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Número 87-88

Serie IX

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El Estado al servicio del bien común en la economía

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EL ESTADO AL SERVICIO DEL BIEN COMUN EN LA EGONOMIA
POR
HENRI DE Lc:WINFOSSE.
(Director de empresa d:e Bélgica)
Palabras pronunciadas en ila ipresidencia. de ila comunicación del p,rofesor
Marcel de Corte.
No soy un teórico de la economía política. Las ideas que os
propongo aquí son fruto de la experiencia conseguida durante
cuarenta
y cinco años como jefe de una empresa media e integra­
da que
ocupa· a
1.500 personas en cuatro puntos de explotación
y
que suministra a la exportación más de la mitad de su produc­
ción. Al principio de mi carrera
yo no comprendía que pudiera
existir
una oposición real entre mis propios intereses y los de
mis colaboradores.
La empresa m~ parecía una comunidad natural
en la que cada uno debería poder desarrollarse según sus dotes
personales. Yo
creía también,

en nornbre del principio de
sub­
sidiaridad,

poco definido, que el Estado deberia intervenir lo
menos posible en
el campo de la economía ... Y confieso que me
ha sido preciso cierto lapso de tiempo para llegar a las conclusiones
que hoy considero esencia•les :
1.0 Que el fin primordial de la actividad económica -hacia
el cual deben converger los esfuerzos de todos los miembros de la empresa- no es el interés de los productores ( detentadores del
capital, patronos, mandos
y obreros), sino el del consumidor. Pues
cuanto más
wbundante y

ventajosamente éste esté servido más au­
menta la prosperidad general y resu1ta, como consecuencia, que
ésta alcanza a los productores, que a su v.ez son consumidores.
Con esto se
edifica el

eterno
principio de que trabajando para los
otros es_ como se sirve mejor al propio interés.
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Fundaci\363n Speiro

HENRJ DE LOVINFOSSE
2.° Que no basta desear la abstención del Estado en la com­
petición económica. La crisis internacional de 1930, que ha pro­
vocado tantas ruinas
.y miserias, nos ha mostrado los peligros del
liberalismo económico entregado a sí mismo. La intervención del
Estado es necesaria, perO a condición de precisar su alcance y
sus límites, de forma que quede al servicio del bien común y que
no se traduzca en esas ingerencias unilaterales y pertutibadoras,
en que se combinan paradógicamente la debilidad y el abuso del
poder, de
los Esta,dos modernos.
Así,

el equilibrio entre la producción
y el consumo se estable­
cería por sí mismo si produjéramos para el consumidor y si el po­
der de este. último aumentara en función de la productividad.
La búsqueda de este equi'librio económico
-funda,do en
una
libre competencia que selecciona y recompensa a los mejores y
olbvenida mediante reglas de juego promulgadas y garantizadas por
'el Estado, que .elimineo a los defraudadores y parásitos- se con­
funde
para mí

con el .cuidado de la justicia social, que no es
otra cosa sino
el reparto equitativo de los bienes producidos ea
función de los servicios prestados. No veo ahí nungún rastro
de materialismo, en. principio porque el desarrollo y el justo re­
parto de
fa prosperidad económica exigeo la obediencia a reglas
morales

y espirituales y,
después, porque
jamás se ha
encontrado a
nadie, incluidos los responsables de las órdenes religiosas, que
han he dios materiales a su disposición ...
Estas ideas, tan sencillas como fecundas, han sido siempre
compartidas por mis colaboradores y son las que, al asegurar
la paz social en nuestra ~presa, nos han permitido salvar la
comunidad natural frente a las fuerzas de disolución represen­
tadas por los partidos políticoss.
Esta unidad, fundada en la convergencia de intereses e idea­
les, que tantos jefes de empresa han sabido realizar en las comu­
nidades que tienen a su cargo,
¿ por qué no podríamos extenderla
al conjunto de la nación e incluso entre las naciones? El bien .es
lo que une y el mal es lo que separa, proclama incansablemente
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EL ESTADO AL SERVICIO DEL BIEN COMUN
nuestro amigo y colaborador Gustave Thiboo. Y especialmente lo
es en nuestra época de economía -dinámica, .en la cu.al los in-.
tereses privados están cada vez más ligados al interés general,
donde el bien común es el primero de los bienes particulares.
Si dejamos escapar esta ocasión que nos ofrece el desarrollo
actual de la ciencia y la técnica, los marxistas nos impondrán por
la fuerza esta unidad que habremos rechazado en la libertad. Pues
los marxistas, cualquiera que sea la perversidad intrínseca a su
doctrina, tienen sobre. nosotros dos inmensas ventajas tácticas :
una visión clara del fin que deben alcanzar (saben en qué sentido
tienen que transformar la sociedad) y una rigurosa
disciplina para
la puesta al día de los medios precisos para alcanzar esa trans­
formación.
La fuerza del marxismo se debe ante todo a nuestra debilidad
y a nuestras divisiones. Todos estamos de acuerdo para denunciar
sus errores
y su maleficencia. Pero ¿ qué hacernos para comba­
tirlos? Nos parec·emos demasiado a un médico que, ante un en­
fermo amenazado de
muerte, estableciera un diagnóstico cada vez
más detallado de la enfermedad sin prescribir remedios, sino sólo
en los momentos de crisis algunos vagos calmantes que neutra­
lizaran
pTovisionalmente los

