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Número 377-378

Serie XXXVIII

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La última cruzada

LA ÚLTIMA CRUZADA
por
Lms MARlA SANOOvAL
No deja de ser simbólico que fueran las tropas revoluciona­
rias francesas las que,
en 1798, durante la expedición de
Bonaparte a Egipto, eliminaran por la fuerza el último vestigio
institucional nacido
de las cruzadas: el estado caballeresco de la
Orden de Malta, la cual seguía realizando anualmente varias
"caravanas" o expediciones navales contra los
buques musulma­
nes. Digamos que, al fin
y al cabo, el estado de guerra proseguía,
y la pirateria basada
en Argelia, Túnez y Tripoli continuó después
de concluidas las guerras napoleónicas, más o menos hasta 1830.
Pese a ello, la época
de las cruzadas no terminó sin más ni
siquiera entonces. Las guerras de la Revolución y del Imperio
presentaron
una notabilísima faceta de guerras en defensa de la
religión, sea
en la insurrección de vendeanos y chouans de
Francia, sea en las diversas insorgenze italianas, como los "Viva
Maria" de Toscana o los sanfedistas napolitanos del cardenal
Rufo
(1), en la Guerra de Independencia española, o en la gue­
rrilla
de Andreas Hofer en el Tiro!.
(1) Alleanza Cattolica ha fundado en 1995 el LS.l.N. (lstituto perla Storia
delle Jnsorgenze)
para sacar a la luz un número de episodios de este género
mucho más abundante e importante de lo que parecía al empezar su recupera­
ción, que estaban absolutamente dados de lado por la historiografia liberal oficial.
Como introducción
al tema puede consultarse FRANCESCO MARio AGNou,
Guida Jntroduttlva al/e insorgenze contro-riVoluzi.onarie in Italia durante JI
dominio napoleonico (1796-1815), Milán, Mimep-Docete, 1996, 127 págs., o
M.ASSIMo V1ouoNE, La vandea italiana Le Jnsorgenze controrivoluzionarie dalle
origine al 1814, Milán, Effed;effe, 1995.
Verbo, núm. 377-378 (1999), 651-682. 651
Fundaci\363n Speiro

LUIS MARÍA SANDOVAL
Si no fueron cruzadas en el sentido estricto del ténnino (2),
s! lo fueron en el sentido extensivo, y con una connotación espe­
cial, pues no se redujeron a unos expedicionarios voluntarios,
sino a enteras poblaciones en defensa de su Fe sometida a autén­
tica persecución.
Y ese carácter de cruzada mantuvieron las posteriores guerras
civiles contrarrevolucionarias.
Asi, las guerras carlistas en España
no se entienden bien sin conocer el carácter persecutorio de
nuestro liberalismo
G).
Durante ese periodo, además, tales guerras populares en
defensa de la religión se extendieron al Nuevo Mundo: asi, en
México la guerra de Reforma (1857-1860) -con las campañas
del general Miramón, luego mezclado
en el episodio de Maximi­
liano--, enlaza con los "religioneros" de 1873-1876, precedentes
a su vez
de la epopeya de los cristeros de 1926-1929; en tanto
que la guerra civil de los Mil dias en Colombia (1899-1902) pose­
yó también su sentido de guerra
por la religión ( 4).
La Cru7ada de los Zuavos
Pero, además, hubo un caso de guerra en el siglo XIX en que
al hecho objetivo de librarse la lucha por la suerte de la Religión,
y al vivfsimo sentimiento subjetivo
de sus defensores de que asi
era, se unió la sanción pontificia. Puede hablarse de
una verda­
dera cruzada, desgraciada y
poco conocida pero auténtica, en la
Europa de hace ciento treinta años.
(2) Es decir, como guerras convocadas por el Papa e indulgenciadas con
afluencia de voluntarios multinacionales.
(3) Resulta impl'eSCíndible referirse al trabajo de FRANCISCO Josií FERNÁNDEZ DE
LA QooRA, El liberalismo y la Iglesia española. Historia de una persecuddn, del
que ya están publicados los volúmenes 1 "Antecedentes" (Speiro, 1989) y 11 "Las
Cortes de Cádiz" (Fundación Francisco Elías de Tejada, 1996).
(4)
Vid. FERMfN GARRALDA AiuzcuN, "Situación religiosa de Colombia en 1900.
San Ezequiel Moreno y Díaz: una vida por el Reinado Social de Jesucristo", en
Verbo, núm. 321-322 (1994), págs. 149-205, y núm. 323-324, págs. 361-403.
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LA ÚLTIMA CRUZADA
Es "la última cruzada". si se atiende a que desde entonces
·hasta nuestros días no ha habido ninguna otra contienda en
defensa de la Religión convocada por el Papa, pero no porque
las cruzadas hayan quedado descartadas para siempre y
por prin­
cipio.
Su Santidad Pfo XII, en su radiomensaje de Navidad de
1956, con motivo de la insurrección húngara, contemplaba su
posibilidad aunque
no la empleara, asf como avalaba el sentido
extensivo del término cruzada:
"Nos, por nuestra parte, como cabeza de la Iglesia, hemos evi­
tado
en el presente, como en casos precedentes, llamar a la huma­
nidad a una cruzada. Pero podemos pedir plena comprensión
para el hecho de que, donde la religión
es una herencia viva de
los antepasados, los hombres condben la lucha que les viene
impuesta injustamente por el enemigo igqal que una cruzada. In
que afl.rmamos para todos, sin embargo, ante la tendencia a
hacer pasar como inofensivas algunas pretensiones,
es que se
trata de cuesüanes concernientes a los valores absolutos del hom­
bre y de la sodedad. Por nuestra grave responsabilidad, no pode­
mos dejar que esto
se esconda en la niebla de los equivocas" (5).
Nos estamos refiriendo a los combates que entre 1860 y 1870
se libraron para la defensa de los Estados Pontificios
con la ayuda
de voluntarios que acudieron a la llamada de la Santa Sede desde
todo el orbe católico.
Para la historiografía oficial, liberal, se trata de
un capitulo de
las luchas del
Risorgimento, de la Cuestión Romana. Y es evi­
dente, como
en las cruzadas a Tierra Santa, que en esta contien­
da se superponían varios conflictos y distintas intenciones, sin ser
perfectamente homogéneos los protagonistas.
Desde luego
no todos los polfticos y militares italianos eran
enemigos de la Religión. Y entre las fuerzas pontificias el motivo
de defensa de la Religión, más uniforme, sobresalía sobre todo
entre los voluntarios extranjeros, alistados
por ese único móvil.
Por eso, aunque
podriamos hablar de una cruzada Romana, o
por los Estados Pontificios, hemos preferido denominarla como
(5) Pío XII, L1nesauribile mfstero (24-XII-1956), § 35. (Vid. Doctrina
PontJ.ffcJa. Documentos.soe1BJes, Madrid, BAC, 1964, pág. 1119).
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LUIS MARÍA SANDOVAL
Cruzada de los Zuavos por el nombre del más significado (aun­
que no el único) de los cuerpos de extranjeros voluntarios que
se organizó bajo las banderas pontificias.
Los antecedentes
Aunque los acontecimientos de aquella cruzada fueron rela­
tivamente breves, para comprender bien como se llegaron a pro­
ducir hay que remontarse más
de sesenta años.
Por una parte el Papa era, desde hacía más
de mil años, sobe­
rano de
un esta<:lo temporal en el centro de Italia, que compren­
día desde la provincia
de Roma, el Lacio, conocida como
Patrimonio de San Pedro, hasta las Marcas
en la costa adriática
incluyendo entre ambas la Umbria; y al norte de aquellas las
Legaciones de Romaña,
que comprendían Bolonia, Ferrara y
Rávena.
La formación de aquel Estado no había obedecido a un pro­
pósito deliberado.
El cristianismo no había manifestado ambicio­
nes terrenas: no aspiraba a conquistar los reinos terrestres ni a
constituir un 'estado de elegidos' aparte. Lo que distingue, una
vez más, a nuestra Religión
de las demás. Pero aquellos Estados
Pontificios habían resultado providenciales para garantizar
la
independencia y la libertad de acción del Papa como cabeza de
la Cristiandad. Por eso, como adquisición valiosa, eran conside­
rados
un bien a defender por la Iglesia. Se deáa, como una para­
doja más de nuestra Religión,
que hada falta que el poder tem­
poral y el religioso estuvieran unidos
en Roma para que pudie­
ran mantenerse distintos
en el resto del mundo.
Los papas manterúan su poder temporal como un patrimonio
de la Iglesia confiado a ellos temporalmente,
que por ello no
podían ceder graciosamente. Pero, sobre todo, porque en una
época en que los gobiernos liberales acentuaban sus legislacio­
nes antieclesiásticas era suicida renunciar a la entidad estatal
independiente para que hasta la misma cabeza de la Iglesia
Universal quedara
en condición de súbdita de aquellos. Los obis­
pos del mundo, como la gran cantidad de ellos
que se reunieron
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LA ÚLTIMA CRUZADA
en Roma en 1862 para la canonización de los mártires japoneses,
respaldaban unánimemente esta postura, posiblemente
por su
experiencia bajo los gobiernos liberales.
