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Número 87-88

Serie IX

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Orden natural y subversión, en el pensamiento pontificio

ORDEN NATURAL Y SUBVERSION,
EN EL PENSAMIENTO PONTIFICIO
(*)
POR J![.
DR. BERNA~mNo MoNTEJANO (h.) (**)
El orden es la disposición que asigna a las cosas i,guaJ.es !Y des­
iguales el
lugar que

les corresponde. Este concepto de San Agus­
tín posee una validez que supera las coordenadas del tiempo y del
espacio y

por eso nos sirve hoy para encuadrar el tema.- Pero
como nosotros aquí nos vamos a referir a un cierto
y determinado
orden, debemos restringir el alcance de la definición,
y para con­
seguir ese propósito nada mejor que analizar el adjetivo "natural"
que limita el sustantivo "orden". Bien sabemos que el término
"natural" no es precisamente unívoco y que ha sido y es utili­
zado en múltiples sentidos; pero también sabemos que vinculado
al sustantivo "orden" sólo cabe una interpretación del adjetivo,
que es la antigua interpretación aristotélica, en la cual la finalidad
y la dinamicidad del ser se unen a través de la mensura norma~
tiva

del
fin1 de la naturaleza que regula y sirve para valorar e]
dinamismo, el movimiento, hasta alcanzar la meta, punto de lle­
gada que nos permite hablar de una plena realización de su for­
ma propia.
(*) Comunicación al Primer Congreso organizado por el Instituto de
Promoción Social Argentina, en diciembre de 1969.
(**) De nuestro querido amigo Bernardino Montejano (h.), profesor
de Filosofía del Derecho en
la Universidad de Buenas Aires ¡y de Filosofía
del Derecho, Derecho natural y Etica social en la Pontificia Universidad
Católica Argentina, hemos ipublicado en VERBO, núm. 80 (diciembre 1_969)
su estudio Actitud del iurista cristiano ante el Derecho natural.
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BERNARDINO MONTE/ANO
Orden natural humano
Pero una nueva delimitación nos vemos obligados a realizar,
pues el tema no abarca
el examen de todo el orden natural, sino
que se refiere solamente a esa parte del orden natural constituida
por
"el orden natural humano, o sea referido a los animales ra­
cionales que obran electivamente respecto a su fin y que por lo mis­
mo son responsables cuando aceptan y traducen en sus pensa­
mientos y en sus actos de ese orden propuesto o cuando lo trasto­
can y subvierten.
Subversión.
Y
¿ qué es subvertir? El diccionario de la Real Academia nos
dice que es trastornar, revolver, destruir, en sentido moral. O sea en el -plano de los actos propiamente humanos, pues la sub­
versión es posible gracias a la libertad de los hombres-; pero
tam­
bién gracias a esa libertad es posible el mérito, el ajuste volun­
tario al orden natural y el crecimiento ordenado de las criaturas
en pos de su arquetipo eterno.
Orden y Creación.
El orden natural surge de la Creación, pues Dios no sólo ha
dado a
las criaturas el sustento, sino que también les ha dado la
ley. Su ley. Y todo acatamiento a esa ley, traducida en
el orden
natural está en la línea de la Creación. En cambio toda desobe­
diencia, toda rebeldia subvierte ese orden y está en
la línea de
la descreación. El orden natural humano está vinculado a la existencia de
la
especie humana. Si todos los hombres, a pesar de las diferencias
circunstanciales de cultura
y civilización, tienen ciertas notas
comunes que fluyen de
-su animalidad
racional y que por su perma­
nencia nos permiten hablar de especie humana, .debe existir una
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ORDEN NATURAL Y SUBVERSION
normatividad natural, un orden natural específico que participa de
esa inmutabilidad y que es regla válida para regir la conducta de
todos los hombres en todos los tiempos.
Antinaturalidad del desorden.
Y
si este orden es natural, el desorden que procede de su
negación es antinatural. Antinatural es el desorden
que reina
entre

