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Número 331-332

Serie XXXIV

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Osvaldo Lira, sacerdote y maestro

OSVALDO LIRA, SACERDOTE Y MAESTRO
POR
JuAN ANTomo Wmow (*)
El Padre Osv.al 11 de febrero de .este mo 1994, día de Nuestra Señóra de Lourdes.
De estos noventa
aiíos, más de. setenta -los cumplió éstos en
juliei del mo pasado-· los ha dedicado. a la enseñanza. ,
Hablar de una «dedicación a la enseiíanza» dice. poco, en este
caso. El Padre Leonardo Castellani, insigne sacerdote y escritor
argentino, pone en una de
sus novelas, Los papeles dé Ben;amin
Benavides, a un personaje llamado Padre Lira. Es éste, el de la
novela, un sacerdote chileno
gue por los aiíos cuarenta, recién
terminada la guerra, vivía en Roma dedicado a
la tarea de escri­
bir un libro para reivindicar el · nombre y la doctrina del jesuita
chileno del siglo
XVIII Manuel Lacunza. El protagonista de la no-
(*) El ella li de febrero de 1994, el padre Osvaldo Lira cumpli6 no­
venta años. Gran figura del_ pensamiento tradicional hispánico_ y n;iaestto
de la contrarrevolución-chilena, Verbo se . sumó a la celebración cp_n . el
artículo que Cristián Garay le dedicó en el .numero 323-324, ccíri el título
«La idea de tradición en el pádre Osvaldo Lira». El 18 de octubi;e, en un
acto al que asistieron _más de trescientas = personas, Be· le hlzo 'entrega del
volumeo de 732 páginas•dedicado "a SU· homenaje y tituládo En torno al pen­
samiento del P. Osvaldo Lira. Homena;e en sus 90 años. Editado_ l)(llt 1~
Uni'.Versidad Adolfo Ibáñez y coordinado por J.J.Uestros queridos amigos_ ·y e~
laboradores, los profesores Gonzalo Ibáñez ·y Juan Antonio Widow·, en él
eticonirámos -entte otras-las firmas· de los chilenos Julio Reta.nial,. Juan
Carlos . Ossand6n,
Juan _Antonio Widov,, G9malo. Lsrios, Alvaro Pezoa, .Ale·
jandro Gu=ru,, Gonzalo Ibáñez, Cristián Garay y Beroardino Bravo, de los
argentinos
Enrique Díaz Araujo, Alberto. Boixadós, el padre Sáncbez Abelen­
da,
Guido Soaje, Félix Adolfo Lamas, Patricio Randle, el padre Sáenz, Rubén
Calderón Bóucber,. Bernardlno Montejano y Alberto Falcionelli; · el peruano
Juan Vicente. Ugarte del Pino; y los .españoles Rafael Gambra, Mario -Seria,
Juan V allet de Goytisolo, Antonio Milán Fuelles, el padre Victorino Rodrí­
gµez y Miguel Ayuso. Los ensayoS se distribuyen en las ·siguientes rúbricas:
«Presentación», «La teología y la espiritualidad», «La filosofía», «La moral
y la política», «El derecho», «La historia» y. «Los poetas». Es un honor para
Verbo dar cuenta de tan_ notable obra, en la ·que la sola enumeraci.6n de la
presencia española manifiesta. qué cercana resulta para esta casa, así . como
dar a: .la estampa las palábra.s prónuriciiµlllS en su presentación po:l' Juan
Antonio Widow (N. de la R.).
Verbo, núm. 331-332 (1995), 169-181 169
Fundaci\363n Speiro

JUAN ANTONIO WIDOW
vela, que Castellani hace entrar en el relato en primera persona,
describe así al Padre Lira: « Y no era tonto él, leí varios ensayos
que había publicado en un revista chilena
Estudios: un verdadero
escritor, aunque irregular y raro por momentos. En suma, uno de
tantos tipos raros que hay en la Urbe; pero éste, excelente tipo».
Pues bien, la novéla del Padre Castellani viene a -cuento, ·pues en
esa misma descripci6n del personaje, dice de él que «no hacía eso
que
se llamaba pomposamente 'direcci6n espiritual', sino que ha­
cía lo que podríamds llamar amistad; arreglaba o mejoraba la
gente a fuerza de amistad, para la cual tenía una capacidad no­
table».
