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Número 411-412

Serie XLII

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Las grandes ciudades y sus contradicciones

LAS GRANDES CIUDADES Y SUS
CONTRADICCIONES
POR
PATRICIO H. RANDLE
Werner Sombart en su obra La gran ciudad nos recuerda que
a fines del siglo xvr se dictaron frecuentes edictos en Patis que
prohibían la construcción de nuevas viviendas a fines de conte­
ner el crecimiento
de la ciudad. Dice uno de estos documentos:
"Dado que la intención
de S. M. ha sido que su buena ciudad de
París tenga una extensión cierta y limitada ... " (1)1 a lo que agre­
ga Sombart que esa misma voluntad se manifestó en las orde­
nanzas de los gremios: una misma resistencia ~-crecimiento des­
medido de un cuerpo orgánico en oposición a la tendencia
capitalista · a desconsiderados engrandecimientos y cuantificacio­
nes, la protesta de la antigu idea de la congrua (2) contra el
nuevo
afán de la dilatación i · 'tada.
Dado
que las meras pro 'bidones rara vez sirven de algo,
Sombart indaga sobre qué
es lo que ha determinado el efectivo
crecimiento de estas ciudade . Según su óptica, las grandes ciu­
dades modernas
son grandes consumidoras (por lo cual acumu­
lan población) mientras que s ciudades productoras
no necesi­
tan tener gran caudal demogr fico.
Esa era la situación hasta ace un poco más de medio siglo.
Ahora las ciudades que más
umentan su población son las lla-
(1) WERNER SoMBART: "La gran e· dad", en Antología de Sociología Urbana,
-Universidad Nacional Autónoma de éxico, 1988, pág. 77.
(2) Renta que debe tener, con rreglo a las sinodales de cada diócesis, el
que se ha de ordenar iri sacris.
Verbo, núm. 411-412 (2003), 105-117. 105
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madas "ciudades trausnacionales" (3) en las que predomina el
sector terciario o de servicios.
Además, Sombart señaló con gran penetración que el mundo
moderno no tiene óbice contra el crecimiento irrestricto de las
ciudades.
Al contrario, ve como antinatural que se lo cercene de
alguna manera y carece de reparos contra la hipertrofia; el creci­
miento es considerado un bien en sí mismo. O sea que las ciu­
dades crecen desmedidamente porque -en el fondo-así se
quiere que sea; porque se piense que es un signo de prosperi­
dad; y esto sin contar con la actitud irresponsable de autoridades
que sólo piensan en el aumento de la recaudación sin calcular
que la expansión urbana conduce irremediablemente a un
aumento del déficit fiscal.
Ahora bien, cabe preguntarse ¿por qué es preocupante
per se
la magnitud de la ciudad? Sencillamente porque se trata de algo
que no es comparable a un arte -facto-por mucho que las
haya construidas con arte -sino que es algo orgánico, que no
acepta añadidos y que, como tal, tiene su propia escala más allá
de la cual se desnaturaliza.
Que es lo que ocurre hoy con las
grandes ciudades
-unas más que otras-que han crecido hiper­
tróficamente.
No yerra Sombart
al vincular la gran ciudad con el capitalismo
donde reina, absoluta, la cantidad sentando las bases de toda
una
filosofia sabiamente connotada en la obra El reino de la cantidad
de René Guénon (4). Tal es el caso de los abog'ttdos del neolibe­
ralismo económico como
el de Amold Harberger, un represen­
tante de la Escuela de Chicago contratado
por el gobierno chile­
no en la década de los años 70 -bajo la presidencia Pinochet-,
cuyos consejos entraron el conflicto con los planificadores urba­
nos que estaban alarmados
por la expansión del Gran Santiago,
en buena parte debida a políticas demagógicas del gobierno de la
llamada "Unidad Nacional" del Presidente Allende. Como fue tam­
bién el caso del crecimiento explosivo de México D. F. como con-
(3) JEAN Go'ITMANN: The Comfng o[ the. Transacttonal City, Universíty of
Maryland, 1983.