• • •
De otro lado, la Revolución que estalló abiertamente a fines
del siglo
XVI!l era particularmente enemiga de la Religión Católica,
además de adversa a las fonnas politicas del pasado, de modo
que los Estados Pontificios estaban en su punto de mira de un
modo doble si cabe, en cuanto monarquía del Antiguo Régimen
y
en cuanto eclesiásticos.
Efectivamente, la República Francesa, cuando invadió Italia,
aprisionó al Papa Pio
VI que murió en cautiverio (Pio VI y
último le llamaron, porque pensaban haber terminado
con el
papado). Y sus estados quedaron anexionados al Imperio Napo­
leónico
tras un estadio temporal de "República hermana" titere.
La posterior Restauración devolvió los Estados Pontificios,
con sus fronteras seculares
(6), al Papa Pío VII (que aunque finnó
con Napoleón el Concordato de 1801, también estuvo prisionero
de éste desde 1808).
Pero la semilla revolucionaria, liberal y
en muchos lugares
además nacionalista, perduró.
En aquella Europa convulsa
por las sucesivas oleadas de
revoluciones
que sacudieron todos sus países (en torno a 1820,
1830 y 1848, según la convención comúnmente admitida), los
pequeños estados
no podían mantener su estabilidad sin la pro­
tección militar
de las potencias, principalmente Austria y Francia.
Y
eso reza también para el pacifico Estado Pontificio, de fuerzas
militares apenas policiales y protocolarias,
que ya en 1831 y 1832
hubo de solicitar el auxilio austriaco contra los revolucionarios.
• • •
(6) Las fronteras de 1797, devueltas en 1815, databan, sin alteración algu­
na,
de 1597, fecha de su última modificación.
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LUIS MARÍA SANDOVAL
En Italia los movimientos revolucionarios liberales estaban
mezclados con los propósitos nacionalistas de unidad italiana.
Se
da la circunstancia de que aún hoy la historia oficial italiana salu­
da como principio de su resurgir nacional las invasiones france­
sas de 1798 y años sucesivos, y los regímenes quisling implanta­
dos con sus bayonetas,
pese a que fueron abiertamente impopu­
lares.
La lógica revolucionaria, eliminada la fidelidad al monarca
que actuaba de vínculo entre pueblos inicialmente separados
mediante el cual integraban una unidad creciente manteniéndo­
se distintos, conducía
por el contrario a la autojustificación de los
estados
en función de identidades nacionales irreductibles y celo­
samente guardadas.
Como señala Renato Cirelli (]), la unidad italiana podría
haberse conseguido finalmente
por la vía de la confederación, sin
traumas ni guerras civiles, integrando las autonomías locales y
territoriales sin absorberlas
en el estado unitario (8), y sobre la
base de
la Iglesia Católica. Ello hubiera estado en la línea de
la tradición italiana y a ello
no se hubiera opuesto el Papado
-desempeñado y servido por italianos-- que miró con simpatía
esta posibilidad, sobre todo
en los inicios del pontificado de Pío IX.
Pero, en tanto que para una parte del movimiento patriótico
italiano la unidad e independencia eran contempladas como
un
fin, en busca de la propia grandeza, y a imitación de las otras
naciones europeas, existía otra parte del movimiento, republica­
na y radical, alimentada por las sociedades secretas y continua­
dora de la Revolución Francesa, para la cual la unidad e inde­
pendencia italiana
eran más bien un medio en el camino del
(J) \.i1d. RENATo CIREW, La Questlone Romana, 11 compfmento dell'unifica­
zi.one che ha diviso /'Italia, Milán, Mimep-Docete, 1997, págs. 22-23. Se trata de
un libro breve, pero absolutamente fundamental para centrar el tema, del que este
trabajo es muy ampliamente deudor.
(8) Aunque las hipótesis sobre el pasado son indemostrables, conviene con­
siderar cómo la paralela unificación alemana arrancó de la Unión Aduanera y con­
dujo a un Imperio en el que algunos Reinos y Principados mantuvieron dentro
del conjunto su identidad separada de Prusia. Los caminos adoptados en el pasa­
do
no son nunca ineludibles. En el caso italiano, muy particularmente, el camino
seguido
no era el único posible.
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LA ÚLTIMA CRUZADA
objetivo final de la derrota del catolicismo. Y que, desde luego,
no aspiraba sólo a la liquidación del Estado Pontificio, sino a la
del Papado.
Y aunque esta afirmación resulte fuerte, Cirelli la respalda
recordando como las posibles reivindicaciones de unidad italiana
con relación a países aliados
de la causa liberal fueron totalmen­
te dejadas de lado. No sólo
no se reivindicaron Córcega ni Malta,
sino
que Niza fue entregada a Francia, y el incansable Garibaldi,
nacido precisamente
en ella, no acudió en su auxilio cuando en
1870 la ciudad se alzó reclamando su italianidad y fue reprimida
por el Ejército de la Tercera República francesa (9).
• • •
El antecedente próximo de nuestra cruzada arranca de la
República Romana
de 1849.
El Papa Pío IX, recién electo en 1846, acometió una serie de
reformas modernizadoras
en el gobierno temporal que fueron pre­
sentadas abusivamente como "liberales"
en audaz y concertada
maniobra propagandística. Cuando se negó abiertamente a seguir
el juego de los revolucionarios, éstos le acusaron de "traición" y se
volvieron contra él aprovechando las libertades concedidas.
Tras el asesinato de su ministro
Rossi, y en plena situación
revolucionaria,
Pío IX huyó disfrazado de Roma (XI-1848) para
refugiarse
en la vecina plaza de Gaeta, ya en territorio napolita­
no, desde donde solicitó el auxilio de las potencias. Mientras,
quedó proclamada la República Romana, con vocación de repú­
blica italiana, bajo la égida
de Mazzini (11-1849).
Francia quiso atribuirse toda la gloria de la intervención en
Roma y envió una expedición al mando del general Oudinot, que
sin embargo fue inicialmente rechazada por Garibaldi y hubo de
ser considerablemente reforzada antes de conseguir el éxito
en
julio de 1849 (10).
(9) Vid. R CREW, op. cit., págs. 24 y 102-104.
(10) También participaron fuerT.as españolas en la represión de la República
Romana,
pero la expedición, de apenas cinco mil hombres al mando de Fernando
Femández
de Córdoba, zarpó de Barcelona para Gaeta al mes de que hubieran
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LUIS MARÍA SANDOVAL
Los acontecimientos de 1849 -usurpación del poder tem­
poral, restauración con ayuda
internacional-son la referencia
implícita del resto del reinado de
Pio IX (rey además de pontlfi­
ce, los defensores del
poder temporal de la Iglesia le llamaban el
Papa-Rey).
De ellos arranca también la permanencia de guar­
niciones extranjeras -francesas en el Lacio, austriacas en la
Romaña-que agitarla como agravio el nacionalismo revolucio­
nario italiano.
La necesidad y el llamamiento
En 1859 el Reino de Cerdeña (centrado en el Piamonte y cuya
dinastla era
la de Saboya) habfa llegado a una alianza con el
Emperador Napoleón
III de Francia para hacer la guerra al
Imperio Austriaco. De tal guerra pensaba obtener el Piamonte
todo
el norte de Italia (Milanesado y Véneto), en tanto que
Francia pensaba instalar
un nuevo reino napoleónida satélite a
partir de los pequeños estados de Parma, Módena y Toscana.
Esos dos estados integrarían,
con el Reino de las Dos Sicilias y los
Estados Pontificios,
una confederación italiana.
Siendo desfavorable la guerra a los austriacos, éstos retiraron
sus guarniciones
de los lugares donde permanecían en función
de garantla antirrevolucionaria desde
1849. Inmediatamente, agi­
taciones liberales italianistas, promovidas
por agentes piamonte­
ses, se apoderaron de los tres estados independientes y de las
legaciones pontificias
en Romaña y Perusa, estableciendo juntas
revolucionarias provisionales que pidieron la unión al Reino
de
Cerdeña.
desembarcado los franceses en Civitavecchia, se mantuvieron en el límite sur de
los Estados Pontificios sin participar en los combates por Roma, y actuaron ape­
nas en la posterior ocupación del Lacio. Sin embargo, sí estuvieron directamente
en contacto con el Papa exilado entre los napolitanos, quien bendijo y trató efu­
sivamente a los expedicionarios, que retomaron entre diciembre de 1849 y febre­
ro de 1850. De ahí trajo causa la concesión por el Papa a Isabel II de la Rosa de
Oro (Wd. EMluo ESTEBAN-INFANTES Y MAR'IfN, Expedidones españolas. Siglo XIX,
Madrid, Instituto de Cultura Hispánica, 1949, págs. 109-142).