El Padre Castellani dio de lleno en el blanco. La enseñanza
de Osvaldo Lira, lo tnismo que su consejo de sacerdote,
se ha dadó
siempre como parte de algo -si cabe--mayor: la generosidad y
la lealtad
propias de un amigo incondicional. Es ésta la clave. Es
lo que
explica el por qué de la huella que ha dejado y que sigue
dejando. Los setenta
y un años de profesor, cumplidos, si no en
las aulas univejl!!itarias; sí en las casas de sus amigos; lo_s sesenta
y cinco años de sacerdote, han sido años de amistad sin trastienda,
de lealtad
y de generosidad que han rozado a veces la ingenuidad,
pero que nunca han sido de su parte traicionadas.
Los j6venes que hoy le frecuentan. y que son los particulares
destinatarios de esta ensefianza siempre encamada en manifesta~
ci6n de entrañable amistad, experimentan, lo mismo que otros,
·cuando fuimos j6venes hace
ya tiempo, esas especiales muestras
de su afecto que consisten en
ser tratado de pazguatos, meque­
trefes, mastuerzos, gaznápiros o animales del monte, d en recibir
contundentes y cariñosos puñetazos en el hombro, que suele que­
dar bastante
· adolorido por efecto de la amistad singular de Os­
valdo Lira.
Para exponer lo que ha sido su enseñanza no nos
es posible,
pues, limitarnos a una explicaci6n de los temas que han sido
ob­
jeto de ella. Sería ello una especie de vivisecci6n, y no un mostrar
lo que hemos recibido quienes hemos sido y somos sus discípulos.
Es necesario referir no sólo lo que ha enseñado, sino también
cómo lo ha enseñado. Es lo que intento ahora, reconociendo cuán
restringida es
la posibilidad de mostrar esto a quien no haya co­
nocido en forma directa, no digo la claridad de sus razonamien­
toS -pues esto se encuentra en sus escritos-, sino el ardor y la
fuerza con que derrama a tnanos llenas los argumentos que de,
muestran que algo es verdadero; No es raro que quien le escucha
por primera vez quede cautivado por su personalidad definida y
generosa, y no preste atención o no guarde en el recuerdo sus
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CRONICAS
juicios y razones. No por ello, ·sin embargo, quedan preteridas a
lugares secundarios las cosas que enseña.
Entre mis recuerdos de
· los primeros años· de amistad con el
Padre Osvaldo, está
el de unas reuniones semanales que un grupo
de estudiantes de la Universidad Católica de V
al paraíso teníamos
con él para leer en
común y comentar el Fausto de Goethe. Lo
primero que impresionaba era, ciertamente, su personalidad, y
el hecho de que aceptara
el diálogo llano y cordial con quienes
poseían un nivel de saber
mínimo en comparación con el propio,
y de que no sólo lo aceptara, sino que manifestara estar a gusto
en ello. Rememorando aquellas sesiones,
llama la atención la ge-·
nerosidad suya para escuchar con pjleiencia y hasta · con interés
las tonterías que inevitablemente salen de
boca de un estudiante
--de un «mocoso» como él nos decía, a veces agregándole alg¡jta
especificación en genitivo que hoy no puedo
repetir-que em­
pieza a pergeñarlas de hombre sabido. Pero este recuerdo, el de
la impresión dejada por su personalidad, va unido al de ciertos
juicios suyos, de esos que se graban para siempre en quien los
escucha: me refiero ahora a su comentario a la versión que Goethe,
por boca de Fausto, propone para las palabras del Evangelio de
San Juan
In principio erat Verbum: «En el principio era la Fuer­
za», interpreta Fausto, y luego «En el principio era la Acción».
Negación de la primacía de
la inteligencia -dice Osvaldo Lira-,
negación de la Verdad como bien mayor del hombre, reafirma­
ción de la voluntad prometeica que desprecia
la necesaria obe­
diencia, que sólo la inteligencia puede reconocer, de la creatura
al
Creador. Imposible olvidar la contundencia de sus frases: son
éstas las que moldean el espíritu de su discípulo.
Su juicio en estas cosas es terminante, claro, definitivo. La
discusión sobre ello está de más: quien quiere seguir buscando ex­
plicaciones, recibe un corte ·seco, y si insiste. experimenta cuál es
el nivel de exasperación de quien tiene perfectamente claro que
los gatos no tiene cinco patas. Es su modo de enseñar. Hace re­
cordar lo que decía Unamuno: las ideas puras no existen, siempre
se nos manifiestan en cierto modo encarnadas en quien las sostiene;
Y así se las aprende, sin que, no obstante, quede adherido a ellas
nada puramente subjetivo: no
es subjetivismo lo que hay allí,
sino una subjetividad que le da plena fuerza y nitidez al objeto.
