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Número 201-202

Serie XXI

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La doctrina social de la Iglesia frente al socialismo

LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA FRENTE
M, SOCIALlSMO (*)
POR
:MIGUEL PORADOWSK.I
A pesar de que en la antigüedad la mayoría de los grandes im­
perios totalitarios,
basados sobre
la institución de esclavitud, adap­
taban con preferencia
el régimen social-económico-político del tipo
socialista, estatizando por completo la
"ida económica,
social y
cul­
tura~
es

solamente después de la
Revolución francesa,
al principio
del siglo
XIX, que aparecen las doctrinas y los mo"imientos socialis­
tas de nuestros tiempos, como también la misma palabra «socialis­
mo» (parece que acuñada por Pierre Leroux, por el año 1835) (1),
e inmediatamente usada por muchísimos escritores políticos de la
primera mitad del siglo XIX.
Es evidente que este socialismo viene, ante todo, como reacción
espontánea contra el exagerado individualismo del siglo anterior,
principalmente representado por Jean Jacques Rousseau, quien, en
reacción contra la sociedad corporativa, lanza el concepto de la so~
ciedad-asociación.

El anterior régimen corporativo correspondía
al
concepto de la sociedad como un cuerpo social, a base de analogía
con el organismo biológico; tenía él
la ventaja de integrar plena­
mente cada hombre a la sociedad, a través de los cuerpos interme­
dios, analógicamente como cada célula está incorporada al organis­
mo por intermedio del órgano al cual pertenece. Cada hombre se sentía indispensable e irrernplazable en su papel, dentro de la
es­
trlictura
social,

tanto para el bien común, como para el bien propio.
(*) Ponencia al Congreso sobre «La Doctrina Social de la Iglesia y la
realidad contemporánea», Universidad
de Mendoza, '.5-7 de octubre de 1981.
( 1) Hay también opiniones que-
el primero que la usó fue Robert Owen.
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MIGUEL PORADOWSKI
Contra esta sociedad corporativa de más de dos milenios, pues
existía ya varios siglos antes del cristianismo, pero por él profun­
damente transformada, el individualismo sale en defensa de la li­
bertad individual, oponiendo
al hombre contra la sociedad. Y a en
mitad del siglo
XVII, en el año 1651, Thomas Hobbes, publica en
Inglaterra su abultado libro
Leviathán, ene! cu al aparece la idea
de
la sociedad basada sobre el contrato. Hobbes ante todo sale en
la defensa de los derechos del ciudadano contra los abusos de
po­
der de algunos monarcas absolutistas. Sin embargo, cuando Rousseau
retoma la idea de la sociedad-asociación, concibe a la sociedid no
como un fenómeno espontáneo y natural, es decir, como el efecto
de la natural sociabilidad humana, sino como una asociación libre,
voluntaria, de los individuos que a base de un contrato forman li­
bremente un grpo, no empujados espontáneamente por su natura­
leza sociable, sino por una conveniencia deliberada.
El individualismo, en general, y especialmente el rousseaunia­
no,

es llevado a la práctica por la Revolución francesa de fines del
siglo
XVIII y se expresa en las legislaciones de todo tipo, pasando
después al
Código de
Napoleón. Lo curioso es que esta sociedad
nueva, surgida de las ideas del «Contrato Social», de
J. J. Rousseau,
prohibe

