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Número 255-256

Serie XXVI

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El laberinto de Rubert de Ventós, la Hispanidad y una confrontación con Maeztu

EL LABERINTO DE RUBERT DE VENTóS, LA
HISPANIDAD Y UNA CONFRONTACION CON MAEZTU
POR
VICENTE MARRRRO
Sobre la génesis y el marco un tanto «oficioso»· con que se
presenta el libro
El laberinto de la Hispanidad, galardonado con
el Premio Espejo de España 1987, aunque nos dice su autor
qi;;e lo que. en
él se lee sólo son opiniones de su incumbencia per-.
sonal,
han sido tantas las «oportunidades» aducidas que no nos
deja otra salida que concederle la significación que él ha pro­
puesto darle. Nos habla en sus páginas preliminares de la oportu­
nidad «ambiental» que influyó en el contenido y dirección de su
discurso y también de su oportunidad «ideológica», por si no
dijeta ya de por sí
lo bastante su intei:ven~ión en la organización
de los encuentros «ambientales» entre altos representantes de los
Departamentos ministeriales del
actual equipo

gubetnamental es­
pañol y los del
Suite Departement

y del Pentágono, y esto desde
un ángulo de mira dirigido a enfocar las características más sa­
lientes del mundo hispánico y las del anglosajón.
Pero ante un libro de características tan sui generis) qUl.en
procura estar a tono con lo en él se ofrece, y más aún pretende
ofrecer, no ha de pasar de lado
ante las
múltiples y
diversas ma­
nifestaciones,

preponderantemente de tipo psíquico, con que
lo
ha ido «ilustrando» su autor. Esto de por sí le enmarca en un
quehacer · escriturístico

muy lábil, aunque no por ello aproble­
mática concepción del ensayo,
si bien muy dentro de las mane­
ras y

modos de expresarse ahora, que no serán, si se
désea, de
derecha

o de izquierda, pero sf
más de
abajo que de arriba, so­
bre todo

si se juzga por la ambivalencia estilística a la par que
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Fundaci\363n Speiro

VICENTE MARRERO
conceptual de su autor, que de manera expresa nos habla de la
ironía, del buen humor, de la ambigüedad dubitativa o conclu­
si6n provocadora. Seguramente con ello, en un libro dedicado
a la Hispanidad y publicado en
la actual coyuntura cultural de
nuestro
país, pretende

escudarse ante las fáciles, previstas y a
menudo manidas objeciones y reacciones de uno y otro sector.
El autor está en su derecho de elegir el procedimiento que pre­
fiera, pero el lector, por su parte, elija el que elijá, por más que
se empeñe en comentarlo del mejor modo, no podrá soslayar la
actitud de quien lo ha escrito de manera tan peculiar.
Tengo especial interés en dejar esto claro, porque
si a

las
mencionadas palabras preliminares con que se presenta
El labe­
rinto de

la Hispanidad,
'llñadimos las que - se leen en la solapa,
además de las que ya han corrido en alguna entrevista o con
motivo de su presentaci6n; algo
sigue flotando

en el ambiente
entre inquietante y perturbador, aunque s6lo sea por
el modo
con que
el propio Rubert de . V entós la calificara en el día de su
presentaci6n: «provocador, chocante, insensato y marginal»
(ABC,
5 de abril de 1987).
Sentiría, no obstante, que se me juzgue insensible ante lo
que confiesa su autor a propósito
de que su libro nació un poco
de

las contradicciones históricas que se le presentan y también
como una respuesta intelectual a
la que ya se había planteado de
forma . vital; pues su mujer y .sus hijos son americanos:, por lo
_ que,

según nos dice, trata de no ser codescendiente con ninguna
de sus pasiones, lucha un tanto ambivalente coo ellas y las hace
aflorar
intelectualmente de un modo que detesta
~son sus
pala­
bras- la monogamia
intelectual.
Todo

lo respetable que se quiera, esto no puede ser
·óbice
para

que distingamos el pretexto de la solución y veamos lo
que sostiene en su necesidad de explicar a Washington la actual
posición española en los temas atlánticos
y centroamericanos. U°'
estudio

comparativo de la colonización hispana y
la anglosajona,
una

idea de
la hispanidad «habitable». también por catalanes e
iberoamericanos y, sobre todo, cuando después de su recorrido,
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Fundaci\363n Speiro

EL LABERINTO DE RUBERT DE VENTóS
parece haberse olvidado de algunas de estas preguntas y concluye
en una España ambigua y
dubitativa_.
Sin

embargo, con todas las objeciones imaginables
-y por
mi

parte tendría unas cuantas- el
]ibro en
su eje central trata
de ser positivo y lo consigue en tanto se ha propuesto
sentar unas
premisas

que suscite un
debate como
revulsivo. Y no s6lo para
m',ichos de

los.que se sienten inclinados a estar de acuerdo con sus
tesis.
T;mbién para

los que la rebatan total o parcialmente. De­
bate que, por supuesto, sigue abierto, aunque su autor lo ma­
tice con una dosis de ironía o de semidisplicencia académica que,
indefectiblemente, . pese a su buena voluntad, no parece tener
siempre carta de recibo. Pero no dudo que· constituye el mejor
aliciente del- libro, y me inclino a sostener que desde las posicio­
nes ideológicas y políticas que representa, apenas hay otro sobre
esta materia
de características similares al suyo -que ofrezca un
intercambio _ de pareceres ante otras posiciones de -· sObra conoci­
das en nuestra vida pública, pero a las que de una manera entre
desconsiderada y descarada
se ha

tendido últimamente y ponerles
sordina en la actual situación en que se encuentra nuestra vida
cultural.
Mas son tantas; insisto, las cuest'iónes a las que de pa_sada se
aluden en el estrecho recinto de El _laberinto de la Hispanidad,
que de comentar las más salientes por separado o con el deteni­
miento que algunas de ellas merecen, se correría fácilmente el
riesgo de resultar demasiado prolijo, además de excesivamente ex­
tenso.
y no es para que nadie se sorprenda si se sospecha o se
sabe

lo que hay detrás de vocablos como éstos: Conquista y
Evangelización, ·Descubrimiento· y Desarrollo. en América; neoes­
colástica en las interpretaciones de Vitoria o Suárez; modernas
meditaciones sobre el ser de España en torno a figuras tan so­
bresalientes de nuestra vida intelectual como Unamuno, Maeztu,
Ortega, Américo Castro ... ; visiones tan genéricas como la-s pro­
pias de las diferencias entre el mundo hispánico y el anglosajón,
o las relaciones entre religión y economía, modernidad y mundo.
barroco; o consideraciones tan específicas, propias de estudio­
sos especializados, sobre la organización de la Encomienda, de la
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VICENTE M,4RRERO
Mitá o turno ( 1560-1630), de la Fiesta o Mayordomía ... Cues­
tiones todas ellas, como otras por
el estilo, que me hallo muy
lejos de infravalorar, y que el autor en su soberano derecho de
presentador ha aglutinado
dd modo

corno lo ha hecho y que
configura su

libro.
Así, entre otras particularidades, abierta y un tanto osada­
mente se pregunta: ¿no puedo yo
apdar ·a Suárez y

al barroco
español en
d fin que me he propuesto, como la escuela de Frank­
furt ha utilizado a Freud y al idealismo alemán? Sin que obje­ temos su
apelación, tendrá

que reconocer, por su formación y sig­
nificación académica,
que no

es materia, en atención suya, para
despacharla de
corrido, ni

para hablar como él
lo ha hecho, por
ejemplo, de
la teoría dd conocimiento de Suárez o de la natura­
lización y racionalización de
la ley divina desvinculándola de la
teología y avecindándola, como haría el Renacimiento, a la na­
turaleza racional
dd hombre,

con todo
lo que añade confusa­
mente sobre la propiedad privada en Santo Tomás o sobre el
laxismo y casuísmo moral de algunos padres jesuitas ...
En· el

presente comentario, que no me ha resultado nada
fá­
cil ensamblar ante tan amplia panorámica, he procurado, por los
motivos
aducidos, seguir
una línea que compendie a los ojos del
lector
dd mejor modo· que

me ha sido posible el objetivo que
se ha propuesto el autor.
Para· ello,

y también por muy diversos
y significativos motivos, he tomado como eje central dd presente
comentario los que el
autor ha
dedicado, en su libro basado
fun­
damentalmente en la Hispanidad, a Maeztu. No lo cita muchas
veces que digamos, pero sí más que a otros
de nuestros escrito­
res contemporáneos; además, en la solapa del libro y, sobre todo,
en los momentos
más definitorios de su exposición. Aparte de
que
Maeztu, hoy por hoy
-al menos como se le ha solido pre­
sentar
en los

actuales órganos
. de
difusión-, representa una
po­
sición que no se identifica en última instancia con la que se ha
propuesto
configurar la línea seguida por Rubert de Ventós.
Creo no equivocarme
·si sugiero
que el mismo autor de
El la­
berinto de

la Hispanidad
19 ha visto así, sin que ello quiera decir
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Fundaci\363n Speiro

EL LA)lERINTO DE RUBERT DE VENTóS
que la Hispanidad se haya, quedado en donde la dejó Maeztu,
Desde 1936, año de su
asesinato, son

muchos y grandes los acon­
tecimientos históricos que se han sucedido y que tan
seriamente
han

afectado al mundo
-hispánico.

