaban ·errantes, y que
no se sabía c6mo iban a desembocar». «Un momento de enttisias'"'
roo», como dirá él mismo (núm. 1.838, un año después), cuando
sus

esperanzas podían considerarse
ya· frustradas; momento al que
signe un

displicente distanciamiento de
la «falsa dictadura» ( nú­
mero
1.688,

del 3 de junio
dé 1923)
de Mussolini. El intelectual
anti-político se delata en su deseo de evitar el ruido de las
mani•
festaciones

populares. Ya, cinco días después de
la «Marcha» (nú­
mero

1.465), se
congrafula Capograssi

de que la Ilnvia haya quitado
entusiasmo a· una manifestación fascista, y cuando el 23 de agosto
de 1923 · Mussolini hace su visita oficial· a Sulmoria, donde está
Capográssl por
los ·mencionados uiotifos · familiares, éste

no acude
1157
Fundaci\363n Speiro

ALVARO D'ORS .
a la recepción porque... era la hora de la siesta .( núm. l. 772). En
efecto, Capograssi censura a Mussolini por creerse éste superior a
todos y no «reconocer»
a nadie

(núm. 1.602, del
13 de
marzo de
1923 ), en lo que se puede traslucir
el resentimiento

del intelec­
tual, reducido a mero espectador de los acontecimientos políticos.
Al cumplirse el primer decenio del fascismo
-el llamado
«año
santo»-, se ofreció, a· los italianos no inscritos en el partido desde
antes del triunfo, la posibilidad de hacerlo. Capograssi acepta el
ofrecimiento· porque le
era necesaria
la tarjeta del partido para
po­
der obtener una cátedra universitaria. Como «Apéndice 0> publica
el editor de este epistolario una carta de un amigo de Capograssi
escrita el 9 de noviembre de
1932, en

la
que se

expone las
razones
que

aconsejan no
:lriantenetse permanentemente fuera de la corrien­
te política dominante, con
la esperanza, como siempre ocurre en
estos
casos, de poder inlluir ·desde dentro

en un movimiento
qué
contaba

entonces con un apoyo popular innegable.
En realidad,
Mnssolini había convertido en
nna nación · digna aquella que

se
hallaba postrada

por el parlamentarismo. Este amigo reconoce que,
en
comparación con

otros regímenes de la Enropa actual, el nuevo
de Italia da resultados
«menos negativos, sirviendo

para imponer,
al ni.enos aparentemente, un cierto orden o, al menos, para· impe­
dir un mayor y más manifiesto desorden». «¿Por qué hemos de ser
tan distintos de la mayor/a y por qué debernos considerarnos de
alg6n modo

diferentes
y creernos mejores?» -le dice su · amigo-.
Esta

era también la
reacción natural eri un intelectual, a pesar de
su
discrepáncia con

el nuevo régimen, y muy natural
en· un
inte­
lectual que

deseaba acceder a la universidad, y no podía lograrlo
sin esa

concesión a la
realidad de las cosas.
También
aquí tocamos eri la experiencia personal de Capograssi
lo que es la servidumbre esencial del intelectual. Uria servidumbre
que puede
ier causa
de amargura si no se acepta como natural del
mismo
oficio de autoridad, y no de potestad, que incumbe al inté­
lectual. Es verdad que la autoridad

es
saber socialmente
recono­
cido
y, CJ.ue, sf no" cuenta con: ese reconocimiento, se reduce a puro
saber
ae ciencia, que

puede tener una autoridad muy limitada,
por
ejemplo,

dentro del círculo
de los
rnismos intelectuales, o de
algu"
1158
Fundaci\363n Speiro

