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Número 415-416

Serie XLII

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Crítica de la crítica de las ideas políticas argentinas

CRÍTICA DE LA CRÍTICA DE LAS IDEAS
POÚTICAS ARGENTINAS
POR
]VAN FERNANDO SEGOVIA
Para Héctor, pues se lo debía.
Para Josefo, que tal vez comience a entendernos.
Presentar a Juan José Sebreli al público argentino carece de
sentido, pues todos saben que es uno de los intelectuales más
mimado por los medios; hacerlo para el ocasional extranjero que
pudiere detenerse en la lectura de esta nota, desborda los lúni­
tes que ella debe tener. Valga este primer párrafo como excusa
por
no hacer biografía, y también como seña del esp'uitu con el
que abordo la
cñtica, pues no hay en ésta ningún argumento
personal,
ad bomtnem, ni ánimo singular contra el escritor.
Te1a y género, tijera y engrudo
El último escrito de Sebreli, Crítica de las ideas políticas
argentinas,
ha sido un éxito editorial (1) y también objeto de
comentarios -generahnente elogiosos--en ámbitos académicos
o intelectuales, con lo cual
puede decirse que el ciclo del libro
se ha cumplido: objeto
de consumo masivo, el texto garantí-
(1) JUAN JOSÉ SEBRELI, Critica de las ideas políticas argentinas, Ed.
Sudamericana, Buenos Aires, 2002, 507 págs. La que aquí reseño y critico es
la 2.• ed., de diciembre del pasado año; la primera se había hecho un mes
antes, y tengo entendido que, a marzo de 2003, había salido cuando menos
otra nueva edición.
Verbo, núm. 415-416 (2003), 461-478. 461
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JUAN FERNANDO SEGO VIA
zará a quien le escribió dinero y fama; atractivo objeto de inte­
rés para eruditos, su autor gozará de respeto en los círculos
áulicos en los que se desenvuelve la inteligencia argentina.
Lejos estoy
de batir las palmas por ambos éxitos. En el caso
del primero,
porque el libro se volverá un vehículo más de la
falta
de educación cívica argentina; en el segundo, porque el
suceso revela el grado
de hundimiento de nuestros intelec­
tuales, incapaces
de juicio critico para con los miembros de su
corporación conformista.
Convengamos, por lo pronto,
en que Sebreli pasa por un
ensayista de primera línea, que desde hace décadas viene
labrando
su prestigio mediático allende sus escritos. Pero no
por eso debemos permitirle refugiarse en un género literario
para ganar la licencia
de cometer errores e incluso para libe­
rar la imaginación sin motivo, atreviéndose a cualquier inter­
pretación. Un ensayista no endilga epítetos ideológicos a dies­
tra y siniestra, como un puntero de comité podría hacerlo.
Aprovecharse del género del ensayo para camuflar las burra­
das no es excusable. Además, con sólo mirar el tomo nos
damos cuenta de
que no encaramos la lectura de un ensayo.
El título del libro demuestra que Sebreli mismo es más ambi­
cioso.
La extensión del texto lo avala. Y lo acaba de ratificar
la intención erudita
que navega sus párrafos: las notas al final
de cada capítulo superan las veinte páginas y la bibliografía
agrega otras veinte.
Compuesto con cierta libertad
que remeda el pretendido
género ensayístico, lo cierto es
que el aire culto del libro y la
inocultable tendencia
de Sebreli a mostrarse (¿percibirse?) como
un intelectual cuasi-académico, exceden la parca ambición ori­
ginaria. Pero aun en ello ha fracasado el autor, porque el
modo de acceder al estudio del tema y de trasmitir su inves­
tigación deja mucho
que desear tanto sobre la fidelidad de lo
trasmitido como sobre la veracidad
de la consulta de las fuen­
tes o la bibliografía indicadas. Además
de no indicarse jamás
la página
de los textos, las citas suelen ser de otras citas, esto
es, casi nunca hay referencia a la obra original
de la que se
hace la trascripción.
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CRÍITCA DE L4 CRÍ11CA DE IAS IDEAS POIÍT1CAS ARGENI1NAS
Esta manera de componer un texto recuerda los métodos
del costurero remendón. Y Sebreli hace bien este oficio: cual­
quiera
puede ver que la obra está armada con parches multi­
colores y desiguales, con pegotes
de origen plural y disconti­
nuo, ajenos -unos y otros- a la tela en la que se injertan, y
que casi nada dicen de la fuente de la que provienen. Y aun­
que se pretenda alegar que se trata de un ensayo, yo diría
entonces
que se abusa de él y que no es la manera apropia­
da para tratar asuntos complejos de sociología, historia, teoria
política y filosofía, como admite su autor (pág. 11), porque
engañan al común de la gente, haciéndole creer que aquél
sabe lo que,
en realidad, por lo general, desconoce.
