Índice de contenidos

Número 255-256

Serie XXVI

Volver
  • Índice

Antonio de Lizarza,: Memorias de la conspiración (1931-1936)

INFORMACION BIBLIOGRAFlCA
EL TESTIMONIO DE.UN CARLISTA(*)
Esta nueva edición de una
obra que
su autor había publicado
con gran
éxito en

sucesivas ediciones, desde 1953 a 1969, apa­
rece ahora presentada por su hijo, Javier de Lizarza Inda, con
una
simpática semblanza

de su padre, que nos da buena idea del
temper3!1lento de ese gran navarro, nacido en 1891 y muerto en 1974, cuya intervención en
la preparación del levantamiento de
la Cruzada de 1936-1939 fue reconocidamente importante,
y que
podía por ello
dejamos un testimonio

de singular autenticidad,
La obra
consta de

tres partes:
la primerá (págs. 17-98), sobre
la contribución navarra al Alzamiento;
la' segunda (págs. 99-
123 ), sobre el cautiverio del autor ( desde el 17 de julio de 1936)
en zona roja, y
la tercera (págs. 125-162), sobre sus últimos años
(desde 1938) de gozo y dolor en
la patria recuperada: sigue, fi­
nalmente, una serie de «apéndices» (más un índice onomástico)
de carácter documental, aunque ya algunos documentos se re­
producen en la primera parte, como, . por ejemplo, el acta del
acuerdo (31.3.1934) firmado en Roma con Italo Balbo, como
representante de Mussolini, y cuatro representantes, entre los
que figuraba el autor, de los monárquicos
españoles (págs. 30 y
siguientes); este documento se conocía en forma menos autén­
tica por un borrador que indiscretamente había conservado otro
de los firmantes españoles, pero pudo luego i-ecuperarse del Ar­
chivo del Departamento. de Estado de Washington,
y se publicó
por Primera vez en estas «Memorias>>.
Por su contenido autobiográfico podría titularse esta obra
«Memorias de un carlista», pero es cierto que la parte de ma­
yor interés hist6rico es, precisamente, la. primera, la de los 'años
de preparación del Alzamiento en Navarra.· En la segunda se nos
narra una dolorosa experiencia, pero símilar a la de otros cau­
tivos, muchos de los cuales fueron asesinados; quizá la suerte
de la final evasión, tras dieciocho meses de angustiosa aventura,
• (*) .. ~omo DE L~ARZA, Memorias· de la Conspiraci6n (1931-1936), 5. edicton (Dyrsa, Madrid; 1986), 180 ¡mgs. + 8 de láms,
721
Fundaci\363n Speiro

INFORMACION BIBUOGRAFICA
es la que da mayor emoción a esta parte de las «Memorias». La
últilha parte refleja un sentimiento, que fue muy general entre
los carlistas, de gran decepción tras una victoria a
la que tan
generosamente hahían contribuido: por el rumbo político
del
nuevo

Estado, por el fracaso
de las expectativas dinásticas y por
la misma disgregación de la unidad de los correligionarios. Para
un antiguo «jaimista» como él, esta· desunión había de ser muy.
penosa. Pero también esta experiencia de la decepción carlista
ha sido bastante común,
y hasta se diría que fue una desgracia
constante de la historia del Carlismo. No hay que olvidar, entre
otras cosas, que los movimientos separatistas de España, aunque
luego hayan sido aprovechados por ideologías totalmente opues­ tas, surgieron de la decepción de unos carlistas vencidos por los
liberales en las
guerras civiles del pasado . siglo.

Es interesante
subrayar, a este respecto -lo que el· autor, txn vasco genuino,
no deja de advertir-, cómo fue eminentemente vasco el impul­
so propiamente popular de
la guerra del 36. Aunque por una in­
cidencia de última hora los vascongados
. se
unieran al bando
enemigo, y de ahí
el. doloroso

esfuerzo de Navarra por la recon­
quista de ese territorio, aquella guerra no dejó de estar animada
por un talante humano
claramente vasco;

la misma Ribera na­
varra, que era republicana, acabó por identificarse co:p. los vasco­
carlistas del Norte, y la capital, Pamplona, renunció a su libera­
lismo para convertirse en el centro del Carlismo nacional. Y o
mismo recuerdo
con qué
naturalidad un «gudari» hecho prisio­
nero pudo incorporarse de buen
grado a

una unidad del Requeté,
sin más trámites,
y con la sola petición, que fue cumplida., de
que no se le llevara contra los vascos.
·
No

hay
que olvidar,
sin embargo, que este protagonismo vas­
co de Navarra fue uno de los. dos polos del Alzamiento, y
qué
el

otro, sin el cual la guerra hubiera sido imposible, era
el afri­
cano. Esta bipolaridad de la guerra del 36 da a su historia una
mayor complejidad que la que puede resultar
.de una

visión exclu­
sivamente navarra, como necesariamente tenía, que ser la del
autor de estas «Memorias», y a ello se debe que el papel del Ge­
neral Franco en la «Conspiración» no figure en sus páginas. Ese
otro polo del Alzamiento debe estudiarse, pues, sobre otros tes­
timonios, pero no cabe disminuir su iniportancia, tanto menos
por cuanto el jefe de ese polo africano iba a convertirse, por
una suerte del destino, en el Generalísimo de la Guerra
y Jefe
del Estado Espai\ol. Por una suerte del destino a la vez que por
sus condiciones especiales, pues, como ya preveía el más clarivi­
dente de los enemigos, Indalecio Prieto, Franco parecía
el más
722
Fundaci\363n Speiro