los individuos
y entre los pueblos y que contrasta con el
orden maravilloso del universo, como señaló Juan XXIII en
su encíclica
Pacem in terris. Ahora bien, el orden del universo
y el orden humano son de distinto género, y en este último cam­
po existe
1a posibilidad del desorden. de la subversión, porque
en él -corno ya advertimos- entra a jugar la libertad humana.
Los antiguos afirmaban que la violación del ·orden natural
traía aparejada para e] hombre los castigos más crueles, aun­
que se escapara a la sanción prevista por las leyes temporales.
Por eso, Antígona, en el drama de Sófocles, prefiere sufrir el
castigo de un mortal como el tirano Greón, antes que violar los
mandatos surgidos de las
leyes no escritas, antes que rebelarse
contra el orden natural.
Y si esto hace es porque ya los griegos
tenían una perfecta conciencia
de la

gravedad de esta subversión.
Sanciones del orden natural.
Desde que se encarna el Verbo de Dios, en la plenitud de
los tiempos, el cristianismo y la ley natural van a aparecer indi­
solublemente unidos, porque la santidad predicada por Cristo
abarca las exigencias de la naturaleza humana racional, conden­
sadas en el principio de reciprocidad
que aparece en el Evangelio
de San Lucas: "T'ratad a los demás
cÜmo deseáis
ser tratados."
(6/31); pero la perfección evangélica va mucho más allá del
orden natural en las bienaventuranzas y exhortaciones del Sennón
de la Montaña. Pero este ir más allá implica
la· ru::eptación de lo
que está más acá
y que sirve de base só1ida para el crecimiento
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sobrenatural. Así como la gracia opera sobre la naturaleza, la
plenifica
y la eleva sin destruirla, también la ley divina que nos
indica
el ca.mino para alcanzar nuestra realización en el plano
sobrenatural no comporta derogación alguna de la ley natural,
sino su perfeccionamiento mediante la imposición de una forma­
lidad más elevada.
Cristiarl'ismo y ley natural.
Y al cristianismo le interesa la reafirmación de la ley natural
porque el Dios vivo que en la Segunda Persona de la Santísima
Trinidad se
hace hombre
y redime a todos los hombres, quiere
la salvación de éstos y no su condenación. No quiere que los
hombres sufran esos castigos terribles mencionados por los anti­
guos, que eran el resultado de la subve_rsión contra el orden na­
tural. Por eso le pide al Padre no que los saque del mundo, sino
que los libre del mal. Desde ese momento nace lo que hoy algunos
llaman "el compromiso" de la Iglesia con el orden natural, com­
promiso
ya anticipado en el Antiguo Testamento cuando Yavé,
por intermedio de Jeremías, su profeta, se refirió a la ley ins­
crita en los corazones de los hombres: "Y o pondré. mi ley en
ellos y la escribiré en su corazón, y seré su Dios y ellos serán
mi pueblo" (31/33).
Los cimientos pauünos.
Es San Pablo quien en su segunda Epístola a los romanos
pone los cimientos sobre los que elaborarán sus doctrinas los pen­
sadores cristianos. El apóstol afirma que "cuando los gentiles,
guiados por la razón natural, cumplen con los preceptos de la
ley, ellos mismos, sin tenerla, son para sí mismos ley. Y con esto
demuestran que los preceptos de la ley están escritos en sus cora­
zones, siendo

testigo su conciencia y las diferentes reflexiones
que allá en su interior o los acusan o los defienden" (14/15).
Los gentiles no tienen la ley mosaica, porque ésta es la ley promul-
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ORDEN NATURAL Y SUBVERSION
gada para el pueblo elegido, pero los gentiles tienen, al igual
que los judíos, la ley natural, cuyo contenido concuerda con el
de la ley de Moisés, descubriéndose a través del testimonio de
la
razón natural.
La elaboración conceptual.
Desde San Pablo hasta nuestros días asistimos a un enrique­
cimiento constante en
la elaboración conceptual de la teoría acer­
ca de la ley natural y de sus relaciones y vínculos con la ley divi­
na positiva. Los Santos

