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Número 415-416

Serie XLII

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Homilía del P. Agustín Arredondo, S. J. en la festividad de San Fernando

CRÓNICAS
HOMILÍA DEL P. AGUSTÍN ARREDONDO, S.J.
Recordamos hoy (que no celebramos sino el próximo domin­
go), la
ida de Cristo al Cielo a los cuarenta días de su vida glo­
riosa
entre nosotros, concluida tan cabahnente su obra, que la
impulsa ante los
presentes con fuerza irresistible a lo largo de
todos los milenios que esto dure: "Seréis mis testigos hasta el últi­
mo confín de la tierra" (Act. 1,8) les dijo al final.
Estas palabras truenan
en el corazón de Pablo veinte años
después, ya
hemos dicho que irresistiblemente. Y doce siglos
después en predilecta tierra lejana adonde ya de mucho antes
había llegado su testimonio, suena éste a través de Femando JII
de Castilla y León con tal alboroto, que todavía después de otros
siete siglos y
medio nos conmina y reúne en esta capilla a estas
horas, a
personas dispersas por nuestra vida aun geográficamen­
te,
que al sólo conjuro de tal mensaje nos reunimos hoy aquí.
Leíamos
en primer lugar que Pablo sale de modo poco bri­
llante
de Atenas, la sabia capital, que tal vez por sabia no pro­
metía tanto a
quien le hablara de la estulticia de la cruz. A la
populosa Corinto se dirige ahora, ciudad reconstruida hacía
noventa años sobre la antigua arrasada todo un siglo antes por la
Roma conquistadora. Corinto
era una ciudad muy comercial y
expansiva hacia el exterior, y desaforadamente divertida y atra­
yente hacia el interior. La palabra "corintiar" era síntoma de vivir
licenciosamente, cosa
no permitida a cualquiera sin un fácil
derroche
de dinero que le había hecho decir al poeta Horado
que "non cuivis homini contingit adire Corinthum", que no le era
posible a cualquiera ir a Corinto. Grandes ciudades entraron
siempre en la estrategia de Pablo; lo que le ofreció en Corinto la
ocasión
de dar con un matrimonio cristiano como él, de ascen­
dencia judía
como él, fabricante, también como Pablo había
sido,
de tiendas hechas de una basta tela de pelos de cabra, que
con el nombre de cilicio se producían y vendían, máxime en la
asiática Cilicia,
en cuya región la ciudad de Tarso había visto
nacer al Apóstol de las gentes.
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CRÓNICAS
La amistad que engendró la convivencia llevó a Aquila y
Priscila a tal grado
de colaboración con Pablo que le acompaña­
ron
por ello en algunos viajes. Y cuando vueltos a Roma escribe
Pablo a aquella iglesia diez años después
desde Corinto, les
manda este saludo
que apenas tenga igual en esas cartas:
"Saludad a Prisca y a Aquila, mis cooperadores
en Cristo Jesús,
los cuales, por salvar mi vida, expusieron su cabez.a, a quienes
no sólo estoy agradecido yo, sino todas las iglesias de la gentili­
dad"
(Rom. 16,3-4).
Que tuvo Pablo numerosos y eficientes colaboradores, nos lo
hace
ver la historia bíblica y la profana; ni podía ser de otro
modo.
El último Concilio ecuménico recoge la sugerencia "de
diversos modos
de cooperación más inmediata con el apostola­
do de la jerarquía, como aquellos hombres y mujeres que ayu­
daban al apóstol Pablo
en la evangelización, trabajando mucho
en el Señor".
Tampoco
podemos pensar otra cosa de nuestro santo Rey
Femando. Entonces se vivía mucho menos tiempo: cincuenta y
cuatro años, a lo sumo, vivió él. Además se vivía mucho más des­
pacio. Y con todo, se tenía tiempo para gobernar una familia
-trece hijos tuvo de una u otra esposa-, de hacer dos o tres cate­
drales como las
de Burgos, Toledo y León; o una universidad
como la de Palencia, antecesora de la de Salamanca; de fomen­
tar toda cultura artística y literaria cuanto la paz lo permitía, y
heredaría
de los tiempos de su padre el rey Alfonso llamado el
Sabio.
El incansable conquistador de tierras y gentes. Y sobre
todo el infatigable, como Pablo, y Cristo, pescador
de voluntades
y
de almas.
Sin la complicidad y colaboración
de tanto seguidor suyo en la
tierra
no hay manera de explicarse todo esto; y sin el auxilio des­
carado y favor del cielo, menos. Podíamos
no conocer los hechos
que aporta la historia sobre la profunda religiosidad
de este Rey
Santo, y darlos en general por necesariamente ciertos, como el
agua donde hay hierba, o como el fuego donde hay humo. Dios
es quien nos dijo: "Por los frutos los conoceréis"
(Mt. 7,16).