INFORMACION BIBLIOGRAFICA
probable jefe de una posible sublevación contra la República es­
tablecida desde 1931. De hecho, el papel de Franco
y, en cierto
modo,

la misma guerra había empezado
ya· en

Asturias el año
1934.
Tras la lectura de este testimonio de quien
había venido ani­
mando
la

formación para-militar de los carlistas, con el fin, en
un primer· momento, de poder resistir el esperado asalto de la revolución marxista, que parecía inevitable,
¡:,ero luego para con­
tribuir generosamente al Alzamiento militar con el mayor con­
tingente popular de voluntarios, puede verse, una vez más, de qué manera tan contradictoria
y paradójica pudo llegar a hacer­
se lo que resultó ser una indiscutible «Cruzada» religiosa.
Quizá lo más interesante de estas «Memorias» es todo lo
re­
lativo

a la superación de una profunda divergencia entre unos
jefes militares que, como es frecuente, eran liberales
y, por sí
solos, hubieran hecho un «pronunciamiento» más,
y por otro
lado, un sector popular de la
tradición católica y monárquica an­
ti-liberal,
que hubiera tendido· a hacer una nueva guerra
carlis,
ta,

pero sin el
cual no hubiera sido posible la sublevación mili­
tar. Apesar de las divergencias, unos y otros se necesitaban re­
cíprocamente.
Desde el punto mente del que animaba a nuestro autor, debía ser jefe del Al­
zamiento el General Sanjurjo, quien, quizá por proceder de es­ tirpe carlista, pero sobre todo por
estar convencido

de la impo­
sibilidad de un nuevo levantamiento puramente militar, se Uegó
a adherir sinceramente a los ideales de ese pueblo,
y esperaba,
desde su destierro en Portugal, ser llamado para asumir el man­
do supremo. Fue precisamente el autor quien, desde Francia,
llevaba a Sanjurjo el mensaje decisivo, cuando, por una compli­
cidad de la policía francesa, el avión cumplió
órdenes de
aterri­
zar en Burgos, y allí fue aquél detenido por la policía de
Ma­
drid, dos días antes del Alzamiento en Navarra. En Navarra, en
cambio, tenía el
mando, en
ese momento ( destinado oficialmen­
te
allí en razón de su anti-carlismo), el General Mola, hombre
republicano, profundamente liberal, también de estirpe, y que
probablemente no llegó a tener nunca simpatía
alguna por

los
ideales de la Tradición, pero que no
podía prescindir

del valio­
so contingente de los voluntarios navarros, que
él pensaba dis­
tribuir como fermento
de mayor patriotismo entre las unidades
· regulares del

ejército a sus órdenes.
'
·

Las condiciones
carlistas pará unirse al Alzamiento eran mí­
nimas, perq de un gran alcance futuro: bandera bicolor y no la
723
Fundaci\363n Speiro

INFORMACION BIBLIOGRAFICA
tricolor republicana, restauración católica y sustitución del ré­
gímen

parlamentario de partidos por otro de tipo corporativo.
En un segundo plano quedaba la elección de los futuros gober­
nantes, que los carlistas no
querían que

fuesen exclusivamente
militares,
y entre los que figuraba José Antonio Primo de Rivera,
a pesar de toda la posible repugnancia carlista por el falangismo,
cuya aportación inicial parece quedar algo· desvaída en estas
«Me­
morias», siendo así que, aunque mucho menor, no era despre­
ciable, y precisamente en· la misma Navarra ( unos mil volunta­
rios, en el primer momento); no creo que se pueda aludir a ellos
como «fascistas.
Mola se oponía brusca
y tenazmente a estas condiciones mí­
nimas del carlismo, y parece haber sido mérito de nuestro autor
el haber encontrado una hábil fórmula para superar esa enojosa
contradicción: «que Mola aceptase lo que ordenara Sanjurjo»,
. pues

se contaba con la adhesión de éste a los ideales carlistas.
De este modo, Mola tuvo que aceptar, contra su propósito, la
bandera no-republicana,
y, de las otras condiciones, el que iba
a encargarse, a su manera, fue Franco, pues Mola había de desa­
parecer poco después que Sanjurjo.
Resulta así sorprendente que unos jefes militares, e incluso
religiosamente escépticos en algún caso, y con una masa de sol­
dados
regulares que

no podían tener una mentalidad política muy
distinta de la común en una nación sometida desde hacía un lus­ tro a la perversión laicista,
y luego con la ayuda. militar de mo­
ros, fascistas y nazis, de todo esto viniera a resultar una verda­
dera «Cruzada», como la Iglesia no tardó en reconocer, y luego
también los mismos militares. Que, en buena medida, este re­sultado se debiera, negativamente, al furor del fanatismo anti­
católico del adversario, eso no puede ser puesto en duda, pero mucho .menos todavía que el
fermento positivo

de esa Cruzada
fue, precisamente, esa milicia c~lista a cuya formación se venía
dedicando, desde hacía varios años, este ejemplar navarro que
ha sido don Antonio de Llzarza. Un trozo entrañable de historia reciente
el de estas «Memo­
rias», un testimonio no total pero auténtico en su misma parcia­
lidad, gracias al cual los historiadores podrán rectificar algunas
inexactitudes que pueden haberse deslizado en otros libros, unas
veces por la distancia de los hechos, otras, por mera simplifica­
dón de

testimonios también directos. En fin, un libro emotivo
y vibrante, que pone de manifiesto el temperamento abierto y
fuerte de este leal carlista vasco-navarro.
ALVARO n'ÜRs.
724
Fundaci\363n Speiro