Índice de contenidos
Número 87-88
Serie IX
- Textos Pontificios
-
Actas
-
Programa de la IX Reunión de Amigos de la Ciudad Católica: El municipio en la organización de la sociedad
-
Libertad y poder en la doctrina social de la Iglesia
-
Derecho, poder y libertad
-
Organización de la Universidad
-
Comercialización en la agricultura. Entre el liberalismo y la tecnocracia
-
Elites cívicas y vida política de las naciones
-
El Estado al servicio del bien común en la economía
-
El Estado y el dinamismo de la economía
-
- Estudios
- Información bibliográfica
- Ilustraciones con recortes de periódicos
- Documentos
Autores
1970
I. El Reino del Corazón de Cristo frente a la praxis mesiánica de horizonte histórico y terreno
ILUSTRACIONES CON RECORTES DE PERIODICOS
l. EL REINO DEL CoRAZÓN DE CRISTO FRENTE A LA PRAXIS MESIÁNICA DE
HORIZONTE HISTÓRICO Y TERRENO.
CRISTIANDAD,
de Baccelona, 'revista qu.eridísima, empeñada en la misma
labor espidtual y 'cultural que nosotros, ha publicado en su niim. 467,
de enero de este año, un· · trabajo importantísimo debido a la -pluma del
Catedrático
de Metafísica de la Universidad de. Barcelona, nuestro amigo
Francisco Canals Vida!, titulad.e) "Et CULTO AL C.ORAZóN DE CRISTO ANTE
LA
PROBLEMÁTICA HUMANA DE
HOY". Recomendamos su íntegra kcturai,
pero paira estimular
ai · hacerlo ti-etaremos de recoger:, como en un tradler,
algunos vértices de su. récá problemática.
"La finitud constituyente", "el inmanenti.smo y la absolati.zación de la
naturaleza. y del hombre en la mentalidad dwigente del mundo de hoy",
tiene como "subprrxlucto": "el olvido por el hombre masa de lo absoluto
y eterno". Pero veamos cómo explica el itinerario por el que se llega: a
·· za atribución a lo contingente de la absolutez de lo absoluto".
La modernidad anticristiana se ha desplegado filosóficamente
como una progresiva toma de conciencia en la que los atributos
de la divinidad han venido a ser puestos en
lo humano. La infle
xión decisiva,
más que
en la proclamación niestzcheana de la
ne
cesidad
de la muerte de
Dios-para
la· vida del
hOmbre~ había
tenido lugar en el tránsito al hegelianismo de izquierda en la
obra
de Fcuerbach.
Sus
palabras suenan a «extrañas profecías» cargadas de sen
tido revelador de las nuevas coordenadas de la contemporánea
visión del
mwido secularizada
y desacralizada. La política es
nuestra
reUgión. Lo humano es lo divino. El Estado es la I)rOvi
dencia
del hombre. Se pone en la humanidad, ya divinizada, lo
que «todavía» ponía Hegel en el
Espíritu absoluto,
o Spinoza
y Giordano Bruno en
la Naturaleza o en el Universo.
El movimiento que pretende
expresar el
pleno humanismo
en la superación de todas las alienaciones, el marxismo, encon
traría aún fundamento para acusar de contaminación teológica
a la propia afirmación de la divinidad en lo humano. Lo que
771
Fundaci\363n Speiro
quiere afirmar es la supremacía de lo humano en cuanto-tal. El
proceso antropocéntrico culmina así en una actitud que entronca con
el antiteísmo postulativo, para el que Dios es el ser que no
debe existir y que
en todo
caso debe
ser rechazado.
El
radieal antropocentrismo
en que se consumó
el proceso de
la modernidad separada de Dios ejerció su máxima influencia
sobre la conciencia contemporánea a través de un nuevo sentido
u orientación. Aquel que se expresa en
el marxismo, frente a la
atribución especulativa de un carácter divino a la humanidad en
su esencia universal, afirmando que no se trata ya de conocer
la realidad, sino de transformarla. La autorrealización del homhre como lo supremo se ejercita
en todas las dimensiones privadas y públicas de la vida contem·
poránea, con inspiración
marxista o
pragmatista,
en cunato
se
desenvuelve como un vivir constituido desde sí mismo por la
primacía de la
praxis humana.
"En el
principio era la acción",
hace decir Goethe al Doctor Féll1sto>
y
sí es la
acción humana la que ponemos ".como fundamento creador de
sentido del u-ni.verso y de la vida"; hacemos patente "su disiponibiildad
para
el pacto mefistofélioo". Sin embargo:
772
La praxis humana no puede ser el lugar ongmario de su pro·
pio valor y sentido. La voluntad y
la acción
carecen de consis·
tencia si no se
reconoce que
una «voluntad constituyente»
está
impresa
en la naturaleza del hombre y entitativamente la des
tina, con anterioridad radical a toda opción, hacia fines existen
tes en el universo real y en el fundamento último del hombre y
del Universo. Es decir,
la praxis
en cuanto tal no se pone en mo·
vimiento
sino supuesto el
hombre
ya constituido
en su posibili
dad radical como sujeto libre y activo. Y en verdad la afirmación
especulativa de
la primacía de la
acción,
y la entrega práctica a la búsqueda de un sentido de la
vida que fuese independiente de todo valor o fin
anterio!'es al
ejercicio
de la libertad, no han hecho sino lanzar al homhre culto
de la
modernidad a un círculo en
el que la misma dimeuión
ética viene a ser olvidada en su esencia, para ser asumida. sólo
como eficacia técnica a
b;'avés del
desarrollo, por la educación
científica, de las posibilidades creadoras entendidas como capa·
cidades de dominio
y de producción.
"El hombre movilizado· como servidor de la eficacia técnica",
es una
Fundaci\363n Speiro
consecuencia de "la ,misma desviación antropocéntrica del dinamismo prác~
tico", del que desaparecen la contemplación del "fin" y el amar. El "do-,
minar la tierra" bíblico se i:onvierte "en el babélico esfueFZO de dominio
autónomo y cerrado de trascendencia, que pretende su reinado exclusivo
y soberano sobre el mundo". La tecnocracia es una consecuencia. i~vitable
de esa v-isión·:
La tecnocracia viene a definir en sentido muy esencial el im-.
pulso directivo de nuestra vida. Porque el antropocentrismo, ejer
cido
en la primacía de la acción transformada en eficacia técnica,
impone la necesidad -según ha puesto en claro el agudo análi
sis heideggeriano-- de que la voluntad de poder
.se identifique
con
el instinto calculador que somete
l"a libertad
humana y trans•
forma el
animal racional
en
mano de
obra o equipo de trabajo
al servicio del consumo del ente.
CuandO ya
el ente ha perdido
todo otro sentido que no sea el de estar destinado a ser desgas tado por la planificada voluntad de dominio.
Del
obedecer para
dominar, y como cogido de
nuestra!!-pro·
pias redes, hemos
caído en servidumbre respecto al mecanismo de
nuestras propias
planificaciones y proyectos.
Para la propaganda de la política o de
l~ guerra
total, o
parn
la
que asume la tarea de producir en
serie la · opinión
democrá
tica, la opción política y su expresión está condicionada al ase soramiento del
re:flexólogo o
del psicólogo conductista. El acierto
en el ritmo de
rm slogan o en la sugerencia que en el mecanismo
de asóciación de imágenes puede tener un gesto o una frase lan
zada a través de los grandes medios de comunica_ción
de masas
pueden representar millones de votos para la designación de los
más influyentes poderes
en el
mundo de hoy.
La acción humana tecnificada,
desarraigada de
toda orienta
ción a
lo eterno por el impulso de autorrealización del hombre
como lo absoluto y ,mpremo, consuma en la vida colectiva la
caída de libertad y mismidad
en la
dependencia respecto de lo
anónimo
y lo público.