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LA ÚLTIMA CRUZADA
Napoleón III, sintiéndose burlado por la diplomacia saboya­
na de Cavour, y ante
la presión de la derecha católica francesa,
firmó enseguida la paz de Zurich
con Austria por la cual obtiene
el Milanesado
que cede inmediatamente al Piamonte (11), que
también se anexiona unos meses más tarde, en marzo de 1860 y
"mediante plebiscitos", los estados de Italia central. Francia reci­
bió del Piamonte, a cambio, Niza y Saboya, donde los "plebisci­
tos" oportunos volvieron a resultar según convenía a los diplo­
máticos.
En consecuencia, la situación de los Estados de la Iglesia se
hacia muy grave. El Reino de Piamonte era ahora un vecino fron­
terizo,
que no sólo poseía una legislación marcadamente antie­
clesiástica, sino que había favorecido movimientos revoluciona­
rios para quedarse
con sus frutos; y no ya las tierras de otros prín­
cipes, sino las posesiones pontificias de Romaña (12),
por lo que
el Papa excomulgó solemnemente a los gobernantes piamonte­
ses
por un breve del 26 de marzo.
La usurpación de la Romaña significaba además la pérdida
del contacto directo con Austria (vencida y debilitada),
en tanto
que los franceses, garantes de la Ciudad Santa, eran a la vez alia­
dos de la monarquía saboyana.
• • •
En esas condiciones la Santa Sede necesitaba poseer un ins­
trumento armado propio eficaz. A propuesta del conde belga
Xavier de Merode,
que había sido militar de carrera antes de
(11) Ni la Lombardia ni el Véneto fueron cedidos directamente por Austria a
Italia: fue un desprecio de la diplomacia habsbúrguica, justificable por otra parte,
puesto que en el campo de batalla los piainonteses en solitario fueron derrotados
en las dos batallas de Custozza de 1848 y 1866. Las guerras de independencia ita­
lianas fueron ganadas por los franceses y los prusianos.
(12)
Las tropas pontificias sólo pudieron recuperar Perusa, el 20 de junio de
1859, pero las víctimas de la reocupación y sobre todo de la limpieza de franco­
tiradores (veinticinco muertos
en total) pasaron a convertirse en un mito propa­
gandístico de la cruel represión del pueblo .italiano a manos de mercenarios
extranjeros (suizos) del papado.
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LUIS MARÍA SANDOVAL
abrazar el sacerdocio, se hizo un llamamiento de voluntarios a los
católicos de todo el mundo, y para ellos ofreció las mismas indul­
gencias
que para los participantes en las cruzadas a Tierra Santa.
El número de voluntarios, que comenzaron a afluir en mayo
de 1860, no fue nunca muy numeroso, apenas unos miles en diez
años. De entre ellos el núcleo principal fue
de franceses, y luego
de italianos de todos los estados de la península;
hubo contin­
gentes considerables de austríacos, belgas y suizos;
un par de
centenares de irlandeses, licenciados después de Castelfidardo;
también algunos holandeses, alemanes de diferentes partes,
y,
simbólicamente, desde polacos a francocanadienses; también
hubo españoles en Roma, pero escasos y con peripecias muy
especiales, como diremos.
El escaso alistamiento podría explicarse porque sin un res­
paldo político
en los paises de origen es muy dificil reclutar y
trasladar de su propio pecunio grandes masas humanas. De
hecho, las cruzadas medievales alcanzaron su magnitud
por
nutrirse de las mesnadas señoriales y por el patrocinio real (a casi
todas, salvo la primera, concurrieron reyes).
La política general
de la Europa de
1860 era reticente, cuando no abiertamente
adversa, a
la causa de aquellos cruzados.
Tratándose de voluntarios contemporáneos,
deberíamos
poder facilitar datos exactos en cuanto a su número, la fecha y el
cuerpo de enrolamiento, o su distribución
por nacionalidades. Es
la laguna más notoria en la bibliograña de referencia. Parece ser
que cuando el Ejército Italiano se apoderó de los archivos del
Estado Pontificio
al respecto, conservados en el Quirinal, se per­
dieron o destruyeron documentos
en las mudanzas, particular­
mente aquello que era favorable a los pontificios (13).
No se
puede ocultar que los contingentes militares de com­
posición mixta plantean problemas, como también los acantona­
dos
en un territorio extraño, y más si están desplegados para pre­
venir y reprimir movimientos revolucionarios.
Si aquellos volun­
tarios presentados como mercenarios pudieron tener
en algún
(13) Víd. JosEPHO PASCHA.Uo MARINEWo, De pugna ad Castrumf1cardum,
Camerano (provincia di Ancona), 1991, pág. 168.
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LA ÚLTIMA CRUZADA
momento problemas con la población, o con las tropas romanas,
lo cierto es que el comportamiento de aquellos últimos cruzados
registró muchos menos abusos y excesos que
en cualquier otra
anterior:
no en vano formaron en la cruzada una considerable
proporción de nobles. Defendiendo al Papa se reunió
por última
vez la nobleza europea, haciendo honor a su origen núlitar, antes
del triunfo definitivo de la era democrática.
Se trataba, cierto es, de la nobleza legitimista, no de los gran­
des títulos
que se habían acomodado a la nueva situación políti­
ca. Algunos han insistido
en poner de relieve que las figuras de
aquel ejército voluntario coincidían
en resultar antipáticas a
Napoleón
I!I como si eso explicara la falta de apoyo de éste al
Papado.
En realidad, el nuevo Jefe del Ejército Pontificio, el general
Christophe De Lamoriciere,
había servido a Luis Felipe en Argelia
y luego
había sido diputado y Ministro de la Guerra en la TI
República Francesa, en tanto que el Jefe de Estado Mayor que eli­
gió, el coronel Georges de Pimodan,
había rehusado servir a Luis
Felipe y se formó en el ejército austríaco. Por eso carece de fun­
damento reprochar la aceptación del Barón Atanasio de Cha­
rette (14), perteneciente a
la familia ligada a todas las insurrec­
ciones vandeanas, porque "representaba
una Bandera" (el legiti­
núsmo), ya que el Papa había solicitado primero el socorro de los
gobiernos establecidos; sólo cuando éstos le abandonaron acep­

la ayuda, sincera, coherente y abnegada, de los legitimistas,
pero no sólo de ellos.
• • •
En este centenario de la Conquista de Jerusalem por la Primera
Cruzada
uno no puede dejar de resaltar que estos últimos cruza­
dos guardan ciertos curiosos paralelos
con los primeros expedi­
cionarios de Pedro el Ermitaño y Godofredo de Bouillon:
(14) Con él sirvieron al Papado otros tres hermanos. Fue el representante del
espíritu y de la tradición de los zuavos, pero no fue nunca su comandante en las cam­
pañas italianas porque su edad vedaba ascenderle al grado necesario, Figura máxima
de los zuavos, sólo fue su comandante en jefe durante la campaña francesa.
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LUIS MAKfA SANDOVAL
• El móvil religioso y altruista es evidente. Focalizado el de los
unos
en la ciudad de la Pasión y la Resurrección de Cristo y el
de los otros
en la Sede de su Vicario.

Se orienta a defender la libertad de la Iglesia, en este caso,
curiosa pero esclarecedoramente, contra los partidarios de la
libertad religiosa,
en aquella acepción contemporáneamente
calificada de "libertad de perdición" (15).
• No es
una cruzada de reyes, sino de pequeños nobles y pueblo
menudo, pero obedeciendo a la exhortación unánime del clero.

Los protagonistas son predominantemente franceses.
• Y extraña, a primera vista, la ausencia
de participantes espa­
ñoles.
Si en la Edad Media ello se explicó por la Reconquista,
en la década de 1860-1870 España estaba también inmersa en
intensas luchas político-religiosas. Y si la década comienza con
el carlismo en su punto más bajo (intentona de San Carlos de
la Rápita, posición liberal del heredero de la dinastía, D. Juan),
termina tanto con
un Sabaya en el trono de Madrid como con
los carlistas protagonizando las sublevaciones fallidas de
1869
y 1870. No obstante, los príncipes de sangre real participantes
en la última cruzada tienen todos lazos y estirpe hispánica: D.
Alfonso de Barbón Sicilia (16), D. Salvador Itúrbide (17) y D.
Alfonso Carlos de Barbón y Austria Este (18).
(15) Wd. Pfo IX, Quanta cura (1864), ! 3.
(16) El conde de Caserta había luchado en Nápoles contra la invasión gari­
baldina y piamontesa, a la muerte de Francisco II se había convertido en el jefe
de la Casa Real napolitana, sirvió en el ejército pontifico luchando distinguida­
mente
en Mentana, y volvió a combatir en la Tercera Guerra Carlista, en la que
fue el último jefe del Ejército del Norte ( Vid. MElcHOR FERRBR, Historia del
Tradicionalismo Espafiol, tomo XXVII, págs. 241-242; PIERO RAGGI, La nona cro­
dala, pág. 76).
(17) Se trata del nieto de Agustín de Itúrbide, el effmero Emperador católico
padre de la independencia de México (Vid ALBERTO DE MESTAS, Agustín de
ltúrbide Emperador de M~ico, Barcelona, Juventud, 1939, págs. 199-206; Veinte
años con Don Carlos. Memorias de su secretaria el Conde de Melgar, Madrid,
Espasa Calpe, 1940, págs. 73-74; .MEr.cHoR FERRER, Historia del tradicionalismo
español tomo XXII, pág. 155; PIERo RAGGI, La nona crociata, págs. 12, 43 y 47).
