Índice de contenidos
Número 415-416
Serie XLII
- Textos Pontificios
- In memoriam
- Estudios
-
Crónicas
-
San Fernando 2003
-
Homilía del P. Agustín Arredondo, S. J. en la festividad de San Fernando
-
Discurso de Félix Muñoz en la festividad de San Fernando
-
Discurso de Armando Marchante en la festividad de San Fernando
-
XIV Jornadas de la Unidad Católica: «Los católicos españoles y la Constitución de 1978»
-
Ediciones Nueva Hispanidad. Una editorial al servicio de la Tradición Hispanocatólica
-
-
Información bibliográfica
-
Francisco Rodríguez de Coro: Francisco Fabián y Fuero. (Un ilustrado molinés en Puebla de los Ángeles)
-
Teófilo Aparicio López: Agustinos españoles en la vanguardia de la ciencia y la cultura (Volumen II)
-
Juan López Tabar: Los famosos traidores
-
Claudio Sánchez Albornoz: Orígenes del Reino de Pamplona. Su vinculación con el Valle del Ebro
-
Víctor Pradera: Fernando el Católico y los falsarios de la historia
-
Silvano Borruso: Pena de muerte
-
Domingo Muelas Alcocer: Episcopologio conquense. 1858-1997
-
José Manuel Cuenca Toribio: Sociología del episcopado español e hispanoamericano (1789-1985)
-
Autores
2003
Discurso de Armando Marchante en la festividad de San Fernando
CRÓNICAS
Pidamos a San Femando que interceda por nosotros y nos ayude
siempre.
Muchas gracias, Carmen; muchas gracias, queridos amigos.
DISCURSO DE ARMANDO MARCHANTE
Una vez más nos reunimos para celebrar la Festividad de San
Femando a cuya intercesión y ayuda nos venimos acogiendo año
tras año. Conocemos perfectamente las excelsas virtudes del Santo
rey
que le llevaron a los altares y que han hecho de él un apoyo
privilegiado para quienes nos preocupamos, como él hizo,
por los
derroteros
que ha de seguir en España nuestra fe cristiana a tra
vés
de los tiempos venideros. San Femando reconquistó para la
fe gran parte de nuestra Patria y para ello no sólo se valió de la
espada sino preferentemente
de su santidad de vida y de su pre
ocupación
por el mantenimiento en sus reinos de la Santa fe
católica. Han pasado muchos siglos y
bueno será reflexionar aunque
sea brevemente sobre la situación
en que se encuentra nuestra fe
católica en la España de hoy, en la sociedad en que vivimos. Para
ello es conveniente desechar desde el principio dos posiciones
que considero especialmente nocivas para nuestro objeto. Ya
habréis comprendido que me refiero tanto a la posición que se
puede definir como catastrofista como a
un angélico optimismo
que tanto daño ha hecho en otros tiempos.
Lo primero que debemos hacer es lanzar una mirada a nues
tro alrededor
y, sobre todo los que ya no somos jóvenes, compa
rar lo
que oímos y vemos a diario en la vida religiosa, cultural,
económica, política
y social de nuestra nación con el recuerdo de
la situación que existía en España hace ya varios lustros. Para que
esta comparación sea adecuada hay que tener muy presente que
las circunstancias han cambiado radicalmente y que estos cambios
ni deben siempre interpret.arse como retroceso ni se debe admitir
que. siempre constiniyan un avance. Es evidente que vivimos en
una España que ha sufrido una enorme transformación cuya pri
mera consecuencia ha sido trastocar
cosnimbres, actitudes y com-
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Fundaci\363n Speiro
CRÓNICAS
portamientos; como digo, no siempre estos cambios han sido
negativos pues evidentemente un mayor bienestar generalizado,
unas mayores posibilidades para el acceso a la educación y a
los llamados bienes culturales,
la más amplia facilidad de comu
nicaciones y movimientos son cuestiones que de ninguna ma
nera pueden considerarse negativas ni se les pueden atribuir los
males que sufrimos.
Se trata de un progreso material que puede
acarrerar más bienes que males si no se desvía en búsqueda
de fines ciertamente poco acordes con la misma naturaleza
humana. Sin embargo, todos consideramos
que el progreso material
alcanzado
tras grandes esfuerzos de muchos españoles, singular
mente de quienes nos antecedieron, no ha sido seguido de una
similar mejora en lo referente a la validez y arraigo en la vida
social
de nuestra Patria de las virtudes y principios cristianos
--
te para escindirlos de sus raíces cristianas- sin los cuales toda
mejora material no sólo es utópica sino que puede convertirse en
abominable.
