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Número 201-202

Serie XXI

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Fidelidad cristiana e identidad nacional

FIDELIDAD CRISTIANA E IDENTIDAD NACIONAL
POR
]OSÉ ÜRLANDÍS
Catedrático de Historia del Derecho.
Director del Instituto
de Historia de la Iglesia, de la Universidad de Navarra
Polonia y España.
Me parece que una atenta lectura del corpus de los discursos
pronunciados por el Papa Juan Pablo II, con ocasión de su viaje a Polonia en junio de 1979, puede todav!a ser tarea sumamente
provechosa para todo español responsable, que
sienta las

lógicas
inquietudes que suscita
el momento presente de la vida nacional.
Hay una
razón que

explica el particular interés que las
palabras
y

la
doctrina del Pontifice sobre
Polonia
encierran -a mi juicio­
para el lector español: las an•logías profundas que han existido a
lo largo de los
tiempos, y que sin duda persist= aún hoy, entre
el pueblo polaco y el español. Situados en las dos
«marcas» extre­
mas de Europa y geográficamente lejanos el uno del otro, su destino
estuvo
marcado durante
muchos siglos por una
misión histórica se­
mejante: la de ser antemural y frontera de la Cristiandad. Ahorá,
pese a
las diferencias existentes entre los sistemas sociales de los
dos países y a las
transformaciones que
han experimentado sus
con­
diciones

de vida, la catolicidad aparece todavía a los ojos del
europeo medio como un característico denominador común de esos
pueblos. La «católica Polonia» y la «católica España», como la «ca­
tólica Irlanda», constituyen aún una imagen muy difundida, difícil
de deshacer o desmentir. Y la verdad es que, a fin de cuentas, quizá
no le falta
razón a

la opinión vulgar: que
el legado espiritual de
muchos siglos no puede dilapidarlo una sola generación, por gran­
de que sea, en un detemtlnado momento, el afán icOtloclas-ta o la
mala memoria
de muchos.
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Fundaci\363n Speiro

/OSE ORLANDIS
El destino cristiano del homhre.
Como
era de
esperar en
el Papa de la «Redemptor hominis»,
el hombre y su destino constitnyeu siempre
la razón principal de
su magisterio y de su afán. El hombre, aquí en la tierra, es una
realidad grande y fundamen¡!al. Pero esa realidad, tan sólo eu Cristo
e ilwninada por Cristo puede captarse en su auténtica dimensión:
«no se puede comprender al hombre hasta el fondo sin Cristo -dijo
el Papa a poco de llegar a Polonia-. O más bien,
el hombre no
es
capaz de

comprenderse hasta
el fondo

sin Cristo. No puede en­
tender quién es,

ni cuál es su verdadera dignidad, ni cuál es su
vocación, ni

su destino
final».
Sin Cristo el hombre es
incapaz de
comprenderse;
más inca.paz
sería

todavía sin
El de redimirse. «La historia de ca.da hombre se
desarrolla en Jesucristo: en El se hace historia de la salvación». El
Papa
denunciaba, en
consecuencia, las tentativas de forjar un pro­
yecto de vida terreno, secularizad.o, y de imponerlo, coactivamente
incluso, como fund-amento de un orden político. «No se puede
excluir a Cristo de la historia del hombre en ninguna parte del
globo y en ninguna longitud
y latitud geográfica». Esta exclusión
de Cristo,
vigente hoy

en tantos lugares del mundo, es un atentado
contra
la humanidad : «excluir a Cristo de la historia del hombre
es un acto
contra el
hombre».
Pero la historia es algo más que
el compendio de una larga serie
de solitarias peripecias
personroles. El
hombre, cada
hombre, nace
y vive en sociedad y se i:nserta por razón de su origen en varias co­
munidades humanas, dos de las cuales tienen importancia primor­
dial : la familia y la nación. Resulta de extraordinario interés el
pensamiento
de Juan Pablo