Lo que hace que la relación de discípulo a maestro no sea una
sumisión incondicional al arbitrio de una personalidad fuerte,
es
la virtud del maestro, que no consiste en inhibir su personalidad,
sino en ordenarla,
es decir, en vivir habitualmente en función de
un Bien que la trasciende. Cuando existe esta virtud, existe tam-
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JUAN ANTONIO WIDOW
hién una libertad admirabk de espíritu. En esto, el Padte Osval0
do ha tenido un notable parecido con quien lo convittió en per­
sonaje de novela:
el Padte Castellani. Cita éste, en sn libro sobre
el
Apocalipsis, una frase de Kant en que sostiene que para él
(para Kant) no cabe absolutamente ninguna dnda de que, en toda
la historia del cristianismo, el momento mejor .es el suyo -el
de Kant-y que no hay más que dejar que la fe religiosa que
entonces existe (la fe protestante y liberal)
se desarrolle sola, para
que llegue por
s! misma a unit a todos los hombres. Castellani
cita el
párrafo en alemán y luego en castellano, llenando con él
casi una página, y agrega luego: « Y hasta aquí el asno solemne
de Kant». No he querido citar ejemplos del tnismo Padre Lira,
pues los tenemos bastante cercanos. Es la libertad de
espíritu que
permite llamar rebuzno al rebuzno, proceda de quien procediere.
Por cierto que
el discípulo que tiene un tal maestro, no corre
el riesgo de aficionarse a fa pura cáscara de la sabiduría, a las
ideas neutras o a la
eruclición eunuca. Habrá riesgo, es claro, de
que se sienta tentado a itnitar .actitudes sin. entender bien lo que
haya tras ellas: pero estas tentaciones pasan, y queda siempre,
cuando
se ha sabido set leal al maestro, la sustancia de todo ello.
Aprende el discípulo, gracias a la vittud del maestro, que el
co­
nocer es vida, y la forma más alta de la vida humana, y que el
estudio, los descubrimientos de la inteligencia y la misma ense­
ñanza no son
más que partes o frutos de esa vida.
El Padte Osvaldo también ha tenido maestros: nadie, entre
los hombres,
,fa de lo propiamente suyo, pues todo lo que se· tiene
se ha recibido; Depende de quién lo recibe el qne ello dé frutos:
es la parábola de los talentos. Entre los maestros suyos hay que
nombrar a
don Roberto Peragallo, al Padre Florentino Prast, al
Padte Adalberto Maury. Por el Padte Adalberto entra en el co­
nocitniento de· Santo Totnás de Aquino: es un .encuentro fecundo,
pues de allí saldrá el caudal
principal·. de su enseñanza. Cuando
era aún seminarista; nó le satisfacen los manuales ad usum) y va
directamente ·a la fuente: a las obras del aquinatense. A los que
somos discípulos . suyos nos ha comunicado esta particular simpa­
tíá' suya -en el sentido literal de la palabta: el de una profunda
identificación no sólo de
la inteligencia, sino también afectiva­
por 'este admitable fraile de siglo imi.
A Santo Tomás no ld enseña sólo explicando o analizando
sus
escritos, ·ciertamente invita a. leerlo y a entender· lo que. el
Sarito entiende. Pero hay algo más, y que ha sido fundamental
eh su vida de maestro: lleva á Santo Tomás metido dentro, hay
una proxitnidad 'personal a él que va más állá de lo que pueda
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CRONICAS
dar la simple lectura de sus obras. Tomás de Aquino ha sido, para
Osvaldo Lira, no sólo el autor al que ha dedicado más estudio y
del que ha sacado mayores frutos. Creo que no
es posible enten­
der la relación entre ambos si no vemos que Tomás ha sido, con
su poder intercesor, el guía eficaz
de los pasos de Osvaldo en la
vía del conocimiento y del amor
de la verdad. Ha sido para él
algo semejante a lo que fue para Tobías el arcángel Rafael. Os­
valdo ya no necesita consultar los escritos de Tomás para ver claro
en las cuestiones que
se le plantean: tiene un espíritu que ha lle­
gado a ser naturalmente tomista.
Pues bien, esta relación con Tomás de Aquino, que
es más
que intelectual, pues compromete al espíritu en la dimensión in­
sondable propia del vínculo personal y misterioso que es el de la
amistad con nuestros muertos, es lo que de alguna manera
Osval-'
do Lira ha comunicado a sus discípulos. Ha logrado que Tomás
de Aquino sea no sólo la fuente a la, cual se puede ir siempre para
encontrar la respuesta clara y equilibrada, sino también
un fami­
liar, un padre que aconseja, un protector muy cercano.
Y de
Tomás de Aquino se recibe, sin duda, la aptitud y la
disposición para referirlo todo a sus principios, pues sin ellos no
hay explicación suficiente ni siquiera para, las
mínimas realidades
cotidianas y efímeras.
