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Número 323-324

Serie XXXIII

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Homilía en la Misa celebrada en sufragio de Domingo Vega (el 25 de enero de 1994)

IN MEMORIA,M
hijo. No pudd dar más, porque más no tenía. Dio todo. Nos dio
todo. No a nosotros, sino a Dios
en nosotros. Qu:é menos que
darle las gracias por lo que nos
clid y por él. Conocer a Domingo,
ser amigo
de Domingo foe otro don de Aquél que reparte sus
gracias porque por donde va deja todo vestido
de hermosura.
Gracias Señor por
Ddmingo. Gracias Domingo por ti.
Feo. JosÉ Fnz. DE LA CrGOÑA.
HOMILIA DE LA MISA CELEBRADA EN SUFRAGIO
DE DOMINGO VEGA (el 25 de enero de 1994)
Celebra hoy la Iglesia la Conversión de San Pablo, con aquella sin­
gular aparición. de. Cristo· en el camino de ·Damasco· al gran perseguidor
de los que creian en
El.
Por·
otra parte, leemos en el rito de la Iglesia cuando pide a Dios
por
un hijo suyo . ya próximo a encontrarse con Sl al fin de su vida. el
siguiente deseo: «Veas cara a cara a tu Redentor,
y goces de la <;ontem­
plación divina por los siglos de los siglos:~.
Dos nuevos eslabones en la cadena de apariciones que venimos con­
siderando desde
la noche de Navidad ..
• • *
En Belén se aparece aquella noche a los pastores de su pueblo; un
año largo
después se muestra a unos magos_ de la gentilidad; y al-bauti­
zarse luego de seis lustros, se muestra sensiblemente como emisario del
Cielo, recomendado por el Padre y el Espiritu, ante aquellos a quienes
venia
·a enseñar y a redimir; refrendando poco después_ su categort.a di­
vina con su epifania milagrosa de Caná,_ al convertir en aquella boda el
agua en vino. · De aquella presencia de; Cristo entre nosotros en [a plenitud de los
tiempos arranca esta nuestra realidad ,de hoy; que hubiera sido sin su
venida
al mundo tan distinta de lo · que es, que no es ninguna exagera­
ción pensar que entonces la población del mundo en este siglo
XX habria
estado formada por otros hombres, y no por los
que, gracias a Dios,
hemos nacido. Porque, ¿quién puede dudar que en nuestra larguisima
cadena genealógica haya habido algún matrimonio de antecesores
nues­
tros. influido en su formación por la-doctrina y la gracia de Cristo? Ya
habrá habido algún determinado matrimonio de ascendientes de cada
uno de
nosotros, en cuya motivación decisiva se haya atendido al men­
sa;e que el Señor nos traio y
haya _obrado la gracia que para los-hombres
recabaron los méritos de Cristo; sin lo cual habrlamos -quedado para
siempre en el infinito mundo de
las posibilidades no realizadas.
Y aun en un mundo en que ya de hecho vivimos. tan material y tan
rastrero a pesar
·de la venida de Cristo, podenios imaginar; a la vista
del paganismo anterior
y del egoísmo contemporáneo ( «su dios es su
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vientre», diría San Pablo, Philip 3,19) lo que hubiera sido esto si Dios
no hubiera bajado a remediarnos.
* • •
Importante también en sus consecuencias fue en su tanto la aparición
de Jesús a Saulo de Tarso. Poco se movió Cristo en su vida, al final de la cual, en cambio, en­
carga a los Apóstoles que conquisten el mundo. Fuera de su exilio en
Egipto poco después de haber nacido, en su
ir y venir no salió de aque­
llos parajes relativamente reducidos. Y subió al Cielo para no volver
hasta el fin de los tiempos con
la figura ostensible de su realidad hu­
mana, como no fuera acaso aquel preciso día que viniera a verse con
Pablo en el momento de su conversión; sin que se
haya presentado más
que aparentemente en otras ocasiones, ante los videntes que lo han per­
cibido en forma sensible. Pero a Pablo bien le imprimió aquel impulso
misionero que repercutir1a en los mismos confines del mundo entonces
conocido. Debido a este impulso arranca Pablo · como loco a predicar su
men­
saje
y promover la verdad. Desde su primera carta, que lo es la primera
enviada a los fieles de Tesalónica, agradece a Dios que su
mensaje «no
Jue de palabra solamente, sino también con fuerza y Espiritu Santo y
plena convicción» (1,5). Y acaba su epistolario .con la segunda carta a
Timoteo urgiéndole que «predique
Id palabra, que inste a tiempo-y a
destiempo, que reprenda, exhorte, increpe con toda longanimidad
y no
cejando en
la enseñanza» (4,2).
Y sensacional
es aquella noche del capitulo XVI de los Hechos, en
que
la figura de un macedonio le disuade en sueños de internarse en
Asia Menor
y le decide a atravesar el Bósforo y pisar Europa, trayéndo­
nos por vez primera la
fe de Cristo.
Y hasta España llegó la presencia de Pablo, según parece. Sin contar
aquí ahora
la estancia entre nosotros de Santiago, era plan paulino pa­
sar por Roma en su· camino hacia la evangelización de España, como