No se trata, como decía al principio, de catastrofismo sino de
una evaluación lo más objetiva posible de la situación en que
estamos inmersos. A este respecto citaré -sólo como indicio,
quede claro-una relativamente reciente encuesta del Centro de
Investigaciones Sociológicas aparecida en enero del año pasado
dedicada a estudiar la relación entre religión y sociedad
en
España. El primer dato interesante es que el 800/o de los españo
les se declara católico mientras
que un 12% dicen no creer en reli
gión alguna; paradójicamente resulta
que dentro de ese citado
800/o hay un 8% que tiene dificultades para creer en la existencia
de Dios. A la vez, sólo un 25% afirma ser católico practicante. La
primera conclusión es obvia: hay una parte de nuestros compa
triotas que se declaran católicos sin pararse a pensar
qué supone
esta declaración de catolicismo.
Más grave resulta comprobar que el 70% de los españoles
considera que
en la dirección de su voto no deben influir las
creencias religiosas de cada uno. Esto es síntoma evidente de que
la persistente actuación de los poderosos medios de comunica-
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Fundaci\363n Speiro
CRÓNICAS
ción social encaminada a separar los principios católicos de la
vida social
han logrado calar en la socied.ad española. Así se expli
ca
que determinados políticos católicos no tengan empacho en
introducir y aprobar leyes claramente opuestas a la enseñanza de
la Iglesia, e incluso que pongan en cuestión concretas enseñanzas
pontificias sin que les atribuyan ni siquiera un valor de orienta
ción práctica.
Si nos referimos a la juventud española los datos no dejan de
ser preocupantes. En una encuesta realizada por la Fundación de
ayuda contra la drogadicción en 2002, hay datos referidos a los
jóvenes
de edades entre los 14 y los 20 años según los cuales sólo
el
14, 1 % se declaran católicos practicantes mientras que el 54,8%
son católicos
no practicantes: es decir que frente al 80%, de quie
nes se dicen católicos si se considera la totalidad
de la población
española, entre los jóvenes sólo se declaran católicos el
68,9%. Por
otra parte, el 14,6%
de ellos se declaran agnósticos, el 11,3% ateos,
el 3,9%
no se definen y, finalmente, el 1,3% dicen pertenecer a
otras religiones.
Es decir que la práctica y el sentimiento religioso parece ser
menor en la nueva generación que en la anterior, proceso éste
que -aun considerando que las encuestas están sometidas a fre
cuentes errores- resulta corroborado por una observación atenta
de las
costumbres, entretenimientos, actuación diaria e incluso del
lenguaje coloquial de gran parte de la juventud española.
Es cierto que no toda la sociedad española ni todos los jóve
nes actúan y son así, y
que existen amplios ejemplos de religiosi
dad y sentido cristiano pero bueno será tener en cuenta el campo
en que nos movemos y el avance experimentado en nuestra Patria
por la corriente secularizadora alimentada fuertemente por la
inmensa mayoria
de los medios de comunicación social y singu
larmente
por todas las cadenas de televisión. Lo milagroso es que
todavia haya reductos que resistan esta presión permanente y que
podamos albergar la esperanza de que nada de cuanto vemos es
irreversible y definitivo. Se está recogiendo la cosecha de cuanto
se sembró en los años sesenta y setenta por una conspicua parte
de la Iglesia española a cuyos mentores de aquellos tristes años
no voy a citar porque están en el ánimo de todos.
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CRÓNICAS
¿Qué nos toca hacer a nosotros miembros de la Ciudad
Católica? Lo primero es estar convencidos de que somos más
necesarios que nunca, pues cuando se recoge una mala cosecha
lo más adecuado y lo más necesario
es volver a sembrar eligien
do muy bien el grano que se siembra para que quede libre de
impurez.as. Lo segundo es redoblar nuestros esfuerzos, esfuerzos
difíciles, es cierto, pero que no admiten demora rú desaliento al
pensar en los resultados obtenidos por quienes lanzaron la ciza
ña
en lugar de la buena semilla. En todo caso, como me dijo una
vez un excelente Obispo, "quien hace todo lo que puede no está
obligado a más". Hagamos todo lo que está en nuestra mano,
demos
buen ejemplo y, sobre todo, pidamos la ayuda del Señor.
Recientemente
ha visitado Madrid el Sumo Pontífice, quien
hace ya muchos años dijo, y sigue repitiendo: "No tengáis miedo".
Ahora, ante una gran concentración juvenil, que demuestra que
no está perdida la batalla de la reevangelización de España, recor
dó que se puede ser moderno y profundamente fiel a Jesucristo.