II, acerca
del papel
que juega la nación
en la historia personal del
hombre, incluso

en el plano espiritual.
«No se puede comprender al hombre -proclamaba en la plaza de
la Victoria de Varsovia-fuera de está comunida.d que es la nación.
Es natural que no sea ésta la única corrutnidad ; pero es una comu­
nidad especial, quizá la más íntimamen.te ligada a la familia, la
más importante para la
histori,i espiritual
del
hombre}>.
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Fundaci\363n Speiro

FIDELIDAD CRJSTIANA E IDENTIDAD NACIONAL
El pueblo y la nación.
Si
la nación significa tanto para sus hijos, la historia nacional
será, por encima
de todo, la historia de esos hijos. «La historia de
la nación
es, sobre

todo, historia de los
hombres»; es el caso de
Polonia que
el Papa contemplaba, será --,on sus palabras--«la
historia
de los

hombres que pasan o han,
pasado por

esta tierra».
Por su naturaleza de «historia de hombres», esa historia común no
puede llevar un signo diverso de aquel que emane de las personas
que
han compuesto la nación a través de los siglos y que la com­
ponen hoy. Sin Cristo -veíamos antes- no es posible comprender
al hombre y, en concreto al hombre polaco. «Sin El --es la conclu­
sión del Papa- no resulta posible entender la
historia de
Polonia».
La palabra de Juan
P,iblo II

eo su patria de origen estuvo im­
pregnada
de un fino sentido histórico. Y es que el presente de un
pueblo
sólo puede entenderse
y vailorarse adecuadamente en unión
con su pasado;
es decir,

enriquecido por el patrimonio común que
se ha

constituido de
generación en generación, El
Papa hizo constan­
te referencia al < en

que sus hijos han constituido
un pueblo y una nación. Esos mil
años de
historia nacional

son también mil años de
Bautismo1 de
fidelidad cristiana, hasta el punto de que la fe católica ha llegado
a ser un elemento sustancial de la personalidad
del pueblo polaco
y de su existencia como nación. El Papa evocaba el destino histórico
de Polonia con palabras tomadas de Piotr Skarga: «Está vieja encina
ha crecido así y no la ha abatido ningún viento porque m raíz es
Cristo». «Es imposible --<:onduye Juan Pablo II- entender sin
Cristo a esta nación, con un pasado tan espléndido y al mismo
ti,mpo tan terriblemente difícil».
¡ El difícil pasado de Polonia! No es posible, quizá, hallar otra
oo:ción con más dramática historia. Basta recordar las obras de
Sienkiewiez consagradas

a sus heroicas
gestas, que leyeron muchos
jóvenes españoles. Tá-rtaros y rusos, Suecos y prusianos se abatieron
o.na
y otra vez sohre la anchurosa. llanura polaca. Los «repartos de
Polonia», con un último
intento· hace
ahora
cuarenta años,
cons-
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•/OSE ORLANDIS
tituyen un página clásioa de la historia europea. Es un prodigio
-casi un milagro-- que
el pueblo
polaco no
se desintegrara, sino
que

conservase siempre su conciencia nacional. Juan Pablo II atribu­
ye
esre hecho a dos razones principales:

la perviviencia de una cul­
tura
polaca y el papel

jugado por
la Iglesia
Católica en la vida de
la nación.
La cultura polaca.
Sobre la función de la cultura habló el Papa en Gniezno a una
multitud de jóvenes, en la
tarde del

Domingo de Pentecostés.
«La
cultura

-les decía- es sobre todo un bien común de la nación.
La cultura polaca es un bien sobre el que se apoya la vida espiritual
de
loo polacos».
Y les recordaba luego
el papel que habla jugado
esa
cultura en tiempos
de crisis y oscuridad: «sabemoo que la na­
ción polaca ha
pasado la

dura prueba de la pérdida de la
indepen­
denoia duranre más

de oien años. Y en medío de esa prueba, ha
permanecido siempre
ella misma.