Sin ir
más lejos, el eco que
encuentra en el libro en cuestión es buena muestta de ello.
Es más, Rubert
de Ve11tós, a juzgar por lo que ha escrito en
su libro, en el fondo parece hallarse más volcado hacia una muy
singular especie

de pragmatismo que hacia una inequívoca valo­
ración intelectual, pese a
su equipaje doctrinal y político. Y en
esto Maeztu es su interlocutor o punto de referencia más válido,
por

sus muchos años de experiencia y conocimiento del mundo
anglosajón y de su impronta puritana y calvinista que tanto le
interesó,
así como

por su «experimentalismo» con los pies bien
asentados
en la tierra y su espafiolismo tan acrisolado como cri­
tico. Considero, en pocas palabras, que en muchos de sus aspec­
tos formales no se halla tan distante
de_ la

posición de
Rubert de
-V

entós que haga imposible o infundada
la base para un diálogo.
Espero, por consiguiente, que las referencias qne haré de Maeztu según lo cita
Rubert de

V entós compendiarán también en buena
medida una visión global de los objetivos de su libro.
Una actitud muy anterior a la ilustrada y también mucho
más' liberal y radical.
Así califica Rubert de Ventós la doctrina que fundamenta Vi­
toria y que se opone a los intereses temporales de su religión
y de su país desde una actitud
patemalista muy

anterior -tam­
bién mucho más liberal y
radical~ a

la ilustrada, Se detiene en
el intento jesuítico por traducirla a la práctica como expresión
de una
teoría político-jurídica de fa soberanía que «se diferencia
a la par de la estrecha monarquía de la Edad Media y del
ilimi­
tado absolutismo descrito más ,tarde por Hobbes» (J. H. Pa­
rris ), Actitud de la que deduce «la nueva ley positiva que iba a
fundar el absolutismo conttactual». Y
ahí reside la dimensión
liberal e incluso radical de la escolástica
espaiiola tardía: en

su
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VICENTE MARRERO
intento de neutralizar, el uno con el otro, al rey y al papa, .la ley
divina y la
positiva» (pág. 28 ).
Con ánimo de abreviar procuraré _ seguir fiel a mi ip:tención
de no deteherme en precisiones de marices accesorios, aunque no
por ello insignificantes, en una materia muy trillada por los culti­
vadores de nuestro pensamiento tradicional, pero no quiero de­
jar de lado lo que a este propósito nos dice de Maeztu: «Una di­ mensión, claro está, en la que
el pacato tradicionalismo español
nunca se
atrevió a

seguirla. Buen ejemplo de ello es la interpre­
tación que hace Ramiro de Maeztu de la "obligación de desobe­
decer"
sostenida por

el padre Vitoria ... :
"los gobernantes
están
en la obligación de que su parria esté siempre al lado de la ra­
zón, de la humanidad, de la cultura, del mayor bien posible. Los
gobernados no tienen normalmente
razones para

poder juzgar a
conciencia de la justicia o injusticia de una guerra" . . . "Así es
como la audaz provocación del
padre Vitoria se

transforma en
Maezt11 en una
piadosa invocación

a la obediencia"»
{ibid.).
Es de lamentar que una mente tan aguda y tan interesada por
nuestra vida intelectual.como
la de Rubert de

Ventós no esté tan
familiarizado como sería de desear con el pensamiento escolás­
tico español, pues las palabras de Maeztu coinciden casi literal­
mente con otras de Santo Tomás, del que Vitoria, en suma, fue
uno de
sus más

egregios glosadores. Pero esto, que no es tan
im'
portante

para exhibir ahora un aparato
de· citas,
no deja de tener
su gracia. Confieso que cuando las leí no pude menos de sonreír.
Pensé para
niis adentros, consciente de cómo Maeztu, en estos
últimos tiempos .había sido a
menudo criticado,
con razón, de
su actitud en los años republicanos ante
«la obligación

a desobe­
decer»-y, precisamente, por quiénes se mueven en órbitas inte.
lectuales de índole muy similar a la de Rubert de V entós; al
ffu, me dije: en ese campo hay al menos uno que le hace justi­
cia a
su tan
mesurada y digna concepción de la prudencia polí­
tica, aunque la califique de
«pacata» y

de «piadosa
.invocación».
Resulta,
sin

embargo, intolerable cuando parangona su ac­
titud
-con la

de otros que propugnan un imperialismo hispánico
o una renuncia al Estado· de derecho, cosas que no pasaron nun-
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Fundaci\363n Speiro

EL LABERINTO DE RUBERT DE VENTóS
ca por la mente de Maeztu (lo primero lo hizó constar expresa­
mente Eugenio D'Ors, imperialista muy
sui generis desde la pu­
blicación de su genial tesis doctoral). Pero también estarla dis­
puesto a
no darle

mayor importancia a esto, si no fuera por
el
modo con que Rubert de V entós nos viene a revelar el objeto
de su obra: «Durante muchos años Fernando Morán estuvo in­
sistiendo en que era urgente "recuperar los símbolos que nos
había arrebatado la reacción".
Es hora ya de que le hagamos
caso».
No va tan allá Rubert de V entós como Rafael Sánchez Fer­
losio, al que cita, cuando sostiene que « Vitoria está formulando
lo que_ será la
ratio y justificación del futuro imperialismo eco­
nómico de los países del Norte». Un juicio en el que se saca de
quicio nna realidad histórica socio-política, aunque quede intac­ ta la
signifiéación intrínseca o

iusnaturalista
de Vitoria, si hien
a nuestro autor le parece tantó
inás admirable «el

hecho de que
esta anticipación histórica resulte de una
audaz .

crítica al
impec
tialismo

de su tiempo».
"Aquí no hemos nacido p&ra ser kantianos".
Hecha la anterior referencia que nos sitve de diapasón para
dar con el tono
de su libro y que sitúa en su tiempo y lugar aun­
que un tanto externamente la concepción juridico-político-doctri­
nal del
poder motivador

tan característico del mundo hispáuico;
desde otro ángulo de
mira más atento al entramado interno o
moral, Rubert de Ventós facilita el alcance de su pensamiento al
enfocar
la panorámica que brinda la actual situación política es­
pañola, que juzga orientativa para
-Iberoamérica,
por
lo que sien­
ta la siguiente tesis: «Por fin parece haberse roto en España ese
maldito péndulo que pasaba de
la fe dogmática y mesiáuica a la
pasividad o
la indiferencia. Por _fin quedaba refutada la afirma­
ción de Maeztu, según
l_a cual

«aquí no hemos nacido para kan­
tianos» (pág. 164).
Lo que a Rubert de Ventós le faltó añadit en esta 9casión
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VICENTE MARRERO
es que tal vez ningún español pueda presentar tantos títulos y
campañas
en nuestra prensa y revistas en pro de un kantismo
eficiente como

Maeztu. Al menos, a la
vista de los muchos ar­
tículos y

empefíos nacionales que le dedic6, reconocerá que
la
afirmación

suya que reproduce ha contado- de antemano con una
fe y una experiencia tan intensa y desgarradoramente vivida para
sostener lo que ha dicho
· con
una autoridad que muy pocos tie­
nen entre nosotros.
Si el lector desea refrescar su memoria, piense tan sólo en
lo que nos dice un texto como éste, de las postrimerías de
Maez­
tu, cuyo comentario,_pOr ser él uno de sus protagonistas más se­
ñalados, nos llevaría muy lejos: «No se podría escribir la histo­
ria de nuestra patria sin señalar la fecha de 1910 como uno de
los años decisivos ... , había surgido una
generación posterior

a
la llamada del 98, que no se contentaba con la crítica especula­
tiva; que aspiraba desde el primer momento a apoderarse del
Estado; que buscaba entre
las ideas

del mundo las más apropia­
das para lograr su objetivo y que creyó encontrarla en cierta
alianza, que entonces se intentaba en Alemania, entre el idealis­
mo de Kant y el socialismo de Carlos Marx. Como un reflejo de
lo que en Alemania se intentaba, y que al cabo no pudo con­ seguirse, se tendieron en
España los

primeros .cables entre los
intelectuales de la izquierda y las masas socialistas.
De ahí la
importancia del año 1910 en la historia de España»
(Autobio­
grafia, ver « Veinticinco años», El Pueblo V asco, 1 de mayo de
1935). Lo que
Maeztu ve

en este artículo como lo que «al cabo
no pudo conseguirse» o como «la voluptuosidad en el no ser»,
que deleitaba a los «intelectuales» de Madrid, giraba entre dos
apreciaciones del kantismo.
La primera, la reflejada en las páginas finales de su confe­
rencia «La revolución y los intelectuales», en el Ateneo de Ma­
drid (7-XII-1910): «en el fondo es kantismo, conciencia de la
conciencia, sumisión a
la ley, rebasamiento del yo individual en
la conciencia del yo trascendental, identificación del yo trascen­ dental como el yo del prójimo, eliminación consecuente de ele-
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EL LABERINTO DE RUBERT DE VENTóS
mentos místicos en la teoría y en la práctica, justificación de la
vida individual en la vida social, salvación de cada individuo en
los demás y redención de todos en
la cultura y en las cosas».
La segunda, se
lee en . su