(4) RENli Gut!NON: Rdgne de la quantité et les signes des temps, París, ·1945.
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secuencia de las políticas populistas del PRI. O sea, en swna, que
tanto desde la derecha económica, como desde la izquierda
demagógica, se exalta
el crecimiento irrestricto.
Si la ciudad no fuera verdaderamente un organismo -social
pero organismo al fin--entonces el crecimiento seña un simple
dato mecánico
y como tal fácilmente regulable y controlable por
medios tecnológicos; lo que, obviamente, no es el caso.
No todos los partidarios del incremento sin límites son fun­
cionarios con ambiciones de mayor poder, ni econo1nistas libera­
les a ultranza. Jean Gottmann, geógrafo de nota, autor de un tra­
bajo monumental como es
su estudio de la megalópolis norte­
americana
(5), sostiene -convencido desinteresadamente----- la
tesis de
que existe una configuración del espacio habitado, la ciu­
dad totalmente descentralizada,
que no padeceña de las plagas
de
la megalópolis corriente, resultante 'de la hipertrofiia de la ciu­
dad central
y compacta.
De todas maneras la megalópolis gottmanniana
no deja de
ser
una ciudad desnaturalizada, una deformación del paradigma
urbano, cuna de la
dvis, de la civilización. Lewis Mumford, de
algún modo seguidor de Sombart, cree que el prototipo acepta­
do
por Gottmann no es más que una forma de huida al suburbio
aparentemente sistematizada
en la que no deja de cifrar esperan­
zas sobre las grandes ciudades. Por su parte, Mumford cree
-y
en esto coincide con Spengler-que sólo son, en definitiva,
caminos alternativos de la disolución de la civilización occiden­
tal (6).
Recordemos,
de paso, que Oswald Spengler escribió páginas
brillantes sobre la urbe mundial
y su destino a partir de la tesis de
que una cosa es la cultura y otra la civilización. O que ésta, en su
estadio final, implica la muerte
de aquélla habida cuenta de que la
cultura misma es siempre vegetal (natural)
y la civilización no es
sino una construcción
(artificial). De allí que se precisare: "La civi-
(5) ]BAN GorrMANN: Megalopolls. The Urbanized Northeastern Seahoard of
the United States, MIT Press, 1961.
(6) Cfr. PATRICIO RANDLE, ªLewis Mumford y Jean Gottmann. Megalopolis:
dos concepciones contrapuestas", Verbo-Spelro, año XXXIII, núm. 325-326,
Madcid, 1994, págs. 575-583.
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lización, con sus ciudades gigantescas, es la que por fin despre­
cia esas raíces del alma y las arranca"
(7), concluyendo, además,
que el habitante de las grandes ciudades termina siendo
un
nómada intelectual.
Spengler sostiene que
la ciudad niega toda naturaleza y que
la gran ciudad directamente la ahoga, aunque habría que aclarar
que la ciudad crea como una segunda naturaleza, la histórica,
sobre la que se funda la civilización. Pero esto es entrar en una
cuestión que nos derivaría del objeto de este estudio.
Acierta sin lugar a dudas nuestro autor cuando habla
de la
"ciudad que comienza a prolongarse en todas las direcciones con
masas informes, cuando se acaba todo crecimiento orgánico", y
agrega: "esas ciudades de los arquitectos municipales" (se refiere
a los burócratas que redactan reglamentos edilicios y dejan de ver
la ciudad en su conjunto) "reproducen la forma del tablero de
ajedrez, símbolo tipico de
la falta de alma", algo que es común a
las grandes ciudades (8).
As! llegan al extremo de perder vitalidad, muriendo muchas
de inanición espiritual; ciudades sin
pathos.
Ahora bien, ¿cuándo se puede decir que una ciudad ha cre­
cido demasiado?, ¿cuándo rebasa las murallas como
en la Edad
Media creando falsos burgos extramuros?, ¿cuándo sobrepasa
el
área de planeamiento fijada por los urbanistas? Esto es simplificar
el problema.