síntomas del mal sin atacar sus cau­
sas. En el
combate que nos opone el marxismo, quedamos a la
deriva, y por eso dejamos al adversario la iniciativa de las ope­
raciones. Ya es tiempo -y de verdad ya es tiempo- de
pasar
a la ofensiva: A la subversión es preciso oponer le la construcción,
pues no se triunfa de lo peor sino aportando lo mejor. Alguien
ha dicho que no se puede suprimir eficazmente lo que se reemplaza. El marxismo resuelve
el prdblema económico-socia1l con la escla­
vitud:
ofrezcamos a

los. hombres una solución tan precisa
me­
diante

la organización de la libertad. Entonces no teudremos
ne­
C½sidad
de

derrochar nuestro tiempo en vanas críticas (los
mar­
xistas podrían a veces tomar por su cuenta el viejo proverbio:
los perros ladran
y la caravana pasa), pues la agitación revolu­
cionaria

se extenderá progresivamente con el desorden
y las in­
justicias que la
alimentan. El

mejor medio de disipar definitiva-
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HENRI DE LOVINPOSSE
mente las tinieblas no es el gemir ¡ qué negro está todo! y demos­
trar hasta qué punto es triste vivir en la oscuridad: es el apor­
tar luz.
* * *
Esta luz la encontramos, nosotros cristianos, en la enseñanza
del Evangelio. Cristo revela a la vez la paternidad divina y la
fraternidad humana: no tenéis más que un Señor y vosotros sois
todos hermanos.
De ahí el mandamiento: amarás a tu prójimo
como a ti mismo. Lo que significa que no hay oposición, sino con­
vergencia entre el amor a sí y el servicio del prójimo ¿ Cómo
transponer esta convergencia en el campo económico? Hasta aquí,
es decir durante todo el tiempo en que ha reinado la economía
de penuria, el reparto
de los bienes materiales planteaba un pro­
blema, pues la abundancia
de unos
tenía como contrapartida la
miseria de los otros y la única solución consistía en predicar a
todos la virtud de la pobreza.
Pero he aquí que los datos del problema se han trastocado
con el desarrollo,

inédito en la historia
y prodigioso, de nuestros
medios de producción que nos hace solidarios a unos y otros lo
mismo en el orden económico ·que en el orden espiritual. Y la
solución más· conforme con la caridad consiste mucho menos en
quitar a unos para dar a los otros que en aumentar la parte de
todos; tanto menos en despojarse en provecho de los pobres que
l'fl hacer de modo que no haya más pobres.
Este equilibrio entre la producción
y el consumo, que asegu­
raría para siempre una parte creciente de los bienes producido~,
podría ser alcanzado fácilmente si el dinamismo de la economía
no fuera sin cesar trabado
y perturbado por el egoísmo incontro­
lado de individuos y grupos, por la estéril lucha de las clases y
por las intervenciones intempestivas de los Estados. Hemos propuesto desde hace mucho tiempo las condiciones
precisas
para este

equilibrio-. Nuestra doctrina ( si es que esta
palabra no resulta demasiado pretenciosa aplicada a simples solu­
ciones inspiradas

por
el buen sentido) se refiere, pues, a estos
pocos puntos esenciales.
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EL ESTADO AL SERVICIO DEL BIEN COMUN
l.'° El fin de la economía es el servicio al consumidor.
2.'{) Creemos

que la economía competitiva
cónstituye el
me­
dio más adecuado para alcanzar este fin, pero a condi­ción de que
sea a¡x,yada y

encuadrada
¡x,r:
a) woo p,oUtica s/JJUJJrÍal que garantice una mejora armo­
niosa de
las remuneraciones según el aumento de la
productividad.
b)
una poWica fiscal que limite la parte del Estado a
un porcentaje fijo del producto nacional.
c)
wna política aduanera que proteja las industrias na­
cionales contra todas las formas desleales de com­
petencia extranjera, importación de. mercancías pro­
tegidas bajo el régimen de ha j os salarios, dumpi.ng,
etcétera.
d) uoo polít-ica; moneú:uria que garantice, gracias al cum­
plimiento de las condiciones precedentes, el poder
adquisitivo de la moneda.
El conjunto de estas reglas, concernientes a estos cuatro
sectores, constituiría el Código del mercado. Esto es tan necesario
en nuestra época de economía dinámica como el Código de la ca­
rretera para la circulación de automóviles. Si, en nombre de la
libertad de circular, se suprimiera el Código de la carretera, los
embotellamientos y los accidentes se multiplicarían y, lejos de circular libremente, no se podría circular. Ocurre lo mismo en
la econonúa: la amplitud, la rapidez de todos ]os cambios exige
la observación de reglas precisas que, al ailigerar la circu1ación,
pernútan escapar al desorden y la asfixía.
He aquí, demasiado rápidamente esbozado, mi concepción del
orden económico
y de la paz social. Para terminar, querría llamar
la atención sobre dos puntos:
l.º La· revolución económica que se ha operado en el período
contemporáneo, que cada día continúa acelerándose, debe ser acom­
pañada de una revolución análoga en nuestros espíritus. No tene­
mos derecho a abordar los problemas planteados por la produc­
ción y la gran distribución de bienes materiales, por la relación
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HENRI DE LOVINFOSSE
entre capital y trabajo, por la lucha de clases, po,r el papel que
, se d~be asignar