Hombre, nombres, años
Unos pocos ejemplos de ese. singular modo de articular un
texto propio con textos ajenos, que no está libre de errores,
traigo ahora a colación. Porque estos errores muestran
la lige­
reza del autor, la dudosa consulta de los libros que aparenta
haber hecho, la rápida escritura del borrador y su escasa lim­
pieza
de falencias y . . . hasta el desconocimiento de los nom­
bres correctos de los autores que cita o menciona.
En las notas 40 y 97 del capítulo 4, sobre nacionalismos
(págs.
451 y 453), remite a un libro de Ramón Doll, en apa­
riencia ya citado, pero
que nunca citó. Y no es que sea difi­
cil encontrar obras de Doll, cuya producción fundamental es
hoy asequible; es que jamás le leyó ni le citó. Lo mismo pasa
en la nota 32 del capítulo 5, sobre peronismo (pág. 455): aho­
ra nos reenvía a
una obra de Jeffrey Herf que en ningún
momento citó. Y no se preocupó, no es mera distracción de
Sebreli, porque los libros de éstos no se encuentran siquiera
en la bibliografia.
Una perla exótica es la
nota 35 del capítulo 1 que dice tex­
tualmente: "Cita
de Guizot" (pág. 442). En realidad, debió
transcribir
un texto del escritor francés, pero nunca lo hizo.
Esto sugiere que Sebreli editó un libro que, en buena parte,
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JUAN FERNANDO SEGOv7A
tenía aún el carácter de borrador y que, una vez en prensa, ni
siquiera le revisó para corregir erratas gruesas como ésta. Y
Guizot tampoco está en la bibliografía.
Otros casos
no menos grotescos: el Sy//abus de Pío IX fue
una encíclica (pág. 33), según Sebreli, cuando en realidad es un
documento pontificio que acompañó a una encíclica, la Quanta
Cura. Siguiendo con los Papas, la encíclica Quadragesimo Anno,
de Pío XI, justifica y admite el fascismo (pág. 193), lo que prue­
ba que el autor no la ha leído, lo que no se justifica ni admite,
pues no se habla de lo desconocido si no se es un bocón (un
guitarrero) que alardea de un saber que no se tiene.
En ciertos momentos el desconocimiento se vuelve aliado
de la falsa erudición y Sebreli mete la pata. En página 110 dice
que el roquista mendocino Civit se pasó al radicalismo, cuan­
do la historia enseña que no fue así, que fue gobernador por
los liberales, enfrentado a los radicales. En la página 165 ase­
gura
que Edmund Burke era católico, cuando es sabido que el
famoso autor
de las Reflexiones fue bautizado como protestan­
te irlandés y
educado en el Colegio Trinidad de Dublín, a la
sazón
un núcleo fuertemente protestante (2). Concepción cató­
lica de la política
es un libro que el padre Meinvielle escribió
en 1974, según Sebreli (pág. 170), aunque se sabe que lo edi­
taron por vez primera los Cursos de Cultura Católica en 1932
y, lo
que no es menor, el cura falleció en 1973.
La lista sigue con apreciables errores que disgustan. En la
página 198 atribuye a Tomás
D. Casares una frase sobre el fas­
cismo que, en realidad pertenece a César Pico; contribuye al
craso error el hecho de que la cita carezca de nota bibliográ­
fica y
que ni Pico ni Casares figuren en la bibliografía. Entre
los juristas católicos
del peronismo que actuaron en la
Convención Nacional Constituyente
de 1949 se olvida de Pablo
Ramella (pág. 223), lo
que viene a tono con similar ignorancia
de muchos historiadores. De Carlos Ibarguren dice que aban­
donó el gobierno revolucionario del 43 cuando éste se volvió
(2) Hubiera sido distinto si Sebreli dijese que Burke tenia simpatías cató­
licas. Simpatizar no es lo mismo que profesar, empero.
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CRÍ11CA DE LA CRÍ11CA DE LAS IDEAS POIÍTICAS ARGENTINAS
peronista (pág. 224), lo que es completamente falso como lo
probaría una lectura
de la introducción a su libro La reforma
constttucional,
de 1948, que elogia a Perón. Fecha en 1947
una carta de Perón al cura Benítez (pág. 258),
que en realidad
fue escrita una década más tarde.
La expulsión de los grams­
cianos del
PCRA se produjo luego de la polémica de 1962 y
los expulsos fueron denostados
en una publicación de 1946
(pág. 368 y nota 48 de pág. 460), segón la rara
cronología de
Sebreli. Los Montoneros se nutrieron de jóvenes provenientes
de familias patricias, pero no hay mención alguna a Patricia
Bullrich (pág. 391), omisión
que parece deberse a cierta mili­
tancia progresista democrática de ésta que coincide con los
ideales -ya los veremos-de nuestro autor. Menem reformó la
constitución
en 1993 y no en 1994, dice un Sebreli falto de
memoria (pág. 413), lo que se entiende a esta altura del libro.
