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Número 331-332

Serie XXXIV

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Luis María Sandoval Pinillos: La catequesis política de la Iglesia

INFORMAClON JJIBLlDG.84.FICA
do B. M. Allegri); i<¿No hay algo rescab!ble en la. educación de
la primera mitad de siglo?» (JorgeN. Ferro); «¿Por qué fracasa
la educación norteamericana? Historia y
diagnóstico» (Ricardd
de·
la Torre); «¿Qué está en la mira de la rebelión postmodernis­
ta en educación?» (Donadío
Maggi de Gandulfo); «¿Es posible
educar realmente sin transmitir valores?» (Nelly Muzzio); «Edu­
cación del carácter
y .de la voluntad» (Mario Caponnetto); «Educar
por las virtudes cardinales» (María L. Lukac de Stier); «La resi­
dencia médica:
una· experiencia fuera de contexto» (Hugo Este­
va) ; «¿No será hora de volver a la escolástica como método .edu­
cativo?» (Federico Mihura Seeber); «¿Es posible una educación
que baga al hombre libre hoy en día?» (Roberto T. Helguera)
y «Crisis educativa y crisis religiosa: concomitancias. La ;Iglesia
en su papel educador» (Alfredo Sáenz, S. J.}.
Para Verbo, que siempre prestó especial atención a los pro­
blemas de la educación y la enseñanza ~me es muy grato señalar
especiahnente los nombres de Rafael Gambra,
Julián Gil de Sa­
gredo, José Gil Moreno de Mora y, sobre todo, Estanislao Can­
tero, entre· las. plumas que los han desentrafü¡¡do en nuestras pá­
ginas--, es· un.a. gran satisfacción. poder presentar a sus lectores
una obra como la que
el profesor Patricid Randle y sus merito­
ri.os c:olaboradore$ nos han obsequiado sobre el colapso de la
educación Y· su posible salvamentd.
MIGUEL AYUSO.
Luis María Sand01Jal: LA CATEQUESIS POLITICA
DE LA IGLESIA
(*)
· Se trata de un estudio profundo y completo de la doctrina
política en el Catecismo de la Iglesia Católica, de reciente publi­
cación. Así, llama
la atención de forma
inmediata por su actua­
lidad; sin embargo, éste es
el menos esencial de sus atractivos.
Porque
fo mejor del Catecismo es su perennidad, la inmutabili­
dad de la doctrina que predica. Y el libro de Sandoval representa
una síntesis fundamental del
pensamiento sociopolítico de la Igle­
sia, llamada a convertirse en una de las obras básicas de la ·Ciu­
dad Católica.
El libro se estructura en cuatro partes, de las que 'constitu-
yen el núcleo. principal la segunda y la tercera. ·
(*) Editorlal Speiri:,, Madrid, 1994, 281 págs.
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INF_ORMACION .. B(BLIOGRAFl<:;A
La obra es, ante todo, un canto al Catecismo. De principio
a fin rezuma agradecimiento a
la Iglesia por este regalo, que San,
doval, con palabras de Juan Pablo II,, define como «exposición
orgánica, sintética, auténtica, segura, fiel y autorizada,. a utilizar
constantemente» (pág. 16 ), calificativos todos ellos recogidos de la
Constitución apostólica Fidei depositum, o del propio Catecismo.
El planteamiento es sencillo: esta inmejotable guía pata la
vida de Fe no puede excluir ningún aspecto, y por lo tanto tam,
poco el sociopolítico. El lettor no puede dejat de sorprenderse
ante la cantidad de
párrafos del Catecismo de los que se extraen
en esta obra enseñanzas políticas ( casi tre.s centenates, señala el
autor). Y en estas páginas se encuentra un estudio profundo y
exhaustivo de tales enseñanzas.
