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Número 323-324

Serie XXXIII

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Danilo Castellano: La razionalità della politica

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Danilo Castellano: LA RAZIONALITA DELLA POLITICA (*)
Danilo Castellano, profesor de Filosofía moral en la Universi­
dad de Udine y de Filosofía del derecho en
la Academia Militar
de Módena,
es ya conocido de los lectores de Verbo. Porque, di­
rector desde 1986 del
Institut Internatiomú d'Etudes Européennes
«Antonio Rosmini», con sede en Bolzano, su nombre se ha aso­
mado a nuestras páginas con ocasión de referir algunos de los
últimos
Convegni del mismo. Y, sobre todo, a consecuencia de
las colaboraciones con que, al remitírnoslas para su publicación
en castellano,
nos ha honrado el docto colega italiano. En concre­
to, su estudio en torno a
la objeción de conciencia y el pensamiento
católico, su ensayo interpretativo de los problemas que levanta
el
Risorgimiento y, finalmente, las notas sobre el pensamiento
político de Michele Federico Sciacca.
A la hora de presentar este por el momento su último libro,
¿qué mejor tarjeta que esas contribuciones, en especial las dos
primeras, compiladas junto con otras doce más, en este breve y
sustancioso volumen de doscientas
páginas? En la conclusión deja
constancia el autor de la unidad profunda de la obra,
con las si­
guientes palabras: «Si es lícito comparar las cosas peqt¡eñas con
las grandes, podremos decir lo que Augusto del Noce afirmaba
en la conclusión de su
11 problema dell'ateismo, esto es, que el
libro no es "orgánico" en sentido académico, aunque orgánica es
la experiencia de la que nace» (pág. 169). Afirmación que explica,
desenvolviéndola, en lo siguiente. Resultando en síntesis lo analí­
ticamente evidenciado ensayo a ensayo, página a página: la racio­
nalidad de
la política. Por ello, no estará de más que en este pe­
queño comentario sigamos esa línea.
Si en la consideración de cualquier cuestión se alza como uno
de
los problemas --quizá el problema-el del fundamento, en la
experiencia
política tampoco es en absoluto suprimible. Los análi­
sis descriptivos -supuesto que efectivamente lo sean, como itoni-
(*) DANILo CASTELLANO, La razionalitli della política, Edizioni Sdenti-
fiche Italiane, Nápoles, 1993, 202 págs. ·
Verbo, núm. 323-324 (1994), 417-442 417
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za Castellano--de la fenomenología política tienen su interés,
pero
no aciettan a explicar la política, esto es, a decir por qué el
hombre «no puede no vivir en sociedad». La experiencia del te­
rrorismo, en absoluto lejana en nuestras sociedades, le sirve de
ejemplo en la elucidaci6n, pues
.a su juicio debiera haber servido
para presentar radicalmente la cuestión, mientras que
ni el pensa­
miento débil -esto es, en la. tesis de Rorty, «il relativismo fattosi
ideología contra la filosofía»-, ni cietto pensamiento fuerte -esto
es, «!'ideología etroneamente identificata con la filosofía»-han
acertado a justificar
la legitimidad de la lucha contra el terrorismo
sobre una
.base que no sea la ~ple fuerza constituida por sí
misma en derecho.
Impqtencia de la que no escapan ni el llamado pensamiento
regulativo,
ni la ciencia política entendida en sentido estricto, esto
es,
positivista. En el primetO, la razón se erige en medio idóneo
para asegurar
la convivencia,.limitándose a prefijar la garantía del
ejercicio de cualquier opción. l'ero,
la pluralidad de . decisiones
contrapuestas, pregunta Castellano,
¿no lleva a la radicalización
del conflicto?
¿C61110 .se podrá, pues, supetarlo desde otra instan­
cia distinta a
la de la efectividad del poder, que, en cierto sentido,
no
es sino el recurso a la violendq? La segunda, reducida a un
control de poder desde
el ángulo del resultado, es totalmente in­
suficiente para respondet a . las preguntas de quién \iebe mandar
y
por qué se debe mandar ... l'ues. el control. es neutral si no se
ejercita sobre la base de los principios de la experiencia política,
entendida en
sentid<> filosófico,• esto es, si no tiene presente un
criterio que
~e sustraiga a. la «hipoteticidad» de la ciencia· política.