Padres, especialmente San Agustín,
la es­
colástica medieval en la que sobresale Santo Tomás de Aquino,
]a escolástica española, con las geniales aplicaciones que hace
de los antiguos principios a renovadas circunstancias el más ju­
rista de sus teólogos, Francisco
de Victoria,
son mojones que es
imposible omitir ¡x:,r más somera que sea la enumeración.
Ley natural y doctrina social de la Iglesia.
En nuestra época asistimos a un nuevo resurgimiento de los
estudios acerca de la cuestión que es indagada por una pléyade
de teólogos, filósofos y juristas. Y es la cátedra romana la que
por boca de Pío XII declara que la ley natural es el fundamento
de la doctrina social de la Iglesia.
¡ La ley natural! He aquí el
fundamento sobre el cual reposa la doctrina social de la Iglesia.
Es precisamente su concepción cristiana del mundo la que ha
inspirado
y sostenido a la Iglesia en la edificación de esta doc­
trina sobre tal fundamento.
Magisterio e interpretación.
Es al magisterio de la Iglesia a quien corresponde interpretar
la ley natural, y el Papa Pablo· VI reivindica ese derecho inalie­
nable cuando en su encíclica
Hu,,mane vitae sostiene que "es in-
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controvertible qne Jesucristo, al comunicar a Pedro y a los Após­toles su autoridad divina y al enviarlos a enseñar a todos los pue­
blos sus mandamientos, los constituía en custodios y en intérpre­
tes auténticos de toda ley moral, es decir, no sólo de la ley evan­
gélica, sino también de la natural, expresión de la voluntad de
Dios, cuyo cumplimiento fiel es igualmente necesario para sal­
varse" (I, 4).
Todos los Papas de los últimos tiempos, pero especialmente
León XIII, Pío XI, Pío XII y Juan XXIII han ejercido reite­
radamente este derecho del magisterio de interpretar el orden
natural y han precisado las directivas que éste implica, su con­
tenido y su contorno.
Objetividad de la ley natural.
El magisterio ha distinguido la objetividad de la ley natural
de su captación psicológica y subjetiva que puede traducir más
o menos
fielmeiite sus

exigencias debido al carácter limitado
de
nuestra

'-'razón natural"
y a nuestro estado existencial de debi­
lidad surgido del pecado. Por eso la conciencia es descubridora,
captadora y no creadora de ese orden que la irasciende y que se
constituye en el fundamento remoto de nuestros deberes. Por eso
Paulo VI afirma que "la conciencia es intérprete de una norma su­
perior, no es ella quien la crea, la conciencia
ha de estar ilumi­
nada

por la intuición de ciertos principios normativos, connatu­
rales a la razón humana. La conciencia no es la fuente del bien
y del mal; ·es la advertencia, la percepción de una voz que por eso
se llama voz de la conciencia. Es la llamada a la conformidad que
una acción debe tener con la exigencia intrínseca del hombre, para
que el hombre sea auténtico
y perfecto. Por lo mismo, es la inti­
mación subjetiva e inmediata de una ley que debemos llamar na­
tural, aunque muchos no quieren oír hablar hoy de la ley na­
tural" (Audiencia del 12-II-69,
L'Osservatore Romano. núm. 837).
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ORDEN NATURAL Y SUBVERSION
El Concilio, el l. P. S. A. y el derecho natural.
Estas
palabras del Pontífice tienen especiales destinatarios;
son desde el Cardenal
Leger hasta el profesor