Desconocer los hombres y desconocer los nombres es una
y la misma cosa para Sebreli. Un detalle incompleto de esa
ignorancia va a continuación: dice
Carturelli por Caturelli (el
filósofo católico cordobés),
Falcinelli por Falcionelli (el histo­
riador sardo,
que viviera en Argentina), Dott por Dotti (el his­
toriador del
Car! Sciunitt en Argentina), Sabato por Sábato,
Mienvielle por Meinvielle, Nolde por Nolte (el reconocido his­
toriador alemán),
Lisandro Zía por Lisardo Zía, R6bem por
Réihm (el nazi). Invito a los lectores a descubrir nuevos per­
sonajes de esta novela sebreliana.
¿Qué se
puede esperar de una obra plagada de errores,
erratas, falsedades e ignorancias? ¿Qué clase de interpretacio­
nes, comprensiones
y explicaciones puede avanzar un autor
que demuestra impericia en este tema, descuido y falta de pul­
critud, escasa seriedad ·y ánimo repelente a normas elementales
de la lectura y la escritura? Veamos.
Dónde comenzar la critica, dónde terminarla
Una primera pregunta que cae como piano desde un quin­
to piso al suelo: ¿cuándo comienzan las ideas argentinas?
¿Cuándo se inicia el desarrollo de las ideas argentinas? ¿En qué
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JUAN FERNANDO SEGOVIA
momento hay un despertar de las ideas vernáculas? Seria de
desear que el autor dijera algo al respecto, como para que el
lector ruviera
un asidero. Pero nada explica Sebreli, lo deja
librado a la imaginación
de cada cual, porque él propone otra
cosa: arrancar
desde Sarmiento y de ahí hasta Menem.
Ese es el derrotero propuesto por el escritor, que tiene
omisiones sensibles. Por
lo pronto, ¿existen motivos -ignoran­
cia aparte-para olvidarse de todas las ideas suscitadas por el
movimiento revolucionario de 1810 y sus raíces hispano-colo­
niales?
Me parece que no, y que cualquier aventura crítica
debería haber iniciado en ese momento. No hay tampoco razo­
nes atendibles que expliquen por qué no hay ningún esrudio
(sintético, escueto) sobre Rivadavia, los unitarios y los federa­
les, Rosas y los intentos de organización constirucional.
Sobre Rosas, apenas
un párrafo infausto en el capítulo
dedicado
al peronismo: el rosismo es un totalitarismo, como lo
fueran Esparta, el imperio incaico o los despotismos orientales
(pág. 247). Anacronismo inaceptable que nos
pone de lleno en
el estilo de Sebreli: motejar más allá de los límites temporales,
insultando ideológicamente, apelando a remoquetes y etiquetas
que dicen más por lo sensacional y emocional que por su con­
tenido presuntamente científico o académico. Pero claro, en un
ensayo todo
es posible, incluso violar las coordenadas tempo­
rales, la honestidad del escritor y la inocencia del lector. Ya
volveré sobre el particular.
Dejo, simplemente, algunas omisiones que me parecen
-por su importancia y trascendencia- errores graves: a Frondizi
se le dedican solamente
dos páginas (págs. 316 a 318) insul­
sas y poco felices, sin advertir el peso de sus ideas en su épo­
ca y la gravitación de su figura en el espectro político-ideoló­
gico
de ese entonces. Cuando trata del radicalismo (capírulo 3),
omite toda referencia a la doctrina original para reconcentrar­
se en Yrigoyen. Así, cualquiera que quisiese saber sobre los
orígenes del centenario partido no sabrá que existió un Alem,
un Del Valle, que hubo una revolución histórica en 1890 y
que, antes del encumbramiento del
peludo a la presidencia,
existen documentos partidarios
de valor ideológico.
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CRÍTICA DE LA CRÍTICA DE L4S IDEAS POIÍI1CAS ARGENTINAS
Del mismo modo, me pregunto: ¿por qué concluir el libro
con Menem y Alfonsín? Ambos, de pensadores, tuvieron poco
y nada, fueron vulgares divulgadores de ideas que flotaban en
el ambiente; pudo haberse estudiado el contexto ideológico
en el que actuaron y se formaron figuras representativas de
esos gobiernos. Sin embargo,
que el libro culmine con esas
presidencias tiene una justificación: ambas son representati­
vas de los valores a los que adhiere el
autor, por lo que nada
mejor que concluir la obra -critica a palos a todos, sin per­
dón-con elogios a esos dos presidentes que nos pusieron
en el camino abandonado un siglo antes. Para respetar el
orden que me he impuesto, volveré sobre este asunto más
adelante.
Provocar, enardecer, disgustar
Algo debe decirse sobre cómo escribe Sebreli y qué busca
incitar en sus lectores. Y me inclino a estudiar este aspecto de
su obra, antes que
l~s interpretaciones concretas, porque éstas
son polémicas y siempre es posible controvertidas. Polemizar
y controvertir sus tesis me llevarla un espacio similar a la can­
tidad de páginas que ocupa su libro; en cambio, mostrar el
proceso
de su escritura es más edificante, porque develará de
qué manera se escribe un libro erróneo que se pinta de cier­
to, desopilante que se quiere hacer pasar por serio, falso que
se traduce por verdadero.