cualquiera asociación,
bajo el

pretexto de defender la liber­
tad individual. Además, no
hay que olvidarse que este individualis­
mo también se expresa en
algunas filosofías
sociales de la época,
llegando incluso a absolutizar al individuo y, en consecuencia, a
oponerlo contra la sociedad.
No hay, pues, nada de extraño que esta posición tan extrema
provocara una contestación en
la forma· del socialismo, es decir, en
la exaltación e incluso absolutización de la sociedad. Sin embargo,
los socialistas, dando la prioridad a la sociedad
y subordinando
completamente al hombre a la sociedad, siguen siendo también in­
dividualistas, pues conciben al hombre no como «persona» ( en el
sentido tomista de
la palabra), sino como «individuo», pero de me­
nor valor que
la sociedad (2).
( 2) Esta desvalorización del hombre por el socialismo llega al extre-
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DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA Y SOCIALISMO
No menos importante es la otra característica del socialismo de
la primera mitad del siglo XIX, a saber: su vinculación con la así
llamada «cuestión social», es decir,
con los
problemas sociales, es­
pecialmente de los trabajadores proletarios, que aparecen como con­
secuencia de la revolución industrial, la cu.al, en Francia, casi coin­
cide en el tiempo con la revoución política de 1789-1799.
La revolución francesa es la hechura de la burguesía, dominada
por las ideaas liberales e individualistas, mientras que los movimien­ tos
sociales y políticos vinculados con los problemas sociales-obre­
ros, generados por la revolución industrial, a pesar que en la ma­
yoría de los casos son -encabezados por los burgueses, se identifican
con todos los que sufren las consecuencias de la primera etapa de
la revolución industrial.
Así, el socialismo de la primera mitad del siglo XIX tiene dos
características esenciales, a saber :
una (desde el punto de vista de
la filosofía social), la exaltación, absolutización e, incluso; en al­
gunos casos, la divinización
(3) de la sociedad, es decir, un con­
cepto de la sociedad que completamente absorbe al hombre, conce-
1,ido como

individuo;
y la otra característica ( desde el punto de
vista de la sociología), la identificación con los problemas socia­
les, causados por
la revolución industrial, que pretende solucionar­
los por
la completa estatización de toda la vida social, económica y
cultural.
El primer aspecto del socialismo (la tendencia a
la absolutiza­
ción

de la sociedad) provocó
la inmediata reacción de parte de la
mo en el socialismo hitlerista (nazismo), lo que expresa la famosa frase
de Adolf Hitler: « ... du bist nichts, das Volk ist 11.lles».
(3) Nos lo recuerda Juan Vallet de Goytisolo, citando el correspon­
diente texto de Proudhon: «El socialismo, ayudado por la democracia ex­
trema,

diviniza
al hombre al negar el dogma de la caída, y, por lo tanto,
destrona a Dios, inútil
y,a para la perfección de la criatura». Algo sobre los
temas de hay, Speiro, 1972, pág. 43; en el mismo libro, Juan Vallet se re­
fiere a otra manera de la divinizad6n de la sociedad por los socialistas­
marxistas:
«se llega, en casos extremos, a hablar de muerte de Dios, o
como el dominico francés P. Cardonnel, se a.firma que ha muerto
al encar­
narse con Jesucristo en la masa, que
así queda

divinizada»,· pág. 14.
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MIGUEL PORADOWSKI
Doctrina Social de la Iglesia, pues, para el cristiano, el hombre es
«persona», es decir,
el valor primario (recordemos que Santo To­
más dice: «Persona significat id quod es perfectissimum in nota
natura», I, 29, 3) y, por esta razón, no puede ser subordinado
completament:e a la sociedad, al Estado (Santo Tomás dice: «Horno
non ordinatur ad communitatem politicam secundum se totum et
secundum omnia sua», Iª, IIª, 2i, ad. 3). El segundo aspecto del
socialismo ( su pretención de solucionar los problemas sociales por
la completa estatización de la economía) le daba apariencia de uná
posición aceptable para algunos cristianos. Sin embargo, no hay que
olvidarse de que el socialismo, defendiendo lo justo (la cuestión
social), veía su solución exclusivamente en la estatización completa
de la vida social y, especialemnte, en la supresión de la propiedad
privada,
la cual -según la Doctrina Social de la Iglesia- es el
fundamento indispensable de la libertad del hombre. Debido a estas
razones, ambos aspectos del socialismo lo hacían inaceptable
para
los