N ovoa Monreal,
quienes sostienen que en esa época postconciliar debe concluir
el compromiso de la Iglesia con la ley natural
y específicamente, en
el orden jurídico, con el derecho natural; es ,el sacerdote jesuita
J acob David quien retacea el papel del magisterio en este campo
en un
estudio bastante
reciente; son todos aquellos que pensaron
erróneamente que también en este punto el Concilio Vaticano II
había roto con toda
la tradición y pronosticaron que Paulo VI,
administrador celoso de la nueva edad, iba a ·continuar navegando _
en

la misma dirección ; dirección deseada por estos augures, pero
totalmente divorciada de la realidad de los textos del Concilio
y de las orientaciones del Papa. Estos novadores de lo que hay
que conservar

no han reflexionado evidentemente sobre el texto
del Concilio que dice: "foméntese, ante todo, la prensa honesta.
Pero para imbuir plenamente de espíritu cristiano a los lectores,
créese
y desarróllese también una prensa genuinamente católica,
la cual ha de publicarse con la intención manifiesta
de formar,
_consolidar
y promo:ver una opinión pública en consonancia con el
derecho natural y con las doctrinas y preceptos católicos .. ."' (De­
creto
sobre los Medios de Comunicación Social, II, 14). Este
texto nos recuerda súbitam-ente los fines del Instituto de
Promo­
ción Social Argentino que auspicia este Congreso: "La instaura­
ción de un orden económico, social, político
y cultural, respetuoso
del derecho natural
y cristiano." Mayor coincidencia no se puede
pedir
y tal vez ella resulte del hecho que seamos nosotros quie­
nes estemos en una
línea seriamente
conciliar
y no todos estos
apóstoles del cambio por
el cambio mismo, quienes a menudo al
hablar del Concilio suplantan la letra
y el espíritu de los textos
por la expresión de sus deseos personales. Y por si alguna duda quedara acerca
de la posición del Pontificado en este debate
citaremos unas palabras de Paulo VI en su mensaje a los pueblos
de Africa que estimamos definitiva: "Africa se encuentra hoy
em-
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BERNAJWINO MONTE/ANO
pujada por el progreso, que la mueve hacia las nuevas formas
de vida abiertas por la ciencia
y por la técnica. Tocio esto no
está en contradicción con los valores esenciales de la tradición
moral y religiosa del pasado, ya que pertenecen de algún modo
a la
ley natural, escrita en el corazÓn de cada hombre, por la que
se rige la ordenada
convivencia de los hombres de todos los tiem­
pos" (
Africae Terrarum, 13).
Necesidad de las leyes positivas-.
Esta ley natural por la que rige la ordenada convivencia de los
hombres de todos .los tiempos abarca sólo aquellos principios
que deben orientar la regulación positiva de la vida de los
hombres
y aquellas normas que deben ser necesariamente ob­
servadas si los seres humanos no quieren deshumanizarse.
Sin­
gular y riesgoso privilegio el de nuestra especie, pues si el animal
no puede desanimalizarse, el hombre puede animalizarse
y de­
gradarse· si viola el orden de la Creación
y la jerarquía que está
ínsita en el mismo. Por eso el respeto de la ley natural, la
con­
creción

de sus principios
y el acatamiento a sus mandatos son
necesarios para alcanzar la plenitud requerida por nuestra pecu­
liar naturaleza. Pero esta ley natural no es un catálogo de
solu­
ciones

ni un sistema normativo acabado
y completo: es un con
junto de principios
y de normas obligatorias -que no se intro­
ducen en el terreno de lo opinable y de lo útil- y cuyo haz de
orientaciones permite
y aun exige la existencia de diversas solu­
ciones positivas atendiendo a las distintas circunstancias. O sea
que es una ley que discierne la mutabilidad de la materia.
El orden natural de la economía.
Una parte del orden natural humano es el orden natural de
la economía,
cuyo análisis
junto
al de los factores que lo sub­
vierten es la finalidad de este Congreso. Tomás Casares funda
este aserto cuando en su libro
N aturaJeza, y resp-onsabilidad eco-
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ORJJEN NATURAL Y SUBVER.SION
nómico-social de la Empresa ,escribe: "puesto que la economía es
una forma de actividad humana, hay un «orden
natural» de ella
que

