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Número 331-332

Serie XXXIV

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La familia: diecisiete años después

LA FAMILIA: DIECISIETE A~OS DESPUES
POll
FEDmuco J. CANTERO (*)
El mes de diciembre del año 1977 los amigos de la Ciudad
Católica
se reunían en Valencia para debatir acerca de los peli­
gros que entonces acechaban a la institución familiar. El régimen
político que durante cerca de cuarenta años había,
al menos teóri­
camente, considerado a la familia como
el núcleo fundamental de
articulación de
la sociedad tocaba irremediablemente su fin. Era
el tiempo en que la nación se debatía en encontrar un nuevo sis­
tema político, que pocos meses después sería plasmado en la
Constitución de 1978, cuyos principios se materializan en la plu­
ralidad de reformas legislativas que tienen su cabida fundamental­
mente en la década de los ochenta.
Entonces,
la catolicidad oficial del Estado mantenía vigente
una legislación ampliamente tuitiva de la familia, de lo que eran
testimonio el reconocimiento del matrimonio canónico, la indiso­
lubilidad del vínculo matrimonial, con la consiguiente inexistencia
del divorcio,
la protección de la vida desde el instante mismo de
la concepción, con la consiguiente penalización total del aborto,
sin perjuicio de que los jueces eximieran de responsabilidad penal
aquellos supuestos en que éste
se producía con la finalidad exclu­
siva
de salvar la vida de la madre. Todavía los medios de comu­
nicación no
se habían convertido en difusores de pornografía. La
natalidad, por su parte, se encontraba en su apogeo y nada pre­
sagiaba que de una vieja nación fuésemos a convertirnos en una
Ilación de viejos.
De todos estos peligros que amenazaban a la institución familiar
se hicieron eco las distintas ponencias y foros de aquella reunión
de 1977, pero ya era tarde para detenerlos.
Hada tiempo que la
(*) Reproducimos con mucho gusto, como pórtico de la crónica de la
XXXIII Reunión de amigos de la Ciudad Católica, la siguiente presenta­
ción que publicó Federico Cantero en las páginas del diario El Correo Ga­
llego de 24 de noviembre de 1994.
Verbo, núm. 331-332 (1995), 151-154 151
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FEDERICO J. CANTERO
sociedad católica española había confiado su defensa a las insti­
tuciones oficiales
y, durmiendo en el sueño de los justos, abandonó
una participación activa en las instituciones de la sociedad civil
que entonces dirigían
las elites sociales educadas en la lucha contra
el régimen de Franco y todo lo que
- presentaba. La familia cristiana había sido protegida y en el fu­
turo debería ser denostada.
Es verdad que la legislación
,;ivil en materia de familia exigía
una serie de reformas, que existía una protección a la entonces
llamada filiación legítima 'que se percibía injusta al comparar a
veces la distinta suerte que en el ámbito sucesorio corrían unos y
otros hijos por razón de filiación aunque el tercio de libre dispo­
sición permitiese a los padres corregir aquellas diferencias. Es
verdad que el acceso
de la mujer a la cultura y su plena equipara­
ción social con el varón requerían un cambio legislativo que
se
hiciera eco de ello, cambio que sin embargo se había iniciado en
el período anterior, de lo que
es testimonio fundamental la ley de
2 de mayo de 1975, que equiparó la capacidad jurídica de la
mu­
jer a la del varón. En todo caso, esta legislación no era franquista
sino fruto del devenir histórico del derecho de
familia y de suce­
siones. Pero estas reformas no precisaban 'un abandono de los
principios cristianos. Es más, alguna de ellas era requerida por
esos mismos principios.
Diecisiete _ años después -y animados como entonces por el
académico de número de
las Reales de Morales y Políticas y de
Jurisprudencia y Legislación Juan Vallet de Goytisolo--
se reúnen
en Madrid bajo el mismo tenia ante una situación que en nada
se parece a la de 1977. La familia como institución sufrió todas
las embestidas que entonces la acechaban y
ya no está claro por
cuánto ·tiempo s·erán reales_ las nuevas amenazas como pueden
ser la ampliación de la ley del aborto, la imposición de una edu­
cación totalmente laica en
la escuela, el fomento de la contra­
concepción o el