, .Menos convincente· aún le parece la propuesta de la sociedad
abferta. Que, a di,ferenqa del contractualismo clásico, centra el
control del poder, no
.en función de la eficacia respecto de fines
convencionalmen1:e e,stablecidos, .sino sobre hipótesis fruto de la
fantasía. Nominalismo subjetivista y relativista que traza los pla­
nos de una sociedad . deseable desde la que criticar la existente.
Comenta
el profesor Castellano: «La política, •pues es hace media­
ci6n. No como aplicación de los principids a la realidad contin­
gente, sino como compromiso, esto es, como reC"epci6n de todas
instancias o, al menos, las de la mayoría. Pero, ¿radica verdade­
ramente aquí la
racionalidad de la polltica? Me parece que más
bien se. encuentra su. irrai::ionalismo,. representación de la esencia
del totalitarismo, y
no. s6lo de los regímenes dictatoriales modet­
nos, sino incluso de los de democtacia moderna. No hay método
ni procedimiento· que, por sí solos, sean una verdadera gru;antía
contra el totalitarismo. Solamente la verdad nos hace y niantiene
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libres y, por tanto, realiza las condiciones para esa racionalidad
de la política que
el pensamiento "moderno" y "posmodemo"
tratan en vano de
definir y fundar» (pág. 172).
Pero
es en· la introducción dende precisa .cumplidamente qué
ha de entenderse por «racionalidad
de la política». Si es verdad
-conio se ha podido afirmar-que la historia de la lógica se neis
aparece unida a la. . de la política, no lo es menos que la política
viene ligada a
la manera de entender y de usar la razón. Sinónimo
de geometría en Descartes, justificación totalizadora en Hegel, la
racionalidad ha llegado a convertirse en nuestros días en una es­
pecie de mixtura de cálculo y hermenéutica, deviniendo un instru­
mento para arraigar una convivencia fundada en
el pluralismo, que
asnme la fragmentación como criterio social
y, en último término,
la relatividad de
los valores. Los ensayos reunidos en el volumen
de que estoy
dando sucinta cuerita, tratan de ponet en cuestión
tales reducciones de la racionalidad a mera justificación ideológica
de una sociedad desconyuntada. Evidenciando la debilidad. del
ra­
cionalismo político, denunciando las aporías en que concluyen los
teóricos de la «razón de Estado»
y redescubriendo los senderos
del pensamiento político clásico.
La racionalidad de la política -estampa el autor-es, sobre
todo, su verdad,
y reside en la búsqueda de su naturaleza y su
fin. Pues la comunidad política no existe solamente
para hacer
posible la vida,
sino para posibilitar una vida feliz, esto es, una
vida plenamente realizada e independiente
.. En otras palabras, la
comunidad política debe facilitar. al hombre una vida conforme a
su
naturaleza, esto es, racional: por ello no puede quedar indife­
rente frente a la verdad o
la justicia, sino que está llamada a pro­
nunciarse continuamente sobre ld que es racional e irracional, o
lo que es lo mismo, sobre k, que es conveniente a la naturaleza
del hombre
y al completamiento de sus perfecciones. La «racio­
nalidad de la política»
es entonces, verdaderamente, la «humani·
dad de
la política» (pág. 22). E incluso equivale a su «eticidad»,
en
el sentido de que la política no puede ignorar la. ética: como
no es posible legisla.r ignorando el derecho, la justicia, tampoco
es posible gobernar sin saber cuál es el bien de cada hombre y, en
cuanto
el bien de todos, el bien común. Esto no significa que la
política coincida con la ética,
ni que la cree: simplemente quiere
decir que aquélla «no puede poner entre paréntesis las exigencias
del vivir bien humano, esto es, del
viyir como se debe; exigencia
impuesta al hombre por
el hecho de ser hombre».