La reflexión metafísica es, así, no el re­
montarse a abstracciones etéreas y remotamente , distantes de la
vida de todos los días, sino, el conocimiento de lo concreto y
cer­
cano en sus últimas y definitivas causas. Santo Tomás dice que
los pequeños, errores en los principios son
graneles en las conclu•
siones: se trata, ,pues, ele reflexionar con la máxima claridad y
precisión posibles sobre tales principios, y de
excluir hasta en su
mínimo asomo
la idea de que en estos planos, los de los principios,
pueda uno
permitirse alguna libertad para transar, para omitir,
para olvidar o
-'lo peor de todO-:- para pensar que, Io que, en
estos órdenes es verdaderd para uno pueda no serlo para otros.
La verdad para consumo exclusivamente privado es la peor de las
mentiras. Y sabemos hasta qué punto Osvaldo Lira
ha sido in­
claudicable en esto. Ha tolerado en su vida muchas cosas que a
otros sacan de quicio, ha
convividd con muchas personas que no
pensaban como
él, pero no ha tolerado nunca qué le vengan con
la imbecilidad de que
la misma verdad pueda ser diversa para los
distintos sujetos que la
conocen;,-¡como si esto pudiese ser lla­
mado conocimiento!-·.- Es claro: es esto; efectivamente, una imM
becilidad rotunda por carecer de la más mínima lógica interna;
y por implicar
una, ,flagrante inconsecuencia en quienes la sostie­
nen, pues, ¿acaso nd pretenden como verdad universal el que toda
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JUA.N ANTONIO WIDOW
verdad sea particular y subjetiva? Esto es de lo que exaspera a
Osvaldo Lira: quienes lo conocen bien lo saben.
El hábito metafísico, sobre todo cuando se ha formado a la
lumbre de Santo Tomás, no soporta las inconsecuencias ni las
frivolidades cuando hay
que tratar de su objeto. Introducirse a
la metafísica
es llevar a la inteligencia por sus fueros propios, y
no hay nada
más violento que pretender que en esos fueros, pre­
cisamente en esos, campeen
otros criterios. Las razones del cora­
z6n, aquellas de Pascal, no existen; si son razones, lo son de la
inteligencia. El corazón bien puesto es el que da fuerza y ardor
al entender,
es el que se entrega a la verdad que sólo la inteli­
gencia descubre.
Pero Osvaldo Lira no sólo enseña metafísica. También
ha sido
siempre claro y
seguro para señalar criterios morales, y para mos­
trat'· ·que también aquí el r<$"'1oclmiento inequívoco de los prin­
cipios
es fundamental. Pero con la diferencia, respecto del orden
metafísico, de que en moral el principio no basta para juzgar
si­
tuaciones concretas. El Padre Lira es terminante cuando lo que
se halla en juego
es clara y directamente un ptincipio, pero tam­
bién ha sabido enseñar a ser prudente
----<:auto y circunspecto-­
cuando hay circunstancias que no
se conocen, o cuando las hay
tales que impiden certeza al juicio.
Y la estética es otro de los campos en que se mueve a
sus
anchas. Did unos cursos sobre estética en la Universidad Cató­
lica de V alparaíso, en los años cincuenta; de los apuntes que
escribió para esos cursos
-cien páginas a mimeógrafo, de líneas
apretadas y avaro con
los márgenes-- salieron, años después, sus
tres volúmenes sobre El misterio de la poes!a. Cualquiera podría
pensar que un curso de estética dado por un metafísico consista
en reflexiones de muy alto
vuelo sobre la idea de belleza, sin que
se descienda a la consideración de las realidades concretas, y

a
veces triviales, que invitan
al agrado de Ja contemplación de los
sentidos.
No abandona, por cierto, cuando trata de estas materias,
la perspectiva metafísica,
pero no la abaodona simplemente por­
que ella no
es ajena a la experiencia: de. la experiencia nace la
especulación metafísica, de ella arranca su vuelo, y juzga sobre
lo que la experiencia conoce. Las clases de estética eran la pro­
longación en el aula de conversaciones largas, entusiastas
-que
se daban en cualquier parte y con cualquier pretexto-sobre
obras de arte, particularmente de pintura, de arquitectura, de
poesía o de música. Cuando era posible; esas obras se veían o
se
escuchaban en común, · aprendiendo de este modo los neófitos a
gustarlas. Los nombres de
Velázquez o de Benjamín Palencia, de
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CRONICA.S
Miguel Angel o del maestro Mateo, de Beethoven o de Manuel
de Falla, de San Juan de la Cruz o de Gerardo Diego,
han que­
dado, en sus alumnos y contertulios, unidos a la inolvidable ex­
periencia de algún descubrimiento estético.
