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Número 415-416

Serie XLII

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Domingo Muelas Alcocer: Episcopologio conquense. 1858-1997

INFORMACIÓN BIBUOGRÁFICA
extra y se hace injusto si no corresponde a ninguna carga. Si
la autoridad no ejecuta la pérdida del derecho a la vida, éste
se convierte
en un privilegio. De que el Estado tenga el dere­
cho
de aplicar la pena capital no se desprende que tenga
siempre el deber
de hacerlo.
En este resumen encuentro, como todos los
que hacen
resúmenes
en los suyos, la pena de dejar cosas importantes.
La solución está en este .caso en dar un consejo que no siem­
pre es moral, pero que en este caso, sí, y que formulo -con
entusiasmo: compren este
pequeño gran libro.
MANuEL DE SANTA CRUZ
Domingo Muelas Alcocer: EPISCOPOLOGIO
CONQUENSE. 1858-1997
(*)
Un benemérito sacerdote de Cuenca, conocido en la dió­
cesis por numerosas realizaciones pastorales, ha querido
demostrar
que puede haber tiempo para todo y, además del
ejercicio
de su ministerio, en el que ha destacado nota­
blemente, se dedicó también a escribir, y a escribir
de historia.
Ya antes de aparecer este volumen que comentamos, sin
duda
su empeño más laborioso e importante, escribió una bio­
grafía del obispo mártir
don Cruz Laplana, que no he podido
leer, y tiene otra
escrita, creo que no publicada todavía, de
don José Guerra Campos. Además de numerosos articulas
menores.
El período de tiempo que ha elegido -1858-1997-, tiene
una clara justificación.
Don Trifón Muñoz y Saliva había pu­
blicado
en 1860 un Episcopologio de Cuenca que Muelas se
propuso actualizar hasta el momento actual.
Asi se ocupa de
Payá y Rico (1858-1874), Herrero Espinosa de los Monte­
ros
(1875-1876), Moreno Mazón (1877-1881), Valero Nacarino
('") Diputación provincial de Cuenca, Cuenca, 2002, 685 págs.
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INFORMACIÓN BIBLIOGRÁFICA
(1882-1890), González Conde (1891-1899), Sangüesa y Guía
(1900-1922), Laplana (1921,
en el Índice dice incomprensible­
mente 1923-1936),
de los administradores apostólicos, cardenal
Goma (1939-1940) y Modrego (1940-1943), Inocencio Rodrí­
guez (1943-1973), Guerra
Campos (1973-1996), los meses, apenas
tres,
de la administración apostólica del arzobispo de Toledo
Álvarez, penosa decisión vaticana
que el administrador se
encargó
de hacer más penosa todavía, y del Hoyo (1996-).
Conforme uno repasa la lista se confirma en la suerte que
ha tenido Cuenca con los obispos que le tocaron. Pocas dió­
cesis como la conquense podrán exhibir una nómina tan com­
pleta
de excelentes y santos obispos. Y, curiosamente, la mayo­
ría de ellos terminaron sus días episcopales -y también los
empezaron-, rigiendo la diócesis
de San Julián. Es como si
aquel santo obispo,
por quien tanta veneración tienen los con­
quenses, siguiera velando
por el obispado de Cuenca.
De los diez obispos reseñados, solamente tres: Payá, Herre­
ro y Moreno Mazón dejaron la diócesis por más altos destinos.
Los dos primeros alcanzarían el cardenalato en Santiago y
Valencia y Payá terminará sus días como arzobispo prima­
do. Moreno fue Patriarca de las Indias y arzobispo de Granada.
Solamente
dos obispos llegaron a Cuenca con esa condi­
ción
de sucesores de los apóstoles: Valero Nacarino y Guerra
Campos.
El primero procedía de Tuy y monseñor Guerra fue
previamente obispo auxiliar
de Madrid.