Sebreli escribe en estilo chocante, provocador. Busca, antes
que nada, enardecer al lector que conoce de lo que escribe él,
sorprender
al ignorante y disgustar a unos y a otros. Los recur­
sos
que emplea son simples: los anacronismos (se vio en el
caso de Rosas), las comparaciones paradójicas, el pegoteo de
etiquetas a personas
y partidos o grupos como un remarcador
de supermercado, el insulto político velado
en las caracteriza­
ciones aparentemente científicas, las reconstrucciones genéricas
que olvidan los contextos concretos, las afrrmaciones altiso­
nantes que hieren los oídos
y lastiman la vista, etcétera.
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Tengo la sensación de que Sebreli busca, casi siempre,
controvertir lo establecido
con el sólo ánimo de negar lo que
se dice (3). Sebreli persigue, por lo general, dar otra vuelta de
tuerca a lo que se ha dicho, retorcer los argumentos hasta
encontrar uno artificialmente distinto y personal, que tenga una
marca original, aunque ya no responda a ninguna verdad ele­
mental ni considere el
punto del cual partió. En este darle
vueltas a la tuerca, se
pasó de vueltas y se le robó la rosca.
¡Sebreli perdió
la chaveta! No se puede ser siempre original y
diferente a los demás, no siempre hay interpretaciones radical­
mente opuestas a las ya expresadas por otros historiadores. Y
la crítica no consiste en eso.
Seguidamente, tomo algunos casos que ejemplifican los
procedimientos seguidos por Sebreli para reconstruir y criticar
las ideas argentinas.
Sarmiento
Sarmiento es un romántico que en el Facundo explicó la
historia como lucha
de clases, tal como la había aprendido en
su viaje a Francia. Sin duda que estas afirmaciones tienen bas­
tante de caricaturesco, pero ¿qué decir de la afirmación según
la cual "Sarmiento fue un marxista de derecha"? (págs. 23-24).
Supongo que, con el afán
de provocar, Sebreli consiguió
escandalizar, lo
que no es fin de la historia ni de los géneros
desde los cuales
puede escribírsela.
Me pregunto: si Sarmiento es la derecha de Marx, ¿será el
centro
de Hegel y la ultraderecha de Kant? Y Marx, ¿sería un
sarmientista de izquierda? Como se ve, la categoría no resiste
el menor análisis. Comparar por comparar
no es buen méto­
do. Calificar a gusto no es sensato. Como no lo es tampoco
sugerir
que Sarmiento hacía marxismo (o antimarxismo) sin
(3) Así lo anticipó mi amigo Carlos Egües, al comentarme la lectura de
este
libro. Cuando hice la mía, me di cuenta que esa guía para el lector era
cierta, t.an cierta como dañina.
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CRÍ11CA DE L4 CRlTJCA DE .LI.S IDEAS POIÍ11CAS ARGENIINAS
saberlo. Como tampoco Jo es juzgar que Sarmiento anticipó en
el régimen de Rosas una forma temprana del fascismo, La retó­
rica de Sebreli
no es hilarante. Es irritante, falsa, humillante,
por insensata y absurda.
El liberalismo
Según Sebreli, el liberalismo argentino hizo del catolicismo
la religión de Estado y le dio a la Iglesia el gobierno del
Ejército y de la escuela para nacionallzar y cohesionar una
población heterogénea (pág. 34). Argumento especioso, si los
hay, porque desconoce
que la constitución liberal de 1853 no
hace del catolicismo la religión de Estado sino un culto espe­
cial (privilegiado,
si se quiere) sometido al Patronato de los
poderes estatales. Además,
se tragó de un mordiscón las leyes
laicas del ochenta,
que Je quitaron a la Iglesia, entre otras
cosas, el manejo de la educación, que desde entonces pasó a
ser pública, gratuita y laica.
Todo el capítulo 2
en el que se intenta descubrir las
raíces liberales del nacionalismo
no es un mal intento, salvo
por las anteojeras ideológicas del autor, que califica de proto­
fascistas (así, el
pobre Joaquín V. González, pág. 72) a esos
liberales conscientes del problema nacional generado
por la
inmigración. Quiero decir que descubrir elementos naciona­
listas en el liberalismo no es lo mismo que inventar el aguje­
ro del mate y que, engañarse con esto,
puede llevar a leer
mal los textos, como el
de Carlos O. Bunge que trascribe en
pág. 73. No debe olvidarse que los liberales no vivían en el
mundo o el universo,
que sus hermanos no eran la hu­
manidad, que su identidad no era cosmopolita. Moraban eq la
Argentina; sus prójimos eran los argentinos -incluso los ex­
tranjeros que aquí se establecieron-; y creían vital ratificar o
edificar, como se quiera, una identidad vernácula.
¿Qué otra
cosa hacían por entonces los ingleses, los franceses y los ame­
ricanos, paladines del liberalismo y de la democracia univer­
sales?