Ha permanecido espiritualmente
independiente, porque ha tenido
su propia

cultura». La cultura ha
sido, para Polonia, un escudo protector de su propia
identidad.
Pero,

«la cultura polaca,
desde sus
orígenes, lleva signos cris­
tianos bien

claros». Juan
Pablo II

resaltaba ese carácter cristiano
y
y recogía el restimonio insigne de A. M;ckiewiez, según el cual
«la
civilización verdaderamente

digna del hombre
debe ser
cristiana».
:Una tal
cultura es un tesoro ele! pueblo y constituye un magisterio
permanente para
las nuevas generaciones. «En las obras de la cul­
tura polaca -afirmaba el
Pontífiice----se

refleja
el alma de la na­
ción. En ellas vive su historia, que es una esruela continua de sólido
y
leal patriotismo. Y por esto, esa cultura &abe proponer exigencias
y sosrener iooales, sin los cuales es dificil para el hombre creer en
la propia dignidad
y educarse a si mismo». La cultura nacional re-­
presenta tanto para la vida espiritual del pueblo, que una de las
misiones del propio Episcopado
habrá de
ser, asumir su
custodia.
«El Episcopado polaco

-declaró el Papa a
los obispos
reunidos en
conferencia-, fijando la mirada en el gran protagonista
de la his-
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FIDELIDAD CRISTIANA E IDENTIDAD NACIONAL
toria de la patria -alude aquí al mártir san Estanislao--, no solo
puede
oino que incluso está· obligado

a
senbirse guardián de

esa
cultura.
Debe añadir

a su misión
y ministerio actual una solicitud
particular por

el patrimonio cultural polaco que, como bien
sabe­
mos,

está impregnado
en gran medida de
la luz del Cristianismo».
La Iglesia y la N aoión.
Estas palabras de Juan Pablo II podrían sorprender si se hubie­
ran pronunciado en otro conreo En Polooia · no, porque responden
a las tradiciones genuinas
y a la presente realidad de su pueblo.
La Iglesia enraizó profundamente en su historia y tuvo una inter­
vención decisiva en ·el mantenimiento de su personalidad nacional.
La Iglesia Católica fue el aglutinante de la nación, durante los lar­
gos períodos de eclipse del Estado. «La historia ·de la nación
~de­
claraba
el

Papa a
los obispos-ha

quedado
enraizada de
modo
providencial en la
estructura de la Iglesia en Polonia... Cuando
han faltado las estructuras
nacionaJes y estatales, la sociedad, en
gran mayoría católica, ha encontrado su apoyo .en la -estructura je­
rárquica de la Iglesia; y esto le ha ayudado a superar los tiempos de
la división

del país
y de la ocupación, 1e ha ayudado a mantener,
e incluso a profundizar, la
conciencia ele la propia identidad».
La Polonia católica. no es uno de esos tópicos, vacíos de cón­
tenido, que siguen corriendo de boca en boca. Allí, el Cristianismo
fue siempre
--y sigue siendo hoy-'-el fundálnento más profundo
de la
nacionalidad. Polonia

ha sido Polonia,
ha constituido un pue­
blo y una nación a través del mil afios ele historia atormentada,
gracias, sobre todo a su fidelidad al Evangelio
y a la Igleoia Ca­
tólica. No es, pues, extraño que Juan Pablo II exhortase ardiente­
mente a sus antiguos compatriotas a promover esos-valores cristianos,
que son también la mejor defensa de su personalidad nacional: «La
participación
del pueblo

polaco en la herencia
espiritual de
la Iglesia,
que brota de su
unidarl universal, ha.