BL EPISTOLARJO DE CAPOGRASSI
nos especialistas incluso. Pero el afán del reconocimiento social
que el intelectual puede sentir para
· ser
propiamente persona de
autoridad, puede convertirse fácilmente, sobre todo en momentos
·-incluso detnoetáticos-en

que la potestad se
cierra sobre
sí mis­
ma, en una tentación de participar én el poder establecido, es de­
cir, en la potestad. Sólo el intelectual que está dispuesto a renun­
ciar incluso a la autoridad, es decir, al reconocimiento social de su
saber, puede superar sin

amargura la privación de todo poder.
Y
nada más infeliz que la tentación de acceder a la potestad, pues,
siendo el intelectual, de suyo, una persona sin fuerza,
· cuaodo
as­
pira a tenerla suele ansiarla coo una desmedida concupiscencia, y
suele abusar de ella si acaso llega a conseguirla. Ordinariamente, no
se da este exceso en un verdadero intelectual, pero siempre resulta
dificil superar una cierta amargura que causa el no alcanzar la auto­
ridad que el
saber por sí

mismo tiendé a lograr.
5. Entra también en el intelectúalismo de un Capogtassi lo que
pudiera parecer una contradicción ideológica, porque, aunque el in­
telectual tiende siempre a la
congruencia, no

hay que olvidar que
esta
congrueocia puede

depeoder de una personal construcción,
.de
un

propio montaje ideológico, en
el que la propia experiencia pue­
de
haber influido poderosamente
y dar un resultado aparentemente
. contradictorio. En efecto, en el caso de Capográssi, nos encontra­
mos

con
un· profundo
sentimiento religioso, pues logró superar, én
algún
momento, las

dudas en
la fe: una cooversión, pues, aunque
las conversiones
no solÍ siempre

iguales
y · no producen siempre
los
mismos

efectos.
Porque las

conversiones que son principalmen­
te morales

afectan más
profundamente a

lo hondo de la persona­
lidad
y pueden tener efectos más radicales, en taoto que en las con­
versiones
puraínénte intelectuales, aunque vayao acompañadas de

cier­
to cambio sentimental, como
oéurre con· Capogtassi, puede

darse
una Supervivencia armonizada de antiguos elementos más congruen­
tes qui:iá con los principios declatadainente superados por la con­
versión.
·Asr se explica que ·su fervoroso catolicismo iesulte en -él com­
patible i:on cierto apego a la ideología liberal de que Se habla nutii-
1159
Fundaci\363n Speiro

ALVARO D'ORS
do en su juventud, y !¡asta de cierto. filantropismo que podría sor­
prender menos en alguno de sus contemporáneos
franc-mas6nicos.
Así, por ejemplo, cuando dice en su carta 1.362 ( del 26 de julio
de 1922) que «es indiscutible que los dos grandes movimientos
cristianos de la historia
moderna han

sido la Revolución francesa
y
el Risorgimento italiano», dos revoluciones que fueron, evidente­
mente, de inspiración masónica. Es más, a pesar de su -natural pa­
cifismo, Capograssi parece justificar la violencia de aquella prime­
ra revolllción : .«con su violencia, con la sangre que derramó, con
la crueldad que demostró, con la violencia inhumana que desarro­
lló en todos sus momentos, restituyó a las cosas su verdadero valor
y su verdadera
posición». Incluso

puede detectarse esta misma
de­
bilidad,

que sin duda se debía al filantropismo
masónico domi­
nante,

su elogio (núm.
1.249; del
7 de
marzo de
1922) de
la
«piccola pieta» de Edmundo de Amicis en su conocido libro Cuure,
en el que Dios brilla por su ausencia; pero esta ausencia parece
justificarla él por la consideración de que es un libro que no pre­
snpone, en sus lectores, aquella
madurez humana
que las personas
sólo- pueden alcanzar más tarde en el curso de su .vida, «cuando
lleguen a ver la vida verdadera, las miserias que la misericordia»
-esa
· misericordia

puramente humana de la «pequefia piedad» de
Cuore,-«no puede sanar y mitigar, las miserias atroces de las que
sólo puede salvar la omnipotente
luz de

Dios y de su misericor­
dia
infinita». Esto; a

pesar de reconocer el naufragio de «todos los
intentos de una moral independiente y "laica"» (carta 1.190). O, todavía, cuando aplaude la nueva Fiesta del Trabajo impuesta por
los marxistas (carta 1.274,
·del 1

de mayo de 1922), a la
vez que
incide
en

el tópico, que
hoy podemos· ver como muy anticuado, de
que el trabajo es una condená por el Pecado Original, que
apartó
al

hombre del «verdadero trabajo,
·de aquel
trabajo que era su
vida», a partir de lo cual se enreda su pensamiento en un
laberin­
to

difícil de aclarar, y del
que sale cotl un recurso a
la «verdadera
vida», como aquella libertad
que ·hace al hombre capaz· «de

ser,
a
· su· modo, un poeta también él». Conviene recordar que en ese mo­
mento la Fiesta del 1.2 de Mayo era sólo civil, aunque; conio 'decía
.el comentario de la: Civilta cattolica que recoge Lombardi eu su
(1160
Fundaci\363n Speiro