consiste en su congruencia, cualesquiera sean las modali-
. darles

que según las circunstancias p:ueda adoptar, con las exi­
gencias de una ordenada promoción de la persona" (pág. 43).
Congruencia con una ordenada promoción de la persona. A
través de este concepto de Casares podemos entrever la jerarquía
exigida por el orden natural en este campo que implica ubicar
a la economía y a sus realidades en el lugar que les corresponde.
Y este lugar es
el de los bienes instrumentales, el de los medios
que deben estar al servicio de una ordenada promoción de
Ia per­
sona.
Liberalismo y marxismo: contrarios a la naturaleza humana.
La economía atiende sólo a la satisfacción de las necesidades
del hombre, pero como
el hombre es 111ntes que sus n.ecesidn,J,es,
esa satisfacción -y, por lo tanto, la economía- están subordina­
dos a un fin distinto de ellas mismas. Toda doctrina que altere
este orden jerárquico
viola los

mandatos de la ley natural y se
convierte en principio de subversión .en -este campo, aquí también
representada por dos doctrinas aparentemente opuestas, pero
igualmente subversivas:
el liberalismo y marxismo. Por eso
Juan XXIII, en su encíclica
MaJ/er et Magistra [parág. 23], de­
nunciaba
a am.bas como doctrinas contrarias
a la naturaleza hu­
mana: "tanto la libre competencia ilimitada que
el liberal"""°
propugna, como la lucha de clases que el marxismo predica, son
totalmente
contrarias a la naturraleza humana y a la concepción
cristiana de la
vida".
Liberalismo y naturaleza.
Las tesis liberales se apoyan en una concepción naturalista del
orden económico, que es solidaria de una concepción naturalista
de toda
la realidad y cuyos errores surgen de una falsa inter-
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BERNARJJINO MONTEJANO
pretación del término naturaleza, que ya no se toma en el sentido
teleológico, sino
·como expresión
de una regularidad del mundo
empírico, con lo cual pierde
tocio sentido

axiológico
y normativo.
Baruch Spinoza, ese pensador que tanto agradó al siglo xrx
"porque su ateísmo permitía hablar de Dios sin tener que ado­
rarlo conio un ser personal distinto", nos explica sin rodeo~
lo que entiende el naturalismo por naturaleza, cuando en su Tra­
tado teo·ló'[J'ico-p'01Utfro escribe: "El derecho natural de cada uno
se extiende hasta donde se extiende su poderío. Todo el que sea
considerado como viviendo bajo el solo imperio de la naturaleza
tiene
el derecho

absoluto de codiciar lo que juzgue
útil ya sea mo­
vitlo a

ese deseo por la sana razón o por la violencia de las pasio­
nes; tiene el derecho de apropiárselo de cualquier modo, sea por
fuerza, sea por astucia,
sea por

súplicas, sea por todos los medios
que juzgue más fáciles.
y de tener por enemigo al que quiera
impedirle satisfacer sus deseos" (Ed. Tecnos, pág. 57).
Una equivocada interpretación del término "naturaleza".
Las concepciones

naturalistas, al tergiversar la interpretación
auténtica que debe hacerse del término naturaleza en las disciplinas destinadas a estudiar las nonnas que mensuran los actos propia­
mente humanos, llenan el tema de oscuridad y confusión y nos re­ trotraen a una época primitiva, anterior incluso a la de los poetas
mitológicos griegos, en la
cual Hesíodo

ya había distinguido con
precisión dos órdenes: el de los animales irracionales en que
regía la ley de Bía, la fuerza, y
el de los hombre, en el que debía
reinar Dike, la justicia, regalo del hijo de Kronos a los seres
racionales destinado
a infom1ar a

