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Número 235-236

Serie XXIV

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Tradiciones cristianas y moral social

TRADICIONES. CRISTIANAS. Y· MORAL SOCIAL
POR
Josli ÜRLANDJS.
Catedrático de Historia del Derecho.-Universidad de Navarra.
SUMARIO: l. Ante una nueva. experiencia.-2. Leges et .mores.-3. Las
tradiciones familiares.-4. Los }iábitos sociales crístianos.-5. Los fac­
tores del nuevo conformismo.~. La necesaria teStautaci6tl familiar.-
7. Familia; hogar, escuelá.---8. A ma:nei'a'-de epílogo.
l. Ante unu.a nueva experiencia.
El enunciado que figura como encabezamiento de estas con­
sideraciones sugiere, ya de por
sí, que
tratamos
de· reflexionar
sobre

un problema de invariable importancia en
1a .historia de
las
sociedades humanas:

las relaciones entre
ordenamiento•:jurí-.
dico

y moral-social; o, dicho con otras
palabras,· ef problema

de
la influencia que tiene
la moralidad de las normas civiles -es­
critas o consuetudinarias"--en la conducta de los pueblos, de las
familias

y de los individuos,
Se trata -----decimos-de un· proble­
ma

de importancia perenne; pero es también un hecho eviden.­
te que ese problema se presenta hoy en unos términos nuevos
-inéditos, incluso--,-que le confieren un interés y una acruali:
dad literalmente excepcionales.
Hace algunos
afias publiqué un. ensayo

en
relación con este
tema, que. se titulaba La vida cristiana· en una socied6ld perinisiva.
Escribí

aquel trabajo porque.
nie preocupaban
los efectos
que es­
taba produciendo ya en el hombre cristiano
-y los produciría
todavía

más en un
futuro. pr6xim<>---'" la experiencia de tener que
vivir

dentro del contexto de una sociedad permisiva
y seculari-
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Fundaci\363n Speiro

JOSE ORLANDIS
zada después de quince siglos en que el contexto ambiental de
nuestras tietras había sido la sociedad cristiana. Cuando escri­
bía aquel ensayo, el clima
de permisividad era ya palpable en
España, aunque las leyes,. el Detecho escrito del Estado, enton­
ces aún confesionalmente católico, configurasen un ordenamiento
jurídico que trataba de seguir siendo, todavía, básicamente cris­
tiano. En estos
úlúmos años, la. situación ha variado sensible­
mente y se sentaton las premisas constitucionales
de un nuevo
ordenamiento, cuyas
consecuettcias ulteriores han ido sacando las
previstas leyes orgánicas, que desarrollaron
el texto fundamental
de
la Constitución.
Existir en un contexto legal
y ambiental inspitadó en un hu­
manismo secularizado, que puede incluso desconocer exigencias
fundamentales de la ley natural., esa setá
la suerte que les toque
conocer ahora a muchos cristianos, ciudadanos de países orienta­
les, pero también del Occidente o del Tercer Mundo. Estos cris­
tianos no sólo habrán de conocer el imperio
de una legalidad ad­
vetsa o acristiana; tendrán que vivir también en el mateo de una
sociedad permisiva

y sin
el apoyo, por tanto, de las tradiciones
y comportamientos colectivos impregnados de cristianismo que
durante muchos siglos facilitaton la recta conducta moral de las
personas corrientes; de esas muchedumbres
de hombres' medios
que siempre
fueron mayoría

en la sociedad. Este es, a mi juicio,
uno de
· los problemas · fundamentales

que se
plantean hoy al·
hombre

contemporáneo. V ale la pena detenerse a considerat des­
. pacio

algunos de sus aspectos más salientes.
2: ,Leges et mor~s.
El primer punto sobre el que quisíeta llamar la atención es
el siguiente: la aparición de modernas legislaciones vacías de ins­
piración cristiana:,· o en contradicci6n, incluso, con principios esen­
ciales de la ley natural,. tiene lugar en el ámbito -de. una socie­
dad sometida
a un
agudo proceso de transformación o desinte­
gración y

que apatece
carente, como
jamás lo estuvo ninguna
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TRADICIONES CRISTIANAS Y MORAL SOCIAL
otra, de tradiciones y hábitos morales colectivos de comporta­
miento· comunitarict
Leges et mores, leyes y costumbres, leyes y tradiciones, fue­
ron siempre, a través de los siglos, como la brújula o estrella
polar que sirvió de referencia orientadora para el
caminar terre­
no

