Índice de contenidos
Número 231-232
Serie XXIV
- Textos Pontificios
- Aniversarios
-
Estudios
-
Importancia y necesidad del estudio
-
Ideología y religión en la Hungría de hoy
-
De la «independentzia» a la «burujabetza»
-
¡Demasiado Estado! ¿Menos Estado?
-
Meditación de la Revolución francesa (I)
-
Temas de la literatura utópica. Sus consecuencias en el pensamiento urbanístico de los siglos XIX y XX
-
El orden natural: fundamentos
-
El P. Victorino Rodríguez, O.P. y la escolástica, hoy. Presentación del libro «Temas-clave de humanismo cristiano»
-
Cómo pensaba un fraile español en tiempos de la Revolución francesa
-
- Actas
- Ilustraciones con recortes de periódicos
-
Información bibliográfica
-
G. W. F. Hegel: El sistema de la eticidad
-
Alexis de Tocqueville: Recuerdos de la Revolución de 1848
-
Manuel de Santa Cruz: Apuntes y documentos para la historia del tradicionalismo español (1939-1966)
-
Francisco José Fernández de la Cigoña: Jovellanos. Ideologías y actitudes religiosas, políticas y económicas
-
Germán Arciniega: América en Europa
-
C. Alberto Roca: Vida del Cardenal Arzobispo Cirilo de Alameda y Brea
-
- Crónicas

Autores
1985
Temas de la literatura utópica. Sus consecuencias en el pensamiento urbanístico de los siglos XIX y XX
TEMAS DE LA LITERATURA UTOPICA
SUS CONSECUENCIAS EN EL PENSAMIENTO URBANISTICO
DE LOS . SIGLOS XIX Y1 XX
POR
PATRICIO H. RANDLB
Los temas de la literatura utópica del siglo XIX no son en
absoluto originales
y pueden · ser rastreados uno a uno en los
u,topistas clásicos
del siglo
XVII, todos ellos tributarios, a su vez,
de la original obra de Tomás Moro, publicada en 1516.
·
Es
mucho, tal vez,
lo que se ha escrito sobre estos utopistas,
especialmente en tanto en cuanto se los considera como pioneros del socialismo, como una versión «imperfecta» del mismo, o
como agudos críticos de un cierto estado ·de cosas, aunque no
teniendo a mano la correcta solución ( 1 ). En cualquiera de estos
casos hay una sobrevaloración del espíritu utópico, dejándose
de lado la definición rigurosa de utopía: algo que no se da en nin
gún lugar, lo que -por su propia esencia- no es realizable,
ni alcanzable. U olvidando la de utopista: reformador entusiasta
pero no práctico;.
y no por demasiada teoría sino por teoría opuesta
a la naturaleza
de las cosas. Y a que, como ha dicho 1bibon, es
preciso
clistioguir
la diferencia esencial entre ideal y utopla, pues
(1) El marxismo sostiene que es un defecto de las utopías el dejar
en el aire los medios que permitan pasar de la situación existente al ideal
futuro._ O sea, que no especifican ni el quién ni el c6mo de esta transi
ción. Para aquella ideología el quién es el proletario y el c6mo la dictadura
revolucionaria. Tesi~ que confirma el carácter finalmente ut6píco del
marxismo. Cfr. H. B. Acton, The-ilusion of an Epoch, London, 1955,
págs. 246 y sigs.
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Fundaci\363n Speiro
PATRICIO H. RANDLE
la gente suele confundirlos al no distinguir ideal como algo muy
alto hacia lo
· cual nos
aproximamos en mínima proporci6n y
utopúz como algo que se · nos aleja en la misma medida que in
tentamos acercános.
De qué manera los utopistas del siglo XIX han tenido una
gravitaci6n, directa o indirecta, en el urbanismo contemporáneo, es cosa difícil de medir. Por un lado, hay que decir que el ur
banismo, por su misma naturaleza -mezcla de sociología y ar quitectura, en cierto
modo-,,-tienta
a quien lo practica a con
fundir causa con
efecto
y lo· impulsa a convetirlo -,moque sea
en
potencia- en un reformador social. Por el otro, hay un
fe
n6meno generalizado que
abarca a los utopistas y a los urbanis
tas de hoy que es la masificaci6n o colectivización de la formas
de vida urbana. Los utopistas se lanzaron a ellas voluntaria y
optirnistamente;
k,s urbanistas no. pueden eludir la inevitabfe
vertiente colectivizante
de la ciudad actual y de muchos de los
remedios de urgencia que puedan administrársele.
Hay otros puntos de toque. Uno es el de que los utopistas,
gente práctica generalmente, impacientes por aplicar correctivos, suelen caer en recetas simplistas que no se deduoen inteligente
o profundamente del estudio de la realidad, sino que son fruto
..
de
la pura
Jmaginaci6n. No
hace falta decir que
esta tendencia
también
puede advertirse
en· el
urbanismo puramente creativo
que ingenuamente supone que
_ dispone
de medios capaces de
sustituir de raíz la problemática socio-espacial; que todo
quedalÍl!
resuelto
si se pudieran demoler las ciudades existentes ( o casi
todas) y comenzar de nuevo.