Resulta coherente que en
este «mundo feliz» se disperse
y
pierda la intimidad personal, por cuanto el presupuesto profundo
que sostiene la negación de la ape_rtura
d·e la
finitud y subjeti
vidad humana hacia lo eterno y divino implica de
raíz el
desco
nocimiento del libre albedrío como atributo de la esencia del
hombre, en que se despliega su acción,
desde la perspectiva de
la
fe cristiana, como espíritu e imagen de Dios.
"La
parado,ja del espíritu liberal"
es
fn.rto tambrén del mal paso dado
773
Fundaci\363n Speiro
hacia el B'l1!tropocenfrismo que no'S apmta del teocentrismo. "La aurodivi-
nizadón
de lo htmtano, que ha enfrentado al hombre moderno a la tras.-
cendencia y personalidad de Dios, ha tenido su impru:lso nuclear en la
voluntad. de autoafirm.ación. como sujeto libre y creador." Paradoja que,
al divinizar
la materia que preside los paralelismo¡; psicofisi-cos y las an-
tropologías implicadas
en las más difundidas escuelas psicoanalistas, em,.,
puja
el concepto tradicional del libre albedrío hasta explicarlo "como una
laguna en
el conocimiento .científico de la;s conexiones necesarias entre
estímulos
y
respuestas".
Esta trágica paradoja del espíritu liberal puede ser compren
dida únicamente si no se
quiere ignorar la intención que orientó
sus primeras y más influyentes formulaciones. Esta intención
se
hace
patente
si contrastamos hoy los fundamentos de
la enseñanza
de Juan
XXIII en la Pacern in terris ·sobre el derecho al libre ejer
cicio de la religión, con la doctrina spinoziana expuesta en el
Tractat:us theologico politicus, la más profunda y originaria fuen
te del pensamiento liberal de la Ilustración. Para el magisterio pontificio
se trata del derecho a ejercitar
el deber de religión según la propia conciencia, que, en virtud
de
su· constitutiva
religación a Dios,
es libre frente a las potesta
des
humanas. Para Spinoza: «los
que poseen el imperio supremo
son los intérpretes no
sólo del derecho civil, sino también del
sagrado; y sólo ellos
tienen
el derecho de discernir qué sea lo
justo Y qué ,lo injusto, qué lo piadoso y qué lo impío; de aquí
se
concluye que podrán
conservar este derecho del mejor modo
Y el Estado en seguridad, sólo si coneeden que cada uno sienta
lo que quiera y diga lo que siente».
Con
acierto magistral advirtió León
XÍil en la Libertas que
las
libertades
de conciencia, culto y pensamiento propugnadas por
el liheralisni.o eran
la puesta en práctica en
lo social y político
de
la emancipación naturalh!ta del hombre respecto a Dios.
Pero esta
liberac~ón frente
a la
trascendencia, que
lo es tam
bién respecto a la concienéia de culpa y de responsabilidad, tenía
su
fundamento doctrinal en una filosofía que niega la subsisten
cia
pel"sonal del individuo humano.
Para
liberarse de la
religación
y del orden. a una tra~endencia
infinita
y eterna hubo que realizar en el plano del pensamiento
el suicidio_ del hombre como
sujeto libre,
como espíritu creado
a imagen y
semejanza de
Dios.
La despersonalización es fruto de las corrientes arrtes expresad&, que
774
Fundaci\363n Speiro
"han regido los kl.eales sociales y el sentido de la educación y de. la vida",
y no
pueden menos que "comnovet: de raiz aquel concepto del hombre como
ser personal y libre". Es así porque:
Por los diversos tipos de materialismo, desde Hohbes a Marx
pasando por la Enciclopedia y por las gnoseologías empiristas
que inspiraron el liheralismo inglés; por el monismo
natnraliSta
y posteriormente por el criticismo y el idealismo alemán, desde
muy diversos supuestos doctrinales, se ha
persisitido en
negar la
unidad entitativa del hombre como sujeto personal.
Porque la hipócrita escisión entre la razón
práctica y el saber
teorético
sobre el fundamento último de la realidad ha llevado
al homhre moderno a emprender el intento de liherarse del sen
tido del mérito
y del demérito ante Dios, del pecado personal
y de la necesidad de la gracia y de la Redención -a través de
«nuevas astrologías» deterministas--- a la vez que proyectaba su
orgullosa actitud -moralizante contra instituciones y clases socia
les, tradiciones del pasado, estilos
y criterios establecidos, es
tructuras superadas,
naciones, culturas
o partidos políticos.
la cticidad que tiene como presupuesto un determi
nismo
dialéctico o
positivista es incapaz de fmctificar en la se
renidad interior, la sencillez y el confiado gozo, que podrían ha
llarse sólo
en la
humildad cristiana
y en la aceptación de la gra•
cia
redentora.
Aquel suicidio ontológico del
hombre deja sin sentido
la vida
personal. De aquí el dramatismo y la tensión, la pseudoprofética energía que alienta las tareas educativas, los
reformism.os y
pro
gresismos sociales que intentan suplantar las esperanzas propor
cionaclas a
la vocación divina
y eterna-del hombre por redencio
nes inmanentes «según los elementos del mundo» y por el es fuerzo de hallar una satisfacción absoluta en los proyectos del
futuro, en el propio advenir temporal e histórico.
"Escatologías
y esperanzas terrenas", son culminadas docvrinalmente
por
el marxismo~ como cima "de aquél proceso de absolu:tización de lo
inmanente en el que sucumbe todo -reconocimrento de la libre personalidad
del individuo humano", y
se
conswna con
él la
misteriosa· dimensión del
espir:itu moderno "como secularización y raciorr.alizadón de las escstolo~
gías mile:nm.-isfas
y de las redenciones gnóstico-maniqueas".
775
Fundaci\363n Speiro
El impacto del marxismo sobre la conciencia de nuestros días
no podría explicarse sólo desde su dimensión filosófica de hege
lianismo de izquierda; es decir, en cuanto prolonga, en una nue
va
fase de
filosofía del devenir universal, una concepción monista
del mundo. Muchas veces se ha notado la inconfundible herencia
profética y mesiánica que alienta, bajo las apariencias científicas y
filosóficas, en
el mensaje
revolu1.;ionario y marxista.
El
proletariado
es el
nuevo pueblo escogido, enfrentado a la
burguesía, la nueva gentilidad. La revolución es el juicio de las
naciones. La sociedad
sin clases, síntesis final
en el horizonte
histórico, substituye el «milenio» de los ehionitas, Pero hay que recordar que este mismo esquema había regido ya en momentos
anteriores, cuando la burguesía representaba frente a la aristo
cracia
el elemento redentor y escogido, el que llevaba en sí la luz
y la libertad. Y condiciona de nuevo hoy los movimientos de
rebeldía en los que
eJ. «conflicto de generaciones» constituye el
nuevo advenimiento mesiánico: los «jóvenes» nos redimen del
anquilosamiento y putrefacción de los «mayores», los instalados
en lo establecido. Esta escatología inmanente inspira la idolatría de los tiempos
nuevos que conmueve tan profundamente desde sus
bases la
visión
cristiana
y el contenido dogmático de la fe en la concien
cia contem.poránea.
Es obvio, no obstante, que el torbellino que arrastra la «cro
nolatria», cada vez más
ampliame.nte difundida desde el Huma
nismo y la Ilustración, devora sucesivamente
,sus propios
ídolos.
La aceleración de la historia, en que se ejercita su triunfo, no
hace sino más inestable y desalentador el eulto del
hombre, en
el
que hay que quemar cada vez con mayor rapidez
lo que poco
antes se adoró.
