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Número 411-412

Serie XLII

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Garibaldi en América

GARIBALDI EN AMÉRICA
POR
BERNARDINO MONTEJANO
Para los argentinos y con mayor razón para los habitantes de
la Ciudad
de Buenos Aires, Italia, debido a una estatua ecuestre,
emplazada
en el medio de la plaza que lleva su nombre, apare­
ce ligada con José Garibaldi.
La magnífica Italia. La heredera del Imperio de Marco
Aurelio y
de Teodosio el Grande; de Santo Tomás de Aquino y
de San Francisco de Asís, del Dante y de Giotto, de los Sforza
y
de los Medid, de Santa Catalina de Siena y de San Antonio
de Padua y de tantos más, representada por un individuo de
quien poco sabemos los argentinos, pero tristemente famoso
en su país, según lo denuncia el obispo de Isernia-Venafrio,
Monseñor Andrea Gemma, en su carta abierta al presidente de
la República Italiana Cario Azeglio Ciampi el 15 de noviembre
del 2001.
_ Por eso para ilustrar .las mentes de muchos argentinos, para
descifrar ciertos enigmas, para denunciar complicidades, para
romper silencios, consideramos importante ocuparnos de este
personaje; un hombre al cual Ignacio Braulio Anzoátegui no
soportaba, por considerarlo "más que un bandido, un mamarra­
cho
de bandido".
Garibaldi fue
un hombre del siglo XIX, nació en Niza el 4 de
julio de 1807 y en 1833 conoció a Mazzini y se afilió a la "Joven
Italia",
asociació¡i republicana y liberal que perseguía la unidad
italiana.
Verbo, núm. 411-412 (2003), 119-126.
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BERNARDINO MONTE/ANO
Andan7.aS en el Brasil
Después de un fracaso revolucionario, llega a tierras ameri­
canas
en 1836 y su primera actuación es en el Brasil. A raíz de
un decreto del gobierno imperial que Jo declara pirata, Garibaldi
huye y es herido
en una refiiega.
Refugiado en Entre Ríos es atendido por orden del goberna­
dor Pascual Echagüe, bajo la condición de
no abandonar Guale­
guay sin
penniso. A pesar de que en sus Memorias confiesa su
deber
de gratitud: "debo confesar que le soy deudor" (1), no cum­
ple con su palabra
y repuesto de sus heridas escapa a Montevideo
y después viaja a Río Grande. Allí se pone al servicio del gobier­
no revolucionario y es destinado a dos lanchones que se encon­
traban
en el Camacuá, confluente de la Laguna de los Patos.
Entonces comienzan sus aventuras, como lo reconoce en sus
Memorias "apresamos una barca bastante grande y ricamente
cargada
... La gente ... recibió una pingüe parte del botín ... ". Y se
refiere a
su compañía: "era una verdadera chusma cosmopolita';
allí estaban los "Hermanos de la Costa", que habían formado "el
contingente a los filibusteros y a los tratantes
de negros" (t. !,
págs. 66/67).
Después pasó a Santa Catalina, donde olvidando
que ese
pueblo era revolucionario, sus hombres cometieron toda clase de
tropelías. Ellas concitaron el odio de la población que se suble­
vó,
por lo cual Garibaldi recibió la orden de escarmentarla.
La bestialidad represiva es recordada por el gran responsable
o más bien irresponsable,
en sus Memorias: "No he visto nunca
Jornada más lamentable ni más degradante para la espede
humana ... Nadie era capaz de detener a los insolentes saquea­
dores ... la embriaguez fue general ...
En fin, con amenazas y gol­
pes se consiguió embarcar aquellas fieras desencadenadas. Em­
barcándose también algunos toneles de aguardientes y comesti­
bles•
(t. I, págs. 104/105).
(1) Ed. Biblioteca de "La Nación", Buenos Aires, 1910, t. 1, pág. 54. En ade­
lante citaremos en· el texto.
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GARIBALDI EN AMÉRICA
Luego relata, también en sus Memorias, una anécdota jugo­
sa: en la expedición había muerto un sargento. Y se embarcó el
cadáver para darle después honrosa sepultura ... Paseaba
por la
cubierta cuando lo sorprendió el espectáculo: el cadáver estaba
"en
el centro de un grupo de individuos cuya fisonomía avina­
grada parecfa la de los judíos
que azotaron a Cristo; al resplan­
dor de una vela de sebo, colocado en una botella que descansa­
ba sobre el vientre del cadáver, hacian el efecto de unos cuantos
de.monios jugándose las almas al siete y medio"
(t. I, pág. 105).
