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Número 87-88

Serie IX

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El Estado y el dinamismo de la economía

EL ESTADO Y EL DINAMISMO DE LA ECONOMIA
POR
MARCEL DE CoRTE.
Catedrático de la Universidad de Lieja,
i Pongámonos en guardia! Está entre nosotros, a nuestro lado,
entre nosotros, estemos donde estemos, entre nuestras cuatro pa­
redes, en el extranjero, en cada momento de nuestra existencia,
desde nuestro nacimiento a nuestra muerte, aun antes de nuestro
nacimiento, aun después de nuestra muerte, una entidad invisible
e inaprehensible, que nos engloba, que nos penetra, que se esfuerza
en no dejamos jamás solos con nosotros mismos o con Dios, es el
Estado nwderno. Abramos los ojos de la inteligencia y veremos
en un
relámpago que

el Estado moderno, como lo había presen­
tido el genio perverso de Hegel, es la encarnación inmaterial de lo Absoluto, la concreción impalpable de la Omnipotencia
y la
Omniciencia, la personificación in.determinada e infinita de
1a
Divinidad. Las prOpl.gandas estatales se introducen por rotura
de las almas
y les roban su nacionalidad igual que su individua­
lidad.
Nada de cuanto la imaginación
humana en el curso de los si­
glos ha podido inventar como falsos dioses, a pesar de lo fértil que
ha sido en esta materia, iguala en
.perfección a

est.a creación
,es­
pecífica
del

hombre moderno que es el Estado moderno. Trans­
poniendo un verso de Péguy, se puede definir esta epifanía del Estado moderno en un alejandrino:
El Estado ha llegado a ser el dueño en el lugar de Dios. El hombre moderno está de tal modo alienado a este Estado
moderno, obra suya, que ni se apercibe de su presencia ubicuita­ ria,
tanto se

ha diluido su existencia en
lél: suya. No sabe
situar al
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MARCEL DE CORTE
Estado, definirlo, limlitarla. El Estado está fuera y por encima de
él. El Estado está en él. El Estado le trasciende y le constituye.
Todo lo más, si le preguntáramos, diría que el Estado es un poder
por encima del cual no hay otro y que posee una capacidad tal de
crecer que incluso su derrumbamiento, como consecuencia, por
ejemplo, de una revolución, contribuye infaliblemente a refor­
zarlo.
Si es cierto, como dice Simón Weil, que el poder es como
un gas que se dilata indefinidamente, a menos que no encuentre
un obstáculo a su expansión, el poder del Estado no tiene límites.
No tiene límite ninguno por encima: se ha desligado de toda sub­
ordinación a Dios, ha llegado a ser radicalmente laico. No choca
con ninguna barrera por debajo: no tiene frente a sí sino seres
débiles, moldeables y curvables a su merced, a pesar de sus
revueltas esporádicas, que se llaman individuos. Tiende a reducir,
conquistar, eliminar a los otros Estados y a constituir, abierta­
mente o bajo diversos camuflajes, un Estado universal. ¿ Cómo
no iba a atacar el último reducto en que el hombre en su casa
(aiko,s) ·es rey y puede resistir a su empuje: la economía? Si se
pone como principio que toda producción económica está destinada
al consumo, nada hay más privado que· los bienes materiales quP.
produce, puesto que solamente un ser provisto de cuerpo o, dicho
de otra
mánera, un
individuo, puede consumirlos. Los poderes
públicos avanzan cada día sobre los poderes privados, que estor­
ban aun, sea como
sea, su

expansión en la esfera de la economía.
¿ Por qué el Estado, forma acabada y poder soberano de toda
sociedad organizada y civilizada, se ha transformado en impla­
cable Minotauro que devora todo alrededor de sí? ¿ Por qué está
a punto de tragarse una economía, sin embargo, cada vez más po­
derosa, que la naturaleza de las tradiciones de 1a humanidad ha­
bían reservado cuidadosamente, hasta ahora, al dominio de lo pri­vado? Desde el siglo xvrn,
en efecto,

y sobre todo desde la fecha
fatídica de la Revolución francesa, 1789, el hombre contemporá­
neo se imagina progresar en todas sus dimensiones, mientras que
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está amputado de la mayor parte de sus facultades esenciales. La
actividaá contemp,Zativa del espíritu le repugna. En .seguida se ha
vuelto de espaldas a su
fin supremo y al cumplimiento pleno de
su ser en la visión de este fin. La actividad práctica del espíritu
lo rechaza. Estas dos actividades, llamadas inmanentes, puesto que
permanecen así para perfeccionarle y que culminan en la meta­
física y la moral, las
ha sacrificado deliberadamente en beneficio
de la única actividad que le queda: la actividad
p•oiética ( del grie­
go poien,, que significa hacer, producir, realizar, crear), que hasta
se podría llamar acthnáad productora, la cual, como su nom­
bre lo indica, consiste en producir una obra exterior al agente, in­
troducir una forma en una materia situada fuera, en modificar el
mundo que nos rodea.
Mientras que el hombre anterior _al siglo xvn1 subordinaba el
producir al actuar y al contemp!,arr, el hombre contemporáneo, el he­
redero de la
Encidop•edúi, que fue la primera obra escrita para
gloria de las técnicas, invierte esta jerarquía y hace de su capa­
cidad
para transformar la naturaleza y construir un mundo arti­
ficial la medida misma de su conocimiento de su facción.
Antes el Estado era la forma institucional perfecta, o tan per­
fecta como era posible, según las circunstancias de tiempo y lu­
gar, de

la vida en sociedad hacia
la cual tienden todas las demás
formas sociales en .las
que el hombre se encuentra integrado des­
de su nacimiento y que no son en modo alguno su obra. El
b<'>mbre moderno
recusa esta forma de Estado, que no
depen­
de

de
él. Rechaza toda alienación social y toda la jerarquía.
A ese fin construirá un Estado que, siendo obra exclusiva Je su
p-ensamimto y de s11...s manos, le estará enteramente sometido y
que estará encargado de edificar una sociedad desprovista de toda
alienación, en el que todos serán igua1es a todos. Tal es el sueño
de la Revolución fratncesa y todas las que la han sucedido.
Desde la Revolución francesa, los hombres están en disociedad
permanente, y para reunir no obstante en un todo ficticio los áto­
mos dispersos llamados ciudadanos, ha sido preciso
inventar en
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todas sus piezas un apara.to qu,, los englobe: es el Estado mo­
derno.
El Estado moderno no tiene nada en común con el Estado
del

