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Número 411-412

Serie XLII

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José García Oro (coord.): Historia de las diócesis españolas, XV: Iglesias de Lugo, Mondoñedo-Ferrol y Orense

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común más allá de las contingencias de los tiempos, que nos han
separado, aunque no tanto para borrarla. Y la de gozar de la
amistad y el saber de personas como Antonio Caponnetto.
MIGUEL AYUSO
]os~ García Oro (Coordinador): HISTORIA DE
LAS DIOCESIS ESPANOLAS, XV: IGLESIAS DE LUGO,
MONDOÑEDO-FERROL Y ORENSE(')
Ya tenemos el segundo volumen de esta Historia de la Iglesia
española y es tan lamentable como el primero que habíamos
comentado en el número 407-408 de Verbo. Cosa por otra parte
presunúble al ser el mismo el coordinador y varios de los auto­
res. Si han desaparecido García Cortés y Hemández Matias,
siguen Baudilio Barreiro, Ofelia Rey y Garda Oro, más alguna
otra adquisición,
obsequiándonos con sus despistes y el coordi­
nador brillando sobre todo por su ausencia.
Prescindiendo, como hicimos en nuestro anterior comentario,
de los siglos antiguos, medievales y aun de buena parte de los
modernos, señalaremos los errores y deficiencias que hemos
advertido en una primera lectura que presumiblemente serian bas­
tantes
más si hiciéramos un estudio más detenido de sus páginas.
La diócesis de Lugo en la Edad Moderna se encomendó a
nuestra
ya conocida Ofelia Rey Castelao que nos dice que el obis­
po fray Francisco Izquierdo OP fue obispo entre 1748 y 1761
(pág. 118). Pero Guitarte
nos dice que murió, ocupando la mitra,
en 1762, fecha que confirman Amador López Valcárcel, autor de
un excelente Episcopologio lucense, y al que es lástima no se le
hubiera encargado las páginas correspondientes de aquella dió­
cesis,
el P. Pazos y Garda Conde. No tenia que haber ido muy
lejos para comprobar las fechas. Su sucesor fue un prelado espa­
ñol bastante conocido que terminó sus días como arzobispo de
(*) BAC, Madrid, 2002, 710 págs.
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Zaragoza y que se llamó Sáenz de Buruaga y no Sáez de Buruaga
(pág. 118). También nos dice que fue promovido a aquella archi­
diócesis
en 1767 pero a todos los demás autores les da por decir
que fue en 1768. Con el siguiente obispo incurre en la cursilería
de llamarle Armanyá (pág. 118), que es algo asi como si yo a ella
se
me ocurriera llamarla Roí o King. O simplemente Rei. Y, dado
a catalanizarle, debió ta1nbién cambiarle el acento pues los cata­
lanes lo escriben con el abierto y no con el cerrado. En Galicia
siempre fue Armañá.
Con el sucesor de éste, Peláez Caunedo, debió terminar la
serie de los obispos lucenses
en la época moderna pero, sin que
sepamos por qué, la prolonga con Azpeitia y Sánchez Rangel, dos
obispos que entran de lleno en la Edad contemporánea, comien­
ce ésta
en 1789, según el cómputo universal, o en 1808 según el
español. Ello le sirve para adjudicar a Azpeitia
una pastoral en
1798, muchos años antes de ser consagrado obispo (pág. 121).
Páginas después nos refiere co1no algunos canónigos lucen­
ses hicieron mejor
carrera eclesiástica, llegando al episcopado
(pág. 124). Es sin duda un dato interesante. Pero ello no autori­
za a lla1nar a quien después sería obispo de Buenos Aires, Benito
Lué Riega, Bartolomé Riega, ni a hacer a Varela Temes natural de
Sabadell, importante localidad barcelonesa, cuando nació en la
humilde localidad gallega
de Sabadelle, ni a hacer a Rivadeneira,
para ella Ribadeneira, obispo de Valladolid
en 1830 cuando no
fue preconizado hasta el año siguiente.
Garcia Oro es el encargado
de redactar las páginas corres­
pondientes a la
época contemporánea. Las comienza con Peláez
Caunedo
-nada tenemos que objetar pues aunque inició su pon­
tificado en la edad moderna falleció ya en la contemporánea-,
con lo que tenemos tres obispos repetidos. Como están tratados
con más amplitud
por el franciscaoo, es de agradecer por el lec­
tor
que tendrá más conocimientos sobre los mismos.
