Índice de contenidos

Número 323-324

Serie XXXIII

Volver
  • Índice

Jérôme Lejeune

IN MEMORIAM
JÉR6ME LEJEUNE
En la mañana del día tres de abril, domingo de Resurrección
por
más señas, fallecía el profesor Jéré\me Lejeune. Era una de
las máximas autoridades mundiales en el campo de la genética
desde que, con treinta
y tres años, descubrió la primera anomalía
cromosómica, trisomía 21, que
origina el .síndrome de Down.
Doctor en Medicina
y en Ciencias, profesor de Genética Funda­
mental, jefe del departamento
de Citogenética del H6pital des
enfants malades
y miembro de la Academia pontificia de ciencias,
acababa de promover. la creación· de una Academia pontificia para
la vida, habiéndose convertido en su primer presidente.
Su Santidad el Papa Juan Pablo
II, en un mensaje firmado en
el Vaticano el día cuatro de abril;J enviado al arzobispo de París,
cardenal Lustiger,
ha agradecido Creador, «de quien toma nom­
bre toda familia en
el cielo y en la tierra» (Ef. 3, 15), el carisma
particular del fallecido: «Hay que hablar aquí de carisma, porque
el profesor Lejeune supo usar siempre
s.u profundo conocimiento
de la vida
y de sus secretos para el verdadero bien del hombre
y de la humanidad, y sólo para esto. Llegó a ser uno de los más
ardientes defensores de la vida, especialmente de la vida de los
niños .por nacer que, en nuestra civilización contemporánea, fre~
cuentemente están amenazados, hasta el punto de que se puede
pensar en una amenaza
programada. Hoy esta amenaza se extiende
igualmente
a los ancianos y a los enfermos». Cuando --continúa
el mensaje ·del .Santo Padre--i,las instancias humanas, los parla­
mentos elegidos democráticamente,
se atrogan el derecho de poder
decidir quién tiene derecho a vivir
y, por el ccntrario, a quién se
le puede negar, sin que exista una culpa de su parte», destaca la
actitud del profesor Lejeune: «El profesor Jéré\me Lejeune asumió
plenamente la responsabilidad
particular del sabio, dispuesto a con­
vertirse·.en un figno de contradícción, sin tener en cuenta las pre.
siones exterrias ejer<;:idas por la sociedad permisiva ni el ostracismo
al que lo habían condenado».
El profesor José Miguel Serrano
-bien conocido de nuestros
lectores por su dedicación competente y
valer.osa a las cuestiones
bioéticas-, desgrana a continuación algunos recuerdos de sus
encuentros con
el profesor Lejeune en diversos foros universita­
rios. Yo, por mi parte, siguiendo
la tradición de estas páginas, voy
a
lintltarme a recordar la vinculación del fallecido con la obra de
410
Fundaci\363n Speiro