antiguo régimen,
prolongación institucional
de las comunidades
naturales
y seminaturales, de sus afinidades, de su complementa­
riedad, de sus intereses comunes
y de su vocación por la unidad.
Tampoco es la consecución, la forma definida, que el arte jurídico
añade a los tanteos de
la naturaleza y de la historia para tradu­
cir toda su fuerza. El
Estado moderno
es el
mstrumento inventa­
do en todas sus piezas por el hombr_e moderno para transformar
su sueño en realidad: hacer lo social con lo asocial, construir lo
homogéneo con Jo heterogéneo, edificar una sociedad de indivi­
duos, edificar Jo que se llama en la jerga de hoy día "la ciudad
personalista y comunitaria" o, dioho de otra manera, hallar la
cuadratura del círculo. El Estado moderno precede a 1a sociedad o, más exactamente, a la pseudosociedad que será su obra, como
así lo testimonian todos los Estados salidos de la
descoloniz.ación
y cuyos apoyos sociales son inexistentes.
Hemos llegado a ser insensibles a esta fabulosa proliferación
de la máquina estatal y a sus aparatos de prótesis que han sus­
tituido nuestras energías naturales desfallecientes. El trueque se
ha hecho progresivamente, Privados de la finalidad social superior
que los elevaba por encima de su nivel propio y que, uniéndolos
en la comunidad de un Estado, les protegia contra el peligro ex­
terior y contra el peligro de las divisiones internas, las comuni­
dades naturales
y seminaturales no han muerto de un solo golpe.
Han mantenido formas naturales de vida social que no se han ido
agotando sino a la larga.
Las familias, los notables, las pequeñas sociedades regionales
a medida humana, las provincias, las mil
y una asociaciones de
diversas dimensiones, pero siempre humanas, en que los hombres
vivían unos con otros en una interdependencia recíproca, han
desaparecido, esterilizadas por la implacable lógica de la Revolu­
ción francesa y de las otras revoluciones que la han seguido: un
Estado sin sociedad subyacente está obligado a construir
artifi-
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cialmente otra que pueda servirle de asiento, y como tal empresa
está abocada de antemano al fracaso, ha ido siendo impulsada
has­
ta llegar a ser tal vez el aparato ortopédico por excelencia de las
conductas humanas.
Es, por sí solo, to-da la sacWad nueva en que soñaba la lo­
cura de nuestros padres. Gracias a su maquinaria pululante, la
quimera inverosímil e imposible del Estado sin sociedad, com­
puestos de individuos separados, desprovistos de lazos materiales,
toma cu,erpo.
Es conocida la primera parte del apotegma de Nietzsche: "el
Estado es el más frío de todos los monstruos fríos"; pero se igno­
ra casi siempre la continuación, pues gusta ser engañado: "miente
fríamente", y he aquí la mentira que sale de su boca: "Yo, el Esta­
oo, soy el pueblo." ¿ Cómo el Estado moderno puede ser el pueblo,
cuando ya no hay pueblo, sino un amasijo incoherente de volunta­
des particulares?
¿ Cómo podrían nacer de la "voluntad general",
según las tonterías de Rousseau, cuando toda voluntad es necesaria­
mente individual,
y es incomparablemente menos falso decir, como
Luis XVI, el Estado soy yo, que confundir su potencia con la in­
existente, salvo en las palabras, de todos?
La verdad pura y simple
es que el Estado moderno no detenta
sus poderes

sino por abandono
de los nuestros, y su enorme potencia discrecional proviene de la
inmensa
dehilidad social

a la que la caída de la sociedad del An­
tiguo Régimen nos ha reducido. El Estado moderno es fuerte a
causa de todas nuestras enfermedades.. Como nuestras reservas sociales están ahora agotadas
y la Iglesia católica, el único orga­
nismo que pudiera aún limitar un po_co su influencia, está en ca­
mino de autodemolición acelerada, el Estado moderno posee
de·­
mocráticamenie wn poder sin límites.
El ejemplo del Estado jacobino, del Estado napoleónico, del
Estado marxista ruso, del
Estado nacional-socialista
alemán
y de
otros son suficientemente
elocuentes a

este respecto. Tal Estado
es
totalitrerio y prevalece únicamente en todo el espacio territorial
y psíquico que le queda disponible. Drena hacia sí todas las ener­
gías sociales acumuladas, en el fondo de las subjetividades huma-
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MARCEL DE CORTE
nas que no encuentran otra salida. Los lazos sociales naturales que se han roto, el Estado moderno los reemplaza por canales ar­
tificiales, de los cuales es la bomba aspirante e impelente. Es el
supremo dispensador de la cultura y, a pesar de fingida toleran­
cia ocasional, de la religión del hombre que sirve de cortina de
humo a su expansión. Adquiere así a los ojos de sus turiferarios
como a los de
quÍ'enes le

están sujetos, el valor religioso propio de
un ser universahnente poderoso al· que se recurre ,en toda ocasión.
Bajo su forma democrática endulzada, lo mismo que en su forma
comunista virulenta, el Estado mcxlerno tiene sus sacerdotes, sus
devotos, sus místicos, sus iluminados, sus mártires, sus dogmas,
sus pompas, sus liturgias, sus sacrificios. Acapara todo el poten­
cia1 de fe de las religiones, que elimina, y no sin razón -de
cuya terrible profundidad no nos apercibiremos quizá sino de­
masiado tarde-,
le llamamos

el
Estado p't'o'llidencia. Desde el
nacimiento hasta. la muerte, el hombre está ligado a él por una
red cada vez más espesa de relaciones de dependencia que le man­
tienen en tutela ininterrumpida. Los pueblos del Neolítico adora­
ban a la Madre Tierra nutricia. Nuestros contemporáneos han
cambiado de sexo de
sU: ídolo:
es el Estado-Padre a quien recu­
rren desde que tienen algunas necesidades, contra el que claman,
blasfeman o levantan su mano sacrílega cuando el gran Fetiche
no accede a sus demandas.
No siendo un producto de la naturaleza, sino del artificio hu­
mano, el Estado moderno funcionará, como una máquina, con
ayuda de una energía venida del exterior. Una decoración demo­
crática, cuidadosamente conservada, pintada
y repintada desde
sus orígenes disimula a los grupos de presión que ejercen el po­
der verdadero y que, a medida que
la sola actividad productora
triunfa de las otras actividades humanas en el mundo contempo­
ráneo,
no pueden ser más que grupos económicos. Al ser ahora
la producción de bienes materiales la actividad por execelencia del
hombre, el Estado
.moderno se transforma poco
a poco en una
inmensa fábrica cuya única razón de ser es la productividad na­
ciona1.
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EL ESTADO Y EL DINAMISMO DE LA ECONOMIA
Para comprender este fenómeno, único en los anales de la hu­
manidad,
es preciso unirlo al cambio de perspectiva que se produce
en las actividades del hombre después del Renacim'ento
y que
como se sabe, han dejado de ser
teocéntricas y han pasado a ser
antrvp1océntricas.
Está claro que la actividad contemplativa, en la cual el espíritu
aspira a conocer la realidad tal como es, independientemente de sí,
a fin de cuentas desemboca en Dios, Principio de toda realidad.
Está claro, igualmente, que la actividad práctica en que la inteli­
gencia y la volunt.ad colaboran al perfeccionamiento de la natura­
leza humana no pueden hallar el bien total que la mueve sino en
Dios mismo. Apartarse de la perspectiva teocéntrica es apartarse de la vida contemplativa
y de la vida moral. No queda sino la ac­
tividad productora. Antes estaba todavía subordinada a la con­
templación
y a la acción moral y sufriendo por este hecho la
atracción teocéntrica de su movimiento;
perÜ va
girando cada vez
más en torno al hombre, que es su fuerte. Siendo así que su fin
esencial es la obra y la perfección de la obra, su finalidad va a des­
brozar el camino hacia el autor de la obra en sí misma, hacia
el
productor.
En un tiempo en que los bienes materiales se renovaban nor~
malmente
de año en año sin apenas
crecer en
número, la economía
medieval se organizó de tal manera que "el oficio podría alimen­
tar a su hombre" y que la calidad de los productos pudiese suplir
su · cantidad insuficiente. Lejos de ser la pieza esencial de una
economía de productores, como pensamos fatalmente, volviendo
a proyectar sobre él nuestros prejuicios actuales, el sistema cor­
porativo tiene el ideal de mantener un equilibrio, tan justo como
posible, entre la producción de los bienes materiales y su reparto
y al permitir a los productores ganar honestamente su vida y
asegurar el mejor servicio del consumidor. Así prohíbe severamente el monopolio y toda práctica que impida la concurencia que debía
existir entre sus miembros. Aunque la atracción del beneficio se
ejerce con tanta más fuerza cuanto más la demanda sobrepasa
siempre a la oferta disponible, el sistema era refrenado al subordinar
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MARCEL DE CORTE
la actividad lucrativa a la contemplación e impregnándola de valores
religiosos y morales que la reducían a justas proporciones. Sola­
mente -es después del Renacimiento cuando, en función del antro­
pocentrismo de la época, la corporación se convirtió en una ins­
titución que tendería, cada vez más, a proteger a sus miembros.
contra la competencia venida de fuera. Degenerará poco a poco
en monopolio colectivo.
En la medida en que la mentalidad del hombre surgido del Re­
nacimiento ha sido empapa.da de antropocentrismo,
el hombre
ha dejado de producir bienes materiales
a fin de sostener, gracias
a ellos, su vida espiritual y moral. Se ha puesto a producir por
producir para manifestarse a sí mismo y a los demás su potencia
productora. El trabajo ha llegado a ser el fin último del hombre.
Ha aparecido una moral nueva que no bacila en exaltar al traba­
jador
y a denigrar lo contemplativo. La concepción jerarquizada
del hombre debida a la antigüedad y al cristianismo se ha ido deshaciendo poco a
poco. La ola de la actividad productora del
hombre ha ido creciendo eu el curso de los siglos la productividad
en todos los dominios y, singularmente más, en el de la economía
que
ha crecido en proporciones fantásticas.
El dinamismo
prodigio~ de
la economía que conocemos ac­
tualmente es consecuencia de esa transformación capital. Por
pri­
mera vez en su historia, la humanidad eStá a punto de pasar
del régimen de escasez de los bienes materiales, en la que se
hallaba acantonada desde milenios, al régimen de la abundancia. Es el caso de bueua parte de la tierra habitada, respecto de la cual
otra mitad aspira con todas sus fuerzas a ver cómo se repite este
''milagro"'.
Pero esta profusión de bienes materiales de que somos bene­
ficiarios y que ha crecido aún más en el curso de .estos últimos
-decenios, a pesar de las destrucciones de la segunda guerra mun­
dial, ha sido pagada muy cara. Cuando se hace el balance de los
siglos transcurridos se
percibe que
el problema esencial del hombre
y de su destino ha quedado sin solución. Todos los demás pro­
blemas, que dependen de él, lo han quedado, a su vez, por no haber
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EL ESTADO Y EL DINAMISMO DE LA ECONOMIA
sido situados en la fiualidad de la vida humana que articula
los datos
y les coufiere su exacta significacióu. Es préciso saber lo
que es el hombre para resolver los problemas religiosas, políticos,
sociales, económicos. Sin este conocimiento, implícito o explí­
cito, todos los intentos de solución están condenados al fracaso.
Los problemas humanos son todos problemas de relación, puesto
que el_ hombre es reku:ió-n: es relación con Dios, relación con sus
semejantes, relación con el universo, relación con todo lo que
no dimana ni de su razón ni de su voluntad
y a lo que su razón
y su voluntad deben someterse. Es con su actividad especulativa
y con su actividad práctica como el hombre experimenta y des­
cubre lo que es relación. Una vez que estas actividades han sido
relegadas a segundo plano, el sentido de la relación se esfwna.
Si

