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Número 377-378

Serie XXXVIII

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La mujer en la guerra revolucionaria

LA MUJER EN LA GUERRA REVOLUCIONARIA
POR
MANUEL DE SANTA CRuz
Reruerdo de los días gloriosos de la Cruzada de 1936 aquellas
bandadas de jóvenes enfermeras voluntarias que, tenninado su
tumo, salían alegres y bulliciosas del Hospital
Militar de don
Alfonso Carlos, en Pamplona. Formaban parte de una organización
de la Comunión Tradicionalista
en pie de guerra llamada "Asistencia
a Frentes y Hospirales" y usaban el nombre genérico de "las mar­
garitas",
en homenaje a la reina doña Margarita, esposa del rey don
Carlos VII, al que tanto apoyó en la guerra carlista contra el libe­
ralismo;
más de veintidós hospirales de sangre instaló en la parte
norte de la zona donde reinó efimeramente, y
en ellos prodigó sus
cuidados hasta el punto de ser designada con el sobrenombre de
"El Ángel de la Caridad". En la zona catalana realizó algo parecido
Joaquina Vedruna, después elevada a los altares a mediados del
siglo xx, de familia heroica y novelesca con la mayotia de sus
miembros empeñados
en la misma lucha contra los impíos.
Cuando después de la toma de Badajoz, en agosto de 1936,
y de lrún,
en septiembre, se vio que aquella era una guerra en
toda regla, y que iba para largo, las "margaritas" se dedicaron
también, febrilmente, a preparar prendas de abrigo para los com­
batientes, para
el invierno que se echaba encima. Análogas
tareas realizaban también las jóvenes
de la Sección Femenina de
Falange Española, pero más politizadas,
con lo rual iban delante
en el acercamiento al umbral de la guerra revolucionaria, que es
mucho más política que la clásica.
En el otro lado del frente, y más
en la retaguardia, señale­
mos a las milicianas rojas como temprano balbuceo
de la gue-
Verbo, núm. 377-378 (1999), 645-ó49. 645
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rra total; también tuvieron más y mejores "arengadoras" para sus
hordas. ¿Qué habla cambiado,
en la relación de la mujer con la gue­
rra
en los casi setenta años que mediaron entre la guerra carlista
y
la Cruzada de 1936? Nada, absolutamente nada. Con la excep­
ción novelesca de Mata Hari, la mujer segula acantonada,
inmo­
vilizada en su movilización exclusivamente para las tareas de
enfermería y
de confección de ropa. ¿Y entre la Cruzada y el
milenio? Ahora,
si; ahora la situación ha cambiado, y profunda­
mente,
por dos factores: por el cambio de la sociedad y por el
cambio
en el arte de la guerra.
La mujer ha accedido a la igualdad con el varón, lo cual le
ha llevado a trabajar fuera del hogar y
en tareas altamente espe­
cializadas, de categoría.
Se ha hecho -o le han hecho-igual al
hombre, al que trata de
tú a tú con absoluta naturalidad y desen­
voltura; se ha virilizado. Además, se han acortado mucho las dis­
tancias entre los variados niveles económicos y las clases socia­
les. De manera misteriosa
-¿presiones secretas de sociedades
secretas?-, sin responder en absoluto a un auténtico y sincero
clamor popular, la mujer se ha instalado
en las escalas de man­
dos de los ejércitos y de la Guardia
Civil, que en guerra es la
Policia Militar. Paralelamente, la mujer ha aumentado su cultura y
su preparación técnica de manera asombrosa;
ha pasado de las
cuatro reglas y de las labores "propias de su sexo" a desempeñar
cátedras de ingeniería.
La Iglesia ha evolucionado ante esto rápidamente y bien. Esta
nueva posición social de la mujer, iniciahnente vista con reservas
por muchos católicos, cuenta hoy con el firme apoyo de organi­
zaciones religiosas que contemplan
en sus filas mujeres que ocu­
pan altos cargos. Esto importa al estudiar la moralidad de la
incorporación de la mujer a
la guerra revolucionaria.
¿Cómo se vuelca
en la guerra esta nueva sociedad? Se vuelca
en un recipiente o molde nuevo, en una forma nueva deshacer
la guerra, que es la guerra revolucionaria. No ha sido menor la
evolución del arte de la guerra.
La guerra sigue siendo la imposición de la voluntad propia al
enemigo por medios distintos de los politicos. Hasta después de
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la Segunda Guerra Mundial esos medios eran, mayoritariamente,
la ocupación del terreno
por la infantería. Pero ahora, se salta ese
trámite -guerra sin frentes--, y se pasa directamente a la ocu­
pación de la mente del enemigo mediante la propaganda. Una
propaganda apoyada
en la fuerza y en la psicología, distinta de
la publicidad. A la guerra revolucionaria se le llama también
"guerra psicológica".
Es una guerra total; no hay distinción entre
frente y retaguardia; toda