Los objetivos propuestos por el autor aparecen referidos e,;,
sus primeras páginas: el propio, estudio .del Catecismo y su di,
vulgación
son ya motivos de peso. Pero, además,. se, trata de pre'
sentat la reafirmación de «las enseñanzas tradiciooales de la Igle­
sia» (pág. 18). Por ello, aunque
las, referencias al Catecismo son
constantes, también son
freiuentes las referencias a otros textos
pontificios, antetiotes muchos de ellos al Segundo Concilio Vati­
cano, a los de dicho Concilio y

a otros posteriores, pata mostrar
su
atmonía y su continuidad. Y al hilo de esta afirmación se
reivindica la política contrattevolucionaria como perfectamente
acorde con las enseñanzas de la Iglesia.
En este sentido en particular, la aparición del Nuevo Cate­
cismo debe llenatnos de alegría, y
la obra de Sandoval nos hace
caer en la cuenta de ello, pues tras tantas malas interpretaciones
y falseamientos de la doctrina como sobrevinieron con el post­
'concilio, encontramos aquí
pdr fin el reconocimiento de lo que
no podía cambiat
ni había cambiado. Sí, sin embatgo, son dis­
tintas las formas, la expresión,
y esto también quedará claro a
los lectdres de La Catequesis Pol!tica de la Iglesia. Pero el con­
tenido sigue siendo el mismo, el de ayer, el de hoy y el de siem­
pre. Si la inmutabilidad de la doctrina
es gatantía y _tranquilidad
pata todos los fieles, pata los amigos de la Ciudad Católica
el
Catecismo es, además, aprobación de su trabajo, afirmación de ·Su
personalidad y respaldo de sus desvelos.
En la primera parte de la obra se sientan los principios fun­
.damentales de la doctrina sobre
el hombre y· la sociedad, sobre
la existencia de la Verdad y la posibilidad de conocerla, sobre la
necesidad de
la Fe y de la Gracia ·para apoyo de la razón. Ya se
apunta aquí una idea que es fundamental a lo latgo de todo el
trabajo: la doctrina social y política de la Iglesia no es simple-
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IN'FORMACION BIBLIOGRAFICA
mente una disciplina a estudiar, sino que tiene que «ser vivida,
hasta encarnarse en todos los cristianos» (pág.
33 ). De acuerdo
con esto, el libro de Sandoval
va a ser eminentemente práctico, una
llamada a 1a acci6n, a 1a luz de 1as exigencias de la Iglesia. Y
aunque, según veremos,
es en la condusi6n donde más explíci­
tamente
se plantea la urgencia de la actividad política, cada ca­
pítulo mueve el ánimo del lector a vivir realmente esta Doctrina.
Tras la primera parte introductoria, el autor acomete ya el
estudio del Catecismo, dividiéndolo en dos títulos generales: «La
Política
Natural» y «La Politica Sobrenatural». Se tratan en estas
páginas todos los temas
en los que la Iglesia tiene algd que decir
acerca de las relaciones sociopolíticas, y un rápido vistazo al ín­
dice da
ya prueba de ello: el concepto de sociedad, e íntimamen­
te ligado a éste el de los principios sociales ; la concreci6n de la
sociedad en las realidades orgánicas que constituyen la vida del
hombre, desde la familia a
la comunidad internacional; la fuerza
y la violencia, la legítima defensa,
el derecho a la vida del ino­
cente, la guerra justa, el derecho penal
... ; el derecho a la inti­
midad y
al propio honor ftente a la libertad de expresi6n, el mal
moral y social del escándalo, la necesidad de que existan medios
de comunicación cat6licos; los problemas econ6micos y labora­
les
; y, ya dentro de la tercera parte, la afirmación de la realeza
de Cristo y
Su señoríd sobre la historia ; la confesionalidad, la
libertad religiosa,
la unidad cat6lica, las relaciones Iglesia-Estado;
los enemigos sociales de
la Cristiandad, englobados bajo el nom­
bre de Revoluci6n; y la consiguiente necesidad del combate social.