ha podido subsistir ha sido gracias a la enseñanza difundida
por el cristianismo. Pero a medida que declinaba la fe se des­
vanecía lentameute. Sin duda no ha desaparecido definitiva ni
universalmente. Lo que pertenece de modo
tan radical a la natu­
raleza misma de] hombre no puede morir. Pero
el hombre mo­
derno sabe cada vez menos a qué está ligado. Sabe cada vez
me-­
nos adónde va, adónde tienden sus actividades. Ha vuelto a ser
un nómada, un ser errante que busca a la ventura lo que es. Está sin brújula, sin finalidad. Los lugaress familiares en que antes
reposaba en el curso de su existencia están en ruinas: la religión,
las comunidades naturales, la
patria~ la

nación se hunden
en pa­
neles y pedazos. No queda al hombre moderno sino los bienes
materiales que su actividad productora engendra sin tregua y de
los que ignora seguramente la finalidad.
Ignora esta evidencia, esclarecedora sin embargo, que se pro­
luce para! consumir. No ve que toda la actividad productora
de bienes materiales concluye en el consumidor, por que él es el ser
de alma, de carne y hueso, único en el mundo capaz de utilizar
los bienes materiales producidos, de regular el flujo de su pro­
ducción y, puesto que es un ser inteligente con voluntad y libre,
de darles una significación
verdaidera1m,.ente hwm,a,n(l¡.
Este desconocimiento de la finalidad de la producción hace
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MARCEL DE CORTE
girar la actividad productora de los bienes materiales en torno
a su fuente: el productor mismo, en todos los
escalones de
la
jerarquía. Todos los productores, ya sean rivales, ya sean coali­
gados ( corno llega a suceder cada vez más), desvían hacia ellos el flujo de la productividad, de la que pretenden ser el
fin. Es insó­
lito que sus reivindicaciones de tal modo han pesado en las cos­
tumbres que han llegado a parecernos naturales en una ecQnOmía
que

debería hallarse finalizada en el consumidor, con todas las
consecuencias que ese destino comporta, y de las que hablaremos
más adelante. La economía contemporánea es así una ·economía
al
revés, una economía artificial de la cual el consumidor siempre
paga los gastos. En la perspectiva, vuelta al revés, en la que ha
sido orientada, el consumidor ya no es el fin de la producción,
es simplemente el intermediario por el cual el ciclo que va del
productor al productor queda constreñido a rizar el rizo.
El Bstado moderno y la economía moderna acaban finalmente
por
encontrarse.
El Estado-moderno hemos visto que es una forma vacía. A la
desaparecida sociedad de Antiguo Régimen no ha sucedido nin­
guna otra sociedad. El Estado moderno se ·esfuerza en vano en
construir una ; pero no se puede construir círculos con cuadrados
ni una

socieda ·y sin
lazos.
La econo­
mía moderna presenta el esbozo de una sociedad. Los productores
que la dominan están en efecto necesariamente asociados. entre sí en la producción de bienes materiales en el seno de sus empresas. No se concibe una empresa si entre los
miembros de

ella no hay,
a pesar de todas las pretendidas luchas de clases, lazos de inter­
dependencia recíproca o, dicho de otra manera, vínculos sociales.
Bastaría con· concebir la nueva sociedad que se debe construir
bajo el poder de una inmensa empresa de producción para que
la cuestión social quedase resuelta aparentemente. Todos los Es­
tados contemporáneos, cualquiera que sea su bandera ideológica,
se han comprometido en este camino. Cada uno de ellos se con­
sidera como una empresa gigantesca, como un
trust colosal que
agrupa en un vasto conjunto, sea de empresas colectivizadas, sea
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EL ESTADO Y EL DINAMISMO DE LA ECONOMIA
de empresas nacionalizadas o de empresas llamadas libres, de las que asume la alta
y última dirección.
Por otro lado, los productores que se sitúan en una economía
al revés, que, por eso mismo, tienen necesidad de una prótesis efi­
caz para hacerla marchar a contrapendiente de su finalidad natu­
ral, dirigen sus miradas casi automáticamente hacia el Estado,
aparato

artificial y cuya potencia no tiene límites. Si pudieran
apoderarse de esta máquina o influenciar su funcionamiento, su
posición siempre precaria, al no ser reglada por el consumidor,
¡ se habría consolidado! 1'ambién, desde el origen del Estado mo­
derno, individuos influyentes, grupos de individuos influyentes,
intentan maniobrar el poder. Finahnente, los detentadores del
poder político no dejan, a su vez, de ofrecer su apoyo a las com­
binaciones financieras, industriales o sindicales que se constitu­
yen. No vamos a hacer aquí la historia
·de esta

mezeolanza político­
económica. En líneas generales, sin embargo, se puede decir que
recorre tres fases: patronal, hasta la mitad del siglo xx; sindical, desde la liberación,
y ahora se elabora la tercera, en la cual los
productores en toclós los escalones concluyen entre sí acuerdos
para poder pesar en las decisiones del poder en materia econó­
mica. Se puede afirmar, sin ·exageración, que los grupos de pre­
sión económicos se han instalado en
el Estado a título semi­
institucional y, como sus victorias no pueden ser ganadas sino
en detrimento de la masa, todavía desorganizada de los otros sec­
tores de la producción, éstos se estructuran también a su-vez, aun­
que por mediación de todas
-esas asociaciones