dice en su Carta a los Romanos. Bien pudo haber venido
al fina.l de su
vida, en un bienio que
se centra en torno al año 63, conforme a ciertas
tradiciones españolas, .que
-en nuestro tiempo han motivado ·hace treinta
años' la celebración del decimonono centenario de su venida; principal­
mente
en Tarragona, que era durante la dominación romana el puerto
español donde atracaban
las naves del oriente, y era sin duda la primera
tierra española que
conoció el Apóstol de las gentes. Es, pues, ocioso ponderar las inconmensurables consecuencias de
aquella -teofania damascena que hoy conmemoramos.
* * *
Aparición que es consecuencia de ésta nada espectacular como las
anteriores, ni como la final que estamos suplicando para nuestro entra­
ñable Domingo,
es la previa a la de-éste: la que con nosotros tuvo aqui
él; me refiero a la inapreciable manifestación de
la verdad que la razón
y la fe nos han mostrado desde los primeros dias de nuestra vida, y es
la que los Amigos de· la Ciudad· Católica tratan habitualmente de cono­
cer más y más, de estudiar y de vivir.
Esa nuestra actividad
es la que nos unió a nuestro querido Domin­
go; un'i6n que apenas la habrá más estimable y deseable que la que se
funda, como ésta, en una misma concepción del mundo y de la vida.
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La Iglesia misma, que se muestra algo reacia a las alabanzas fúne­
bres a
las que es siempre proclive de modo bien benévolo una situación
como la presente, alaba ante Dios a sus hijos en
las oraciones por los
difuntos afirmando en favor de ellos que creyeron
y esperaron en Dios.
Gran encomio sin duda, que, pues lo hace
la misma Iglesia oficialmente,
lo podemos hacer también nosotros. Y
es consuelo especial nuestro, y
confiamos que alegación válida ante Dios, el considerar en Domingo,
como en los
·que tuvimos la suerte de conocerle aqui, que lo que pre­
tendió fue vivir esa creencia y esperanza en Dios hasta sus últimas con­
secuencias, que son el convencer
de la certera verdad católica a las
inteligencias, e instaurar en el mundo privado y público un auténtico
orden cristiano.
Esta fue
la-labor suya, como agradecemos a Dios que lo sea la nues­
tra, dentro de la organización que cualquier obra como esta reclama,
en que todos participamos del mismo espíritu a la vez que diferimos
posiblemente en las funciones propias de cada uno. «Distribuciones
hay
de carismas -dirá luego Pablo-, pero un mismo Espíritu; y distribuciCr
nes hay de ministerios, pero un mismo Señor; y distribuciones hay de
operaciones, pero un mismo Dios, quien obra todas las
cosas de todos»
(I Cor 12,4-6). Y a nuestro Domingo tenemps que agradecer juntamente
con lo
tipico y necesario de su función, la finalidad y oportunidad de su
actitud, inspiradas en el mismo espíritu vivificante del trabajo de otros
que elaboraran más directamente las ideas cuya salida
al aire Domingo
hacia posible y facilitaba. Y esto
hay ocasiones en que vale mucho. Roca
de la Iglesia
es lo que hizo Cristo al que iba ser Jefe Supremo, cuando
hubiéramos esperado más bien que le llamara cátedra, o fachada, o
torre, o cúpula, o
azotea. Pero «el cuerpo --añade Pablo-- no es un
solo miembro, sino muchos.
Ni puede el ojo decir a la mano: 'No tengo
necesidad de
ti'» (I Cor 12,14.21).
Y asi, en su puesto cada uno y desarrollando la propia misión, ve­
nimos haciendo nosotros dia a dia lo que Domingo ya consumó; logran­
do, según confiamos, el cumplimiento· del deseo formulado en la· oración
de esta
Misa: llegar al final pretendido siguiendo a Pablo, avanzado,
'gradientes' en
latin, gradualmente, a imitación suya, paso a paso, esca­
lón a escalón, martes a martes en nuestras reuniones, sin prisa· pero sin
pausa, sin darse
la importancia que Domingo no se daba; y sin Cambiar
de dirección ni flaquear en la asiduidad que nuestra ilusión exige.
• • •
En fin, nada es tan amable como las moradas del Dios de los Ejérci­
tos, que dice el Salmo LXXXIII. El Señor admita en ellas a Domingo
Vega, si requeria
para ello nuestro sufragio de hoy. Sea agregado a los
queridos amigos que vamos teniendo
:del lado de allá. En aquella supre­
ma y
ya inacabable t'eofania, donde el menor sabe ya más filosofia y
cristianismo,
y posee la verdad con la claridad y dimensiones eternas
que aqui no nos son posibles, prémieles Dios
-el bien que por nosotros
y con nosotros hicieron; oiga las saplicas que sin duda le presentan por
la Ciudad Católica;
y ni uno solo falte a la cita de ese dia eterno en
que todos,
segan la oración de la Iglesia, «veamos cara a cara a nuestro
Redentor,
y gocemos de la contemplación divina por loS Siglos de los
siglos».
. AGUSTÍN ARRENDONDO, S. .. J.
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