Aunque aquí lo que se jugaban era sólo el fruto de sus rapifías.
Tenemos
que destacar algo: en este contexto no hay ideal, no
hay autoridad, no hay jerarquía, no hay disciplina, no existe nada
de lo
que ennoblece al soldado: la causa republicana, como
escribe Juan
B. Tonelli, "era un negocio de gran rendimiento" (2),
un negociado de aquéllos tiempos, como lo reconoce el mismo
Garibaldi en sus Memorias: "ya dentro de la ciudad ... nuestros
soldados ... creían
que no había que hacer otra cosa que comer
bien, beber mejor,
vestirs8 y robar'. Es por eso que él mismo des­
precia al honor:
"¡El honor! Me dan ganas de reír cuando pienso
en el honor del soldado" (t. I, págs. 141 y 171). Pero cuando no
existe el honor la fuerza se degrada en pura violencia y no exis­
te
un ejército sino una banda armada.
El mercenario en el Río de la Plata
Garibaidi fue en sentido estricto un mercenario: así como
había servido al despótico Bey
de Túnez y a los revoluciona­
rios brasileños y
como luego los ofrecería al Papa hoy Beato
Pío IX y al Gran Duque de Toscana, entonces ofrece sus ser­
vicios
al general Fructuoso Rivera, "hombre sin fe, sin honor
y sin prindpios" segun escribía Félix Frías a Alberdi el 27
de julio de 1839, rebelado contra Manuel Oribe, presidente del
Uruguay.
(2) Garibaldi y la masonería argentina ¿un "prócer".impuesto por las logias?,
Ed. Rex, Buenos Aires, 1951, pág. 17.
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BEBNARD/NO MONTEJANO
Rivera le confiere el mando de la escuadra uruguaya y para
su primer objetivo, forzar el paso de Martín Garcia, como afirma
Vicente Sierra,
"se valió de un recurso indigno de un militar
honorable:
enarboló en sus navíos la bandera argentina. Los vi­
gías de la isla se dejaron engañar por la bandera" (3) y el mer­
cenario logró su objetivo.
Pero de poco le sirvió navegar el Paraná. Pequeños comba­
tes, asaltos a estancias con el objetivo de robar y carnear, hasta
que se llega a la batalla de Costa Brava que enfrenta a las fuer­
zas del mercenario
con la Escuadra Federal, al mando de la máxi­
ma gloria naval argentina, el Alnúrante Guillermo Brown, quien
tiempo antes se
había dirigido a Juan Manuel de Rosas para
"aceptar cualquier servicio
en que pudiera ser nombrado para
salvaguardar la dignidad del
país" ( 4).
·
El enfrentamiento concluye con la destrucción de la flota uru­
guaya, y Brown
en su informe del 17 de agosto de 1842, afirma
acerca de los vencidos sin honor:
"la conducta de estos hombres,
ha sido más bien de piratas, pues han saqueado y destruido
cuanta casa o criatura caía en su
poder, sin recordar que hay un
Poder que todo Jo ve y que tarde o temprano premia o castiga
nuestras
acdones', conceptos que ratifica en una carta al general
Oribe, dos
días después: "la conducta del enemigo ha sido la más
escandalosa que se
pueda figurar: todas las leyes de la humani­
dad y
de gentes fueron quebrantadas y abusadas por esos hom­
bres' (5).
Incluso Gartbaldt, para no entregarse incendió uno de los
barcos, llamado
"Constitución", con los prisioneros y tripulantes
en su interior. Es la prueba de su falta de humanidad, de su
adhesión práctica al adagio:
hamo homini lupus.
(3) Historia de la Argentina, Ed. Cientifica Argentina, Buenos Aires, 1972,
t. IX, pág. 107.
( 4) Citado por R. Padilla Barbón, A un siglo de la incorparaci6n de Br-own
a la Escuadra Federal, Revista del Instituto de Investigaciones Históricas Juan
Manuel
de Rosas, Buenos Aires, núm. 7, 1941, pág. 26.