obra publicada póstumamente,
De­
fensa det Esplritu (pág. 83 ): «Porque se ha dicho que Kant ha
traído al mundo la conciencia de la conciencia, y no cabe duda
que nos trajo, o nos quiso traer, la conciencia de que la con­
ciencia es la ley de sí misma, y de que en este postulado kan­
tiano ha buscado su fundamento filosófico el liberalismo radi­
cal. Por
ahí nos ha venido buena parte del orgullo que hemos
padecido en estos dos siglos, tan grande y tan kantiano, que ha­
bía razón

sobrada para llamar archipedante a
Kant,. ¡Qué
ex­
traño,
sin· embargo,

que haya sido
c;lpn Miguel
de
. Unamuno el
que se lo ha dicho!». .
En ambos casos, no puede negarse que se trata de un kan-.
tismo

que tiene muy poco
de libresco.
Sin embargo,
la cuestión
planteada por Rubert de Ventós se aclara .aún más cuando ad­
vierte que su
afumación trata

de fundamentarse en «el peculiar
rumbo, entre voluntarista y empirista, socialdemócrata
y po­
pulista, que ha tomado
la democracia española. Al leal virtuosis­
mo de Adolfo
Suárez y

a la tenacidad de Fraga o Carrillo con­
virtiendo a
la democracia a su más reluctante clientela, sucedió
por
fin la audacia controlada de
Felipe González y una nueva
generación· de políticos o sindicalistas capaces de pasar con na­
turalidad de la clandestinidad a
la mesa de negociación; de ju­
gar duro respetando exquisitamente las
regla.s de
juego y
sin
romper la baraja; de establecer un pacto tenso y eficaz entre su
propio ideario socialista y los intereses económicos, auton6micos
y profesionales que constituyen y deben también dinamizar el
país ... » (pág. 164 ). Abrevio su exposición, que en algunos aspectos hasta pudie­
ra resultar mortificante para su autor, dada
la rapidez con que
se están sucediendo. los acontecimientos entre noso'ttos, para cen­
trarla aún más; singularmente cuando considera que la opción
brindada por la situación política española «era especialmente
osada y oportuna en , un momenÍo e:o. - que la tendencia parecía
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VICENTE MARRERO
orientarse en sentido inverso: "liberalismo" econom1co paradó­jica o perversamente aliado a un nuevo fundaméntalismo ideo-
16gico y
estata,L ..

». Es más, resalta Rubert de Vent6s que con
«la nueva
monarquía, España

parecía iniciar la recuperaci6n de
su tradicionalismo
~s6lo falta

ya
que acabe
de perder
fos refle­
jos

centralistas producto de su precocidad estatal aliada a su
ino­
pia social'-. Con

los socialistas parece que, a su vez, se ha re­
cuperado
el ideal clásico y neoescolástico de una modernización
"no calvinista", sólo falta que acaben de profundizar su
tarea y
paguen

al
país su
último tributo. Este último tributo, claro está,
no· podrían

rendirlo hasta perder las elecciones y mostrar así que,
como corresponde a
un pats· democrático, no hay_ aquí ninguna
_ ideología salvífica, ninguna"' generación

eterna, ninguna opción
imprescindible ni carismática» (pág. 166).
Sin necesidad
. de

esperar
el resultado de ese futuro evento
electoralista, la exposición de Rubert de V ent6s en lugar de dis­
tanciamos, más bien nos acerca al _meollo de la cuestión que nos
interesa, aunque su panoranuca amplificadora nos llevaría tan
allá que
_¡,odría verse
-son
·sus palabras-
«potenciada y com­
plicada con
la reflexi6n catalana e iberoamericana», «muestra o
testimonio de la \patética reflexión hispana sobre la propia iden­
tidad».
En

eso justamente estamos
-dispuestos
a ver en qué medida
hemos nacido
para ser o no kantianos.
Pero
SQli muy varias las ideas y muy abigarradas las expre­
siones que las circundan para admitirlas o dejarlas sin más pasar
en bloque. Por lo pronto, y con ánimo de evitar suspicacias y dejar las cosas en su sitio, en cuanto a lo que
Rubert de

Ventós
escribe de la actitud de Maeztu ante
el kantismo o, más en con­
creto,

en torno
a las

múltiples sugerencias que esta palabra pu­
diera suscitar en nuestra política de hoy, ha de tenerse muy pre­
sente
que mÚy pocos

españoles de
la España contemporánea han
tenido, además, una vivencia tan experta a
la vez que de su más
idónea superación de lo que significa
el mundo liberal y, más
en especial, el de neta concepción anglosajona. Sirva tan sólo
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EL LABERINTO DE RUBERT DE VENTóS
como muestra lo siguiente, y siento de veras 110 poder extender­
me sobre
el particular:
No se le escapa a Maeztu que Croce atribuía al liberalismo
cuantos frutos del
espíritu humano

ha gozado la humanidad en
la pasada centuria, pero por la conexi611 que existe entre el es­
píritu
y la libertad juzgaba posible que en el porvenir se encon­
trará una base de coincidencia entre
los defensores
del espíritu
y
los mantenedores de la libertad. Mas lo que hubiera convencido
es que se hubiese encontrado hace cien años. «No se encontró.
Acaso no sea posible hallarla. Y así estamos ahora ante una ma­
rea, o ante un incendio, o ante un -terremoto que lo, mismo ame­
naza a los partidarios de la libertad que · a los mantenedores del
espíritu» («Espíritu
y libertad», 30-VI-1936, recogido en Vlspe­
ras

de la tragedia,
págs. 98-100).
« ... No cabe duda de que Croce tiene raz6n en esa obra suya,
que es al mismo tiempo
la mejor
filosofía del liberalismo que
se ha escrito, cuando dice que en el orden liberal "todos los
ideales:
el cat6lico, el absolutista; el dem6crata y el comunista,
hubiesen tenido libertad de palabra y propaganda, con
el único
límite.· de

no derrocarse el orden liberal". En ese orden se
11pro­
vecban y se integran cuantos elementos de bien puedan ence­
rrar otros si_stemas de ideas y, "en- todo caso, la presencia y
oposición de los adversarios hubiera podido servir de estímulo.
para mantener viva
y vigilante la fe"».
«Esta

concepción del liberalismo permite esperar
que cuan­
do

pase la actual crisis
y se advierta que ninguna fe debe im­
ponerse por la fuerza, vuelva· a conocer
· el mundo otro renaci­
miento de la idea liberal. Sólo que· entonces,
comO"dice el propio
Croce, no volverá a ser el liberalismo que hemos conocido, sino
otro distinto».
«Ahora andan buscando los pueblos aquel otro elemento que
el liberalismo descuidaba: el de la comunidad, de donde surge
el de autoridad. Después se tratará de conciliarlo con el orden
liberal.
y porque se busca ansiosamente algo que nos faltaba es
por
lo que se escriben tantos libros de política, de historia y de
economía ... Y así es posible que se
lea el

libro de Crece más
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VICENTE MARRERO
como la obra de un precursor que como la de un historiador»
(La Prensa, Buenos Aires, 15-VII-1934 ).
Y otro tanto o de manera equivalente a
lo que Maeztu ha
escrito del liberalismo, lo ha hecho en la misma línea del socia-
·
lismo, sobre lo

que he publicado recientemente un
trabajo: «Maez­
tu

y el socialismo español» (núm. 20,
nov.-dic. de
1986 de
Razón
Española, dedicado a conmemorar el cincuentenario de su ase­
sinato).
En u~o y otro campo se volcó Maeztu no co~o un escritor
o pensador que viviera en su torre de marfil, sino como quien
participa ardientemente en las vicisitudes más salientes que el
liberalismo
y· el

socialismo han conocido hasta 1936 en la España
contemporánea, para concluir, justamente, en eso que Rubert de
Vent6s ha resaltado tanto en su libro: en «una actitud muy an­
terior a la ilustrada y también mucho más liberal y radical».
Rubert de Vent6s no va en esa direcci6n y no puedo criti­
carle que no se haya fijado honda y debidamente en esa actitud
de Maeztu, cuando tampoco muchos de sus seguidores, en lugar
de contribuir a perfilar su superación integradora tanto
del orden
liberal como del socialista -viejo
kit motiv de su liberosocialis­
n:io en

una labor difusora emprendida con Ortega desde las pri­
meras décadas del siglo-, se han fijado en otros aspectos de su
pensamiento que no iban
en-esa. dirección. Dirección,

quede tam­
bién .claro,
. que

en última instancia tampoco culminaría en el
pensamiento de Maeztu en una actitud kantiana, sino fiel a otro
tipo de ordenamiento moral, aunque muy a tono con una par­
ticularidad que Rubert de Ventós ha resaltado btillantemente en
su libro, si. bien no sacara de sus premisas las mismas consecuen­
cias que dedujera Maeztu, sino otras casi de índole inversa. _
Me refiero a lo que en
El laberinto de la Hispanidad nos dice,
por paradójico que parezca,
del «clasicismo, la vulnerabilidad y
plasticidad de la cultura española,
lo que fundamenta la propia
uni6n que a pesar de todo existe aún entre los
países iberoame­
riéanos»