Renuncio a repasar los aportes que guardan estas páginas, de
gran riqueza, y dignos de una
glosa· que excede de los límites a
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que debe constreñirse esta nota. Merece la pena, en todo caso,
hacer un rápido recorrido por entre
las mismas.
«Objeción de conciencia
y pensamiento católico» plantea ma­
gistralmente los términos de un problema de ordinario desenfocado,
distinguiendo entre objeción
de conciencia y objeción de la con­
ciencia y negando la existencia de un derecho a aquélla, basada
en el subjetivismo, expresión de una equivocada concepción de la
conciencia moral
y origen de consecuencias político-jurídicas irra­
cionales ligadas al personalismo (págs. 25-44 ). Pero la objeción
de conciencia no es sino un aspecto de una cuestión más amplia,
la que abraza, por un lado, el problema de la naturaleza del Esta­
do
y, del otro, la concepción de la libertad. Su «Nota sobre el
problema del Estado católico», en total coherencia con el desarro­
llo anterior, pone en evidencia el error filosófico-político del pen­
samiento personalista
y liberal. Donde el problema de la verdad
--es la conclusión-deviene secundario, se hace imposible esco­
ger el bien, tanto menos el bien común: he aquí el drama de la
sociedad contemporánea, incapaz de alumbrar la
cdmunidad polí­
tica,
al haber privilegiado los presuntos derechos de un individuo
que se quiere a si mismo como verdad (pág. 55).
Ese olvido del problema de la verdad,
con los consiguientes
relativización del bien
y olvido del bien común, lleva consigo la
imposibilidad de la política, convertida en «inconveniente». La
experiencia social demuestra, sin embargo, que los sucedáneos del
bien común
se aprestan a ocupar su lugar, lo que nos conduce a
importantes cuestiones, la
primera de las cuales consiste en que el
Estado deja de ser «neutral» respecto a los ciudadanos, ejercitan­
do una obra incluso «educativa», frecuentemente deseducadora,
que reenvía a la naturaleza, fin y fundación de aquél. En «El Es­
tado y la educación del ciudadano» aborda esta cuestión y sostiene
que resulta
irracional desconocer las realidades anteriores y supe­
riores al Estado, así como también lo es no reconocer que el hom­
bre está llamado a un destino más alto del de la vida política:
« Una educación que ponga la alternativa, o profesar la fe pura­
mente civil
-de la que el Estado ha fijado los artículos--, o el
exilio, es una educación que, abandonando su alto deber, traiciona
al hombre reduciéndolo a ciudadano» (pág. 66
). Sólo la inteligen­
cia de la política, que
es «una inteligencia de la justa medida»
(cap. IV, págs. 67-82), puede situar
al Estado en su lugar por en­
cima de los errores modernos. El capítulo IX, por su parte, cues­
tiona el «lenguaje político» de la izquierda y la derecha (págs. 147-
168), demostrativo de cómo la ciencia política moderna
supone la
negación de la filosofía política e incluso de la propia política.
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Pues ésta deja de ser al tiempo ciencia y arte del bien común;
para convertirse en conquista y gestión del poder en función de
un «consenso» adquirido a través de la concesión de ventajas a los
ciudadanos o a las clases de ciudadanos que
han contribuido a la
conquista y a la adquisición del poder. Su fundamento, por tanto,
radicaría en una elección irracional
-el poder por el poder, aun­
que en ocasiones pueda traducirse en el poder por
el interés­
con influencia sobre la legislación.
El apéndice segundo, titulado «Personalismo contemporáneo
y responsabilidad», desde el ángulo de la filosofía moral, viene a
completar
la crítica del personalismo, en lo antetiot apuntada
principalmente desde
el prisma jurídico-político, y que me parece
uno de los ejes del
libro de Castellano. Cercanos a ese desenvol­
vimiento
se hallan las capítulos VI, «El Risorgimento: interpreta­
ciones y problemas», y
VII, «Experiencia jurídica, secularización y
Asamblea constituyente», concreción a dos momentos importan­
tes de la historia
contemporánea italiana de los criterios expuestos
teoréticamente en otros ensayos. También encontramos sendos tex­
tos dedicados a desbrozar las consecuencias políticas del pensa­
miento de Freud (cap. V, págs. 83-88)
y a valorar el fiasco mari­
tainiano (el apéndice I, «Releyendo El humanismo integral», págs.