(5)
Papeles de Rozas, con intrOOucción y notas de Adolfo Saldías, Imprenta
Sesé y Larrañaga, La Plata, 1904, t. 1, págs. 226/7.
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GARIBALDI EN AMÉRICA
Canallas desenfrenados
Lo curioso es que el mismo Garibaldi, coincide con las apre­
ciaciones de Brown en sus Memorias, aunque poniéndose al
margen del asunto, como si fuera un extraterrestre o un politico
argentino contemporáneo: "los extranjeros eran casi todos deser­
tores
de barcos de guerra", otros "habían sido expulsados de los
ejércitos de tierra, por varios delitos, muchos por homicidios ...
eran verdaderos canallas
desenfrenado!!' (t. I, pág. 276).
Como comenta Sierra, cabe destacar esto "frente a los que
suponen que sólo
eran salvajes los federales argentinos que lucha­
ban en defensa de la soberanía y de la dignidad de su patria".
Pero ¿qué
hacía Garibaldi con esos canallas? Facilitar y pro­
mover sus canalladas. Todo lo contrario de lo que hace el gran
Caid
de Citadelle, en la obra dé Saint-Exupéry, que ofrece a sus
hombres "embriagueces distintas
de las mediocres de la rapiña,
la usura o el estupro. He aquí
que construyen con sus brazos
nudosos. Su orgullo se transforma
en torres, templos y murallas.
Su crueldad se transforma en grandeza y rigor en la disciplina. Y
sirven a la ciudad
en la que han cambiado sus corazones (XVI)".
Esto último es lo que hizo en general la "Legión Extranjera".
Ofrecer
un futuro encuadrado en un orden, una jerarqwa, una
disciplina, a hombres difíciles y díscolos, a veces con pasados tur­
bios, a quienes ennoblecía a través de la lucha, del sacrificio, del
honor y de la lealtad a una bandera, que era la bandera nacional,
no la extravagante enseña del mercenario Garibaldi, la cual sobre
su fondo negro ostentaba en su centro el Vesubio en erupción y
un cráneo descansando sobre dos tibias cruzadas.
Nada tiene
que ver esa Legión con la Legión Italiana que
forma Garibaldi en Montevideo, después de sufrir otra derrota,
esta vez
en "Arroyo Grande". Aquélla buscaba encarnar las pala­
bras del legendario general Millán Astray: "el sacrificio es lo con­
trario del beneficio. Siempre he procurado seguir el camino del
amor a Dios, el culto a la Patria, al honor, al valor, a la cortesfa,
al espíritu de sacrificio, a la caridad, al perdón, al trabajo y a la
libertad con justicia. O sea, el camino de los caballeros".
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Saqueos de Colonia y de Gualeguachú
La agresión anglo-francesa contra la Confederación Argenti­
na, también fue aprovechada por Garibaldi en 1845. Se formó en
Montevideo una flotilla con buques tomados a nuestra escuadra.
El 31 de agosto bombarde_ó Colonia del Sacramento y luego la
Ciudad oriental cayó
en sus manos. La población fue saqueada,
profanado
su templo y las imágenes sagradas.
En sus
Memorias, lo recuerda como si hubiera sido un doli­
do espectador, "la represión del desorden fue dificil, conside­
rando
que la Colonia era pueblo abundante en provisiones para
la campaña, especialmente en líquidos espirituosos, que aumen­
taban los apetitos de los nada virtuosos saqueadores" (t. !, pág.
214). Siempre
lo necesario para el culto de Baca, del cual
Garibaldi,
aunque no lo confiese, debe haber sido partícipe
entusiasta.
El 5 de septiembre Garibaldi tomó Martín Garc!a, custodiada
por poco más de una docena de inválidos y luego la "expedición
bucanera", como
la calificó el órgano de la colectividad inglesa
porteña, comenzó a remontar el
Río Uruguay aguas arriba.
¿Cuál era el motor dela empresa?¿Liberar a los pueblos de río
arriba? Garibaldi
en sus Memorias nos despeja toda duda, "El
pueblo de Gualeguachú
nos alentaba a la conquista por ser un
verdadero emporio de riqueza:' (t. !, pág. 227).