_aumento de la penalización fiscal. La sociedad
ha percibido muchos de los efectos perniciosos de las reformas
llevadas a cabo en estos años: miles de niños que no han llegado
a nacer y que obligan a cerrar colegios
-cuya financiación esta­
mos ahora pagando-- y a enviar profesores
al paro, Miles de
niños psicológicamente destrozados por
el divorcio de sus padres
se han convertido en objeto directo del negocio de los traficantes
de drogas y están llamados a poblar
las cátceles o los estableci­
mientos de recuperación, con
el consiguiente gasio inútil en la
medida en Que hubiera sido muchos menos costoso haberlo evita­
do. Miles de uiños
, familiarizados con la violencia irracional que
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les ofrecen diariamente los medios de comunicación. Miles de jó­
venes angustiados por el fracaso de una sociedad que pone el
éxito en
el dinero y les lleva a aplicarse, en una competitividad
que no tiene antecedentes parecidos, por ·e1 triunfo económico· o
de poder, que nunca, para los pocos que lo pueden conseguir,
llega a colmar
el vacío que ocasiona la falta de valores del espí­
ritu. Efectos éstos que
se perciben fundamentalmente en niños y
jóvenes cuyos padres
se han separado o divorciado.
A
la vista de estas consecuencias, la sociedad c,ivil ha ido pro­
gresivamente tomando conciencia de las causas que las han pro­
ducido y comienza a estar de vuelta de todas aquellas novedádes
que hace diecisiete años se vendían como progresistas y sabedora
de que las instituciones oficiales continúan presididas por las ideo­
logías e interses económicos que alentaron su puesta en práctica,
se
aparta de las mismas y sus instituciones -las de la sociedad
civil-van siendo ocupadas por elites que tratan de remover las
caducas novedades, tratando de volver a defender a la familia
como institución y a todos los valores que son inherentes a una
sociedad de familias.
La sociedad civil
percibe que la familia sigue siendo la insti­
tución primera y básica del orden social y que, en consecuencia,
merece ser promovida, alentada y defendida. Pese a todos los
esfuerzos por relegarla a un segundo plano áhí sigue estando,
fir­
me, como siempre. Me atrevería a decir que aquellas familias
que
han perseverado como tales empiezan a tener una fuerza
irresistible. Han tenido que navegar en épocas de tempestades y
las que no han naufragado están más curtidas, más impermeables
a las influencias provinientes de la sociedad oficial como quizás
no lo estuvieran nunca. Las relaciones entre padres e hijos están
pasando por una auténtica edad de oro. Nunca hubo menos con­
flicto generacional, nunca los hijos se sintieron tan a gusto en
casa de sus padres. Hacía tiempo que los nietos no compartían
tanto su tiempo con los abuelos. La influencia de los padres a
través del consejo tiene una receptividad considerable en sus hiios.
Al propid tiempo la casa es espacio de libertad, de intimidad
-pese a lo reducido de las viviendas-- y de ejercicio progresivo
de
la responsabilidad.
Contra todo lo que pudiera parecer, pienso que estamos en
época de esperanza, lo que quiere decir que nos encontramos en
momento histórico en el cual todo lo que se haga por la institu­
ción familiar se va a traducir en resultados visibles a corto plazo,
aún cuando la duración de los plazos sea algo irrelevante desde
'el punto de vista de la historia de la salvación.
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1''EDERICO J. CANTERO
· La sociedad civil, como siempre, va por delante. Quizás no
sea aventurado esperar que en los
albores del segundo milenio
contemplemos reformas legislativas
de tipo correctivo, que fomen­
ten decididamente la natalidad, que consideren
la defensa de la
vida como principio absoluto, que traten de poner
restricciones
a la pérdida de la unidad familiar, que consideren a la moral como
criterio inspirador de toda norma legal
y de conducta y que, en
definitiva, vuelvan
los ojos a la religión, pues como se lee en la
contraportada del reciente libro de Juan Pablo
II, que hace suyas
las palabras de un conocido autor,
el siglo XXI será el de la reli­
gión o no será en absoluto. Siendo así también
es congruente
aecir que será de la familia o tampoco será.
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