EL EPISTOLARJO DE CAPOGRASSI
nota del volumen III, página 109, «también los obreros católicos»
se

unieron
gustosos, «cristianizándola».
6. Nos vamos

a detener ahora en
la relación de Capograssi
con la Universidad del «Sacro Cuore», de Milán.
En agosto de 1921
Capograssi
parecía haber aceptado,

en principio, una cátedra en
la
nueva universidad; al menos, el padre Gemelli le agradece la acep·
tación,
y en diciembre de ese mismo año Capograssi, hombre poco
amigo
de viajar, acude a
Milán para asistir a la inauguración del
curso. Sin embargo,
la idea no llegó a realizarse, segón dirá en la
carta I.625 ( del 1 de abril de 1923) ;
«parecía que la cosa se
podía realizar ... , luego, no
hubo nada». La decisión era difícil para
una persona quizá de naturaleza . irresoluta como la suya: «cosa
grave e importante»
-dice (núm. 976, del 16 de julio de 1921}­
«encontrarse ante una decisión grave
y notable de la que depende
toda una actitud ante la
vida y las cosas ... , un momento en el que
el hombre querría tener entero
y pleno conocimiento de las cosas
y de las situaciones». Así, aunque la decisión, en un primer mo­
mento, fue positiva, quedó luego revocada. No sabemos qué moti­
vos concretos impidieron que Caprograssi -mucho antes de obte­
.ner un.a cátedra en una universidad estatal, pues. no fue -«ternato»
( aunque como tercero) en un «concorso» hasta 1932, y no fue ca­
tedrático hasta
1933- ocupara la

cátedra que se le ofrecía en Mi­
lán; pero sí
_tenemos datos

suficientes
para pensar que, desde el
primer momento, él tenía
uha cierta reserva displicente frente a la
iniciativa del padre Gemelli,
y, quizá, por no haber tenido en ésta la
esperada intervención,
y, desde luego, por cierta actitud de exigen­
cia intelectual excesivamente idealista e incompatible con
el nece­
sario pragmatismo vital de una iniciativa de ese tipo.
Ya en una carta
de julio de 1921 (núm. 974), dice Capograssi
que la idea de esa universidad «no nació de él, ni de nadie, sino de
la mente de aquel querido y bendito señor ("caro e pietoso uomo":
el padre Gemelli), al escuchar a una señorita "de alli arriba" (pro­
bablemente
la señorita Barelli de Milán)». No dejaba de ver en ésta
por él inesperada iniciativa universitaria «u.na indicación misteriosa
y maravllosa de la Providencia, una de aquellas vías que la Pro-
1161
Fundaci\363n Speiro

ALVARO D'ORS
videncia abre cuando los espíritus afligidos Je piden una solución a este problema arduo
y terrible de la . vida», pero, humanamente,
tal

inicio Je
parecía una ligere2a, y hasta llega a hablar de la falta
de cultura
y de luces de su fundador, «que sólo suplen la buena
voluntad
y la fe» (núm. 1.827, de 1923), a pesar de que acabará
por reconocer que esa universidad «se va enriqueciendo poco a
poco
con personalidades importantes : se va poco a poco enriqueciendo
de voluntad
y de inteligencias que creo podrán llevarla a la altura
del adjetivo que lleva ("católica")
y del gran símbolo ("Sagrado
Corazón") bajo

el que nació».
La
misma idea

de buscar en
el Catolicismo la unidad de las
ciencias le
parece interesante,

pero
ingenua. En un artículo que pu­
blicará en
1927, en la Rivista Intemaziontde di flilosofia del Diritto
(ahora en Opere, VI, págs. 140 y sig.), dice que ese intento de
síntesis superadora «es un problema terrible e implica toda la cues­
tión de
la cultura moderna», pues, «¡qué difícil es concebir y esta­
blecer de manera viva
y plena el nexo y la armonía entre estos su­
periores principios religiosos ( del Catolicismo)
y los particulares ór­
denes de
conocimi"'1to, de