Payá fue
un excelente obispo de Cuenca pero tras su reso­
nante discurso en el primer Concilio Vaticano, que cerró prác­
ticamente las discusiones sobre la itúalibilidad por la impresión
que causó en los padres conciliares, estaba cantado que iba a
ser promovido a sede más importante. Herrero es un persona~
je algo enigmático, seguramente el obispo más itinerante del
siglo
XIX: ocupó las diócesis de Cuenca (1875-1876), Vitoria
(1876-1880), a la
que renuncia, Oviedo (1882-1883), Córdoba
(1883-1898) y la archidiócesis valenciana (1898-1903). Su bre­
vísimo
paso por la diócesis prácticamente nos impide juzgarle
como sucesor
de San Julián. Moreno Mazón fue una calamidad
impuesta por sus relaciones amistosas con los políticos de tur-
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INFORMACIÓN BIBLIOGRÁFICA
no que, afortunadamente para Cuenca, pensaron enseguida en
él para un ascenso. Valero Nacarino, sacerdote apreciadísimo
en el obispado antes de ser nombrado obispo de Tuy, regre­
só a la ciudad de sus amores, aunque él era de origen extre­
meño, y dejó en ella fama de santidad. No tuvo un pontifica­
do largo pero se le recordó muchos años como un. gran obispo
de Cuenca. También de pontificado breve fue su sucesor, el
castellanoviejo Pelayo González Conde, pero también sus días
episcopales fueron excelentes, dejando a los pobres
de la dió­
cesis
con su muerte verdaderamente huérfanos pues en ellos
gastaba todo cuanto tenía.
Sangüesa fue
un buen hombre al que pareció le había
mirado
un tuerto pues verdaderamente estaba gafado. Nada
más iniciarse su pontificado
se derrumbó la torre de la cate­
dral, ocasionando varios muertos.
La espantosa fachada neo­
gótica actual fue consecuencia
de aquel desgraciado accidente.
Diez años después se le sublevan sus seminarios contra los
Operarios diocesanos
que él había puesto al frente de los mis­
mos y
que tienen que huir aterrorizados ante las amenazas de
alumnos y familiares.
La Santa Sede le priva de la jurisdicción
sobre el Seminario, situación
que se prolongó hasta su muer­
te diez años después. Caso verdaderamente insólito que no
debió tener. parangón en ninguna otra diócesis española. Viejo
y achacoso presentó la renuncia del obispado
que le fue acep­
tada
en 1921, nombrándosele sucesor pero con la indicación
de
que continuara gobernándolo hasta la llegada del nuevo
obispo.
Al morir Sangüesa antes de la consagración de Laplana,
podemos decir
que estuvo al frente de la diócesis hasta su
muerte. Ello explica
que demos por corrúenzo del pontificado
de Laplana el año de 1921 y como fin del de Sangüesa el de
1922. Don Cruz Laplana es
el obispo mártir de Cuenca, asesina­
do en 1936. El actual prelado acaba de trasladar sus restos, y
los del sacerdote asesinado con él,
don Fernando Español, fiel
compañero del obispo desde el inicio de
su pontificado y que
no quiso abandonarle ·en el momento de su muerte, a una
capilla de la catedral a la que ha dado sus nombres. Estuve
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INFORMACIÓN BIBLIOGRÁFICA
en el acto de la apertura al público de la citada capilla que
fue verdaderamente emocionante. Centenares de sacerdotes
que hablan acudido a una ordenación sacerdotal precedían al
obispo rodeados de más centenares de fieles. El proceso de
beatificación de ambos está muy avanzado y
don Ramón del
Hoyo, actual obispo, les ha encomendado las vocaciones sacer­
dotales
de la diócesis. Y como en la homilía nos dijo que en
sus ya siete años episcopales había ordenado a sesenta sacer­
dotes parece que el obispo mártir se ha hecho cargo del encargo.
Para levantar una diócesis destrozada,
con su obispo y 125
sacerdotes asesinados, las imágenes y otros objetos de culto
destrozados, las iglesias profanadas cuando
no incendiadas y
hasta el venerado cuerpo incorrupto del patrono San Julián
quemado
en el patio del obispado, se nombró a un simpático
sacerdote leonés,
don Inocencio Rodríguez Díez, en promoción
que a no pocos les pareció excesiva. Y fue el gran obispo de
Cuenca
de este siglo y medio que estamos analizando.
Sencillo, simpático, humilde y bueno. Sobre todo, bueno.
Él se
dio totalmente a Cuenca y Cuenca se le entregó. ¡Qué
buen
obispo! ¡Qué santo obispo!
Tras él, monseñor Guerra Campos. Una
de las mejores
cabezas episcopales de este siglo y medio de España. Segu­
ramente el obispo más controvertido de
la segunda mitad del
siglo
xx en la que hubo tantos obispos controvertidos. Y otro
excelente obispo de Cuenca. Yo me atrevería a decir que otro
santo obispo
de Cuenca. Y algunos testimonios de primera
mano tengo.