llegado a ser -dijo
el Papa­
elemento

de unión
y de seguridad de la identidad y unidad de la
nación, en los períodos particularmente difíciles». Una Polonia no
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10SE ORLANDIS
cristiana sería incomprensible, perdería su identidad nacional. «No
es posible entender sin Cristo la historia de la nación polaca -ad­
vertía el Pontífice al_ pucl>lo de Vars9via-... Si rehusamos esta
clave para la compresión de nuestra nación, nos exponemos a un
equívoco sustancial·: no nos
comprenderem95 entonces
a nosotros
mismos».
La fidelidad a Cristo, guard,da durante mil años por todo el
pueblo, ha sido la clave de la historia de Polonia. Gracias a ella,
los polru:os han

sido
siempre un
pueblo
y Polonia una nación. La
defensa de esa fidelidad cristiana fue -como .ha podido verse----­
un
gran tema de
fondo de las alocuciones de Juan Pablo 11. Esa
insistencia tomó

acentos de súplica el día de su partida, al dirigirse
a la inmensa muchedumbre
que llenaba

la pradera de Cracovia :
«antes de marchar de aquí -pedía el Papa- os ruego que aceptéis
una
vez más

todo
el patrimonio
espiritual cuyo nombre es Polonia ...
Os ruego: que no perdáis jamás
la confianza, que

no os dejéis
abatir, qu·e no os desanime.is; que cortéis por vuestra cuenta las
raíces de nuestros orígenes ... ». La fidelidad a esos orígenes, al
patrimon¡o cristiano recibido del pasado, es la más segura prenda
de que, en los siglos venideros, Polonia
segnirá siendo
Polonia
y
el pueblo polaco conservará su integridad nacional.
La realidad religiosa española_
La católica Polonia, la católica España ... ; es posible que algún
lector sieota
extrañeza al
ver emparejados otra
vez los nombres de
las dos

naciones. El propio lenguaje de Juan Pablo II
resonaría
aquí

como
algo insólito,

sorpredente. Por
eso mismo,

las palabras
del Papa tienen que incitar a la reflexión y a una nueva toma de
conciencia, de cara a las perspectivas del futuro
espiritual de
nues­
tro pueblo.
Eo España, como es
bieo sabido, la Iglesia
se halla hoy separada
del Estado, un Estado que ya no es confesionalmente
católico. Estos
cambios,

que suponen
la ruptura de una tradición multisecular, se
han realizado coa tanta «facilidad», que algún observador podrá
sentir la duda
de si
ha pesado más
eo ellos fa frivolidad o la deci-
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FIDEUDAD CRISTIANA E IDENTIDAD NACIONAL
sión bien meditada. Pero se trata, en fin de ruentas, de cuestiones
de importancia sólo relativa, cuya dimensión ha venido a ser hoy,
sobre todo, de carácter formal. También en Polonia rige la separa­
ción entre el Estado y

la Iglesia, y ese Estado, lejos de
ser cristiano,
se impira en

una ideología impregnada de
ateísmo marxista.
Y sin
embargo, el
pueblo polaco

es
c.atólico, en

su mayoría, y el Cristianismo
constituye, ahora como ayer, el alma de la personalidad nacional.
No cortar las raíces de nuestros or~genes cristianos, conservar el
patrimonio espiritual de la nación. Hemos de confesar que no esta­
mos acostumbrados a oír estas recomendaciones de Juan
Pablo II
a
;sus connacionales. La fidelidad a los orígenes suena aquí a illlácro­
nismo; y en cuanto a la defensa de nuestro patrimonio espiritual,
eso recordará a muchos aquello de Espruía, reserva espiritual del
mundo, lugar común predilecto
para la sátira de humoristas. Entre
nosotros, más que la salvaguardia
de ese patrimonio y de la fe po­
pular, parece haber preocupado ,la subsistencia de manifestaciones
sociales y
públic.as de

religiosidad, por lo que
pudieran encerrar
de
residuo «triunfalista». Pero hay todavía un fenómeno sobre el que
quisiera
llamar la

atención, por considerarle, especialmente signifi­
c.ativo: la inveru:ión de

un pretendido pluralismo religioso
espruíol.
Un

pluralismo religioso, que
borrase la
incómoda imagen
ttadi­
llicional
de

la
«católica Espruía», ha podido parecer á ciertos hombres
públicos '1a condición indispensable para la anhelada «homologación»
con
los demás países

