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Número 427-428

Serie XLII

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Enrique Cal Pardo: Episcopologio mindoniense

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Estos últimos capítulos, si bien me han resultado tan intere­
s:rntes como el resto del libro, me han dejado la sensación de
cierta confusión,
no sé si achacable al lector por la acumulación
de información, a veces incluso contradictoria, o por falta de
poso de los propios autores.
Se podrian seguir poniendo objeciones a numerosas citas y
conclusiones del libro,
pero eso desbordada excesivamente el
objeto
de una reseña.
En conclusión, a pesar del derroche
que representa el discu­
rrir demasiado frecuentemente por derroteros filosóficos, la obra
resulta, además de interesante, amena y 1ne ha servido para repa­
sar y actualizar las nociones básicas de quimica, biologia y las
diferentes teorías en vigor sobre el comportamiento.
ANTONIO DE MENDOZA CASAS
Enrique Cal Pardo: EPISCOPOLOGIO
MINDONIENSE,.,
Mondoñedo es una vieja e histórica ciudad episcopal. Vivió
y vive
-hoy menos-, de su obispado, gracias a su obispado.
Sin él apenas pasaría de 1.1na aldea colocada en uno de los más
he1mosos lugares de Galicia. Estas ciudades episcopales, y sólo
episcopales: Mondoñedo, Tuy, Corla, Ciudad Rodrigo, Jaca, Bar­
bastro, Segorbe, Tarazana, Osma, Vich, Seo
de Urge!, Solsona,
Tortosa, Guadix, Plasencia, Astorga, Orihuela, Sigüenza, Ibiza,
Albarradn, Tudela, Calahorra
-si alguna de ellas ha conseguido
afirmarse
por otro motivó es una excepción-, han tenido una
e) Publicaciones de Estudios Mindonienses, Mondoñedo-Ferrol, 2003,
1252 págs.
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dependencia episcopal absoluta. No negaré que otras ciudades,
de más entidad como tales: Santiago, Toledo, Salamanca,
Tarra­
gona, Burgos, León, Oviedo... deben muclúsimo al obispado.
Pero ya tienen otra vida.
En las primeras el obispado, eón lo que
le es anejo: cabilc;lo, curia, seminario ... , lo es todo. Y cuando el
obispado murió, ellas agonizan. D!ganlo, si no, Albarracin, Corla,
Tudela, Segorbe, Tuy
...
El Concilio Vaticano acabó con muchas cosas. Entre. otras,
con los Cabildos catedralicios. Y, a veces, matamos algo sin
darnos cuenta de que con ello mueren otras realidades. Los
cabildos
eran muy antiguos. Y en muchas ocasiones fueron
moles.tos o molestísimos a
los obispos. Personas escogidas
muchas
· de ellas tras rigurosísimas oposiciones, con cargos
vitalicios y privilegios históricos fueron en muchos-casos
golondrinos en carne de los obispos, El segundo Concilio
Vaticano, en aras de una · democratizaciOn más aparei:--te · que
real, prácticamente acabó con ellos aunque mantenga Una
apariencia agonizante. _Con lo que se consiguió que los obis­
pos sean mu_cho más señores, su cónsejo mucho más indocto
y las ciudades episcopales mucho más incultas. Porque los
canónigos eran un cuerpo selectísimo, con las excepciones
que se quieran, que daban prez y lustre al obispado, cultura y
dignidad a la ciudad
episcopal y, en no pocos casos, santidad
a la Iglesia.
Ya no hay canónigos. Y, los que hay, ya no son nadie.
Paniaguados del obispo, elegidos y nombrac;los
por él, y, ade­
más,
ad tempus, han perdido totalmente el peso, el inmenso
peso, que tuvieron durante siglos en la Iglesia española. No se
ha ganado nada, salvo comodidad del obispo que ya no tiene
entre sus subordinados
quien se le pueda oponer ..c:.y a veces
se le opusieron con toda la razón-'-, y se ha perdido mucho:
un cuerpo óptimamente preparado, con una -cierta-ind~n'­
dencia, generalmente fidelísimo a la Iglesia y con infinitos
méritos a sus espaldas: consejo episcopal, docencia
en el se--
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minario, dirección espiritual, influencia social, liderazgo inte­
lectual...