de
los individuos y· de
los pueblos. Los
h,U,itós inveterados,
las
· costumbres, podían llegar

a crear
derecho, un
derecho que
no era producto de la voluntad normativa de un determinado
legislador sino obra de muchos, y que la escuela histórica ale­ mana del siglo
xrx consideraba

como la expresión más genuina
del espíritu popular. Las tradiciones, las costumbres, surgían del
consenso, no ya ·entre los componentes de una generación, sino
de muchas generaciones sucesivas de una misma comunidad que
coincidían sustancialmente

en sus criterios y juicios de valor. Dos
factores
sobresalían como

elementos decisorios para la creación
de ese consenso: la importancia atribuida al precedente y el pres­
tigio de que gozaban los mayores
. en

la vida
· social. «Así se
ha
hecho siempre» era
uná razón

de peso que
prevalecía sobre
otros
muchos posibles argumentos. El prestigio de los
mayores -su
auctoritas-provenía de la convicción de que sabían más, por­
que
tenían más
experiencia y era prudente, por
.tanto, confiar
en
ellos. Casi todos los pueblos antiguos contaron con
una· asam­
blea

de ancianos cuya voz se dejaba oír en los asuntos importan­
tes que afectaban al destino de
la comunidad; así ocurrió, por
ejemplo, en Roma, donde la asamblea
·de las
viejas familias, de
los
senes, fue el Senado, el órgano más representativo de la Cons­
titución política romana. La sabiduría de los
veteres, de los an-.
tiguos,

era un principio
tan indiscutible que el Papa Juan XXIII
-no está de más
recordarlo-: tituló
as{,
Veterum sapientia, una
encíclica destinada a fomentar el cultivo del
latín' en

la Iglesia.
3. Las tradiciones familiares.
Estas motivaciones fundadas en la tradición tenían especial
peso dentro de la familia. «¿Por qué razón eres carlista?»,
pre­
guntaba

yo un
ella, allá
por los años cuarenta,
a un
joven labra-
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JOSE ORLANDIS
dor de la tierra· de Estella: «porque lo fue mi padre», respondió
sin vacilar.
«Y tu
padte, ¿por qué lo fue?», le insistí todavía:
«porque lo
fue mi

abuelo». La familia, pese a los conflictos
ge­
neracionales que. siempre se dieron, tuvo en el pasado un papel
decisivo en la fo~ci6n de sus miembros. Las familias eran de­
pósito y vehículo de tradiciones que se transmitían de padtes a
hijos. La familia
infundía a sus miembros un mismo espíritu y
creaba en ellos un denominador común. Creo que fue el mariscal
Lyautey, aquel gran soldado colonial que labró pata Fancia un
imperio africano, quien evoca en sus «memorias» la
figura de
su

abuela como símbolo del espíritu
familiar cuando él era to­
davía un joven oficial. Y recuerda cómo aquella vieja dama legi­ timista, con ocasión de una
fiesta que
había reunido a su alrede-
·
dor

toda una
much~umbre de
hijos y nietos, daba gracias a Dios
por haberla concedido muy larga vida, una descendencia
tan abun­
dante y porque en toda aquella familia. tan numerosa no hubiera
ni un solo republicano. En Mallorca, mi tierra, que hace cincuen­ta años
tenía mucho

de isla, pero también de coto cerrado y don­
de cada cual
sabía quién

era el otro, recuerdo que un anciano
señor me
daba seriamente

este consejo:
«no te Hes de

las fami­
lias que
· fueron

felipistas
· en

la Guerra de Sucesión y luego libe­
rales en las guerras carlistas». Aquellas. familias compacras,
cohe­
rentes

y hasta
con buena

memoria histórica es indudable que in­
fluían poderosamente

en los individuos, en la formación de sus
convicciones y en su conducta moral. Y, como esas ·familias eran cristianas
en su

inmensa mayoría, es indudable que marcaban en
el hombre una impronta ética y religiosa de signo cristiano. La impronta de las tradiciones familiares
ha perdido hoy
mucha de su antigua eficacia. Una de
las principales
razones ha
sido, sin duda, la quiebra violenta producida en
la mecánica de
. la

