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Número 323-324

Serie XXXIII

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En el principio era el Verbo

EN EL PRINCIPIO ERA EL VERBO (*)
POR
FREDERICK D, WILHBLMSEN
Catedrático Emérito de Filosofía y Política
Universidad de Dallas
«In principium erat Ver.bum. Et Verbum erat,apud
Deum. Et Deus erat V erbum». «En el principio era el
Verbo. Y el V~bo estaba _con Dios. Y el Verbo era
Dios».
{EVANGELIO DB SAN JuAN, l, 1).
Cuando ponderaba la obligación de darles un discurso por
haber recibido el Premio
King. en 1993, me pareció que sería. ade­
cuado hablar sobre el espíritu y su encarnación en un nivel particu­
larmente alto en
la vocación de un profesor universitario. Nuestra
vocación reside principalmente en
el acto de profesar, de decir la
verdad, y así .de comunicar esa verdad a nuestros alumnos. Er¡
esta comunicación encontramos un ejemplo sublime de la caridad,
porque entregar a los demás lo que un hombre
'tiene es llenarles
con lo que
les falta, remover.1.a pobreza que es la igoorancia. ¿No
es .eso de la esencia misma del amor, de caritas? Aquí el amor
encuentra la intelección en
su. manifestaciqn más alta, y~ que nadie
entiende nada a menos que pueda
expresarlo entendido a sí mis-
(*) Cada año, la Universidad de Dallas (eo lrving, Texas, E.E.U.U.)
otorga un Premio a un profesor distinguido. Recordando al fundador, quieri
lo recibe es conocido como King Fellow. En ·la ceremonia del año siguiente,
el profesor galardonado pronuncia _:un discurso en el aula magna de la uni­
ver_sidad ante el claustro de profeso_res cuando otro colega le . sucede en b
misma distinci6n. Eo 1993 nnestro ru,;igo, el doctor Frederick D. Wilhelmseo;
recibió este premio de su instiru.ció·n; ·en febrero_ dé. 1~94 dio la siguiente
conferencia sobre el V erbó, y la tradujo del inglés expresamente pata Verbo.
Verbo, núm. 323-324 (1994), 233-240 233
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F REDERJCK D. WILHELMSEN
mo. Puesto que lo hace principalmente con el lenguaje, su auto-­
comunicación, por Id menos pontencialmente, es un don del espí­
ritu al otro hombre. Es un acto de amor.
Si el Verbo de Dios es el Mismo Dios,
el Hijo Eterno engen­
drado antes de
todo tiempo por el Padre y después hecho carne
en el hombre Jesús, la comunicación humana es una analogía na­
tural de este misterio supremo de nuestra Fe, la Encarnación. Al
engendrar
y hablar la verdad en el aula imitamos, aunque imper­
fectamente y en
una sombra, Belén, donde la Eternidad se hizo
Tiempo.
Santo Tomás de Aquino
expresó cierta insatisfacción con la
definición famosa de Aristóteles del hombre como un animal ra­
cional.
Es decir, con el entendimiento del hombre en la :(ilosofia
natural donde éste ocupa la cúspide del reino animal. Pero desde
el ánguld de la :6losofia del-ser, la metafísica, el hombre -al con­
trario--es el ser más humilde de las criaturas espirituales. Loca­
lizado
en el horizonte de la existencia donde el espíritu encuentra
la materia, el hombre es descrito
m;,jor como un espíritu encar­
nado. ¡Mirad
el orden vasto del ser material que se despliega ante
nuestra vista majestuosamente, galaxia tras galaxia, mundos y mun­
dds todavía no conocidos por las ciencias físicas! Sin embargo,
hay una realidad
-mejor aún, un acto--que nunca descubrimos:
el Verbo. El ser material contiene,
en secreto, las entrañas ocultas
de la
naturaleza de cada cosa creada por Dios. Pero los seres ma­
teriales
no pueden por sí mismos revelar la riqueza de sus esencias
respectivas.
Es el hombre quien destapa estos tesoros y, por lo
tanto, los articula a
sí mismo. El cosmos por su cuenta es mudo.
No dice nada. Lo dicho sobre el mundo es dicho por nosotros.
Este ausencia de una voz propiamente suya es parte de la
es­
tructura misma del ser material. Cuando escudriñamos el laberinto
vasto y enormemente complicado de los principios que constituyen
la naturaleza, sobre todo la naturaleza de las cosas vivientes, en­
cdntramos dos dimensiones que parecen definir el mundo en que
nos hallamos: la fecundidad y
el agotamiento. -
l. Fecundidad.-Potque las cosas crecen hasta su plenitud a
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EN EL PRINCIPIO ERA EL VERBO
través de principios, semillas que florecen en el tiempo. Ser en su
plenitud es dar a
luz.