Don Enrique Cal Pardo (Vivero, 1922) es uno de los últimos
canónigos
de la Iglesia hispana. Seguramente habrá más. Pero
ya serán otra cosa. Su presencia en Mondoñedo es casi más que
episcopal. Porque los obispos se van y Don Enrique permane­
ce. Inmerso en los infolios medievales pero absolutamente pre­
sente en la ciudad. Si alguien llega a esa perdida, antigua y her­
mosa ciudad
y, seguramente entre lluvias o brumas -con sol es
hermosisima-, pregunta por don Enrique, todos sabrán darle
razón
de él. No digo ya la viejecita que viene de la novena a
San Rosendo sino
el joven con ptercing y que se declara ateo,
el joven que pretende iniciar su carrera de abogado en la ciu­
dad, la chica
que int<;,nta escribir como CUnqueiro o el dueño
de la imprenta, de la úhica imprenta mindoniense, Sucesor de
Mancebo en las artes de Plantino, de San Rosendo en la hospi­
talidad y de
don Álvaro en la conversación. Todos saben de don
Enrique. Y don Enrique sabe de todos. A estas horas lo encon­
trará
en el Archivo. Y el acento gallego parece la Alborada de
Veiga. Irá camino de Santa Catalina. Y sigue sonando la Al­
borada.
No llego a decir que Mondoñedo es don Enrique. Pero
si que
don Enrique es Mondoñedo. Tiene años pero no le pesan. cuan­
do, ensotanado, va de la catedral ·al seminario, o del seminario a
la catedral, llena la calle, pero con enorme sencillez. Yo nunca he
sabido si saluda sonriendo o soruie saludando. Sabe que está, en
cualquier lugar que esté de Mondoñedo, en su casa. Aunque su
verdadera casa estuviera a las orillas del
niar a unos cuantos kiló­
metros de Mondoñedo. Sabe, tan cerca de la Villalba de
don
Manuel Fraga, que la calle es suya. Sin que nadie se la discuta. El
la consiguió con muchos años de oración, con muchos años de
trabajo, con muchos años de amor.
Bueno. Pues
don Enrique, canónigo archivero de la Santa
Catedral
de Mondoñedo, deán de la misma, hoy emérito, pero
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con cuántos 1néritos, y, sobre todo, investigador incansable de
sus fondos documentales, ha publicado el episcopologio de su
novia. De aquella con la que se· desposó, en sus archivos, hace
más de cincuenta años. Yo no sé historia medieval. Y conozco
muy poco de la historia moderna. Ciertamente más cuanto más
se aproxime a
la contemporánea. Pero, desde mis ignorancias,
me da la impresión de que en estas páginas está todo. O todo
de lo que, por la documentación existente, existe hoy en día.
Don Enrique dejó sus ojos, que aun miran con notable viveza,
deshojando documentos e interpretando grafismos. El legado
parece extraordinario. Nadie
podrá escribir del Mondoñedo
medieval o de sus obispos sin citar este libro. Y de lo que yo
medianamente conozco
puedo decir lo mismo. No se podrá
escribir de los obispos contemporáneos de Mondoñedo sin acu­
dir a las páginas de don Enrique Cal Pardo. Documentadísimas,
inteligentemente interpretadas
... Siempre he sostenido que no
se puede escribir un episcopologio utilizando exclusivamente el
Boletín
de la Diócesis. O los archivos capitulares. Don Enri­
que, ro1npiendo una secular tendencia en escritores eclesiásti­
cos, amplía algo el cam-po. En las infinitas notas hay mucho
más que los archivos capitulares y episcopales y que el boletín
diocesano, desde
cuando apareció. Aunque estos sean el cuer­
po principal de la investigación. Pero la utilización de sus fuen­
tes es tan exhaustiva, tan correctamente interpretada, tan rica
en conclusiones, tan eclesial, que me parece que estamos
ante
un documento excelente e importantísimo para conocer
el Obispado de Mondoñedo y Mondoñedo. Que es uno y lo
1nis1no.
Podrá creer algún lector que estoy hablando de un amigo.
No es así. He visto a don Enrique en dos ocasiones. Una no
rebasaría los dos minutos, la segunda quizá llegaría a quince.
