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Número 503-504

Serie L

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Luis Hernando Larramendi, Cristiandad, tradición, realeza

Luis Hernando de Larramendi, Cristiandad, tradición, realeza, Fundación Ignacio Larramendi, Madrid, 2011, 218 págs.

Luis Hernando de Larramendi (1882-1957) fue una de las grandes personalidades del Carlismo en la primera mitad del siglo XX. Abogado y orador ilustre tiene en su haber la redacción del borrador del Decreto en que el Rey Don Alfonso Carlos instituyó en 1936 la Regencia en la persona del Príncipe Don Javier de Borbón Parma, que en 1953 –de nuevo con la asistencia de Larramendi– asumiría en plenitud la sucesión carlista al trono de España. En 1937, en plena guerra, redacta un libro bajo el título El sistema tradicional, muy útil para demostrar la singularidad tanto como la finura doctrinal del Carlismo, en comparación con el mimetismo y la endeblez de otras actitudes entonces en boga (como la falangista) en el seno de la España nacional. Quizá por eso, pese a la ausencia de una explicitación tematizada del asunto, la censura impidió su publicación, hasta que en 1952 pudo ver la luz bajo el título de Cristiandad, tradición, realeza.

La Fundación dedicada a su memoria por su hijo Ignacio, empresario de raza que levantó el imperio de Mapfre sin caer en las tentaciones de la economía capitalista, y que los hijos de éste han rebautizado precisamente con su nombre, acaba de cumplir veinticinco años de vida. Y para celebrar estas bodas de plata han emprendido la reedición del libro de don Luis, precedida (entre otras cosas) de un interesantísimo prólogo de Alberto Ruiz de Galarreta, más conocido por su nom de plume de Manuel de Santa Cruz, así como de unos recuerdos sobre su padre del ya fallecido Ignacio Hernando de Larramendi.

El libro recuerda los trazos más salientes de la doctrina carlista a partir de capítulos que llevan como rúbrica voces tan importantes como revolución, política, tradición, legitimismo, nación y estado, [la] patria, formas sustanciales, dictadura, monarquía electiva, [el] rey, aristocracia y constitución. Y lo hace sin la menor pretensión, naturalmente, tal y como se había recibido de la generación de Vázquez de Mella. Le falta, pues, parte de la depuración acometida por la generación posterior a la del propio don Luis, esto es, la de su hijo Ignacio, representada intelectualmente por los profesores Rafael Gambra, Francisco Elías de Tejada, Álvaro d’Ors o Francisco Canals, y aun por las siguientes, como puede apreciarse en las precisiones introducidas por –ad exemplum– Danilo Castellano y José Antonio Ullate.

En resumen, se trata de un aporte notable, que sigue teniendo su puesto en el seno de la nutrida literatura doctrinal carlista, nunca agotado, y que se leerá con provecho.

Miguel AYUSO