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Número 427-428

Serie XLII

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Enrique Berzal: Valladolid bajo palio. Iglesia y control social en el siglo XX

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Respetamos su silencio, aunque lo latnentemos. Y aún no per­
demos
la esperanza de que, lúcido y joven, en la proximidad de
sus ochenta y dos años, cualquier dfa nos obsequie en el bene­
mérito anuario Estudios Mindonienses o donde él quiera con la
semblanza
de los últimos obispos de Mondoñedo. De los que,
como de los Savaricos, los Rosendos o Arias Peláez sabe más
que nadie.
Concluiinos felicitando al ilustre deán emérito mindo­
niense por su acabada obra y a la historiografía eclesiásti­
ca, tan necesitada
de trabajos como el que acabamos de co-
1nentar.
FRANCISCO JOSÉ FERNÁNDEZ DE LA C!GOl'IA
Enrique Berzal:VALLADOLID BAJO PALIO.
IGLESIA Y CONTROL SOCIAL EN EL SIGLO XX
Mis amables lectores ya tienen conocimiento de alguna otra
obra de este vallisoletano de 1972 que he reseñado en estas
páginas, dejando constancia de mi poco entusiasmo por el
joven aficionado a la -historia, aunque tenga un doctorado en
esa ciencia. Para quien lo ha ya olvidado, es el autor de aquella
genialidad según la cual los candidatos al
episcopado se some­
tían
por los obispos al juicio del alcalde de la localidad. Aunque
no precisa si al de la ciudad donde tenía su sede el obispado,
el
de la capital de la provincia o al de todos los pueblos de la
diócesis reunidos. Pues 1ne temo que este librito, de poco más
de ciento cincuenta páginas de texto -las demás son el prólo­
go, absolutamente prescindible, la bibliografía y el índice ono-
(*) Ámbito, Valladolid, 2002, 203 págs.
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mástico--, no va a mejorar el concepto que se pueda sacar de
Berzal
de la Rosa. Dejemos constancia de otra perla berzaliana.
En Valladolid, ocurría la siguiente originalidad: "Entre los casi
77.000 vallisoletanos censados
en 1920 abundaban las mujeres,
los jóvenes y los solteros" (pág. 24). Cuando la esperanza de
vida es baja,
en la ciudad castellana, como en cualquier otra de
inundo, abundan los jóvenes. La abundancia de éstos implica, a
su
vez, la de los solteros como consecuencia natural. Lo que ya
me parece más chocante es lo de la abundancia de mujeres
que, salvo tras una guerra, suelen alcanzar una cifra parecida
a la de los hombres. Constatación, pues, absolutamente imper­
tinente.
Las páginas 15-72 reflejan la situación previa a la guerra de
1936 y muestran como los católicos se defendían de las agresio­
nes
que sufrían del modo que les era posible. Por supuesto que
era la tradición contra la modernidad, con lo
que fácilmente se
infiere que era lo n-ialo contra lo bueno. Naturalmente, desde 11los
tópicos escolásticos y antiliberales tan frecuentes
en la for1nación
eclesiástica de la época" (págs. 48-49), porque lo normal, según
este genici, debe1ia ser que la Iglesia actuara desde presupuestos
krausistas o marxistas. Y con un prelado alineado en el reducido
bando tedeschinista-vidalista pues esa era la ubicación de Gan­
dásegui. Los católicos vallisoletanos hicieron lo que pudieron,
que no fue mucho. Y así se llegó al 18 de julio de 1936. Son pági­
nas mucho más estúpidas
que sectarias. Y esto lo digo en honor
del Sr. Berzal. Y con algún dato interesante pues es trabajador.
Pero, interesante dentro de ese mínimo interés que suele tener,
con
contadfsitnas excepciones,
la historia local. Hemos pasado de
los historiadores marxistas a los localistas. Con mi total oposición
a los primeros, creo
que hemos perdido. Leyendo a un historia­
dor marxista y aplicándole el coeficiente de corre.cción corres­
pondiente podemos conocer la historia. Con los localistas, ya lo
he dicho en alguna ocasión, conseguimos saber como se lla1na­
ban cada una de las ovejas que en marzo de 1827 tenía el tío
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Eufrasia en San Serenín del Monte de Abajo o con quién se había
casado la prima de la cuñada del alcalde de Vallespinilla de
Enmedio
en 1902, alcalde que, como todo el mundo sabe, era
Tiburcio Cebollete. Palabra
de honor que echo de menos a los
marxistas.