En verdad, el anhelo de ser feliz personalmente, que consti
tuye el dinamismo central, la voluntad constituyente del
hombre
como
sujeto
activo, así
como no puede descansar en su inmer
sión en la impersonal unidad desoladora de un universo en
el
que con la muerte de Dios ha muerto también el hombre como
persona, tampoco puede
descansar, a
pretexto
de engañosos al
truismos-,
en la
«procesión de
fantasmas» de
las generaciones que
tienden al mundo
fuhlro justo y feliz.
"Soledad en la socialización". es a lo que se llega por ese camino de
redención inminentemente humanWa.
776
Fundaci\363n Speiro
La eticidad de las redenciones inmanentes desintegra y «re
duce>>
el sentido auténtico del amor. El dinamismo de comunica
ción y don de la plenitud de una vida espiritual
y personal que
da radicalmente imposibilitado;
y hay que htÍscar lUl · sucedáneo
en
la unidad para la lucha impulsada por la indignación moral
en que fructifica el «resentimiento». Al
removerse, teórica y prácticamente, la idea cristiana del
hombre, imagen de Dios, llamado a la filiación divina, el térmi no amor ha venido a perder
su sentido
para invertirse y no ser
sino
lema de
combate.
Vindican con airada tensión igualdades de derechos, y claman
indignamente contra
di&eriminaciones por
la raza, la nación, la
edad, el
sexo o
la
confesión religiosa, quienes
no distinguen on
tológicamente
el hombre de la naturaleza y sólo ven en él un
superior nivel de progreso evolutivo que se consuma en la técni
ca
y en la cultura.
Prolongado sugerencias de Max Scheler, podría decirse que
el «amor» socialista,
más que
«horizontal» o antropocéntrico, es
un impulso de unión contra las
potestade8 o
valores que en al
guna línea aparezcan como en un orden
más elevado.
Por esto el
«amor», en este contexto ideológico y social, juega siempre como
estímulo
y factor de oposición y se enfrenta a aquel acatamiento
a
lo superior de que habló el Apóstol en la carta a los romanos.
Elemento de la lucha por el poder, tal «amor» se impulsa siem
pre de un modo u otro
desde la «providencia del
hombre»
que es
el
Estado,
y a través de las tensiones antitéticas entre lo «esta
blecido»
y lo que «se opone». Quedamos así inmersos en lo pú
blico
y anónim~, y perdidos en la soledad mientras se acelera el
ritmo del proceso socializante. Nos sentimos solos, e incluso de
cimos querer estarlo: «el infierno son los
otros».
. . Cuando
se trata .de justificar y explicar el fenómeno
de la revolución de la juventud y el
conflicto de
generaciones
se olvidan a veces
dos aspectos decisivos del problema.
EstamoS
ante,
la
primera promoción,
probablemente~ que
no siente ya
amparada en
su vida por-la
mirada paterna de un Dios personal;
y a la que ha faltado, más que a ninguna de las anteriores, y es pecialmente en los más altos
sectores sociales
de nuestro mundo
industrializado
y urbano, la vigilante «represión» del amoroso
mirar de
sw padres.
Los
hombres de
esta generación, a quienes se
ha defraudado
por una parte lo que durante siglos no faltó en épocas de me-
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Fundaci\363n Speiro
778
nores posibilidades y de menos profunda conciencia histórica, son
empujados, por
otra
parte, a
la rebeldía contra la tradición y la
autoridad, por las fuerzas que luchan al servicio de la voluntad
de poder. Porque el tema de nuestro tiempo es esta crítica
im
placable contra toda autoridad y superioridad establecidas, es
congruente la fructificación de aquella lucha en el uniforme y
obligado «no conformismo» en que parece consistir el imperativo
incondicionado de nuestro tiempo.
Pero la serie de consecueocias continúa, no acaba.
La maxima fuerza desintegradora del orden cristiano, lo que
suplanta y
se opone
al Evangelio, consiste en el atractivo de idea
les
desviados en
sentido antropocéntrico
y antiteístico, pero cuya
presencia y dinamismo histórico sólo puede explicarse a modo
de testimonio ante todas las naciones del mensaje de la esperan
za mesiánica. Justicia
y paz. Estos anhelos agitan movimientos de rebeldía
implacable, de ciega injusticia, sostienen inquietudes y tensiones
que son estímulo de la permanente inestabilidad de una época que
fue caracterizada con acierto como la del pacifismo y las guerras
mundiales.
Sería engañ.oso entender esta actualidad
y adecuación del
ideal del Reino de Cristo para nuestro tiempo, cual si pudié
ramos esperar que
se le
acepte con fácil popularidad; o que
sintonice cómodamente con la sensibilidad
masificada por
la
propaganda, vertida hedonísticamente hacia lo inmediato, o tor
turada por la soberbia
y endurecida rebeldía de los justicialis·
mos y pacifismos «mundanos».
Este malentendido
llevaría a
confundir con
la eficacia y fruc.
tificación
del apostolado cristiano y de la
consecratfu mundi los
éxitos equívocos
que
se apoyan
en tácitas de adulación, instru
mento de influencias de grupo o de
secta, que
ponen a su servicio
laa energías
cristianas, a las que deforman por la renuncia al
escándalo de la Cruz. En este tipo de éxito, con
el que triunfan
hoy las nuevas gnosis pseudocristianas
y las teologias «modernis·
tas»,
el
apóstol
y el dirigente cristiano sucumben en el fondo a
aquellas tentaciones que planteó Satanás en el desierto al ofrecer
a Jesús el dominio sobre todos los reinos del mundo.
Fundaci\363n Speiro
Cuando se plantea el problema de la actual situación huma
na y, de la puesta al día de la pastoral y de la vida cristiana,
hay que advertir siempre la unilateralidad de las deformadas con cepciones teológicas que escinden el misterio con el intento de
satisfacer por modo fácil e inmediato
exigencias surgidas
a partir
de
tensiones y
antítesis.
Lo carismático frente a
lo jurídico; lo histórico y social fren
te a lo eterno y
trascendente; el
amor
y la libertad frente a la ley
y
al acatamiento de la soberanía divina; amor horizontal y an
tropocéntrico frente a la caridad teologal, correspondencia
al don
divino; esperanza «hacia adelan-te» y orientada hacia el futuro,
que hace olvidar
lo e.terno y las «cosas de arriba»; «sobrenatura•
lismo» que
desdeña la
historia de la salvación en su realidad con
creta; religiosidad sin sobrenaturalismo ni trascendencia, reducida
a un horizonte inmanentista; cristianismo arreligioso; «Dios» no
espiritual ni personal; teología sin Dios. El éxito publicitario y mundano, políticamente afectado, de los
autores y obras representativos de aquellas corrientes, no
ha de
ocultar su inconsistencia y desarraigo en el verdadero
sentido de
la
fe del pueblo de Dios. Son corrientes infecundas y esterilizan
tes,
que, en
el ámbito mismo de la doctrina, desintegran y anulan
las mismas
dimensiones-en
que pretenden insistir y
apoyarse: de
una
teología sin Dios no
puede derivar sino un personalismo sin
persona humana, un evangelio social sin consumación y plenitud
del reino mesiánico; una filantropía horizontal
sin amor.
En cambio, el símbolo del Corazón de Jesucristo concreta pa,ra el hom,.,
IYre ele hoy,
. . la síntesis que muestra el integro
misterio de
la economía redentora y la visión cristiana del univer
so y de la historia en unidad no escindida, superación radical de
escisiones
y tensiones antitéticas.
