Índice de contenidos

Número 397-398

Serie XL

Volver
  • Índice

Arturo Climent Bonafé: Ricardo Plá Espí. Trabajador del Evangelio y mártir de Cristo

INFORMACIÓN BIBLIOGRÁFICA
Un sacerdote. Raro, atipico y bueno. Sobre todo, bueno.
Su paso dejó honda huella entre los que le conocieron. Y
este pequeño libro permitirá que le conozcan más. Da gusto
saber de sacerdotes asi.
FRANCISCO ]OSÉ FERNÁNDEZ DE LA CIGOJ'l'A
Arturo Cllment Bonaf'é: RICARDO PLÁ ESPÍ.
TRABAJADOR DEL EVANGELIO Y MÁRTIR DE CRISTO (1
Los numerosísimos mártires de la persecución religiosa de
1936 están siendo objeto de numerosos estudios, de desigual
valor y
que corresponden a dos momentos distintos de la evoca­
ción y del propósito. Unos, los más responden
al deseo de dar a
conocer la figura de algún mártir, o de varios de ellos si murie­
ron juntos o pertenecían a
una misma congregación religiosa o a
una misma diócesis o archidiócesis, con vistas a su deseada bea­
tificación. Algunos otros se escriben ya desde la alegría de ver
en
los altares al mártir de Cristo. Y fueron tantos los obispos, sacer­
dotes, religiosos, religiosas y seglares que vieron sus vidas sega­
das
en aquel holocausto que sufrió España en 1936 que no es
extraño que estas obras se multipliquen como las flores
en la
primavera.
El que ahora comentamos nos presenta la vida y la muerte de
un joven sacerdote, de rostro simpático, hijo de la población
valenciana de Agullent que
sufrió el martirio en Toledo cuando
tenía treinta y siete años.
Lo escribe un sacerdote de la archidió­
cesis valentina que durante diez años fue párroco de Agullent, lo
que le permitió conocer muy de cerca
el magnífico recuerdo que
alli
se tenía del mártir y tratar a la hermana del sacerdote que
durante toda su vida vivió del y para el recuerdo de aquel ser que­
rido arrancando de su lado para que volara al cielo el 30 de julio
de 1936.
Al autor le ha encantado la vida y la muerte del biogra-
(+) Edicep, Valencia, 1992, 183 págs.
761
Fundaci\363n Speiro

INFORMACIÓN BIBLIOGRÁFICA
fiado, vivió, cincuenta años después de su asesinato, la memoria
que del mártir se guardan
en el pueblo y cómo sus paisanos
seguían encomendándose a él y de ello ha dejado muestra
en un
libro algo reiterativo, ilustrado con bastante fotografias y que cum­
ple sobradamente el propósito de damos a conocer su figura.
La
transcripción de largos párrafos de sus sermones hacen algo
pesada
la lectura en algón momento y sus consideraciones sacer­
dotales, más propias de
una homilía a sus feligreses que de una
biografía, también me parecen excesivas. Pero no se tomen estas
reservas como grave objeción al libro sino símplemente como una
constatación de no mucha importancia. La obra cumple sobrada­
mente sus propósitos divulgativos y ejemplarizantes. Bienvenida
sea
en este justisimo reconocimiento a los innumerables mártires
de
la España de 1936 que gracias a Juan Pablo Il, después de
penosas cabardías que mejor es
no recordar, está llenando de
nombres españoles
la. lista de los santos, que no el cielo pues éste
estaba ya abarrotado
desde aquel año de gloria y de dolor.
¿Quién fue Ricardo Pla
Espi? Un joven valenciano, de familia
humilde y cristiana, dos primos suyos también fueron sacerdotes,
llegando
uno de ellos a obispo de Sigüenza-Guadalajara, don
Jesús Pla Gandía, hoy ya fallecido, que aun pudo prologar el
libro, dotado de excelentes cualidades naturales que,
en condi­
ciones normales hubiera sido
un excelente y piadoso sacerdote,
seguramente
un ilustrado canónigo y tal vez un buen obispo.
Pero las condiciones
no fueron normales. Ya hablaremos de ello.
La descripción del ambiente familiar, de las relaciones de
Ricardo Pla
con sus padres y hermana, el culto que ésta le pro­
fesó durante su larga vida, la niñez
en Agullent, su temprana
vocación, sus estudios
-logrará dos doctorados en Filosofia por
la Gregoriana y en derecho canónico en Toledo--, sus años
romanos ...
, son de lo más logrado del libro. Y, desde el primer
momento, desde sus años
de monaguillo, la figura omnipresente
de aquel gran hombre
de Iglesia que fue el cardenal Reig. La
muerte de su mujer y de sus dos hijitas llevó a Enrique Reig y
Casanova
al sacerdocio y el afecto paternal del que Dios le privó
pareció volcarlo
en aquel niño tímido e inteligente que tanto trató
en Agullent. El Ricardet que le ayudaba a misa, que un día, antes
762
Fundaci\363n Speiro

