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Número 427-428

Serie XLII

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Hacia una nueva cultura cristiana de la vida

HACIA UNA NUEVA CULTURA CRISTIANA
DE LA VIDA
POR
]OSÉ ÜRLANDIS
l. Un cambio cultural
La mayor parte de los países que constituyen ahora el llama­
do "primer mundo" han excluido, por voluntad de sus gober­
nantes, la mención de los orígenes cristianos en el documento
que constituye la "Carta fundacional" de la nueva Unión Europea.
La decisión, tomada por los hombres públicos que detentan el
poder en el Viejo Continente a comienzos del tercer milenio,
movidos por un inflexible _propósito secularizador, no puede, sin
embargo, desmentir la realidad de quince siglos de historia euro­
pea. Durante más de mil quinientos años, nuestro mundo ha vivi­
do impregnado por una fe y una ética cristianas que influyeron
decisivamente
en las estructuras sociales y en los comportamien­
tos personales
de los europeos.
Ocurre, sin embargo, que la cultura actual, dominada. por un
dogmatismo laicista, se ve arrastrada por su propia dinámica,
dominada por el sueño de unos horizontes de progreso que se
presentan como la quintaesencia de la Modernidad. Una moder­
nidad caracterizada por la exaltación de un individualismo sin
límites, o mejor, sin más lúnites
que los marcados por unas nor­
mas positivas que se esti1nan sagradas, al estar. avaladas por la
voluntad popular expresada en el sufragio y presuntamente. ma­
yoritaria
en un determinado momento histórico .. El fenómeno a
Verbo, núm. 427-428 (2004), 675-684. 675
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JOSÉ ORLANDIS
que estamos asistiendo en nuestros días es la suplantación de la
cultura cristiana
por otra nueva que se estima expresión legíti1na
de genuina Modernidad. ¿Será posible que esta nueva cultura, sin
el referente
de un orden 1noral superior, no se deslice en los
temas esenciales
poi" una pendiente que acabe por controvertirla
en una "cultura de muerte"?
2. Un estilo de vida cristiano
El Cristianismo, animado por la doctrina del Evangelio, intro­
dujo
un estilo de existencia que de modo progresivo engendró
una cultura. Los discípulos de Jesús se hacen muchedumbre tras
las primeras conversiones 1nultitudinarias ocurridas a raíz
de la
Pentecostés
(Act Il, 41; V, 14). Entre los primeros creyentes de
Jerusalén se desarrolló
un propio género de vida (Act Il 42-47;
IV, 32-37), abieno pronto también a los gentiles, de tal modo que
en la gran urbe cosmopolita de Antioqufa "los discípulos -según
recogen los "Hechos,,_ -recibieron por primera vez el no1nbre de
cristianos" (Act, XL 26). Pero en el siglo 11, es cuando l¿, rasgos
de un modo de vida colectivo aparecen ya definidos entre secto­
res tan amplios de la población
como para constituir un fenóme­
no social configurador de una cultura cristiana.
"Los cristianos -decía a mediados del siglo II un documen­
to famoso, la
•cana a Diogneto·-no se distinguen del resto de
los hombres ni por su lengua ni por sus costumbres. Pues no
habitan en ciudades propias, ni hablan un lenguaje insólito, ni
observan
un peculiar estilo de vida. Teniendo su morada en ciu­
dades griegas y bárbaras, según cada uno le tocó en suene, y
observando los hábitos
comunes en el vestido y en la comida,
llevan·
un género de vida admirable y, según ·Ja opinión común,
increíble".
El matrimonio uno e indisoluble, por el que los esposos
-según la enseñanza de Jesús-"ya no son dos, sino una sola
carne"
(Mt, XIX, 4-6), constituyó desde los origenes de la socie-
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dad cristiana el núcleo de la familia. "Toman mujeres y procrean
hijos; tienen la mesa en común, ¡-,ero no el lecho", seguía dicien­
do la mencionada carta. Conviene recordar que, por aquella
época, la misma legislación civil romana favorecía y promovía
el
matrimonio. Basta con mencionar como muestra de esa política
la promulgación en tiempo de Octavio Augusto de la Lex Julia de
maritandis ordinibus
y, en el siglo n, la definición de matrimo­
nio de Modestino,
uno de los grandes jurisconsultos romanos de
la época clásica, presenta una · sorprendente semejanza con la
noción cristiana de las nupcias: n1atrimonio es, según Modestino,
coníunctio maris et foeminae, consortium toti.us vitae, "unión de
hombre y mujer, consorcio para toda la vida". El matrimonio
romano fue eso y no se confunde con ninguna otra clase de
unión entre personas. Con razón se ha dicho que el Derecho
Romano es la razón natural escrita; resulta altamente significativo
que el Derecho Ro1nano no se refiera para nada a las uniones
homosexuales, aunque éstas fueran un fenómeno de hecho
mt1y
extendido en el mundo antiguo.