Se hace un lio con Garcia Gil, presentado en 1847, "recibe el
nombramiento pontificio
en mayo de 1848 y es entronizado el
3-VI-1848" (pág. 173). Cuándo recibió el nombramiento pontifi­
cio, lo ignoro.
Las crónicas no suelen hacerse eco del día en que
llegao a poder del obispo las bulas papales pero, si a lo que se
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refiere es a la fecha de la preconización, que es la del nombra-
1niento del obispo, fue el
año anterior, en 1847. En mayo no reci­
bió ningún nombramiento sino que fue consagrado o, como pre­
fieren decir ahora, ordenado. Y lo de la entronización el 3 de
junio debe ser un modo de referirse a la toma de posesión, por
poderes, que es lo que en realidad ocurrió aquel día.
Con monseñor Basulto, obispo mártir
en 1936 cuando era ya
prelado jiennense, se producen una serie de errores tipográficos,
evidentemente no achacables al historiador, que afean el texto.
Los años de 1511, 1520 y 1616 (pág. 183) no tienen, claro está, el
menor sentido. A este obispo le hace García Oro "senador pro­
vincial" (pág.
183) lo que dejará perplejos a no pocos lectores.
¿Había
un Senado gallego, para el que el obispo de Lugo habría
sido elegido por alguna de las provincias gallegas? ¿O un Senado
de la provincia de Lugo? Se refiere, sin duda, a que había sido
elegido senador,
de acuerdo con la Constitución canovista, por la
Provincia eclesiástica de Santiago. Pero no me parece afortunada
la redacción.
Al referirse a su hermano de hábito Fray Plácido Angel Rey
Lemos echamos
de menos el que no aclare el por qué de la
renuncia de la mitra que Roma le impuso. ¿Cuáles fueron esas
"ingenuidades"? Una ocasión perdidad
de enteramos de ellas.
No
hubo ningún obispo de Mallorca, después arzobispo de
Zaragoza, que se llamara Rigoberto Doménech y Reig (pág. 186).
Se refiere sin duda a Don Rigoberto Doménech y Valls, que no
es lo 1nismo. Como tampoco hubo ningún obispo de Pamplona
que se llamara Enrique García Delgado (pág. 189) sino Enrique
Delgado Gómez.
Con el obispo bajo cuyo pontificado se escriben los episco­
pologios suelen los historiadores contenerse. Datos escuetos
sobre lugar de nacimiento, fechas del mismo,
de la ordenación,
de la preconización y consagración, títulos académicos ... y poco
más. Pero el actual obispo de Lugo es franciscano, como García
Oro, de Lalfn, como García Oro, prácticamente contemporá­
neos ... y, venga incienso. Ningún otro obispo de Lugo tuvo tantas
páginas, ni la mitad. Ni que hubiera sido el más excelso prelado
que conoció la diócesis. Que no es el caso. Ni 1nucho menos. En
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ocasiones el turiferario bordea el ridículo: como cuando "José
Gómez -sólo le faltó añadir, Pepe para los amigos--puede ade­
más saciar su apetito
de políglota, llegando a adquirir un domi­
nio excepcional
de las dos lenguas que más le atraen: el italiano
y
el alemán" (pág. 192).
As! como en Lugo se pudo haber contado, seguro que con
resultados muchísimo mejores, con López Valcárcel, para Mon­
doñedo-Ferrol era inexcusable haberlo
hecho con Cal Pardo. Se
prefirió recurrir al
tandem Baudilio Barreiro-Ofelia Rey con peno­
sos resultados.
Los obispos
de fines del siglo XVIII se despachan en tres o
cuatro líneas de datos elementales y se adentran también, como
en el caso de
Lugo, en la Edad conte1nporánea, con dos o tres
obispos -Aguiar puede considerarse en cualquiera de las dos
épocas--, que luego volverán a considerarse en el capitulo
siguiente. Y vuelven a confirmarnos
-Ofelia Rey es insistente-­
que en los monasterios y conventos los libros de predicación y
teología son los más abundantes. Vaya pérdida de tiempo.