INFORMACióN BIBLIOGRÁFICA
que a sus padres le confesó su vocación infantil -"quiero ser
sacerdote, como usted"-, seña, una vez terminados sus estudios,
el más fiel colaborador del cardenal, su secretario particular, su
compañero
de viajes, hasta morir en sus brazos en 1927, como
cardenal primado.
La semblanza de aquel hijo adoptivo de
Agullent, donde habfa nacido su madre, aunque él viera la luz en
Valencia, y a donde iba con tanta frecuencia hasta el fin de sus
días, acompañado tantas veces de su fiel secretario, está perfec­
tamente hecha.
Me sorprendió, en cambio, lo critico que resulta
. Climent con el cardenal Segura. Al que pone muy mal. Y creo
que injustamente. Da la impresión que el nuevo arzobispo pos­
tergó a aquel joven sacerdote
~aun no tenía veintisiete años
cuando falleció su amigo y protector-, y ello molestó al biógra­
fo. Digo que da la impresión porque Climent no lo dice. Incluso
da a entender que se llevaba muy bien con el nuevo cardenal:
"El cardenal Segura, sucesor del arzobispo Reig, acogió muy bien
al capellán mozárabe, muy pronto se dio cuenta de las cualida­
des
de Ricardo, de sus dotes para la predicación y, sobre todo,
descubrió
su finura espiritual y la seriedad de su vida interior"
(págs. 74-75). Parece
que Pla también "se encarga de la prepa­
ración espiritual de las visitas pastorales del cardenal Segura"
(pág. 73).
Pero, lo cierto,
es que muerto Reig, Pla diocesanamente se
apaga. Siguió, n.aturalmente
como capellán mozárabe, cargo que
habfa logrado por oposición, y como profesor del Seminario para
lo que le avalaban sus dos doctorados. Lo demás son minucias:
director
de los Jueves Eucañsticos, consiliario de la Asociación
Católica Nacional
de Propagandistas. También ayudaba al ancia­
no párroco de Santos Justo y Pastor. Parece muy poco para el
mirlo blanco que
era Ricardo Pla. Entonces se dedicó a la predi­
cación convirtiéndose
en uno de los oradores. sagrados más acre­
ditados
de la archidiócesis primada. Hablaba bien y hablaba
valientemente.
Lo que se hizo notar más a partir de la proclama­
ción
de la República con la consiguiente persecución religiosa.
Sin embargo, estos años son los que nos parecen más insufi­
cientemente tratados
en la biografía, Los llena, ya lo dijimos, con
la transcripción de extensos párrafos de sus sermones,_ tomados
763
Fundaci\363n Speiro