Así vela las armas una noche antes de armarse caballero y
contraer matrimonio
en el monasterio de las Huelgas de Burgos.
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CRÓNICAS
Luego armará también caballeros a sus hijos; pero se negará a
hacerlo con alguno de los nobles más poderosos, al que consi­
deraba indigno
de tan estrecha investidura. Cuidará sus relacio­
nes con la Santa Sede y los prelados; reprenderá duramente las
herejías, será severo con los renegados, respetuoso con los no
cristianos, a quienes atraía su comportamiento de tal modo que
se presume razonablemente
la conversión secreta de aliados
suyos a la fe de Cristo; y aun pública, como el hijo del rey de
Baeza, infante castellano Abdelmón, bautizado posteriormente
con el nombre
de Fernando.
Tras él, o acompañándole,
van portadores de la fe religiosos
que hacen iglesias inmediatamente entre las gentes que van con­
quistando.
El dominico San Pedro González Telmo es de los más
llamativos,
que marcha con Fernando sobre Córdoba en 1236,
auténtico director espiritual
de aquel ejército, confesor del rey
que decía: "Confío más en las oraciones de Pedro que en las
armas"; mientras, Femando rezaba en campaña el oficio de la
Virgen precursor de nuestro rezo del rosario, llevaba consigo en
el caballlo una imagen de la Señora, y a la Virgen de las Batallas
la hizo presidir el cortejo real al entrar
en 1248 triunfante en
Sevilla.
• • •
Otra enseñanza inevitable en cualquier elevada empresa: en
Cristo, en Pablo o en Fernando; patrimonio indeclinable de cual­
quier héroe: la adversidad, la contradicción. "Dentro
de poco ya
no me vais a ver. De nuevo un poco, y me veréis" (Jo. 16,16sqq).
No hay otro
modo de "ir al Padre", nunca ni para nadie. El cami­
no estrecho y la puerta angosta, y el llevar la cruz, y la persecu­
ción, y
el perder la vida para ganarla. Eso sí, para ganarla, para
acabar llegando al Padre.
Que fuera ése el camino de Pablo, lo vemos en la gran epo­
peya
que es su apostolado, donde vemos según lo leido que no
le falta la repulsa ni entre sus mismos oyentes judíos; y tanto será
luego lo
que sabemos tendrla que soportar.
Y
de nuestro Fernando, siempre triunfador, supongamos la
de privaciones exigidas para tanto triunfo. Pero encontramos en
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CRÓNICAS
su vida un par de siruaciones que, más familiares y no tan béli­
cas, pudieron sacudir su ánimo
con extrema vehemencia.
Inocencia
III declara nula la unión matrimonial de sus
padres, celebrada según parece
de buena fe, debida al próximo
parentesco entre Alfonso
de León y Berenguela. El niño
Fernando tiene entonces
ocho años, y se ve separado de madre
tan dignísima
que se vuelve a Castilla dejando a Fernando en
León con el rey su padre.
Dos años después las Cortes de León juran a Femando here­
dero de aquel reino. Pero al volver
de aquellos años, debido
quizá a la pujanza de Castilla, el padre se indispone con el hijo,
prepara la invasión de tierras castellanas y deshereda a Fernando,
transfiriendo la corona de León a las dos hijas tenidas
de un ante­
rior matrimonio. Fernando, que nunca guerreó contra príncipe
cristiano alguno, menos iba a combatir contra su padre.
"Señor padre, Rey de León, Don Alfonso, mi Señor", le escri­
be, "¿De dónde os viene esa saña? Bien semeja que os pesa el
bien mío y mucho os había
de placer por haber un fijo rey de
Castilla, y que siempre será a vuestra honra, ca de Castilla no vos
vendrá daño ni
guerra en los míos días. Aunque lo que vos face­
des vedado podría muy crudamente a todo rey del mundo, mas
non lo puedo a vos y conviéneme de vos sufrir hasta que enten­
dades lo que facedes".
Mucho triunfo,
sí. Pero dos veces nos dejó el Espíriru Santo
como repetida
por Cristo aquella cláusula afirmativa que tanto
nos cuesta a veces entender: "En verdad, en verdad os digo;
vosotros lloraréis y gemiréis, mientras que el mundo se alegrará.
Vosotros os entristeceréis, pero vuestra tristeza se convertirá en
gozo" (lo. 16,20). Al fin, la victoria eterna de Femando.
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Y a pesar de esto a Femando le falta aún una victoria. ¿No va
a serlo la nuestra, la de los
que le admiramos, y a su protección
nos acogemos?
El encargo de Cristo al irse nos sigue tronando en el tercer
milenio. Queremos lo
que Cristo, lo que Pablo, lo que Fernando:
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CRÓNICAS
"una Ciudad Católica, una convivencia en la verdad, en la tran­
quilidad, en la estabilidad, de reunidos en su nombre, con Él
entonces en el centro, como nos lo prometió" (Mt. 18,20).