2. Agotamiento.-Porque esta fecundidad declina, se mar­
chita,
y por fin muere. Este es el destino de las cosas que nos
rodean. Su ser se pierde cuando se corrompen y dejan de existir.
Su integridad se hace añicos mientras que sus partes se reincorpo­
ran
en los ritmos cósmicos que constituyen el flujo y reflujo per­
petuo de todas las. cosas. Sus formas mismas, los principios de sus
naturalezas, son
de la materia, y la materia, por una exigencia
interna, se destruye en
la enfermedad y la muerte cuando una cosa
deja
de ser lo que era y se convierte en otra cosa nueva. El ser
material sale al mundo pero nunca vuelve a sí mismo. Deja su
casa y no regresa.
Pero lo que la materia nd puede hacer, lo puede hacer el es­
píritu. Aquí me acerco a una verdad que simultáneamente es un
hecho palpable
y que, sin embargo, permanece un misterio. El
espíritu vuelve sobre sí mismo en un reditus, usando la palabra
de Santo Tomás,
un dominarse por sí mismo de tal manera que
-pdr un escándalo aparente al principio de contradicción-el
espíritu es dos veces en
un acto. No solamente conozco lo real, y
así me identifico con la existencia en los escalones más sublimes
del entendimiento, sino que
el entender entiende su propio enten­
der. Este acto de conocer mi propio conocer es la apertura del
espíritu a sí mismo.
En esta espontaneidad diáfana, el intelecto
dice a sí mismo
lo que ha entendido, lo que ha asimilado y espi­
ritualizado. Al decir
lo que se entiende nace el «yo». El ego, en
el que el hombre mide su propia relación al ser, y esta medida es
la verdad.
No solamente conozco lo que conozco, pero hay un
ego (no como «cosa» sino como actividad) que conoce ese conocer.
Tal y como el mismo Santo Tomás predicaba:, si no hubiera nin­
gún hombre colocado en el mundo, todavía existiría el ser, pero
no sería ninguna verdad (salvo la Verdad Quien es Dios).
Este acto de comunicar lo conocido implica un «yo», que es
consustancial con el «decir»
el Verbo. Y a que este nacimiento
del verbo en el seno del alma es un verbo encarnado en el cuerpo,
el hombre habla el verbo interno en y a través del verbo externo.
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FREDBRJCK :D. WILHBLMSEN.
De esta forma profesa a la comunidad humana la verdad que ha
logrado conocet. Es la medida de su relación con
lo real por ex­
presarlo. Como Etienne Gilson escribió en uno de sus últimos
libros,
Lengua;e y filoso/la, los animales superiores tienen todos
los órganos físicos necesarios para hablar inteligentemente, pero
no lo hacen. El hablar es .el privilegio del hombre, y el hombre
puede
hacerlo porque su alma es espiritual. Su existir no se agota
en la materia, sino que trasciende sus limites y conquista su po­
breza.
Al ser espíritu,
el hombre ya vive en una inmortalidad que
no solamente le ha sido prometida por Dios como su futuro sino
que
es ejetcitada ahora como un presente.
He llamado a todo esto un hecho palpable y a la vez un miste­
rio.
Es un hecho porque experimentamos nuestro espíritu desde
dentro
cada vez que entendemos algo, incluyendo la realidad más
trivial. Es un misterio porque esta actividad no tiene
ningún
paralelo en el mundo en que nos hallamos. Nos conocemos como
espíritu menos por
hablar de ello que simplemente por el hecho
de hablar. El mundo hablado es mudo en si mismo, pero el hablar
de
ellp está vivo y es vivificado por el ser espiritual que es nues­
tra posesión. El hombre es la lengua del ser.
Estas verdades y este don
. creado forman la hetencia de la
raza humana
entera y el hombre las experimenta internamente en
sus manifestaciones
más humildes al resolver los problemas más
sencillos. Cuando
podemos decir, por fin, después de rompemos
la cabeza ante un problema, sea aquel problema el nudo de un
marinero que haya que atar, una frase que haya que analizar, o
una pieza de ajedrez que haya que mover: «¡Y a lo tengo!», « ¡Por
fin,
lo veo!» -la bombilla de. luz en la cabeza de un personaje
en un libro de
caricaturas-, este «Punto Eureka» alcanzado es
nada menos que el espiritu en su cumbre. Este es el juicio, el
intelecto reflexionando totalmente sobre su propio acto y, por eso,
dueño de lo conocido, sea lo que
sea. Debajo del hombre, el ser
de todas las cosas
es un ser poseído por la materia, pero el hom­
bre, en su entender, posee en un orden nuevo ese mismo mundo
material. Como he indicado, la posesión espiritual de lo que en-
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tendemos simultáneamente es _el nacimiento de «mí mismo», de
un «yo» quien simplemente no es nada fuera del ejercicio interno
de esta actividad cognoscitiva.