(18) Hermano de Carlos VII, ingresó en los zuavos pontificios después de
Mentana, y ascendió a alférez en una de las compañías que defendieron propia­
mente el sector de la Porta Pía. Combatió en la Tercera Guerra Carlista. En 1931
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LA ÚLTIMA CRUZADA
La campaña de castelfidardo, 1860
Apenas hablan tomado posesión los nuevos mandos del
Ejército Pontificio cuando,
en mayo de 1860, un nuevo suceso
aceleró los acontecimientos y trastornó todo el panorama. Una
expedición de revolucionarios italianistas, capitaneada
por
Garibaldi e instigada en secreto por el gobierno piamontés,
desembarcó
en Sicilia (19) y obtuvo rápidos e inesperados éxitos,
hasta el
punto de entrar en Nápoles el 7 de septiembre. Tan sólo
le faltaba batir al ejército napolitano, concentrado
al norte de la
capital. Ante la inesperada perspectiva de
un foco italiano rival, repu­
blicano y exaltado, y dueño
de Nápoles, el gobierno piamontés
hizo valer ante las demás potencias su condición de opción
moderada
y, por ende, preferible. Pero para que el ejército sardo
compareciera
en el sur de Italia, evitando la instalación definitiva
en él de Garibaldi, era preciso atravesar el territorio pontificio de
las Marcas y
Umbría (y de paso quedárselos). Napoleón III, ofi­
cialmente garante de la integridad pontificia, dio su aquiescencia
a regañadientes con su famoso "Hacedlo,
pero hacedlo pronto".
El gobierno de Turín, que decia guarnecer las fronteras para
evitar los hostigamientos a los Estados de la Iglesia, permitió la
irrupción de varios contingentes de revolucionarios el 8 de sep­
tiembre. Después, Víctor Manuel envió
un ultimátum al Papa exi-
heredó los derechos de su dinastía, siendo, con el título de Alfonso Carlos 1, el
último rey reconocido unánimemente por todos los carlistas. En 1936 ordenó par­
ticipar, sólo por Dios y por la Patria, junto a los militares y otras fuerzas, en el
Movimiento que se preparaba. De mcxio que, al anteponer claramente su espíri­
tu de auténtico cruzado al interés de su propio partido y familia, contribuyó deci­
sivamente a que España poseyera su propia cruzada -victoriosa-en el siglo xx
(Wd. MElcHOR FERRER, Historia del Tradicionallsmo Español, tomo XXX-1,
págs. 9-11 y XXX-2, pág. 104).
(19) De aquellos famosos "Mil" Garibaldi destacó primero una partida que
desembarcó para operar en territorio pontificio encendiendo la revolución. A
modo de distracción y como lógica manifestación de que su ideal unitario incluía
Roma.
El coronel Pimodán, sin embargo, la eliminó de modo rápido y eficaz,
ganando el grado
de general.
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LUIS MARIA SANDOVAL
giendo el licenciamiento de las tropas extranjeras, mientras el
general Fanti comunicaba a Lamoriciere
que ocuparía las Marcas
y
Umbría si el Ejército Pontificio reprimiera en ellas cualquier
manifestación
en sentido "nacional" (entiéndase liberal y urlita­
rio) en lugar de abandonarlas. Cuál fuera el tono real de esta ope­
ración
de poliáa, moderadora y monárquica, se trasluce de las
arengas
de los jefes de los dos cuerpos de ejército, y permite
imaginar cuál fuera el de los garibaldinos (20).
En realidad, las pretendidas sublevaciones populares
no se
produjeron, y las operaciones comenzaron sin declaración formal
de guerra, lo cual, entonces, era todavía
un escándalo adicional.
Las tropas pontificias estaban dislocadas en previsión de insu­
rrecciones e incursiones revolucionarias, o del peligro que se apro­
ximaba desde las fronteras de Nápoles, y se encontraron con
un
enemigo regular, muy poderoso y procedente del Norte. Sus
opciones eran escasas y se basaban
en la ayuda exterior. Con­
fiando
en que la guarnición francesa en Roma protegería el Lacio
y
recibiría más refuerzos por el Tirreno, Lamoriciere decidió con­
centrar su ejército de maniobra y marchar
al puerto fortificado de
Ancona a
la espera de recibir la ayuda austríaca por el Adriático.
La concentración y la travesía de los Apeninos, eludiendo al
enemigo, fueron un éxito de maniobra y disciplina que demos­
tró la nueva moral del Ejército Pontificio tras su recentísima reor­
ganización. Pero al llegar a Loreto comprobaron
que el camino a
la casi visible Ancona estaba ya cortado por fuerzas superiores,
y tenían
que combatir ineludiblemente a las instaladas en
Castelfidardo.
En esa jornada los voluntarios demostraron su cualidad y su
temple de cruzados: a
la noche, rezando y confesando devota-
(20) "Os conduzco contra una mesnada de borrachos extranjeros a los que
la sed de oro y el deseo de saqueo trajo a nuestro país. Combatid y destruid ine­
xorablemente a
esos sicarios comprados, y que sientan de vuestra mano la ira de
un pueblo que quiere la nacionalidad y la independencia. ¡Soldados, la impune
Perusa pide venganza, y, aunque tarde, la tendrá!" (General CialdÍUi).
El general Fanti se refería entre otras cosas a ªBandas extranjeras venidas de
todas partes de Europa al suelo de Umbria y de las Marcas han plantado allí el
falso estandarte de una religión de la que se mofan."
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LA ÚLTIMA CRUZADA
mente en el Santuario de la Santa Casa, y a la mañana siguiente,
18 de septiembre, llevando
el peso de los reiterados ataques para
desalojar de las alturas dominantes a los piamonteses.
No sólo el ejército pontificio era ya inferior
al sardo, sino que
sólo entró en combate la brigada mandada por el general
Pimodán, unos tres mil quinientos hombres,
que debía abrir el
camino y cubrirlo para que el resto transitara hacia Ancona. A
pesar del valor demostrado
--aunque no en todos los batallo­
nes-, los pontificios fueron vencidos dejando sobre el campo
ochenta y ocho muertos y cuatrocientos heridos, entre ellos
Pimodán que falleció esa noche.
Al día siguiente capitulaba el
resto del ejército, aunque sólo cayeron prisioneros tres
mil hom­
bres de los
que mil fueron catalogados por los vencedores como
alemanes, seiscientos como suizos, más de un centenar de fran­
ceses, otros tantos belgas y cien irlandeses (21). El resto eran dis­
persos, aunque alguna columna alcanzó Ascoli y alimentó duran­
te
un tiempo la guerrilla.
Lamoriciere consiguió llegar a Ancona con unos cuantos jine­
tes. Fue entonces cuando se descubrió que no habña ninguna
ayuda
austriaca, y que los franceses, incluso ya reforzados, se
limitarían a custodiar el Patrimonio de San Pedro, pero que su
protección había dejado de incluir el resto de los Estados.
Ancona, sitiada y bombardeada
por tierra y mar, resistió hasta
el 28 de septiembre, dándose la circunstancia de que entabladas
las negociaciones con el almirante Persano, y con la bandera
blanca alzada, el ejército sitiador siguió bombardeando la plaza
que no había podido tomar, y que no devolvía el fuego, durante
trece horas más (22).
Los prisioneros de la campaña fueron tratados de muy dife­
rente manera:
en tanto que los extranjeros fueron repatriados a
sus países de origen, los italianos compartieron
un cautiverio
cruel con los soldados del reino napolitano.
(21) Resulta curioso que los .soldados originarios de los propios Estados
Pontificios sean clasificados por los vencedores como "indígenas". ¿No eran italianos?
(22) Vid. PIERO RA001, La nona crodata, Ravenna, Tonini, 1992, págs. 8-9. Es
la más interesante de las obras recientes sobre nuestro asunto, de la que nos
hemos valido ampliamente.
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LUIS MARÍA SANDOVAL
la campaña de Mentana, 1867
A partir de 1860, los Estados Pontificios quedaron reducidos
a
un enclave rodeado completamente por el recién nacido reino
de Italia, que ambicionaba absorberlo también, y hacer de Roma
su capital. Comenzaba
la "cuestión romana".
Pero la situación del novísimo reino
no era nada fácil. Temía
la posible revancha de Austria, que aún poseía el Véneto; debía
hacer frente a la protección de Napoleón III sobre Roma; se sen­
tía amenazado por los revolucionarios mazzinianos, procurando
adelantárseles; y, sobre todo, encontraba una gran oposición en
el reino de Nápoles a su absorción.