adicionadas, la in
je­
rencia

del Estado en
toda la economía está en camino de su culmi­
nación. Los sectores en los cuales la finalidad natural de la econo­
mía aún se respeta, son como un disfraz, la desaparición del cual
se puede prever a mayor o menor plazo.
Resulta de ello que la economía que, por naturaleza y en ra­
zón de su fin, el consumidor, pertenece al
domimü p'1'ivado, está
en trance de pasar al dmninio púlJUco y de socializarse con el con­
sentimiento y a veces con
el entusiasmo de los que pretenden
salvarla con lo que llaman hipócritat?ente "un feliz equilibrio en-
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tre el liberalismo y et colectivismo" .. de~ cual, al parecer, Suecia
da el ejemplo.
La realidad es completamente diferente.
Es preciso anotar en primer lugar que la colonización de los
puestos clave del Estado, desde los que ejercen la influencia deter­
minante los grupos de presión económicos, no ca,mbia en nada la na­
turaleza del Estado ni su propia función, que será siempre asegurar
el interés general. Ahora bien, el interés general para el Estado mo­
derno, que no se subordina sino a individuos desprovistos de lazos
sociales, es la suma de intereses de cada uno de ellos. El· Estado
moderno se ha convertido .desde entonces automáticamente en un
me'Canismo de redistrilmción de riquezas entre todos los produc­
tores. Se convierte en una inmensa bomba aspirante impelente, de
una sensibilidad extrema a todas las revindicaciones de todos sus
componentes y cuya complejidad crece en función de las reac­
ciones cir~lares y cumulativas que aquéllas provocan. El Estado
moderno no puede sino imponer a toda la actividad privada,
que. solicita su ayuda y su complemento, su propia múrfología
y su tipo de organización pública. Lo que los productores exigen
de él como
privilegios se

lo devuelve en forma de una ley in­
distintamente aplicable a todos, cualquiera que sea su rango en
la jerarquía y su sector industrial. Se desemboca de esa forma
en ese
fenómeno prodigioso
de
doble parasitismo que está a puuto
de

extenderse eu todo el planeta:
/,a eco-nomía par<Í!S#a, del Estado
qu;e (JJ su vez pasasita a ki economía.
Su final es previsible: es el Estado industrial, el Estado que,
tarde o temprano, absorbe la propiedad privada en la propiedad pública.
La política tiene siempre la razón de lo económico y se
lo subordinará siempre
si las fronteras de lo público y de lo pri­
vado llegan a hacerse
indecisas como
son hoy día. Los comunistas
lo saben y se sirven de los sindicatos para asediar
al Estado, a los
cuales, una vez conquistado el Estado, se los somete más
estrecha-
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EL ESTADIJ Y EL DINAMISMO DE LA ECONOM/A
mente todavía. El conde de Saint-Simon lo había previsto en cier­
to modo: el Estado quiere constituir "un gobierno de industria­
les", puesto que "haciendo todo para la industria, todo debe ha­
cerse por ella", y concluye que "la nación no es otra cosa que una
gran sociedad de industria". Los acontecimientos han confirmado
su profecía,· salvo en un punto de importancia esencial : no son los
productores los
que detentan
a
fin de cuentas las palancas de la
máquina estatal, sino las voluntades de potencia política a las que sirve de trampolín o de masa de maniobra
y que hacen entonces
de la nación industrializada el instrumento de
sus conquistas y el
útil por excelencia de su imperialismo. Los Super-Estados de hoy
y sus émulos lo demuestran hasta la saciedad. El dinamismo de la
economía es confiscado por ellos para sus sueños de prestigio, de
grandeza y de denominación. La productividad llega a ser el ín­
dice de potencia del Estado o nación de la cual son
los jefes
amo­
vibles o inamovibles. Empujan con
todas sus

fuerzas, como Stalin
anteriormente
al stakhanovismo, puesto que responde al principia
de dilatación del poder propio del Estado moderno: el poder cre­
ciente del
Estado responde

de la productividad creciente que es
en adelante su base material.
La economía al revés se une al Es­
tado al revés
y lo refuerza.
La fusión del Estado moderno y de la economía de producto­
res

engendra inexorablemente
lo que se llama hoy, de una ma-
• nera abusiva, "la sociedad industrial", cuya condición esencial de vida y de supervivencia es la sumisión de los pnxluctores que la
componen a los mecanismos impersonales de la productividad
y
del crecimiento económico. Una economía de productores ampu­
tada en su finalidad no puede ser, en efecto, sino un mecanismo
cuya
única razón de ser es perfeccionarse cada vez más como me­
canismo. Integrada o semiintegrada en el mecanismo en que el
Estado se ha llegado a convertir después de haberse separado
de las comunidades naturales para no subordinarse sino a los in­
dividuos, una economía de
prcx:luctores intensifica y multiplica sus
mecanismos de producción gracias al apoyo que el Estado le
su­
ministra.

De ahí se sigue que
los productores-

están cada vez más
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sujetos a la gigantesca máquina político-económica que constru:..
yen. Están condicionados por el aparato general de planificación
que exige un
sistema en

que todos los productores deben sacar
ventaja toda vez que han rechazado ser seleccionados por el con­
sumidor. Un aparato tal es infaliblemente complicado. Cada vez
se hace más complicado a medida que se extiende la seguridad
estatal y el crecimiento económico. Se puede decir que cuanto má.s
los productores se benefician del sistema más quedan sujetos a él.
El control y el funcionamiento del sistema núsmo se les esca­
pan y dan lugar a una clase nueva de técnicos de la política eco­
nómica cuya potencia degenera en tecnocracia. Su número crece
paralelamente a la extensión del aparato director y ordenador.
El sector terciario de los servicios ocupado únicamente de la
buena marcha
de la máquina, aumenta peligrosamente en detri­
mento de la productividad. Todos los países conocen una infla­
ción aparentemente irreversiblemente de funcionarios, lo mismo
en las empresas gigantes que en el Estado mismo. Su presencia
es a la vez necesaria e inútil:. es indispensable desde el punto de
vista de la marcha de
los mecanismos
autofecundadores y auto­
multiplicadores que
el sistema exige; es inútil, puesto que recar­
ga peligrosamente el costo de su funcionamiento.
Muchos signos indican que estamos en un punto en el que el sis­
tema, al ser cada vez más caro, va a llegar a resultar intolerable.
Se calcula que el contribuyente francés pagará solamente a las •
empresas públicas 287 miles de millones de antignos francos en
1970 en subvenciones de equipo, en préstamos al fondo de des­
arrollo, en · dotaciones de capital y en bonificaciones de interés.
De 1958 a 1969 la base de las cotizaciones de la seguridad social
se ha elevado de 6.000 a 16.320 francos. Los gastos de sanidad representaban en 1950 el
5 por 100 del .consumo total de los
hogares
y en 1960 el 10 por 100. El total alcanza hoy más del
20 por 100 del producto nacional
bruto, que
en déficit del organis­
mo sube a la modesta suma de 125,5 miles de millones de fran­
cos antiguos. Si se añade a estos
déficits de las empresas públicas
el sostén aportado a las pretendidas empresas privadas, las su-
688
Fundaci\363n Speiro