al Estado, etc,, con los esquemas mentales de
antes~ inspirados por las necesidades de una economía estática.
Digán1oslo una vez más: no se trat.a de repartir laboriosamente
bienes estrechamente limitados, sino de abrir a todos
el acceso
a
un bien indefinidamente extensible. De cara a este fenómeno inédi­
to, la caridad
-al menos en lo que res-pecta a su inserción en el
mundo económicQ--------< debe cambiar, no de mirada, sino de óptica
temporal, Sé cuánto se ha abusado de la fórmula: es preciso ser
de
,su tiempo. Expresa, sin embargo, una verdad profunda, no en el
sentido de que uno debe despasarse servilmente, como lo entienden
algunos progresistas, con todos los errores que han tenido curso
en el
presente1 sino en el sentido de que _es preciso estar presente
en lo presente para desgajar y ampliar sus mejores posibilidades
y combatir sus ilusiones y sus vicios. Pues el mal mis¡no ha cam­
biado de forma y las nuevas enfermedades reclaman nuevos
re­
medios.
2.'() Estoy profundamente entristecido cu.ando veo tantos cató­
licos inteligentes
y generosos que están indiferentes por los pro­
b~emas
económicos.
Y esto ya sea porque se estiman incompeten­
tes en un campo que les
parece acotado

para los especialistas de
la materia, es decir, a los economistas, o bien porque las reali­
dades económicas les parecen de un orden inferior a los problemas
morales, políticos y sociales.
Ambas razones no se sostienen.
La solución de los problemas
económicos es cosa de buen sentido y experiencia mucho más que de inteligencia abstracta y de erudición. Son los sabios los que
en este campo
han dicho las peores tonterías, A la par que los
sexólogos mejor informados no son ni los amantes más fer­
vientes ni los esposos más fieles ( se ha hablado recientemente de
una eminente doctora especialista
en solución

en conflictos con­
yugales que ha llegado personalmente a su tercer divorcio.,,), del
mismo modo los campeones de la ciencia económica se pasan casi
siempre de lado la realidad
ex:onómica,,,
En

cuanto al segundo
argumento, es
cierto que, en el orden
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EL ESTADO AL SER.VICIO DEL BIEN COMUN
de valor.es, los valores económicos se sitúan por debajo de los
espirituales, políticos y sociales. Pero ¡ atención ! En la coyuntura
actual
ocupan .el primer

puesto
en orden de wrgencia. El desequi­
librio
de la economía, mantenido
y explotado por voluntad de
los agitadores políticos, hace que corramos el riesgo de ser con­
ducidos mañana a la revolución y pasado mañana a una tiranía
sin
precedentes en
la
histocia que aplastaría, con las libertades eco­
nómicas,

todos los valores
espiritua1es. El
ejemplo de los países
del Este

nos muestra 1a extensión del
peligro. Así,
el porvenir
moral, político
y hasta religioso de la humanidad depende, eu el
orden de la causalidad material, como diría Santo Tomás, de la
solución

que aportemos al problema económico. No tenemos de­
recho a desinteresarnos de una cuestión tan vital.
No se trata, entiéndase bien, de subestimar la importancia de
los otros problemas -espirituales, morales, políticos, etc.- que
se plantean a 1a conciencia contemporánea. Sabemos que también
ahí crecen el desorden
y la subversión ya que los grandes males
reclaman grandes remedios. Afirmamos solamente que el restable­
cimiento de la vida económica es de importancia esencial
para
la salvaguardi_a de todos los valores humanos y que si descuidamos
esta tarea dejaremos subsistir un
fo-co de infección que podrá com­
prometer el resultado de los remedios aplicados en otros sectores.
Pienso así especialmente
en el explosivo problema de la justicia
social, que no puede recibir solución a1guna satisfactoria en una
economía desequilibrada por la mezcla bastarda de anarquía y de
dirigismo que hoy día impera.
Perdonadme por haber retenido tanto -tiempo vuestra atención.
Pero ni vosotros ni
yo habremos perdido en esto nuestro t~em­
po si he podido llegar a convenceros de la importancia y la ur­
gencia del problema económico y de lo bien fundamentado de un
ensayo de solución que creo conforme con el doble principio en
que se inspira nuestra
acción, es decir, con el de las leyes de la
naturaleza y el de las exigencias de la caridad.
Cedo ya la palabra al profesor Marce! de Corte, a quien todos
vosotros conocéis.
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