Podríamos pensar,
y en cierto modo los títulos de estos dos
bloques así lo indican, que en la segunda parte
se rratan los te­
mas que son defendibles desde una moral natural ( y en este sen­
tido laica), mientras que
es la tercera la que se ocupa de los
problemas y necesidades más específicamente católicos. Sin
em­
bargo, en otro aspecto hay que huir de tal interpretación. Esto
queda perfectamente aclarado cuando se habla, en el capítulo
XI,
de «la tentación neopelagiana» (pág. 229). Si bien en este lugar
lo que
se rechaza concretamente es «la tesis de la confesionalidad
implícita» (pág. 230), el autor relaciona con
el pelagianismo «toda
esperanza en la justicia que pone su
énfasis en la doctrina perci­
bida por la razón y puesta en ejecución con los solos medios hu­
manos, sin
el auxilio de la Gracia» (pág. 230). En este sentido,
tampoco se puede esperar que
las necesidades sociales de orden
natural
se vean satisfechas prescindiendo de Cristo, y, por lo
tanto, el católico debe tratar de subsanar dichas necesidades como
tal católico, y no desde una postura religiosamente aséptica.
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INFORMACION BIBLlOGRAFICA
Los temas más controvertidos tienen cabida en estas páginas,
no pata avivat la polémica, sino pata reflejar la luz que
atroja. el
Catecismo sobre las cuestiones abordadas.
Puede sorprender, en
un pontificado de talante «familiarista»
como está siendo
el de Juan Pablo II, frente a una Revolución
ya en fase encatnizadamente antifamiliar, y habiendo salido a la
luz en el año 1994, que el libro de Sandoval no dedique a este
tema más de cinco páginas. Probablemente esto se debe a dos
razones: por una parte no es un asunto político en sentido estric­
to, aunque la importancia de la familia como fundamento de la
sociedad haga obligada una mención expresa ;
por otra, al ser el
ataque a
las familias relativamente reciente, su defensa por patte
de los católicos es más viva, y los textos claros y contundentes
en esta materia son abundantes. Sin embargo, estos párrafos son
suficientes pata mostrat cómo el Catecismo es especialmente ta­
jante
en el tema de la familia, por ser ésta, en palabras del autor,
«una sociedad que posee una dignidad especialísima, y para la
que se reserva una preocupación extraordinaria» (pág.
95); para
recordat los deberes
de la comunidad política hacia las familias,
derivados de
la privilegiada naturaleza de éstas ; y pata adatar
dos asuntos fundamentales: uno, de importancia por su actuali­
dad, el de las patejas homosexuales; y otro,
por lo atraigado del
error en nuestra sociedad,
la perversión del divorcio.
El tema de la pena de muerte, que tanto dio que hablar en
los medios de comunicación cuando apateció el Nuevo Catecismo,
también se trata en estas
páginas, con clatidad y sencillez, descu­
briendo el «falso escándalo»
(pág. 112) en la actitud de quienes
polemizaton con este asunto. Pero como ya hemos apuntado, no
es esta la única cuestión tratada en el trabajo que nos ocupa en
relación con la fuerza y la violencia
-términos no sinónimos,
como el autor se encarga de
señalar-. Además, reconoce la ne­
cesidad del ejercicio de la fuerza por parte de la autoridad; re­
cuerda el concepto de legitima defensa como fundamento del de­
recho
penal, y el fin vindicativo del mismo; habla de los conflic­
tos armados, exponiendo las exigencias para que una guerta pueda
considerarse justa ; y de otras . formas de presión, a menudo con­
sideradas medios pacificas por no ser armadas, como puede ser
la huelga, que «entrañan también el empleo de cierta fuerza
y
deben regirse analógicamente por lds principios de justa causa,
proporcionalidad y ejecución sin propasarse o desviarse» (pág. 124
).
Una reflexión fundamental en ·este capítulo se hace en torno
al pecado original, causa última de la existencia del mal en el
mundo y amenaza permanente hasta la segunda venida de Cristo.