La cultura cristiana se 111uestra desde sus comienzos como
una cultura abierta a la vida y defensora de la existencia de los
no nacidos. Los esposos cristianos, "Se afirma en la ya .citada
epístola,
"no abortan los fetos", una norma moral invariable,
que coincide con otros testi1nonios correspondientes
al mismo
periodo histórico. "No matarás al hijo en el seno de su madre
ni quitarás la vida al recién nacido", proclamaba la "Didaché",
uno de los documentos más venerables de la Antigüedad cris­
tiana
(Did, 11, 2). A mediados del siglo n, Atenágoras, en un
Discurso en favor de los cristianos dirigido al emperador Marco
Aurelio, escribió
que los cristianos consideraban como homici­
das a las mujeres que recurrían a las prácticas abortivas, porque
los niños, estando
en el seno de la 1nadre, "son ya objeto de la
providencia de Dios". Pocos años más tarde, Tertuliano afirma­
ba con rotundidad en su Apologético, "es un homicidio antici­
pado impedir el nacimiento ... Es ya un hombre aquel que lo
será"
(Apolog, 81, 8).
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3. Una cultura cristiana de la vida
La cultura que impulsó la nueva sociedad cristiana presenta­
ba otros rasgos propios, dentro de su orientación fundamental
de cultura de la vida. Entre ellos se cuentan la elevación de la
condición de la mujer, cuya imagen perfecta es la Virgen María;
el respeto, no por temor servil sino por conciencia, a la autori­
dad constituida, que recomendaba San Pablo a los romanos
(Rom, XIII, 1-7) y que San Pedro resumió en un lacónico man­
. dato: "temed a Dios, honrad al emperador" ([ Petr, II, 57); aun-
que éste se llamara entonces Nerón. Y el avance hacia la liber­
tad, terminando gradualinente
con la esclavitud, una institución
que la civilización antigua consideraba necesaria para la subsis­
tencia de la sociedad. ¡Qué impulso mayor
pudo recibir la supre­
sión de la servidumbre que la epistola a Filemón en que San
Pablo
rogaba al rico cristiano Filemón que acogiera a su esclavo
fugitivo Onésimo, "no como siervo sino como hermano muy
amado"! (Fil, 16).
Estas y otras directrices contribuyeron a la construcción de
una cultura cristiana y una normativa jurídica que cristalizaron
desde la cuarta centuria en un Derecho Totnano-cristiano, magis­
tralmente expuesto por Biondo Biondi en una importante obra
así titulada. La cultura cristiana ha perdurado más de quince si­
glos, enriquecida con nuevas y ulteriores aportaciones. Incluso
ruando grupos sociales más o 1nenos considerables ro1npieran en
Europa la unidad espiritual y que el Enciclopedismo y la Ilustra­
ción itnpulsaran el auge de posturas radicahnente irreligiosas,
racionalistas y materialistas, la fuerza secular de la tradición cul­
tural cristiana, sobre todo
en lo que afectaba a la vida privada,
1nantuvo las grandes coordenadas-institucionales provenientes de
aquella tradición. Ha sido en el siglo xx, y especialmente en la
segunda mitad, cuando se ha producido una ruptura que puede
presagiar el advenitniento de una nueva cultura. La cultura cris-
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liana estuvo orientada siempre hacia la luz .de la vida, vida tem­
poral y vida ultraterrena. ¿Habrá dado comienzo
una nueva cul­
tura, merecedora de caracterizarse
por el apelativo que se le ha
atribuído de "cultura de la muerte:?
4. Cambiar el sentido común
Un ideólogo marxista de los años veinte del siglo pasado,
Antonio Gramsci, afirmaba que. la verdadera revolución no
consistía tanto en alterar las estructuras sociales como en cam­
biar el sentido común de la gente. Esto último es lo que ha
ocurrido
en Época reciente, con la decisiva ayuda de los me­
dios de comunicación social. Esos medios han contribuído con
adtnirable eficacia a una sorprendente confusión de las mentes
por la que el bien se convierte en mal y lo malo en bueno,
tanto a nivel personal como de la jerarquía de valores de una
sociedad. Esta transfor1nacióni operada en 1nuy breve espacio
de tiempo, ha abierto las puertas a la llamada "cultura de la
muerte".
La "cultura de la muerte" persigue como principal objetivo la
lucha contra los principios
de moral natural y evangélica. Y esa
lucha se hace en nombre de un pretendido progreso humano.
Tres puntos fundamentales
son puestos especialmente en tela de
juicio: el derecho a la vida en sus comienzos y en su final; el
mallimonio y la familia; y, por último, la función de los padres
en la formación de los hijos, directamente relacionada con la
libertad escolar. Tratemos de examinar más despacio cada
uno de
estos puntos.