Por último, don Ramón del Hoyo. Que me parece otro ex­
celente obispo. No tendrá la brillantez intelectual de su prede­
cesor pero, y ojalá no me equivoque, no va a desmerecer,
como último eslabón, en una cadena episcopal realmente
extraordinaria de la
que Cuenca en verdad se puede sentir
orgullosa. De todos ellos nos da cumplida cuenta,
con infinidad de
datos
don Domingo Muelas en este libro que resultará impres­
cindible
en el futuro para quien quiera ocuparse de la dióce­
sis de Cuenca o
de cualquiera de los que fueron sus obispos.
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INFORMACIÓN BIBLIOGRÁFICA
Y ahora, la de arena. Es una verdadera lástima que libro
tan importante, y tan interesante, adolezca de algo que viene
repitiéndose, demasiado; en las obras que nos van presentan­
do canónigos¡ generalmente archiveros, o sacerdotes diocesa­
nos que han dedicado muchísimas horas para confeccionar o
actualizar los episcopologios
de sus respectivos obispados o en
redactar la biografía de alguno de esos obispos. Y ello es que
utilizando los archivos catedralicios o episcopales o los
Boletines oficiales
de las diócesis resulta de ellos que todos los
obispos
son maravillosos, que el pueblo les idolatra y apenas
hay ninguno
que no merezca la canonización. En ningún
Boletín aparecerá critica alguna al pastor
de la diócesis que
siempre será nuestro amantísimo prelado preocupado a todas
horas
por hacer el bien y llevar a Dios a sus amadisimos fie­
les. Todos son hurnildísimos, fervorosísimos, generos1sunos,
caritativísimos
y santísimos. Y, evidentemente, no todos han
sido
así.
Pese a ello, son tantos los datos de interés que aportan
esas fuentes que, recogerlas en un libro ya es labor digna de
todo encomio aunque siempre lamentemos algo
más de espí­
ritu critico y el contraste
con otras fuentes no eclesiales que
permitirian una imagen más verdadera de los obispos en cues­
tión: El día en que canónigos, archiveros o simples sacerdotes,
se decidan a saltar los muros de las catedrales para investigar
con la dedicación y el celo
que consagran a estudiar los docu­
mentos de sus archivos otras fuentes externas, habrá mejorado
muchísimo la historia de la Igiesia hispana y sus obras serán
irreprochables.
Ya de menos importancia, pero debemos consignarlo, el no
seguir siempre un orden correlativo, que seria el normal en las
actuaciones .de cada obispo. Volver a años atrás, con sucesos
nuevos que deberian haberse consignado antes, confunde al
lector. Y también hubiéramos querido más precisión
en las
fechas pues hay hechos, o textos,
que no sabemos de cuándo
son. Ésta, evidentemente, no es una crítica general pero inco­
moda en las ocasiones en que aparece. Sobre todo lo hemos
notado
al tratar del pontificado de González Conde.
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INFORMACIÓN BIBLIOGRÁFICA
El enfrascarse en el documento que se tiene entre manos
lleva también a despreocupars1e de la redacción llevando a que
la pluma se deslice en errores que con algo más de calma no
se hubieran producido. Así, por ejemplo, cuando trata de las
exequias celebradas
por Doña Maria de las Mercedes, no la
habña calificado de "Reina Madre" (pág. 165) pues, como todo
el
mundo sabe, la primera mujer de Alfonso XII no fue madre
de nadie. Creemos que el "sacerdote, periodista y amigo don
Urbano Ferreida" (pág. 185), debe ser don Urbano Ferreiroa
Millán (1845-1901), clérigo notable
en la época aunque hoy
nadie recuerde quién fue. Cuando nos dice
que Valero
Nacarino eligió la "fiesta del Patrocinio
de Maña Santísima para
la gran ceremonia
de su primera consagración episcopal"
(pág. 204), habrá lector ignaro
que creerá que aquel santo
varón fue consagrado obispo varias veces, o por lo menos dos,
en Tuy y en Cuenca. González Conde no asistió al "Congreso
Eucañstico"
de Tarragona (pág. 251), sino al Congreso Católico
celebrado
en aquella ciudad.