Quise invitarle a co1ner, porque sabía, aunque aun no había
leído su episcopologio recién aparecido, que iba a enriquecer­
me en aquel encuentro. No quiso o no pudo. Evidentemente yo
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me lo perdí porque él es la conciencia viva de Mondoñedo y su
diócesis.
El libro tiene tres prólogos. Uno del obispo diocesano, mon­
. señor Gea, cordial y agradecido. Llama a don Enrique "el gran
investigador
de esta Iglesia particular". Con toda razón. Los otros
dos
son más técnicos. O más profesionales. Uno del director del
Instituto
de Estudios Gallegos Padre Sarmiento, Eduardo Pardo
de Guevara y Valdés. Le conocí cuando aun era muy joven, toda­
vía es joven, y sabía más que nadie de heráldicas y genealogías.
Bueno, seamos exactOs. Yo que tuve la suerte de ser a1nigo de
Antón Taboada y de serlo todavía de Alfonso Tovar no voy a dar
a Eduardo la primogenitura pero sí
un lugar muy destacado. Su
presentación del libro
no puede ser más elogiosa. Porque, en ver­
dad se lo merece. El director de "Estudios Mindonienses", anua­
rio
que nos anticipó muchos trabajos del ilustre archivero y, con­
cretamente, a los obispos que comparecen en las páginas de la
obra que comentamos, Segundo L. Pérez López, no es menor en
la alabanza.
Estamos pues ante una obra logradísima que corona una
vida de investigación y de a1nor. Creemos que muy pocos epis­
copologios, de los publicados, están a la altura del mindonien­
se. Y él debería servir de ejemplo a los qué en el futuro se
publiquen. Sólo
con que se le aproximen serán obras conse­
guidas.
¿Algún reparo? Pues, 11no. Don Enrique, quizá dejándose lle­
var de un escrupuloso sentido de los deberes del archivero no
quiso hacer públicos los hechos y en algún caso los deshechos
de los últimos obispos y concluye su nómina episcopal con Don
Juan José Salís y Fernández, obispo de Mondoñedo hasta su
muerte en 1931. Nos quedamos pues sin conocer a Benjamín
Arriba y Castro, Fernando Quiroga Palacios, Mariano Vega Mes­
tre, Jacinto Argaya Goicoechea, Miguel Angel
Arauja Iglesias y
José Gea Escolano. A todos los conoció
Don Enrique que, ade­
más, fue colaborador
de casi todos. ¡Lo que él podría contarnos!
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Respetamos su silencio, aunque lo lamentemos. Y aún no per­
demos la esperanza
de que, lúcido y joven, en la proximidad de
sus ochenta y dos años, cualquier día nos obsequie en el bene­
mérito anuario Estudios Mindonienses o donde él quiera con la
semblanza
de los últimos obispos de Mondoñedo. De los que,
como de los Savaricos, los Rosendos o Arias Peláez sabe más
que nadie.
Concluitnos felicitando al ilustre deán emérito mindo­
niense por su acabada obra y a la historiografía eclesiásti­
ca, tan necesitada
de trabajos como el que acabamos de co­
tnentar.
FRANCISCO JOSÉ FERNÁNDEZ DE LA C!GO!' Enrique Berzal: VALLADOLID BAJO PALIO.
IGLESIA Y CONTROL SOCIAL
EN EL SIGLO XX
Mis amables lectores ya tienen conocimiento de alguna otra
obra de este vallisoletano de 1972 que he reseñado en estas
páginas, dejando constancia
de mi poco entusiasmo por el
joven aficionado a la historia, aunque tenga un doctorado en
esa ciencia. Para quien lo haya olvidado, es el autor de aquella
genialidad según la cual los candidatos al episcopado se some­
tían
por los obispos al juicio del alcalde de la localidad. Aunque
no precisa si al de la ciudad donde tenía su sede el obispado,
el
de la capital de la provincia o al de todos los pueblos de la
diócesis reunidos. Pues me temo que este librito, de poco 1nás
de ciento cincuenta páginas de texto -las demás son el prólo­
go, absolutamente prescindible, la bibliografía
y el índice ano-
(*) Ámbito, Valladolid, 2002, 203 págs.
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