La negación al concebido del derecho a nacer, la forma
menos dramática la
representarla la pildora abortiva, la llamada
"pildora del
día siguiente", que diversos gobiernos y administra­
ciones territoriales facilitan ya gratuitamente a las mujeres
que la
solicitan.
El favor del aborto declarado se manifiesta en la exten­
sión
de los límites temporales dentro de los cuales se considere
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lícito realizarlo. Esa ampliación de plazos seña considerada, natu­
rahnente, como una medida progresista. El "barco de los abor­
tos", clínica abortiva ambulante, ha recorrido las aguas de las cos­
tas europeas, co1no antaño lo .hicieran las naves corsarias. Una
película premiada en un reciente festival cinematográfico ha
supuesto la contribución del Séptimo Arte a la ofensiva abortista
presentando como "heroína" a una señora que. en los años cin­
cuenta del siglo XX sufuó perjuicios personales por su caritativa
dedicación a ayudar a abortar a mujeres
de condición social
humilde.
Pero el aborto se estima ya algo tan común que los medios
de comunicación apenas si se ocupan de él, como no sea para
dar fe de los avances ~los "progresos"-que las estadísticas
registran de un año para otro. Un nuevo tema parece haber ve­
nido a robarle actualidad al aborto en la campaña contra la
vida: la eutanasia.
El primer paso fue atribuirle una hermo­
sa y actractiva denominación: "1nuerte digna", se dijo, "tnuerte
dulce". Trátase, sin embargo, para los materialistas que la pro­
pagan, de una muerte absoluta, sin esperanza ni despertar a
otra vida. La eutanasia por propia decisión y tras larga espera
ha sido el argumento de una película española de gran éxito
que quiere conve1tirse en una cuasi-glorificación del protago­
nista, un conocido tetrapléjico que demandó y obtuvo asisten­
cia ajena para ayudarle a 1norir. La película, muy aireada pre­
viamente por la prensa,
se vio honrada con la presencia en el
pre-estreno del Presidente del Gobierno español, acompañado
por varios de sus ministros; seguida1nente, co1no estaba ta1nbién
previsto, obtuvo importantes galardones en el festival interna­
cional
donde fue presentada.
La eutanasia voluntaria puede ser también legalizada; basta
para ello que as! lo decida por votación mayoritaria el Par­
lamento de un país, como ha ocurrido ya en varios países de
Europa. El mayor riesgo está en que se convierta para 1nuchos
en una práctica social y menos voluntaria. Cuando la prolonga­
ción de la vida provoque, co1no está ya ocurriendo, un aun1en-
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to significativo de la proporción de viejos en relación con la
población global; la crisis de la familia incrementará de modo
espectacular las cifras de ancianos solitarios. Es la situación de
insoportable carga social prevista por el Nazismo en Alemania,
representada plásticamente mediante viñetas publicadas en los
periódicos de entonces, en las que aparecía un joven trabajador
agobiado por el peso de dos viejos, sentados en cada uno de
sus hombros. Es bien conocido el hecho de que en Holanda y
Bélgica,
dos países hipercivilizados en que la eutanasia ha sido
en principio despenalizada, 1nuchas personas 1nayores huyen
aten101izadas de ciertas clínicas o residencias, por 1niedo a ser
eliminadas sin su conocimiento e incluso contra su voluntad. La
eutanasia infantil, uno de los últimos avances de la "cultura de
la muerte", es una barbaridad de la que no merece la pena
hablar.
5. Matrimonio-familia en la sociedad contemporánea
La disgregación de la familia, la crisis de la institución fami­
liar, tiene como primer
y principal paso la destrucción del matri­
monio. Se dijo antes
que la Antigüedad cristiana, y también la
romano-pagana, tenían
una idea muy clara acerca de la noción
de matrimonio. En la sociedad actual se ha tratado de introducir
ante
todo una deliberada ambigüedad terminológica. ¿Qué es el
matrimonio?, comienza a plantearse. Y, bajo el mismo nombre y
con P.arecidas consecuencias jurídicas, se pretende equiparar al
1natrimonio otras uniones de hecho, sin excluir las uniones
homosexuales. La triste realidad presente es la creciente fragili­
dad del matrimonio y su ruptura por el cauce de la separación o
del divorcio.
Recuerdo
haber viajado a Milán en el verano de 1974, para
asistir a un Congreso de Historia Medieval que se celebraba en la
Universidad Católica.