modo que, desenvolviéndose éstos con sus
propios criterios
intrínsecos, queden

dominados
y penetrados por
aquellos principios!».
E.., pues, típica la actitud de Capograssi frente
a
aquella universidad:
«sí, pero ... ». De ahí una constante suscep­
tibilidad

ante la actividad del padre Gemelli
y su universidad, que
empe2ó por

llamarse «Istituto di Studi Superiori Giuseppe
Tonio­
Io».

«Tienen dos defectos fundamentales: -dice
Capograssi el 27
de octubre de 1922 (núm. 1.457)-falta de cultura y voluntad
de querer hacerlo todo,
y creencia de que todo consiste en hacer y
no en hacerlo bien... Forman un círculo cerrado, que es un círculo
mágico: quien entra en este círculo queda santificado,
y por eso
quien está en ese círculo queda liberado de las exigencias de la
ciencia, de la cultura, del pensamiento, de la seriedad, de la pre­ paración, de la paciencia de construir que tiene, en cambio,
cual­
quier

otro mortal, si quiere entrar en el mundo de la cultura».
En cambio, no creo que se refiera también a los de la Universidad
del
«Sácro Cuore»
cuando habla de
«secta clerical»
en su carta
1.457
( del 27 de octubre de 1922), sino a la democracia «cristiana» del
1162
Fundaci\363n Speiro

EL EPISTOLARIO DE CAPOGR/4SSI
«Partido Popolare», como vuelve a ocurrir en su carta 1.365, y en
la del 28 de
octubre de

1922, el
día de

la Marcha de Mussolini
sobre Roma (núm. 1.458).
Esta actitud crítica podría parecer dictada por un alto sentido
de responsabilidad
intelecnal, pero

deja traslucir
un deje
de amar­
gura. del que se considera, en cierto modo, postergado u olvidado.
De ahí, una como cicatera actitud de rechazo constante de cuanto
en aquella universidad se hace. Así, por ejemplo, cuando todavía
no se había decidido a ir a Milán, la
lamentaci6n por el hecho de
que de aquella universidad haya salido un informe favorable al
«Proyecto Ferri» de un nuevo Código penal ( núm. 1.404, del 4 de
septiembre de 1922), o por la publicación por la misma universi­
dad de un libro de Olgiati sobre Santo Tomás ( «Vita
e Pensiero»,
1923), un libro divulgativo, que censura como «una vulgaridad sin
nombre una vulgaridad sin
igual ...

, un ensayo de bachillerato, un
ensayo de preparatorio de la escuela de magisterio» (núm.
1.695,
del

10 de junio de 1923) -¡como si no tuviera sentido divulgar el
pensamiento tomista!-, con desprecio de «aquella gente de allí
arriba (Milán) ... , aquélla gente que cree haber hecho todo sólo
por haber hecho algo». Una «superioridad»
in6.til, ésta

del intelectual que se escandali­
za de la acción ajena no tan perfecta como él la desearía, pero de la
que él
mismo seria incapaz. Porque

es evidente que Capograssi ja­
más hubiera podido poner en
marcha una universidad. Es más, su
mismo «currículum» universitario no es ni mu.cho menos brillante,
ni siquiera normal, pues accedió tardíamente a la cátedra, como he­
mos dicho, pero no lo hizo desde la misma universidad, desde una
escuela
científica, sino

desde su nostálgica soledad de autodidacto.
Por eso mismo, tal «superioridad», por él vivamente sentida, tam­
poco podía servir en función de consejo. Y así se prueba, en mi
opinión, con
la lectura de su informe, dirigido al padre Gamelli
el 30
de marzo de 1923 (vol. III,
pág. 687,
apéndice B), sobre el
papel de la Filosofía del Derecho en la nueva Universidad del «Sa­
cro
Cuore».
En

un
primer momento
se habla pensado colocar esta
enseñanza
en

la Facultad de Filosofía y no
en la
de
Derecho, pero
luego se
Fundaci\363n Speiro