EL ESTADO Y EL DINAMISMO DE LA ECONOMIA
mas alcanza una cantidad fantástica. Una economía de produc­
tores se paga muy cara y termina al fin de cuentas en un sistema
totalitario de tipc comunista en que el Estado providencia, cuya
colectividad productora detenta pcr hipótesis las palancas del man­
do, es un Estado depredador que restituye en ilusiones a los pro­ductores lo que les toma en realidad. Nos encaminamos a ojos
cerrados, presos de una fuerte droga alucinante que nos arranca de
la realidad de la vida social y de la finalidad de la vida económica,
hacia la sujeción más absoluta al Estado más absolutista que el
mundo haya jamás conocido. El Protectorado económico del Es­
tado, en el terreno que todavía pertenecía enteramente a la vida
privada, hace de los productores los esclavos benévolos de una
Máquina a la que no pueden sustraerse sin condenarse ·a muerte.
Los productores que escapan todavía -indirectamente---- a su fuer­
za no mantienen el carácter privado de sus empresas sino disminu­
yendo peligrosamente su margen de beneficios y acrecentando co­
rrelativamente su productividad para aumentarlo.
La ~nomía gira al revés a un ribno casi frenético que deja
cada vez menos tiempc dispcnible para la contemplación y para
la reflexión para
el fin último de la vida humana. La actividad
productora atrapa al hombre y no le abandona durante los pla­
ceres que se concede: "¿ Qué ha he'cho usted durante las vacacio­
nes? He hecho Italia, España, Grecia." Este es el diálogo que se
oye en todas partes. El hombre no sabe quedarse sin hacer nada,
ni siquiera
el domingo está ya dedicado a Dios y a la meditación
de los misterios de la vida.
La actividad contemplativa y la ac­
tividad práctica del espritu parecen muertas. Resulta pcr ello que
el hombre contempcráneo está dirigido a fabricar su propio sis­
tema de valores de una manera cada vez más subjetiv:a, y que la
libertad de que goza cuando escapa a los imperativos de su trabajo
productivo degenera en anarquía.
Descoronado de
sus
facultades
más altas, corre sin cesar el riesgo de caer en la animalidad. Los
fabricantes de ideologías políticas y de diversiones le ayudan a
ello. Sus instintos y sus pasiones se deSencadenan. Substitutivos
de la religión y la moral, de una increíble pobreza, se agarran a
689
Fundaci\363n Speiro

MARCEL DE CORTE
él y le justifu:an. Se podría indefinidamente alargar la lista de
los males que a la sociedad industrial provoca la alianza mons­
truosa del Estado moderno y de una economía de productores
desprovista de finalidad. La abundancia de bienes materiales coin­
cide de esta manera con una crisis· moral sin precedente, preludio
de su desaparición en un cataclismo del que no podemos imaginar
su amplitud.
Por poco que se reflexione so~re ello se observa que sólo
puede ser así. No sabiendo lo que es, no sabiendo dónde va, el
hombre moderno se ha puesto a producir. Se ha creído creador,
únic())m,en/e creador. Ha intentado usurpar el poder del creador.
Ha intentado crear un mundo nuevo, una sociedad nueva. Ha
intentado rehacerse a sí mismo, fabricar un nuevo mundo. La ac­
tividad contemplativa, que le conduce a Dios, se ha atrofiado en
él.
La ley moral que orienta los actos hacia el bien soberano se ha
esfumado en su conciencia. El hombre moderno ha sido abocado
a hacer todo, a innovar sin cesar, a producir sin pereza, sin parar.
Habiendo renunciado a ser hom,o sapiens se ha transformado
automáticamente en homo faber. Habiendo dilapidado todos los
bienes

espirituales
y todos los valores morales, obligado a asig­
narse otros, imaginarios, irreales e incapaces de satisfacerle, he
aquí que Dios le pone, por su gran piedad, en presencia de los
únicos bienes de que puede percibir todavía la realidad: los bie­
nes materiales que produce, los bienes económicos.
Pero he aquí que esta última realidad corre el riesgo a su vez
de desaparecer. Los bienes materiales son la última oportunidad
del hombre y Dios se los da, como todos otros dones, en abun·
dancia.
¿ El hombre moderno llegará a destruirlos? Para la in·
mensa mayoría de los hombres son las únicas cosas que todavía
llevan efectivamente el nombre de bienes. A falta de pan, buenas
son tortas. Los bienes materiales son inferiores. Son engendrados.
Son perecederos. Su ser es móvil. Pero no es nulo. ¿ Quién es el
hombre, quién el cristiano que osara condenarlos, incluso quizá so­
bre todo cuando los prodtlce en abundancia? La cuestión es por lo
demás ociosa. Dios
nos ha colocado en una sociedad cuyo estilo
690
Fundaci\363n Speiro

EL ESTADO Y EL DINAMISMO DE LA ECONOMIA
está marcado por el dinamis~o de economa, como había colocado
a nuestros padres en un~ sociedad sujeta a la escasez de los bie­
nes materiales. Es en esta sociedad, y no en otra en la que colo­
cáramos nuestras ilusiones retrospectivas de un _pasado removido,
en la que debemos salvarnos utilizando los elementos de que dis­
ponemos efectivamente.
A este respecto, el problema económico
reviste para la humanidad una significación capital. Si no llega­
mos a resolverlo
y a ponerlo en el ej-e de su finalidad esencial,
todos
los problemas
humanos no serán sino fracasos.
La humani­
dad habrá naufragado definitivamente.
¿ Es que es posible todavía que un cambio político pueda
salvarnos? Esta perspectiva nos parece, por el momento al me­
nos, improbable. No es transformando las instituciones actua­
les, más o menos idénticas en todos los paí-ses, como llegare­
mos a

un resultado.
El. mal es demasiado
profundo para
· que
pueda

desaparecer bajo la sola influencia de un cambio de ré­
gimen. Hemos visto que el Estado moderno es
un Estado sin
sociedad: a la sociedad de Antiguo Régimen no ha sucedido
ninguna otra sociedad.
Lo que sirve de law social a los individuos
desprovistos de lazos sociales, corno
son nuestros contemporáneos,
es el Estado moderno en sí mismo, creación
específica del

estado
de espíritu individualista
y democrático. Tanto como este estado
de espíritu persistirá,
en tanto que las sociedades naturales des­
aparecidas
o debilitadas no resuciten o no hayan vuelto ·a tomar
vigor,
el Estado moderno seguirá siendo el mando, la argolla o
el aparato de prótesis que, supliendo
la ausencia

de vida social,
permitirá a su
súlxiitos vivir

(si podemos decirlo así) en régimen
de democracia.
La democracia moderna, pues, no. es un régimen
del que se pueda cambiar. No es ni un régimen. Es una mixtifi
..
cación,

una ilusión análoga en el plano colectivo
a la que procura
el uso de los estupefacientes al individuo.
Los hombres
creen go­
bernarse a sí mismos. En realidad, a favor de esta creencia sin
objeto, otros hombres los gobiernan y continúan gobernando
procurándoles su ración cotidiana de droga. Todas las técnicas
modernas de información se utilizan para este
fin. Es una cons-
691
Fundaci\363n Speiro

MARCEL DE CORTE
!ante, decía el Cardenal de Retz, que l gañados. Prefieren
el sueño a la realidad. Innumerables seres hu­
manos,_ muertos desde dos siglos o prestos a morir püt la demo­
cracia, lo muestran suficientemente. Es necesario enseñarles que
la democracia tiene por esencia no
ser lo y no existir sino como un
círculo cuadrado. Están persuadidos que ella existe o que existi­
rá.
La afición democrática penetra e impregna hasta tal punto su
mentalidad desarraigada de lo real por
el individualismo y el sub­
jetivismo que extirparlo por la fuerza o por la luz radioactiva de
la verdad equivaldría a matar al enfermo. Por otra parte, la ex­
periencia de los siglos demuestra que todas las tentativas de des­
truir la democracia han contribuido a reforzarla duplicando o
triplicando la dosis del narcótico necesario para esta finalidad.
Todo el arte de los mixtificadores demócratas es ofrecer a los
hombres, exiliados de sus comunidades naturales, una sociedad
imaginaria y persuadirles de que el Estado moderno es capaz de realizarla, supuesto que confíen a
ellos los

generosos filántropos,
el poder de gobernar
la máquina. Las má.s vulgares voluntades de
poder puede así maniobrar al animal político al que su
expulsión
fuera

de las sociedades naturales ha transformado en pelele.
No esperemos ningún socorro por parte de
la Iglesía en tran­
ce de entrar "en mutación" ante nuestros ojos. El tipo de obispo
defensor de la ciudad ha desaparecido. La voluntad de poder cle­
rical, que subyace siempre cuando el sacerdote sustituye la ver­
tical de lo sobrenatural por la horizontal del "servicio del hom­
bre", quiere

tomar el relevo de las voluntades de poder polí­
tico que fallan y sobrepasarlas. No está ya en el espejismo demo­
crático, está más allá incluso del comunismo, ~sta ''lógica viva de
la democracia", como lo escribió Balzac. Intenta instaurar el reino
de Dios en tierra y sucumbe ante el tentador por excelencia que le
promete su posesión.
692
Fundaci\363n Speiro