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Nada más lejos de los liberales inventar un monstruo como
Frankestein
-según sugiere Sebreli- (pág. 99); ni el nacionalis­
mo fue ese monstruo, ni los liberales se hicieron nacionalistas.
Basta con analizar la revolución
de 1930 para darse cuenta.
El radicalismo
Dice Sebreli que "el radicalismo era más conservador que
la elite del ochenta" (pág. 47). Una mentira: es cierto que
socialmente no había grandes diferencias entre éstos y aqué­
llos, al menos
en los años finales del siglo XIX, porque ya en
el xx la composición social del radicalismo es muy diferente.
En el plano
de las ideas, comulgaban en principios liberales
comunes, pero los radicales le agregaban una afán democráti­
co revolucionario
que los volvía opositores de los liberales
conservadores. Ni los radicales se entendían como conserva­
dores ni los conservadores los veían
así; pues, de ser cierto lo
que afuma Sebreli, ¿por qué no se apoyaron muruamente? ¿por
qué los radicales golpearon con violencia a los gobiernos libe­
rales y éstos no se unieron a aquéllos una vez que se obser­
vó el ascenso de las masas en el nuevo siglo?
De vez
en cuando conviene escribir con letra fina, pues
para reflexionar, hay que abandonar el lápiz de carpintero. Por
eso, decir
que el radicalismo era un semibonapartismo (págs.
109 y 138) es
insistir en argumentos anacrónicos para homoge­
neizar
las cortientes políticas e ideológicas del país, del mismo
modo
que el carpintero corta iguales las cuatro patas de la
cama. La diferencia está en que la historia no es técnica de
multiplicar productos similares sino una comprensión de lo
común y lo singular. A Sebreli
no le interesa. Él es un carpin­
tero
que esctibe libros de historia y por eso quiere presentar a
los radicales como padres extramatrimoniales del nacionalismo
y del peronismo (pág. 120), porque eran unos conservadores
hipóctitas (pág. 134) ( 4). ¡Qué bárbaro! ¡Cómo simplifica!
(4) Lo dice por la defensa de la familia que hiciera Yrigoyen. Escribe
SEBREIJ: "lípica hipocresia de la doble moral victoriana del solterón con nume­
rosas amantes e hijos
naturales." ¡Así se escribe la historia y se devela la ver-
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CRÍTICA DE LA CRÍ11CA DE LAS IDEAS POÚ11CAS ARGENTINAS
El nacionalismo
Para Sebreli el nacionalismo argentino queda circunscrito a
lo
que dijera un militante hace pocos años. Valiéndose del tes­
timonio
de un músico de un grupo de rock nazi, los naciona­
listas viene a ser discípulos
de Hitler, Nietzsche, Ramiro Ledesrna
Ramos y Wagner, entre otros (pág. 186). Ensalada brutal que el
autor digiere
de un bocado, creyéndola sabrosa. En realidad,
cuesta creer que haya mordido el anzuelo ante tanta insensatez,
pero puede ser que lo que en realidad quiera Sebreli es tras­
mitir al lector un miedo mitológico al nacionalismo. De hecho,
en más de treinta páginas va revelando los origenes de los
nacionalistas:
reaccionarios) anglófilos y conservadores, amantes
del mesianismo ruso, derechistas a
la francesa, hispanófilos,
católicos, filosóficamente vitalistas, culturalmente pesimistas, los
nacionalistas, como
no podía ser de otra forma, acaban siendo
fascistas o pretendiendo serlo.
¡Y todo esto sin que tengan nada
de original o particular! Puro remedo de tendencias extranjeras,
¿por qué seguir llamándoles nacionalistas?
Ni aun la más apasionada de las versiones antinacionalis­
tas del nacionalismo argentino, salvo la
de Rock, había llega­
do a contar una historia tan tormentosa y escalofriante. Pero
como Sebreli compra todo el pescado podrido -para pudrir la
cabeza del lector-, termina
su relato desapasionado y científi­
co escrutando las actuales raíces árabe islámicas
de los
nacionalistas
de los últimos años, siguiendo las indicaciones del
preclaro Alejandro Biondini (págs. 208-210),
de modo que no
quede duda que hoy los terroristas son los nacionalistas.
Peronismo
Impenitente, Sebreli reitera -aunque cada vez más confu­
samente-su teoría del peronismo como versión peculiar del
dad! ¡Califique, Sebreli, califique, que en esto es usted perito! Pero no se olvi­
de que antes había dicho que los radicales -que ahora son farsantes- eran
más conservadores que los propios conservadores. ¿En qué quedamos?
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bonapartismo, un populismo, un fascismo, en fm (pág. 232).
La noción de comunidad organizada de Perón, antes que reco­
nocer antecedentes cristianos, está inspirada
en Hitler (pág.
230), aunque el peronismo
no sea más que la extensión de las
políticas asistencialistas conservadoras, mezcladas con doctrina
social de la Iglesia y dosis de autoritarismo a lo Mussolini (pág.
224).