(pág.
135): Ese germen de «universalismo» cristiano que
«distingue a
la colonización española de la clásica, y vemos aho-
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EL LABERINTO DE RUBERT DE VENTóS
ra cómo su sensibilidad clásica le impide a su vez arrasar o
prescindir
de las obras culturales con que se encuentra, al estilo
de una colonización ya puramente intimista como
la protestante.
Difícil, precatio equilibrio ...
» (pág. 137).
Personalmente
.--claro está-reconoce Rubert
de Ventós que
«la admiración que como
. clasicista

siente por el enorme esfuer­
zo figurativo y hermenéutico del barroco español se mezcla al
temor que como liberal le produce
la libertad integrista y tota­
lizante» (pág. 151 ). Actitud que se
reflejará con
claridad
--a,n
lo que nos ceñimos más a nuestra materia-· cuando se refiere
directamente «a los valores liberales y radicales de la propia tra­
dición peninsular ( a los que) se ha querido añadir los de una tra­
dición democrática
y pragmática que hasta ahora nos ha sido
ajena .por no decir extraña» (pág. 159). Justamente, este es
el
planteamiento que se había hecho como ningún otro de sus
contemporáneos Maeztu y, en
el· fondo, lo que se ventila, si se
interpreta con amplitud, lo de si nacimos o
no. para
kantianos.
Con lo que hemos visto o leído, aunque sólo lo expresara_ de
pasada, Rubert de Ventós -observado con ojos avezados a
plan­
teamient~
similares

a los que se
había hecho
Maeztu-, se sitúa,
de una parte, tan cerca de su zona iluminada que no~ da la
impresión
de que casi la está tocando con sus manos. Así, hay
pasajes en su libro extraordinariamente agudos y alentadores como
cuando reconoce, a cuenta del relativismo cultural de costumbres del siglo
XVI y XVII, ·que «no ha sido superado aún por la antro­
pología moderna. No podía serlo, pcir otra parte, desde que la
busca de la "verdad" profunda y única de las formas sustituyó a aquel sentido e interés clásico-escolástico por las analogías for­
males. La
reducción de

los titos o
· mitos
a su verdad funcional
(Malinoeski), lógica (Lévi-Strauss) o pragmática (Hartis) es, sin
duda, mucho más etnocéntrica y reductiva que la simple trans­
formación que les aplican nuestros evangelistas» (pág. 137).
Sin
embargo,

pese a todo ello, se advierte que su esfuerzo para con­
ciliar lo que, salvada su mejor intención, no lo consigue de ma­
nera convincente ni sólida, sino, como
él mismo confiesa, y de
ello se hablará en su momento, de un modo convencional. Pot
701
Fundaci\363n Speiro

VICENTE MARRERO
nuéstra cuenta añadimos, basta preocupante ·por lo que· concier­
ne, del modo más natural, al ordenamiento moral, que nada ó
muy poco tiene de kantiano. ,
La Hispanidad o un. imperio sin legiones.
Justamente por su concepci6n del orden moral -no la d.e un
pensador detérminado, sino la que subyace en el mundo
hispác
nico--, es pór lo que Maeztu pudo hacer la afirmaci6n que, por
lo

visto, le sorprendi6 al autor de
El laberinrto de la Hispanidad,
que la reproduce sin extraer todo el jugo ,que muy bien podía ha­
berle sacado: «La dominaci6n española en América -afirma Maeztu- vino a ser un imperio romano sin legiones, porque la
defensa del
país estaba

principalmente comisionada a los enco­
menteros, y los militares no aparecen, sino en pequeño número,
~n los años de la conquista y en número mayor cuando el Nue­
vo

Mundo se
separo de

la
Metr6poli» (pág.
193 ).
Si las relaciones entre el mundo militar y
el ordenamiento
moral presenta estas características en
el mundo hispano, ¿qué
decir de

las existentes entre·
el mundo político y el moral? Cons­
tituye
una perogrullada en política saber que la verdadera fuerza
de
la autoridad no reside tanto en la .cantidad de poder que ha
de
concentrar en

un momento determinado, como en
la que-no
precisa
exhibir ni
arrogarse. Si

se acata libremente y sin coac­
ción -y otra cosa no
significa la

obediencia moral-, ¿por qué
ha de acudir la autoridad a otro tipo de recursos más costosos y
menos eficientes?
Sin· embargo,
en cuesti6n tan elemental se separan, por lo
fundado o
infundado de

sus respectivos plateamientos o metas
las líneas seguidas por quienes se mueven en la tendencia
qué
lleva .camino de

configurarse los principios en tomo a los
cuales
giran

quienes piensan y sienten
como Rubert
de Vent6s o como
Maeztu. Los que piensan o sienten como el primero simpatizan, acep­
tan o
juzgan como

insuperable lo que consideran
que ha
hecho
702
Fundaci\363n Speiro

EL LABERINTO DE RUBERT DE VENTóS
Europa· en un conjunto muy abigarrado que ha avanzádo en él
proceso
de modernización que tradicionalmente
se, asocia a: indi­
vidualismo, desencantamiento del mundo, secularización de
las
relaciones,
distinción

absoluta entre sujeto y objeto o entre
hé­
chos

e
ideás, concepción

del conocimiento
como control
de
la
realidad

y de la moral
como asunto

personal, etc. Proceso san­
cionado
-e incluso, paradójicamente bendecido por el protestan'
tismo

en el siglo
XVI y sigue a partir de ahí un proceso lineal-,
racionalislllo, ilustración,

idealismo,
trascendental, historicismo,
marxismo

-donde cada etapa desmitificaba la anterior y extraía
de ella el «núcleo racional» separándola de su ganga mística­
(pág. 136).
El

cuadro es de sobra conocido, sólo que Rubert de Ventós
podía· buenamente

completarlo con otros factores que no
cita;
pero

que también son sumamente signilicativos. Entre
otros, la
implantación

de los ejércitos permanentes en los llamados Esta­
dos modernos y, sobre todo, algo que, por
lo visto, le cuesta
comprender a
los actuales

socialistas españoles y que, en nues­
tro tiempo, constituye uno de los hechos más salientes de la vida
de los pueblos excesivamente poli tiza dos: que no parezca reve­ larse poder alguno -y pienso en los que se amparan en
el. ordén
moral-

que pudiera sobreponerse
al del Estado, sobre todo
cuando
la demagogia y el sufragio conducen a la absorción cre­
ciente de
las fuerzas sociales por el poder político ..
Así,

mientras Maeztu tiende a considerar como muy proba­
ble que los pueblos cristianos no se dejarán aplastar por tales
Estados, Rubert de Ventós
está én otra

cosa, salvadas sus
inten­
ciones que seguramente no querrán ser opresoras ni coercitivas
aunque hasta la fecha hayan resultado por lo común ine/icaces.
Pero

lo que sin
ningón género de duda cuenta de forma defini­
tiva hasta el momento es la visión que ácierta a
reflejar fiel y
honradamente la realidad histórica del · mundo hispánico, en lo
que ambas posiciones no coinciden, al menos en el modo de in­
terpretarla.
Cuestión que se evidencia:, Como ya se aPuntó, en nuestra
actitud en torno a un problema tan peculiar en la modernidád
703
Fundaci\363n Speiro

VICENTE MARRERO
del mundo hispánico, como es el del militarismo y el caciquismo
endémicos desde hace ya muchos años. Nos recuerda Rubert de
Ventós cómo «el nuevo poder formal, concentrado en .la capital,
depende,
para
sú control
del
país, de
los acuerdos a que ·pueda
llegar con quienes manejan
la~ influencias locales

y éstos exigen
y consiguen ahora un reconocimiento oficial que la Corona había
ido,
primero, limitando y luego eliminando por completo desde
finales del
XVI (Parry)... Igual que las tierras desamortizadas
por decreto

pasan ahora a englosar el patrimonio de los ricos,
.también lo·s

países emancipados de repente pasan a depender de
esos tiranos locales «de todas las razas y
colores» (pág. 132).
La idea central la apuntó Maeztu, y la glosaron,
.sin citarle,
en

nuestros
días, Américo

Castro y Sánchez Albornoz: el hombre
hispano, desde el momento
en que deja de ver el poder unido
a Dios,

se siente abocado a la
disgregación y.
a la anarquía. Pero
como, a su vez, el hombre hispano está convencido -y es ésta
otra de las ideas difundidas por
Maeztu-de

que si no se da
unidad de mando no hay forma alguna de poder que valga, de
ahí que a falta de un auténtico poder político nacional, propio
del mundo civil y de su legítima autonomía temporal, se apro­
xime, busque o se refugie en el poder
militar. Exposición emi­
nentemente
histórica de