La política
ha sido también un tema constante en la enseñanza
del Padre Osvaldo. No,
por cierto, la del corrillo y del chisme,
sino la doctrina política, la de los principios.
Otra vez los princi­
pios:
es lo que aclara, lo que da visión de universalidad, lo que
permite ver que lo que la razón alcanza, no
es objeto de fe o de
adhesión ciega;
es también lo que da la posibilidad de ver más
allá de lo que ven quienes están sumergidos en la contingencia
de
lo inmediato. Muchos son los que han descubierto nuevos ho-·
rizontes con la lectuta de Nostalgia de Vázquez de Mella. Es una
obra que permitió borrar de un plumazo, de muchas mentes,
todas las falsedades convertidas en otros tantos lugares comunes
de la política de nnestro
tiempo. Ha sido una catarsis espiritual,
para muchos,
oír de Osvaldo Lira sus juicios sobre los dogmas
contemporáneos de la democracia, de la voluntad soberana o de
los derechos humanos.
Lo ha sido porque es un tema que toca
muy hondo, pues
ningún bien nacido puede permanecer indife­
rente y tranquilo ante el espectáculo de lo que hacen con su pa­
tria, bajo el pretexto intocable
de una «normalidad democrática».
También porque
es pesada la lápida que se saca de encima aquel
que, alimentada
la inteligencia con una doctrina que es verdad
clara y llana, descubre que puede echar por la borda todos esos
falsos dogmas. En 1916 decía Ortega y Gasset que «la democra­
cia exasperada y fuera de sí, la democracia en religión o
en arte,
la democracia en el pensamiento y en
el gesto, la democracia en
el corazón y en la costumbre
es el más peligroso morbo que puede
padecer una sociedad
... Lo que hoy se llama democracia es una
degeneración de los corazones. Periodistas, profesores
y políticos
sin talento componen el estado mayor de
la envidia, que, como
dice Quevedo, va tan flaca y amarilla porque muerde y no come.
Lo que hoy llamamos 'opinión pública' y 'democracia' no es en
gran parte sino la purulenta secreción de esas almas rencorosas».
He citado a José Ortega y Gasset y no a Osvaldo Lira, pues a
aquél
no lo excomulgó el mundo «bien pensante» por decir estas
cosas; a éste, en cambio, sí lo excomulgó.
Lo común, cuando se pone sobre el tapete de la política, es
que
se susciten enseguida las reacciones que son producto de la
pasión y de la cerrazón mental propias de las posiciones ideológi­
cas.
Se piden etiquetas, frases pre-digeridas, paquetes ya hechos
de eso que llaman ideas. Casi nunca
se busca o se pide simplC-'
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JUAN A·NTONIO WIDOW
mente entendimiento. Por esto, con la enseñanza del Padre Os­
valdo sobre . los principios del orden políticp ha cxurrido. lo pre­
visible:
se la ha. descalificado sin conocerla o, sencillamente, se
ha hecho como si no existiera. Y alú está, sin embargo, compren­
dida en
esa e11señanza, toda la filosofía política de la tradición
cristiana de Occidente: está
Sal)to Tomás, están los escolásticos
españoles, está el tradicionalismo francés y español, está la
cloc,
trina política de la Iglesia católica. Están, en suma, los criterios
para reconocer la verdadera legitimidad de
un orden político, o,
en su ausencia, las causas de la ilegitimidad; están las condicio­
nes esenciales exigidas para que exista una relación justa entre
gobernante y gobernados.
Unida inseparablemente a la enseñanza de la política, de la
verdadera política, está
la de la historia. Para Osvaldo Lira han
sido temas de
,predilección la historia de Roma y, sobre todo, la
historia de España, es .decir, la historia nuestra, la de la Hispani­
sobre la filosofía de la historia, entre los cuales el que destaca
sin duda
es Hispanidad y mestizaje. Pero nuevamente es necesario
puri.tualizar-que su. enseñanza, en este caso la de la historia, no se
ha encauzado· de manera principal en escritos o cátedras -tuvo
1a de historia del derecho en la Universidad Católica de Valpa­
raíso-, sino en 1as inagotables conversaciones con sus amigos,
salpicadas siempre con las precisiones de nombres, lugares, fechas
y hasta tonelaje: de buques. · Decía --creo que citando a algún
amigo
suyo---que. chileno menor de veinticinco años que sepa
historia
es rara avis in ie"a: ¿no tendríamos que eliminar hoy,
prudentemente, esa
edad límite para · decir lo mismo?