Se prioriza el crecimiento meramente cuantitativo
cuando se cantan loas a las cifras de población y se compite
en
un ranking mundial para ver cual se lleva el premio de ser la más
grande del mundo, como si fuera algo de
lo cual enorgullecerse.
Se ha dicho que hay un crecimiento posible de terapia y otro
que sólo se
puede mejorar con prótesis o medios artificiales.
También se ha dicho
que limitar el crecimiento es colocar un
corsé como argumento contra toda planificación.
En cambio,
no se divulga la alarma que debería cundir fren­
te a la comprobación de
que el crecimiento de las grandes ciu-
(j) OswALD SPBNGLBR: La decadenda de Occidente, Madrid, 1946, vol. 111,
pág. 130.
(8) Ibídem, pág. 145.
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dades es inexorablemente de tipo canceroso y que en lugar de
ser
un síntoma de vitalidad a la larga es un condicionamiento de
la propia muerte. Así murió Babilonia, así murió Roma Imperial,
la que debió renacer de sus propias cenizas en la alta Edad
Media.
El crecimiento puede no ser necesariamente horizontal sino
vetical, por densificación. Un caso típico fue el Moscú de la URSS
adonde -en principio-estaba prohibido mudarse pero que
llegó a tener más de un millón de habitantes clandestinos sin por
eso siquiera haber edificado un metro cuadrado más. Los resul­
tados inmediatos
de una u otra forma de crecimiento son varia­
bles pero, al
fin y al cabo, idénticos en sus consecuencias porque
la expansión ilimitada apareja ciertos problemas y la concentra­
ción otros, aunque cualitativamente ambos procesos se parecen
como veremos luego al analizar las contradicciones de las gran­
des ciudades.
La historia antigua nos relata que para cruzar Babilonia de un
extremo al otro se necesitaba un día y que Roma, en el año 74,
a pesar de tener
una superficie exigua (19,5 km') equivalente a
un décimo de nuestra ciudad Capital Federal de Buenos Aires. Se
dirá que ello debería medirse en función de los recursos tecno­
lógicos de cada
época y es verdad, sin embargo, de lo que se
trata esencialmente es de la escala humana, la cual no es, ni
puede ser, modificada por los adelantos en materia de transpor­
te o de comunicación .ni por ninguna ingenieria constructiva.
Como quiera que sea hay muchas preguntas que pueden
hacerse legítimamente: una es: ¿por qué crecen tanto las ciuda­
des
que crecen?, ¿por aumento vegetativo de la población o por
migraciones internas -despoblamiento del campo, atracción de
las luces de la ciudad, acogimiento a los servicios sociales?
Otra pregunta es: ¿por
qué crecen desordenadamente?, ¿por
Jaissez-faire, laissez passer. por falta de políticas demográficas,
urbanísticas y de controles?
¿En qué momento el crecimiento se vuelve contradictorio?,
cuándo
no es acompañado por una mejora en la calidad de vida:
diversificación de funciones, mejor provisión de servicios, pro­
yección cultural sobre su región. ¿Qué es lo que se contradice'
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¿La razón misma de ser de la ciudad, las ventajas de la sociabili­
dad, de la convivencia?
Ciertamente quedan muchas otras preguntas; algunas sin res­
puesta. Son las que se formula Jane Jacobs
en The Death and Lile
of Great American Cities, tales como: ¿por qué hay tugurios que
van mejorando solos?, ¿por qué ciertas calles son peligrosas y
otras
no?, ¿por qué hay parques maravillosos y otros que son
refugios del vicio y hasta trampas mortales?, ¿por qué hay centros
que se desplazan y otros
que permanecen fijos?
La contribución de los asi llamados ahora "estudios urbanos",
tal vez
por su vaguedad, es poco lo que han contribuido a acla­
rar las contradicciones de las grandes ciudades. No hay otro
camino
que recurrir a una "filosofía de la ciudad" (9).