Maeztu, con frecuencia mal entendida,
por no verse qúe se basa en una descripción de los .hechos
histó­
ricos

y no en los ideales o en sus valoraciones. Lo expuso como
el paso en el mundo hispánico de la monarquía
católica a

la mo­
narquía militar. Pero,
pese a lo mucho que escribió al respecto,
saliendo al
paso de

las tergiversiones más burdas y lamentándose
de que no hayamos sabido desde entonces consolidar un orden
político legítimo y eminentemente
civil., todavía
no hace múcho
José
María Areilza, de

manera desconcertante,· porque tiene so­
brados motivos para hablar de las ideas de Maeztu con cono­ cimiento de causa, interpretaba su concepción de la monarquía
militar de

la manera más
increíble, y
abierta contradicción, con
lo que el propio Maeztu no se
cansó de

refutar
y divulgar.
Bástenos

para nuestro cometido de ahora que en el paso his­
tórico de la monarquía · católica
a la militar -romo de hecho
704
Fundaci\363n Speiro

EL LABERJNTO DE RUBERT DE VENTóS
funcionó nuestra vida pública desde principios del XIX-el fac­
tor actuante de fondo es el ordenamiento moral que no acertó
a
encarnarse suficientemente en

los módulos aportados por
el
llamado Estado moderno. Por ello, se advierte en el mundo his­
pánico como un desfase entre un sustrato vivo, pletórico de vita­
lidad siempre actuante y unas formas políticas, las más propias o consustanciales al llamado Estado moderno que no aciertan a
adecuarse con· su base. Con otras ~abras, es lo mismo qlle con en~
vidiable claridad nos ha dicho Rubert de Ventós cuando recono­
ce que «a los valores liberales y radicales de la propia tradición
peninsular se le ha querido añadir los de una tradición democrá'
tica

y pragmática que hasta ahora nos ha sido ajena por no
de­
cir extraña» (pág. 159 ).
Esta inadecuación sobre la que no me he cansado de insistir
en diversos escritos y libros que be publicado, es la
que· con

fre­
cuencia no se interpreta bien. Es
más,. se

la
hace· víctima
de des­
consideraciones miopes, morbosas o acomplejadas.
Se· olvida

que
los hábitos de vida pública sedimentados en el alma de todo pues
blo y
más en

la de las características
del nuestro, así como su
sentido ético
de la vida, con todas las taras que tenga, pero no
por ello desnortado o capitidisminuido, constituye un principio
elemental de toda ciencia y arte
de la política. ¡O es que hay otro
modo de actuar público para dar con
una forma
convincente de
prudencia cívica y gubernativa
sin que se tenga conciencia de
nuestra realidad concreta e histórica como pueblo o comunidad,
sin sus análisis respectivos de conocimiento, de volición, de sus
sentidos internos y, en definitiva, de su compleja emotividad?
lnterprétese de este o de cualquier otro modo, el estado de la
cuestión presenta estas características, sin que ello presuponga
que forzosa o nostálgicamente se ha de propugnar una anacróni­
ca o
intocable vuelta al pasado, posición, quede claro, en la que
mmca estuvo

Maeztu. Tan sólo sostenemos lo ya dicho:
la ex­
posición del estado de
la cuestión y lo ajeno y aun extraño que,
por

lo general, han resultado hasta la fecha las soluciones polí­
ticas originadas en nuestra vida política moderna con más o me­
nos duración.
705
Fundaci\363n Speiro

VICENTE MARRERO
Rubert de Ventós nos da a entender que con la actual tran­
sición se

ha dado con la fórmnla politica apetecida. Le deseo
que acierte· en su prognosis y diagnóstico, y haré
lo posible -por
lo

que me concierne personalmente-- para que la
solución, que
nos atañe a todos, resulte

resolutiva lo más pronto y del modo
mejor hacedero.

Al menos en
lo que aquí he escrito no veo nada
que en lineas muy generales anule su propósito, aunque trate de
complementarlo.
La- monarquía y los militares.
Desde otro ángnlo de mira o con un calado que coincide
en el fondo con lo anteriormente expuesto, está lo qúe al fin
nos viene a relatar Rubert de Ventós: Consciente del valor sim­
b6lico que

adquiere el propio ejército en un mundo donde se
pierde los inequívocos signos del poder monárquico, sobre todo
en aquellos países de Iberoamérica donde había desaparecido el poder de obediencia a un monarca y tardaría inucho en surgir la
idea de lealtad a una república abstracta, se da el fenómeno de que es entonces el propio ejército el que se ha
convertido en

el
núcleo• de la autoridad efectiva,
por lo que se le considera con
frecuencia comó el guardián de la integridad y de los intereses
nacionales, tanto en el gobierno como en la defensa. «Los milita­ res
---
de V
entós--son

entonces la alternativa a la
monarquía como la monarquía
española ha

sido ahora en Espa­
ña la alternativa ·a los militares» (pág. 133 ).
El fenómeno es mucho más complejo, aunque entre
aquí en
escena la
concepción que

de la monarquía tiene el autor
dé El
laberinto de la Hispanidad, subrayando su papel a la _hora de
neutralizar
los intentos de involución, porque «tanto o más peli­
grosa que la involución era en España la tentación a la evolución
a Convertirse, rápida, y expeditivamente, a la "democracia" como
en el siglo xvrn se había convertido a la Ilustración, en el XIX
al liberalismo, en. el XX a la revolución ... Para evitar los viejos
reflejos idealistas convenía, pues, alcanzar el máximo de conrinui-
706
Fundaci\363n Speiro

EL LABERINTO DE RUBERT DE VENTóS
dad formal compatible con el cambio sustancial...» (pág. 163).
«De
alti que a aquella reconversión psicológica tuviera aún que
añadirse

un fundamento "mítico" que la dotase de verosimilitud
figurativa, de legitimación tradicional y de
fuerza "religadora".
Pues

bien, este es. precisamente
el papel que eritte nosotros asu­
mió y representa todavía la nueva monarquía constitucional»
(pág. 160).
Con todo, se tiene la impresión de que en su «devoción»
monárquica, Rubert de Ventós juega con más
de una

baraja o
pica las cartas
como· más

le conviene a su dialéctica. En cual­
quier
caso, resalta

atinadamente que «la tradición monárquica es
mucho más capaz que
la tradición· del moderno Estado absoluto
para asumir la diversidad· interna y absorber la externa ... ; para reconocer a España como una realidad lábil, no cerrada por den­
tro ni por fuera, que no es ni más ni menos de
lo que incluye el
Estado español y cuya identidad no es otra que el solape o «pro­
ducto lógico» de su aventura colonial y de su pluralidad nacional
(pág. 162). Es más, con su sensibilidad por las formas estéticas
-es catedrático de Universidad de su disciplina- no se le escapa
cómo «la subjetividad protestante ha olvidado la forma clásica
y
arrasa a su toda forma extraña que se interponga en su camino,
mientras que la espiritualidad católica arrastra aún adberencias
formales del paganismo clásico y acoge los del nuevo paganismo
americano». Se refiere a Iberoamérica donde, a diferencia de los
Estados Unidos, una civilización protestante puede desarrollar
imponentemente -sus energías en regiones incultas, núentras que
«una civilización católica se estanca cuando no está en contacto
vital con las tribus y culturas de la humanidad» (págs. 142 y 195).
Retengamos estas connotaciones, con algunas otras, como las
que reconoce que
«el paso de la legitimación "carismática" a la
"racional" es menos lineal o automático de -lo que se creyó; que
los nuevos fundamentalismos -<:omunes hoy· al sub y al sobre-­
desarrollo---

nos marcan tanto los límites de la legitimación téc­
nico-económica del Estado como
la necesidad de un principio por
así decir '-'monárquico", que equilibre_ ambos extremos»· (página
160); con todo, ya resulta muy singular la panorámica que nos
707
Fundaci\363n Speiro

VICENTE MARRERO
ofrecerá Ruberr de Ventós cuando se dedique a explayarnos,
más o menos kantianamente, lo . que entiende por convenciones
o convencionalismos en los que no ha de verse
más de
lo que nos
dice el Diccionario de la Real Academia. El Diccionario distingue con claridad
lo que es un ajuste y
concierto entre dos o más personas o entidades; o conjunto de
opiniones o

procedimientos basados en ideas falsas que, por
co­
modidad o conveniencia social, se tienen como verdaderas, o que
sólo atienden a sus conveniencias, sin otras miras ni preocupa­
ciones ... Convenciones o convencionalismos"' que se distinguen de
las convicciones a las que uno está fuertemente adherido, ya sean
religiosas, éticas o políticas, de tal modo que uno sabe o siente
1o· que dice cuando reconoce que no puede obrar en contra de
ellas. Materia que expuesta. ya en un marco más filosófico y
más
en consonancia con la jerga filosófica de nuestro tiempo nos lle­
varía a detenernos, lo que no haremos, en los
tres célebres esta­
dios

de
Kierkegaard: el
estético,
el ético y el religioso.
Convención y convicción.
Como compendio de lo dic;ho hasta aquí y en buena parte
como resumen de lo que sostiene
El laberinto. de la Hispanidad,
reconoce su autor en las páginas finales que «frente al tradicional
maximalismo y
moralismo hispánico, el conflicto político lo es
antes de intereses que de principios o de valores, y que, por lo
mismo,
el espíritu de fracción no puede disolverse con vagas o
sublimes apelaciones a
la. justicia
o
al Bieu Común, al Patriotis­
mo
q a las Virtudes Repuhlicanas» (pág. 159).
Otros pasajes similares en este sentido se encuentran en el
libro, pero no hacen sino reiterar lo que, en resumen, acabamos de leer y más se da a entender entre líneas. Y no es que de en­
trada mañifieste tanto mi repulsa global como mi lamento de que
materia tan capital se exprese de forma
tan volandera,

tan poco
matizada y tan escasamente adecuada a la realidad política que
708
Fundaci\363n Speiro