Pero, además, no se puede desconocer que en
algunas utopías
se
advierten -más que en otras--- preocupaciones no
sólo espe
cíficas
sino hasta de deú!lle, por cuestiones
urbanísticas. A
este
efecto puede recordarse que Fourier
tenía ideas
bien definidas
como
la de que uno de los vicios capittlles del mundo civilizado
era la traza en damero, al mismo tiempo que se cuenta que tenía
por costumbre pasearse por las calles de París provisto de una
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TEMAS DE LA LITERATURA UTOPICA
vara con la cual medía constantemente fachadas y otros elemen
tos de arquitectura urbana (2).
El plano
de las ciudades fue siempre preocupación prepon
derante en los utopistas, no tanto en Tomás Moro que la prevé
irregular, pero sí en casi todos sus continuadores. La regurali
dad, el centro de
la composición y la opción por el cuadrado
o el círculo como
formas geométricas
dentro de las cuales debe
inscribirse el plano, es cosa de rigor
enire ellos.
Del mismo modo puede hablarse de la zonificación -a veces
sumamente rígida-
y de la construcción de grandes inmuebles
de vivienda; en muchos casos, como el
Falansterio de Fourier (3 ),
o el
Paralelógramo de Owen (4), el Familisterio de Godin (5),
estas construcciones englobaban el total del proyecto utópico; algo que
hará Skinner en su W alden Two ( 6) proponiendo un
edificio continuo que se extiende siguiendo las cotas de nivel
de un terreno ondulado. La idea de alojar a la población en
grandes inmuebles tiene varias explicaciones; la primera, es el deseo de reorganizar la sociedad sobre
nuevas bases,
lo cual obli
ga a concentrar
1a gente para regimentarla mejor; la segunda,
es beneficiarla con una serie de servicios generales centraliza
dos, y la tercera (acaso con un trasfondo psicológico) es la de
que «los palacios ahora se hagan para el
pueblo». No
puede ser
casualidad que el plano de Fourier se parezca
tanto a
V ersailles.
Pero para poder entender la influencia del utopismo en el
urbanismo es necesaria hacer una consideración general de aquel
en sí mismo. Comó el tema es vasto
y matizado, hemos prepa
rado para el lector una suerte de síntesis sistemática sobre los
tópicos principales
del utopismo
de
la siguiente manera:
(2) Pierre Lavedan, Historie de l'urhanisme, París, 19521 vol. 3, pá
ginas noo.
(3) Charles FOurier, Traité de l'Association domestique agricok, Pa
rís, 1822. Hay ·traducción castellana, El Falansterio, Buenos Aires, 1946.
(4) Robert Owen, The
book o/ the new moral world, New York,
1845.
(5) Jean-Baptiste Godin, La rithesse au service du peuple: le Fami
listere de Guise, París, 1874.
(6) Burris F. Skinner, Walden Twa, New York, 1958.
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PATRICIO H. RANDLE
POLÍTICA.
Igualdad.
En casi todas las utopías desaparecen las clases sociales obli
gatoriamente o, al menos, desaparecen las diferencias principa
les. Hay excepciones, sin embargo, como Fourier, que tiende
a una armonización de
las) diferentes
clases según su poder ad
quisitivo o su contribución al integrar la comunidad utópica.
Otro caso en que las diferencias' de clases son netas es Victo
ria, la ciudad utópica de James
Silk Buckingham (7).
La igualdad va más allá de las personas y se traduce en las
formas visibles de las ciudades, especialmente en
la uniformiza
ción de las
viviendas, d.e lo cual ya habla el propio Moro. En
esto hay matices como, por ejemplo, el caso de Fourier que en
una etapa previa al Falaosterio propone casas no uniformizadas, aunque armónicas, o Benjamín Ward Richardson que
.en su
Hygeia (8) prohíbe viviendas de más de una planta para que
no proyecten demasiada
sombr~, conforme
a su obsesión de
pre
servar la higiene pública como valor supremo de la comunidad.
Estado; abolición del gobierno o de la política y su reem
plazo por la Administración d .. las cosas.
El antecedente remoto de esto hay que buscarlo en el· pro
pio Platón, en
el que la República es de filósofos, como en el
siglo XIX se pensará que ese lugar debe ser ocupado por los cien
tíficos y
los técnicos. La cuestión de los fines es reemplazada
por la de los medios. Toda la
atención se
dedica a perfeccionar
éstos, dando por Supuesto un acuerdo acerca
de los objetivos.
Lo curioso es que los objetivos no son, precisamente, creencias
(7) James Silk Buckingham, National Evils and practica/ remedies,
London, 1848.
(8) Benjamín Ward Richardson,
Hygeia, a city of health, London,
1876.
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TEMAS DE LA LITERATURA UTOPICA
sociales compartidas, sino constituciones escritas, letra muerta
que es
idealizada · como inmutable.
La república de los filósofos se repite en la academia cien
tífica imaginaria
de la Nueva
Atlántida de
Bacon (9), pero
más
adelante
es
sustituida por
la pura administración a
cargo de
burócratas eficaces. No hay ninguna duda que existe siempre
una visión burocrática de la ciudad
y, por. ende, del urbanismo
que tiene vestigios de este enfoque utopista. «Si todos. los al
caldes fueran urbanistas, no habría problemas» o poco menos
se ha dicho en el colmo del utopismo redivivo.