El
Corazón de
Cristo nos propone: la
religión, como acata
miento y honor debidos a la excelencia y soberanía de Dios,
fundida con el amor, unión y
entrega; la
dimensión teocéntrica o
vertical de la vida cristiana y la
efuaión del
amor a los hombres
«como Cristo nos amó»; sin antinomia entre encarnación y esca
tologismo, la esperanza del Reino del
Sagrádo Corazón,
orien
tando unitariamente la concepción de la historia, en marcha ha
cia
la instauración de todas las cosas en Cristo.
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Fundaci\363n Speiro
"Para el nuevo cristianismo arreligioso «Dios es amor» significa que se
da por superado el concepto de Dios omnipotente y paterno.'' En cambio,
el culto al Corazón de Cristo comprende consagración y reparación, doble
elemento
que
"conforme a la ensf:ñan.za del magisterio de la Iglesia, sinte-
tizan amor y religión en unidad ,in.3€:parable. La entrega a:l amor es oca ....
tamiento a la soberanía de Dios; la reparación a la justicia es voluntad de
«consolar» el Amor no correspondidx:i'.
Esto nos sirve de base para entender el amor que debemos a nuestros
hermanos, el
amor de
Di.OS-y el amor a los hombres. Así:
780
. el mensaje de'! Corazón de Cristo revela también con
unidad y sencillez lo que nuestras tentaciones mundanas contra
ponen y escinden. El amor a Dios y el amor a nuestros hermanos.
En la tensa polémica que divide los ánimos y confunde la fe
de los cristianos de hoy
insisten algunos
exclusivamente en una
«horizontalidad». La entrega del cristiano, «hombre para los de
más», al servicio fraterno
de su prójimo es lo «único necesario»,
e invalida como hipocresía y fariseísmo la religiosidad
y el amor
a
Dios. «Quien
no ama al prójimo a quien ve, ¿cómo padrá amar
a Dios a quien no ve?» -insisten en recordar. Al enfrentarse a este nuevo cristianismo antropocéntrico y
arrcligioso? para
vindicar la trascendencia
y personalidad de Dios,
y
la verticalidad religio.sa de la auténtica caridad cristiana, se in
siste de otra parte en recordar polémicamente que el amor cris
tiano a nuestro prójimo sólo tiene fuerza y sentido «por amor
de Dios».
A
quienes vindican -el amor horizontal e inmanente, tales
pa
labras
suenan a
su vez cual
desprecio y falta de solidaridad hacia
los hombres como tales.
Les parece
que el cristiano no sentiría
así todo lo humano como
suyo, y
sería éticamente inferior a los
gentiles que se sabían hombres y nada humano pensaban como
ajeno. La religiosidad y teocentrismo serían olvido de la palabra
profética que nos. exhorta a «no despreciar jamás al que es nues
tra carne». Y en verdad que
en la
urgente defensa y proclamación del
primer precepto de amar a Dios con toda nuestra mente, con
todo nuestro corazón y con todas nuestras fuerzas, podría caerse
en
un¡.t visión
sutilmente deformada que
ofreeería blanco
a las
acusaciones formuladas por el cristianismo humanista y arreligio
so frente
ti la ortodoxia tradicional Porque podríamos caer, pa
radójicamente, a pretexto de radical teocentrismo, en el orgullo secreto de una «religiosidad» egocéntrica.
Fundaci\363n Speiro
No podemos partir de nuestro yo y ascender «cartesianamen
te» a
Dios para considerar
después «sólo
por
Dios» a
nuestro
prójimo como digno de
ser amado como
nosotros mismos. Lo que
en definitiva
importa
es tener
presente que no somos nosotros
los que hemos amado a
Dios, sino
que en esto
consiste el
amor:
en que Él nos amó· primero a nosotros, siendo
miserables y
ene
migos,
hasta darnos
a su Hijo para redención de nuestros
peca
dos. La auténtica «verticalidad» no es farisaica ni ascendente, sino
humilde aceptación del don que desciende misericordiosamente
desde el amor eterno con que Dios-Ilos ha amado.
«Desde Dios-», que es amor, podemos amar al prójimo «como
Él nos
ha amado». Esto es amar al prójimo por Dios. No pode
mos
«tener» la
caridad teologal desde nosotros y centrada en
nosotros. Somos llamados a «permanecer en
·el amor» que nace
de
Dios. No hay amor cristiano
sin la fe. Por esa fe creemos en
el Amor que Dios nos ha mostrado en su Hijo: y si alguno no
ama, no conoce a Dios, porque Dios
es Amor.
El reino del Corazón de Cristo.
•
La contemporánea apostasía de la fe cristiana, en un mundo
heredero de
los valores
espirituales y culturales de la Cristian·
dad, se ha producido
pol" la
hegemónica influencia
de una praxis
social y política de un mesianismo redentor de horizonte histó
rico
y terreno.
Ninguna de las herejías dogmáticas ni de los errores
especu
lativos
habían podido horrar tan
eficazmente de
la conciencia
so
cial
de Occidente la fe en el Evangelio de nuestra filiación di
vina y
el anhelo de la vida eterna en el gozo del Señor.
Se
tiene en muchos
casos la
impresión de hallarse ante un
intento defensivo y
un& apologética concesión,-en la que el mé
rito y
lo fuerza
de la iniciativa y del anhelo de justicia parecen
estar
P..n parte exclusivamente del llamamiento revolucionario
anticristiano.
La máxima urgencia para la
teologia de
nuestro tiempo ra
dica, nos parece, en la tarea
de fundamentar
una interpretación
teológica del sentido de la historia. Debemos convencernos en
primer lugar que la fuerza desintegradora de los errores sociales
de la modernidad anticristiana consiste en aquel su carácter de
reducción secularizada, gnóstico-ebionita, de la esperanza mesiá
nica enunciada por los dos Testamentos.
Ante una humanidad universalmente impulsada por el anhelo
de
conseg¡Ür en
la inmanencia y en la historia la plena raciona-
781
Fundaci\363n Speiro
lidad de lo real y el sentido absoluto de la vida, se anunciaría
estéril y fragmentariamente
el mensaje del Corazón de Cristo,
síntesis del evangelio del Reino,
si se olvidase
su constitutiva in
serción en el dinamismo de anhelo y
esperanza hacia
el reinado
del amor de Cristo sobre la universal sociedad humana .
•
Es decir,
precisamente por la promesa con la que
Dios con gratuita misericordia, con independencia de
to-da obra Y
mérito
humano, con anterioridad a toda justicia por la
ley, y
con
sobel'ana liberalidad
frente a la grandeza
y sabiduría de los
hombres quiso
formarse un pueblo
según sus
designios.
El Israel de Dios
de la nueva alianza es también el pueblo
de los pobres de·
Dios, para los
que es bueno
Y ahwe. La satánica
deformacíón·ebionita que nutre la más tremenda tentación contem
poránea, no podrá, con toda la fuerza de su
engaño, substituir
el
anhelo de los que confían en el Dios de
Israel. De
los que
«com
padecen»
el - gemido de Aquel cuya tragedia, que traspasa
los si
glos
y por la que es contemporánea de to-das las generaciones y
protagonista de la historia universal, contiene en--sí todos los do
lores de la humillación y del sufrimiento, de la
opresión y
de la
injusticia.
II. SOBRE LA TECNOCRACIA.
LBS panaceas terrenales que al mundo de hoy se le ofrecen para su au-
torreden'Ción, para el lo{J'"o del paraíso en -la tierra, se centran fu.ndamen-
talmente en tos mitos tecnacráNco y socialista.
"Sobre la tecnocracia" es precisamente el título de un artículo publi~
caclo po,, Sa1vad= Milkt y Bel, en La Vanguardia Espa!ic,la
30 de mayo de 1970: y de él reproducimos a continuación la. parle que
nos parece más sustencial.