EL LABERINTO DE RUBERT DE VENTóS
trata de conformar. Sobre todo cuando la finalidad que se ha
propuesto ·Rubert de Ventós es la de convence,mos de que «la
democracia sólo es
firme y segura cuando ha llegado a hacerse
tradicional. Sólo entonces, en efecto, deja de ser algo sobre
Jo.
que

se discute
al transformarse en el marco y medio de la dis­
cusión misma: en sus reglas de juego. En
la España del 75 exis­
tían, sin duda, las "condiciones" económicás
y psicológicas para
la democracia. Pero, luego de tantos años de abtinencia, ésta
aparecía más como un místico objeto de deseo que como una "conciencia del método"
--eom.o un

referente más trascendental
que metodológico--. Cierto que; al principio, una
ancestral "ló­
gica
de la sumisión" ( I. Sotelo) pudo jugar perversamente en fa­
vor de la democracia, ya que mucha gente votó la Constitución "porque así estaba mandado": porque así lo ordenaba el Cuartel
,General, el

Comité Central o la Asamblea Episcopal. Pero es
evidente que, a medio plazo, estos hábitos eran una base poco
sólida para la consolidación
y ejercicio efectivo de _ la democracia»
(págs. 160-161).
Este es el
punto más

candente de la cuestión,
y continúo
lamentándome de
que Rubert

de V entós pase un tanto
apre­
suradamente

sobre ella, pese a las páginas que le dedica y a las
diversas preguntas que se hace al respecto, bien sobre la legiti­ midad tradicional o del nutrido
elenco de

legitimaciones que ofre­
cen las distintas políticas no tradicionales. Aun conociendo su po­
sición, que ~e basa antes en una convención que en una · convic­
ción, considero que esta. -distinción pod:tía matizarse con más es­
mero, -sobre todo cuando se «piensa en· una convención simbólica
y tradicional que ni debe encontrar necesariamente una ratifica­
ción religiosa (Bergson)
ni puede reducirse tampoco al estricto
ámbito del diálogo o la comunicación expresa ...
», aunque es cons-
. ciente

que desde «sus propios orígenes el lenguaje aparece más
ligado a las emociones que a las
razones» (págs.

197 y
198),
Al

respecto trae a c_olación, girando siempre en torno a una
idea
central que

quisiera ser algo así como una especie de para­
dójica convicción en la convenci6n, Bergson, Bertrand, Russel,
Habernas y también, lo que más me interesa aquí y en momento
709
Fundaci\363n Speiro

VICENTE MARRERO
tan coyuntural, Maezru, aunque se le haya aludido de pasada, como de pasada fueron mencionados los respectivos encasilla­
mientos de «referencias mitológicas», «compromiso lingüístico»,
«mitos cómo conciencia y no como antecedente del logos; es de­
cir,

como "recuperación
cultural" del
instinto. colectivo y
lue­
go de su "crisis lógica"; "como sanción ultraterrena del necesario
sacrificio de los · individuos para la conservación de la especie"
(Maeztu)» (pág.

197).
La alusión que hace de Maeztu· y en el marco que
la presen­
ta, si habla bien del buen olfato y tacto de Rubert de V entós,
roza de pasada un extremo de los más delicados del pensamiento
de Maezru, que en otro lugar ( «Estilo, emoción e ideal de Maezru.
AJ margen de su polémica amistosa con D'Ors») tengo trabajado y
expuesto ton -más detenimiento, aunque no se haya aún pu­
blicado. Fue este un tema que le proocupó hasta los últimos instantes
de su vida. Especie de
irracionalismo metafísico,

tan característico
de los. escritores -incluidos
los conversos--

de su tiempo. En
el caso de Maezru con innegable influencia de la mentalidad an­
glosajona. un tanto
mística y
más en concreto
--como lo
recono­
ció---con

impronta de Benjamín Kidd. Línea que se advierte,
inclusive, en su Defensa de la
Hispanidad y

que, sin embargo,
rectifica abiertamente en. su Defensa del Esplritu, una vez asi­
milada
la influencia de Santo Tomás que, por aquellos años fina­
les de su vida, había conocido más estrechamente, en especial en
aspectos substanciales de
,su doctrina

sobre el conocimiento y,
por supuesto también, en una actitud muy anterior a la ilustta­
da y también mucho más liberal
y_ radical.
No

voy a reproducir aquí lo que tengo reseñado y comenta­
do con más detenimiento en el lugar aludido,
ni la

extensión del
presente trabajo me predispone para ofrecer ahora un oportuno
resumen que tan bien vendría a lo que estamos
· diciendo

en tor­
no a
· la cQnvicción

y a
la convención desde los águlos de mira
anglosajón e hispano. En definitiva, y pese a sus querencias de
ilustrado, Rubert de Ventós no dudo que se avendría a recono­
cerlo, es el irracionalismo emotivo
el que está aquí en cuestión.
710
Fundaci\363n Speiro

EL LABERINTO DE RUBERT DE VENTóS
·Singularmente en una materia tan capital como la que traemos entre manos
y que tan esencialmente afecta al . perfil de nuestra
actual democracia. Siento dejarla
ahora a

uo lado, no sin antes indicar
y reco­
mendar la lectura de un libro que ha tratado este particular de forma soberana como
ningún otro en nuestra vida cultural. Me
refiero al magistral
y modélico por tantos conceptos que le dedicó
al vitalismo de
Julián Marías, el padre Santiago Ramírez, La zona
de seguridad, Rencontre con el último
ep!gor,o de Ortega ( 1959,
singularmente las
páginas 237-293, ded.icadas al

irracionalismo me­
tafísico y teológico). Muy pocos libros como éste de la España
intelectual contemporánea pueden figurar al lado de muy pocos
otros como, por ejemplo,
El epistolario de V alera y Menéndez
Pe/ayo (1877-1905) o los Discursos leidos ante la Rea/Academia
Española

de
las recepciones
públicas del 7 y 26 de
febrero. de
1897,
de los mismos con Galdós y Pereda y que he comenta­
do en mi Historia de una amistad (1971); libros que con al­
gun.os otros

más, por lo general agotados, muy difíciles de en­
contrar
y desatendidos del cuidado de nuestros. editores, pero
que por sus muchos méritos han de figurar con toda dignidad en
el elenco intelectual imprescindible de todo español culto. Nun­ ca nos lamentaremos bastante del ostracismo
y de la insuficien­
cia cultural con que
han sido tratados libros como los menciona­
dos, sin excluir a los sectores católicos ni eximir a los mismos
eclesiásticos, que han carecido del aliciente intelectual suficiente
para resaltar de forma debida el alcance de esa línea, la más «ilus­ trada» de nuestra vida moderna, verdadero antídoto de la Es­
paña.ambigua y dubitativa.
Los convencionalismos de la :tnodernidad y un paréntesis so­
bre el humor.
Pese a los esfuerzos que derrocha Rubert de V entós en su
. Laberinto de la Hispanidad, apenas va más allá de lo convencio­
nal, sin que al parecer encuentre· otra salida convincente en que
711
Fundaci\363n Speiro

VICENTE MARRERO
refugiarse fuera de la palabra modernklad, que no puede ser más
ambigua. Tan ambivalente
al· menos
para que el ilustrado
y el
emotivo que
anidan como

dos almas
distintas en

su pecho bus­
quen
en vano su conciliación.
Hasta resulta preocupante lo que al respecto nos dice con
cierto frialdad
y citando a Heidegger cuando nos habla de las si­
tuaciones
límite, que,
por el hecho mismo de serlo, no se pue­
den nombrar: que se deben mantener a la
vez manifiestas y tá­
citas; "mostrarlas y dejarlas subyacer ... ". La transición políti­
ca española tenía algo de esos momentos o situaciones límite en
los que la mediación simbólica resultaba fundamental» (pági­
na 198).
Otro tanto
pareoe · sostener

de las pasiones que se añaden a
aquellos intereses que tomau el lugar de los ideales: pasiones
-«nacionales, -étnicas, religiosas, que vienen a enmarcarlos o exal­
tarlos» ... «programa afectivo de la vida política que sigue cons­
tituido por emociones y reacciones primarias a las que es mejor
abrir -conscientemente-- la puerta oficial que aceptar -tácita­
mente-- su entrada por
la puerta de atrás» (pág. 159).
El

tono que se desprende de manifestaciones de este tipo es
bastante delatador por su actitud ante lo humanamente primario,
y nos tememos que Rubert de Ventós, a juzgar por el modo
como se

expresa en las páginas finales de su libro (págs. 198-199),
a
fuerza de

rondar un tanto snob
y tercamente en tomo a los
últimos «logros» de los psicólogos norteamericanos de la mo­
dernidad -'-«psicólogos radicales
y fábricas de relaciones califor­
nianas»--no ·vaya más

allá de un desangelado, positivista y un
tanto «ilustrado» convencionalismo.
El
mismo. se

autocita en un pasaje de su libro
Defensa de
la
fftodemidad, en e¡ que se detiene ante. la descripción de este
proceso: «desinfectado
el mundo -se dice allí-, desmitificados
los fantasmas que lo poblaban, éstos vienen a constituirse ahora
· en

una realidad separada e ideal. El enigma del mundo se re­
suelve al desdoblarse. en dos mundos coherentes y complemen­
tarios: el mundo físico de los hechos y el mundo nítido o-espi­
ritual de los ideales o valores. Pero este mundo ideal no será
712
Fundaci\363n Speiro