Que los intérpretes no se equivoquen: el peronismo no
es más que la socialdemocracia de nuestros cretinos conserva­
dores (pág. 233). De ahí que sea un inacabado fascismo, una
versión débil, blanda, suave,
por imperio del populismo
(pág. 237).
Pero, ¿cómo puede ser asi si, como' dice el autor en frase
poco feliz, "el fascismo fue un descubrimiento tardío de Perón
antes de su viaje a Italia"? (pág. 272). Es dificil que Sebreli sea
coherente con el peronismo cuando no lo ha sido con sus pre­
decesores. Porque el peronismo es una expresión tan particu­
lar de fenómenos argentinos, hispanoamericanos y europeos, que
si sólo se le aplican categorías foráneas -más aún cuando la
aplicación
no es dosis homeopáticas sino con la brutalidad de
un carnicero-, no se le acaba de entender como lo que fue:
peronismo, sencillamente peronismo (5).
Lo que queda claro en tanta confusión es que el peronis­
mo era antidemocrático y que por esos sus opositores y riva­
les se vieron "obligados" a usar medios igualmente antidemo­
cráticos, según la lógica fatal del sistema (pág. 283). ¡Qué
tal!
Menudo argumento para justificar las revoluciones, en particu­
lar la del
55.
Militarismo
Para Sebreli, todas las revoluciones militares, desde la del
30 hasta la del
76, son lo mismo y sólo se diferencian en
menudencias, pequeñeces debidas a flaquezas de los actores o
(5) Sin embargo, Sebreli no escatima eufemismos. A pesar de pegar eti­
quetas variopintas
al peronismo intentando precisar su naturaleza, no duda en
decir
de los países comunistas bajo el ala soviética, que eran "los regímenes
burocráticos del Este" (pág. 281).
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CRÍTICA DE LA CRÍTICA DE LAS IDEAS POIÍ11CAS ARGENTINAS
a novedades de su tiempo. Hubo, entre aquéllos, quienes con­
fesaron
la debilidad y se convirtieron a la democracia: Sebreli
exculpa
por eso a Mariano Grandona (pág. 299), caso particu­
lar cuya mención
no se entiende si no fuera por la amistad
mediática entrambos. Pero, más allá de esta nota sensiblera,
Sebreli anuncia que a los militares no los quiso nadie, pero sus
gobiernos fueron apoyados masivamente: sindicalistas, políti­
cos, la Iglesia y el cuerpo castrense se sumaron siempre a
generar el consenso militarista. Además, todos los golpes fue­
ron cortados con la misma tijera y reprodujeron, más o menos,
la misma receta: ideólogos nacionalistas, proyectos corporati­
vos, inflamado catolicismo, anticomunismo, seudo liberalismo
económico, etc. En todo caso, la historia siempre se repitió,
como en el corsi e ricorsi de los modernos, nada nuevo hubo
de mano del militarismo, que se remedó a si mismo hasta su
agotamiento.
Malvinas Un párrafo aparte ameritan los dichos de Sebreli sobre
Malvinas. No
puedo dejar de transcribir el párrafo que sigue:
"El Mundial de Fútbol 1978 fue un ensayo general para la gue­
rra, el partido
de fútbol era vivido con la misma dramaticidad
que una batalla y después la guerra seria trasmitida y recibida
por una sociedad, criminalmente frívola, como si fuera un par­
tido de fútbol." (pág. 334) La lectura del texto me sugiere
varias ideas,
pero hay dos que me parecen inaceptables: la
comparación entre guerra y fútbol sólo es posible
en una men­
te atormentada que no comprende a una y a otro, salvo que
se
trate de otra de sus habituales comparaciones exageradas y
falsas. Además, acusa a los argentinos de formar una sociedad
criminal y frivola, lo que cuando menos es una imputación
injusta y cuando más radicalmente falsa. Tan falsa como otras
afmnaciones que le siguen: que Malvinas fue siempre un pro­
blema menor (para Sebreli, se entiende),
que los extremistas
de izquierda
en el extranjero apoyaron la reivindicación militar
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por sus genes antidemocráticos y nacionalistas (es decir: nada
más que un prurito ideológico unía a víctimas y victimarios),
y
que los países hispanoamericanos dieron sólo apoyo moral
(olvidando la efectiva y concreta ayuda material del Perú).
Pocas cretinadas y mentiras se pueden encontrar tan conden­
sadas como en las dos páginas y media que el autor dedica
esta cuestión.
Las izquierdas
Si hay un capítulo aceptable es éste, que el autor relata
bastante bien
en razón al conocimiento que del asunto tiene
por su vieja militancia. A pesar de ello, algunos lugares sugie­
ren nuevos focos
de ignorancía (como cuando dice, en la pági­
na 347, que la única declaración internacionalista, antifascista y
democrática, o sea: de izquierdas, de la CGT fue la de 1945
contra Bramen) (6) o interpretaciones sesgadas (como cuando
mutila
un texto de Jorge Abelardo Ramos, en la página 351,
para hacerle decir lo que él quiere que diga). Algunas recons­
trucciones demuestran sus fobías: los representantes
de la
izquierda nacional no son sino nacionalistas disfrazados, como
ese personaje al que denosta, Hernández Arregui. Aquí la obje­
tividad, guiada
por una reconstrucción antojadiza, no supera la
prueba de los viejos rencores y los nuevos amores.