renoyación generacional. Recordábamos más arriba que con­
flictos de generaciones y disparidad de criterios entre padtes e hijos los ha habido en todos los tiempos. Pero hoy se da algo más que conflictos generacionales,
si es

que de generaciones pue­
de hablarse todavía, porque las diferencias de talante y de cri­
terios que . se daban antes entre hombres de generaciones_ distin-
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TRADICIONES CRISTIANAS Y MORAL SOCIAL
tas parecen darse ahora entre personas mucho menos distancia­
das
én 'd tiempo, entre hermanos mayores y menores o entre
compañeros
de colegio con algunos años, tan sólo, de diferencia
entre sí. Y ocurre, además, que
la alternancia de tales «minige­
neraciones»

provoca a menudo en ellas algo más que conflictos:
puede
ábrir cesuras

profundas, casi abismos,
al menos en apa0
riencia. El resultado final es· que las tradiciones se quiebran y
difuminan
,por el

cambio
• vertiginoso
de los hábitos sociales.
·
4. Los hábitos sociales cristianos . •
La familia, por grande que fuese su importancia, no era, con
todo, en tiempos pasados, la única
com,.;nidad forjadora de. tradi­
ciones

y costumbres. Para que una comunidad pueda poseer tal
capacidad creadora, es requisito indispensable
qué. esa

comunidad
tenga dimensión humana. Y comunidades
· de

dimensión humana
lo eran, prácticamente, todos
.los grupos

sociales existentes en
épocas anteriores a la revolución industrial. No se olvide que los
núcleos de población en aquella sociedad eran, en
su inmensa
mayoría,

ciudades donde los vecinos seguían siendo personas, te­
nían un nombre o un apodo, se conocían todos y muchos de ellos se saludaban al
cruzarse por

la calle.
En las sociedades cristianas así conformadas, las costumbres
y
el ritmo de
la vida
común contribuían a impregnar de sentido
religioso la existencia individual de sus miembros. El correr del
tiempo en aquellas comunidades humanas discurría,
año tras
año,

a un paso, marcado, sobre todo, por
.el ciclo regular de la
Liturgia. Yo recuerdo, por ejemplo, la seriedad con que se vivía
la Cuaresma en mi tierra natal: jóvenes y mayores, en gran nú­
mero, dejaban de ir al cine o al teatro y acudían dos o tres veces
por semana a
oír las

predicaciones propias. del tiempo. Este clima
.
social

de austeridad llegaba al cénit en los días centrales de la
Semana Santa. ¡Qué lejos estaban aquellos
días de

ser unas jor­
nadas de vacación o turismo, como son hoy para tantos, que tra­
tan de convertirlas en unas primicias anticipadas del veraneo!
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]OSE ORLANDIS
La Semana Santa· se vivía en la vfa pública, en el hogar y en los
templos. Se notaba en las calles,
sin automóviles ni coches; se
sentía .en el

hogar, donde callaba la música del gramófono
y hasta
del piano. Y los Oficios en las iglesias, las visitas a los Sagrarios
o los desfiles procesionales llenaban la vida
.de la

ciudad. Igual
podría decirse de la fiesta del Corpus Cristi -el vecindario en las calles, la gente con
su· mejor

ropa, las tropas cubriendo la ca­
rrera-;
y de la solemnidad de las Animas, en que se palpaba la
estrecha comunión entre vivos
y difuntos de la familia, entre la
Iglesia militante y la purgante; lo mismo cabría decil:se aún de la
fiesta de la Inmaculada, cuando ventanas y balcones se cubrían
de luces, en memoria de las antorchas que brillaron en Efeso la
noche de la proclamación del dogma de
la Maternidad divina de
María. De todas estas fiestas que, a lo largo del año, jalonaban la existencia social de nuestros pueblos y que tenían un inmen­
so valor pedagógico de catequesis cristiana, apenas
si permane­
ce en

pie la Navidad;
y ésta, incluso, diluida y naturalizada,
con signos paganos, que pretender ir desvirtuando su valor
y
significado genuinamente religiosos.
Un clima colectivo como
el que acabamos de evocar es evi­
·dente que favorecería la religiosidad popular y la formación de
la conciencia moral de los individuos. El «conformismo social»
-utilicemos la expresión, aunque pueda parecer peyorativa­en las sociedades cristianas, facilitaba al hombre corriente el cum­
plimiento de los deberes impuestos por la Ley de Dios; y pe­ saba incluso
más que