782
En busca de una definición más actual, más real y más viva
del fenómeno tecnocrátieo nos hemos de dirigir, necesariamente,
a
ese país
vecino cuya maycir pasión, desde mucho antes de Des
cartes, es
la pasión por las definiciones. Por mi parte me rindo
incondicionalmente ante las definiciones del Larousse y del Ro
hert.
Según el primero,
los tecnócratas son «unos técnicos que
dirigen los asuntos púhlieos o privados sin tener demasiado en
cuenta los valores humanos».
SegÚn el segundo, la tecnocracia es
«un sis-tema
político en el cual los técnicos tienen un poder pre-
Fundaci\363n Speiro
l. EL REINO DEL CoRAZÓN DE CRISTO FRENTE A LA PRAXIS MESIÁNICA DE
HORIZONTE HISTÓRICO Y TERRENO.
CRISTIANDAD,
de Baccelona, 'revista qu.eridísima, empeñada en la misma
labor espidtual y 'cultural que nosotros, ha publicado en su niim. 467,
de enero de este año, un· · trabajo importantísimo debido a la -pluma del
Catedrático
de Metafísica de la Universidad de. Barcelona, nuestro amigo
Francisco Canals Vida!, titulad.e) "Et CULTO AL C.ORAZóN DE CRISTO ANTE
LA
PROBLEMÁTICA HUMANA DE
HOY". Recomendamos su íntegra kcturai,
pero paira estimular
ai · hacerlo ti-etaremos de recoger:, como en un tradler,
algunos vértices de su. récá problemática.
"La finitud constituyente", "el inmanenti.smo y la absolati.zación de la
naturaleza. y del hombre en la mentalidad dwigente del mundo de hoy",
tiene como "subprrxlucto": "el olvido por el hombre masa de lo absoluto
y eterno". Pero veamos cómo explica el itinerario por el que se llega: a
·· za atribución a lo contingente de la absolutez de lo absoluto".
La modernidad anticristiana se ha desplegado filosóficamente
como una progresiva toma de conciencia en la que los atributos
de la divinidad han venido a ser puestos en
lo humano. La infle
xión decisiva,
más que
en la proclamación niestzcheana de la
ne
cesidad
de la muerte de
Dios-para
la· vida del
hOmbre~ había
tenido lugar en el tránsito al hegelianismo de izquierda en la
obra
de Fcuerbach.
Sus
palabras suenan a «extrañas profecías» cargadas de sen
tido revelador de las nuevas coordenadas de la contemporánea
visión del
mwido secularizada
y desacralizada. La política es
nuestra
reUgión. Lo humano es lo divino. El Estado es la I)rOvi
dencia
del hombre. Se pone en la humanidad, ya divinizada, lo
que «todavía» ponía Hegel en el
Espíritu absoluto,
o Spinoza
y Giordano Bruno en
la Naturaleza o en el Universo.
El movimiento que pretende
expresar el
pleno humanismo
en la superación de todas las alienaciones, el marxismo, encon
traría aún fundamento para acusar de contaminación teológica
a la propia afirmación de la divinidad en lo humano. Lo que
771
Fundaci\363n Speiro
quiere afirmar es la supremacía de lo humano en cuanto-tal. El
proceso antropocéntrico culmina así en una actitud que entronca con
el antiteísmo postulativo, para el que Dios es el ser que no
debe existir y que
en todo
caso debe
ser rechazado.
El
radieal antropocentrismo
en que se consumó
el proceso de
la modernidad separada de Dios ejerció su máxima influencia
sobre la conciencia contemporánea a través de un nuevo sentido
u orientación. Aquel que se expresa en
el marxismo, frente a la
atribución especulativa de un carácter divino a la humanidad en
su esencia universal, afirmando que no se trata ya de conocer
la realidad, sino de transformarla. La autorrealización del homhre como lo supremo se ejercita
en todas las dimensiones privadas y públicas de la vida contem·
poránea, con inspiración
marxista o
pragmatista,
en cunato
se
desenvuelve como un vivir constituido desde sí mismo por la
primacía de la
praxis humana.
"En el
principio era la acción",
hace decir Goethe al Doctor Féll1sto>
y
sí es la
acción humana la que ponemos ".como fundamento creador de
sentido del u-ni.verso y de la vida"; hacemos patente "su disiponibiildad
para
el pacto mefistofélioo". Sin embargo:
772
La praxis humana no puede ser el lugar ongmario de su pro·
pio valor y sentido. La voluntad y
la acción
carecen de consis·
tencia si no se
reconoce que
una «voluntad constituyente»
está
impresa
en la naturaleza del hombre y entitativamente la des
tina, con anterioridad radical a toda opción, hacia fines existen
tes en el universo real y en el fundamento último del hombre y
del Universo. Es decir,
la praxis
en cuanto tal no se pone en mo·
vimiento
sino supuesto el
hombre
ya constituido
en su posibili
dad radical como sujeto libre y activo. Y en verdad la afirmación
especulativa de
la primacía de la
acción,
y la entrega práctica a la búsqueda de un sentido de la
vida que fuese independiente de todo valor o fin
anterio!'es al
ejercicio
de la libertad, no han hecho sino lanzar al homhre culto
de la
modernidad a un círculo en
el que la misma dimeuión
ética viene a ser olvidada en su esencia, para ser asumida. sólo
como eficacia técnica a
b;'avés del
desarrollo, por la educación
científica, de las posibilidades creadoras entendidas como capa·
cidades de dominio
y de producción.
"El hombre movilizado· como servidor de la eficacia técnica",
es una
Fundaci\363n Speiro
consecuencia de "la ,misma desviación antropocéntrica del dinamismo prác~
tico", del que desaparecen la contemplación del "fin" y el amar. El "do-,
minar la tierra" bíblico se i:onvierte "en el babélico esfueFZO de dominio
autónomo y cerrado de trascendencia, que pretende su reinado exclusivo
y soberano sobre el mundo". La tecnocracia es una consecuencia. i~vitable
de esa v-isión·:
La tecnocracia viene a definir en sentido muy esencial el im-.
pulso directivo de nuestra vida. Porque el antropocentrismo, ejer
cido
en la primacía de la acción transformada en eficacia técnica,
impone la necesidad -según ha puesto en claro el agudo análi
sis heideggeriano-- de que la voluntad de poder
.se identifique
con
el instinto calculador que somete
l"a libertad
humana y trans•
forma el
animal racional
en
mano de
obra o equipo de trabajo
al servicio del consumo del ente.
CuandO ya
el ente ha perdido
todo otro sentido que no sea el de estar destinado a ser desgas tado por la planificada voluntad de dominio.
Del
obedecer para
dominar, y como cogido de
nuestra!!-pro·
pias redes, hemos
caído en servidumbre respecto al mecanismo de
nuestras propias
planificaciones y proyectos.
Para la propaganda de la política o de
l~ guerra
total, o
parn
la
que asume la tarea de producir en
serie la · opinión
democrá
tica, la opción política y su expresión está condicionada al ase soramiento del
re:flexólogo o
del psicólogo conductista. El acierto
en el ritmo de
rm slogan o en la sugerencia que en el mecanismo
de asóciación de imágenes puede tener un gesto o una frase lan
zada a través de los grandes medios de comunica_ción
de masas
pueden representar millones de votos para la designación de los
más influyentes poderes
en el
mundo de hoy.
La acción humana tecnificada,
desarraigada de
toda orienta
ción a
lo eterno por el impulso de autorrealización del hombre
como lo absoluto y ,mpremo, consuma en la vida colectiva la
caída de libertad y mismidad
en la
dependencia respecto de lo
anónimo
y lo público.
Resulta coherente que en
este «mundo feliz» se disperse
y
pierda la intimidad personal, por cuanto el presupuesto profundo
que sostiene la negación de la ape_rtura
d·e la
finitud y subjeti
vidad humana hacia lo eterno y divino implica de
raíz el
desco
nocimiento del libre albedrío como atributo de la esencia del
hombre, en que se despliega su acción,
desde la perspectiva de
la
fe cristiana, como espíritu e imagen de Dios.