Cuando hablo como eonferenciante a una clase de alumnos me
estoy «diciendo-a-mí-mismo» lo que les estoy diciendo a ellos.
De
dtra manera no sabría literalmente lo que digo. Mis alumnos, si
están atentos~ a su vez. se «dicen-a-sí-mismos» silenciosamente lo
que me oyen decir. Esta «repetición simultánea» es el verbum.
V erbum
es «repetición simultánea» y lo mismo es espíritu. El
«instant replay» de la
tecnología electrónica es meramente un
simulacro
pálido de un acto

consustancial con el conocimiento
humand, espíritu en acto.
Pero sólo el profesor tiene el papel profesional de decir la
verdad cuando la sabe
y cuando ha sido autorizado por la socie­
dad para enseñarla. Somos los guardianes del verbo y al ejercer
nuestro oficio lo encamamos, y así espiritualizamos el mundo. A
menudo los cínicos dicen que los profesores enseñan porque no
saben hacer otra cosa. Posiblemente haya cierta verdad en la
proposición, pero como una afirmación global
es falsa. En un pla­
no profundo
la mofa se convierte en elogio, y ese elogio se iden­
tifica con la esencia no solamente de los profesores
sino . de cada
hombre libre.
¿No nota Aristóteles en los párrafos que comienzan su
Meta­
física que los hombres, aún los más pragmáticos, toman placer en
el acto de conocer? ¿ No
se manifiesta esta verdad con claridad
en el
gozo que sentimos meramente al ver· el mundo que nos
rodea? ¡No pregunte al ciego que ha recuperado la visión qué
utilidad tiene
la vista! Es un hombre inundado de alegría porque
puede ver. No tiene que justificar su felicidad por algo presunta­
mente
más profundo que el placer mismo que siente cuando las
tinieblas de la ceguera
se quitan y el mundo en todd su caleidos­
copio de colores y figuras baila ante
sus ojos.
Aunque mucho conocimiento puede y debe someterse a
la
utilidad, el cdnocer posee una bondad intrínseca que trasciende
toda praxis. Necesariamente amansado en ciertas disciplinas prag­
máticas,
la plenitud de alegría humana al conocer simplemente es
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muy palpable cuando ese conocer es puramente contemplativo, el
conocer por sí mismo. Aunque en un sentido el conocer es por
el amor -no puede amar lo totalmente desconocido-, en otro
sentido
hay un amor, un «eros», que llena todo conocer. El hom­
bre nace para
casarse con el ser a través de la inteligencia.
(
Me acuerdo de haber asistido a un seminario en nuéstra uni­
versidad hace unos quince años en el que el tema era el papel de
la historia en una
for:maci6n universitaria. En aquel entonces había
un tipo de prejuicio que pululaba
por nuestra institución contra
el estudio de la historia. Algunos amigos de la historia presenta·
ban los argumentos sobre la utilidad de una formación seria en
esta disciplina. Sin aquel entendimiento las demás humanidades
parecen flotar en un vado
platónico, Sin la historia no podemos
entender
nuestro momento en el tiempo; Sin conocer la historia
estamos condenados a repetir los
fracasos del pasado. ¡Todo muy
pertinente
y todo verdad! Pero nadie aquella tarde cayó en la
cuenta de
la razón más profunda que inspira a los historiadores
a ser lo que son:
historiadores. Gozar sabiendo lo que pasó. ¡Punto
y aparte! Ese placer no necesita ninguna justificación ulterior.
Solamente hace falta
participar en una tertulia de estos hombres
y mujeres cuando disputan con pasión sobre algún acontecimiento
oscuro que
no tiene ningún valor utilitario que pudiera ser :me­
dido, calculado, y luego convertido en algo respetable. Saber lo
que ocurrió en el pasado
es un acto de asimilar el ser, de decir la
verdad, y por eso, de ser
un hombre. Con esto basta. N~ hay que
decir más).