la
propia legalidad
civil de signo contra­
rio, como lo demostró
el comportamiento casi unánime de la so­
ciedad
española frente

a las legislaciones acatólicas o sectarias de
la I y II Repúblicas. Y a sé que ese conformismo de las socieda­
des cristianas, que hada que en muchos pueblos se mirase como a un bicho raro al que no iba a Misa los domingos, o que estu­
vieran mal considerados aquellos que no se casaban por la Igle­
sia es

algo que repugna a la
mentalidad dominante
en nuestros
días. Una conducta religiosa
y moral, amparada por un tal am­
biente, muchos la
calificarían hoy
de formalista e inauténtica.
Pero, al margen de la injusticia que puedan encerrar tales juicios,
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TRADICIONES CRISTIANAS Y MORAL SOCIAL
¿existe, acaso, en el mundo real -no en los libros· o en una at­
mósfera de laboratorio-
el tipo de hombre puro, libre de ·toda ·
suerte de condicionamientos?; y, todavía más, ¿ está hoy la per­
sona,
el individuo de nuestra sociedad secularizada y permlSlva
menos condicionado por
el contexto ambiental de lo que- esru­
vo
el hombre de la sociedad cristiana?
5. Los factores del. n~evo confoimismO.
Ciertamente, en nuestras megápolis actuales y en los subur­
bios o ciudades satélites que las rodean, no pueden
crearse tra­
diciones

familiares ni costumbres populares por la sencilla ra­
zón de que falta en ellas
la vida de familia y falla también la
convivencia social. Allí, lo normal es el minifundio familiar, for­
mado
por matrimonios sin hijos o con exigua descendencia, que
apenas
si constituyen hogar, porque el padr-e y la madre trnba­
jan

cada uno por
su cuenta y los hijos pasan el día en la guar­
dería o en la escuela. ¡Qué difícil
será que

la persona
--el ni­
ño-encuentre en esa familia empobrecida la protección y el
calor que necesita!; ¡qué difícilmente esa familia será _el instru­
mento configurador de hábitos éticos y religiosos que impriman
una huella perdurable en la vida de aquella persona!
Las casas
--colmenas, surgidas

como hongos en torno a las grandes urbes­
habitadas por muchedumbres de desconocidos vecinos que ape­
nas se saludan en
el ascensor o la escalera, no son tampoco co­
munidades
humanas, capaces

de generar tradiciones
y hábitos
sociales. Pero no vaya a
creerse por ello que el

hombre-número
de estas colectividades masivas y anónimas
sel\, más libre

o esté
menos mediatizado qne aquel otro que
vivió en el ambiente de
la sociedad cristiana. Las modernas sociedades secularizadas y permisivas
condicionan y

ahorman el ser
humano con
tremenda
eficacia y hasta un grado jamás conocido por sus mayores en
veinte siglos de historia. Y esa presión -no
lo olvidemos-

se
ejerce ahora, además, sobre un
hombre particularmente

indefen­
so, porque se . encuentra solo y aisladb como S:ntes nunca lo es.:.
tuviera.
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]OSE ORLANDIS
, Los factores condicionantes actúan hoy sobre la petsona a través, sobre
todo, de
la propaganda y de la moda. El
individuo
sin

enraizamientos éticos está abierto y desarmado frente a la
acción desintegradora de los medios de comunicación social; de
unos medios
que, de

un tiempo a esta parte, parecen a menudo.
impulsados por un pettinaz designio de envilecimiento de la per­ sona humana, como si la meta que persiguieran fuese el reba­
jarla hasta el estricto nivel de la más pura animalidad.
La moda,
por su parte, con su formidable capacidad de atracción sobre la
gente corriente,

es un
factor determinante

para la creación del
nuevo conformismo moral -o si Se quiere amoral- que viene
e llenar el vacío dejado por la paulatina desaparición de las. tra­
diciones

y comportamientos sociales de raigambre cristiana. En
vez del «así se ha hecho siempre» de otros tiempos, el hombre
vulgat de hoy recurrirá al tópico «todo el mundo lo hace así»;
w1 tópico con que se trata de sustituir el imperativo de la ley
moral por el dato sociológico -real o
fabricado--al

que pre­
tende atribuirse una irresistible eficacia justificante.
6. La n'ecesaria restauración familiar.
· Todo lo expuesto hasta aqul puede setvir para deja.r cons­
tancia
. del