cristianos, a pesar de
su mérito de defender también -como Jo
hacían los cristianos de la época-la justicia social.
Sin embargo, la principal razón de rechazo del socialismo por
la Doctrina Social de la Iglesia es otra, la teológica, a saber: la
consciente secularización por el socialismo del Reino de Dios. La
Iglesia nunca puede permitir que a ella se arrebate el Reino de Dios
o que se lo secularize. No puede nunca permitir que a ella se arreba­
te el Reino de Dios, pues su tarea eseocial, encomendada por Cristo,
es predicar, trabajar
y luchar por el Reino de Dios, y tampoco la
Iglesia puede aceptar que se secularize al Reino de Dios, pues se­
cularizado deja de ser el Reino de Dios y se transforma en su ca­
ricatura e, incluso, secularizado y desacralizado, al fin y al cabo, se
transforma
en el Reino de Satanás.
Eo:tre los socialistas y comunistas de la primera mitad del si­
glo
XIX hay dos grupos: uno compuesto por los que se reclaman
ser cristianos y el otro de los abiertamente anticristianos. Sin embar­
go, los que invocan su fidelidad al crjstianismo e, incluso, sincera­
mente consideran el cristianismo como
la base de su pensamiento,
lo reducen solo a la ética, a la caridad, a la justicia y füanternidad,
consciente o inconscientemente, secularizándolo.
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DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA Y SOCIALISMO
Tal vez, el representante más destacado y el más influyente, has­
ta hoy día, de los socialistas que ponen el cristianismo
secnlarizado
como

base de todo
su pensamiento y como fundamento de la futura
sociedad es

Claude Henri de
Saint-Simon (1760-1825).
Este hom­
bre
genial, que tanto a=tó en su optimista visión de la futura so­
ciedad
industrial,
conscientemente seculariza el

cristianismo, le quita
todo carácter
religioso y lo reduce exclusivamente a la ética. En su
última obrita, La. nouveau cristianiisme, escrita poco antes de su muer­
te, en 1825, elogia la enseñanza de Cristo, pero toma de ella ,ola­
mente

lo que, según su opinión, debería
constitU!ir la
base de la
futura sociedad: el
amor fratemo, la solidaridad de todos los hom­
bres
y de todos los pueblos, la justicia, la virtud de la laboriosidad
y, ante todo, el mandamiento del perfeccionamiento de sí mismo y
de la sociedad.
En el pensamiento de Saint-Simón está evidentemente presente
la plena
y consciente secularización del Reino de Dios, predicado
por Cristo, pnes, se trata de una sociedad de futuro, completamente
laica, una obra únicamente humana, fraternal, animada por el amor
y sacrificio, que será la verdadera amea aetas del futuro, del porve­
nir; una sociedad plenamente feliz, pues, gracias al progreso cientí­
fico y técnico, va a garantizar a todos un bienestar completo, ma­
terial y espiritual; un paraíso terrestre. Huelga decir, que el optimis­
mo de Saint-Simon supone la previa aceptación por él de la opinión
rousseauniana sobre
la perfección de la naturaleza humana. Es di­
fícil comprender como Saint-Simon, después de preseociar
y vivir
los horrores

de la revolución francesa ( 4), pudo seguir creyendo
en la bondad de cada hombre, como
lo enseñaba J. J. Rousseau. Pa­
rece ser acertada la calificación del pensamiento de Saint-Simón)
dada por Karl Marx en el Manifiesto comunista, como un «socialis-
(4) Algunos historiadores franceses calculan que Francia tenía, en vís­
peras de
la revolución del año 1789, más de 26 millones de habitantes,
mientras que después de la revolución
y las guerras napoleónicas esta cifra
se