Y llegamos a la fecha clave. El 18 de julio de 1936, "recibido
por los vallisoletanos con inusitada alegria" (pág. 69). No estoy
alterando ningún texto. No dice "por los asquerosos fascistas
vallisoletanos", ni "por los fascistas vallisoletanos''., ni siquiera
"por los católicos vallisoletanos". Hombre, tampoco hay que exa­
gerar. Pienso
que en los "paseados", que los hubo, y en sus fami­
lias, habría menos alegria. Pero bueno, de Valladolid, Berzal sabe
mucho 1nás que yo.
Ya 1ne parece más "marxista-localista", porque cabe la con­
junción de ambas historiografías, el que los que conspiraban
en Valladolid, preparando el Alzamiento, se reunieran "en
pisos de latifundistas vallisoletanos" (pág. 74). No se
me ocu­
rre
negar que en algún piso de alguno de ellos hubiera algu­
na reunión, como quizá la hubiera también en el piso de
Onésimo Redondo, que no era un latifundista, y en otros de la
clase inedia. Pero no, Berzal, para preparar el Alzamiento, por­
que nadie en Valladolid, salvo en las salas de banderas, cono­
cían
el día ni la hora. Ni siquiera lo que se estaba preparando.
Así que, menos lobos, Caperucita. Que los católicos se entÚ­
siasmaron con la noticia y que acudieron presurosos a donde
se les ocurrió es otra cosa. Me parece muy interesante, y lógi­
ca, la reacción
de los Sindicatos católicos (pág. 75). Es decir,
de los obreros católicos. Que segura1nente se reunirían tam­
bién en los pisos de los latifundistas. Aunque me apresuro a
reconocer que eso no lo dice Berzal. Los textos de Gan­
dásegui,
que había salvado milagrosamente la vida pues el
Alzamiento le encontró e!} su País Vasco natal, son verdaderas
arengas. Su admiración por Vida! y Barraquer había desapare­
cido totalmente.
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La depuración de maestrns (págs. 79-81) es descrita con
imparcialidad. El expurgo de bibliotecas me parece una san­
dez y, como los libros no sufren -y habría que ver cuántos
serían los reprobados, pienso que escasíshnos pues escasísi­
mos serían los existentes-no 1ne extenderé en esta labor
"desinfectadora" (pág. 81). Modas, bailes ... , no me parece tam­
poco que debamos extendernos en ello. Y siempre me pare­
ció estúpido sacar de su tiempo las cosas de ese tiempo. El
bañador más honesto que hoy se pueda encontrar en una
playa seria un horrible escándalo en 1900. Y sería lógico que
en 1900 se protestara de ello. Y es estúpido que hoy nos
escandalicemos
por tal escándalo. Y del cine podemos decir lo
mismo.
La oposición de la Iglesia a las pretensiones totalitarias de
Falange está apuntada (págs. 91-92, 113-115, 132-141), creemos
que algo cicateramente pues posiblemente ese rechazo impidió
desde el principio, un nazismo español. Ya posteriormente, me
parecen los últitnos coletazos de
·quienes, por un momento, se
creyeron que iban a do1ninar la situación desde mimetismos
foráneos y comprobaban que el tinglado se venía abajo. De
algunos encontronazos locales, pocos, da cuenta Berzal. Los
párrafos del Laín falangista (pág. 133) son curiosos. Y los anti­
falangistas del arzobispo vallisoletano
una prueba más de las
carencias de Berzal. Dio este aguerrido muchacho con la rela­
ción de la visita ad limina de García y García en 1942, en la que
no quedaba muy bien parada la Falange y sus pretensiones tota­
litarias, y cree Berzal
que los desahogos del prelado se produ­
jeron
porque "sólo le oía el «Santo Padre•" (pág. 134). Aparte de
que entrecomillar Santo Padre, el modo habitual con que los
católicos llaman
al Papa, puede significar un estúpido distan­
ciamiento del autor, lo de creerse que el Pontífice, a solas con
cada obispo que acude a Roma en la obligación quinquenal de
la visita ad Jimina Apostolorum, les escucha la lectura de la rela­
ción que llevaban preparada para los correspondientes organis-
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mos de la Curia romana, demuestra solamente una ignorancia
supina.