En esta consideración de los temas sobre los que de manera
principal
se ha dado la enseñanza del Padre Osvaldo, falta aún
mencionar aquello que ha sido su objeto principal, aunque no
necesariamente el
más reiterado ni el más manifiesto: la teología.
Su enseñanza de la teología ha ,sido, sin proponérselo, la explica­
ción de su presencia sacerdotal en todas sus actividades. Pues esa
enseñanza ha girado alrededor de una idea central y básica: el
·catolicismo no eS una.forma, un estado-o una-actitud particulares;
no consiste en.un modo de vivir, sino ·que él mismo es vida. ·Por
tanto, lo llena todo y lo comprende todo, de manera análogo a
-como la vida humana comprende en un sujeto tanto sus más altas
experiencia& contemplativas· como sus · mínimas operaciones vege~
tativas. El catolicismo es la vida de la gracia, es decir, la partici­
pación real por el
hombre de la vida propia e íntima de Dios. Lo
cual no cabe en un sector del hombre: lo· ocupa todo, dándole
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CRONICAS
una condición entitativa completamente distinta a la de aquel que
'no tiene la gracia, no están en él. La gracia está presente como
misteriosa impregnación divina
de la vida narutal. Esta presencia,
si no
puede datse perfecta desde el principio-desde el nacimien­
to a esta vida por el
bautismo-, debido a la r.esistencia que le
opone la.,naturaleza viciada
por el pecado, se va dando, si hay
docilidad para la acción divina, como gradual
penetración en las
distintas y sucesivas moradas, admirablemente descritas por Santa
Teresa, para unirse
.al fin totalmente a Dios. Ha sido.San Juan
de la Cruz,
en la constante compañía de Santo Tomás, el maestro
de Osvaldo Lira en estos temas.
En consecuencia con ello, ha
insistido siempre en que la
vida mística no consiste en una forma
extraordinaria o e,:cepcionalde la vida cristiana, sino en su forma
ordinaria y universal, pues no es
otra cosa que el procesó de la
normal maduración de
la vida de la gracia. Lo extraordinario y
lo excepcional son ciertos fenómenos que, por lo mismo, no son
de la esencia de la vida mística; -comd los éxtasis, las levitaciones,
las bilocaciones u otros de semejante índole.
Enseñando de este modo la teología; el Padte Osvaldo ha
ex­
plicado por qué el ser católico n.o define una particular forma de
ver,
por ejemplo, el arte, o la política, o la filosofía. Un arte ca­
tólico,Jo ha dicho muchas veces, no es un arte. de suyo religioso,
pues la religión
es sólo una dimensión particular, aunque necesaria,
de la vida del católico. Es, por el

contrario, el arte que en la vida
y · con la vida del artista ~Y también en la vida .común, en cuanto
la cultura es una proyección en lo social de aquello .que hunde
sus raíces. en la vida
personal-ha sido elevado al orden sobre­
narutal por obra de la gracia .. La cita obligada es aquí la de Santo
Tomás: «La gracia no destruye
la naturaleza, sino que · la perfec-
ciona» (
gratia non to/lit• naturam, sed perficit eam). ·
La vida cristiana de:la gracia comprende necesariamente el
ejercicio
de las virtudes teologales, del mismo modo como ·la vida
narutal lleva consigo el ejercicio de las operaciones qué le son
propias,
como el respirar. Lo que el Padre Osvaldo ha enseñado
acerca de la
fe ha sido siempre inequívoco: ella es el asentimiento
absoluta e inconmoviblemente cierto. acerca de todo lo que la
Iglesia, por su magisterio solemne e infalible, ha definido como
revelado por Dios. No sólo
es de fe el dogma definido, sino el
sentido
y las palabras con que se lo define (in eodem scilicet dog­
mate, eodem sensu eademque sententia). La verdad de fe, inmu­
table por sí misma, no es de tono menor comparada con las ver­
dades de razón.
Por el contrario, aunque es imposible que sea
efecto de
uh acto de convencimiento personal, puesto que es· in-
Fundaci\363n Speiro

JUAN ANTONIO WIDOW
fundida por Dios en el alma, es más cierta que cualquier verdad
que la
razón pueda conocer. Es fundamento inconmovible, por
tanto,
deJa, vida de la inteligencia, y esto es lo que ha sido en el
Padre Osvaldo. Nunca se ha inhibido cuando
se ha tratado de
confesar la verdad de la fe católica. Nunca ha aceptado que se
equipare a la fe con una opinión personal. Esto es lo que hemos
recibido de él quienes hemos recibido su
enseñanza.