Y como para que
no queden dudas que la /Jete noir del
autor es el fascismo, los Montoneros fueron fascistas de izquier­
da, tesis que avanzó Giussani, y que Sebreli ni siquiera men­
ciona, para quedarse con los honores de tan equívoca tesis.
Guevara y Cristo
Pero el punto más elevado de las descabelladas teorías de
Sebreli está en su reconstrucción del Che. Las páginas que le
dedica (de
la 377 a la 388) comienzan jugando con la figura
(6) Olvidando, cuando menos, el programa de Huerta Grande de las 62
Organizaciones
de 1962 o el de la CGT de los Argentinos de 1968.
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CRÍI'JCA DE LA CRÍ'l1CA DE !AS IDEAS POLÍTICAS ARGENTINAS
del aventurero -el Che es un trasgresor idealista que vive la
revolución apasionadamente y sin reflexionar- y culmina en su
transfiguración en héroe y santo. Así, por mor de la vida aven­
turera, vienen a encontrarse el Che con Cristo. Convengamos
en algo: es más fácil apuntar el Che a los extremos; o asesi­
no y criminal, adorador de la violencia, o revolucionario inter­
nacional e idealista, amante de la sufrida humanidad. Las ver­
siones· vulgares no son del gusto de Sebreli, por eso, en
recurso dialéctico, niega los extremos al tiempo que los sinte­
tiza en un tercer momento nuevo e increíble: el Che hizo de
su vida un culto de la muerte, llenó aquélla de un sentido
heroico similar a Cristo, la primera "vedette de la muerte" (pág.
387).
El Che mártir no es más que uno de los tantos héroes y
santos que, como Cristo despreciaron la vida y ensalzaron la
muerte. Guevara,
como aquéllos, rechazó el materialismo y
proclamó la supremacía de los valores morales: servicio, sacri­
ficio, disciplina, corazón, heroísmo, santidad (pág. 388).
Si lo que dice del Che mueve a la risa, por su carácter
ramplón adornado
de elevada teoría, lo que afirma de Cristo
lleva a las lágrimas,
por su nula comprensión de la religión
católica
y de las religiones fundadas en su doctrina. Que aqué­
lla
y éstas sean el culto de la muerte es tan antipático como
falso: nada de amor,
de caridad, de resurrección a la vida ple­
na
y verdadera; en fin, nada de trascendencia. Las religiones
caen bajo la fenomenología
de la muerte. Así se simplifica y
se hace crítica científica.
La. democracia
Alfonsín y Menem
son la democracia, cada uno con sus
notas propias, pero democracia
al fin. Y es bueno que así sea,
segón Sebreli. Porque con su llegada los militares abandona­
ron la política (pág. 409), omitiendo a Balsa, a Rico y otros
muchos que se bañaron en las aguas democráticas e hicieron
política de modo distinto, pero política democrática al fin.
Porque se ha retomado el ciclo de la secularización, expul-
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JUAN FERNANDO SEGOV!A
sando a la Iglesia de sus dominios (págs. 412-414), aunque ello
signifique hacer caso omiso
de algunas irrupciones de reli­
giosidad
de la sociedad, como en el Congreso Pedagógico.
Porque ello significó la introducción
de la libertad económica,
pues no hay democracia sin mercado (págs. 416-417), de modo
que la creciente pobreza no puede atribuirse a la crueldad de
los técnicos (pág. 421) (7). Así se justifica que todo el poder
haya ido a parar a las manos del Cavallo, el tecnócrata salva­
dor (pág. 433).
Porque la democracia es más importante
que nada, hay
que tener cuidado con quienes la asocian a la cormpción. Es
este, dice Sebreli, un asunto sobrevalorado (pág. 427), aunque
no recuerde que desde comienzos de la década de 1990 esta­
ba entre los primeros problemas que la sociedad percibía. La
corrupción no ha sido colateral de la crisis: ha sido causa
estructural
de ella (8). Pero Sebreli prefiere la democracia a la
vida sana. Y su ensayo crítico deviene
en crónica benévola de
la democracia argentina, tolerante con la cormpción.
Un liberal entre falsos liberales
Será de utilidad revelar desde dónde escribe Sebreli la his­
toria y su
critica. Así sabremos a qué adhiere y qué prisma
deforma
su vista. La defensa del europeísmo de la cultura
argentina
no debe llamarnos a engaño: reclamar, como Borges
lo hiciera antes, nuestro derecho a la cultura Europea es vol­
vernos hijos
de Occidente y abandonar toda pretendida mater­
nidad hispana.