ALVARO D'ORS
rectificó, y se dejó como materia optativa en esta última facultad,
que, en
la Universidad Católica de Milán, queda convenientemen­
te separada de otra Facultad de Ciencias Sociales. Capograssi
alaba
esta «justa» separación; también .cree que no debe faltar esa asig­
natura

en
la Facultad jurídica, pero cree que su «vero posto» está
en
la Facultad filosófica, desde donde «deberla ejercer su dominio
sobre
la Facultad de Jurisprudencia».
En
mi opinión, ésta es la ilusión propia de un filósofo no-ju­
rista. La Filooofía del Derecho puede ser una visión filosófica del
Derecho, pero nunca deja de ser
«Detecho», a
diferencia de lo que
ocurre con la Historia del Derecho, que es propiamente «Historia»,
aunque
referida a datos más o menos
jurldicoo. Es
verdad que
exis­
ten

ciertos
principio,; superiores
al Derecho positivo, pero
esto< prin­
cipios

no son
propiamente filosóficos, sino

que se
extraen de
la
misma ciencia

jurídica
y siempre son relativos, pues lo más esencial
de
las «leyes»

es el presuponer siempre excepciones, en tanto,
para
los

filósofos, las
excepciones Són claudicaciones y no confirmaciones
de la ley. Por otro lado, hay leyes naturales (también con sus ex­
cepciones

divinas),
pero la verdad es que el derecho humano no se
funda en-, o deriva de ese derecho natural, sino que éste, lo mis­
mo que el antiguo fas romano, funciona: como limite que no debe
ser transgredido por las disposiciones humanas; as!, por ejemplo,
el contrato de trabajo no deriva del tercer mandamiento, que es
«natural» del

Decálogo, sino que
la reglamentación positiva del
trabajo
debe tenerlo en consideración como límite, siempre con. sus
excepciones;
ni el derecho matrimonial se funda en el principio
natural

(por ser
pre-social) de
la indisolnbilidad, sino que
éste debe
ser

respetado por él, siempre con
excepciones (privilegio,; Paulino
y Petrino). As!, pues, el planteamiento de Capograssi muestra que
su mentalidad no era propiamente la de un jurista, sino la de un
pensador no-especializado.
Quizá un indicio de su distanciamiento
de
la genuina formación jurídica puede detectarse en la carta nú­
mero

1.402, donde, a propósito de
la belle2a del paisaje de la
cu.enea del Viterbo, alaba ingenuamente a «esos acérrimos romanos,
que eran gente tan clarividente en todo, que establecieron en el Di­
gesto

toda una
serie de
normas para impedir que en sus ciudades
,1164
Fundaci\363n Speiro

EL EPISTOLARIO DE CAPOGRASSI
los ciudadanos, con una ediftcación mala y desordenada, privara a
todos

de la vista de las montañas», siendo así que en el Digesto
no hay
ni un

sólo lugar sobre este
temá del prospe,t11s monlillm j
error

que Lombardi ( vol. III, pág. 222 n)
explica ingeniosamente
c6mo

pudo producirse.
7.
La experiencia de un Caprograssi frente a la «empresa» del
padre Gemelli nos
ofrece la
evidencia de c6mo las exigencias de un
intelectual puro pueden resultar inútiles, cuando no
aniquilantes,
para

la
«edificaci6n de
una obra universiaria».
Es verdad que la
universidad sirve

a unos fines principalmente intelectuales, pero,
considerada en sí misma, una universidad no es una obra intelec~
tual. De ahí que .Jos intelectuales pueden, eventualmente, contribuir
a formar y mantener una universidad, pero siempre en funci6n de
servicio, y no co.ino promotores,
fund3.dorCS, organizadores

, gober­
nantes, etc: Si, en algún momento, los intelectuales , como profeso­
res, pueden aparecer en funciones de gobierno universitario, ello se
debe a que es poco lo que hay que gobernar, pero, tan pronto como
la gesti6n de gobierno se amplía
y complica, resulta manifiesta la
incapacidad de gobierno de los puramente intelectuales. Como decía
en cierta
ocasión Rafael