Cambio de estructuras.
Esta expresión contemporánea está subyacente en el pensa
miento utópico de todos los tiempos. Es la esperanza de que, re
moviendo los obstáculos que se oponen a la concreción de ·es
quemas ideales, éstos
·se materializarían ipso facto. Por tanto,
en vez de proceder a los corectivos parciales, hay que atacar la
cima, descabezar el sistema. Desde luego se habla
as! cuando
no
se deslinda lo que puede haber de arbitrario en las· formas
de vida, de lo que tienen de consustanciadas con la naturaleza
humana.
De allí que exista esa impaciencia por el cambio es
tructural -y hasta del cambio por el cambio, en tanto
éste fa
vorezca la demolición del orden constituido- en vez de pro
ceder
al mejoramiento de los usos y costumbres.
Verdad es que no todos los utopistas
caen en este esquema.
Por un lado existe una urgencia en dirigir la educación al
me
joramiento de los hombres, aunque, por el otro, se deposita una
fe exagerada en las nuevas cosmovisiones pedagógicas. Fourier cree poder guiar a la humanidad encabezando las pasiones hu
manas ,«sin dolor», no pudiendo ocultar su
espíritu licencioso,
lo cual no es mayor garantía de mejoramiento humano, ni so
cial.
(9) Francis Bacon, New Atlantis, London, 1627.
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El cambio de estructuras se encarna en urbanistas contem
poráneos,
toda vez
que se resisten a practicar
reformas y
ar
guyen que s6lo una
revoluci6n total
pueck traer algún mejora
miento a
la ciudad, inclusive desde el punto de vista físico.
ECONOMÍA,
Abolieron del dinero ..
Esta es una condici6n de casi todas las utopías -Bacon lo
conserva- aunque, en algunos
casos, se
trata de algo disfra
zado, como la emisión de bonos o cosas por el estilo. Uno de
los que pone más énfasis en ello es Gerard Whistanley, autor de The
Láw of Freedom (10) que, en el colmo de la contradic
ción, admite
el principio y la práctica de la propiedad privada.
Pero serán .muchos más los que, directa o indirectamente, ex~
cluyen el dinero como condici6n . necesaria e inexorable para
·alcanzar
los ideales
utópicos,
hasta/ llegar
a Edward Bellamy y su
L~oking .Backwards (11).
La abolici6n ·del dinero tienta al urbanista que lucha contra
la
especulaci6n de la tierra como barrera para el arbitrio de so
luciones más racionales desde su punto de vista. Lástima es que
no
.se piensa
que el dinero es
,una consecuencia
de
la riqueza y
no a
la inversa, sencillamente porque se calcula personalmente
que mediante el dinero uno se enriquece. Pero
lo cierto es que
la humanidad no usaba el dinero cuando era pobre; porc¡ue el
estado
natural de la
humanidad fue
el de pobreza y no
como
se
dice, interesadamente, que son los ricos los que han generado
la pobreza. Otra cosa es
la miseria, la cual existe precisamente
desde que desaparece
la pobreza como ·estado natural.
(10) Gerad Whistanley, Tbe Law o/ Preedom in a plat/orm, London,
1652,
(11) Edward Bellamy, Looking Beckwards; if socialism comes, ·Bos-
ton, 1888. Hay traducción en castellano, Cien años después o el año 2000,
Buenos Aires, BibliotecJJ. La Nación, 1907.
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TEMAS DE LA UTERATURA UTOPICA
Abolición de la propiedad raíz.
No todos, pero una gran cantidad de utopistas creen que sin
la abolición de la propiedad no hay posibilidad alguna de re
formar la sociedad. Empero, los del siglo
XVII, en su mayoría
la toleran: Bacon, en
La nueva Atlántida, el ya mencionado
Whistanley, y hasta Hobbes (bien que el único que
'la concede
es
el Estado). No así Foigny en
La Te"e Australe (12). -
Entre los utopistas mayoría
se oponen. En muchos casos se inventan formas de res
tricción del
dominio, que
suelen ser tan abusivas que lo desna
naturalizan, alcanzando formas directamente comunistas que, ya se sabe, concluyen con
el monopolio de la propiedad por el Es
tado o,
lo que de alguna manera lo reemplace, como R. Pem
berton en
Happy Colony ( 13 ).
Otros, como Fourier, sugieren "formas complejas, como su
«propiedad compuesta», en la cual el. titular es una suerte de
accionista de la comunidad. No hay ninguna duda que la
difu
sión
de la propiedad
raíz crea un problema suplementario a las
grandes obras de urbanismo, especialmente a las de renovación
urbana,
cuafido se
propone arrasar con lo existente y reempla
zarlo por grandes inmuebles colectivos.