El fetiche del progreso tecnológico -tan eficiente en otros
campos--tropieza con problemas insolubles en el fenómeno
urbano porque
si es verdad que "el mundo avanza" (como afir­
ma el lugar común) nadie sabe a ciencia cierta hacia donde. Y
aun cuando haya algunas metas evidentes son muchos los efec­
tos secundarios
no deseados y que se suelen tolerar.
Como ha señalado agudamente
E. F. Schumacher (10), el mal
del desarrollo tal cual se lo suele implementar,
es que se aplica
al mundo ya previamente desarrollado quedando tantos proble­
mas
-del resto del mundo-fuera de su atención.
Hubo épocas
en que las ciudades credan a causa de su pros­
peridad, como una consecuencia de su afluencia comercial o del
aumento de su producción industrial y la paralela demanda de
mano de obra. Hoy se da
el caso de que esas grandes ciudades
han detenido la tasa de crecilniento y, en cambio, crecen caóti­
camente las grandes ciudades del mundo menos desarrollado.
Crece la población urbana
pero no crecen consiguientemente sus
servicios y sus equipamientos. Por el contrario, asistimos a
un
mayor déficit de infraestructura per capita. La gran ciudad ahora
excreta una suerte de subciudad, la llamada ciudad informal o
(9) Cfr. PATRICIO H. RA.NnLE: Teoría de la ciudad, Buenos Aires, OIKOS, 1984.
(10) E. F. ScHUMACHER: u La edad de la abundancia", en P. H. Randle (ed.): La
t~cnlca puesta a prueba, Buenos Aires, OIKOS, 1982.
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ciudad ilegal. Del urbanismo regulador, ordenador, hemos pasa­
do a
un verdadero desurbanismo de las grandes ciudades por
desconstrucción de su perileria.
En la reciente "Cumbre
de la Tierra", celebrada en Johannes­
burgo se ha planteado la contradicción entre el "progreso"
de las
grandes ciudades y el creciente deterioro ambiental.
Ya antes
habla cundido la alarma por la esterilización de vastas áreas cul­
tivables
por efecto del desborde de la urbanización, pero nada se
hizo para controlarlo salvo el caso del Plan del Gran Londres (11)
y
aun así relativamente. Es que no hay política restrictiva que
triunfe si no encuentra caminos alternativos por los cuales se
encaminen las energías a encauzar.
Para remediar los males de las grandes ciudades se suele caer
en el mito de que se necesita invertir mucho dinero. Esto ha suce­
dido en los Estados Unidos donde se construyeron barrios ente­
ros para gente de bajos ingresos
que luego se han convertido en
focos de delincuencia; igual que en Francia, donde, después de
treinta años de vida solamente, debieron demoler los famosos
HLM (Habitation a Loyer Moderé) o viviendas de alquiler econó­
mico porque se habían convertido en guarida de gente 1nal entre­
tenida.
Otra gran inversión norteamericana fue para construir
inmensos barrios
de clase media cuya masificación derivó en una
monotonía deprimente que ahuyentó toda vida vecinal. Y para
las clases más pudientes se edificaron extensos co1nplejos caren­
tes de centros comunitarios, o
sea, privados de toda vida cultu­
ral. Y e.ncima de todo esto se horadó el tejido social de vastos
sectores residenciales con el trazado de monumentales autopistas
que terminaron de desestructurarlos (12).
Volviendo a las excrecencias
de las grandes ciudades, las
villas-1niseria que se forman en torno lo hacen parasitariamente
contradiciendo todas las supuestas virtudes que debían tener las
grandes ciudades. Cuando se creó Brasilia se formó,
al lado, el
(11) Cfr. PATRICIA H. RANDLE: El Plan de Londres. Revisiones y cambios, Buenos
Aires, OIKOS, 1977.
(12) Cfr. PATRICIO H. RANDLE: Buenos Aires: burocraday urbanismo. Más allá
de las autopistas,
Buenos Aires, OIKOS, 1979.
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Núcleo Bandeirante, inmenso obrador que alojó a los operarios
de la construcción, los
que espontáneamente, como no podña
haber sido de otros modos, arraigaron en el sitio y terminaron
por constituir una Brasilia paralela con más población que la pre­
vista para la ciudad original.