EL ESTADO Y EL DINAMISMO DE LA ECONOMIA
La única actitud que se puede tomar es la del realismo
integral.
Estamos en una "civilización de industriales" dominada por
el Estado moderno, planificador, totalitario o semitotalitario y que
tiene como eje una economía de productores desprovista
ele fina­
lidad. Tal sociedad es artificial hasta el extremo, y las sacudidas
que la

quebrantan, incluso en el seno de la prosperidad, muestran
cuán precaria es su estabilidad: los dos principios que han pre­
sidido su nacimiento están a punto de preparar su muerte. Una
sociedad, aunque po,r milagro satnrase de sus necesidades ma­
teriales a todos los nombres
indistintatá.ente, no
puede vivir y so­
brevivir: 1.0) si interiormente no está entramada por ·esos nudos
difusores de vida que son las comunidades naturales, y 2.º) si no
somete sus diversas actividades productoras a una concepción del
universo, del hombre, de su Principio
y del destino humano confor­
me
con la

realidad de las cosas.
Se trata,

pues, de salvar de las presas del aparato político
y eco­
nómico, que prolifera alrededor de
ellas, a

las comunidades natura­
les o seminaturales, que él no puede destruir sin destruirse a si
mismo, como el monstruo Catoplepas, pero que
en su
progresión
implacable, debida a nuestra dehilidad y a nuestra ceguera con ju­
gadas, amenaza peligrosamente. Estas comrmidades naturales o
seminaturales
que subsisten todavía en una comrmidad industrial
son
las empresas. Ahí es donde las características de una sociedad
natural se mantienen todavía : la solidaridad, la subordinación en
la jerarquía de los sujetos que la componen. Los miembros de
toda empresa están unidos entre
sí por relaciones de interdepen­
dencia recíproca
y de orden vertical que les hace parecerse estre­
chamente a la de una familia. Si la fábrica
prnspera o
decae, to­
dos sufren las consecuencias. Están englobados en un mismo des,..
tino. Además, es en la empresa donde nacen_ y se desarrollan los
valores propios de toda comunidad natural:
la devoción, la res­
ponsabilidad, el servicio, la ayuda mutua y, además, el gusto al
trabajo bien hecho. Al nivel de empresa, la economía contempo-
693
Fundaci\363n Speiro

MARCEL DE CORTE
ránea conserva los mismos trazos que la economía antigua y
medieval, llamada, justamente, doméstica, puesto que la casa fa­
miliar y la empr,esa productora de bienes materiales no formaban
sino

una sola unidad.. Las leyes de la naturaleza
son inmutables,
a pesar

de los cambios.
Los últimos recursos de vida social real se encuentran en 1a
empresa. Se trata

de defenderlos. Algunas empresas, en particu­
lar aquelias cuyo gigantismo es tal que las relaciones sociales
efecti­
VG!S entre sus miembros no pueden anudarse normalmente, están a
punto de
agrietarse. Es una ley sociológica, corroborada siempre
por la experiencia, que una empresa está más sujeta a conflictos
sociales cuanto mayor es su volumen. Así, pues, la alianza entre
el Estado moderno y la economía de productores
fa,vorece cada
vez más el desmesurado volumen industrial: la naturaleza tiene
límites, lo, artificial no los tiene. El Estado moderno no parece
poderoso si no dispone de empresas colosales. Por otro lado, los
p~oductores no se consideran a sí mismos como poderosos si no
se asocian según los ramos industriales a que pertenecen en ligas
y en sindicatos diversos, en nivel nacional, en federaciones nacio­
nales. La economía al revés lo atrae; se trata, tanto por parte del
Estado depredador como por parte de los productores, de atraer
hacia ellos la actividad productora del hombre, que, entregado a
ella misma, ;in finalidad, no puede sino producir desmesurada­
mente. Las empresas están as.í integradas ·en un mecanismo gene­
ral de crecimiento que las deshumaniza
y. las desvitaliza como co­
munidades naturales. Llegan a ser los elementos de un plan de
desarrollo que las mantiene en vida o las elimina, según sus pro­
pias exigencias arbitrarias. No es exagerado decir que las em­
presas en una "sociedad industrial" regida por Estado de tipo mo­
derno y por una economí_a de productores tienen su exist½ncia en
precario: el movimiento que les conduce tiende a transformarlas
en simples rodamientos sin desengranajes, en una sociedad ficticia
formada por un Estado máquina. Por lejana que
parezca a

algunos
esta perspectiva
~"después de


el diluvio" o, según las palabras
de 'Keynes,
Ha la larga todos habremos muerto"-, está en curso
694
Fundaci\363n Speiro

EL ESTADO Y EL DINAMISMO DE LA ECONOMIA
de realización._ Se puede prever todo si no se tienen prejuicios, de­
cía Bainville, excepto las fechas. Sabemos, sin embargo, que el
momento fatídico se aproxima. "Quién sabe -añadía éste-si
nuestra civilización morirá porque habrá costado demasiado cara."
¿ Qué diría él hoy?
Es por eso por
lo que el máximo interés estrictamente mate­
rial de los miembros de las empresas es salvaguardar su _existen­
cia
y, al mismo tiempo, su naturaleza social, restituyendo a su
finalidad su propio objeto: el consumidor. Todo el que
participa
de lejos o de cerca en la vida de una empresa sabe que hay una
relación esencial
y directa que une la empresa al consumidor. y que
la relación inversa del consumidor a la empresa no está. anudada
sino a condición de que la primera lo esté
y.a. En una economía
dinámica tal como la nuestra,
en la

que la oferta tiende sin cesar
a sobrepasar la demanda, todo bien material producido no tiene
otro destino sino el consumidor, en quien regula la naturaleza,
la
calidad, la cantidad y el precio, puesto que es la causa final, la que
provoca la producción, la cual, como toda causa final, es primera
coosa causwrum, causa de las causas. Toda empresa que viole esta
finalidatl natural está condenada a cerrar sus puertas. No esquivará
el pago de su culpa si el Estado la mantiene artificialmente en
vida en el pulmón de acero de
las subvenciones y pierde entonces
su carácter de comunidad natural. De hecho es lo que ocurre más a
menudo en las empresas nacionalizadas, donde los productores de
diferentes niveles entran
más frecuentemente .en conflicto. Los
intereses amputados- de su finalidad eomún, el consumidor, y pri­
vados de convergencia no pueden
sino divorciarse. Sólo una
concepción de la economía que gire en torno al consumidor
y vi­
vida por l,qs miembros de la empresa preserva el carácter social
de ésta.
Es igualmente lo único que puede garantizar su carácter pri­
vado. A un consumidor, siempre individual, responde la empresa
privada, en correspondencia, con toda la cohesión que reclam~
en

ella
la unidad del fin que persigue. No se puede justificar la
pertenencia de 1a economía al dominio privado
y defenderla contra
695
Fundaci\363n Speiro