inmenso cambio espiritual y social que hemos presen­
ciado en el curso de unas cuantas décadas de
la más reciente his­
toria. Peto
esa· exposición,

lejos de invitar a una paralizante
re­
signaci6n, ha de Constituir un acicate ·.para uria acción más enér­
gica que esté .a la altura de las .necesidades y desafíos que la
nueva situación
plantea. Es

evidente que nos hallamos ante una
circunstancia histcSrica distinta, que
serfa utópico

pretender re­
chazar.
Lo que importa ahora es defender, en esta concreta cir­
cunstancia, la dignidad,
la petsonalidad de un hombre que ha
sido creado por Dios a su imagen
y semejanza, y al que se quie­
re marcar cori el signo inmundo de
la· bestia.
La restauración de la familia,
una· familia
acomodada cier­
tamente a las nuevas realidades, pero que siga siendo familia ge­
nuina y verdadera, habrá de ser uno de los factores esenciales de
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TRADICIONES CRISTIANAS Y MORAL SOCIAL
la gran empresa destinada a la salvación de la persona humana
en la
sdciedad actual.

El hombre nuevo
-el. niño- tiene, no
ya el derecho, sino la necesidad de poder contar con un hogar,
con una familia
unida y

estable que le forme como persona y
como cristiano
--0, mejor, como hombre cristiano---y le incul­
que unos firmes principios morales. «Todo depende, en suma
--decía ya el Papa Juan Pablo II en una de sus. primeras audien­ cias,
el 3 de enero de 1979-, del modo cómo los padres y la
familia cumplan con sus deberes primarios
y fundan1entales, del
modo y medida con que enseñan
a ser hombre a esa criatura que,
gracias a ellos, ha llegado
• ser

un ser humano, ha obtenido la
humanidad. En esto 1a familia es insustituible».
Hemos dicho que la familia actual, cualesquiera que sean los
cambios sociales,
ha de seguir constituyendo, por encima de todo,
una verdadera y genuina familia. Puntualicemos mejor esta idea. Conviene dejar claro que, de.
ningún modo, puede identificarse
a la familia con la pareja, según los dictados de un hedonismo
refinado y egoísta. Salvo
el caso de matrimonios a quienes Dios
no ·haya concedido descendencia, la
familia la
forman los espo­
sos con los hijos; y, también, si se da el caso, con los abuelos
y otros parientes mayores que pueden
cumplir en

el bogar una
función de primera importancia y que, por regla general, seria una falta de piedad recluirlos a esperar la muerte en asilos o re­
sidencias de ancianos. La restauración
familiar presupone,

·pues,
que cada
familia forme

un auténtico hogar donde la persona en
trance de formarse eocuentre luz y calor. Que la familia necesi­
ta ser

hogar lo
entendía muy
bien la sociedad medieval que, en
vez de censos de individuos llevaba libros de «fuegos», pues
eran éstos, los hogares donde se encendía lumbre, las
unidades
de

población que importaban, incluso
en el
orden fiscal. Estos
hogares, necesarios para
formar hijos

cristianos, exigen también
hoy que la casa esté abierta y habitada, que no sea
siniple apea­
d.ero o dormitorio. Esto que en nuestra , sociedad cristiana se
daba como la cosa más natural, requiere· ahora sentido de gene­
rosidad
y una dedicación sacrificada y generosa por parte de los
padres.
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JOSE ORLANDIS
7. Familia, hogar, escuela.
Uno de los puntos claves en esta empresa de restauración
familiar es la afirmación
del papel insustitttlble que
tiene en el
hogar la mujer, como esposa, madre y
cora2ón de

la casa. Ya sé
· que

ello puede chocar con una cierta idea acerca de la emanci­
pación femenina, según la cual la dedicación de la mujer a las
mismas actividades profesionales que el varón sería condición
sine qua non de su igualdad de derechos con el hombre, Esta
idea
acerca de la emancipación parece olvidar que la propia
naturaleza no ha hecho al hombre y a la mujer iguales sino com­
plementarios y que eso no
significa servidumbre

sino guardar
el recto
orden de las cosas .. Una dedicación de la mujer casada
a1 trabajo fuera del hogar no puede presentarse, sin más, como
signo
y meta de avance ·social. Aunque, a veces, la imponga la
necesidad o la justifiquen otras
ra2ones, una
tal dedicación se­
ría funesta y no constituiría ningún progreso si fuera en detri­
mento de los deberes primordiales que incumben a la mujer ca­
sada como esposa y madre de sus hijos. Porque de ella depende,
en definitiva, que haya familia, casa y hogar, esas cosas indis­
pensables
para que

los padres
· puedan
,cumplir su oficio peculiar
que el Fundador del Opus Dei definía diciendo: «Los padres son los principales educadores de sus hijos, tanto
en· lo humano
como en
"lo sobrenatural»