y sociedades del < en el
afán de inventar
ese pluralismo,

puede también haber pesado, con­
siderablemenre esta

otra razón : hay gentes
para las

cuales
lo que
realmente tiene
impo~tancia no

es tanto la religión como la libertad
religiosa; y esta libertad pediría, a su juicio, como causa y justifica­
ción de su existencia, una realidad social religiosamente pluralista.
Una expresión plástica de ese pluralismo cara a la galería sería, por
ejemplo, la
asistencia a
la
sesión inaugural
de las Cortes,
desde la
misma tribuna y en un aparente pie de igualdad, del Presidente de
la Conferencia Episcopa:l española
y los representantes de otras di­
versas confesiones religiosas. Esa es imagen que pretende darse
de la nueva Espruia pluraJista, que ha sucedido a la vieja España
católica.
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/OSE ORLANDIS
Un mruentendido peligroso encerraría el designio de presentar la
libertad religiosa

como la consecuencia del
pluralismo espiritual
de
la
sociedad. El legit,mo fonda.mento

de la
libertad religiosa no es
ese, sino la dignidad de lo. persona humana y la libertad del ácto de
fe. Pero, además, a nada conduce tergiversar
las cosas, tratando de
desfigurar nuestro pasado e incluso nuestro presente. Históricamente,
España y su purolo han sido católicos. En el momento actual, el
ciudadano medio español
---con muy
contadas
y restobles excepcio­
nes- o es católico o, religiosamente, no es nada. Lo mismo cabe
decir de fa sociedad española, que podrá ser católica o indiferente
y serularizada, pero nunca pluralista, como lo es en cambio la ho­
Ian,desa o la americana. Esta es la pura verdad y cualquier otra pre­
sentación pecaría de artificiosa, por no ajustarse a
la reálidad.
Una

crisis de
ident.dad.
«Es imposible entender sin Cristo a esta nación», oíamos_ decir
a Juan Pablo II en Polonia. La fidelidad cristiana fue siempre para
aquel pueblo razón
tadical de

su propia identidad. Parece como si
hubiera pueblos, naciones
-Polonia, Irlanda, España-en

que la
historia hubiese marcado el sello de la
Catolicidad, hasta

tal
punto
que al perder ese signo hiciera crisis su misma identidad col<:ctiva .
. Quizá

sea
ésta -una aguda

crisis de identidad- la profunda do­
lencia de la España actual. Una nación católicá que rompá sus tra­
diciones cristianas y renuncie a su mejor patrimonio espiritual, puede
dejar de reconocerse a sí misma y hasta de comprender su propia
razón de ser.
i La católica España! ¿Se la podrá todavia llamar así en un ma­
ñana próximo?
Quizá ya

no ; pero
en tal

caso
España habría perdido
probablemente

su identidad.
Seria mejor entonces ---como ya ha
empezado a
hacerse-hablar

de
«el país»
-una aséptica expresión
geográfica-o

de «el Estado», como si
fuera éste
el aparato ortopé­
dico· que se hubiera superpuesto o lo auténtico y genuino, la vario-­
pinta multiplicidad de taifas y cantones. Para no llegar hasta ahí, el
ejemplo de Polonia puede también servir. El
Papa, en sus discursos
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FIDELIDAD CRJSTIANA E IDENTIDAD NACIONAL
se refirió constantemente al iµilenio, a ese milénio transcurrido desde
la conversión del pueblo, cuya conmemoración, promovida con en­
tusiasmo por la Iglesia, tanto contribuyó a renovar la personalidad
cristiana de la nación. Tal
vez no, sea

ocioso recordar que
dentro
de

esta década, en 1989, se cumplirá
tambi~n el
catorce centenario
-¡mi1 cuatrocientos años!- de la unidad nacional y espiritual de
España, nacida en el III Concilio de Toledo. ¿Sabremos hacer de
ese aniversario algo más que una celebración folklórica o erudita?
¿ Sabremos hacer de él un acontecimiento vivo, que pueda
también
contribuir a la resurrección de la conciencia católica del pueblo es­
pañol? La esperada visita a España de Juan Pablo II
habría de
cons­
tituir la mejor preparación del próximo centenario
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