La fe es el fundamento de las virtudes teologales de la cari·
dad
y la esperanza, pues sólo por la fe pueden ser conocidos sus
objetos. En éstas, por tanto, no tienen parte los afectos, los sen·
timientos
y las ilusiones naturales. En el Padre Osvaldo ha ha­
bido siempre un rechazo de todo lo que en la vida espiritual huela
a almíbar. La caridad
es el amor a Dios sobre todas las cosas y
al prójimo como a uno mismo: a Dios sin medida, al prójimo
según
la precisa medida del fin para el cual hemos sido creados
y. redimidos. La forma más profunda de odio -repito lo que he
oído
al Padre Osvaldo---, es decir, el peor pecado contra la cari·
dad,
es la indiferencia respecto del bien de los otros, del bien co­
mún. Es el pecado del liberalismo, en todas sus formas, el cual
antepone por principio el bien particular al bien común.
La virtud teologal más ignorada es la de esperanza. Pero no
por Osvaldo Lira.
La esperanza es de lo que no se ve, dice San
Pablo
(Rom. 8, 24-25), y tiene como fundamento la promesa di­
vina, que se expresa y se reitera en la Sagrada Escritura. Los libros
santos no dan solamente
alimento a la fe, cuando son leídos según
las pautas del Magisterio de la Iglesia; también lo dan a la caridad
y la
esperanza. Aunque haya sido más en el consejo personal que
en la clase o en la conversación común, debo recordar aquí que
el Padre Osvaldo siempre recomendó que se hiciera de la lectura
de la Sagrada Escritura la principal lectura espiritual. Leerla con
la adecuada disposición interior es orar, pues
es hacer propia la
palabra
de Dios. Tal disposición debe ser, por consiguiente, la del
recogimiento, reverencia
y docilidad propios de la oración. Nunca
la Sagrada Escritura, cuando se acude a ella en esta actitud, puede
dejar sin fruto espiritual
al que la frecuenta, cualquiera sea el
pasaje que
se lea, y por tedioso que parezca éste al criterio de la
mera razón natural, pues todo ella es palabra de Dios. El Padre
Osvaldo ha recomendado convertir la lectura de
la Biblia en ' cicio diario, siguiendo el orden de los libros según se leen en el
Breviario, de tal modo que así en
el transcurso de un año puedan
ser leídos todos los libros del Viejo
y del Nuevo Testamento.
Quiero destacar ahora lo que, en relación directa con el
ejet·
dcio de la virtud teologal de la esperanza, se aprende en la Es·
178
Fundaci\363n Speiro

CRONICAS
critura y ha sido objeto de la enseñanza del Padre Osvaldo. La
Sagrada Escritura entera, desde el primer . capítulo del Génesis
hasta el último del Apocalipsis, contiene profecías aún no cum­
plidas. La Biblia es, por esto, entre todos los libros que se hayan
escrito en
el mundo, el que ha tenido y tiene siempre la mayor
actualidad. Esas profecías se refieren a la.consumación de la
Re­
dención de Cristo, a su triunfo definitivo, al juicio de las nacio­
nes;
es decir, al tiempo en que Cristo ha de tomar todo lo que
es suyo y ha de hacer justicia, allí mismo donde se ha pecado
contra ella, de modo que la tierra y todas las creaturas vean
re­
parado lo que el hombre ha torcido y envilecido. Es ésta la pro­
mesa divina: no habrá sólo juicios particulares, dejando sio repa­
ración las consecuencias públicas de la injusticia; habrá el reinado
de
Cristo, real, público, universal. Por esto viene; de no ser así,
bastaría que las almas vayan a presentarse ante
él. La esperanza
en la justicia misericordiosa que ha de cumplirse en esta tierra,
para reparar lo que en esta tierra
se ha corrompido, es -me pa­
rece a mí-lo que más consuelo depara al cristiano que, en nues­
tro tiempo, tiene ante sí y sufre el espectáculo de la corrupción
y de la apostasía generalizada.
Hablar de los últimos tiempos suena a muchos a ensoñacio­
nes propias de deschavetados
o, por lo menos, de excéntricos. Sio
embargo, quien cree
·en lo que la Escritura dice ha de reconocer
que
el adverbio pronto con que Nuestro Señor se refiere a su se­
gunda venida tiene un significado literal, como lo tienen todas
las palabras del lenguaje humano;
Pronto no significa ciertamente
una medida determinada de tiempo.