Esta es
la clave y debe ser uno de los ejes de nuestra acción: las
autodenominadas fuerzas del progreso o "progresistas" de toda
laya llevan a los hombres y a
la sociedad al más triste de los retro
cesos históricos que hayamos conocido: a la situación que tenía
el mundo antes de la verúda de N. S. Jesucristo.
Mantengamos la esperanza pues las puertas del infierno
no
van a prevalecer. Debemos seguir sembrando la buena semilla
procurando a la vez que caiga
en el mejor terreno. La cosecha que
se recoja acaso servirá para que, por mediación de San Femando,
Dios perdone nuestros desalientos y la tendencia a la comodidad
y
al menor esfuerzo que tanto abundan entre nosotros los católi
cos españoles.
Muchas gracias.
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Pidamos a San Femando que interceda por nosotros y nos ayude
siempre.
Muchas gracias, Carmen; muchas gracias, queridos amigos.
DISCURSO DE ARMANDO MARCHANTE
Una vez más nos reunimos para celebrar la Festividad de San
Femando a cuya intercesión y ayuda nos venimos acogiendo año
tras año. Conocemos perfectamente las excelsas virtudes del Santo
rey
que le llevaron a los altares y que han hecho de él un apoyo
privilegiado para quienes nos preocupamos, como él hizo,
por los
derroteros
que ha de seguir en España nuestra fe cristiana a tra
vés
de los tiempos venideros. San Femando reconquistó para la
fe gran parte de nuestra Patria y para ello no sólo se valió de la
espada sino preferentemente
de su santidad de vida y de su pre
ocupación
por el mantenimiento en sus reinos de la Santa fe
católica. Han pasado muchos siglos y
bueno será reflexionar aunque
sea brevemente sobre la situación
en que se encuentra nuestra fe
católica en la España de hoy, en la sociedad en que vivimos. Para
ello es conveniente desechar desde el principio dos posiciones
que considero especialmente nocivas para nuestro objeto. Ya
habréis comprendido que me refiero tanto a la posición que se
puede definir como catastrofista como a
un angélico optimismo
que tanto daño ha hecho en otros tiempos.
Lo primero que debemos hacer es lanzar una mirada a nues
tro alrededor
y, sobre todo los que ya no somos jóvenes, compa
rar lo
que oímos y vemos a diario en la vida religiosa, cultural,
económica, política
y social de nuestra nación con el recuerdo de
la situación que existía en España hace ya varios lustros. Para que
esta comparación sea adecuada hay que tener muy presente que
las circunstancias han cambiado radicalmente y que estos cambios
ni deben siempre interpret.arse como retroceso ni se debe admitir
que. siempre constiniyan un avance. Es evidente que vivimos en
una España que ha sufrido una enorme transformación cuya pri
mera consecuencia ha sido trastocar
cosnimbres, actitudes y com-
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portamientos; como digo, no siempre estos cambios han sido
negativos pues evidentemente un mayor bienestar generalizado,
unas mayores posibilidades para el acceso a la educación y a
los llamados bienes culturales,
la más amplia facilidad de comu
nicaciones y movimientos son cuestiones que de ninguna ma
nera pueden considerarse negativas ni se les pueden atribuir los
males que sufrimos.
Se trata de un progreso material que puede
acarrerar más bienes que males si no se desvía en búsqueda
de fines ciertamente poco acordes con la misma naturaleza
humana. Sin embargo, todos consideramos
que el progreso material
alcanzado
tras grandes esfuerzos de muchos españoles, singular
mente de quienes nos antecedieron, no ha sido seguido de una
similar mejora en lo referente a la validez y arraigo en la vida
social
de nuestra Patria de las virtudes y principios cristianos
--
mejora material no sólo es utópica sino que puede convertirse en
abominable.
No se trata, como decía al principio, de catastrofismo sino de
una evaluación lo más objetiva posible de la situación en que
estamos inmersos. A este respecto citaré -sólo como indicio,
quede claro-una relativamente reciente encuesta del Centro de
Investigaciones Sociológicas aparecida en enero del año pasado
dedicada a estudiar la relación entre religión y sociedad
en
España. El primer dato interesante es que el 800/o de los españo
les se declara católico mientras
que un 12% dicen no creer en reli
gión alguna; paradójicamente resulta
que dentro de ese citado
800/o hay un 8% que tiene dificultades para creer en la existencia
de Dios. A la vez, sólo un 25% afirma ser católico practicante. La
primera conclusión es obvia: hay una parte de nuestros compa
triotas que se declaran católicos sin pararse a pensar
qué supone
esta declaración de catolicismo.