MAR.CEL DE COR.TE
las violaciones de la frontera cometidas por los detentadores del
poder público si no se mantiene la relación fundamental de fina­
lidad que une a la empresa al consumidor. Si ésta es proclamada
por los productores y traducida por ellos en los hechos, el Estado
moderno, invasor por naturaleza, verá levantarse ante él un obs­
táculo infranqueable para su expansión, y por ello se compren­
derá el alcance de esas justas
y fuertes palabras de Pío XII, pues­
to que
la razón de ser del Estado es mantener la vida social: "La
misión del Derecho público es servir al Derecho privado, no la
de absorberlo; la economía -más que ninguna otra rama
de la
actividad humana____. no es, por su naturaleza, una institución del
Estado; por el contrario, es el producto vivo de la libre iniciativa
de
los individuos y de sus agrupaciones libremente constituidas.''
Una economía que finaliza con el consumidor es incompatible
con la doctrina de la lucha de clases, sacralizada aderoás por
el progresismo cristiano. En una economía conforme a su finali­
dad natural no hay divergencia, sino convergencia entre los pro­
ductores. Las excepciones han podido y podrán ser tan numerosas
como se quiera: no contravienen la regla. Si el consumidor es
el
fin de la actividad pr,aductora de la empresa, unifica en ella los
elementos que la componen y, como la unidad de una multipli­
cidad no se efectúa sino por
y dentro de una jerarquía, le da su
· carácter

propiamente social
y, a pesar de todo lo que ha podido
tener de artifi.cial, hace que se imponga por encima de ella la ho­
mogeneidad,
la unidad que toda causa final comunica a todos sus
intermediarios. Es solamente al nivel de una economía de pro­
ductores donde fas disensiones vienen a ser endémicas. De !he­
cho se las ve surgir cada vez que los productores, en cualquier
escalón de la jerarquía a que pertenezcan, quieren prev.enirse cbn­
tra todos los riesgos aleatorios inherentes a toda economía basada
en el consumidor, con lo cual -puesto que no
hay ciencia de lo
individual-la imprevisión, los falsos cálculos, el desprecio, con
sus consecuencias económicas, son sus fenómenos corrientes
.. En
una economía al revés, los desacuerdos son constantes: las em­
presas nacionalizadas en que el Estado productor anónimo es
696
Fundaci\363n Speiro

EL ESTADO Y EL DINAMISMO DE LA ECONOMIA
una potencia inaprehensible que drena hacia ella, sin cuidarse
del consumidor que la regularía, toda la fuerza de sus miem­
bros, caso de Checoeslovaquia, en donde el Estado monopcliza
la productividad de toda la economía, son ejemplos flagraotes.
La lucha de clases es una enfermedad inherente a la economía
artificial y no puede ser yugulada sino por el retorno de la eco­
nomía a su finalidad natural. En una economía dinámica, como
la nuestra, debería normalmente llegar a desaparecer, puesto que
la parte de los diferentes productores no deja de aumentar en
función

de la cada vez mayor producción de riquezas.
Lo cnal ocu­
rriría sin el prestigio del marxismo en la imaginación de los pro­
ductores: por una paradoja inaudita, los marxistas han llegado
a persuadir a nuestros contemporáneos de que la lucha de clases
es inherente al proceso económico, y les proponen para acabar con
ella, un sistema donde los medios de producción son nominalmen­
te detentados por la colectividad
y efectivamente poseídos por
una nueva clase de dirigentes
de productores cuya voluntad de
potencia es mucho

más desenfrenada que la de los peores capi­
talista.
Lo propio de la revolución socialista, hacia la cual se lan­
zan ciegos de impaciencia tantas voluntades de poder clericales de
hoy, es consolidar los males que se pretenden extirpar. Apenas hace falta subrayar que la socialización de las empre­
sas y una economía que tenga al consumidor como fin son igual­
mente irreconciliables. Lo propio del Estado moderno, lo hemos
dicho y redicho, es no tener sociedad. Su enorme poder está siem­
pre_ entre las manos de una minoría suficientemente hábil para
tomarlo. Que emane de la nación,
y que pertenezca a la nación,
es uno de los tantos mitos que debemos denunciar· sin tregua. De
hecho, como lo ha mostrado Djilas, la colectivización significa
simplemente

que la economía pasa
de. un
grupo de productores a
otro. grupo que, poseyendo un poder político ilimitado, poseen
al mismo tiempo un poder económico discrecional. Engendra
economía de productores condensada al extremo
y llevada a su
más alto exponente. Una economía que girase en torno al consu­
midor exortizaría su espectro
y prevendría sus apariciones.
697
Fundaci\363n Speiro

MARCEL DE CORTE
L1 puesta al derecho de la economía al revés que sufrimos,
tendría, por otro lado, la inmensa ventaja de justificar el bene­
ficio que los productores en todos los peldaños obtienen con su
actividad generadora de · bienes materiales bajo la forma que
sea: dividendos, beneficios, gratificaciones, salarios, primas, etc ...
Ninguna de estas remuneraciones están justificadas desde
el solo
punto

de vista del productor. El salario del más humilde trabaja­
dor de la empresa no le es debido como productor
ele bienes

mate­
riales ni en función de su trabajo. Se le debe
en función del ser­
vicio que ha rendido aJ, cons1Mnidor. Podrá haber trabajo bueno
¡xmiendo todo su -corazón, toda su alma y todas sus fuerzas, pero
no tendrá die hecho corno derecho retribución a su trabajo si el
producto de ese trabajo no llega. al consumidor que Jo recibe.
Nada hay más falso que la afirmación de que todo esfuerzo
merece salario. A cuenta de esto, el productor, laborioso de ar­
tículos invendibles, debería ser pagado al mismo precio que los
otros, más económicos en sus esfuerzos, pero más apreciados
por el consumidor.
La oposición entre los trabajadores de una em­
presa
y de éstos con sus acreedores de servicios carece de ,sentido
en

una economía con sus finalidades bien determinadas, pues­
to que el capital no puede lógicamente intervenir -ni siquiera,
como se dice
tan a

menudo, ni como trabajo
acumulado-----sino
como

contrapartida de los servicios anteriormente prestados
El capital
y el trabajo dejan de oponerse artificialmente y ar­
tificiosamente uno
al otro, como ocurre en una economía de pro­
ductores si están retribuidos en función de los Servicios rendidos
al consumidor. Solidarios en
la prestación de aquéllos, lo son igual­
mente en una división equitativa de sus remuneraciones. En las
empresas que obedecen a la ley de la finalidad de la economía
y
que son prósperas, este problema no es nunca insoluble.
El mismo principio de finalidad pone fin si se le observa al
inepto
y mortal divorcio que trata de oponer, desde que el dina­
mismo de la productividad crece, la mora de la economía. Se in­
culpa fácilmente a
la economía dinámica

el fundarse enteramente
en una concepción del hombre reducido en sus dimensiones mate-
698
Fundaci\363n Speiro