Son
lapsus, fácilmente salvables, pero que también desme­
recen
en un trabajo por tantos conceptos excelente.
De los últimos obispos, aparte del dato
que se encuentra en
las fuentes, añade Muelas lo que conoce por ciencia propia. Y
por ciencia de quien no es un párroco perdido de la Serranía
sino cura importante y de moda. La semblanza de don Inocencio
es magistral. Próxima, cordial
y, sobre todo, verdadera. ¡Qué
obispo!
Es lástima que no nos cuente, porque posiblemente él lo
sabe, ya que tuvo trato directo y muy próximo con él,
qué pen°
saba aquel santo varón del Concilio, o mejor,
de los excesos
postconcillares,
de las secularizaciones, de la Asamblea Conjunta,
del desenganche del franquismo,
de Tarancón, y evidentemente
no me refiero al pueblo de la Diócesis, de Dadaglio ...
¿Y la de don José Guerra Campos? ¡Tan comprometida! Nos
parece también próxima, cordial y valiente,
aunque teñida de
prudencia. Dice bastante pero calla mucho. Y él sabe lo que
calla. La crisis de la Acción Católica está apenas mencionada y
referida
al libro que en su d1a 0989) publicó monseñor Guerra.
Su intervención
en el Concilio y su opinión sobre el mismo,
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reflejadas en unas declaraciones a ABC que el periódico tergi­
versó, con protesta del obispo, están suficientemente expuestas.
Su entrada en Cuenca, de la que fui testigo presencial, está
exactisimamente reflejada. Acompañándole estaban sus obispos
amigos.
El cardenal primado don Marcelo, el obispo de
Sigüenza-Guadalajara, monseñor Castán, el obispo auxiliar de
Santiago, monsefior Cerviño, el auxiliar de Madrid, monseñor
Blanco y el obispo dimisionario brasileño, monseñor González
Ferreiro. ¡Qué pocos obispos! ¡Qué pocos amigos!
El poder
estaba en otro sitio y había que ser prudentes. Pero ese otro
lugar llevó a la Iglesia española a simas desde las
que está cos­
tando mucho trabajo,
y muchos años, levantarla. Muchos años
después, también acudí a la despedida
de este mundo de mon­
señor
Guerra. La catedral era la misma. Y tres obispos, también.
Don José,
de cuerpo presente. Y don Marcelo y don José
Cerviño,
ya eméritos. En repetidas ocasiones he dado testimonio
de mi admiración por don Marcelo González Martln, referencia
de la Iglesia española cuando todo se hundía y la gran figura de
nuestro episcopado en el último tercio del siglo xx. Su homilía
en el funeral fue extraordinaria. Valiente y emocionante. El libro
de Muelas la reproduce. Sólo ella vale el libro, que además tie­
ne otros muchos valores. Y también mi reconocimiento a mon­
señor Cerviño que supo ser amigo desde cuando monseñor
Guerra
nada para Cuenca hasta el día en que murió para la dió­
cesis.
En que murió definitivamente tras la muerte anticipada que
es la renuncia a la mitra. Aunque -bien sabemos, por la comu­
nión de los santos, que los obispos, como los demás fieles cris­
tianos, no mueren nunca. Con San Julián, con Valero Nacarino,
con González Conde, con el obispo mártir, con don Inocencia,
está pidiendo a Dios por su Obispado de Cuenca, por aquella
humilde diócesis que
días malos para nuestra Iglesia hicieron que
se le encomendara por
no darle otra de más relumbrón a la que
parecia estar llamado
por sus egregias cualidades.
Muelas, después
de hacer un excelente relato de las relacio­
nes de monseñor Guerra con sus sacerdotes, entra en los temas
más vidriosos de su pontificado. Su actimd ante la Conferencia
Episcopal, con una consideración previa sobre la Asamblea
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INFORMACIÓN BIBLIOGRÁFICA
Conjunta, su fidelidad al Papa, el ostracismo al que le relegaron
sus hermanos, su apoyo a la Hermandad Sacerdotal, su cargo de
Procurador
en Cortes, su posición frente a la Constitución y ante
el aborto,
la muerte de Franco... Yo creo que se podía decir
mucho
más. Pero es digno todo lo que se dice. Y próximo.