-su
nomos.
Pero para los naturalistas esta distinción ya no tiene validez,
y si la ley del mar es que el pez grande se
coma al chico,

su ley
"natural" nos
dice que

en
la sociedad humana debe ocurrir lo
mismo. Asistimos a un nuevo reflorecer de la sofística, que por boca
de Calicles
afirmaba que

la sociedad deformaba la mente de los
más fuertes a través de la educación, los domesticaba igual que
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ORDEN NATURAL Y SUBVERSION
a los leones y les creaba espíritu de esclavos, "pero llegará un
hombre con la m~te y con las fuerzas apropiadas y sacudirá y
romperá las cadenas, se liberará pisoteando nuestras leyes es­
critas, encantamientos y engaños contrarios a la naturaleza, se
elevará sobre todos, y él que era nuestro esclavo se proclamará el
dueño. Será la aurora de la naturaleza" (Gorgias, 484 a). En­
tonces brillará esta particular justicia y este particular derecho
natural, degradados y animalízados.
Error en el fundamento.
Estas ideas fundamentan todas las doctrinas naturalistas, sean
en sus vertientes políticas, Hobbes, Rousseau, o en sus vertientes
económicas representadas por los :fisiócratas
y la economía lla­
mada clásica.
Por eso

Pío XII
ha dicho que el error de estas con­
cepciones radica en su base
y fundamento y se revela: en la con­
tradicción clamorosa entre la armonía teórica de sus conclusiones
y las terribles miserias sociales que dejan subsistir en la reali­
dad.

El rigor de sus deducciones no podía remediar las debilida­
des del punto de partida: en el hecho económico no habían con­
siderado más que el elemento
material, cuantitativo,

y
despreciaban
lo esencial,

el elemento humano, las relaciones que unen el
in­
dividuo

a
la sociedad y le imponen _normas no sólo materiales,
sino morales, en la manera de usar los bienes materiales (9-IX-
1956).
El imperio del más fuerte.
El
resultado
de la subversión naturalista en este campo fue
el imperio del más fuerte, hecho denunciado por Juan XXIII
en
su encíclica Mater et Magistra cuando escribe que "en el mun­
do

económico (liberal) se consideraba legítimo el imperio del más
fuerte
y dominaba completamente en el terreno de las relaciones
comerciales. De este modo el orden económico quedó radical­
mente perturbado"
'[ 12].

Y ante los abusos del régimen liberal
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BERNARDINO MONTE/ANO
y su desorden aparecen los revolucionarios, quienes, según afirma
el mismo pontífice en el documento citado, "proponían remedios
mucho peores que los males que había que remediar" [14].
El sueño de Santayana.
La Cátedra de Pedro ha enfrentado estas dos caras de la sub­
versión para salvar al hombre mediante la restauración del orden
natural, para liberarlo de las consecuencias de la falsa libertad.
Tal vez el Papa sea ese caballero coronado de quien nos habló Santayana al contamos un sueño en el cual veía pasar cuatro
caballeros en cuatro caballos, negro, alazán, bayo y el último era blanco. Los vio pasar empenachados y armados y les dijo:
¿ Adónde van? V amos a libertar a los pueblos. ¿ Libertarlos de
qué?, les gritó el filósofo. El hombre coronado del caballo blanco dijo: de las consecuencias de la libertad.
Un nuevo orden económico.
En esta tarea de liberación, la Iglesia propugna todo un nue­
vo orden económico "en el que el hombre real deje de ser un
objeto de la economía para convertirse en sujeto y fin de la
misma. Rechaza tanto al
hamo ,cecanom:cw~ atomizado, aislado,
juguete de las fuerzas ciegas de la vida social, como al hombre
anónimo, engranaje de un Estado que exige en él una depen­
dencia incondicional" (José M. Solazábal, Curso áe Doctrino So­
cwl
a, la Iglesia, Ed. B. A. C., pág. 225).
Claro está que la Iglesia no tiene por misión establecer nor­
mas de carácter puramente técnico, pero, en cambio, le
Compete
"juzgar

si las bases de un orden social existente están de acuerdo
con el orden inmutable que Dios Creador y Redentor ha promul­
galo por medio del derecho natural y de la revelación. Y con ra­
zón -agrega Pío XII-, porque los dictámenes del derecho
na­
tural y las verdades de la revelación nacen, por diversa vía, como
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ORJ>EN NATURAL Y SUBVERSION
dos arroyos de agua no contrarios, sino concordes, de la misma
fuente divina; y porque la Iglesia, guardiana del orden sobre­
natural cristiano,
al que convergen naturaleza y gracia, tiene que
formar las conciencias" (1-VI-1941),
El restablecimiento del orden mental.
Aquí está señalado, estimamos, el punto de partida del orden
nuevo. Ante todo, formar las conciencias. Ya decía Charles Maur­ ras que "para salir del
caos moral