EL ESTADO Y EL DINAMISMO DE LA ECONOMIA
riales, amputado de su alma y de sus facultades más altas. Esto
es ·cierto en una economía de productores, que hacen refluir hacia
ellos las consecuencias de la productividad y que se alían al Estado
para mantener su preeminencia.
El productor se -sitúa, por defini­
ción, en Ia línea de la actividad productora de bienes exteriores al
hombre o, dicho de otro modo, en la línea del
hacer. Pues toda
producción tiene como fin el bien en que consiste la cosa produci­ da. Al producir objetos, el productor procura que ese objeto sea bueno. Apunta, sin duda, a mejorarse como
pToductor, no apun­
ta, como
tal, a mejorarse como hombre. El productor, consi­
derado como
tal, se sitúa por entero fuera de la moral. La ex­
periencia
Vulgar lo

certifica:
¿ quién compraría pan malo a un
panadero virtuoso en lugar de comprarlo bueno a un panadero
mujeriego?
Es la excelencia del producto lo que importa y no la
del hombre que produce. El productor se sitúa igualmente fuera
de lo funcional. No es sino en su relación con el consumidor .Y no
en su actividad como productor como entra en relación con otros.
No ocurre
lo mismo
con el
conswnidor. El consumidor no
conSume jamás por consumir, sino para vivir y asegurar su vida
para cumplir como ser humano. Su acto de consumir no le es
dictado, como al animal, por su buen instinto de conservación. Está integrado en
el con junto de las actividades superiores, de orden
moral
y social, de orden contemplativo también, todas subordi­
nadas a
Dios, fin
último de la vida humana, Su acto es así un acto
humano, ordenado por su inteligencia y su voluntad y orientado
hacia el fin propio del hombre: la felicidad. El consumidor presu­
pone que
el apetito es rectificado con vistas a su fin último. No es
preciso vacilar en volver
a decir aquí lo que la sabiduría de las
naciones ha proclamado desde hace siglos: consumir es un acto
moral -y social-regido por la virtud de templanza y ordenado
al bien total del hombre. El consumidor se sitúa más allá del solo
plano del
hacer, en que el productor como tal se encuentra: en el
plano de
acéuw, y, a fin de cuentas, el hombre no actúa sino para
contemplar; es en el plano de la Contemplación donde el hombre
se muestra plenamente como hombre.
699
Fundaci\363n Speiro

MARCEL DE CORTE
Se sigue de ahí que una economía que sitúa su finalidad en
el consumidor, si llega a ser dinámica y tiende a satisfacer las
necesidades de todos los hombres, vuelve a encontrar la éoncep­
ción unitaria y jerárquica del ser humano que la economía estática
del pasado había llegado a mantener a pesar de su situación de escasez que predispone
al hombre a buscar ante todo los bie­
nes materiales. La economía dinámica ha cancelado a este res­
pecto una gruesa hipoteca que pesaba sobre la humanidad.
Al
mismo tiempo que la economía orientada hacia el bien
humano de consumidor recupera el carácter moral que había
perdido y que todos los antiguos le atribuían, se equilibra en su
función propiamente productora. No es necesario ser experto en
ciencias económicas para comprobar que el consumidor, ser mo­
ral y sometido a una finalidad superior
a la de su cuerpo, es el
único capaz de regularizar el flujo de JJTOductividad de una econo­
mía dinámica y de transformar "la abundancia estéril", de que
acaba de hablar Henri de Lovinfosse, en abundancia útil y fecun­
da. Es la primacía del consumidor en todos sus terrenos y obje­
tivos lo que permitirá a
'fa sociedad industrial" de hoy no dege­
nerar en "sociedad de consumo" cuyo consumidor sería un co­
baya.
Una economía en la cual la finalidad del consumidor es res­
petada es evidentemente una economía
de mercado que, por
el hecho de pertenecer al dominio
privado, del,e ser sustra/Ú/a a
las intervenciones del Estado y de los grupos de presión de los
productores que las provocan y en la cual el consumidor puede ma­
nifestar su

preminencia con sus elecciones.
La economía comp,e­
tithm es la única conforme con la finalidad de la economía. Pero
la competencia no puede ser una feria de enconos entre produc­
tores tanto
,más lanzados

a la busca del consumidor cuanto más su
productividad les empuje a ello. El carácter social y moral de la
finalidad de la economía refluye hacia su fuente. Un código eco­
nómico, moral y social en sus fundamentÜs, jurídico en su regla­
mentación positiva, es muy necesario para proteger los intereses
comunes de los productores
y de los consumidores contra las em-
700
Fundaci\363n Speiro

EL ESTADO Y EL DINAMISMO DE LA ECONOMIA
presas de los parásitos y de los defraudadores que el Estado mo­
derno suscita con demasiada frecuencia. Nada hay, en efecto, más
sensible a las peiturbaciones exteriores que el mercado en que se
ligan innumerables relaciones privadas.
La finalidad que le rige
puede torcerse bajo la presión de muchos factores que se pueden
condensar, según Henri de Lovinfosse y Gustave 'l'hibon, -en So­
lution social.o, en la enumeración siguiente: "explotación de la
mano de obra, manipulaciones monetarias, competencia desleal del extranjero (política de exportación, agresiva,
dump,pmg, etc,),
competencia desleal interior
(trusts, m~nopolios, acuerdos e in­
justicia

social,
holdings, etc ... ), fiscalidad excesiva". A poco que
se los examine se ve inmediatamente que todos resultan de esta
alianza de economía de productores y del Estado moderno, de la
cual hemos subrayado su nefasto papel.
Un código económico, si fuese elaborado por
iniciativa de
los

productores preocupados en mantener sus auténticos intereses
por la única vía natural de que disponen, y que consiste, como
hemos visto, en hacerlos coincidir en su deber de observar la fina­
lidad de la economía, permitiría volver a colocar al Estado en su
verdadera perspectiva
y, puesto

que los hombres de nuestro tiem­
po son muy sensibles a sus intereses, a comenzar su endereza­
miento. No podemos aquí síno citar de
nuevo-a
Henri de Lovinfos­
se:
"todo lo

que hemos dicho contra el estatismo
rto se
refiere
para nada a la autoridad del Estado. Si pedimos al Estado que renuncie a sus intervenciones arbitrarias en el campo que corres­
ponde a la actividad de los ciudadanos se reforzará más su poder en la competencia que
té corresponde propiamente: 1a de "con­
trol"
y

de arbitraje. El Estado no debe abandonar
el mercado
a sí mismo como
hizo otrora

el liberalismo; no debe tampoco
sustituir al productor ni al consumidor, como hace hoy día.
Un juez en un proceso, un árbitro en una competición depor­
tiva, no pueden cumplir equitativamente en su función sino a con­
dición de no estar interesados personalmente en el litigio o en
el juego.
Lo mismo ha de ocurrir con -el Estado. No puede ser
a

la vez juez
y parte, árbitro y jugador, y si se obstina en acu-
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MARCEL DE CORTE
mular estos dos papeles, el juego y el arbitraje forman igual­
mente

un pastel.
La politización actual de la economía nos ofrece
un ejemplo impresionante de este doble fallo.
La gigantesca falsificación de la noción del Estado que
ha su­
frido

en el curso de estos dos tí.ltimos siglos no debe incitarnos a
condenar al Estado mismo, forma suprema de la vida social, ga­
rantía del bien común esencial:
el orden. Si es cierto que estamos
ya en Ullq, 11sociedad industrial" que salva por lo menos de la
destrucción, a la que las comunidades naturales están abocadas
por el régirrien político . que sufren, Wl embrión de vida social
naturalmente jerarquizada, a saber, la empresa, la única opor­
tunidad que tenemos todavía para restaurar el Estado es_ el vol­
ver a enderezar la economía que, en su condición actual, conde­
na a este germen a morir,
y, con ello, a suicidarse ella misma:
de
igual modo que las otras comunidades naturales no han
po­
dido resistir a la desintegración que provoca la actividad del
hombre desorbitada
y arrancada de la atracción de sus activida­
des superiores, la empresa no logrará rechazar las fuerzas con­
jugadas del Estado moderno
y de la economía al revés que la
asaltan por dentro y
IXJr fuera

si no se la vuelve a situar en el eje
de
su finalidad.
Estamos

colocados en plena acción dramática, cuya urgencia
nos apresura cada vez más: o "el perfecto
y definitivo hormiguero"
o ese humilde
y real principio de vida humana, verdaderamente
humana, que la Providencia nos depara a salvar, para salvarnos.
Esto no será fácil. Innumerables
eg?ísmos individuales

y co­
lectivos se levantan ante nosotros. Pero
la juventud generosa que
nos sigue no se asusta. Está segura de vencer, puesto que tiene
a su favor la
naturale7.a, fuente

inagotable de curación, y esa fe
cristiana robusta sin la cual la naturaleza no puede nada.
Hacia ella miramos
para confiarle

la tarea ingrata y enarde­
cedora de devolver al Estado una cabeza y a la economía un alma.
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