El divorcio acababa de aprobarse en Italia
1nediante
un "referendumn. El catnino seguido por los divorcistas
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para conseguir su propósito había constituido un prodigio de
"maquiavelismo" político. Se habló de "piccolo divorzio", un pe­
queño divorcio dirigido tan solo a solventar "casi pietosi", casos
extremos que demandaban una comprensiva solución. En Espa­
ña, el divorcio fue admitido
durante la transición política, para ser
ampliado sucesivamente hasta llegar a la situación actual de per­
misividad máxima, cuando una alta personalidad pública puede
afirmar: "No tiene sentido que si nadie tiene que justificar por
qué se casa tenga que justificar por qué se separa". Las estadísti­
cas registran
año tras año con cierto regodeo el incre1nento de
rupturas n1atri1noniales y no faltan sociólogos que ya prevén la
llegada
de un 1non1ento en que divorcios y separaciones superen
las cifras de nuevos 1natrimonios. Hace bastantes años, un gran
jurista ya difunto -Alvaro d'Ors-advertía que, a su juicio, la
proliferación
del divorcio era, co1no fenó1neno social, 1nás gra­
ve que la despenalización del aborto. Porque éste -decía-es
un crünen y así lo ha de advertir cualquier conciencia no defor-
1nada; el divorcio,
en cambio, destruye el mis1no tejido de la
sociedad. Resta
todavía hacer mención del derecho que compete a los
padres de familias a influir eficazmente en la for1nación funda­
tnental de sus hijos. En las circunstancias actuales, itnporta
resaltar que se trata de un derecho, no de un privilegio. Un
derecho, que el Estado, guardián del bien común, ha de prote­
ger, para que esté al alcance de cualquier fortuna, de 1nanera
que los padres todos puedan escoger el tipo de centro de ense­
ñanza que prefieran para la edt1cación de sus hijos. Un derecho
insisto -no un privilegio--del que puedan beneficiarse tan
solo los poderosos, únicos capaces de sufragar los elevados
costes que exige la enseñanza en unos centros carentes de ayu­
das públicas. Aunque ésto sea ya un hecho admitido en muchos
piíses occidentales, todavía quedan otros en los que un tota­
litaris1no laicista
se opone tercamente a una auténtica libertad
de enseñanza.
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6. Una nueva cultura cristiana
Es ya hora de terminar, pero es preciso formular antes algu­
nas conclusiones.
La "cultura de la muerte",- ampliamente difun­
dida
en los principales países del primer mundo, lleva camino
de provocar la desintegración de la sociedad, como ha orurrido
ya en el pasado con otras culturas de la Antigüedad. Parece lle­
gada la hora de abordar la construcción de una nueva cultura
cristiana,
que sea otra vez cultura de la vida. Para ello hace falta
que los cristianos, con ayuda de la gracia de Dios, no tengan
miedo a ser minoría, la pequeña grey evangélica. No temer ser
diferentes
ni constituir excepción, ni pretender justificarse con la
socorrida excusa
de "todo el mundo lo hace". Revivir, si es pre­
ciso,
aquel estado de ánin10 imperante a finales del siglo n, que
Te1tuliano resu1nía en una frase lapidaria: fiunt, non nascur1tur
christiani -los cristianos no nacen, se hacen-i y hacen cosas
nuevas.
Evangelizar a cristianos de nacin1iento para que, en virtud
de una nueva conversión, se decidan a ser genuinos disápulos
de Clisto: hijos de Dios, seguidores del Maestro, al que recono­
cen con ojos iluminados por la fe. Hombres que creen que Él
es, como proclamó el Aposto] Pedro, "el Clisto, el Hijo de Dios
vivo":
Jesuclisto, el Verbo hecho hombre y que dio la vida por
cada uno de nosotros con el fin de salvarnos, de abrirnos, más
allá de la muerte -que es paso de vida a vida-aquella eter­
na bienaventuranza para la que he1nos sido verdaderan1ente
creados.
Esta es, en stuna, la "nueva evangelización" que recla1na el
papa Juan Pablo Il. El resultado habría de ser la aparición de
una nueva cultura -"cultura de la vida"-que ani1ne una
nueva sociedad cristiana. Una sociedad donde los esposos se
profesen amor y fidelidad para siempre; donde los niños pue­
dan nacer y tener fa1nilia y los ancianos vivir y 1norir, rodeados
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del afecto de los suyos; donde los inmigrantes -hermanos
venidos de lejos-encuentren acogida y hospitalidad. Una so­
ciedad amante de la sobriedad cuyos motores sean otros que las
tres concupiscencias denunciadas por el Apóstol San Juan: la
sensualidad, el afán
de dqueza y la "soberbia de la vida", la
ambición
de poder (! lo, JI, 16). Para decirlo en pocas palabras:
una sociedad integrada por cristianos, que tratan de vivir como
auténticos discípulos de Jesucristo. Es todo un desafio, pero
vale la pena afrontarlo.
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