es necesario restablecer el
orden mental". Este pensamjento se puede aplicar al caos polí­
tico, social y .económico en el que se debate nuestro tiempo.
La transformación debe comenzar con un cambio de actitud
que parta de aceptar que la teoría
económica y la poHtica eco­
nómica
suponen una concepción del hombre y de la sociedad. Si
la economía no es el todo, es una parte, y entonces requiere una
articulación armoniosa en la totalidad, requiere una filosofía. Y entonces no
existe el
economista puro, como no existe el jurista
impoluto. Existen hombres que se dedican a esas disciplinas y
que no pueden clausurarse en la ·mera técnica so pena de perder
el sentido de la realidad y el sano juicio cuando
son de

buena
fe o de convertirse -en meros instrumentos tecnocráticos de los que mandan o en guardianes del desorden vigente
disfraza:dos con
una

máscara de cientificismo, de eficiencia
y de imparcialidad. Es­
tos

sirvientes, prestos a ofrecerse al mejor postor
y de los que co­
nocernos

abundantes ejemplares
en estas latitudes, harían bien en
meditar aquel pensamiento de Rabelais: "Ciencia sin conciencia
es la ruina del alma."
Primacía del
hombre.
Reubicado

el
oTden económico
en
el lugar que le correspon­
de, el ser humano debe reafirmar su primacía y dominio sobre
las cosas que naturalmente
-están a

su servicio. José de Arimatea
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BERNARDINO MONTE/ANO
poseía riquezas, dice un Via Crucis) pero las riquezas no lo po­
seían a José de Arimatea. Y esto se explica porque ante la
elec:.CÍÓ1! entre

los
dos señores, José de Arimatea había elegido a
Dios; aunque materialmente rico era pobre de espíritu,
y este des­
prendimiento era el que le permitiría usar de la riqueza y no ser
esclavizado por ella.
Pero también los pobres pueden ser ricos de espíritu, adorar
una riqueza que deseau y subvertir el orden natural. Por eso Pau­
lo VI, en ·su encíclica P opuilorum proqressio, escribe que "la
avaricia de las personas, de las familias y de las naciones pueden
apoderarse lo mismo de los más desprovistos que de los más
ricos y suscitar en los unos y en los otros un materialismo sofo­
cante. La búsqueda exclusiva de poseer se convierte ,en un obs­
táculo para el crecimiento del ser y se opone a su verdadera gran­
deza.,
para las naciones como para las personas, la avaricia es la
forma más evidente de un subdesarrollo moral" [19].
La sed de los ''desarrollados".
Qué útil sería que los economistas tecnocráticos de nuestros
países -que ellos llaman subdesarrollados-----mediten y reflexio­
nen acerca de este texto y que cuando concluyan con el viaje
más peligroso ----hacia el interior de .ellos mismos---hagan un
estudio comparado y analítico del subdesarrollo moral de los paí­
ses

que
coostituyen sus
arquetipos abarrotados de hombres con el
estómago lleno y la cabeza vacía, estructurados en un sistema
más o
menos socialista que vela por sus necesidades y placeres
y que los cobija como se instala al ganado en el establo. Países
en los
que crece el número de suicidios entre estos sedentarios
saciados y sin
problemas materiales-; que marchan a la vanguardia
en la legislación permisiva y legalizadora de las perversiones se­
xuales, en los que el mismo ambiente social contribuye a la de­
gradación humana, en los que los hombres clausurados en la aña­
didura se mueren de una sed que sólo
puede ser