Lo que entendemos como
pronto en los acontecimientos de nuestra vida puede, en efecto,
referirse a algunos segundos o a algunos años, y hay prontitudes
históricas que, trascendido
el tiempo de un individuo, pueden im­
plicar varios siglos. Pronto significa, en su expresión común, que
el acontecimiento futuro al cual
se refiere tiene directa incidencia
en el presente, en el
fJbora, hasta el punto de que éste no puede
ser debidamente reconocido ni evaluado· si no se tiene en cuenta
su dependencia respecto del hecho futuro. Lo que va a ocurrir
pronto -un examen, un viaje, un terremoto, una boda o el fío
de los
tiempos-es algo que siempre tiene directamente inciden­
cia en nuestro modo de encarar el presente. La naturaleza del
acontecimiento futuro exige ocuparse
ya de él, exige pre-ocuparse.
Nadie sabe el día ni la
hora, «ni los ángeles del cielo ni el Hijo,
sino sólo el Padre»
(Mt. 24, 36 ), esa hora será aquella en que
menos pensemos
(lb. 44), pero esa hora es pronto: por ello, la
única actitud válida es la de vigilancia (lb., 42). Al cerrarse la Es-
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JtfAN. A;NTONIO WIDOW
critura con el último capítulo del Apocalipsis, cinco ve"!'s se re­
pite que ese día es pronto, insistiendo asi, para el romo entendi­
miento humano, en lo que, dicho por
la boca de Dios, es irrevo­
cable: que ese tiempo está cerca.
Muchos asociarán estas cosas con las doctrinas
del Padre
Lacunza.
Y, ciertamente, no yerran, a condición de que hagan una
precisión indispensable:
Id que Lacunza lee en la Sagrada Escri­
tura no es doctrina propia suya, sino de la Revelación divina.
Quienes han frecuentado al
Padre .Osvaldo conocen por él al Pa­
dre Manuel Lacunza: jesuita
.chileno nacido en Santiago en 1731
y muerto en el
exilio de Italia en 1801. Su obta ha tenido entre
nosotros buenos conocedores: además del
Pádre Lira, a .Monse­
ñor Rafael Eyzaguirre, a los presbiteros don luan Salas y don Car­
los Ibar, a Jaime Eyzaguirre, a Mario Góngora, a doña Sara Iz­
quierdo de Philippi. La última edición de
La venida .del Mesías
en gloria y maiestad es de 1826, hecha imprimir en Londres por
el general argentino Manuel
Belgrano, con el objeto de que los
pueblos europeos conociesen el nive\.cultural al que había llegado
la América hispana y
entendietan, así, que la independencia polí­
tica de estas naciones era plausible. Para vergüenza nacional, es
una obra que nunca se ha editado en Chile. Es cierto que estuvo
en el Indice de libros prohibidos por la Iglesia, hasta que éste fue
abolido. Pero también
es cierto que la censura no cayó sobte ella
en razón de
la falsedad de lo que allí se sostiene, sino, a causa
de afirmaciones que
podían escandalizar a lds católicos que enton­
ces las leyesen: como la interpretación que Lacunza propone para
la segunda bestia del capítulo
13 del Apocalipsis, aquella que
«subía de la tierra y tenía
dds cuernos semejantes a los de un
cordero, pero hablaba como
un dragón» (13, 11), y c¡ue hace que
los hombres adoren a la primeta
bestia, la que salía del mar. Esa
segunda bestia es,
para Lacunza, el sacerdocio cristiano de los úl­
timos tiempos, el cual, usando de su gran poder sobre las almas,
induce «con dulzura, con halagos, con promesas,
Cdn artificios,
con astucias, Con -apariencias de bien», a la gran apostasíá. Des­
graciadamente, en algo los tiempos han· cambiado: no hay motivo,
hoy, para que. los católicos
se escandalicen de la interpretación
del Padre Lacunza.
·
Con el Padre Lacunza ha ocurrido algo semejante a lo que
ha experimentado el Padre Lira a
lo largd de estos años, durante
los cuales ha dado testimonio de la verdad cuya luz Dios le
ha
dado. Se ha creído que ignorándolo, reduciéndolo a caricatura,
se
podía reducir al mínimo su influencia. Pero ésta existe y per­
dura: hay aquí no sólo
discípulos suyos; hay discípulos de sus
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CRONJCA$
discípulos. Por esto, no he hablado ahora dirigiéndome al Padre
Osvaldd. Es obvio que no necesita que le digan estas cosas:
pei,,
nosotros sí necesitamos decirlas, porque, en primer lugar, es de
estricta justicia
el manifestar la gratitud a aquel de quien hemos
recibido la enseñanza a la que ahora me he referido. Es de bien
nacidos la virtud de
la gratitud. Además, es bueno recordarlas
por parte de quienes tenemos hoy
la responsabilidad de que la
semilla que Osvaldo Lira ha puesto en la tierra dé
el fruto que
le corresponder dar.
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