De ali!, a suscribir la
propuesta de abolir el dinero, parece existir una -gran distancia,
plena de dificultades de
otrO tipo; la más inmediata _consiste en
cómo
desposeer a los propietarios existentes, si es que antes
rio
se ha medido que ninguna reforma, -basada en la injusticia tie
ne perspectivas de perdurar. Un urbanismo donde
la propiedad -
de
la tierra es del Estado, es un urbanismo emprobecido en oon
tenidos humanos y sociales y convertido en un simple «hacer», obra edilicia para
una comunidad
sometida y no ya protagonista
(12) Gabriel de Foigny, La Terre Australe connue, c'est il dire la des
éription de ces pays inconnus iusque ici, de ses moeurs et de· ces coutu
mes, par M. Sadeur, Géneve, 1676.
(13) R. Pemberton, Happy Colony, London, 1854.
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PATRICIO H. RANDLE
de la ciudad, sin derechos y sin estímulos de ninguna clase. Una
ciudad de inquilinos no es nunca una verdadera ciudad.
Fusión
del traha:ro urhan<>-rural.
Este es el aspecto quizá más directamente vinculado al urba
nismo que presentan muchas
utopías. En. él fondo, se trata de
la quimera de «que la ciudad
es_té en
el campo», algo que a
pesar de -o precisamente por-su contradicción interna siem~
pre ha ejercido una gran fascinación.
El ideal utópico reiterado propone que la gente que inte
gra las comunidades haga una parte de trabajo utbano ( artesa
nía o industria)
y otra de trabajo rutal. El antecedente de esto
habría
que rastrearlo tal vez en Virgilio mismo, en su elogio
de la agricultura como_· formadora de carácter
y lleva implícito
e1 rec01;10cimiento de que 1~ induStria es una tarea nociva, em~
brutecedora, insalubre, etc. O también puede estar conectado
con la vida monacal, tan dominante en la baja Edad Media euto
pea y que sigue el ideal de San Benito: Ora et labora (reza y
trabaja), materializado en los monasterios rodeados de tierras·
de labranza atendida por los mism~s religiosos.
La preocupación de que la ciudad no corte totalmente sus
lazos con el campo
es. una preocupación moderna. En la anti
güedad
esto
-se
daba espontáneamente por la conservación de
una escala
humana. Con
la hipertrofia de las ciudades nació la
preocupación de dotarla de espacios verdes que recreasen la
natutaleza en el medio urbano. A la vez,
más adelante,
visto
que
existía y se agrandaba ( especialmente con el advenimiento
de la tecnología) un enorme contraste cultural, nació la necesi dad de «urbanizar» el campo, aunque no sea más que en punto a
transporte y comunicaciones.
Lo que no parece ir a favor de las tendencias dominantes de
nuestro tiempo es esa fusión de labores urbanas
y rurales. Al
-contrario,
la especialización del trabajo, origen de la misma ciu-
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TEMAS DE LA UTERAWRA UTOPICA
dad (tanto, según Platón, Cómo según V. Go!ldon Childe) (14)
ha llegado a un grado de sutileza y refinamiento, parejo con la
sofisticación del proceso industtial. Sólo renunciando al «pro
greso» parece
factible cumplir con aquel requerimiento utópi
co que
no tiene
nada de
anti,natural --eomo sucede
con lama
yor parte de ellos-, lo que, a la vez, es una contradicción con
el utopismo, que tiene depositada una fe
infinita en
la tecno,
logia y
el progreso material.
·
Ya
desde la
U to pía, de Moro, que prevé el envío por turno
de los habitantes de la ciudad al campo, se sucede una multi
tud
de· propuestas,
como la de Owen,
eQ que los obreros in
dustriales
cumplen con
la
oblige.ción de laborar la
tierra alter
nadamente. Y todas las expetiencias de comunidades utópicas en
Norteamérica ( 15) -inspiradas por los autores del siglo
XIX-,
van a tener . un carácter afín, visto que, comenzando - por. ser co
lonias agrícolas, se proponen,. al mismo tiempo, desarrollax al
guna actividad artesanal primero e industtial después.
SOCIEDAD,
Familia y vida doméstica.
Toda propuesta comunitarista es, generalmente, colectivizante,
aunque esto se da por grados. Se parte muchas veces de
·la idea
de
que las labores domésticas son pesadas
y poco rentables, su
giriendo que la mujer trabaje fuera del hogar y que las tareas que deja
· de
hacer sean encaradas industrialmente mediante co
medores
y lavaderQS colectivQS. Hay una confianza ciega en que
la colectivización es el remedio
de todos los males. De allí que
no se necesite destruir todos los
demás valores
que pueda te
ner el hogar; que no se recapacite que la
familia no
es una in-
(14) Platón, en La República, y V. Gordon Childe, en What Happe
ned in History, London, 1942.
(15) Cfr. John W. Reps, The making of urban America, Princeton,
1965, p,igs, 439-74.
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PATRICIO H. RANDLE
vención humana y que, por tanto, hay que· encauzarla según su
propia naturaleza ( 16 ).
Lo mismo ocurre con la educación de los hijos. General
mente, en cuanto pueden
independizarse físicamente
del hogar
se propone enviarlos, al
menos diariamente,
a instituciones edu
cativas. La
nurserie, la guardería infantil -hoy tan difundidas
a causa de
que la mujer trabaja- tienen aquí un claro antece
dente. La diferencia .estriba en que, mientras
los contemporáneos
aceptan estos J;ecursos como mal rilenor, los utopistas los con
sideran como deseables.