José Ramón Rodríguez Lago se ocupa del último periodo de
la diócesis mindoniense. Su trabajo, sin ser extraordinario, mejo­
ra
el del tandem antes citado. Repite, como hemos dicho, a los
obispos
Aguiar, Cienfuegos y López Borricón, que no nació en
Ornillayuso (pág. 343) sino en Hornillayuso. No es cierto que "en
el año de 1839 eran detenidos o desterrados por apoyar al car­
lismo, 18
de los 40 obispos españoles, y en las diócesis de Galicia
sólo
el de Lugo se declaró proclive a Isabel 11" (pág. 344). La
mayoría estaban detenidos o desterrados desde bastante antes.
Entre los gallegos, abiertamente carlista sólo
se declaró el min­
doniense López Borricón. Y
el tudense García Casarrubios era
también tenido por isabelino convicto y confeso. Quiroga y
Palacios
no fue nombrado cardenal en 1952 (pág. 351) sino en
1953. Aquel gran arzobispo que fue Don Marcelino Olaechea no
se llamaba de segundo apellido Lozaga (pág. 351) sino Loizaga.
En Ferro!
no podían permanecer "desde 1782 las Siervas de
Jesús" (págs. 358 y 362) porque fueron fundadas en 1871.
La diócesis de Orense es en cambio un oasis en el desierto
gracias al capítulo redactado por el canónigo archivero de aque-
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lla catedral, Miguel Angel González Garcia, modelo de síntesis,
de metodología y de transmisión de conocimientos.
Es imposible
ponerle reparos sobre todo viendo los trabajos anteriores.
Si
todos los trabajos hubieran estado a su altura estaúamos ante una
excelente historia de las diócesis gallegas que es lo que cabía
esperar del empeño. Lástima
que comience su trabajo por Don
Pedro Zarandía porque los años anteriores, encomendados al
omnipresente Baudilio Barreiro,
son penosos. La gran figura del
obispado, el egregio cardenal Quevedo, apenas existe. Porque
dedicarle 18 líneas (pág. 497)
es absolutamente insuficiente. Y
qué vamos a decir de las 5 con que despacha a Iglesias Lago
(pág. 497).
Además de insuficientes contienen errores de gran enverga­
dura. No ya el decir
que Quevedo nació en Badajoz .entre 1732
y 1736 (pág. 497)
-nació en Villanueva del Fresno en 1736-
sino, sobre todo, -afirmar que renunció por dos veces a la archi­
diócesis de Sevilla en 1783 y en 1812 (pág. 497). Esto es no saber
nada
ni de historia ni de Quevedo. En 1812 no se nombraban
obispos
por lo que ninguno podía renunciar a lo que no se le
nombraba. Cabía
que el Rey Jo propusiera y que fuera "obispo
electo" hasta
que llegara la confinnación de Roma y que lo que
Quevedo renunciara fuera el nombramiento real. ¿Es eso lo que '
quiso decir Barreiro? ~videntemente no porque si el Papa, pri­
sionero de Napoleón, no podía confirmar obispos, Femando VII,
en la misma situación, tampoco podría proponerlos. ¿Pepe
Botella entonces? Imposible, seria desconocer que era el obispo
más antiafrancesado de todos los españoles. ¿La Regencia de
Cádiz en nombre de Femando? Le tenía desterrado en Portugal
por su negativa a jurar la Constitución, además de que, tras su
negativa
a jurar la soberanía nacional en 1810, era inaudito que
se le propusiera para nada desde el Cádiz sitiado. ¿Cabe otra
interpretación
que la absoluta ignorancia del momento y del per­
sonaje
por Barreiro?
Cierra
el estudio de la diócesis orensana un trabajo de
Rodúguez Lago también bastante deplorable. No voy a negar que
al régimen de Franco se Je puede llamar dictadura. Y así se viene
haciendo
en infinitos libros de historia, buenos algunos y deplo-
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rabies los más. Pero esa dictadura fue bendecida muchos años
por la Iglesia y el "invicto Caudillo" entraba en los templos bajo
palio y
si ese templo era una catedral, con la presencia entusias­
ta del obispo. Y
la BAC es una empresa del Episcopado español.