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INFORMACIOI:i JJl8UOG,RAFI,:;A.
El siguiente capítulo. vetsa en parte sobre uno de los temas
tabú
.de nuestra sociedad liberal y democrática, exponiendo un.a
perspectiva inusual incluso entre las filas cat6licas. E.n el mundo
materialista
y descristianizado que vivimos, todavía resulta fácil
hacer una alegato antiabortista, pero
de ningún modo protestar
contra la permisividad de las costumbres, que parece que han de
degradarse hasta. el
wáximo en aras de una pretendida libertad.
Sandoval comienza recordando que «existe una
vida. cuya pérdida
es mucho
más de temer que la del cuerpo» (pág. 127 ). A. partir
de ahí
se tratan. temas como el deber de la autoridad de velar por
la moralidad pública ; la primacía del derecho a la intimidad y al
honor· sobre la libertad de expresi6n y el detecho a la informa­
ci6n;
d deber de buscar la verdad y evitar el error, que exige
adoptar la postura humilde. de que la vetdad existe y no todo es
opinable, pese a las tajantes afirmaciones contrarias de cierto
dia.rio madrileño, considerado comúnmente «el de la derecha»; la
importancia
dé las artes para el ambiente moral, derivada de la
indiscutible ligaz6n entre bien, verdad y belleza; la supremacía
del bien común sobre el derecho de los medios de comunicaci6n
de
masas ; por fin, se pone de relieve la necesidad de que exista
una prensa cat6lica, que todos los fieles deberían promover.
El último capítulo de
la segunda parte se refiere a «El mundQ
de la economía y el trabajo». Siendo éste el tema fundamental
de lo
. que ha dado en llamarse. Doctrina Social de la Iglesia, po­
dría resultar ex.traño que no se dedique a él más que veinticinco
páginas. El autor
se explica diciendo que tampoeo el Catecismo
se ha extendido más en ese sentido, y además, que una vez sen­
tados.los. principios no es a la Iglesia a quien corresponde la tarea
de concretar opciones, sino
a. la iniciativa de los laicos. Y dichos
principios no son otros que los que
se vienen repitiendo desde el
origen de la llamada «cuesti6n social»: el detecho a la propiedad
privada, no obstante el destino universal de
los bienes materia­
les;
la responsabilidad necesaria en el ejercicio de la propiedad;
la injusticia de imponer tributos excesivos; la diguidad del trabajo
humano, continuación de la
pbra creadora del Padre y colabr>ra­
ci6n cim la Redenci6n de Cristo, método legítimo de asegurarse
la subsistencia y en este sentido necesidad y derecho, as! como
deber para con la sociedad; la primacía del trabajo sobre el
capi­
tal; la justicia del salario; el derecho a la iniciativa econ6mica, etc.
El título de
la tercera parte es «La Política sobrenatural». Es
ésta la
más netamente contrartevolucionaria, y, en realidad, hacia
las conclusiones que
de. ella resultan va orientada toda la obra.
Sólo se. puede afirmar desde una postura radicalmente católica ;
.;n,o
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aunque ya apuntamos y hemos tratado de reflejat que los tem,¡s
de moral natural tienen su .fundamento último en el orden que­
Hdo por Dios y sólo la Iglesia puede arrojar luz suficiente sobre
ellos. Es ésta la idea sostenida en el segundo capítulo,
acer¡::a de
que la fe completa a la razón. ,
El capítulo IX, «El Señorío divino sobre el mundo: recono­
cimiento y consagración», no
es más que la afirmación de que
Cristd
es Rey, y de que los hombres tienen unos deberes, direc,
tos hacia El. El cristiano sabe que «lo meramente natural en lo
que concierne
al orden moral, por puro que fuera ( ... ), es nece,
sariamente insuficiente» (pág. 179). Lo fundamental, lo irrenun,­
ciable, es el propio Cristo, «Camind, Verdad y Vida, de Quien nos
viene toda gracia con la Salvación» (pág. 179).