En cuanto a las tareas domésticas hay que decir que
ningún
utopista previó que el mismo progreso tecnológico iba a per
mitir el equipamiento familiar sin necesidad de recurrir a una
oentral
de comidas, de lavado, de refrigeración, de baños, etc.
Pero, sobre todo, ha quedado bien demostrado que dada la op
ción de tomar las comidas en un comedor colectivo (por
ten-·
tadoras
que fuesen algunas propuestas utópicas), la mayoría de
la gente, la mayoría
de las veces, prefiere· comer en su casa,
inclusive aunque los alimentos no sean tan apetitosos.
Los comedores comunes están, no obstante, presentes en
casi todas las utopías a partir de Tomás Moro. Desde luego en
Owen y Fourier que son siempre los que nos han dejado un ·
testimonio
más pormenorizado de sus proyectos. Pero, también,
en las realizaciones prácticas de las comunidades utópicas nor
teamericanas hasta
· llegar a
la propuesta
de· Edward
Bellamy a
fin de siglo, y aun más, en esa especie de reencarnación que es.
Walden Two. ·
( 16) El ptlncipe Pierre Kropotkin, anarquista con tintes de marcado
utopismo llegó a escribir: «El porvenir no es tener en cada casa una má'.
quina
de limpiar calzado, otra para fregar los platos, otra para lavar 1a·
ropa y, así, sucesivamente». Esto es precisamente lo que ha sucedido. Es
inclusive el ideal de las IIJ1lllS de casa soviéticas... ( cfr. Kropotkio, La con
quista del plan, Barcelona, 1973, pág. 113).
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TEMAS DE LA UTERATURA UTOPICA
La ingeniería social.
El primer dato . de esta curiosa. técnica .. se puede hallar entre
los utopistas cada vez que declaran explícita y exactamente el
número de habitantes considerado ideal para su proyecto. Ni que decir tiene que el primero fue el propio Platón con su
esotérica operación aritmética
(1X2X3X4X5X6X7 = 5.040)
de la cual aseguraba se desprendían beneficios especiales. Lo que
Aristóteles interpretó como un buen número para que
dentro
de las polis los contactos personales fueran lo suficientemente
variados pero capaces de permitir un
conocimiento mutuo
rela
tivamente intenso. Moro, por su parte, hablará de 100.-000
ha
bitantes para su ciudad Amaurot que sería prototipo de una serie
de ciudades semejantes: estos 100.000 habitantes representarían
según su autor unas 6.000
familias, lo
que da uo número elevado
de miembros por hogar,
Fourier, luego de uo complicado cálculo, que no es caso re
petir aquí, llega a la
cifra ideal
de 1.620. Los detalles están en
lo obra citda:
La Association doméstique agricole, para quien
se interese· en esta extraña ecuación de ingeniería social. Victoria
tiene uo número fijo de 10.000 habitantes, mientras Hrygeia al
canza los 100.000. ,William Morris, en su visión idealizada de
Londres opta,
mucho más
inteligentemente; en vez de
dar uoa
cifra exacta de habitantes, en suponer que la población se va a
mantener estable; aunque, cómo muchos utopistas, no explica
cómo, ni por qué medios se va .a producir el objeto deseado.
Pero
el número
de habitantes fijo es, apenas, un indicio de
la ingeniería social. No menos es, por ejemplo, la curiosa par
ticularidad de que algunos utopistas deciden que el domicilio de los habitantes de la ciudad debe mudarse cada diez años (Moro)
o cada seis ineses (Campella). Sin
duda alguna
la utopia des
precia
el .arraigo;
lo considera como un factor tan negativo· como
los lazos
familiares
y otros datos de la ley natural, como si fue
sen impedimentos para el gran experimento social que se pro-
pone.
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PATRICIO H. RANDLE
En esto no hay duda que una sociedad muy «adelantada»,
como es la norteamericana, ha llegado a fomentar y valorar como
algo positivo la
movilidad horizontal y
hasta el concepto de la
vivienda ha llegado a
equipararse al de cualqtrier producto in
dustrial tnás o menos perecedero, con
el objeto de realimentar
la producción mediante un consumo permanente.
Del mismo modo se ha caído en utopía toda vez que, al
construirse nuevas ciudades o gtandes conjuntos residenciales, se han hecho cálculos
· ideales de Ía población que se piensa alojar.
En todos estos casos se suele olvidar que en menos de 25 años
se ha producido un defasaje completo al quedar reemplazada por
otra generación. Se olvida lo que con sabiduría sencilla dijo una
vez
Lewis Mumford,
y es que las ciudades las hace
el tiempo;
pór tanto,
no el cálculo
humano efímero.
La ingeniería social está .présente de mil maneras en todas
las utopías y sería largo enumerarlas
aquí. Lo que importa es
señalar su esencia, que consiste en confundir el continente con
el contenido de las ciudades, o, al menos, pretender adecuar
uno al otro como si pudiese ser motivo de un cálculo exacto.
Ni siquiera una familia
puede prever
con precisión sus propias
necesidades en el lapso de la vida de un matrimonio ¿Cómo podría hacerlo
la población de una ciudad en perpetuo cambio?