Este último episodio fue despachado
por la historia oficial
con
el término de brigantaggia (bandidaje) (23), pero, aunque
terminara degenerando
en un fenómeno puramente delictivo,
hasta la derrota de Austria,
en 1866, tras la cual se apaga, aque­
lla resistencia tuvo múltiples factores: desde la protesta social
campesina al legitimismo borbónico, pasando
por el sentimiento
patriótico meridional frente a los intrusos piamonteses
y, sobre
todo, la reacción ante la implantación de
la legislación saboyana,
incluyendo
el servicio militar y las medidas antirreligiosas.
Aquella oculta guerra civil forzó a instaurar y prolongar
durante largos años el estado de asedio
en el Mezzogiomo,
empeñó a
un ejército de ocupación que llegó a alcanzar unos
efectivos
de ciento veinte mil hombres, y supuso una duñsima
represión de todo género, tras la cual comienza el masivo movi­
miento migratorio trasatlántico
de las poblaciones de la Italia
meridional, que se prolongará durante decenios (24).
(23) Ví'd. FRANCE.SCO PAPPALARDO, "El Brigantaggio en el sur de Italia (1860-
1870)", en Aportes núm. 14 (1990), págs. 50-67.
(24) Las guerrillas napolitanas ya habían comenzado durante 1860, antes de
que cayeran las últimas plazas fuertes borbónicas (Gaeta, Mesina y Civitella del
Tronto)
en febrero y marzo de 1861. En 1861 se produjeron levantamientos masi­
vos en Basilicata y después, durante un par de años, las guerrillas legitimistas
encontraron un santuario desde el que operar en el territorio pontificio, donde
eran reprimidas por el contingente francés, pero gozaban de la connivencia de
las fuerzas pontificias. ·
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LA ÚLTIMA CRUZADA
Algunos de los voluntarios que acudieron a Roma a defender
al Papa se pasaron desde allí a las partidas napolitanas: al fin y
al cabo el enemigo era el mismo, se le combatía activamente, y
la causa legitimista y la católica se sentían intimamente ligadas.
Entre los muy diversos legitimistas extranjeros participantes
en un
comienzo destacarian finalmente por su número y calidad los
españoles carlistas, alentados
por la diplomacia isabelina, intere­
sada tanto
en auxiliar a sus parientes más cercanos como en ale­
jar de España a sus enemigos y
no aparecer envuelta directa­
mente (25).
Ante todas las dificultades antedichas se explica
que el Reino
de Italia mantuviera
una postura inicialmente moderada en rela­
ción con la "cuestión romana".
Así, ante la presión francesa, las tropas reales incluso contu­
vieron
por las armas (Aspromonte, 1862) la nueva expedición
garibaldina para penetrar
en el Patrimonio de San Pedro al grito
de
"¡Roma o marte!".
Luego,
en 1864, se firmó la Convención de Septiembre entre
Napoleón III y
la corte de Turin: las tropas francesas evacuarían
paulatinamente el territorio romano, según se fuera reforzando el
Ejército Pontificio
-<:on cuyo gobierno no se contó-, y el
gobierno italiano renunciaba definitivamente a Roma, como ga-
(25) En particular deben destacarse dos carlistas nombrados sucesivamente
para reorganizar las fuerzas napolitanas:
el general José Borges desembarcó en
Calabria con una veintena de españoles, intentando repetir la gesta del Cardenal
Rufo y llegó a conectar con las partidas de Basilicata, pero, como no consiguió
imponer la autoridad recibida del rey, se replegó hacia el Lacio, cayendo en una
celada y siendo fusilado a pocos kilómetros de la frontera (IX!XII-1861); el gene­
ral Rafael Tristany fue nombrado a continuación comandante de las fuerzas bor­
bónicas en los Abruzas, y hasta su prisión por los franceses (VI-1863) mantuvo
incansable
el hostigamiento desde los confines pontificios, aunque sin conseguir
penetrar profundamente en el Reino (por antonomasia, hasta entonces, el de
Nápoles).
Sobre toda esta cuestión, vid. ALDo Al.Bomco, La mobilitazione Jegittimista
contro ll regno d'Jtalia: La Spagna e 11 bdgantaggio meridiana/e postunitario,
Milán, Dott. A Giuffre Editare, 1979 o en particular FRANCESCO MAR.lo AGNOU, La
conquista del Sud e 11 generale spagnolo José Borges, Di Giovanni Editare, San
Giuliano Milanese, 1993.
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LUIS MARIA SANDOVAL
rantía implícita de lo cual establecía su capital en Florencia, y
prometía emplearse en evitar el hostigamiento revolucionario a
través de las fronteras (26).
• • •
Entretanto, en Roma la reorganización y modernización de
los Estados era, pese a todo, un hecho logrado y prometedor. Y
también la reconstrucción de sus fuerzas armadas.
Aunque el encuentro de Castelfidardo
no fuera una gran
batalla, y resultara totalmente adverso, su eco, en cambio, resul­
tó a la larga provechoso para las armas pontificias. Los propios
adversarios se declararon sorprendidos
por encontrarse unos
voluntarios valientes
y unos oficiales capaces, en lugar de los
mercenarios despreciables
que les habla presentado su pren­
sa (27). Para el mundo católico, aquella derrota a campo abierto
de
un pequeño ejército abandonado de todos cobró la magnitud
de
un sacrificio heroico, se habló de los mártires de Castelfidardo,
aunque el adjetivo martirial corresponde
aún mejor al ánimo de
los voluntarios
que después de 1860 se enrolaron a sabiendas
bajo las banderas papales crecientemente desasistidas.
Los prisioneros de Castelfidardo regresaron en cuanto pu­
dieron a Roma,
y el batallón de Tiradores franco-belgas tomó
desde enero de
1861 el nombre que se hizo famoso de Zuavos
Pontificios (28),
y sus efectivos se incrementaron lenta pero con­
tinuamente hasta 1870.
(26) Uno no puede evitar comparar este acuerdo con el desenganche norte­
americano de Vietnam so capa de vietnamización y acuerdos de paz.
(27) El general piamontés CUgia, uno de los vencedores, tuvo el capricho de
leer la lista de bajas y, tras leerla, exclamó ponderativamente: "¡Qué nombres! ¡Se
diría que es la lista de asistentes a una fiesta de Luis XIVl"
(28) El nombre de los últimos cruzados procede, curiosamente, de una tribu
de bereberes de la Cabilia argelina. A imitación de ellos el ejército francés creó
unidades de infantería ligera con un uniforme exótico. Y debemos recordar que
el Ejército Pontificio fue reorganizado a la francesa por Lamoriciere, que había
hecho toda su carrera militar en Argelia. De ahí proceden el nombre y uniforme,
que uno de ellos, D. Alfonso Carlos de Borbón, introduciría en las filas carlistas
catalanas en 1873 (Vid. FRANCISCO MELGAR, Peque/1a historia de las guerras carlis­
tas, Pamplona, Gómez, 1958, págs. 233-238).
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LA ÚLTIMA CRUZADA
En octubre de 1865 fue nombrado el que sería último coman­
dante
en jefe del ejército pontificio, el general Hermann Kanzler,
alemán
de Baden y con una larga hoja de servicios a Su Santidad.
A él se
debe una enérgica reorganización, consciente de que tras
la Convención de Septiembre la palabra
de Napoleón III prome­
tiendo su protección
no valía más que la de Victor Manuel II
renunciando a Roma. La efectividad de su obra se comprobó con
la represión del bandolerismo,
que preparó al ejército para la
campaña que se avecinaba.
• • •
En 1867, tras la Tercera Guerra de Independencia, con Austria
ya vencida
pero sufriendo el descrédito de las derrotas militares
padecidas frente a ella
en tierra y mar (Custozza y Llssa), el
gobierno italiano tomó como salida una huida hacia adelante
mediante la anexión de Roma. Y se prepara entonces
una reedi­
ción
de las maniobras de 1859-1860: penetración de activistas,
insurrección popular, e intervención pacificadora del ejército real.
Los preparativos fueron tan evidentes -reclutamiento abier­
to de voluntarios, militares
que se ausentaban de filas sin licen­
cia para incorporarse a aquellos sin ser sancionados-que, ante
las protestas francesas, el gobierno italiano confinó a Garibaldi en
Caprera.
Pese a ello, desde fines de septiembre se sucedieron las
incursiones guerrilleras sobre todos los confines del Estado Pon­
tificio a cargo de nutridos contingentes dirigidos
por Garibaldi
hijo. No obstante, al cabo
de un mes de acciones sobre localida­
des aisladas, los ataques
hablan sido repelidos por muchas guar­
niciones, y
si no las posiciones habían sido recuperadas de inme­
diato. Sobre todo,
no se produjo ningún sintoma de insurrección
popular: las células romanas preparadas
al efecto pudieron eje­
cutar algún atentado terrorista sonado,
pero fueron localizadas y
reducidas
en sus escondites suburbanos, totalmente aisladas.
Para dar nuevo impulso a
una campaña de evolución tan
inesperada
el propio Garibaldi se escapó sin esfuerzo de su con­
finamiento y tomó el mando de los suyos atravesando pública-
669
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LUIS MARIA SANDOVAL
mente la propia capital florentina, sin que la policía italiana
"supiera" interceptarlo. Por idéntico motivo, vista la resistencia
prestada
por los pontificios, y no existiendo un hecho consuma­
do en rápido golpe de mano al que plegarse, Napoleón III se vio
obligado a ordenar el embarque de
un nuevo cuerpo expedicio­
nario francés
en socorro de la Ciudad Eterna, cuyas fronteras no
había protegido el rey de Italia.