redujo a sólo 18 millones, es decir, que al terror
revolucionario y las
siguientes guerras
la costaron ocho millones de muertos, y eso sin tomar
en cuenta el aumento vegetativo de
la población en este período de tiempo.
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MIGUEL PORADOWSKI
mo utopista»; el Reino de Dios secularizado y desacralizado es la
más peligrosa utopía. La segunda
corriente socialista,
de
la primera mitad del siglo XIX,
es todavía menos aceptable para los cristianos, pues ni siquiera ad­
mite un cristianismo secularizado, teniendo odio y repudio a todo
lo cristiano. Esta corriente, encabezada por Pierre Joseph Proudhon
(1809-1865), también pretende, con su futura sociedad ideal socia­
lista, reemplazar al Reino de Dios, con la agravante que quiere rea­
lizarla conscientemente como lo opuesto al Reino de Dios. Los es­
critos al respecto de Proudhon son llenos de blasfemias (por las cuales fue condenado a la cárcel por los tribunales)
y de un cons­
ciente sat~ismo ( 5). Proudhon sólo sacó las últimas consecuencias
lógicas del pensamiento individua.listas de Rousseau, como lo observa
Juan Vallet de Goytisolo (véase la nota 3).
Es comprensible pues, que este socialismo de la primera mitad
del siglo
XIX es tan severamente juzgado por Pío IX, quien la ca­
lificó (junto con el comunismo) como la doctrina < mente contraria al derecho· natural», cuya «doctrina, si fuese admi­
tida, echaría radicalmente por tierra los derechos, las cosas y las
propiedades de todos e incluso la misma sociedad humana»
( Qui
Pluribus, 5) ; esta profecía se cumplió plenamente. León XIII re­
sume el pensamiento de Pío IX, sobre el socialismo, así: «Todos
conocen perfectamente las gravísimas palabras y la firme constancia
de ánimo con que nuestro glorioso predecesor Pío IX, de feliz me­
moria, ha combatido, tanto en sus alocuciones como ,en sus encícli­
cas enviadas a los obispos de todo el mundo, contra los
foicuos in­
tentos de las sectas y particularmente contra la peste socialista que
del seno de las sectas iba surgiendo» (
Quod apo1tolici m1111eriJ, 3).
Sin embargo, el peor de todos los socialismos es el socialismo
marxista, pues no solamente contiene los vicios ·de los anteriores,
sino todavía agrega lo peor: el materialismo integral, el odio y la
(5) Especialmente, en las Contradir:ciones económicas: La fHosofla de
la miseria,-los correspondientes textos se pueden encontrar en la obra de
Georges Gurvitch,
Los fundadores francese.r de la sociologla contemporánea:
Saint-Simon y Pro11dhon, Galate-Nueva Visión, Buenos Aires, 1958, pági­
nas 121-122.
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DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA Y SOCIALISMO
ludia de clases, la degradación del hombre al nivel de animal, el
repudio de toda religión y, especialmente, de la cristiana, la des­
vergonzosa explotación de la «cuestión social», la esencial vincula­
ción con el comunismo, en el cual ve su meta y al cual quiere llegar
por la revolución, concebida como destrucción radical de la socie­
dad histórica. Actualmente
existen muchas doctrinas

socialistas
y muy variados
movimientos socialistas, sin embargo, se puede hablar del socia­
mo, pues, a pesar de las enfáticas declaraciones de algunos de ellos
sobre la
p con el marxismo, en realidad el marxis­
mo sigue teniedo sobre todos ellos una influencia determinante. Por
otra parte, todos los movimientos
socialistas están