Prácticamente
no hay gran ciudad en el mundo que no expe­
rimente estos fenómenos, si bien las proporciones son variables.
En algunas de ellas como en Lagos (Nigeria) o las grandes ciu­
dades de
la India la ciudad informal ha superado a la ciudad pla­
neada, prevista o, incluso, legal.
Si se quiere, hay un precedente genérico muy próximo a
nosotros en Buenos Aires cuyos límites como ciudad Capital de
la República fueron arrasados figuradamente
por el crecimiento
de los suburbios que hoy representa 4/5 de la población total y
diez veces más su superficie,
en el sentido de que sus pseudó­
podos superaron en volumen al mismo cuerpo. Otro tanto podría
decirse del equipamiento y
de los servicios que se prestan en
dicha área, en gran inferioridad de condiciones.
Esta
es la realidad de la gran ciudad hoy, mutatis mutandis
en todo el mundo: grande sólo en dimensiones materiales pero
disminuida cualitativamente si la comparamos con la ciudad
europea del siglo
XIX y principios del xx (13). Se dirá que estos
problemas
son más bien propios del Tercer Mundo pero no del
mundo desarrollado, sin embargo
no es asi.
Es que las ciudades ya no son construidas para habitación de
las familias (¿no fue Aristóteles que la definió ideahnente como
"la colonia natural de la familia"?) sino más bien para los hom­
bres
de negocio.
Dicen que
en Nueva York los homeless Oos sin techo) alcan­
zan varias decenas de miles y
aun asi la familia no se basta con
un techo, con simple confort material, sino con proyección
comunitaria dentro de la Sociedad. Necesita desenvolver
una vida
completa más allá de los muros
de su hogar y a resguardo de la
masificación urbana,
de su pérdida de escala humana, de su pro­
pia seguridad personal.
(13) Cfr. PATRICIO H. RANDLE: La dudad europea: de la edad Media al siglo XIX,
Buenos Aires, OIKOS-Editortal de Be1grano, 2000.
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En síntesis, podemos hablar de cinco contradicciones princi­
pales:
1)
La grandeza puramente material.-La primera contra­
dicción
pone de manifiesto que hay que distinguir entre una gran
ciudad y una ciudad grande. No todas las ciudades grandes mere­
cen ser calificadas de grandes ciudades: Calcutta, San Pablo o
Lagos. Y hay ciudades pequeñas
que son grandes en prestigio:
Toledo, Oxford, Heidelberg.
La hipertrofia se alcanza cuando el crecimiento es desbor­
dante
-sea en extensión, sea en densidad-. Es un crecimiento
parasitario
y, en ese sentido, también inorgánico porque las par­
tes nuevas
ya no se vinculan funcionalmente al núcleo fundacio­
nal;
son dispersas y fruto de una multiplicación mecánica. Se trata
de
un proceso disímil del crecimiento orgánico del tejido vivo en
el que las células viejas estallan en células nuevas al dividirse sus
cromosomas.
La hipertrofia o crecimiento antinatural, inorgánico, descon­
trolado, fuera de toda escala humana es, además de todo eso,
antieconómico,
poco sustentable y sin justificativo lógico; sólo
sujeto a correctivos ortopédicos que generan
un círculo vicioso.
2)
Sede de la cpntracultura . .,---La segunda contradicción
consiste
en que si lo urbano es expresión de civilización -urbs,
dvis, en el fondo son valores análogos-las grandes ciudades de
hoy hacen peligrar ese ideal.
Si la ciudad nace como refugio social ante la intemperie y
crea como una segunda naniraleza, según ya hemos visto, en la
que se enraiza el alma de sus habitantes, ello justifica la expre­
sión de que es la flor de la cultura.
Al desmadrarse la gran ciudad da lugar a fenómenos contra­
culturales, desde los tugurios de la antigua Roma hasta las
villas­
miseria contemporáneas, amen del aumento alarmante de la
delincuencia urbana.