saciada por la
búsqueda
del Reíno

de Dios y su Justicia.
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ORDEN NATURAL Y SUBVERSION
Un testimonio de Saint-Exupéry.
En su Ciwiadela, Antoine de Saint-Exupéry nos ilustra con
un ejemplo la postración humana a la que puede llegar un pueblo
sin problema_s económicos. Su p·adre había concentrado a tres mil
bereberes en un campo al norte de la ciudad y los proveía de
ropa, vivienda
y comida sin exigirles trabajo en contraprestación.
Según nuestros tecnócratas debían ser plenamente felices y, sin
.embargo, no

lo eran, porque
empezaban a

perder el sentido de
las cosas. Acabadas sus historias familiar"es, no tenían qué de­
cirse.
"Humanidad acostada
en su litera,
¿ qué podría desear bajo
sus mandíbulas?,
¿ en nombre de qué podría batirse?, ¿ J.Xl'f el
pan?, lo recibían. ¿ Por la libertad?, pero en los límites de su
universo eran infinitamente libres. Abogados en esta libertad des­
mesurada que vacía a ciertos ricos de sus entrañas. ¿ Para triun­
far de sus enemigos
¡ Pero ya ti.o tenían enemigos!"
"Mi padre

decía: puedes venir con un látigo
y atravesar el
campamento sólo flagelándoles el rostro, no tendrás de ellos nada
más que de una jauría de perros, cuando retrocede gruñendo,
y querría morder. Pero ninguno se sacrifica y no eres mordido.
Y ·cruzas_ tus brazos delante de ellos. Y los desprecias ... "
Reducidos a paquetes de carne, estos hombres habían perdi­
do
el sentido de las cosas y la captación del lazo invisible que las
anuda y laS convierte en rostro familiar. Habían perdido esa her­
mandad que
se funda en exigencias y que los podía vincular en
una empresa común. Habían perdido la iniciativa y la respon­
sabilidad. Saint-Exupéry se decidió a despertar
el arcángel que dor­
mía
sofocado
bajo su basura, no porque los respetara, sino por­
que a través de ellos respetaba a Dios. Y les envió un poeta, un
cantor que les devolvió el sentid grandes empresas que se conquistan. con amor y
sacrific:o. Y
cuando

tuvieron sed del amor entrevisto como un rostro reapa­
recieron sus armas olvidadas, herrumbradas, envilecidas. Esta
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BERNARDINO MONTEfANO
fue la señal de la rebelión, que fue bella como un incendio. Y
todos murieron como hombres. Una
profecía de Dostoiewski.
Qué actual es este mensaje del .escritor francés, hoy que ha
llegado el tiempo anunciado por Dostoiewski: "¿ Sabes que pasa­
rán los siglos y la humanidad proclamará por boca de sus sabios
[y de algún cura podríamos agregar] y de su ciencia, que no
existe la verdad, ni el crimen, ni el pecado, que sólo hay cuestión
de los hambrientos?" Hoy que los hombres viven engañados por
una
libertad teórica que no pueden ejercer con responsabilidad;
hoy que han sido suprimidos
loS enemigos,
porque si no hay- nada
que· valga la pena conservar
y defender, seguramente no existirá
nadie que lo ataque. Y esto sucede porque hay muchos que sólo
ven con los ojos de la carne o con' los ojos de la razón pura y
se les escapan realidades que sólo se ven con los ojos de la com­
prensión y de la entrega. Una de ellas es la Patria, que nos per­
mite anudar un territorio, una historia, un ideal y una bandera
en algo que nos trasciende y a lo que debemos nuestra vida y ser­
vicio.
Al servicio de la patria.
El mejor servicio que hoy podemos hacerle a la nuestra es
poner los cimientos de un orden nuevo profundamente humano
y, por lo tanto, antiliberal
y antimarx.ista.
Y esta tarea está resumida en un pensamiento de Gustave
Thilxm: el liberalismo convoca a reducidos comensales a una
mesa donde se sirven alimentos adulterados;
el marxismo

pre­
tende multiplicar los comensales; nosotros, que amamos al pue­ blo con amor humano, debemos derribar la mesa, convocar a to­
dos
y servirles un alimento sano.
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