Por ello
me perece más elegante referirse al régimen de Franco
o al Estado franquista
que a "la dictadura franquista" (pág. 599)
o "la dictadura
de Franco" (pág. 600), máxime cuando en el
mismo trabajo
se reconoce que la Iglesia orensana se benefició al
menos de la cantidad de 75,5 millones de pesetas, que no es una
cifra despreciable, y sólo como "subvención estatal a edificios
religiosos" (pág.
6oO).
Si esto es una cuestión de elegancia eclesial ya es en cambio
desconocimiento, y tal vez incluso algo peor, lo que se deduce
de una estadistica que Rodríguez Lago nos ofrece sobre los obis­
pos orensanos desde 1776 (págs. 600-601). No hagamos, ¿o, si?,
casus belll del distinguir, entre los lugares de nacimiento o for­
tna,ción
de los obispos de Orense, la propia provincia, Galicia y
España.
¿No hubiera quedado mejor decir resto de España?
Que de los trece obispos estudiados en el periodo, de dos
de ellos no sepa de dónde procedían y de otros dos qué edad
ténían al ser nombrados obispos ya es puro desconocimiento por
su parte pues de todos se conocen sobradamente esos datos.
El obispo Cesáreo Rodriguez no pudo fundar la Unión
Anlimasónica
de Orense en 1897 (pág. 604) porque murió en
1895. Quevedo no se exilió en Torei (pág. 606) sino en Tourén o
Tourem, parroquia entonces de la mitra orensana pero en el
reino de Portugal. Rodríguez Lago achaca a "lá obstinación" de
llundain (pág. 612) la tragedia· de Osera, con los consiguientes
muertos
por la Guardia Civil. En contradicción con el testimonio,
creemos
que mucho más exacto, que nos había dado páginas
antes González García (pág. 568).
Y concluimos este comentario
con un despropósito más. Se
cierra
ef libro con un trabajo de Maria Dolores Fraga Sampedro
~obre El arte medieval en las diócesis de Lugo, Mondoñedo y
Orense. El trabajo es aceptable pero ¿es que el barroco, arte, con
el románico, gallego por excelencia, no existe en estas diócesis?
Y en las de Santiago y Tuy ¿no hay arte? El arte en Galicia tiene
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dos imágenes universales. Románica una: el Pórtico de la Gloria.
BatToca la otra: la fachada del Obradoiro. Pues no existen. El cor­
dinador
que no coordinaba se encontró con un artículo, faltaban
otros tres, qué mas da. Pues asi se fue a la imprenta.
¿Es necesario que repita que nos encontramos ante una obra
decepcionante? La BAC haria un gran favor a la Iglesia gallega si
comienza a reelaborar estos dos volúmenes
y a la conclusión de
la obra vuelve a publicar la hist01ia de las diócesis gallegas
que
en verdad ellas se merecen.
FRANCISCO ]os~ FERNANDEZ DE LA C!GQ/¡A
Danilo Castellana (ed.): L'ANIMA "EUROPEA"
DELL'EUROPA ('l
El presente volumen, curado por el profesor Danilo
Castellano, de la Universidad de Udine, y director del
Institut
International d'Etudes Européennes "Antonio
Rostnlni''. de
Bolzano, reúne las ponencias y algunas de las comunicaciones
expuestas en el XL Convegno internacional del citado Instituto,
celebrado
en la ciudad altoatesina los dias 11, 12 y 13 de 2001
bajo la presidencia del ilustre profesor de Pavía Pietro Giuseppe
Grasso, decano
y maestro de los iuspublicistas italianos. Por lo
mismo, sólo refleja pálidamente la riqueza de las contribuciones
y aun de las discusiones. Cada uno de los tres dias giró en torno
de una relación principal, a la cual siguieron diversas comunica­
ciones que versaban sobre aspectos parciales de la misma, y
finalmente una discusión general de ponencia y comunicaciones.
La del primer dia corrió a cargo del profesor Danilo Caste­
llano ("Europa como problema"), quien destacó
-desde un foco
eminentemente filosófico---cómo el problema de Europa es
un
problema de civilización, un problema de "verdad", que no
puede solucionarse a partir de una simple Unión, que no pasa de
(") Edizioni &ientifiche Italiane, Nápoles, 2002, 134 págs.
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