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Número 323-324

Serie XXXIII

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En el recuerdo de Jérôme Lejeune

IN MEMORIAM
podemos dejar de unirnos al dolor por su desaparición y al agra­
decimiento por su ejemplo.
En la esperanza de la resurrección.
MIGUEL Aruso.
EN EL RECUERDO DE JÉRóME LEJEUNE
Si Jéróme Lejeune hubiese sido un conspicuo defensor de al­
guna especie semiextinguida de marsupial, o apologeta de algún
culto mistérico perseguido
por algún gobierno orental, sus necro­
lógicas hubiesen atronado, con el guirigay de los medios, los oídos
de los súbditos de las Naciones Unidas.
Su indudable valía cien­
tífica lo merecería, incluso en estos tiempos oscuros, mientras que
su activismo hubiera servido de vitola a una conveniente fama de
hombre comprometido.
Pero
el doctor Lejeune, junto a sus investigaciones sobre el
llamado mongolismo y sus causas genéticas, y llevado precisa­
mente por ello, asumió el papel de hacer oír
la voz de los sin voz,
la defensa de aquellos que, concebidos, estaban destinados a no
nacer, muchos de ellos, precisamente,
pdr padecer la tara que tan­
to había ayudado a explicar y aliviar.
Esto, unido a su desconsideración a los convencionalismos de
la
época, contribuyó a convertirle en una figura no incluible en el
olimpo de la gente bien vista.
En relación con su falta de respeto a los convencionalismos es
especialmente ilustrativa una anécdota de su primera visita a Espa­
ña, cuando un reportero audaz, convertido a la estulticia del
perio­
dismo agresivo, antes impertinente, le preguntó si pertenecía al
Opus Dei, le dijo que contestaría si a su vez lo hacia con una pre­
gunta suya, para añadir:
«¿No pertenece usted a la masonería in­
ternacional?».
Esta rebelión contra la titanía de lo conveniente, rasgo rele­
vante de su carácter, denota
la firmeza de su genio, el valor de
los que con su testimonio no han dudado en arrostrar el escarnio
al que somete la cultura dominante a los cristianos.
Y recuerdo su consejo respecto a la discusión en estos temas,
absolutamente alejado de los usos de la Academia: «Al discutir no
cedas nunca en nada,
y acuerdate del Judo, trae al adversario a tu
terreno usando de su misma fuerza». Consejo nacido de la dila-
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tada experiencia del debate con los representantes de las posturas
homicidas y frontalmente opuesto a la práctica del especial tipo
de clérigos expertos en el papel de «amici di inimici».
Al recordarle, no vienen a mi mente, en primer lugar, los
títulos de
sus libros, no encubiertos, en modo alguno bajo el velo
con
el que el lenguaje científico nos permite cubrir los títulos de
las obras más militantes, «Dejadlos vivir» o el «Embrión concen­
trado». Vienen, más bien sus intervenciones en las ocasiones en
las que la Providencia me permitió oírle; en Madrid en la Facul­
tad de Medicina, en el debate «Biotecnología y futuro del hom­
bre» de El Escorial, en Cracovia en el Congreso de Cultura
Europea, y de nuevo en Madrid en «Tecnociencia». Y resuenan en
mis oídos, al pie de donde está enterrado el rey prudente, junto
al monasterio construido para
conmemorar la victoria de San Quin­
tín, sus palabras claras y precisas, como sólo
el francés formado
en los viejos Liceos lo es, denunciando la creación de comisiones
europeas de bioética, pues cómo se
podía pensar que una ley o
una comisión pudieran resolver en contra del Derecho natural.
Y
es que Jéróme Lejeune fue un firme defensor de las obli­
gaciones y
prerrogativas de la autoridad
legítitna. Enemigo de las
tecnocracias nacionales, pero

aún más del desgobierno de la
sinar­
quía
a través de las burocracias internacidnales, sobre todo de las
europeas, que fueron las que más le toco padecer. Dios le ha lla­
mado, precisamente,
cuando los neomaltusianistas de las Naciones
Unidas pretenden en la Conferencia de El Cairo imponer
el aborto
a escala mundial
comd método de control de la natalidad, preci­
samente cuando su voz nos hubiera sido tan necesaria, cargando
sobre nuestras espaldas la labor de, en lo posible, sustituirle,
uniendo nuestra voz a
la solitaria del Pontífice. Si Lejeune se
honró con la amistad del Santo Padre, fue por la pasión que am­
bos demostraron en la defensa de la vida, frente abierto por fuer­
zas poderosas que parecen odiar cuanto de hermosd hay en el
mundo, odio que Juan Pablo no ha dudado en calificar de satánico,
pues ¿qué otro origen puede tener tantd mal? Y en recuerdo de
esa amistad, y para exaltar el testimonio prestado por el médico
y biólogo francés, y para exorramos a mantener
la actitud debida
en estos momentos, mandó
el Papa su mensaje al funeral celebra­
do en Notre-Dame por el alma de nuestro amigo.
Decía Francisco
Elías de Tejada que la piedra de toque de
nuestros amigos es su simpatía por Felipe II y su antipatía por
Ortega
y Gasset. Nada puedo decir de lo segundo, pero sí puedo
asegurar lo primero. Durante su visita a El Escorial no dejó de
alabar el esfuerzo de la monarquía católica
y la propia figura del
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rey prudente, pues en la raz6n de una persoru,, coherente como
fue nuestro amigo no entraba la actual dicotomía entre moral pri­
vada, o incluso pública, y
legislaci6n. En efec\o, Lejeune, no fue
un activista
«prolife» al uso, no fue una persoru,, sesgada por una
obsesi6n
parcial y puramente moralizante, Relacion6 la . sanción
del aborto con el detecho natural, y el desatr0llo y respeto del
mismo con
la cultura cristiana. Y ésta, con su traducci6n política,
en cuanto es la forma
de valoración de la persona que ha permi­
tido nuestra
civilizaci6n. Y en cuanto es el progresivo abandono
de
esa raíz cristiana, también en su traducci6n jurídica y política,
no meramente sociológica, la que ha traído la actual situaci6n
de
desprotecci6n de los de;echos más· fundamentales de la persona,
desde su
concepci6n hasta su muerte cuando Dios quiera.
Dios ha querido llevarse al doctor
Jéróme Lejeune. Sabíamos
de
su enfermedad,. cuando dejó de venir al frente de combate por
la causa
de los más débiles; pero tenemos la esperanza· de que,
miembro
de la Iglesia triunfante, siga ayudando a los que segui­
mos aquí.
Por todo
.esto, el contemplar las dedicatorias de sus libros,
podemos considerarnos orgullosos de que
nos hubiera considerado
sus amigos. Por todo esto, siento de veras haber tenido que escri­
bir, resignado, esta nota de recuerdo.
JosÉ MIGUEL SERRANO Rmz-CALDERÓN.
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