Otro aspecto de la ingeniería social -por analogía- es la
excesiva confianza y dependencia en
la máquina que revelan en
general las comunidades utópicas. Si
el leit-mot,v original es la
reducción de las horas de trabajo, hay que decir que la esperanza
en
la máquina como factor liberador es totalmente a-crítica.
Una sociedad sin clases.
A la igualdad política absoluta corresponde lógicamente una
sociedad sin clases. Hay que decir, sin embargo, que no son
muchos los utopistas que
pecan de semejante ingenuidad.· Por
lo general el utopismo es más elemental; como, por ejemplo,
proponiendo
la abolición del dinero, la debilitación de la familia,
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TEMAS DE LA LITERATURA UTOPICA
o la supresión de la propiedad que, siendo datos de la naturaleza
humana misma, parecen posibles mediante la toma de determi
nadas medidas coercitivas. La eliminación de las clases sociales,
empero, implica una violencia muy
grande y
constante
para po
der imponerse.
La
desaparición de las clases· sociales, en efecto, supone, no
sólo un igualitarismo social y económico, sino también un apla
namientó. intelectual, una confiscación constante de bienes y un
grupo gobernante
tan poderoso que, de hecho, ya constituirá
una
verdadera clase.
Que es lo que sucedió en la U. R. S. S.
y
se repite en todas sus imitaciones.
Como quiera que sea, hay un modo gradual y suave de llegar
a
esa sociedad sin clases y se
logra mediante
la masificación so
cialista, esto es,
-comenzando
por
influir eo
los deseos de
las
gentes, en proponerles como un ideal el ser más iguales todos en todo sentido y en condenar como algo delictuoso casi el ser
distinto. La individualidad llega a ser perseguida como anti-so
cial, como si no hubiese otra forma de
sociabilidad sino
la masiva.
Y esto ha sido fomentado
directamente por la sociedad in
dustrial, por el estado
servil que
castiga al que produce por en
cima del promedio, por la solidaridad a
la fuerza y burocrática
del estado benefactor. De ahí que
esto se
refleje en el urbanismo,
si no con toda
la simpleza que quieren los utopistas de siempre
( o los resentidos sociales que pretenden la nivelación por lo más
bajo), sí con bastantes
caracteres de
uniformización. No sólo se
quiere homogeneizar socio-económicamente a la población sino
que debe demostrarlo
. en
la apariencia para modificar su men
talidad tradicional.
Las formas urbanas contemporáneas; en la medida que de
penden de la producción en masa de
la industria. de la cons
trucción, de
la disponibilidad de unos créditos estandarizados y
de unos requerimientos sumamente elementales, en los que no entra la personalidad sino
la cultura de masas, es natural que
produzcan estereotipos. Unase a ello
la necesidad de que -se
construya
rápido, económicamente, y se entenderá por qué, cada
187
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PATRICIO H. RANDLE
vez más, las áreas residenciales se parecen a aquellos prototi
pos igualitarios de los utopistas del siglo
XIX.
En países como Inglaterra y los Estados Uindos ya a finales
del siglo
pasado -en
tanto la vivienda pas6 a ser asunto de
grandes empresas inmobiliarias--"
1a pequeña clase media de em-·
pleados
comenz6
· a
habituarse a esta modalidad de vivir en casas
idénticas unas a otras. Si esto no tiene algo que ver -bastan
te--con la meta de una sociedad sin clases; por lo menos en los
hechos, ha servido para que la gente se habituase a la idea.
Lo
que hubiera sido impensable en pleno siglo XIX.
Aislamiento y parálisis.
Este es un aspecto · también característico de la ciudad utó
pica.
En la medida que las ciudades son dibujadas especialmen
te, con
el mayor detalle, y son pobladas con un número y cali
dad de habitantes precisos, está sobtentendido que no van a
producirse cambios que echen por la borda tan cuidados pro
yectos. Pero hay más, las ciudades así concebidas parecen ig
noi-ar que ninguna aglomeración vive sola, autónomamente, o
del hinterland propio, sino que también siempre tiene relacio
nes con otras ciudades de la regi6n. Solamente Moro parece ha
berlo entendido· y por eso plantea su
«utopía» en
una isla con
su propio sistema urbano de cinco ciudades semejantes a la ca
pital,
así como
prevé la posibilidad de que se funden colonias
nuevas siguiendo los mismos lineamientos. Es que, en verdad,
toda utopía es una isla en sentido figurado o literal. Esto lo sabía Platón y, así
~,in caer
en ninguna quimera-,
señala c6mo debe aislarse relativamente una ciudad de otra si es
que se quiere conservar un cierto orderi social previsto. Pero en la mayoría de las utopías no está previsto mayormente
el
crecimiento, especialmente en las de trazado · geométrico rígido
que por sí mismo
iÍnpíde toda
expansión flexible. Pero eso no
parece haber preocupado a los utopistas, nunca sensibles a
las
leyes naturales, cor¡io esclavizados por las leyes arbitrarias por
ellos formuladas.
188
Fundaci\363n Speiro
TEMAS DE LA UTERATURA UTOPICA
Colectivismo.