INFORMACIÓN BIBLIOGRÁFICA
sin duda de los papeles que la hermana del mártir conservó como
oro
en paño hasta poco antes de su muerte, entregándoselos
entonces
al párroco, hoy biógrafo de su hermano. Y con consi­
deraciones sobre la circunstancia histórica
que es a lo que se suele
recurrir cuando
no se tienen datos objetivos sobre el biografiado.
Y llega
el martirio. Conscientemente previsto. Valientemente
aceptado. Son siempre las páginas más emocionantes de todos
estos relatos.
Que justifican toda una vida aunque haya sido
mediocre e incluso deficiente. No era el caso de Ricardo Pla
que
fue siempre un sacerdote ejemplar. Pero el martirio no consagra
una vida sino una muerte. Bastaria el asesinato por odio a Cristo
y a la religión aceptado cristianamente para merecer la palma y
el reconocimiento de la Iglesia. Muchas veces, además, quedan
hermosisimos testimonios
de esa aceptación. Y ese fue el caso de
Ricardo Pla.
Sabía lo
que le esperaba. En las Navidades de 1935 acudió
por última vez a su pueblo de Agullent. María Ferrí, amiga de su
madre, se despidió de
él hasta el verano. La contestación fue
meridiana:
A Jo m'!}or nos vemos en el cielo. Y como el cura de
Benifayó al despedirse le dijera: ¿Hasta cuándo, Ricardet?, la res­
puesta fue idéntica:
Seiior cura, hasta el cielo.
Cuando los rojos se hacen con Toledo, las dudas se disipaº
ron.
El martirio era ya convicción. Y asi se lo dice a S>IB padres:
Ya llega mi hora; sólo cabe esperar que vengan por mí, ante el
martirio hay que sentir alegria. Y como su madre le dijera que
alegría
no podía sentir por que le mataran, le respondió: Enton­
ces, por Jo menos, resignación. Era el 22 de julio.
El 24, denunciados por una vecina, los milicianos se llevan a
toda la familia: sus padres, su hermana y él. Y fingen el fusila­
miento de los cuatro. Cuasi milagrosamente
no se produce el
fatal desenlace y
púeden regresar a casa. El padre, sin terminar
de darse cuenta
de lo que estaba ocurriendo pregunta a qué misa
irán mañana.
El sacerdote no abrigaba la menor duda: Padre, a
Jo mejor a la misa del cielo. Ya en casa comenta a sus padres y a
su hermana:
¡Qué ocasión más buena hemos perdido, a Jo mejor
ya no se nos presenta otra vez. Pero bien sospechaban todos que
si. Y como su madre le advirtiera que la carne era flaca, la res-
764
Fundaci\363n Speiro

INFORMACIÓN BIBLIOGRÁFICA
puesta fue contundente: Sí, pero el espíritu es fuerte. Desde el
advenimiento de la república vengo hablando del martirio de
sangre, o
al menos de corazón, justo es que ahora dé ejemplo.
El 28 de julio vuelven a presentarse los milicianos en el domi­
cilio
y, sin duda intentando evitar a su familia sucesos como los
del dia
24, les advierte que el sacerdote era él. Vuelve a salvarse
la situación momentáneamente. Y
una vez retirados los indesea­
dos visitantes,
la madre sacó dos escapularios, don Ricardo los
bendijo e impuso
uno a su padre y otro se lo puso él.
El 30 fue el día definitivo. Poco después de que hubiera ter­
minado de rezar el breviario se oyó ruido
en la escalera. El joven
sacerdote ya
no abrigó la menor duda: Consuelo, sácame la cha­
queta, vienen por
mi Y entonces se produjo este hermoso diálo­
go entre una madre cristiana y su hijo sacerdote
que iba a morir.
-H!Jo mío, ¿estás dispuesto a morir?
-Sí, madre, estoy dispuesto y preparado; ¿usted no me crió
para el cielo?
-Sí, hijo, para el cielo te crié.
-Pues esta es la hora. No merecía yo tanto.
Abierta la puerta a los verdugos, aun intenta su padre salvar­
le la vida pidiendo a los milicianos que
Je lleven a él en vez de
a su hijo. Y desde la habitación
en la que se estaba Ricardo pre­
parando sale su voz limpia y fuerte:
El sacerdote soy yo. Y se pre­
senta ante ellos. Padre, madre y hermana se arrodillan y Ricardo
les bendice.
La madre postrada ante el hijo que se va hacia la
muerte aun tiene valor cristiano para decirle:
-H!Jo mío, mucho valor para sufrir; pero mucho más amor
para perdonar.
Y el martirio se consumó. No sabemos bien cómo. O no lo
sabe
el autor. Parece que "rodeado de insultos, blasfemias, lleva­
do a trompicones y bofetadas" (pág. 152) llegó hasta el paseo del
Tránsito donde
le acribillaron. Un mártir más. Una hermosa muer­
te más del glorioso martiriológico español de 1936.
fRANCISOO Jost FERNÁNDEZ DE LA CIGOl'1A
765
Fundaci\363n Speiro