IN MEMORIAM
la Ciudad Católica. El Papa, en el mensaje recién citadd, escribe
que «nos hallamos hoy ante
la muerte de un gran cristiano del
siglo xx, un hombre para el que
la defensa de la vida llegó a ser
un apostolado». «No cabe duda
-añade-de que en la situación
actual del mundo esta forma de apostolado de los laicos
es muy
necesaria». Nosotros, en la tarea de «formación cívica y acción
cultural según el derecho natural y cristiano» que pregonamos,
esto es, en el combate pol1tico y cultural que continuadamente
venimos sosteniendd, hemos podido comprobar el vigor del apos­
tolado del profesor Lejeune.
Me parece, incluso, que
el mensaje pontificio ya repetidamente
referido conjuga admirablemente las claves de ese apostolado:
convertirse en signo de contradicción, sin temor a las ·presiones o
a la condena al ostracismo, ante la «amenaza programada» que
sufre la vida
en nuestra civilización contemporánea, en que las
instancias humanas
y los parlamentos se arrogan el derecho de de­
cidir sobre el derecho a la vida. Afirmación en todo. coherente
con la carta autógrafa enviada
por el Papa el diecinueve de marzo
anterior a los jefes de Estado
de todo el mundd y al secretario
general de la Organización de las Naciones Unidas, con motivo
·de la Conferencia internacional sobre población y desarrollo que
tendrá lugar el próximd septiembre en El Cairo.
La posición del profesdr Lejeune, en este punto,
ha sido de un
especial valor. Pues ha sabido ligar
las denuncias a los ataques
que la vida sufre en nuestros
dias con las premisas ideológicas y
pol1ticas de que nacen, extrayendo también con coherencia las
consecuencias. prácticas que de tal relación derivan. Lo que no
siempre ocurre en otros ambientes católicos, que tratan de coho­
nestar una correcta afirmación doctrinal con una desnaturalizada
proyección pol1tica.
En los Congresos de Lausana, del Office in­
ternational, .d en los que ICTUS -siguiendo los pasos de aquél­
organiza en V ersalles, siempre destacaba la presencia y la voo: del
profesor Lejeune
.. Precisamente fue en el pasado Congreso de Ver­
salles, en noviembre de 1992, donde tuve
la última ocasión de
conversar con
él. Fruto de esa vinculación de Lejeune a la amis­
tad de la Ciudad Católica, nuestra revista se ha lucrado de su
magisterid publicando
en castellano algunas de sus intervenciones
en los congresos referidos
(*). En esta casa de Verbo, pues, no
(*) En Verbo se han publicado del profesor Jér6me Lejeune los siguien­
tes artículos: «Mensaje de vida•; núm. 133-134 (1975), págs. 309-321; «Ma­nipulaciones genéticas: los aprendices de brujo», .núm. 189-190 (1980),
pags. 1.201-1.222; y «Los orlgenes del hombre», núm. 215-216 (1983);
págs. 639-659.
411
Fundaci\363n Speiro

IN MEMORJ.A..M
podemos dejar de unirnos al dolor por su desaparición y al agra­
decimiento
por su ejemplo. En la esperanza de la resurrección.
MIGUEL AYUSO.
EN EL RECUERDO DE JÉRóME LEJEUNE
Si Jér6me Lejeune hubiese sido un cons.picuo defensor de al­
guna especie semiextinguida de marsupial, o apologeta de algún
culto mistérico perseguido
por algún gobierno orental, sus necro­
lógicas hubiesen atronado, con
el guirigay de los medios, los oídos
de los súbditos de las Naciones Unidas. Su indudable valía cien­
tífica lo merecería, incluso en estos tiempos oscuros, mientras que
su activismo hubiera servido de vitola a una conveniente fama de
hombre comprometido.
Pero el doctor Lejeune, junto a sus investigaciones sobre
el
llamado mongolismo y sus causas genéticas, y llevadd precisa­
mente
por ello, asumió el papel de hacer oír la voz de los sin voz,
la defensa de aquellos que,
concebidos, estaban destinados a no
na:cer, muchos de ellos, precisamente, por padecer la tara que tan­
to había ayudado a explicar y aliviar.
Esto, unido a su desconsideración a los convencionalismos de
la época, contribuyó a convertirle en una figura no incluible en el
olimpo de la gente bien vista.
En relación con su falta de respeto a los convencionalismos es
especialmente ilusttativa una anécdota de su primera visita a Espa­
ña, cuando
un reportero audaz, convertido a la estulticia del perio­
dismo agresivo, antes impertinente, le preguntó si pertenecía al
Opus Dei, le dijo que contestaría si a su vez lo hacia con una pre­
gunta suya, para añadir:
« ¿No pertenece usted a la masonería in­
ternacional?».
Esta rebelión contra la
tiranfa de lo conveniente, rasgo rele­
vante de su carácter, denota
la firtneza de su genio, el valor de
los que con su testimonio no han dudado en arrostrar
el escarnio
al que somete la cultura dominante a los cristianos.
Y recuerdo su consejo respecto a la discusión en estos temas,
absolutamente alejado de los usos de la Academia: «Al discutir no
cedas nunca en nada, y acuerdate del Judo, trae al adversarid a
tu
terreno usando de su misma fuerza». Consejo nacido de la dila-
412
Fundaci\363n Speiro