Inútil es decir que toda utopía· es un proyecto social co
lectivista. Y, en la medida que aparezca algún rasgo en resguar
do de la personalidad e
indidvidwilidad, más
precisamente le
corresponde el nombre-
de «contrautopía» como se les ha dado
en llamar también a
aqudlas que,
lejos de resultar seductoras,
han sido escritas para aterrorizar al lector; todas estas piezas
literarias del si¡¡Jo actual y de las que el prototipo
lo constituye
un Nuevo Mundo Feliz, de Huxley (17), o 1984, de Orwell (18).
· Es
que este siglo
ha cobrado conciencia de la calamidad que
resultan las experiencias colectivizantes a partir de la implan tación del bolcheviquismo en Rusia, en
J 917, si no es que tam
bién está alarmado por
algunos aspectos
convergentes que
. pue
den
detectarse en
algunas sociedades
capitalistas «de avanzada».
El aumento de población vertiginoso en la Europa en pro
ceso de industrialización, por su parte, ha hecho que, en algu
nos casos, se haya optado por soluciones que tienen puntos de
contacto con las proposiciones utópicas del siglo
XIX. Es más,
para el llamado Tercer Mundo, aún hoy se ofrecen, como si fue
ran panaceas, soluciones de vivienda, de transporte, de género
de vida altamente colectivizadas, con el agravante de que esos
pueblos no han pasado por las etapas
intermedia~ que
experi
mentaron las .Qaciones europeas. Un campesino «urbanizado» vio
lentamente está· repitiendo, velis nolis, el experimento acariciado
por los utopistas, cual es
el de sumergirlo en un ambiente social
tal que no le queda más remedio que adecuarse al medio.·
y a
· esto
se
lo envuelve con loas y cantos a la libertad o a la libe
ración. Diríase más. En general, todas las empresas utopistas pro
yectadas o llevadas a la práctica descontaban
el consenso de sus
participantes ( en muchos casos, si no. ·todos, inclusive, se les.
(17) Aldous Huxley, Brave new world, London, 1932.
(18) George Orwell, Nineteen Eigbty-four, London, 1949.
189
Fundaci\363n Speiro
PATRICIO H. RANDLE
requería una contribución económica). De ese colectivismo bus
cado y deseado ingenuamente hemos pasado a otro opresor y
obligatorio.
De células más o menos modestas en número hoy
hemos llegado a un alto grado de colectivización, sea cuantita
tiva como cualitatiVamente.
CULTURA,
"Esprit de. géometrie".
Los utopistas no sólo se caracterizan por poner todo su én
fasis en el esprit de géometrie del que nos hablaba Pascal sino
que,
'al mismo
tiempo, han descartado,
'como si
fuese una op
ción exclusiva, todo
esprit de finnesse.
Ya no se trata literalmente de los trazados rígidos de ciu
dades en el siglo
XVII, como la Civitas Solis ( 19), con sus siete
círculos concéntricos o
la Republicae Christianopol#anae (20)
inscrita en un cuadrado perfecto o de los polígonos
varios he
redados
del Renacimiento para culminar con el
Panopticon, de
J. Bentham ( 21), nacido de un requerimiento puramente prácti
co disfrazado de filosofía. La geometrización de los utopistas va
más lejos. Más allá de la simetría del Paralelogramo, del Falans
terio, del Familisterio, sino que culmina con una
zonificación --en
muchos casos--que parece más inquieta por satisfacer las exi
gencias del disefio geométrico que las necesidades funcionales de
la ciudad. Este tipo de zonificación aparece tenuamente en los cuatro
barrios que presenta Amaurot -la capital de la isla de Utopía-,
aunque más bien se trata de un principio de descentralización.
· Más
compleja es la
zonific~ción propuesta
por la
Cristian6polis
(19) Tommaso Campanella, Civitas Solis Poetica. Idea Reipublicae
Philosophiae, Frankfurt, 1623.
(20) Johann Valentin Andreae, Reipublicae Christianopolitanae Des
criptio, 1619.
(2_1) Jeremy Bentham, An introduction to .the principies of mo,:als_
and /egis/ation, London, 1789.
190
Fundaci\363n Speiro
TEMAS DE LA LITERATURk UTOPICA
de Andreae. Reaparece en La Ter.re Australe, de Foiguy, luego, en
el Falansterio,
y con especial espíritu segregacionista, en el
Vic
toria,
de Buckingham, donde por franjas concéntricas se va dic
tando un uso del suelo detalladísimo
y exclusivo.
Pero junto con estos proyectos de zonificación, los primeros
jamás propuestos conscientemente en urbanismo, hay que seña
lar que también están presentes otros antecedentes que siguen la
idea de Moro de dividir la ciudad en barrios, como
el mismo Bus
ckingham, que
concibe ocho sectores. triangulares, cada uno con
todos los tipos de uso del suelo formando una unidad contenida o
Cabet, que en su Icaria llega a prever la existencia de 60 distri
tos urbanos. Con lo cual
parecería demostrarse
que, en general,
las utopías no quieren perder el sentido de
.la ~omunidad y sa
. ben que las estructuras concentracionarias son · 1a peor amen~a.
