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Número 415-416

Serie XLII

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Bernardo Monsegú

IN MEMORIAM
BERNARDO MONSEGÚ, C.P.
Ha fallecido en Madrid a los noventa y tres años el padre
pasionista Bernardo Monsegú. Para nuestros lectores, amigos y
colaboradores
de la primera época y hasta los de fecha bien
cercana se trata, a
no dudarlo, de nombre familiar e impor­
tante. Pues el padre Monsegú
-su verdadero nombre era el de
Hilarión Gómez Monsegú- fue desde casi la fundación de
nuestra obra uno de los sacerdotes que nos asistieron espiri­
tualmente y de quienes también obtuvimos sostén intelectual.
No hay
más que espigar las páginas de las distintas series de
Verbo para hacerse una idea de su cantidad y calidad. De entre
ellos, el jesuita Eustaquio Guerrero fue quizá el
que dejó más
honda huella en un primer momento. Como en un segundo
momento el dominico Victorino Rodrlguez fue el más sólido de
nuestros consejeros. Y, siempre, en todo momento, el también
jesuita Agustín Arredondo. También el padre Bernardo
Monsegú, hasta
que hace años quedara imposibilitado, nos
acompañó de
modo abnegado y constante. En la nota que hice
sobre los cuarenta años de
Verbo, y en la que se deslizaron
algunas omisiones,
por las que vuelvo a pedir disculpas otra
vez, puede hallarse un elenco. Ahora, sin embargo, permitáse­
me recordar solamente a algunos, para mí muy queridos. Los .
inolvidables jesuitas González Quevedo -que vive retirado des­
de hace muchos años en Villagarcia de Campos-, y los ya
desaparecidos Pérez Argos y Alba.
El dominico, gran historia­
dor
de la filosofía, Teófilo Urdanoz. Y el diocesano Luis Ruiz
Galiana. Algunos
de estos nombres volverán a aparecer en lo
que sigue.
El padre Monsegú, según me cuenta Juan Vallet, llegó al
conocimiento de los responsables de la Ciudad Católica a
Verbo, núm. 415-416 (2003), 377-380. 377
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través de los encuentros de intelectuales católicos que promo­
vía otro ilustre religioso amigo, el hebraísta Alejandro Díaz
Macho. Desde entonces fue permanente su
buena disposición
hacia nosotros.
Yo le recuerdo como uno de los puntales ecle­
siásticos
de la Ciudad Católica desde mi incorporación en los
últimos setenta. Acudía puntualmente a las Reuniones anuales
convocadas
por la Fundación Speiro, celebraba en ocasiones la
Santa Misa en la festividad de San Fernando y colaboraba en
las páginas de Verbo. De aspecto humilde y alegre, se trataba
de un verdadero sabio, laborioso y agudo. Su obra fue sobre
todo la revista
Roca viva, que prosiguió al fallecer don Luis
Ruiz Galiana, aunque ya en vida de éste recayera sobre él una
parte no despreciable del peso de la redacción, Yo, que cola­
boraba esporádicamente
en la misma, desde la primera época,
por invitación insistente de don Luis -hijo del general Ruiz
Hernández,
que fue animador durante mucho tiempo de la
Hermandad de Antiguos Combatientes
de Tercios de Reque­
tés-, intensifiqué la relación
en la segunda época, la del padre
Monsegú. Hasta el punto
de que -lo he contado también en
estas páginas a propósito del último número de Roca viva­
cuando vio flojear sus fuerzas, quiso asegurar la continuidad
dejándome la revista
en herencia. De ahi que lleve en el alma
la
pena de no baber logrado asegurar su pervivencia. Pues
incluso durante los últimos años de la vida del padre Monsegú,
me vi forzado a suspender su aparición, ante la falta
de
medios humanos y materiales. Creo que, por el deterioro de la
edad, no se dio cuenta. En Roca viva, revista de cultura cató­
lica, de divulgación, pero
dignísima, y que contó con algunas
plumas extraordinarias, como la del padre Monsegú, dejó éste