El conocimiento de lo que no
soy yo mismo, del «otro», es un
conocimiento del ser, y por
él imita analógicamente la vida inte­
rior de Dios Mismo. Está libertad respecto de la utilidad inmediata
es una señal de espíritu. Parecido
al juego, encontramos aquí un
acto ejercitado puramente por sí mismo. ¡No olvidemos que Dios
no trabaja! ¡Juega!
El profesor está
al servicio de la comunidad a la que perte­
nece. No
lo niego. Pero nunca se puede definir por eso. El pro­
fesor acumula un-montó'n de· diitos pero no es un siervo. Al con­
trario, éstos son instrumentos
de su oficio.
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EN BL P/l..INCIPIO· ERA EL VERBO
En este desinterés de la vida académica descubrimos, pa:radó­
jicamente, su dimensión social. Si el Verbo del Espíritu, el «ver­
bum cordis» en la frase bella de San Agustín, se mueve dentro de
la palabra hablada, resulta que el profesor ejerce un papel doble.
Alcanza
su plenitud como un agente cognoscitivo y expresa a sus
alumnos y colegas lo que ha llegado a entender. Muchas veces al
hacerlo es caritativo. Pero en un nivel más profundo, hace todo
esto gracias
al dinamismo del mismo entender. Repitd la tesis:
intelligere est comunicare.
La tradición pagana clásica distinguía agudamente entre la
vida activa y la contemplativa, y daba la palma de la excelencia
a ésta. Gracias
al papel del amor en la vida cristiana, Santo To­
más modificó esta jerarquía. Señaló que superior a ambas vidas
es la que llamaba «la vida mixta» en Ia que la · contemplación se
desborda en una acción caritativa, a menúdo en la acción de en­
señar, que es una manifestación de la genetosidad, del amor. Po­
siblemente no haya ninguna vida exclusivamente activa, sin cierta
contemplación por modesta que sea. Sin ésta, la actividad sería un
frenesí ininteligible. Tampoco hay una
· vida contemplativa sin
cierta acción porque cada entender nace dentro de la sensibilidad
humana.
El intelecto coge la inteligibilidad sólo en y a través de
orquestar retóricamente una estructura simbólica en que se hace
a sí mismo.
Este acto de tejer una prenda de símbolos es una aéción en
sí misma.
Yace al fondd de la poesía, y es el fundamento de toda
comunicación humana. Alcanza su plenitud en el lenguaje. Natu­
ralmente tenemos que acordarnos de que la capacidad humana
de
simbolizar no se limita a lo verbal. Pensemos en el baile, en el
beso, en una bandera, o en el habla silenciosa del pantomimo. Pero
todas estas simbolizaciones
hablan a su manera, y así manifiestan
su subordinación al poder y a la primacía del lenguaje. Jacques
Barzun escribi6 una vez que un buen profesor universitario es un
cocktail compuesto de tres ingredientes. Es tercera parte investi­
gador, tercera parte actor,
y tercera parte predicador. Su propia
actuación retórica en
el aula señala públicamente, ex-táticamente,
al mundo
el fruto de su sabiduría, raciocinio y cdntemplación.
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Cuando, después de ponderar un problema intelectual compli­
cado, a menudo después de haber pasado por una docena
de
avenidas falsas, caigo en la _cuenta, veo la verdad, veo la luz
(la Luz sigue al Verbo), quiero
salir corriendo _de mi despacho
como
hizo Arquímedes de la piscina y gritar al mundo «Eureka» ;
«¡ya lo tengo!»; «¡lo entiendo!». En aquel momento vivo de
una manera
ei se hablan a veces los viejos a si mismos? Ciertas personas poco
profundas ven en esto una señal de la senectud.
Se equivocan. Ha­
blar consigo mismo a menudo es un último agarrarse a la cordura.
Estos hombres y mujeres viejos no tienen
nadi,e con quien hablar.
Nadie quiere escucharles.
Hablar, decirlo, aunque a un auditorio
que no esté
ah!, forma parte de la plenitud del entender humano.
Totalmente inocente de nuestras intenciones, un acto
de entender
es un verbo, un gesto de generosidad. Esta profesi6n de la verdad
es una alta dignidad conferida a todos los que hemos sido bien­
venidos a la universidad para subir a una tarima día tras día y
enfrentarnos con un auditorio de alumnos.
Se nutren mientras que
su ignorancia desaparece a la luz incandescente de la verdad ha­
blada, un verbum encamado en un hombre, débil como son todos
los hombres, dañado como está la raza entera, pero dotado de un
privilegio y una responsabilidad grave. Este hombre
es el profesor.
O, por
lo menos, as! he entendido siempre mi propio papel en
la profesi6n que escogl hace ya muchos años.
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