El apellido del marqués de Vive!, es Agulló y no Aguyó
(pág.
99). Y ahora otra de esas genialidades a las que Berzal
no tiene acostumbrados. Era arzobispo de Valladolid, por los
años cuarenta,
Don Antonio García García. En 1944 clausuró
solemnemente la XI Asamblea General de la Confederación
Católica de Padres de Familia con un discurso realmente me­
morable de resonancias proféticas. Le preocupaban al prelado
el cine y el teatro por sus repercusiones en la moralidad públi­
ca. Hasta aquí nada que objetar. Pero, ¡oh sorpresa!1 la teleba­
sura estaba también en la mente y en la preocupación de tan
celoso y adelantado pastor. ¡En 1944! Comprendo que les cues­
te trabajo creer en tanta anticipación episcopal. Pues, ahí va la
cita: "El discurso del arzobispo Antonio García y García, aun
sin descuidar las referencias a la recristianización de la familia
y a
la protección de la moralidad pública en el cine, teatro y
televisión
.. ." (pág. 102).
Es muy fácil hacer caricatura de lo que fue en el pasado régi­
tnen
la censura en cuestiones morales o lindantes con la moral.
No
voy a defender excesos indudables y algunos verdaderamen­
te grotescos. Pero también
es grotesco este párrafo de Berzal: "El
rotativo (se refiere al Diario Regional) recordaba que autores
como Unamuno, Nietzsche, Dumas y Ortega y Gasset estaban en
el Indice de Libros. Prohibidos por incompatibilidad de sus opi­
niones
con las de la doctrina católica, y que era menester eclip­
sarlos con literatos y pensadores de la talla de Menéndez Pelayo,
Vázquez de Mella, Rosario Pereda, Nocedal y Tamayo" (pág.
117).
Yo no sé si el periódico decía eso pero lo que parece cier­
to es que Berzal, al reproducirlo, no tiene ni idea de lo que hacía.
Porque Ortega no estuvo nunca en el Indice y lo de Rosario
Pereda es ya de aurora boreal. Y realmente grave que el valliso­
letano desconozca la existencia de aquel gran escritor santande­
rino
que fue José Maria Pereda.
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Lo demás, de escasísimo o nulo interés. Sin que queramos
asegurar que lo tuviera demasiado lo hasta ahora referido. Las
preocupaciones de los arzobispos de Valladolid y de los Padres
de Familia de familia de la archidiócesis ante la situación de
cada-momento aburre por su reiteración en el relato y la poca
gracia del relatante, que cree asegurarla por su contraposición
a las modas
de hoy día. Y todo teñido siempre por lo que pare­
ce una incapacidad cong_énita en Berzal: re1nontarse de la anéc­
dota a la categoría. Protestaba alguien -qué más da quién, aun­
que el autor lo nombre, al gobernador civil, qué más da quién,
aunque el autor lo calle-, de la oscuridad en las salas de fies­
tas.
Yo no sé si algún cartujo, ingresado en la cartuja a los doce
años, si es que ello fuera posible, ignora los peligros, o las con­
veniencias, según se mire, de la oscuridad. Estoy seguro
de que
todos mis lectores lo entienden perfectamente. Pues, Berzal, no.
Aquella falta
de luz, "pásmense, invitaba a la concupiscencia"
(pág. 174). Pues claro
que nos pasmamos. Porque de todos es
sabido, salvo de Berzal, que la falta de. luz en discotecas, salas
de fiesta y otros lugares similares está buscada para poder rezar,
con más devoción y recogimiento, el Santo Rosario. ¿Vale la
pena. seguir? Creemos, sin
duda alguna, que no. Y creemos tam­
bién que puede ser norma de higiene intelectual, y de higiene
católica, prescindir
de los libros de Enrique Berzal de la Rosa.
Alguien me dijo, 1ne parece recordar aunque no lo aseguro, que
era el discípulo amado del historiador Laboa. Si así fuera, señor
Laboa, dedíquese a cultivar patatales
porque los berzales no
dan ni berzas.
FRANCISCO JOSÉ FERNÁNDEZ DE LA CIG01'A
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