Pero
aun hay otro factor contracultura! en la ciudad moder­
na hipertrofiada que es el peso exagerado de las transacciones
económicas y financieras
por sobre las actividades sin fines de
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lucro, espirituales e intelectuales o de orden social solidario y
voluntario. Algo
que se expresa rnateriahnente en la preeminen­
cia de los rascacielos comerciales por sobre cúpulas y campana­
rios empequeñecidos hasta desaparecer de la silueta urbana.
Por un casual malentendido hoy se habla de la "city" para
mencionar el área central o distrito de negocios de las grandes
ciudades como si se tratara del corazón de la ciudad. Lo que ha
ocurrido es que se traspala el caso de Londres donde el centro
bursátil y
de negocios coincide con la original "city of London".
Por el contrario en la tradición inglesa sólo son, genéricamente,
"cities" las que son sedes episcopales, o sea, un distingo que no
tiene nada de comercial.
3)
Sometimiento de la región.-Desde el sinoecismo
-acuerdo de tribus helénicas para vivir en comunidad-base de
la polis o futura ciudad-estado se pasó a las ciudades coloniales
romanas y a la simbiosis entre reinos y ciudades en la España
visigótica. De esa tradición lejana llegó a nuestra Argentina his­
pánica lo que se llamó la ciudad territorial, aquélla que plantada
en medio de la nada definiría una región futura. La región, así,
siempre fue tributaria de un núcleo urbano como que, por otra
parte, no hay región funcional sin un centro. Y la riqueza de las
regiones
se polarizaba en su ciudad principal o, dicho de otro
modo, la ciudad
vivía de la región.
Pero
con el advenimiento de la hiperciudad moderna los tér­
minos
se invirtieron y hoy las regiones dependen de las ciudades
en razón de tantos factores, económicos co1no tecnológicos y
administrativos. Las ciudades donúnan a sus territorios circun­
dantes, lo subordinan y, en muchos casos lo esterilizan absor­
biendo su población, y devaluando gradualmente los productos
de la tierra en comparación con los industriales.
4)
Las libertades recortadas.-En las postrimerías de la
Edad Media, en la Alemania en la que surgía la ciudad mercantil,
se decía:
der Stadt macht freí Oa ciudad nos hace libres) en el
sentido
de que librara a sus habitantes de la subordinación de
tipo feudal así como de las inseguridad del campo asolado por
bandidos, tierra sin ley.
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Durante todo el tiempo siguiente y especialmente a partir
del siglo
XVII, o de las Luces, de la Ilustración, la ciudad fue
ensalzada como cuna de la libertad, sea
porque fueron capaces
de enfrentarse a los reyes, sea porque en ellas se desarrolló el
culto a la razón, a las ideas, y entre ellas la ideología de la liber­
tad
-la libertad abstracta a veces a costa de las libertades con­
cretas.
Ahora, hoy dia, la sociedad hace otro culto, el culto al con­
sumo
que le conduce a pensar de que la más amplia variedad en
la oferta es una forma de libertad de la que no gozaba antes o
que no está disponible en las ciudades más pequeñas. El hiper­
mercado, la multiplicidad
de medios de comunicación o otros
fenómenos producto del desarrollo tecnológico,
por analogía dan
la sensación a la población de que la gran ciudad nos hace más
libres.
En realidad esto tiene mucho de espejismo, pues si bien no
hay duda de que se dispone un más amplio abanico de opciones
sufre, al mismo tiempo, una gran cantidad de coerciones.
El haci­
namiento de la población
que era legendario en los sectores de
bajos ingresos está avanzando
en la clase media. El precio por
metro cuadrado en las grandes ciudades ha contribuido a ir redu­
ciendo los locales habitables y su superficie. Y así, ahora
es un
privilegio el poder tener espacio para criar hijos, para desarrollar
alguna artesanía doméstica, un cuarto de costura, un tallercito. Y
nada digamos de una habitación para estudiar, de un jardincito o
de una terraza para mirar el cielo.
¿Esta es la libertad que hemos ganado? Para no mencionar el
regalo de la contaminación atmosférica, la sonora o la visual que
es peor cuanto más grande es la ciudad.