"La
parado,ja del espíritu liberal"
es
fn.rto tambrén del mal paso dado
773
Fundaci\363n Speiro
hacia el B'l1!tropocenfrismo que no'S apmta del teocentrismo. "La aurodivi-
nizadón
de lo htmtano, que ha enfrentado al hombre moderno a la tras.-
cendencia y personalidad de Dios, ha tenido su impru:lso nuclear en la
voluntad. de autoafirm.ación. como sujeto libre y creador." Paradoja que,
al divinizar
la materia que preside los paralelismo¡; psicofisi-cos y las an-
tropologías implicadas
en las más difundidas escuelas psicoanalistas, em,.,
puja
el concepto tradicional del libre albedrío hasta explicarlo "como una
laguna en
el conocimiento .científico de la;s conexiones necesarias entre
estímulos
y
respuestas".
Esta trágica paradoja del espíritu liberal puede ser compren
dida únicamente si no se
quiere ignorar la intención que orientó
sus primeras y más influyentes formulaciones. Esta intención
se
hace
patente
si contrastamos hoy los fundamentos de
la enseñanza
de Juan
XXIII en la Pacern in terris ·sobre el derecho al libre ejer
cicio de la religión, con la doctrina spinoziana expuesta en el
Tractat:us theologico politicus, la más profunda y originaria fuen
te del pensamiento liberal de la Ilustración. Para el magisterio pontificio
se trata del derecho a ejercitar
el deber de religión según la propia conciencia, que, en virtud
de
su· constitutiva
religación a Dios,
es libre frente a las potesta
des
humanas. Para Spinoza: «los
que poseen el imperio supremo
son los intérpretes no
sólo del derecho civil, sino también del
sagrado; y sólo ellos
tienen
el derecho de discernir qué sea lo
justo Y qué ,lo injusto, qué lo piadoso y qué lo impío; de aquí
se
concluye que podrán
conservar este derecho del mejor modo
Y el Estado en seguridad, sólo si coneeden que cada uno sienta
lo que quiera y diga lo que siente».
Con
acierto magistral advirtió León
XÍil en la Libertas que
las
libertades
de conciencia, culto y pensamiento propugnadas por
el liheralisni.o eran
la puesta en práctica en
lo social y político
de
la emancipación naturalh!ta del hombre respecto a Dios.
Pero esta
liberac~ón frente
a la
trascendencia, que
lo es tam
bién respecto a la concienéia de culpa y de responsabilidad, tenía
su
fundamento doctrinal en una filosofía que niega la subsisten
cia
pel"sonal del individuo humano.
Para
liberarse de la
religación
y del orden. a una tra~endencia
infinita
y eterna hubo que realizar en el plano del pensamiento
el suicidio_ del hombre como
sujeto libre,
como espíritu creado
a imagen y
semejanza de
Dios.
La despersonalización es fruto de las corrientes arrtes expresad&, que
774
Fundaci\363n Speiro
"han regido los kl.eales sociales y el sentido de la educación y de. la vida",
y no
pueden menos que "comnovet: de raiz aquel concepto del hombre como
ser personal y libre". Es así porque:
Por los diversos tipos de materialismo, desde Hohbes a Marx
pasando por la Enciclopedia y por las gnoseologías empiristas
que inspiraron el liheralismo inglés; por el monismo
natnraliSta
y posteriormente por el criticismo y el idealismo alemán, desde
muy diversos supuestos doctrinales, se ha
persisitido en
negar la
unidad entitativa del hombre como sujeto personal.
Porque la hipócrita escisión entre la razón
práctica y el saber
teorético
sobre el fundamento último de la realidad ha llevado
al homhre moderno a emprender el intento de liherarse del sen
tido del mérito
y del demérito ante Dios, del pecado personal
y de la necesidad de la gracia y de la Redención -a través de
«nuevas astrologías» deterministas--- a la vez que proyectaba su
orgullosa actitud -moralizante contra instituciones y clases socia
les, tradiciones del pasado, estilos
y criterios establecidos, es
tructuras superadas,
naciones, culturas
o partidos políticos.
la cticidad que tiene como presupuesto un determi
nismo
dialéctico o
positivista es incapaz de fmctificar en la se
renidad interior, la sencillez y el confiado gozo, que podrían ha
llarse sólo
en la
humildad cristiana
y en la aceptación de la gra•
cia
redentora.
Aquel suicidio ontológico del
hombre deja sin sentido
la vida
personal. De aquí el dramatismo y la tensión, la pseudoprofética energía que alienta las tareas educativas, los
reformism.os y
pro
gresismos sociales que intentan suplantar las esperanzas propor
cionaclas a
la vocación divina
y eterna-del hombre por redencio
nes inmanentes «según los elementos del mundo» y por el es fuerzo de hallar una satisfacción absoluta en los proyectos del
futuro, en el propio advenir temporal e histórico.
"Escatologías
y esperanzas terrenas", son culminadas docvrinalmente
por
el marxismo~ como cima "de aquél proceso de absolu:tización de lo
inmanente en el que sucumbe todo -reconocimrento de la libre personalidad
del individuo humano", y
se
conswna con
él la
misteriosa· dimensión del
espir:itu moderno "como secularización y raciorr.alizadón de las escstolo~
gías mile:nm.-isfas
y de las redenciones gnóstico-maniqueas".
775
Fundaci\363n Speiro
El impacto del marxismo sobre la conciencia de nuestros días
no podría explicarse sólo desde su dimensión filosófica de hege
lianismo de izquierda; es decir, en cuanto prolonga, en una nue
va
fase de
filosofía del devenir universal, una concepción monista
del mundo. Muchas veces se ha notado la inconfundible herencia
profética y mesiánica que alienta, bajo las apariencias científicas y
filosóficas, en
el mensaje
revolu1.;ionario y marxista.
El
proletariado
es el
nuevo pueblo escogido, enfrentado a la
burguesía, la nueva gentilidad. La revolución es el juicio de las
naciones. La sociedad
sin clases, síntesis final
en el horizonte
histórico, substituye el «milenio» de los ehionitas, Pero hay que recordar que este mismo esquema había regido ya en momentos
anteriores, cuando la burguesía representaba frente a la aristo
cracia
el elemento redentor y escogido, el que llevaba en sí la luz
y la libertad. Y condiciona de nuevo hoy los movimientos de
rebeldía en los que
eJ. «conflicto de generaciones» constituye el
nuevo advenimiento mesiánico: los «jóvenes» nos redimen del
anquilosamiento y putrefacción de los «mayores», los instalados
en lo establecido. Esta escatología inmanente inspira la idolatría de los tiempos
nuevos que conmueve tan profundamente desde sus
bases la
visión
cristiana
y el contenido dogmático de la fe en la concien
cia contem.poránea.
Es obvio, no obstante, que el torbellino que arrastra la «cro
nolatria», cada vez más
ampliame.nte difundida desde el Huma
nismo y la Ilustración, devora sucesivamente
,sus propios
ídolos.
La aceleración de la historia, en que se ejercita su triunfo, no
hace sino más inestable y desalentador el eulto del
hombre, en
el
que hay que quemar cada vez con mayor rapidez
lo que poco
antes se adoró.
En verdad, el anhelo de ser feliz personalmente, que consti
tuye el dinamismo central, la voluntad constituyente del
hombre
como
sujeto
activo, así
como no puede descansar en su inmer
sión en la impersonal unidad desoladora de un universo en
el
que con la muerte de Dios ha muerto también el hombre como
persona, tampoco puede
descansar, a
pretexto
de engañosos al
truismos-,
en la
«procesión de
fantasmas» de
las generaciones que
tienden al mundo
fuhlro justo y feliz.