Más o menos fernandos tenemos ya con aquel corifeo, que
conquistaron ya para sí castillas y leones eternos, y que no por
eso se olvidan en la gloria de estos infelices Aquilas y Priscilas
como los de Pablo, o Telmos y Berenguelas como los de
Femando, que ennisiastas aspiramos al mismo ideal. "Ved --como
el salmista bíblico del 132-qué hermoso es y qué placentero que
en unidad los hermanos convivan, cual el ungüento más fino que
desciende por la barba de Aarón, y baja hasta el gorjal de sus ves­
tiduras". Unidad plural
que Cristo quiso fundar para su empresa,
y
que Pablo y Femando formaron en la suya. Unidad plural con
que todos a todos nos enriquecemos y agradecemos, al par que
damos gracias al Hacedor que creemos nos juntó y para su glo­
ria nos conserva.
¿Y las supuestas adversidades de esta estimable obra que per­
siste? Apenas
se oye hablar de ellas. Tampoco hablan con fre­
cuencia los padres de los secretos desvelos
que cada hijo les
supone; pero se les supone. Inquienides, incomprensiones, pri­
sas,
fru.straciones, riesgos, que el no ser tan conocidos los hace
más valiosos, según aquel ataque lírico de nuestro Pemán, que le
hizo decir a Cisneros en el teatro que lo más bonito que tienen
las rosas es que no tienen idea de lo bonitas que son. Y el tiem­
po pasa. Y nos volvemos a reunir. Y Dios tirando de esto para
delante. Porque es
Él: "Si el Señor no edificare la casa, en vano
se habrán esforzado en ella sus constructores; si no guarda la
ciudad, en vano habrá velado el centinela" (Sal 126). ¡Qué feli­
cidad! Con el imborrable recuerdo, pues, de los
que ya murieron, y
nuestra agradecida plegaria
por ellos, y a ellos, gritemos al Señor
hasta
la locura, con la impenitente pesadez que nosotros no
aguantaríamos, pero que a Él nos elijo que le gusta cuando a Él
nos dirigimos (Le. 18,1), con la intercesión de San Femando,
aquella entrañable letanía con que solemos dar principio a nues­
tras reuniones regulares: enseñadme lo
que debo pensar, lo que
debo decir, cómo lo debo decir, lo que debo callar, lo que debo
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CRÓNICAS
escribir, cómo debo obrar, lo que debo hacer para procurar vues­
tra gloria, el
bien de las almas y mi propia santificación. Amén.
DISCURSO DE FÉLIX MUÑOZ
Hace ya casi diez años que conocí a quien desde entonces es
una muy entrañable amiga: Carmen Femández de la Cigoña.
Coincidíamos
en una recién creada universidad a la que, junto con
otros muchos jóvenes nos acabábamos de incorporar como nove­
les profesores, ella
en Derecho y quien les habla en Economía.
Recuerdo petfectamente
cómo en una conversación de café nos
sugirió a
unos cuantos amigos que podíamos incoiporarnos a las
reuniones
de Speiro. Movido por la curiosidad quien les habla
interpeló a su amiga:
"¿En qué consisten esas reuniones?" Pero las
explicaciones recibidas
no surtieron el efecto deseado: "En otra
ocasión" fue la respuesta.
No fue que Carmen no me explicase
perfectamente
lo que le preguntaba, simplemente tales reuniones
"no entraban
en mi horizonte existencial".
Aquello
quedó para mí olvidado. Al cabo de los años Carmen
y Óscar,
hoy su marido, a quien conocía de la Universidad
Autónoma
con anterioridad, se hicieron novios (no sé qué parte
de responsabilidad se me puede imputar en ello) y claro, no es lo
mismo
proponer a un amigo asistir a las reuniones de Speiro que
a su propio novio. Fue Óscar quien jpor segunda vez en mi vida!
me propuso ir "al menos para que le acompañase el primer día"
a las reuniones de los jueves. Dos veces eran demasiada "insis­
tencia". ¿Qué podía uno perder por agradar a dos amigos?
En fin, ya ven, aquí
nos encontramos hoy celebrando la festi-
vidad
de San Femando. Y la verdad, creo que mereció la pena.
¿Qué
ha supuesto para nú la experiencia de Speiro?
Fundamentalmente formación.
Primero la formación política. Con los trabajos
de los libros de
Juan Antonio Widow y de Jean Ousset, principalmente, pero no
únicamente, hemos aprendido de la mano de los maestros Andrés
Garnbra, Miguel Ayuso y Estanislao Cantero y
de mi querido
amigo Antonio
Martín Puerta la génesis y la estructura íntima de
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