Gibert, Jo
más importante que debe hacer
un rector universitario es el discurso inaugural de su rectorado. Y
es verdad, pero esto es así siempre que exista otro 6rgano -tradi­
cionalmente,

el
«Canci1ler»-que
se encargue del gobierno efec­
tivo de aquella
universidad, de

sus obras, de
su disciplina y de la
administración de su patrimonio.
La 'universidad del ~;· fundada por el padre Ge'.
melli, sólo pudo existir gracias a.J temperamento no puramente in­
telectual de éste. El tiempo ha venido a confirmar el acierto de su
gesti6n, incluso con realizaciones
p6stumas, como

la de la Facultad
de Medicina,
que él

siempre anheló pero no llegó a
ver,· y hoy ha
tenido una
especial actualidad por

la asistencia que ha prestado al
Sumo Pontífice
Juan Pablo II tras el satánico atentado de que fué
objeto

en 1981. Los reparos de
un intelectuaí, y sin experiencia aca­
démica entonces, como los de Capograssi, resultan hoy insigoifican­
tes y casi penosos.
1165
Fundaci\363n Speiro

ALVARO D'ORS
Esto no quiere decir, sin embargo, que la idea de universidad que
tuvo
y supo realizar el padre Gemelli sea la mejor, incluso la me­
jor

en su
género. Quizá
su defecto fundamental está en la preten­
sión
de ser «católica». No se trata propiamente de la confesionali­
dad
corporativa, que es, no sólo lícita, sino incluso obligada en este
género de universidades promovidas por
la Iglesia, sino en la pre­
tensión
de

presentar una
enseñanza oficialmente

católica: en nombre
de la Iglesia. Porque una cosa es que los que enseñan en
una uni­
versidad reconoz.can ser consecuentemente católicos y vivan así la ver­
dad en su misma actividad académica y científica, y otra muy dis­
tinta el pretender que su enseñanza pertenece. al magisterio de la
Iglesia. En
el fondo, se trata de un error clerical. En efecto, el clero
no puede tener, como tal, otro magisterio más que el de la misma
Iglesia, en
la medida en que la Jerarquía le conceda tal función de
magisterio, pero un magisterio secular,
por muy inspirado que esté
en las verdades de la Iglesia, nunca es un magisterio
«de>> la
Igle­
sia,
y el pretenderlo constituye «clericalismo».,
8. En el fondo, este error del magisterio «clericalista» en
. que
pueden

incurrir las universidades promovidas
por la Iglesia para
la enseñanza de
las ciencias seculares y la formación de los profe­
sionales ordinarios que la sociedad civil requiere, proviene de la peripecia histórica del
«derc». Desde la Edad Media, en la medida
en que sólo los clérigos de
la Iglesia

se
hallaban en condiciones de
ejercer una actividad intelectual, contrapuesta
a la
laboral de los
artesanos
y la militar de los nobles, el verdadero «clericta» y el inte­
lectual venían a identificarse; de ahl que, cuando, en virtud de un
proceso histórico de
secularización, los

intelectuales dejaron de ser
necesariamente «clérigos» de la Iglesia, se siguiera, sin
embargo,
hablando

de ellos como tales:
«clercs», hasta

que aquel mismo giro
secularizador llegó a enfrentar al intelectual y al clérigo, En este
ambiente,
propio del mundo que nos tocó vivir, el intelectual no
sólo ha dejado de ser
un clérigo,

sino
que pretende
ser un «anti­
clérigo». Con ello se ha producido una doble reacción perniciosa:
por un lado, los intelectuales a los que su fe no permitía ser anti­
clérigos se organizaron
para ejercer

un magistero «católico»,
1166
Fundaci\363n Speiro

BL BPISTOLARJO DB CAPOGRASSI
y tendieron a equipararse a los clérigos de la Iglesia -y este
es el clericalismo del que hablamos, muy propio del momento
inicial de la puesta en marcha de «universidades católicas»--;
por
otro lado, los clérigos que querían ejercer un magisterio propiamen­
te intelectual, abominaron de su propia condición clerical : no sólo se desvistieron de sus atributos clericales
más sensibles, sino que
entraron en contradicción con
la verdad

a la que debían servir como
ministros, y se convirtieron en profundamente anti-clericales, sin que­
rer renunciar muchas veces a su propia condición ministerial, aun­
que no quisieran ser consecuentes con el!a. De este modo, el abuso
clericalista
por parte de los laicos provocó el nuevo anti-clericalismo
por

parte de los clérigos.
Capograssi, aunque de una manera confusa, detectaba los ries­
gos de las
uuiversidades oficialmente