( «Es Cristo que pasa», 27).
La familia, el hogar, son piezas esenciales para la formación
del hombre acrual; pero
· es
bien patente que esas piezas no son
las únicas. Aludimos antes a la
influencia que

un clima social
cristiano -el aire de la calle-- tuvo en tiempos pasados para la
configuración de

convicciones y hábitos morales rectos en los
hombres ·corrientes. Ahora, cuando ese ambiente público no
·exis­
te y el· conformismo social es de signo no cristiano, -una escuela
que sea prolongación de la acción de la familia ha adquirido ex­
traordinaria· importancia. Por eso, la existencia de escuelas don­
de se inculque un sentido cristiano de la vida
y se forme en ni­
ños y jóvenes una conciencia moral recta es hoy más necesaria
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TRADICIONES CRJSTIAN~ Y MORAL SOCIAL
que nunca. Los padres conscientes de su responsabilidad .no han
de escatimar sacrificos para conseguir tales centros educativos y,
de ordinario, habrán de promoverlos ellos asumiendo un prota­
gonismo que en otras. épocas no era necesario.
La formación que
se
;eciba en

los
col~os privados

o en las escuelas
públicas ha­
brá

todavía de completarse con otros instrumentos educativos,
como clubs, centros de convivencia
y mil iniciativas más enca­
minadas a propocionar a los jóvenes un enriquecimiento de la
personalidad, la práctica del deporte o una alegre diversión en ambientes morales sanos
y limpios.
8. A modo de epílogo.
Ha llegado el momento de sacar algunas conclusiones de todo
lo que hemos expuesto. Habremos de partir de la constatación de un hecho que
podtá, quizá,

lamentarse,
p~ro que

no por eso
deja de ser un factor
con el

que es preciso contar: el amortigua­
miento o la desaparición de las tradiciones sociales cristianas de
nuestros pueblos. Tratar de averiguar las razones de este fenó­
meno nos llevaría demasiado lejos; basrará con decir que las causas son múltiples
y que la principal de ellas ha sido el ver­
tiginoso proceso de cambio sufrido por el mundo en los últimos
decenios. Las tradiciones sociales, por otra parte, son difíciles de reha­
cer
y necesitan tiempo largo para crearse. Bien· lo sabía el almi­
rante Cunningham, comandante de la flota inglesa del Medite­
rtáneo durante los momentos más duros de la
seguoda guerra
mundial.

En las jornadas dramáticas de la evacuación del ejér­
cito inglés de
la isla de Creta, bajo una lluvia de fuego de los
«stukas» de la aviación alemana que diezmaba sus barcos, al­
guien la propuso retirarse de aquellas
aguas para

salvar la es­
cuadra
y dejar a los soldados abandonados a su suerte. Cunning­
ham rechazó resultamente una propuesta que rompía las mejores
tradiciones de la Marina: «un crucero
--- tres años
en construirse; para rehacer una tradición harían falta tres
siglos».
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]OSE ORLANDIS
En una socied~d .casi sin tradiciones como la nuestra -esta
es la conclusión última a q,;ie llegamos~ tán sólo serán capaces
de existir cristianamente
las person~s de

convicciones firmes
y
clara doctrina. Contando con la gracia de Dios, que ·nunca falta,
solamente
la convicción personal puede !!.,,;ar el vado tradicio­
nal. Formar esos hombres de recta conciencia, capaces de ser
fie­
les a su fe Sin el apoyo de tradiciones y· costumbres, a contra~·
pelo del ambiente y del adverso conformismo social y, además,
bajo una legalidad civil alejada de
la ley divina natriral y po­
sitiva, ese es · el desafío fundamental que han de afrontar los
cristianos de nuestro tiempo. La familia y la escuela
·habrán de
ser

los instrumentos capitales para la tarea de forjar estos hom­
bres nuevos que necesitan hoy la Iglesia y
la sociedad .

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