profuodamente
infiltrados por los comunistas marxistas-leninistas y de hecho sirven
a la revolución marxista, la cual, a su vez, está al servicio de los
imperialismos soviético y chino.
En la encíclica Qua'dragesrimo anno, Pío XI hace análisis muy
detallado
de los cambios por los cuales pasa el socialismo
y, a pe­
sar que reconoce la existencia de distintas doctrinas socialistas, sigue
insistiendo que ninguna de ellas reniega «del fundamento propio
del socialismo, contrario a la fe cristiana» ( 43), y por eso con­
cluye que < cialista verdadero» ( 48). Pío XII afirma esta posición de la Igle­
sia: «Movida siempre por los motivos religiosos, 1a Iglesia ha con­
denado los varios sistemas del socialismo marxista, y los condena
también hoy, porque es su deber y derecho permanente preservar
a los hombres de corrientes e influencias que ponen en peligro su
eterna salvación>> (Con sempre, 25, 1943). Juan XXIII, en vís­
peras del concilio, en la encíclica
Mai"1' et rm,giftra, recordando la
posición Quadragerimo anno acerca del socialismo, dice: «El Sumo
Pontífice (Pío XI) manifiesta que la oposición entre
el comunis­
mo y el cristianismo es radical. Y añade que los católicos no pue­
den aprobar, en modo alguno, la doctrina del socialismo moderado.
En primer lugar, porque la concepción socialista del mundo limita
la vida social del hombre dentro del marco temporal,
y considera,
por tanto, como supremo objetivo de la sociedad civil el bienestar
puramente material;

y, en segundo término,
porqne al
proponer
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como meta exclusiva de la organizac10n social de la con.vivencia
humana la producáón de los bienes m~teriales, limita extraordina­
riamente
la libertad, olvidando la genuina noción de la autoridad
social» (34), y también rechaza la tesis socialista que
«pueden los
hombres,

prescindiendo de Dios
y solamente con sus propias fuer­
zas, alcanzar
la cima suprema de la civilización humana» (ibíd.).
El Concilio Vaticano II enérgicamente rechaza
el inmanentismo y,
por ende, el socialismo, pues el socialismo es, esencialmente, inma­ nentista.
Octogesima adveniens, de

Paulo VI, nos recuerda: «El
cristiano que quiere vivir su fe en una acción política, concebida como servicio, tampoco puede adherirse, sin contradecirse a sí mis­
mo, a sistemas ideológicos que se
oponen, radicalmente

o
en puntos
sustanciales, a su fe y a
su concepto

del hombre. No le es lícito,
por tanto, favorecer a la ideología marxista, a su
materialismo ateo,
a su dialéctica de la violencia y a la manera como ella entiende
la libertad individual dentro de la colectividad, negando al mismo
tiempo toda trascendencia al hombre
y a su historia personal y co­
lectiva» (26). No se trata aquí de recordar todos los textos del
Magisterio
que

se
refieren al socia1ismo; sólo nos interesa subrayar que la Igle­
sia

constata
la oposición radical entre el socialismo y el cristianis­
mo, y, 'SÍ es así, una vez más nos. preguntamos: ¿cómo se explica
entonces la existencia dentro de la Igles:a de los < socialismo»? ¿Por qué, a pesar de toda evidencia de la contradic­ ción entre
el socialismo y el cristfanismo hay sacerdotes qúe insisten
en su

opción por el socialismo-? No pueden, honestamente, invocar
el argumento

de la «cuestión social», pues saben bien que
el socia­
lismo marxista, donde llegó al poder, ni solucionó ni mejoró la si­
tuación de los itrabajádores; los actuales acontecimientos en Polonia,
ana vez más, lo demuestran. Tampoco pueden negar la evidencia
del hecho que
el sociaffismo lleva al comunismo ateo y materialista,
que sirve a la revolución marxista-leninista y, por ende, al imperia­
lismo sOviético o chinO. Tal vez, una contestación satisfactoria a
estas pregunta'S o,
al menos,
una aclaración reveladora de
todó este
asunto,
·nos la

da el reciente libro de
Rdland Gaucher, Le réseau
Curie/,
París,

1981,
pág. 433,
según el cual detrás de los «cristianos
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DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA Y SOCIAUSMO
por el socialismo» se encuentra la KGB {la policía política sovié­
tica)
y millones de dólares proporcionados por ella.
A pesar de que ya pasaron más de tres años de la fecha del mis­
terioso asesinato, en París, de Henri Curiel, el famoso agente de
la KGB, es solamente ahora que aparecen interesantes libros con
abundante documentación, donde se describe sus actividades subver­
sivas. Entre
estos libros,