A fines de octubre Garibaldi reunía cerca
de diez mil hom­
bres y levantó de nuevo sus ánimos, para marchar sobre Roma.
Su primer objetivo al paso fue Monterotondo, que resultó ser su
única victoria, pero plrrica:
en lugar de una rápida ocupación, la
enérgica defensa de los trescientos hombres de la guarnición se
prolongó veintisiete horas, obligó a empeñar los dos tercios de
las fuerzas y causó numerosas bajas. Irritados, los camisas rojas
se entregaron a excesos y profanaciones hasta el punto de que
Garibaldi
hubo de constituir un consejo de guerra disciplinario
para castigarlos.
No sólo
la falta de éxitos, las bajas, la meteorología o el dis­
gusto
por las tropelías cometidas desmoralizaron y mermaron las
tropas garibaldinas: el rey Víctor Manuel, a la vista de la decisión
francesa se desligó ahora
de la tentativa, que condenó sin palia­
tivos.
Los camisas rojas quedaban en la situación de merodear
por el Lacio, sin retaguardia segura ni poder marchar sobre
Roma.
Mientras tanto, los pontificios habían concentrado todas las
guarniciones dispersas, y finalmente salieron a su encuentro el 3
de noviembre
en dos columnas, la principal, pontificia, de tres
mil hombres, bajo el mando de Courten, el defensor de Ancona,
y la de reserva, de otros dos
mil, del contingente francés. Kanzler
mismo actuaba
de comandante en jefe.
El encuentro se dio en Mentana, y fue duro y sangriento
como correspondía a la equiparación numérica y a
la fuerte moti­
vación de ambos ejércitos (por parte pontificia actuaron casi
exclusivamente voluntarios
de los Zuavos, la Legión Romana y
los Carabinieri Esteri, los franceses sólo intervinieron al
final). A
la postre los camisas rojas huyeron desordenadamente, sufrien-
670
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LA ÚLTIMA CRUZADA
do cerca de mil bajas (29) y dejando otros mil trescientos prisio­
neros,
que recibieron un trato benevolente.
No pudiendo negar la derrota, y con tal
de no reconocer el
mérito de los cruzados pontificios venciendo a los héroes gari­
baldinos a campo abierto, los propagandistas revolucionarios,
desde entonces hasta hoy,
han insistido en atribuirla enteramen­
te a los franceses, y
en particular a sus fusiles de nuevo modelo
"Chassepot'', incluso contra
el testimonio de los propios comba­
tientes. No sólo el recuento de bajas
de ambas columnas pontificias
confirma lo narrado, y
que el esfuerzo principal fue desarrollado
por los voluntarios, y por los zuavos en particular; es que aún
hay más: el general en jefe del contingente francés, De Failly,
habla querido disuadir a Kanzler el día antes de dar la batalla, y
el general
Polhes, jefe de la columna francesa, rehusó en princi­
pio su participación
en el ataque, diciendo que tenia instruccio­
nes
de no combatir, a lo cual Kanzler repuso que en cualquier
parte del mundo tal rechazo
de las órdenes seña tenido por trai­
ción y castigada como
tal, pero que él se contentarla con tele­
grafiada inmediatamente a toda Europa. Sólo así se consiguió
obtener el avance francés, mientras cundía la sospecha de
que el
gobierno napoleónico proseguía su doble juego contemporiza­
dor (30).
En cualquier caso,
la victoria de Mentana no sólo fue rotun­
da sino decisiva: cesó
por completo todo hostigamiento al terri­
torio pontificio.
La campaña de Mentana había demostrado la capacidad del
Ejérdto Pontificio para cumplir su cometido:
en Roma no habña
insurrección, ni le hañan mella las incursiones de guerrillas;
sólo
un ejército regular superior podña anexionarse el Estado
(29) Un año antes, la 111 Guerra de Independencia por el Véneto costó en
total al Regio Esercito seiscientos sesenta muertos, en tanto que se calculan en
mil doscientas las bajas mortales de los garibaldinos en esta campaña. Las cifras
hablan del esfuerzo y el éxito de las tropas pontificias (Vid. R. CIRBLLI, op. cit.,
pág. 83).
(30) P. RAOGI, op. cit., pág. 24.
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LUIS MAKÍA SANDOVAL
Pontificio, y ello sólo si no se recib!an los auxilios prometidos,
puesto que el instrumento militar existente era capaz de ganar el
tiempo necesario.
La Porta Pía, 1870
En 1870, la guerra francoprusiana y su desarrollo desfavora­
ble sirvió de pretexto final para que los franceses retiraran su últi­
mo contingente de Roma.
Inmediatamente, Víctor Manuel
II vio la ocasión que aprove­
char, olvidando sus anteriores promesas, y sin importarle
que en
Roma estaba en ese momento reunido el Primer Concilio
Vaticano,
que acababa de definir la infalibilidad pontificia. El
ferragosto romano, la guerra francoprusiana y el temor a la ame­
naza italiana
se unieron para producir la desbandada de los obis­
pos,
quedando el Concilio suspendido sine die (31).
Tras haber intentado convencer
al Papa, y ya derrotado y pri­
sionero Napoleón III
en Sedán, el rey de Italia envió el 10 de sep­
tiembre, nuevamente sin declaración de guerra, un ejército de
sesenta y cinco mil soldados sobre lo que restaba de los Estados
Pontificios. Estos
no pose!an en total, dispersos además en los
diversos puestos de guarnición, sino trece mil seiscientos veinti­
cuatro hombres, incluyendo todos los cuerpos, desde los artilleros
e ingenieros a los milicianos locales o squadriglieri.
De todos ellos
el cuerpo más numeroso era el de los zuavos, que sumaban tres
mil cuarenta,
aunque como sabemos no incluían a todos los volun­
tarios extranjeros
que luchaban bajo las banderas del Papa (32).
La lucha, desigual y sin posibilidad de socorro (Francia acé­
fala
con la república recién proclamada, España con un Saboya
en el trono, Austria pasiva) estaba perdida de antemano. Las
(31) La declaración de la voluntad italiana de ocupar Roma data del 29 de
agosto, la 99ª sesión del Concilio aún se celebró, con escasa asistencia, el 1º de
septiembre.
(32) Pero sería injusto olvidar a los cuerpos romanos que luchaban por su
soberano, el Papa-Rey, en el Regimiento de Línea, los Cazadores o _la
Gendarmería y los voluntarios de segunda línea.
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LA ÚLTIMA CRUZADA
guarruaones de la provincia recibieron orden de replegarse
sobre
la ciudad, y Charette todavía consiguió eludir el cerco de
Viterbo y presentarse
con toda su guarnición, ganándose la admi­
ración
de sus enemigos.
El general Kanzler, Promtnistro delle Armt y Comandante
en jefe del Ejército, rehusó con dignidad las intimaciones de ren­
dición:
"He redbido la invitadón de dejar entrar las tropas bajo el
mando de Su Excelenda.
"Su Santidad desea ver Roma ocupada por sus propias tropas
y
no por las de otros Soberanos.
"Por Jo tanto tengo el honor de responder que estoy dispuesto
a hacer resistencia con
los medios a mi alcance, como me Jo
impone el honor y el deber."
En una segunda respuesta dejó claro que, ante el sacrllego
ataque del que era víctima, las manoseadas "consideraciones
humanitarias" no podían concluir sino
en desistir de la injusta
agresión Todas las fuentes coinciden
en que no hubo ninguna insu­
rrección popular
en el interior de Roma, y que las fuerzas esta­
ban prestas para la última defensa, pero las instrucciones del
Papa ya estaban dadas a Kanzler:
"Señor General:
"Ahora que va a consumarse un gran sacrilegio y la. más
enorme injusti.cia, y la tropa de un rey católico, sln provocadón
y ni aun la aparlenda de cualquier motivo dñe de asedio la
capital del
Orbe Católico, siento en primer lugar la necesidad de
agradecer a usted
y a toda nuestra tropa la generosa conducta
tenida hasta ahora, el afecto mostrado a la Santa
Sede, y la
voluntad de consagrarse enteramente a la defensa de esta metró­
poli.
"Que estas palabras sean un documento Solemne que certi.fi­
que la disdplina, la lealtad y el valor de la trapa al servido de
esta Santa
Sede.
"En cuanto a la duradón de la defensa, tengo el deber de
ordenar que ésta debe consistir únicamente en una protesta, apta
a constatar la violencia
y nada más, y en consecuencia, abrir
negociaciones
para la rendidón a los primeros cañonazos. En un
momento en que Europa entera deplora las victimas numerosísi-
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LUIS MARIA SANDOVAL
mas, consecuenda de una guerra entre dos grandes nadones,
que no se diga Jamás que el Vicario de jesucristo, aunque injus­
tamente asaltado, haya consentido ningún derramamiento de
sangre.