"Soledad en la socialización". es a lo que se llega por ese camino de
redención inminentemente humanWa.
776
Fundaci\363n Speiro
La eticidad de las redenciones inmanentes desintegra y «re
duce>>
el sentido auténtico del amor. El dinamismo de comunica
ción y don de la plenitud de una vida espiritual
y personal que
da radicalmente imposibilitado;
y hay que htÍscar lUl · sucedáneo
en
la unidad para la lucha impulsada por la indignación moral
en que fructifica el «resentimiento». Al
removerse, teórica y prácticamente, la idea cristiana del
hombre, imagen de Dios, llamado a la filiación divina, el térmi no amor ha venido a perder
su sentido
para invertirse y no ser
sino
lema de
combate.
Vindican con airada tensión igualdades de derechos, y claman
indignamente contra
di&eriminaciones por
la raza, la nación, la
edad, el
sexo o
la
confesión religiosa, quienes
no distinguen on
tológicamente
el hombre de la naturaleza y sólo ven en él un
superior nivel de progreso evolutivo que se consuma en la técni
ca
y en la cultura.
Prolongado sugerencias de Max Scheler, podría decirse que
el «amor» socialista,
más que
«horizontal» o antropocéntrico, es
un impulso de unión contra las
potestade8 o
valores que en al
guna línea aparezcan como en un orden
más elevado.
Por esto el
«amor», en este contexto ideológico y social, juega siempre como
estímulo
y factor de oposición y se enfrenta a aquel acatamiento
a
lo superior de que habló el Apóstol en la carta a los romanos.
Elemento de la lucha por el poder, tal «amor» se impulsa siem
pre de un modo u otro
desde la «providencia del
hombre»
que es
el
Estado,
y a través de las tensiones antitéticas entre lo «esta
blecido»
y lo que «se opone». Quedamos así inmersos en lo pú
blico
y anónim~, y perdidos en la soledad mientras se acelera el
ritmo del proceso socializante. Nos sentimos solos, e incluso de
cimos querer estarlo: «el infierno son los
otros».
. . Cuando
se trata .de justificar y explicar el fenómeno
de la revolución de la juventud y el
conflicto de
generaciones
se olvidan a veces
dos aspectos decisivos del problema.
EstamoS
ante,
la
primera promoción,
probablemente~ que
no siente ya
amparada en
su vida por-la
mirada paterna de un Dios personal;
y a la que ha faltado, más que a ninguna de las anteriores, y es pecialmente en los más altos
sectores sociales
de nuestro mundo
industrializado
y urbano, la vigilante «represión» del amoroso
mirar de
sw padres.
Los
hombres de
esta generación, a quienes se
ha defraudado
por una parte lo que durante siglos no faltó en épocas de me-
777
Fundaci\363n Speiro
778
nores posibilidades y de menos profunda conciencia histórica, son
empujados, por
otra
parte, a
la rebeldía contra la tradición y la
autoridad, por las fuerzas que luchan al servicio de la voluntad
de poder. Porque el tema de nuestro tiempo es esta crítica
im
placable contra toda autoridad y superioridad establecidas, es
congruente la fructificación de aquella lucha en el uniforme y
obligado «no conformismo» en que parece consistir el imperativo
incondicionado de nuestro tiempo.
Pero la serie de consecueocias continúa, no acaba.
La maxima fuerza desintegradora del orden cristiano, lo que
suplanta y
se opone
al Evangelio, consiste en el atractivo de idea
les
desviados en
sentido antropocéntrico
y antiteístico, pero cuya
presencia y dinamismo histórico sólo puede explicarse a modo
de testimonio ante todas las naciones del mensaje de la esperan
za mesiánica. Justicia
y paz. Estos anhelos agitan movimientos de rebeldía
implacable, de ciega injusticia, sostienen inquietudes y tensiones
que son estímulo de la permanente inestabilidad de una época que
fue caracterizada con acierto como la del pacifismo y las guerras
mundiales.
Sería engañ.oso entender esta actualidad
y adecuación del
ideal del Reino de Cristo para nuestro tiempo, cual si pudié
ramos esperar que
se le
acepte con fácil popularidad; o que
sintonice cómodamente con la sensibilidad
masificada por
la
propaganda, vertida hedonísticamente hacia lo inmediato, o tor
turada por la soberbia
y endurecida rebeldía de los justicialis·
mos y pacifismos «mundanos».
Este malentendido
llevaría a
confundir con
la eficacia y fruc.
tificación
del apostolado cristiano y de la
consecratfu mundi los
éxitos equívocos
que
se apoyan
en tácitas de adulación, instru
mento de influencias de grupo o de
secta, que
ponen a su servicio
laa energías
cristianas, a las que deforman por la renuncia al
escándalo de la Cruz. En este tipo de éxito, con
el que triunfan
hoy las nuevas gnosis pseudocristianas
y las teologias «modernis·
tas»,
el
apóstol
y el dirigente cristiano sucumben en el fondo a
aquellas tentaciones que planteó Satanás en el desierto al ofrecer
a Jesús el dominio sobre todos los reinos del mundo.
Fundaci\363n Speiro
Cuando se plantea el problema de la actual situación huma
na y, de la puesta al día de la pastoral y de la vida cristiana,
hay que advertir siempre la unilateralidad de las deformadas con cepciones teológicas que escinden el misterio con el intento de
satisfacer por modo fácil e inmediato
exigencias surgidas
a partir
de
tensiones y
antítesis.
Lo carismático frente a
lo jurídico; lo histórico y social fren
te a lo eterno y
trascendente; el
amor
y la libertad frente a la ley
y
al acatamiento de la soberanía divina; amor horizontal y an
tropocéntrico frente a la caridad teologal, correspondencia
al don
divino; esperanza «hacia adelan-te» y orientada hacia el futuro,
que hace olvidar
lo e.terno y las «cosas de arriba»; «sobrenatura•
lismo» que
desdeña la
historia de la salvación en su realidad con
creta; religiosidad sin sobrenaturalismo ni trascendencia, reducida
a un horizonte inmanentista; cristianismo arreligioso; «Dios» no
espiritual ni personal; teología sin Dios. El éxito publicitario y mundano, políticamente afectado, de los
autores y obras representativos de aquellas corrientes, no
ha de
ocultar su inconsistencia y desarraigo en el verdadero
sentido de
la
fe del pueblo de Dios. Son corrientes infecundas y esterilizan
tes,
que, en
el ámbito mismo de la doctrina, desintegran y anulan
las mismas
dimensiones-en
que pretenden insistir y
apoyarse: de
una
teología sin Dios no
puede derivar sino un personalismo sin
persona humana, un evangelio social sin consumación y plenitud
del reino mesiánico; una filantropía horizontal
sin amor.
En cambio, el símbolo del Corazón de Jesucristo concreta pa,ra el hom,.,
IYre ele hoy,
. . la síntesis que muestra el integro
misterio de
la economía redentora y la visión cristiana del univer
so y de la historia en unidad no escindida, superación radical de
escisiones
y tensiones antitéticas.
El
Corazón de
Cristo nos propone: la
religión, como acata
miento y honor debidos a la excelencia y soberanía de Dios,
fundida con el amor, unión y
entrega; la
dimensión teocéntrica o
vertical de la vida cristiana y la
efuaión del
amor a los hombres
«como Cristo nos amó»; sin antinomia entre encarnación y esca
tologismo, la esperanza del Reino del
Sagrádo Corazón,
orien
tando unitariamente la concepción de la historia, en marcha ha
cia
la instauración de todas las cosas en Cristo.