EL LABERJNTO DE RUBERT DE VENTóS
ya el de· 1a Religión tradicional, sino el · del Arte o la Cultura,
del Amor o la Mística: una realidad separada, objetiva e ideal,
donde irán a concentrarse todas las cualidades expurgadas del
mundo físico y social concebido como
res extensa. En algunos
casos se optará por una solución intermedia ...
» (pág.
198).
Cautela
ó positivismo que no diluye la meta a que apunta y
que se perfila de manera más inequívoca con otras insinuacio­ nes que se registran en su libro, como, por ejemplo,
la cita que
aduce de Riesman: «la gloria de
la sociedad democrática es ha­
ber desarrollado invenciones sociales como el mercado y las ha­
bilidades de
la negociación que nos permiten empeñar en una
situación sólo una parte de
nosottos mismos».
«Los hombres que
compiten principalmente por riquezas -prosigue
Riesman~ son
relativamente

menos peligrosos que los que compiten primaria­
mente por
poder» (pág.

198 ).
En torno al distanciamiento irónico.
El mercado y las habilidades de la negociación parecen ser
imágenes fijas que
salen· a

relucir en los momentos más eluci­
dadores de su discurso, pero en
lo· que

no caben dudas es en el
ingrediente que considera básico en
la reconversión eri curso de
nuestra actual transición política y que centra, aunque lo pre­ tenda centrar irónicamente, en la pura convencionalidad: «Asu­
mir una actitud irónica que nos permita tomar opciones políti­
cas sin reclamar garantía de calidad ... La diferencia entre vivir
ilusionado y ser un iluso, muestra el paso de una sensibilidad
que basculaba entre el entusiasmo y el sarcasmo a la mezcla de
distancia crítica e irónica condescendencia con la que se habla
cada
vez más

de política ...
». Llegar, al fin, a hacer compatible
aquella ironía o distanciamiento intelectual con
la entrega y com­
promiso personal hacia las reg!ás convencionales de un "juego"
político que ha de resolver el
conflicto social · mediante

su re­
presentación dramática en las
cámaras. Más

aún: reconocer que
aste juego merece ser defendido con pasión precisamente por-
713
Fundaci\363n Speiro

VICENTE MARRERO
que es una convenc10n, porque . sólo , en un factor convencional
puede fundarse un poder que no se apoye en la pura supersti­
ción» (págs. 159-160).
En los párrafos transcritos, asl como con o.tros similares, Re­
bert de Vent6s
mezcla entidades

de lndole muy diversas o hace
aleaciones de tan ambigua consistencia o incoherencia que, al
lado de afirmaciones que aceptarlamos en su ámbito propio apa­
recen otras que son meras transpolaciones o saltos en el vado. Inclusive cuando cita
a los psicólogos radicales norteamerica­
nos o a las
.fábricas de

relaciones californianas, yo al menos no
echo en saco roto algunas .de sus apreciaciones, pues se trata de
profesionales académicos, como sin duda lo es también R11bert
de
Vent6s,
y yo,
por principio nada maniqueo, me resisto a creer
que
inclusive

en muchas cosas que no me parecen aceptables no
se vean aspectos que, debidamente precisados, pudieran contem­
plarse como positivos. No digamos cuando se litigia sobre la ya
viejísima aunque siempre actual
cuestión que

gira en torno del
meollo doctrinal del liberalismo, que
hace cuestión de

gobierno
o de mera negociaci6n convencional lo que indefectiblemente ha
de verse como una cuestión _de principios, ante la que parece
sentir verdadera alergia el autor de El laberinto de la Hispanidad.
Pero dejando ahora a un lado esta cuesti6n tan debatida y
·. tán actual

que afecta primaria y primordialmente o por principio
al orden moral y, en consecuencia, a toda forma de política -y
dígasenos en qué quedarla la Hispanidad si se dejara a un lado,
dialécticamente se entiende, esta
cuestión-hay

un extremo· en
la
exposición de

Rubert
de Vent6s
que me gustarla precisar,
aunque sea brevemente. Es lo que se refiere a la ironía y en el
fondo a

su
concepción del hU!llOr.
En

contra de lo que
parecen sospechar
muchos controlado­
res de ahora en nuestro mercado de cáricaturas, los verdaderos
humoristas, convénzase Rubert de
Ventós, se

dan
entre los
hombres

serios, que son hombres con convicciones. Ellos son los
que saben reír de verdad y no los frívolos. Como sostiene Ches" terton la vida es
tan. trascendente

e importante que no puede
tomarse tcida ella demasiado en s.erio. Por eso, en lo que
le
'714
Fundaci\363n Speiro

EL LABERINTO DE RUBERT DE VENTóS
siguió fielmente Maeztu, se puede ser místico en el credo y cí­
nico en la crítica. Y la modernidad, cenvénzase también Rubert
de Ventós, y de ello habló sobradamente uno de sus pontífices,
Baudealaire,

no sabe ya lo que es una risa franca y abierta. A lo
sumo conoce
la sonrisa capitalista controladora de mercados y de
habilidades negociadoras,
de la que también habló aguda y ex­
tensamente una
figura que,

por razones profesionales, seguramen.
te conoce bien Rubert de Ventós, H<;rbert Read en su
Por qué
los
ingleses carecemos de gusto.
Y si estas referencias todas ellas entrañadas en la más agi­
tada
modernidad, les

pareciera insubstanciales, relea lo que el
propio Ortega
ha sostenido en sus últimos libros sobre el hu­
morismo anglosajón, si es que no le
dice bastante
lo que
Ches­
terton

al respecto nos
ha dicho sobre la sociedad industrial; pero
sobre todo recapacite como filósofo sobre el trasfondo de
la in­
cesante, acomplejada e increíble
· matraquilla

de nuestros actuales
y tan prepotentes órganos de difusión, empeñados en conven­
cernos de que el español no tiene sentido del humor: ¡Dios
san'
to!,

si hasta el mismo Sancho lo vio con
nitidez: «cristiano

soy,
y para ser conde esto me basta». ¡Qué otra forma de humor en
el mundo junta de manera tan atinada la suprema brevedad con
la suprema eficacia! ¿Acaso la «guasa» española es incolora e inodora?
Maeztu, al

menos, considera, en el
primer capítulo

de
Don
Quiiote, don

Juan
y la Celestina, como acertado el juicio de don
Juan Valera: «el
ingenio de

los españoles no se inclina a
la bur­
la ligera, como el de los franceses, pero se inclina más a la paro­
dia profunda. La reacción del escepticismo y del frío y prosai­
co sentido vulgar es más
vtolenta entre
nosotros, por lo mismo
que es en nosotros más violento el amor y
la · fe más viva y el
entusiasmo más permanente y fervoroso».
En pocos lugares del planeta como en España se ha almace­
nado tanto sentido común alquitarado
hasta reducirlo
en sobera­
nas muestras

de humor a su quinta esencia. Cierto que ahora
al­
gunos
espíritus

poco viriles
han criticado lo que tiene de ácido
corrosivo· que cala hasta los mismos huesos, pero es
por haber
71'
Fundaci\363n Speiro

VICENTE MARRERO
olvidado, entre otras cosas, que si nadie es humorista, si no es
capaz de reírse de sí mismó, no es _menos cierto que si el humor
español resulta tan · trascendente es porque suele versar sobre las
cosas más importantes de la vida, empezando por
la muerte.
El hecho bastante extendido ahora que tiende a considerar
como única concepción
del humor el sense-of-humor de los an­
glosajones., constituye una prueba palpable más del actual po­
der hegemónico en el mundo de
la mentalidad anglosajona, así
como de su deficiente o frívola entidad cuando arrostra los hechos
más substanciales de la vida. Además, no todo en el humor es
cuestión de arte. También, de filosofía.
Y de una filosofía que
con su buen sentido
concentrado· y

cristalino no sabrá
muchas
cosas, pero sí sabe nrnoho. Y tan es así que no se puede ocultar
que en cuestiones de humor
si en el fondo se revela siempre el
hombre bueno, hay muchas clases de bondades.
Y aunque no se
tenga hiel en el corazón se puede ser bueno, si bien de muchí­
simo cuidado. Y esto con tal calidad vital e ingeniosa que la di­
ferencia

existente entre el humor anglosajón y el hispánico -tan
sugerida en el
entramado interno

de
El laberinto áe la Hispa­
nidad--se ha. comparado con frecuencia a la que se da entre la
cerveza y el jerez.
El coloquio de Washington.
Salvado este breve paréntesis y retomando el hilo de lo que
decíamos,
me cuesta

trabajo comprender
cómo se

las
arreglaría
Rubert de Ventós con sus ideas o inclinaciones para dialogar con
. el

mundo anglosajón desde las bases del mundo hispánico. Sobre
todo cuando especifica que, «hispanos y anglosajones, anglosajo­
nes e iberoamericanos deberíamos aprender cada uno del conser­
vadurismo y tradicionalismo
......que no

de
la modernidad- del
otro: nosotros del tradicionalismo político, ellos de nuestro tra­
dicionalismo cultural». Todavía precisa
más su

posición, porque cree que en
Espalia
se ha emprendido ya ·Ja tarea, y que no será malo -incluso va
716
Fundaci\363n Speiro