177-188). La conclusión de este último me parece singularmente
esclarecedora, pues
se interroga acerca de si el intento de Maritain
de conciliar
el cristianismo y los valotes políticos modernos no
habrá terminado por contribuir a la orientación de
las corrientes
teológicas y políticas contemporáneas propiamente hacia la filosofía
moderna, favoreciendo, por tanto, un proceso exactamente con­
trario respecto a lo que habría pretendido el pensador francés.
He dejado para el final el capítulo VIII, «Cuestión católica y
cuestión democristiana», publicado en 1987, y que en estos días
adquiere una significación especial a la luz de la descomposición
de
la DC. Este dato pone paladinamente delante de nuestros ojos
que no
es de hoy la controversia sobre el «caso italiano» y que
la cuestión católica no coincide con la democristiana, en cuanto
que ésta ha sido contestada desde el interiot del pensamiento ca­
tólica a causa de su relativismo. De algón modo, pues, el «caso
italiano» sería común a
casi todos los países. Frente a este pro­
blema, la solución no pasa
---<:omo se dice hoy-por la elección
entre conservadores y progresistas, menos aún en tomar la me­
diación por criterio de gobierno, como en las versiones centristas,
sino en recobrar la verdad de la política. Esto es, el gobierno en
vista del bien común.
Pot donde retornamos al argumento central
del libro, la racionalidad de
la política, accediendo al redescubrí-
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miento «del pensamiento político clásico, esto es perenne, detrás
de
los muchos erores del y de los no pocos horrores causados por
el "pensamiento moderno"» (pág. 23 ). ·
Este libro de Danilo Castellano reúne armoniosamente, al igual
que toda su obra, una
aguda capacidad teorético y una profunda
percepción práctica,
haciendo de su autor uno de los valedores más
firmes del pensamiento tradicional en nuestros días. Reconocerlo,
para
el autor de esta nota, no es solamente un frío ejercicio de
crítica intelectual sino también
un· cálido testimonio de amistad.
MIGUEL AYUSO.
JuU.o Montero Díaz: EL ESTADO CARLISTA. PRINCIPlOS
TEORICOS Y PRACTICA POLITICA (1872-1876)
(*)
Desde hace años los estudios históricos sobre el Carlismo han
sido revitalizados. Muestra de ello
es la tesis doctoral de Julio
Montero Díaz sobre
El Estado Carlista, galardoneada ex aequo
cdn el premio Luis Remando de Larramendi.
Si hasta la actualidad se había hecho hincapié en el estudio
de los conflictos sucesorio, ideológico
y bélico entre el liberalismo
y
el tradicionalismo, hoy se muestra, más si cabe, la extraordinaria
riqueza del carlisino comd tema historiográfico en la multiplici­
dad de aspectos antropológicos, culturales, sociológicos, de men­
talidades, políticos y religiosos
... que amplían, profundizan, y
complementan los
otros tratados anteriormente.
El tema abordado en
El Estado Carlista es inédito y original
pues, hasta hoy, no
se había estudiado de forma metódica y en
uri exclusivo y denso trabajo. De por sí, el título de esta investi­
gación es ambicioso y su significación muy relevante.
Los princi­
pios te6ricos del carlismo examinados tienen
un marco nacional, y
el estudio de la práctica de aquellos un ámbito vascongado con
referencias directas a Navarra.
La atenta lectura del libro de Montero Díaz permite observar
que
los carlistas de 1872-1876 nd sólo fueron hombres inquietos
y aun románticos como su época. Vivían
sus afirmaciones políti­
cas, que consideraban con virtualidad hacia
el futuro, enraizados
en un espacio vital concreto hasta el punto de querer hacerlas
políticamente
pdsibles en una clara y decidida proyección en su
(*) Madrid, Ed. Aportes XIX, 1992, 563 págs., col. Luis Remando de
Larrameodi. Prologo de Miguel Artola Gallego (págs. 17-19).
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