Es deber de los cristianos colaborar para que
tod,o se someta
a Cristo ; y si bien esta colaboración radica primera y
fundamen;
talmente en la propia santificación, no se agota en ella, sino que
se prolonga en el compromiso con
la sociedad , terrena. En este
aspecto social son deberes
de los católicos confesar la fe y ser
testigos del nombre de Cristo
y del Evangelio,, luchar contra las
estructuras injustas y promover las necesarias reform,as., Este ca­
pítulo c.;mcluye cdn una selección de tex¡os del Segundo Concilio
Vaticano que instan a
los fieles precisamente en este sentido de
restauración del orden temporal.
Los dos siguientes capítulos van digiridos a mostrar la que,
a
los ojos del autor. es la c.;,nsecuencia lógica de todo lo dicho
hasta
el momento: el deber irrenunciable, a más de la utilidad y
el provecho, de lo que se llama comúnmente confesionalidad,
tem.a que despertó gran polémica con el postconcilid y que mu­
chos dan por zanjado de manera definitiva. Sandoval comienza
afirmando, sin paños calientes, la tesis de la confesionalidad como
deber: «siendo
el hombre la cima de la ,cte,ación terrena, es lo
que
más importa consagrat a Dios', y con, él la s,ociedad, que le
es inseparable y una faceta particulatmente elevada» (pág. 196 ).
La religión es un deber de justicia ( o de piedad, por, nunca satis,
fecho) y lo es para todos.
Tras dejar bien sentado
lo que es y lo que no es la confesio­
nalidad y adentrarse en atgumentos a
su favor, acude de nuevo
al Catecismo., Este
es dato en, sus enseñanzas: «El deber de ren­
dir a Dios un culto auténtico corresponde al hombre, individual
y socialmente considerado» (Catecismo, núm. 2105). Y Cristo es
verdaderamente Rey, «sobre toda la creación y, en pilliticulat,
sobre las sociedades ,humanas» (Catecismo, núnt 2105). Se de­
tiene Sandoval en este punto del Catecismo para subrayat adetnás
,Zll
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INFORMA CION BIBLIOGRAFICA
cómo éste recoge textos del magisterio netamente pro confesio·
nalidad,
y no se abstiene de explicitar una declaración de comu·
nión con toda la doctrina previa.
En el capítulo X se tratan también otros temas, como la líber·
tad religiosa, las ventajas objetivas que trae la confesionalidad
para la sociedad política y el bien de las almas, la unidad católica,
las relaciones Iglesia-Estado
... Y se plantean algunas cuestiones
fundamentales de índole práctica: ¿cuáles son los preceptos que,
por ir más allá de la moral natural, un Estado católico no de~e
imponer? ¿ En qué circunstancias se puede reclamar la confeSlo·
nalidad?
El captíulo XI continúa en la misma línea recogiendo la afir·
mación del Catecismo acerca de que «no hay solución a la cues·
tión social fuera del Evangelio»
(pág. 217), resultando así, afirma
Sandoval, que «la sociedad, para lograr su plena perfección, ha
de ser elevada a sociedad cristiana»
(pág. 218). Rechaza la postura
apoliticista
y la del cristianismo liberal, y protesta por la tenden·
da actual de acentuar «los derechos de la conciencia en detrimen­
to práctico de la confesionalidad de las sociedades» (pág. 225).
En este sentido argumenta: «Mala sería, ciertamente, la obsesión
rígida e inflexible por la verdad, pero el exceso contrario de
re·
lativizarla
hasta el desprecio no sería mejor» (pág. 225). En esta
idea, con posterioridad
al Catecismo, ha insistido Juan Pablo II
en su encíclica Veritatis spl.endor. Es aquí donde el autor se re·
fiere al peligro neopelagiano, con su negación implícita del pe·
cado original y la consiguiente pretensión de instaurar un régimen
cristiano sin confesar a Cristo.