EL LABERINTO DE RUBERT DE VBNTóS
siendo urgente--- que los norteamericanos empiecen a hacer lo
propio» (pág. 158 ). Y si a esto se añade
lo que nos dice de «la
masiva emigración

hispana
a. los

Estados Unidos que está gene­
rando un nuevo estilo. de lo
norteamericano, que

adopta sus mo­
dos pero que se mantiene reticente respecto de sus fines o idea­
les: a tener que lidiar y convivir en lugar de segregarla como hi­ cieron con el indio y el negro, o mentalizarla
como se hizo con
las

sucesivas oleadas europeas» (pág. 171). ¿En qué fundamentos,
entonces, se basa Rubert de V entós para
convencernos que

«al
formidable poder de fascinación que hoy ejercen los Estados Uni­
dos sólo le falta
aún la capacidad de. conversión

y seducción his­
pana que

nunca confundió la voluntad de distinción
teórica con
el
patbos de la distancia cultural»? {pág. 171). Si se pusiese de
acuerdo consigo mismo, seguramente Rubert de V entós no hu­
biese calificado de pintorescas las difetencias que a este respec­
to apunta
Maeztri y

que cita
e¡i la página final
de su libro
.. Tam­
poco

le
vendrí.a mal
que conociera lo que sobre «Los hispanos en
los Estados

Unidos»
ha escrito Octavio Paz en su revista Vuelta.
Con todo, Rubert de Ventós cierra ~ trabajo en la línea con
que lo inició, convencido «por lo menos de
lo que
quiso tenden­
ciosamente subrayar
en: el coloquio de Washington. Al fin y al
cabo, un modo de neutralizar el efecto perverso de los prejuicios
de hacerlos explícitos. Así lo he inten.tado aquí con los míos»
{pág. 171).
Esto, como otras cosas que
hemos leído

en su libro, en
espe­
cial

lo que apuntó
sobre el

papel de las cámaras con su represen­
tación dramática en la resolución y desdramatización de los con­
flictos sociales, sonará a psicólogos rádicales norteamericanos con sus fábricas de relaciones, pero muy
poco a

Hispanidad, si es que
no se quiere hacer de ella una entidad ambigua y dubitativa.
Resisto a la tent.ación de
reproducir extensos fragmentos de
las

páginas
198 y

199, finales de su exposición en que recoge
citas
extraordinariamente aberrantes de

este tipo de psicólogos.
Y también me resisto a considerar que una·_ mente tan _esmerada
y sensible como la de Rubert de Ventós sintonice en el fondo
de su alma con muchas de estas cosas, aunque parezca deleitar-
717
Fundaci\363n Speiro

VICENTE MARRERO
se cuando se extiende «sobre la técnica de control · de lo subjeti­
vo que
sirva de

contrapunto y paliativo al control
técnico del
mu~do exterior», o nos recalque que «no hay que engañarse: la
producción industrial y sistemática de lo que sea -de objeto o
relaciones, de utensilios o contactos, poco importa-, transforma
siempre e inevitablemente lo producido en
algo universal e im­
personal: sólo que del fetichismo de la mercancía pasamos ahora al fetichismo de la comunicación
-de la Verdinglichung marxista
a
la Vergeistlichum americana-» (pág. 199).
Cierto que no se le
e~capa a
Rubert de V entós que si en
Europa podemos tan fácilmente ironizar. sobre
las recetas ame­
ricanas,
que parecen querer
sintetizar La Mecánica

Popular con
d Tao, esto mismo se debe, según él, a que nuestros problemas
-y sobre todo
la conciencia de los mismoS'-son mucho más
limitados
y domésticos que en Norteamérica. De
ahí que nos des­
concierte un tanto y hasta nos deje en un mar de dudas cuando
se demora en el quehacer de estos
psicólogos radicales

norteame­
ricanos que se «proponen. ir sustituyendo
la producción .de obje­
tos
por la producción de
· relaciones:

el
harware tecnológico por
el software social. Diseño y producción de relaciones que habrían
de originar una nueva cultura intensa, comunal, sentida y vivi­
da; una nueva sociabilidad
hecha de

interacciones, contactos y
vibraciones. En las «fábricas de
relaciones»" californianas, lo que
se elabora

y promociona son ya las emociones mismas: esponta­
neidad e intimidad,
relax e informalidad. Se trata de un nuevo
supermercado de

experiencias y relaciones «significadas» donde ·
se pueden adquirir, al gusto, motivaciones, raigambres o descon­
dicionamientos instantáneos: grupos de encuentro, juegos comu­
nicativos, terapia de sentimientos,
desarrollo potencial

humano,
concienciación del propio
cuerpo, feed-back bioenergético, masa­
je psíquico, pedadogía del contacto ( ... ). Pero está claro que esta
producción sistemática de relaciones o sensaciones no supone
ni
procura una vuelta al estadio de contacto e inmediatez anterior
al síndrome puritano y productivista. Se trata, por el contrario, de
la interiorización del proceso mismo por el que todo lo con-
718
Fundaci\363n Speiro

EL LABERINTO DE RUBERT DE VENTóS
tingente o aleatorio es abolido por modos de comportamiento
planeado institucionalmente» (pág. 199).
Creo que de seguir esa línea, Rubert de V entós sería conse­
cuente en su tan «ilustrada» vindicación de
lo convencional sobre
lo que pudiera
significar una

intrínseca convicción. Y si se apu­
ran más
]as consecuencias,

su laberinto de la Hispanidad,
al po­
blarse con tales sombras se convertiría en pura yanquilandia. ¡A cuántos años luz se distancia esta posición de
Ja de Maez-.
tu!

Adviértase que escribía antes de 1936, aunque a diferencia
de Rubert de Ventós se halla muy lejos
cle ver

como rémora lo
que acepta como inequívoca espiritualidad y que constituye
el
más valioso y poderoso resorte de la espléndida vitalidad de los
pueblos
hispanos, en tiempos de ventura y en los de desventura.
Pues lo fundamental es lo universal
'y lo

eterno, una vida de ver­
dadera virtud, más allá de lo fungible y perecedero. Sin
em-.
bargo,

si antes .de 1936 Maeztu era cada vez más consciente de
la casi insuperable sustitución de ese ideal por ideales seculares que tratan de mi­
nar su más genuina entidad: «es posible --escribe-- que el
pue­
blo

español sea demasiado codicioso del ideal para contentarse
nunca con relatividades de
más ahajo»

(y sobre el particular se
extendió ampliamente); con todo, Maeztu da
la impresión por
lo que sobre el
particular escribe poco antes de la eclosión béli­
ca de 1936, de mostrarse· muy precavido y hasta escéptico ante
una resurrección de la espiritualidad en nuestro pueblo, que, al
fin, se daría.
El laberinto de la Hispanidad, desde cualquier ángulo de
mira que se proponga darnos una visión de su conjunto, nos dice
en
el fondo algo muy distinto y, a todas luces, sin fundamento
convincente. Y la cuestión de fondo,
admítalo Rubert
de V entós
y quienes se mueven en órbitas similares a la suya, no está tanto
en el historicismo, vitalismo, existencialismo más o menos maxis­
tizante o psicoanalítico, estructuralismo, psicólogos radicales o
fábricas de relaciones californianas, etc. La cuestión de fonde es
todavía mucho más «ilustrada»: saber de verdad si
el ordena­
miento

y la unidad· moral del mundo
- 719
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VICENTE MARRERO
es tan sólo un aditamento, por importante que sea-tiene o no
un fundamento natural, razonable y cien
tífico, como
sostuvieron,
.entre otros, Aristóteles
y Santo Tomás y, en su línea, Vitoria,
Suárez, Las

Casas, el testamento
de Isabel la Católica, las Leyes
de Indias, los jesuitas
del Paráguay; Maeztu con otros muchos,
y
también este pobre hablador y servidor de ustedes, que ha es­
crito éstas líneas
y que, por razones de espacio, se ve ·precisado
a. interrumpirlas cuando, planteada en estos términos, empieza a
enfocarse de veras la cuestión que
aquí nos ha interesado.
'
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