Así se entiende que defienda en esos propósi-
(7) Aclaro que creo que es cierto que en la pobreza actual operan facto­
res estructurales que vienen desde lejos, como afirma Sebreli; pero también,
que una econorrúa puramente técnica es inhumana y responsable de la exclu­
sión
y pobreza de numerosos argentinos.
(8) Otro ejemplo del estilo
de SEBREU: "No debe olvidarse, además, que las
campañas moralizadoras contra
la corrupción administrativa han sido uno de
los recursos preferidos de todos los golpistas por la fácil repercusión en la sen­
sibilidad
de la opinión pública." (pág. 428) ¡Aguantarse, pues, no hagamos olas
con la moral, no sea cosa que un milico nos la imponga! Vil asociación de
rawnamientos, que privatiza la ética al mismo tiempo que la militariza.
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CRÍ11CA DE LA CRÍTICA DE LAS IDEAS POLÍ71CAS ARGENI1NAS
tos a los liberales del siglo XIX (pág. 31) (9). Hay aquí una de
las piezas claves
de su ideario.
Porque a
no dudar que Sebreli es un liberal sin empacho,
progresista sin pruritos y democrático sin penitencia. Y lo
de
impenitente no es una critica sino una afirmación de él mis­
mo: la década infame fue brillante, dice, aunque la oscurecie­
ra el fraude electoral (pág. 53). Reveladora confesión, amigos
lectores: para
un demócrata liberal, el libre voto no merece
parangonarse
con la floreciente economía y la -supuesta­
libertad de la cultura. Escala de valores, que le dicen.
El proyecto de nación moderna fue cortado abruptamente
en Argentina cuando, retirado por la violencia el presidente
Juárez Celrnan, se interrumpe el proceso laicista, secularizador,
progresista y democrático que él y las generaciones anteriores
-salvo Roca, por cierto- encarnaban. El curso de la historia
frustrada recién
se retomará en 1983. En ese largo intervalo de
casi
un siglo no hubo nada valioso que destacar, porque no
fue más que el embarazo y la lenta parición de todas esas for­
mas deformes
de la política moderna que se resumen en el
peronismo. Por eso, ahora, en estos tiempos de democracia
renovada, hay que democratizar las conciencias,
lo que signi­
fica, por lo pronto, desmilitarizarlas (pág. 338).
Se trata de recuperar aquella idea de "la formación de una
sociedad civil y laica" (pág. 407)
que los militares, la Iglesia,
el peronismo, los nacionalistas e incluso algunos comunistas,
perturbaron y quisieron abortar. Lo que nos espera es "el goce
de una plena libertad individual" (pág. 413),
que no excluye
nada: los goces espirituales y los sensuales, las libertades cul­
turales y las sexuales. Porque sin democracia -entiéndase,
libertad-no hay ningún proyecto de realización humana -léa­
se individual-que pueda efectuarse. Ella es lo único finne y
definido, lo único definitivamente necesario para que el hom­
bre
pueda hacerse hombre (pág. 440).
(9) Hasta se podría decir que este remate borgiano está' a tono con la pro­
pia estirpe del
autor: un extraño entre los suyos. Pero no es así: Borges ha
sido argentinizado y Sebreli es má::i popular de lo que uno imagina.
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Protocategorias para una protocritica de la protohistoria
de la protoArgentina
Si la lectura de esta critica de la critica que este libro ins­
trumenta, no le ha cansado, déjeme añadir unos pocos párra­
fos más.
Todo
lo que se pensó y dijo en la Argentina aparece,
según Sebrelli, bajo el rótulo de ideologías incompletas, falsas,
mal adaptadas. Todo
lo que se pensó y elijo en la Argentina
es el preanuncio de ideologías extremas que estuvieron por
venir.
Lo nuestro nunca dejó de ser incipiente e imputro: pro­
tofascista, protonazi, protopopulista, protototalitario, protomi­
litarista, protobonapartista (10).
Así nos ve Sebreli, para quien,
si
hubo consumación de esas tendencias, habrá que hallarlas
en el peronismo, que es cumplimiento parcíal de muchas
cosas, pero nunca sólo peronismo.
La interpretación critica de las ideas políticas demuestra la
falta
de consumación de las grandes ideologías, porque las rea­
lizaciones vernáculas son falsos émulos
de aquéllas. La versión
de Sebreli está llena de proyectos anticipatorios, que como pro­
minentes protuberancías
en el decurso histórico-ideológico,
hablan de protagonistas parcelados, cercenados, que nunca aca­
ban
las promesas -buenas o malas- que se incuba en su seno.
Y este itinerario argentino
ha sido también el del propio
Sebreli. Abandonó la revolución, la de las balas o la de las
letras
-poco importa ya si difieren o difirieron-, y se hizo men­
digo
de la democracía burguesa, por creerla más radical que
aquélla. Volvió a comprar espejitos, otros espejitos, creyéndo­
los rubíes, otros rubíes.
(10) Proto, semi, cuasi, son usados como prefijos por Sebreli que denun­
cian
lo mismo: falta de plenitud y/o temprana anticipación de ideologías aca­
badas.
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