Por último, se discuten algunas de
las objeciones
típicas a la confesionalidad y se desvela el fondo
de
la cuestión: la dificultad que, si bien existe, no es motivo para
el abandono, ni, por supuesto, reparo doctrinal.
El
final de esta tercera parte, el capítulo XII, nos recuerda
la naturaleza del hombre, caída y redimida, y la culpa original
que convierte en lucha
la vida del cristiano. El poder del mal
ataca de manera constante a la Iglesia, y el Catecismo nos ad·
vierte de cada mesianismo intrahistórico, cada promesa del Cielo
en la Tierra, que no son sino anticipos del Anticristo.
En este
sentido se ataca a las ideologías, tanto al liberalismo
y al socia­
lismo como a las nuevas tendencias ( ecologismo, feminismo,
pa·
cifismo, ... ), englobadas todas ellas bajo el nombre de Revolución.
Como conclusión, la exigencia del combate, también en el ámbi·
to social, contrarrevolucionario, pero reconociendo
y recordando
continuamente que
no son nuestras fuenas sino el Espíritu Santo
quien mantiene la Cristiandad.
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INFORMA.CION BIBUOGRA.FICA.
El capítulo XIII, cierre de la obra, es una apremiante llama­
da a la actividad. Comienza por distinguir lo que el autor llama
«las dos políticas» (pág. 257).
La política eu seutido estricto es
«el arte de gobernar uua sociedad cualquiera procutando su bieu
común» (pág. 258). Y ésta
es la única política que se da «eu una
situación normal»
(pág. 258). En ella es deseable el pluralismo.
Aún más,
la política consistiría eu escoger prudeutemente eutre
las diversas opciones. Pero «desde
la irrupción del liberalismo, la
actividad política vive
sumida en una grave corrlusión: que opina­
ble
es absolutamente todo, y que no hay verdades absolutas»
(pág. 259).
Las cuestiones graves que se han planteado a lo largo
de
la obra son «fundamentales, diríamos que prepolíticas» (pág.
260). Y las circunstancias actuales nos obligan a combatir eu los
dos freutes:
la política del legítimo pluralismo y la de los prin­
cipios irrenunciables.
El autor considera fundamental no quedarse en afirmaciones
abstractas, ya que
la política es «el arte de lo posible» (pág. 260).
Y mantiene que es lógica, natural y deseable la existencia de
di­
versas opciones políticas católicas.
Pasa con esto a ocuparse del «problema de los partidos
po­
líticos», ceutrándolo en dos cuestiones fundamentales: «¿Pueden
existir partidos políticos católicos? ¿Conviene que los haya?».
La respuesta,
s6lidameute argumentada, es afirmativa. En pro de
la participación de los fieles en la vida política y del deseado plu­
ralismo deben existir diversas opciones que no
se salgan del mí­
nimo aceptable para la moral cristiana: «Haceu falta organizacio­
nes,
movimientos, sindicatos y partidos católicos» (pág. 276).
Que aceptando todos los principios fundamentales
permitan a
cualquier hombre de buena voluntad
la adhesión a ellos. Y que
sostengan un verdadero programa, con soluciones prácticas a
los
problemas concretos,
La conclusión lógica que el autor extrae de todo esto es la ne­
cesidad de que surjan políticos católicos comprometidos que lle­
ven a cabo esta misión.
Con motivo de la publicación de Cuando se rasga el telón,
escribía Miguel Ayuso en estas páginas: «Quienes hacemos Verbo
siempre lamentamos lo que tarda Luis en sacar piezas de su telar,
pero una vez han nacido no podemos sino congratulamos de la
espera»
(Verbo, núm. 305-306, 1992, pág. 751). La lectura de
la nueva obra de Sandoval nos reafirma eu esta opinión y nos
hace desear, con fundada esperanza, que la
próxima espera sea
corta.
M.ª JOSÉ FERNÁNDEZ DE LA CIGOÑA.
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