Sobre la sustitución del obispo
de Cuenca, encomendán­
dole
la administración de la diócesis al arzobispo de Toledo,
Francisco Álvarez, ya he dicho bastante en otras ocasiones. Me
pareció bastante miserable. Muelas pasa por ello como sobre
ascuas. O, mejor, como el rayo
de sol por el cristal. Es cues­
tión comprometida y no quiso comprometerse más. Y Muelas
fue uno de los más decisivos, si no el más, artífices de la des­
pedida
que quiso darle la diócesis contra la voluntad de don
José. Que Dios se lo pague. Todo el relato de su episcopado
es sumamente interesante, con las reservas que hemos mani­
festado. Que ojalá desaparezcan, o se reduzcan, en la biogra­
fía
que nos dice tiene redactada sobre monseñor Guerra.
Del actual obispo, como es comprensible, apenas se limita a
reseñamos su
historia previa al nombramiento episcopal. Dos pági­
nas escasas. Creemos que será otro dignísimo obispo de Cuenca.
Estamos, pues, ante un libro muy importante que corona,
por el momento, una ejemplar trayectoria eclesial del hoy
canónigo de
la catedral de Cuenca. No queremos que las reser­
vas
que hemos apuntado disuadan a algún lector de estas lí­
neas de su lectura. Es muchísimo más lo positivo del libro que
algún, a nuestro juicio, desmerecimiento del mismo. Ojalá,
todas las diócesis contaran con algo parecido.
En estos momentos ha llegado a nuestra mesa
un episco­
pologio almeriense
que tiene muy buen aspecto. Son dos
tomos voluminosísimos de los que, si Dios quiere, daré cuen­
ta en algún momento. Y me anuncian que don Enrique Cal
Pardo, Deán de la catedral de Mondoñedo, está a punto de
publicar, si
no lo ha hecho ya, el de la diócesis mindoniense.
Tengo el mejor concepto
de don Enrique Cal por trabajos ante­
riores suyos
por lo que cabe esperar un magnífico trabajo.
Algo está empezando a cambiar
en la historia de nuestra
Iglesia pese a trabajos
tan decepcionantes como la historia
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INFORMACIÓN BIBLIOGRÁFICA
de nuestras diócesis de la BAC. El que uno no tenga tiempo
ya para leer todo lo que
se escribe es ya una buenísima noticia.
FRANCISCO JOSÉ FERNÁNDEZ DE LA ÜGOÑA
José Manuel Cuenca: SOCIOLOGÍA DEL EPISCOPADO
ESPAÑOL E HISPANOAMERICANO (1789-1985)
(*)
El profesor Cuenca, catedrático de Historia Contemporánea
de la Universidad de Córdoba, y seguramente nuestro primer
especialista
en historia eclesiástica, ha escrito un libro muy
importante
que me parece ha pasado bastante inadvertido. Al
menos para mí lo habla pasado. Ni había leido criticas de él,
favorables o contrarias,
-y con esto de las criticas ha llegado a
ocurrir un curioso fenómeno: independientemente de cómo se
muestren con un determinado texto sólo por el lugar en el que
aparecen o
por la persona que las escribe, uno puede ya saber
si el libro es bueno o malo-, ni tampoco, y esto es lo más extra­
ño, le había visto citado
con la profusión que el texto merece.
Y hagamos sobre ello nuestra primera consideración.
¿No dis­
tribuye bien sus libros la Editorial? Posiblemente no lo haga bien
pues
no es muy conocida pese a tener en su fondo textos muy
importantes. Sin embargo todos hemos
visto citados en múltiples
ocasiones trabajos aparecidos
en revistas casi inaccesibles. Sin
despreciar absolutamente este marginalismo editorial creemos que
no es esa la razón de la preterición del libro de Cuenca.
Tampoco cabe achacarlo a lo desconocido del autor pues
no
lo es en absoluto. Pocos historiadores podrán exhibir más obra
que este sevillano
de 1939 que paseó su docencia por las
Universidades de Sevilla, Barcelona, Valencia y Córdoba, siendo en
esta última decano muchos años, Premio Nacional, y cuyos libros,
en estos momentos, se deben acercar ya al medio centenar, ade­
más de innumerables artículos en revistas de su especialidad.
Entre tanto título siempre están los más logrados y algunos
menos acabados, obra
de la prisa o el compromiso. ¿Es éste el
(•)·Ediciones Pegaso, Madrid, 1986, 616 págs.
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