cientos de horas
de trabajo, y no sólo en los textos firmados,
sino
en editoriales, notas y crónicas. En los últimos tiempos el
padre Pérez Argos fue
uno de los más firmes en conservar la
línea
de siempre, y aun intensificar su signo de gran nitidez
con la defensa
de la liturgia romana tradicional y la critica
redoblada de algunas
de las directrices conciliares, demostra­
das bien pronto, pero con comprobación
que cada vez se hace
más
palmaria, deletéreas.
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El padre Monsegú cursó estudios de filosofía y teología en
Roma, de donde volvió en 1936, en vísperas del Alzamiento
nacional del
18 de julio, pasando la guerra cautivo en Madrid.
El año 1942 gana un importante premio discernido por el
Casino
de Madrid - Francisco Elías
de Tejada, que quedó segundo-con un traba­
jo sobre la riqueza espiritual
de España. En 1955 obtiene tam­
bién el premio Donoso Cortés, convocado
por las Diputaciones
extremeñas, con un trabajo, luego varias veces reeditado, sobre
La clave teológica de la historia según Donoso Cortés, mientras
que cuatro años después, en 1959, se le adjudica el premio
Menéndez Pelayo, del Consejo Superior
de Investigaciones
Científicas,
por su obra Filosofia del humanismo de Juan Luis
Vives. En esos años, entre 1946 y 1955, será profesor de filo­
softa en Roma, regresando luego a España para ocuparse en
labores pastorales, durante muchos años en el santuario de
Santa Genia, y hacerse cargo de la dirección de la popular
revista El Pasionario. Durante esos años será frecuente también
su colaboración en la Revista Española de Teología y su parti­
cipación
en las Senianas de Estudios Teológicos, todo ello en
el ámbito del Instituto Francisco Suárez del Consejo Superior
de Investigaciones Científicas. Finalmente intervino como peri­
to del Episcopado Español en el II Concilio Vaticano. No extra­
ñará por lo mismo que en distintos momentos de su vida fue­
se cooptado miembro
de la prestigiosa Pontificia Academia
Romana
de Teología, y que perteneciese igualmente a la
Academia Mariológica Internacional y a la Sociedad Mariológica
Española.
Su obra escrita, más allá de lo ya dicho sobre su constan­
te colaboración en revistas, populares como El Pasionario, de
alta divulgación como Roca víva y académicas como Verbo o
la
Revista Española de Teología, se ha objetivado en un buen
número de libros, también de diversa índole. Asi, junto con la
serie
de libros de formación, ocho, publicados por la editorial
Atenas,
que va de ¿Sabes vívír? (1957) a Marido y mujer (1961),
encontrarnos otros como El Occidente
y la hispanidad 0955),
Valoración filosófica de Menéndez Pe/ayo (1957), Él y su Pasión
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(1968), Religi6n y política (1974), los tres tomos de Posconctlto:
hechos y cuestiones polémicas (1973-1976) o La Iglesia que qui­
so Cristo (1986). En todos ellos se evidencia una sólida forma­
ción
en la tradición de la filosofía cristiana, y un juicio certe­
ro, ponderado y valiente sobre las transformaciones eclesiales
de los últimos decenios. También una adscripción al pensa­
miento político tradicional hispano.
Uno
de los ámbitos en que los cambios epocales están
destruyendo el sentido
de la transmisión (tradición) doctrinal,
cultural e incluso actitudinal es el eclesiástico.
El padre
Monsegú aparece como arquetipo del clérigo tradicional,
al
mismo tiempo natural y culto, bondadoso y firme. Ese huma­
no y sobrenatural al mismo tiempo, que está en trance de
desaparición, sustituido sea por el progresista enragé o el
moderado desustanzializado. Que Dios lo tenga en su gloria.
MIGUEL AYUSO
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