Sí. La gran ciudad nos ha tendido una trampa haciéndonos
creer
que sus luces eran todo beneficios cuando en realidad
nos hace pagar
un alto precio. Y la gente termina por pagar­
lo:
¿acaso un departamento, por lo general no vale más caro
que una casa con jardín?, ¿y todo por qué? Porque los tiempos
de viaje se hacen muy largos, penosos y costosos. Sí, tenemos
la libertad de trasladamos adonde quera111os1 pero ¿a qué
precio?
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5) Del zoon politikon (el hombre animal social) al tedium
vitae (el aburrimiento mortal).'--El supuesto implicito de la ciu­
dad es el de corresponder a la naturaleza social del hombre, el
de vivir
en comunidad, el de compartir bienes el de sentirse en
compañía de los demás. Ahora bien, resulta que la gran ciudad
pese a su populosidad y su aparentemente rica diversidad, ter­
mina por crear inmensas zonas de un uso único y exclusivo:
barrios obreros, distritos bancarios, sectores residenciales exclu­
sivos, villas-miseria o barrios cerrados ... a
la Policía.
Entre otros problemas creados por este criterio simplista
--exagerado por un urbanismo reducido a la zonificación-de
complejas consecuencias sociales como es
la formación de ver­
daderos
ghettos y el fomento de la incomprensión entre las cla­
ses sociales está, además,
el efecto psico-social derivado de la
uniformidad deprimente.
Resulta
una paradoja que en ciudades populosas sea donde
se
puede llegar a experimentar la peor sensación de soledad. ¿No
es acaso en las grandes ciudades donde se verifica el más alto
número de suicidios, de neurosis y hasta de enfermos mentales?
¿Qué contradicción mayor
que sentirse solo estando rodeado por
una multitud?
Final-Más allá de las cinco contradicciones fundamentales
que hemos hallado, se
podñan agregar otros matices contradicto­
rios
que afectan a las mega-ciudades haciéndoles perder virtudes.
Por ejemplo, cabe señalar
que si. bien están dotadas de un
alto dinamismo -verificable en el contraste psicosocial entre sus
habitantes y el prototipo
provinciano-se trata de una ventaja
que sufre el contrapeso de la masificación social.
Otra contradicción digna de atención
es la de que mientras
habitualmente las llamamos "metrópolis",
que no quiere decir
sino "ciudad-madre",
en vez de generar hijos (ciudades tributa­
rias, o satélites menores) expanden su vientre hasta reventar.
Y, por último, alguien preguntatá: ¿no será posible revertir
estas tendencias contradictorias de la gran ciudad?
La respuesta
es que
por lo menos es factible no seguir alentando el creci­
miento demencial creando
en la población, tanto como en las
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autoridades, la conciencia de que si alguien se beneficia con ello
es siempre a costa del bien común.
Otra medida sana es
no incrementar la inversión en las gran­
des ciudades para permitir
un mayor crecimiento sino, en todo
caso, para hacer el mantenimiento necesario. En cambio sí deben
extremarse las regulaciones y los controles, el urbanismo norma­
tivo, que no grava al erario y beneficia a toda la población.
Aunque
la marcha hacia la masificación urbana parece un
camino con difícil retomo, siempre se puede hacer algo. La única
solución no es una explosión atómica para poder as! reconstruir
a novo nuestras ciudades hipertrofiadas.
Tampoco hay ningún problema científico o técnico
que sea
insuperable. Antes
que buenos urbanistas se necesita una firme
política urbana:
un discernimiento lúcido y profundo del tipo de
ciudad
que se quiere y que se necesita. Y luego, lo que hace falta
es
un poder libre de intereses sectoriales capaz de implementar­
lo ... lo que
no es poco para el alto grado de politización parti­
daria
que existe hoy.
Un consejo realista
-hoy políticamente incorrecto-dice:
"las contradicciones se acaban a fuerza de contradecirlas",
¿y
quién pudo decirlo? Sarmiento en su Facundo.
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