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Número 397-398

Serie XL

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Jean Dumont

INMEMORIAM
JEANDUMONT
Recuerdo muy bien la primera vez que vi el nombre de Jean
Dumont impreso al pie de
un articulo erudito y vibrante, en la
revista
-hoy desaparecida-lntinéraires, que el inolvidable
Eugenio
Vegas Latapié me pasaba todos los meses y que más que
leer bebfa. Luego, con los años,
habría de participar modesta­
mente
en la edición de sus textos, fueran artfculos, en esta revis­
ta Verbo, que venturosamente sigue existiendo, y que ha sido el
hogar
que ha acogido la mayor parte de sus colaboraciones en
nuestra lengua; fueran libros, a través de la colaboración entre la
Fundación
Elfas de Tejada, a la que dedico parte de mis afanes
intelectuales y apostólicos, y la editorial Encuentro. Recuerdo
tam­
bién la ocasión inicial en que tuve el honor de encontrarle, acom­
pañado de su encantadora esposa, en una de nuestras Reuniones
de amigos de la Ciudad Católica, animadas incansablemente hasta
hoy
por Juan Vallet de Goytisolo. La impresión de su estilo polé­
mico y generoso quedó
as! trasfundida y superada en el conoci­
miento personal de
un hombre grande, simpático, locuaz. Como
si su hispanismo intelectual se hubiera tomado también caracte­
riológico: en verdad que no parecía francés si no era por sus ras­
gos físicos y su fuerte acento al hablar en castellano.
Vivía a medio camino entre Vejer de la Frontera y Versalles y
habfa dado ya a las prensas
un par de libros capitales: La Iglesia
ante el reto de la historia (1981) y La Revolución francesa o los
prodigios del sacrilegio
(1984), ambos de inteligente apologética
católica e hispánica. Pronto
vendrian La hora de Dios en el Nuevo
Mundo
(1991), biografía de cuatro de los evangelizadores de
América, que ejemplifican admirablemente el sentido religioso de
esa gesta, ·sin ocultar los yerros y los abusos, siempre menores en
Verbo, núm. 397-398 (2001), 607-0l9. 607
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tal perspectiva, y La incomparable Isabel la Católica (1992), cuya
sola rúbrica lo dice todo, alegato
en defensa de nuestra Católica
Reina frente a quienes habían puesto
en marcha una bien orques­
tada campaña para impedir o frenar, como lo consiguieron, su
proceso de beatificación.
Más adelante, todavía, La verdadera
controversia de Valladolid
(1995), con una ponderada valoración
de la figura hoy poco grata para la cultura oficial de Ginés de
Sepúlveda. No hay
en la literatura contemporánea páginas que
exhiban mayor simpatía, más aún, comprensión más intima y
cabal del genio español
en su historia, que las de nuestro autor.
Y es que ajeno a todo tópico, por ello también y principal­
mente al denigratorio alzado
por nuestro patriomasoquismo más
arraigado, Jean Dumont caló como pocos el
hondón del modo de
ser y el signo de la
gesta Dei per hispanos. Por su complexión
chestertoniana y su
fe ardiente no encajaba en el molde de l'hon­
nete homme, sino que se acercaba decididamente al del caballero
cristiano. Asi, quijotescos resultan la presentación en todo su bri­
llo de
la empresa católica de nuestros reyes ¡frente a la de los de
Francia!,
en Lepanto (1997), y hasta el balance en que el activo
desborda ampliamente las partidas del pasivo
de la más denosta­
da de nuestras instituciones, en Proceso contradictorio a la Inqui­
sición española
(1983, para la edición francesa, y 2000, una de las
últimas cosas
que hizo, a requerimiento núo y del editor José
Miguel Oriol, para la castellana, puesta
al día y ampliada).
Amaba ardientemente la Cristiandad como encamación social
del Evangelio, y
por ahí accedió a la comprensión última de la
Hispanidad, como suprema concreción de tal designio. De ese
amor a nuestra historia católica brotaron. sus investigaciones pri­
mero y sus publicaciones después. En puridad su vida entera,
concebida
al estilo militante del servicio a la Iglesia de siempre,
más allá de las arrugas
que sufre su rostro en este tiempo indi­
gente. En cabeza de
uno de sus libros puso una cita del mejica­
no Silvio Zavala alusiva a la desconfianza que le produdan los
investigadores
que odian los temas que tratan o que los estudian
para confirmar
que son detestables. No fue, desde luego, ese su
caso, ejemplar
en su honradez y piedad, sostenidas admirable­
mente hasta el final. Una vez más perdemos
un carácter de otra
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época, sobresaliente en su grandeza de la difuminación de los
perfiles contemporáneos. Una voz
que podía reivindicar la histo­
ria de España
en francés, al tiempo que podía amar la tradición
católica de su
país. Que podía ser católico de una pieza contra
las propias mistificaciones
de las jerarquías hodiemas, enfeu'
dadas en el prurito de adaptación al mundo moderno. Que podía
entrar sin contemplaciones
en el laberinto del siglo xx europeo
sin tener que avergonzarse de nada. Especie sin duda
en peligro
de extinción, para ruina de la ecología humana. Descanse en paz.
MIGUEL AYUSO
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