En el informe del Coronel José Galán al gobernador Antonio
Crespo, del
11 de octubre de 1845, se relata que tomada la
Ciudad, el "emporio" fue castigado con la prisión de los vecinos
y la imposición
de una contribución forzada "de paños, bayetas
y lienzos para
mil vestuarios" y enseguida, el "salvaje pirata"
Garibaldi "desenfrenó a su chusma de salvajes para que robasen
a discreción
y cometiesen toda dase de iniquidades", todo esto ·a
la vista de los buques de guerra de la marina de Inglaterra y
Francia que se hallaban fondeados protegiendo los robos, ultrajes
y toda clase de depredaciones" (6).
(6) Citado por ToNELIJ, ob. cit., pág. 28.
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GARIBALDI EN AMÉRICA
Paysandú, Concordia, Salto ...
Bien provista de provisiones, vestuario y metálico, después
de los saqueos al "emporio" de Gualeguaychú, la escuadrilla de
Garibaldi atacó Paysandú, defendida
por el general uruguayo
Antonio Díaz.
Allí el mercenario experimentó otra vez el sabor
amargo
de la derrota y hasta perdió su correspondencia.
Incansable
en su porfía saqueadora atacó a la Ciudad de
Concordia,
pero las tropas al mando de Eugenio Garzón lo obli­
garon a retirarse.
A fines de octubre entró en la Ciudad de Salto "apoyado por
tropas anglofrancesas. Numerosos vecinos fueron asesinados;
la
iglesia se convirtió en cuartel", fue una guerra de saqueo, aunque
como bien expresa Sierra "hecha
en nombre de la civilización y
de la humanidad" (7).
Increíble el balance de
su trayectoria en el nuevo mundo que
hace Giovanni Stiffoni, profesor de la Universidad de Venecia, en
la Gran Enciclopedia Rialp: "Garibaldi intentó llevar una vida
tranquila
pero no pudo. . . Disgustado por las maniobras de los
politicastros, decidió retornar a la patria... Fue
un hombre de
excepcionales dotes militares e incapaz de acomodarse a las exi­
gencias de la política" (8). Pobres alumnos venecianos
con tan
formados e informados docentes.
La estatua en Plaza Italia (antes Plaza de los Portones)
Después de tantos desastres que jalonaron su paso por esta
tierra americana Garibaldi volvió a Italia, donde murió
en Capre­
ra
en 3 de junio de 1882.
Pocos años después de su muerte y a iniciativa
de la maso­
nería argentina, se proyectó la erección de su estatua.
(J) Ob. cit., pág. 227.
(8) Ecl. rualp, Maru-id, t, X, págs. 70Bn09.
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Respecto a la propuesta, afirmaba entonces José Manuel
Estrada:
"personaje de logia, Garibaidi no es más que un produc­
to enfermizo de las sodedades secretas'; mientras que en la
Cámara
de Diputados el Dr. Indalecio Gómez sostenía que "lejos
de levantar su espiritu a los planos superiores
de la cultura moral,
se encenagó en los peores defectos de la plebe soez: fue como ella
rudimentario
y contradictoiio en las ideas, inculto de sentimien­
tos, procaz de lenguaje, indisciplinado en las acciones, disipado
en la conducta'
(9).
Pero las fue¡zas ocultas triunfaron y el 18 de junio de 1904,
con la presencia del presidente de la República Julio A. Roca,
quien llegó acompañado
de Bartolomé Mitre, que asistfa al acto,
según
"La Nación", en nombre de la familia Garibaldi, se inau­
guró la estatua. Y la antigua "Plaza de los Portones", que signifi­
caba los linderos
de la ciudad, se transformó en Plaza Italia, con
el mercenario en su centro.
El contagio llegó a ciertos lugares del interior y asi en Santa
Fe, el senador Palomeque comparó Garibaldi con Jesucristo,
indignando con esta blasfemia a los demás senadores y a la barra.
En 1910, el matutino
"La Nación", "tribuna de doctrina", gene­
ralmente muy mala, completaba la obra de las sectas
con la publi­
cación de las Memorias, varias veces citadas.
Concluye Tonelli su excelente estudio acerca de este detesta­
ble personaje, señalando
que si resucitara Garibaldi y contem­
plara
su estatua, exclamarla: "De no haber sido por la masonería
a estas horas
no existiría en la Argentina ni el recuerdo de mi
nombre'.
(9) Miscelánea, Buenos Aires, 1904 y Diario de Sesiones de la Cámara de
Diputados de la Nación, 13-8-1897, citados por ToNELLI, ob. cit., págs. 55 y 57.
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