el de Roland Gaucher es de una
excépcio­
nrul importancia, pues suministra u.na irrefutable documentación 'Sobre
la manipulación, por parte de la KGB, de los «cristianos por el
socialismo».
En el libro de Gaucher se encuentra una excelente descripción
de la

aplicación práctica, por Curiel, de
la «táctica de kárate»: ser­
virse de la fuerza del adversario. Este adversario, para los dirigentes
de la revolución marxista, es todo el mundo no-comunista, sin ~­
bargo, se trata especialmente de servirse de las fuerzas de la Iglesia,
de
sus innumerables instituciones, del clero, de los religiosos y de
las religiosas y, ante todo, del entusiasmo de su juventud.
Una de las variantes de esta «táctica de kárate» es
el bien co­
nocido «frente amplio» :
movilizar a

todas las
fuerzas posibles
de
los enemigos a favor de alguna causa que tenga apariencia de no­
ble
y, de esta manera, reforzar el campo comun'sta. Aquí entran las
manifestaciones por
la paz, por los derechos humnos, cGntra el ham­
bre, contra las injusticias, contra la contaminación ambiental, etc.
La muy detallada descripción de la actividad subversiva del «réseau
Curie!» en Egipto, constituye un excelente aporte al estudio de es­
tas tácticas concretas en las circunstancias concretas, cambiables y
reales. No menos valiosa e informativa es la descripción detallada
de la segunda grao obra del «réseau
Curidl»: la
organización
y la
maoipulación por la KGB de la
sllhversión en

Argelia. Sin em­
bargo, es el caso de la extensión de la actividad del «réseau Cu.riel»
al Tercer Mundo, especialmente a la América Latina, que propor­
ciona las informaciones más abundantes y las más recientes respecto
a '1a infiltración de los agentes KGB dentro de la Iglesia y respecto
a los
métodos aplicadGs
en cada caso.
Es sólo después de una atenta
lectura de las descripciones de estas tres grandes etapas (Egipto, Argelia, Tercer Mundo) de las actividades del «réseau Curie!»,
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que el lector se da cuenta de la plena justificación del subtítulo del
libro:
«la subversión
humanitaria»,
pues, con
espanto se descubre
cómo las
más nobles y típicamente cristianas instituciones de la
Iglesia, pues dedicadas a las obras de caridad y de cultura, están
aprovechadas por la KGB para los fines subversivos.
Es aquí donde
la pérfida táctica del kárate se hace más
evidente y

patética. Con
horror se descubre cómo los millonarios fondos y, ante todo, el sa­
crificado trabajo entusiasta de miles de monjes y de monjas están
hábilmente aprovechados para destruir el orden,
la fe, la religión,
la civilización cristiana. Concretamente, nos in.formamos cuantos
eventos religiosos: congresos, jornadas, movimientos intelectuales,
filooóficos y teológicoo están manipulados por la KGB. Es aquí don­
de nos encontramos con la «teología de la liberación», con los < tianos por el socialismo», con la «Iglesia del pueblo», con los «ca­
rismáticos», con los «ecuménicos», etc. Sobran los datos concretos
que
nos informan

dónde, cómo, cuándo
y quién se ha dejado llevar
a la subversión más vil que uho puede imaginarse: la fabricación
y el transporte clandestino de bombas y armas asesinas para los te­
rroristas,
la falsificación de pasaportes y toda clase de documenta­
ción, la falsificación de las monedas de muchísimos países, como
también una larga lista de horribles asesinatos. Y no hay que ol­
vidarse que el «réseau Curie!» ,es sólo un de las innumerables. ope­
raciones soviéticas que siguen trabajando en todo el mundo con la
«táctica de kárate».
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