la población, también las mujeres, está
más o menos inmersa
en ese proceso. No es sólo cuestión de
jóvenes, sino de personas de toda edad, sexo y condición.
¿Cómo
la mujer de hoy "hace" la guerra revolucionaria?
El tema interesa por si mismo, y además, por la ventaja que
los enemigos de la Fe nos llevan en él a los católicos. No pode­
mos modernizar nuestro arte de la guerra sin incorporar a la
mujer a la guerra revolucionaria.
ETA y GRAPO, maestros del
género, lo
han hecho ya cumplidamente. Fue un gravísimo error
que los combatientes de la España Nacional se desmovilizaran al
terminar
la guerra clásica y aparente, y no menor es el error de
que sus posibles sucesores espirituales de hoy no sepan una
palabra de guerra revolucionaria.
Análogamente a que la movilización industrial empieza
por la
fabricación de máquinas-herramientas,
es necesario, esencial­
mente necesario, valga la redundancia,
que un pequeño grupo
-ójala grande-de mujeres católicas y patriotas, estudie guerra
revolucionaria para después ser monitoras
de la movilización de
la gran masa de mujeres católicas, hoy ausentes del fenómeno.
Movilización
en dos escalones: primera linea, activa, y segunda
línea, de reserva y de apoyo a los hombres
en casa.
Nada de lo que sigue excluye las tareas clásicas al principio
citadas, de. enfermería y vestuario. Hay que mantener esto, pero
hay que hacer más cosas, muchas más cosas. ¿Las hay tan espe­
cificas de la mujer, como en las guerras antiguas?
En la primera línea, actuante, la nueva capacidad de la mujer,
recién demostrada, para cualesquiera de las funciones desempe­
ñadas hasta ahora
por los hombres, anuncia que nada especifico
suyo nos sorprenderá
en este panorama. La práctica confirma
esta desilusión. En
un segundo plano, de reserva y de apoyo al
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hombre, una pre movilización de la mujer tiene una expresión
específica y bastante clara: es su politización.
La guerra revolucionaria es una guerra muclúsimo más poli­
tizada que la guerra clásica; es
una guerra política. Las unidades
pequeñas, de y sin violencia fisica, se integran
en ella sin formar
un frente lineal definible topográficamente; están inmersas en la
sociedad como el pez en el agua, pero necesitan que esa agua
sea potable, es decir,
que una parte considerable de la sociedad
les comprenda y ayude, y
eso sólo es posible si sus mujeres, aun­
que no del todo movilizadas, están más politizadas que actual­
mente, cuantitativamente con una politización más profunda,
ingeniosa y sutil.
Como el varón revolucionario, guerrero o no, también está
politizado, parece que
en este punto no hay un hecho diferencial
y específico de la mujer. No lo hay cualitativo, pero
sí, y grande,
cuantitativo,
no a nivel individual, sino de grupo. El varón espa­
ñol y católico
no está, hoy, suficientemente politizado como para
hacer la guerra revolucionaria, ni siquiera a la defensiva. Pero
algo,
sí; aunque es evidente que nos faltan vocaciones seglares
para la política y para la guerra revolucionaria. En cambio, la
mujer española y católica,
en grupo, está en unos niveles de poli­
tización exageradamente inferiores, prácticamente nulos.
Su dis­
tancia de los niveles masculinos es inmensa, y esa desproporción
es ya un mal grave que tienen que empezar a corregir las propias
mujeres ya iniciadas
en la clase de guerra que nos ocupa.
Se repite, porque es verdad, que detrás de un gran hombre
suele estar, discreta, una gran mujer. También
en la guerra revo­
lucionaria. Pero hoy,
en la sociedad católica española, los pocos
hombres
con vocación política general, y después a la guerra
revolucionaria, no solamente están desasistidos por las mujeres
de su entorno, lo cual ya es un grave mal, sino que están per­
manentemente tentados
por ellas a abandonar, lo cual es otro mal
todavía peor, mucho peor. "Tú, no te metas", es Una de sus con­
signas favoritas. Por eso podriamos también repetir, porque es
verdad,
que detrás de un hombre frustrado para defender y pro­
pagar su
Fe desde la política, hay, escondida, una sirena ·egoísta.
Necesitamos hombres
en el pleno sentido de la palabra, y tam-
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bién podemos decir que necesitamos mujeres especiales,' de una
clase que hoy no tenemos.
Vuelven mis recuerdos a aquellas mujeres navarras de los
días
de la Cruzada que empujaban a la guerra a sus maridos e
hijos, a todos los hombres
de la casa, como heroínas del Antiguo
Testamento. Han dejado constancia de ellas López Sanz, Iribarren
y Jaime del Burgo, entre otros,
en escritos de la época.
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