"Nuestra causa es de Dios, y Nos ponemos en Sus manos
nuestra defensa.
"Le bendigo de corazón a usted y a toda nuestra tropa.
"Firmado: Pío
P. P. IX
"En el Vaücano, a 19 de sepüembre de 1870."
Otros dicen que las órdenes habtian sido las de parlamentar
"apenas hubiera brecha abierta".
El caso es que los italianos
abrieron el fuego
con su artilletia a las cinco y cuarto de la maña­
na del
20 de septiembre, y a las dos horas ya existía una brecha
abierta y practicable
en el sector de la Porta Pía y la Porta Salaria.
Pero los zuavos prosiguieron la defensa, mientras cantaban su
himno, a las órdenes del mayor de Troussures, incluso cuando a
las diez menos cuarto recibieron
un enlace con instrucciones de
izar bandera blanca. Recusaron la orden por ser meramente ver­
bal, y sólo a las diez y media un oficial superior pontificio apa­
reció enarbolando
la bandera blanca y el fuego cesó.
Sin detenerse a parlamentar, los italianos penetraron
en
Roma, mientras las tropas pontificias se retiraron a la ciudad leo­
nina. Como sucediera diez años antes en Ancona, el general gari­
baldino Bixio siguió bombardeando la ciudad
un tiempo, dicien­
do
no haber visto la bandera blanca izada sobre la Cúpula de San
Pedro. Rendida
ya Roma, los prisioneros pasaron la noche bajo la
columnata de Bemini y por la mañana, antes de partir, el Papa
les bendijo por última vez desde
un balcón del Vaticano en una
escena de enorme emoción. Desde aquel momento el Papa se
constituyó
en prisionero dentro de su palacio y ni él ni sus suce­
sores volvetian a salir
de él en sesenta años. Pronto, un nuevo
"plebiscito" sancionarla la anexión y Victor Manuel
11 tomarla
posesión de su nueva capital (33).
(33) En su encíclica Respiclentes ea de 1-XI-1870 el papa renovó su protesta
y la excomunión por e1 sacrílego expolio.
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LA ÚLTIMA CRUZADA
Debemos recordar que los sucesos que hemos narrado tan
porrnenorizadamente
no se habfan prolongado sino diez años: la
unidad de Italia era demasiado reciente y tierna como para
que
la diplomacia pontificia no estuviera justificada en su intento de
resolver la cuestión romana,
no por una restitución completa de
los antiguos estados, sino por la única garantía posible del reco­
nocimiento de
una soberanía independiente, ya que mal podía el
Papa confiar
en la Ley de Garantías de un estado que continuó
realizando
una política agresivamente antirreligiosa (34).
Una solución como la de los Pactos de Letrán hubiera sido
aceptada
por los Papas, pero cafa fuera del anticlericalismo dog­
mático del Reino de los Saboya.
• • •
Los zuavos, como prisioneros, fueron repatriados por barco
de Civitavecchia a Tolón. Formalmente su Reghniento
no existía
ya, y cada
uno recibió un fragmento de la bandera del reghnien­
to,
que habían conseguido evitar que cayera en manos de los pia­
monteses.
Pero como Francia estaba en aquel momento invadida por
los prusianos, en nombre del patriotismo se ofrecieron inmedia­
tamente a servir
en su ejército, manteniéndose todos juntos como
cuerpo franco.
La iniciativa les fue aceptada y apenas veintiún
días después de Porta
Pía la Legión de Voluntarios del Oeste,
como se denominaron, volvió a entrar
en fuego a partir de Tours,
al mando de Charette y con sus propios oficiales y uniformes,
para cubrir Orleans y
Le Mans. Derrocharon heroísmo, bajas y
(34) De hecho, el Secretario de Estado preguntó al último plenipotenciario
enviado por
el Rey dos días antes de la .invasión si las garantía ofrecidas se tra­
ducirían en una ley promulgada por el Parlamento sin enmiendas ni posteriores
revisiones
de otros gobiernos y legislaturas, a lo cual el italiano, consecuente con
el sistema liberal, reconoció que no podía asegurarlo. Esta era la clave de la resis­
tencia pontifica,
extendida a la posterior Ley de Garantías, a primera vista gene­
rosas: si el Papa quedaba sujeto a una ley interna italiana, por buena que fuera,
quedaba supeditado desde entonces, igualmente, a las leyes que pudieran modi­
ficarla o derogarla. (Wd. R. CIRELLI, op. dt., págs. 92-93).
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citaciones, y, antes de disolverse, esta vez definitivamente, con­
sagraron el Regimiento
al Sagrado Corazón de Jesús con la invo­
cación "Corazón de Jesús, salvad a Francia".
De hecho el espíritu
de cuerpo se mantuvo cuarenta años
entre aquellos excombatientes capitaneados
por Charette, y pare­
ce
que en algún momento difícil, en tomo a 1881-1882, el nuevo.
papa, León Xlll, que llegó a abrigar la idea de huir de Roma (35),
pensó también
en solicitar la ayuda de aquellos leales zua­
vos (36).
Lo cual demuestra también hasta qué punto los temo­
res
por la libertad del Santo Padre no habían sido infundados.
Los frutos de la cruzada
Aparentemente, los cruzados, derrotados, no habían conse­
guido nada. No es así.
En primer lugar, su ejemplo mantiene la vigencia de la doc­
trina de la guerra justa, y de
que el voluntariado de las armas es
una forma máxima de solidaridad
en cuanto que "nadie tiene
mayor amor que el
que da su vida por sus amigos" (Jn 15,13).
Además, aquellos voluntarios salvaron el honor del laicado
católico que,
si no hubiera sido por ellos, habría asistido unáni­
memente mudo a la agresión al Santo Padre. Aquellos millares de
hombres obraron subsidiariamente de aquellas "potencias católi­
cas" que ni siquiera protestaron del despojo, a excepción del his­
pánico, pequeño y remoto Ecuador de García Moreno, consagra­
do por él al Sagrado Corazón (37). De no haber sido por ellos
(35) Vid. FRANCISCO J. MüNI'AIBÁN, BERNARDINO l.LoRCA y RICARDO GARCÍA VII.LOS­
W>A, Historia de la Iglesia Católica, Madrid, BAC, 1963, tomo N, págs. 491-492.
C.36) Vid. T. COL MA.sSIMO CoLTRINARI -T. COL. .ANToNIO TRocu, Atanasia de
Charette, J'ultimo crodato di Pío IX Estratto dalla rivista "Pio IX" "Studi e Ricerche
sulla vita della Chiesa dal '700 ad oggi", Anno XXIV -N° 1 -Gennaio -Aprile 1995,
págs. 90-91.
(37) El texto íntegro de la ejemplar protesta oficial al Ministro de Asuntos
Exteriores de S. M. el rey Víctor Manuel en R. P. ALPoNso BERTI:11, Carda Moreno,
Buenos Aires, Cruzamante, 1981, págs. 597-610.
Garcia Moreno la justificó así ante el Congreso de su país: "Si el último de los
ecuatorianos hubiese sido vejado en su persona o en sus bienes por el más pode-
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todavía hoy deberíamos abochornamos todos los católicos de
nuestro nulo amor de obras al Sumo Pontífice. Pío
IX, el Papa­
Rey, tuvo en Castelfidardo, Mentana y la Porta Pia bastante más
que un piquete de alabarderos: cruzados verdaderamente decidi­
dos a mostrar su lealtad con su sangre.
• • •
Se nos dirá que esos no son frutos materiales.
Ante todo, debemos recordar
que el fruto obtenido por los
Saboya les fue de escaso provecho. Parafraseando el Evangelio
podemos decir "quien a plebiscito mata a plebiscito muere": la
monarquia italiana erigida sobre aquellos plebiscitos posteriores
a las conquistas de 1859-1870 tuvo
que abandonar el trono desai­
radamente a causa de otro plebiscito
en 1946. Y los herederos de
la dinastia, incluso en la Europa Unida de hoy, todavía no pue­
den entrar en Italia.
Para Italia, la ambición y
la prisa saboyanas en su unificación
han sido mucho más perniciosas: la cuestión romana y el poste­
rior
non expedit excluyeron a los católicos de la construcción de
la Italia unida, y además, aquellas circunstancias
tan especiales
hipotecaron de muy distintas maneras, hasta nuestros días,
la for­
mación de
un movimiento católico integral, ni tocado de libe­
ralismo, ni apolítico (38).
Veamos ahora los frutos positivos:
Las armas son instrumentos de la política. Y la política vati­
cana, merced a la protesta subrayada
por el sacrificio de sus cru-
roso de los gobiernos, habría protestado altamente contra este abuso de fuerza,
como
el único medio que les queda a los Estados pequeños para no autorizar la
injusticia con la humillante complicidad del silencio. No podía, pues, callar, cuan­
do la usurpación del dominio temporal de la Santa Sede y la consiguiente
destrucción de su libertad e independencia en el ejercicio de su misión divina,
habian violado el derecho,
no de uno, sino de todos los ecuatorianos, y el
derecho. más elevado y más precioso, el derecho de su conciencia y de su fe
religiosa".