Más grave resulta comprobar que el 70% de los españoles
considera que
en la dirección de su voto no deben influir las
creencias religiosas de cada uno. Esto es síntoma evidente de que
la persistente actuación de los poderosos medios de comunica-
490
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CRÓNICAS
ción social encaminada a separar los principios católicos de la
vida social
han logrado calar en la socied.ad española. Así se expli
ca
que determinados políticos católicos no tengan empacho en
introducir y aprobar leyes claramente opuestas a la enseñanza de
la Iglesia, e incluso que pongan en cuestión concretas enseñanzas
pontificias sin que les atribuyan ni siquiera un valor de orienta
ción práctica.
Si nos referimos a la juventud española los datos no dejan de
ser preocupantes. En una encuesta realizada por la Fundación de
ayuda contra la drogadicción en 2002, hay datos referidos a los
jóvenes
de edades entre los 14 y los 20 años según los cuales sólo
el
14, 1 % se declaran católicos practicantes mientras que el 54,8%
son católicos
no practicantes: es decir que frente al 80%, de quie
nes se dicen católicos si se considera la totalidad
de la población
española, entre los jóvenes sólo se declaran católicos el
68,9%. Por
otra parte, el 14,6%
de ellos se declaran agnósticos, el 11,3% ateos,
el 3,9%
no se definen y, finalmente, el 1,3% dicen pertenecer a
otras religiones.
Es decir que la práctica y el sentimiento religioso parece ser
menor en la nueva generación que en la anterior, proceso éste
que -aun considerando que las encuestas están sometidas a fre
cuentes errores- resulta corroborado por una observación atenta
de las
costumbres, entretenimientos, actuación diaria e incluso del
lenguaje coloquial de gran parte de la juventud española.
Es cierto que no toda la sociedad española ni todos los jóve
nes actúan y son así, y
que existen amplios ejemplos de religiosi
dad y sentido cristiano pero bueno será tener en cuenta el campo
en que nos movemos y el avance experimentado en nuestra Patria
por la corriente secularizadora alimentada fuertemente por la
inmensa mayoria
de los medios de comunicación social y singu
larmente
por todas las cadenas de televisión. Lo milagroso es que
todavia haya reductos que resistan esta presión permanente y que
podamos albergar la esperanza de que nada de cuanto vemos es
irreversible y definitivo. Se está recogiendo la cosecha de cuanto
se sembró en los años sesenta y setenta por una conspicua parte
de la Iglesia española a cuyos mentores de aquellos tristes años
no voy a citar porque están en el ánimo de todos.
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CRÓNICAS
¿Qué nos toca hacer a nosotros miembros de la Ciudad
Católica? Lo primero es estar convencidos de que somos más
necesarios que nunca, pues cuando se recoge una mala cosecha
lo más adecuado y lo más necesario
es volver a sembrar eligien
do muy bien el grano que se siembra para que quede libre de
impurez.as. Lo segundo es redoblar nuestros esfuerzos, esfuerzos
difíciles, es cierto, pero que no admiten demora rú desaliento al
pensar en los resultados obtenidos por quienes lanzaron la ciza
ña
en lugar de la buena semilla. En todo caso, como me dijo una
vez un excelente Obispo, "quien hace todo lo que puede no está
obligado a más". Hagamos todo lo que está en nuestra mano,
demos
buen ejemplo y, sobre todo, pidamos la ayuda del Señor.
Recientemente
ha visitado Madrid el Sumo Pontífice, quien
hace ya muchos años dijo, y sigue repitiendo: "No tengáis miedo".
Ahora, ante una gran concentración juvenil, que demuestra que
no está perdida la batalla de la reevangelización de España, recor
dó que se puede ser moderno y profundamente fiel a Jesucristo.
Esta es
la clave y debe ser uno de los ejes de nuestra acción: las
autodenominadas fuerzas del progreso o "progresistas" de toda
laya llevan a los hombres y a
la sociedad al más triste de los retro
cesos históricos que hayamos conocido: a la situación que tenía
el mundo antes de la verúda de N. S. Jesucristo.
Mantengamos la esperanza pues las puertas del infierno
no
van a prevalecer. Debemos seguir sembrando la buena semilla
procurando a la vez que caiga
en el mejor terreno. La cosecha que
se recoja acaso servirá para que, por mediación de San Femando,
Dios perdone nuestros desalientos y la tendencia a la comodidad
y
al menor esfuerzo que tanto abundan entre nosotros los católi
cos españoles.
Muchas gracias.
492
Fundaci\363n Speiro