«católicas», pero no
llegó a
ver,

pues murió antes del Concilio Vaticano 11, ese otro anti-cleri­
calismo, que fue como una abusiva secuela de ese momento histórico de la Iglesia que él no llegó a vivir.
9. Libro, pues, misceláneo, este de Capograssi, aunque tam­
biéa reiterativo

e incluso,
si se quiere, monótono en su estilo, un
estilo libre, aunque
ligeramente ampuloso
del que no corrige Jo
escrito
«a vnela pluma>> (hasta

el extremo de que algunas veces los
transcriptores no entendieron su
grafía) :

se
diría, alterando
la
ex­
presión

bíblica,
«la pluma

del que habla velozmente»; pero un es­
tilo de gran riqueza de vocabulario y rico en imágenes poéticas, de
sensibilidad e incluso de
perspicacia.
Una

bibliotecaria que hubiera de catalogar estos
tres gruesos
volúmenes de
Pensieri a Gh,lia sentirla cierta perplejidad para su
ubicación. Ciertamente, Giuseppe Capograssi
es· un

autor conocido,
y sus obras completas figuran entre las de Filosofía del Derecho,
concepto, por lo demás amplio, en el que caben muchos libros he­ terogéneos. No
es que

la forma
epistolar y la personalidad de la
destinataria impidan una consideración de la obra
como científica,
pero
es el

contenido lo que excede evidentemente del ámbito de
la
Filosofía del Derecho. AJ hojellr los prólogos, donde, después de
los

índices, una bibliotecaria
puede hallar siempre alguna
orienta-
1167
Fundaci\363n Speiro

ALVARO D'ORS
ción, $e encontraría con una referencia a que alguien ha considera­
do al autor de este libro como «místico»; pero bastada la lectura
rápida

de algunas páginas
para comprender
que de
Mística, ni
si­
quiera de Teología Espiritual, no
podía seriamente tratarse en este
caso. Porque

una cosa es que el fervor religioso esté presente coos­
tantemente en el autor, y que el sentimiento del mismo se eleve fá­
cilmente a la contemplación divina, y otra muy distinta que se
trate de
Mística en

sentido propio.
Nti.estra biblioteca.tia pensaría, entonces, en si acaso ese testi­
monio intelectual podía considerarse como útil para la historia con­
temporánea, a

modo de autobiografía; pero, como hemos dicho a
propósito de
la casi total ausencia de un interés por la vida poHtica
del
momento, no patece probable
que un historiador de la Italia
de los años 20 encontrara muchos datos de interés en estas
cartas
de Capograssi.
Así,·

tras algunas vacilaciones, nuestra bibliotecaria acabaría por
poner este libro en
«Literatura· italiana· contemporánea»,

porque, en
efecto, el mayor interés de este epistolario es de
carácter literario,
sin

negar el interés que puede tener
para la
historia del pensamien­
to de cierto ambiente dentro del marco del momento italiano co­
rrespondiente. Quizá, como ninguna otra, esta obra nos da la más cabal
impre­
sión

de la personalidad de Capograssi : un
espíritu sensible
y culto,
para el que todo
giraba en tomo a la idea del Amor, embebido,
naturalmente, en la lectura de San Juan y de
San Agustín, también
del Dante, aparte siempre sus otros autores preferidos, los del
Ri­
sorgimento, como Rosmini y Gioberti, Leopardi y Pascoli , que son
para él una constante fuente de inspiración melancólica, que resalta
más por la casi total ausencia de los autores europeos más significa­
tivos
en los años 20 ; hasia
el extremo de

que
Capograssi considera
como «la

más potente
personalidad de
toda Europa>> a Gabriel
D'Annunzio (núm. 1.429, del 29 de septiembre de 1922). Con sus
debilidades, este s1ngular epistolario

de Capograssi re­
sulta una lectura de interés y estimulante, por
lo que hay que agra­
decer al profesor Gabrio
· I.ombardi

el· notable esfuerzo realizado
para su públicación.
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