(38) Vid. MARco INVERNIZZI, 11 movimento catto/Jco in Italia dalia fondazione
de!J'Opera del Congressi aJJ)nJzJo della secondaguerra mondia/e (1874-1939),
Milán, Mimep-Docete, 1995.
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zados, y su firme y constante determinación durante la época del
non expedit (y siempre asentada sobre la confianza en la Divina
Providencia) pudo mantener viva la reivindicación de su recono-
. cimiento como estado soberano e independiente hasta que le fue
reconocida por los Pactos de Letrán de
1929, que, procediendo
del veintenio fascista, aún siguen incorporados a la Constitución
Italiana
de hoy. Por el contrario, si el Papa se hubiera resignado
a ceder sus estados sin aquella resistencia, desesperada
pero
firme, hasta la Porta Pía, puede dudarse que hoy la Ciudad del
Vaticano existiese como estado reconocido
por más de un cente­
nar de naciones.
• • •
No tenemos más remedio que hacer otra consideración acer­
ca de la visión providencial
de la Historia.
Dos consecuencias ciertas y buenas de aquellas guerras
son
la unidad politica italiana y el que el Papa haya dejado de tener
a su cargo el gobierno y la administración civil
de una amplia
comunidad de ciudadanos
que poseían sus propios intereses
terrenales.
Ni los católicos italianos ni el Vaticano plantean hoy ningún
tipo de reservas a la unidad italiana, que sólo
ha sido cuestiona­
da muy recientemente, y curiosamente
en el norte. Por otra parte,
el gobierno de aquellas provincias (sólo el Patrimonio de San
Pedro
de los diez últimos años comprendía doce mil kilómetros
cuadrados y unos setecientos mil habitantes) desviaba a muchos
eclesiásticos de sus cometidos sagrados para cubrir puestos de
una administración puramente profana: para los ciudadanos y
para los clérigos el final de aquella situación les permitió ceñirse
a sus competencias naturales
por mucho que la excepción hubie­
ra estado justificada.
Pero hay que tener
un gran cuidado en el uso indiscriminado
del adjetivo providencial. Sabido es que,
en realidad, todo es pro­
videncial, tanto lo
bueno como lo malo, por lo que decir de algo
que es providencial
no implica de suyo calificación moral, aunque
la mayoria lo interpretará como una expresión aprobatoria.
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Dios puede sacar mal del bien, y un bien mayor, y lo hace a
cada momento. Pero eso
no significa que los males sean bienes,
ni que se puedan hacer males para que advengan bienes (Rom
3,8). Paradójicamente, es dudar de la Providencia Divina el que,
a la vista de los bienes que traen origen de
un mal, se dude que
de haber obrado de entrada bien no se hubieran alcanzado solu­
ciones también buenas (si comparables o superiores
es cosa de
la
Sabiduría Divina, que siempre nos sorprenderá).
Por lo tanto, llamar "providencial" al expolio de los Estados
Pontificios entraña normalmente
un doble mal: manifestar en los
juicios históricos
un respeto humano hacia los que han vencido,
y el escándalo al pervertir los criterios del que escucha; incluso
puede alentar a otros desalmados a obrar el mal, ya que el hecho
consumado a su gusto siempre será providencial
y, a fin de cuen­
tas, para bien.
No se puede confundir el juicio del presente
con el juicio his­
tórico: damos gracias a Dios
por la situación presente como pro­
videncial,
pero en su momento debió condenarse el mal del que
trae causa, y así debe seguir haciéndose en el juicio histórico. En
este caso del ataque a los Estados Pontificios.
La unidad de Italia pudo realizarse de otro modo mejor. Y en
todo caso, a los que quieren absolver a los liberales expoliado­
res
en nombre de la Providencia habría que recordarles que la
satisfactoria situación actual
de la Santa Sede, de independencia
política reconocida y desentendimiento práctico de responsabili­
dades temporales,
no es la que quedó tras el asalto a la Porta Pía,
sino tras el asalto a la Porta Pía
y su reparación por los Pactos de
Letrán de Mussollni.
• • •
Y tampoco nos resistimos a añadir otra lección sobre los
adversarios.
Los masones, carbonarios y republicanos de la Giovine Italia
eran adversarios de la Religión y obraron como tales. Mucho peor
quedan en esta historia los liberales moderados que pretendieron
compaginar lo inconciliable.
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Napoleón III traicionó en varias ocasiones su palabra de
amparar el poder temporal del Papa, y otras tantas descontentó a
los revolucionarios italianos
por sostenerlo. No digamos del rey
Víctor Manuel,
que tan pronto alentaba bajo cuerda a Garibaldi y
se valía de él, o lo detenía, incluso
por las armas o confinándo­
lo. Del primero destaca sus lealtades divididas entre sus simpa­
tías revolucionarias y el fuerte partido católico
de Francia. En el
segundo resalta su oportunismo,
por el que tan pronto fue alia­
do de Francia como de Prusia (39), ya que sus promesas sobre
Roma nunca debieron merecer crédito.
Con la distancia es digno de meditar el papel indigno pero
nefasto de estos "moderados".
El recuerdo
Por lo demás, en la historia oficial italiana sólo existe el
recuerdo y la loa para los garibaldinos, los mazzinianos, Cavour
y el rey-soldado. Tanto da
que se trate de la victoria piamontesa
de Castellidardo,
de la dudosa conquista de Monterotondo o de
la derrota de Mentana, los lugares respectivos están llenos de
monumentos al heroísmo unitario henchidos de prosopopeya.
Pero
el semiabandonado Ossario de Mentana produce la tristeza
de todas las tumbas paganas, sin referencias a la resurrección,
cuando se comprueba
qué poco dura la "imperecedera" memo­
ria de los hombres.
En cambio,
en Roma no existe recuerdo externo de la exis­
tencia de aquellos cruzados
no tan remotos que defendieron sus
muros: sólo de los que hicieron brecha
en ellos. Sin embargo, en
una de sus cuatro Basílicas Mayores, en la archibasílica de San
Juan de Letrán, la catedral del Papa, "omnium urbis et orbis eccle­
siarum mater et capuf',
en la Capilla del Santísimo, lugar de
(39) Ese hábito de los Sabaya se mantuvo en las dos guerras mundiales. En
la Primera, Italia formaba en la Triple Alianza cuando se inició, y un año después
entraba
en la contienda del lado de la Entente. En la Segunda la comenzaron
como miembros del
Eje y la terminaron como cobeligerantes de los Aliados.
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honor escogidísimo, un monumento marmóreo ocupa la mayor
parte de
un muro: lo preside una imagen sedente, y como tal
regia, de Nuestro Señor,
pero con los brazos abiertos en ademán
acogedor.
Le flanquean dos imágenes que simbolizan el poder
espiritual y temporal del papado.
La inscripción superior reza:
"Fordbus viris
qui iura Sedes Apostolicae profuso sanguine asser­
verunt
A. D. MDCCC LX".
Es el monumento a los caídos en Castelfidardo, completado
con
un relieve mostrando la batalla bajo el lema "Victoria quae
vincit mundum fides nostra" y la medalla "Pro Petri Sede" esta­
blecida
por Pío IX para los que en ella participaron. Los católicos
contrarrevolucionarios, cuando peregrinen a Roma,
no deberían
olvidar hacerle una visita (40).
• • •
Y aun pueden obtener una última lección de la contempla­
ción de aquel monumento:
en su base hay dos relieves gemelos,
uno representa a los voluntarios ofreciéndose a Pío IX, el otro a
mujeres niños y ancianos ante el San Pedro broncíneo del
Vaticano ofreciendo el óbolo de San Pedro.
Y
es que no siempre hay oportunidad para todos de ser CTU'
zados con las armas, pero sí hay posibilidad y obligación per­
manente de cooperar
en la defensa de la causa de Cristo, ofre­
ciendo cotidianamente
la propia persona para la tarea regular:
la presencia, el tiempo, la gestión, el trabajo, la pluma
y, cuan­
do nada de personal se entregue, a lo menos el dinero, poco o
mucho. Eugenio Vegas, cruzado convencido
de este siglo, escribía en
1933: "En los momentos actuales, al español católico se le impo­
ne como primer deber
un examen de sus obligaciones para con
Dios y para
con la Patria, y de los medios que son adecuados
para realizarlas. Hay algo más
que hacer que hablar y que expo-
( 40) También en Roma, en la Iglesia de San Luis de los Franceses, hay dos
monumentos funerarios, uno, a la entrada, a los soldados de Oudinot caídos en
1849, y otro al general Pimodán, muerto en Castelfidardo y allí enterrado.
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nerse inconscientemente a morir en una convulsión social. Hay
un deber de prestación personal, que obliga a poner a contribu­
ción
diaria lainteligencia, el brazo y la alcancía. Y hay una misión
de sacrificio que cumplir, que
un día cualquiera puede exigirnos
la vida, a la par heroica y razonablemente" (41).
(41) EUGENIO VEGAS, Escritos políticos, Madrid, Cultura Española, 1940,
pág. 197.
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