779
Fundaci\363n Speiro
"Para el nuevo cristianismo arreligioso «Dios es amor» significa que se
da por superado el concepto de Dios omnipotente y paterno.'' En cambio,
el culto al Corazón de Cristo comprende consagración y reparación, doble
elemento
que
"conforme a la ensf:ñan.za del magisterio de la Iglesia, sinte-
tizan amor y religión en unidad ,in.3€:parable. La entrega a:l amor es oca ....
tamiento a la soberanía de Dios; la reparación a la justicia es voluntad de
«consolar» el Amor no correspondidx:i'.
Esto nos sirve de base para entender el amor que debemos a nuestros
hermanos, el
amor de
Di.OS-y el amor a los hombres. Así:
780
. el mensaje de'! Corazón de Cristo revela también con
unidad y sencillez lo que nuestras tentaciones mundanas contra
ponen y escinden. El amor a Dios y el amor a nuestros hermanos.
En la tensa polémica que divide los ánimos y confunde la fe
de los cristianos de hoy
insisten algunos
exclusivamente en una
«horizontalidad». La entrega del cristiano, «hombre para los de
más», al servicio fraterno
de su prójimo es lo «único necesario»,
e invalida como hipocresía y fariseísmo la religiosidad
y el amor
a
Dios. «Quien
no ama al prójimo a quien ve, ¿cómo padrá amar
a Dios a quien no ve?» -insisten en recordar. Al enfrentarse a este nuevo cristianismo antropocéntrico y
arrcligioso? para
vindicar la trascendencia
y personalidad de Dios,
y
la verticalidad religio.sa de la auténtica caridad cristiana, se in
siste de otra parte en recordar polémicamente que el amor cris
tiano a nuestro prójimo sólo tiene fuerza y sentido «por amor
de Dios».
A
quienes vindican -el amor horizontal e inmanente, tales
pa
labras
suenan a
su vez cual
desprecio y falta de solidaridad hacia
los hombres como tales.
Les parece
que el cristiano no sentiría
así todo lo humano como
suyo, y
sería éticamente inferior a los
gentiles que se sabían hombres y nada humano pensaban como
ajeno. La religiosidad y teocentrismo serían olvido de la palabra
profética que nos. exhorta a «no despreciar jamás al que es nues
tra carne». Y en verdad que
en la
urgente defensa y proclamación del
primer precepto de amar a Dios con toda nuestra mente, con
todo nuestro corazón y con todas nuestras fuerzas, podría caerse
en
un¡.t visión
sutilmente deformada que
ofreeería blanco
a las
acusaciones formuladas por el cristianismo humanista y arreligio
so frente
ti la ortodoxia tradicional Porque podríamos caer, pa
radójicamente, a pretexto de radical teocentrismo, en el orgullo secreto de una «religiosidad» egocéntrica.
Fundaci\363n Speiro
No podemos partir de nuestro yo y ascender «cartesianamen
te» a
Dios para considerar
después «sólo
por
Dios» a
nuestro
prójimo como digno de
ser amado como
nosotros mismos. Lo que
en definitiva
importa
es tener
presente que no somos nosotros
los que hemos amado a
Dios, sino
que en esto
consiste el
amor:
en que Él nos amó· primero a nosotros, siendo
miserables y
ene
migos,
hasta darnos
a su Hijo para redención de nuestros
peca
dos. La auténtica «verticalidad» no es farisaica ni ascendente, sino
humilde aceptación del don que desciende misericordiosamente
desde el amor eterno con que Dios-Ilos ha amado.
«Desde Dios-», que es amor, podemos amar al prójimo «como
Él nos
ha amado». Esto es amar al prójimo por Dios. No pode
mos
«tener» la
caridad teologal desde nosotros y centrada en
nosotros. Somos llamados a «permanecer en
·el amor» que nace
de
Dios. No hay amor cristiano
sin la fe. Por esa fe creemos en
el Amor que Dios nos ha mostrado en su Hijo: y si alguno no
ama, no conoce a Dios, porque Dios
es Amor.
El reino del Corazón de Cristo.
•
La contemporánea apostasía de la fe cristiana, en un mundo
heredero de
los valores
espirituales y culturales de la Cristian·
dad, se ha producido
pol" la
hegemónica influencia
de una praxis
social y política de un mesianismo redentor de horizonte histó
rico
y terreno.
Ninguna de las herejías dogmáticas ni de los errores
especu
lativos
habían podido horrar tan
eficazmente de
la conciencia
so
cial
de Occidente la fe en el Evangelio de nuestra filiación di
vina y
el anhelo de la vida eterna en el gozo del Señor.
Se
tiene en muchos
casos la
impresión de hallarse ante un
intento defensivo y
un& apologética concesión,-en la que el mé
rito y
lo fuerza
de la iniciativa y del anhelo de justicia parecen
estar
P..n parte exclusivamente del llamamiento revolucionario
anticristiano.
La máxima urgencia para la
teologia de
nuestro tiempo ra
dica, nos parece, en la tarea
de fundamentar
una interpretación
teológica del sentido de la historia. Debemos convencernos en
primer lugar que la fuerza desintegradora de los errores sociales
de la modernidad anticristiana consiste en aquel su carácter de
reducción secularizada, gnóstico-ebionita, de la esperanza mesiá
nica enunciada por los dos Testamentos.
Ante una humanidad universalmente impulsada por el anhelo
de
conseg¡Ür en
la inmanencia y en la historia la plena raciona-
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lidad de lo real y el sentido absoluto de la vida, se anunciaría
estéril y fragmentariamente
el mensaje del Corazón de Cristo,
síntesis del evangelio del Reino,
si se olvidase
su constitutiva in
serción en el dinamismo de anhelo y
esperanza hacia
el reinado
del amor de Cristo sobre la universal sociedad humana .
•
Es decir,
precisamente por la promesa con la que
Dios con gratuita misericordia, con independencia de
to-da obra Y
mérito
humano, con anterioridad a toda justicia por la
ley, y
con
sobel'ana liberalidad
frente a la grandeza
y sabiduría de los
hombres quiso
formarse un pueblo
según sus
designios.
El Israel de Dios
de la nueva alianza es también el pueblo
de los pobres de·
Dios, para los
que es bueno
Y ahwe. La satánica
deformacíón·ebionita que nutre la más tremenda tentación contem
poránea, no podrá, con toda la fuerza de su
engaño, substituir
el
anhelo de los que confían en el Dios de
Israel. De
los que
«com
padecen»
el - gemido de Aquel cuya tragedia, que traspasa
los si
glos
y por la que es contemporánea de to-das las generaciones y
protagonista de la historia universal, contiene en--sí todos los do
lores de la humillación y del sufrimiento, de la
opresión y
de la
injusticia.
II. SOBRE LA TECNOCRACIA.
LBS panaceas terrenales que al mundo de hoy se le ofrecen para su au-
torreden'Ción, para el lo{J'"o del paraíso en -la tierra, se centran fu.ndamen-
talmente en tos mitos tecnacráNco y socialista.
"Sobre la tecnocracia" es precisamente el título de un artículo publi~
caclo po,, Sa1vad= Milkt y Bel, en La Vanguardia Espa!ic,la
nos parece más sustencial.
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En busca de una definición más actual, más real y más viva
del fenómeno tecnocrátieo nos hemos de dirigir, necesariamente,
a
ese país
vecino cuya maycir pasión, desde mucho antes de Des
cartes, es
la pasión por las definiciones. Por mi parte me rindo
incondicionalmente ante las definiciones del Larousse y del Ro
hert.
Según el primero,
los tecnócratas son «unos técnicos que
dirigen los asuntos púhlieos o privados sin tener demasiado en
cuenta los valores humanos».
SegÚn el segundo, la tecnocracia es
«un sis-tema
político en el cual los técnicos tienen un poder pre-
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