Ni que decir se tiene que este espíritu de «géometrie», siendo
una constante humana, se transmuta en el_ urbanismo contempo
ráneo, toda vez que se apela a la fascinación de la composición
formal de grandes proyectos urbanos a costa de su buen funcio
namiento y de
su. respuesta
coherente
a. las auténticas necesida
des
vecinales. Un Le
· Corbusier,
por ejemplo, llegará demasia
do lejos con sus perspectivas, a vuelo de pájaro, que se pierden
en un infinito absolutamente regular. A
veces uno
piensa si estas
«soluciones»,
tan perfectas desde el punto de vista puramente
de' diseño
no son,. senclllamente, hijas de
la ley del menor es
fuerzo o de las urgencias del
mundo de
las finanzas en
el que el
tiempo es, literalmente, oro.
Maquinismo y tecnificación.
La máquina es el gran protagonista detrás de casi todas las
utopías. Ya Owen compara su Paralelógramo a una máquina,
como si esto fuera una virtud. Todavía no se atisba
la distinción
entre mecanicismo
y organicismo, ni en los. efectos negativos que
tiene
la transposición de las condiciones mecánicas al ser del
hombre.
La máquina es aún más promesa que realidad, y no se
191
Fundaci\363n Speiro
PATRICIO H. RANDLE
sueña que pueda acarrear también algunos efectos indeseables si
no
se la encuadra dentro de un
· contexto
de· fines bien esclare
cidos. Etienne
C~bet se
entusiasma. sin reservas anunciando que las
máquinas van a
reemplazar a
5.000 obreros
en Icaria, sin darse
cuenta que ello supondrá una verdadera conmoción social para
la cual hay que tener previstas las respuestas adecuadas so pena
de generar desocupación o paro.
Muchas
utopías .se resguardan en la teconología para respon
der vagamente a objeciones
y preguntas que se le hacen .. Lo que
los hombres no podrían hacer lo hará la técnica. Aquí juega mu
cho
la intuición y hasta la adivinación. Y a Bacon, en su Nuev~
Atlántida, hace alusión a una suerte de alimentación que prefi
gura a la
hoy basada
en elementos sintéticos. Foigny -sin dar
detalles- prevé
la. llegada . dd parto sin dolor (probablemente
sin siquiera
d trabajo
de preparación que hoy se exige a las
parturientas en tal sentido). Owen, con su
«Institución» -que
es
una especie de reformatorio idealizado--; preanuncia técnicas
educativas milagrosas, En Victoria no harán falta focos de alum
brado, ni públicos ni privados, porque en el centro de la ciu
dad, como un sol,
brillará un
gran reflector común durante la
noche; otro dato que
confirma la
insatisfacci6n por la Naturale
za y
la ilusión de perfeccionarla, aunque es muy dudoso que sea
bueno
hacer desaparecer
dd todo
la oscuridad natural como des-
canso para la vista.
·
J. Bentham cae en d frenesí cuando concibe su cárcel mode
lo, basada en la técnica de reducir a un sólo control toda Ja vi
gilancia de la misma. Owen y Fourier y luego Goclin ( que lo lleva
a
Ja práctica)
hacen
d dogio
antidpado de la máquina lava
rropas. E. Cabet anticipa la circulación por la derecha para or
denar
d tráfico o
la industrialización de puertas y ventanas so
bre un sólo modelo universal con el propósito de abaratarlas y simplificar su producción. Bellamy nos habla de una especie de
cobertura que protege las calles. en casos de lluvia; una especie
de
tímido anticipo
de la propuesta utópica contemporánea de
192
Fundaci\363n Speiro
TEMAS DE LA LITERATURA UTOPICA
cubrir ciudades enteras con cúpulas para poder climatizarlas arti
ficialmente ( 22 ).
En fin, estas
y muchas más invenciones -algunas de las que,
efectivamente, han sido adoptadas posteriormente--- no tienen
ninguna relación necesaria con la aceptación,
in tato, de las ciu
dades utópicas
y puede preverse que, sin necesidad de ser inser-·
tadas
en esos microcosmos teóricos, se hubieran abierto paso en
el terreno de la práctica.
También la circulación
y el ttansporte cómodo y veloz está
presente como
algo apetecible.
Nadie nos explica para qué, ni por
qué. Se supone que el circular
-y si es velozmente mejor- es
un bien en sí tnismo. Como una reacción al tráfico endiablado de
coches de caballo, jinetes, ómnibus
y luego ttanvías de tracci6n
animal,
todos entteverados en el
oentro de
las grandes ciudades
europeas se propicia
medios de
ttansporte colectivos motorizados
y fluidos. Pero de
allí se sigue sin coto a imaginar las necesi
dades
del siglo XXI, con sus complicadas redes· de conductos aéreos
envueltos
en tubos transparentes de lo que
hoy son
un anticipo
puramente formalista los
tapis roulant del aeropuerto Charles De
Gaulle, en París.
Ya antes, las redes de autopistas
en· las
ciudades norteameri
canas parecen haber alcanzado los niveles anhelados por los uto
pistas, niveles suficientes para comprobar que el saldo es nega
tivo no sólo porque la tnisma· circulación engendra más circula
ción (y nunca se logra el equilibrio deseado), sino porque se pier
de de vista que debe ser un
medio y no un fin en sí mismo.
Va
a-ser
necesario que algunos urbanistas no utopistas descubran
que hay una
solución mucho mejor
que la de depender del trans
porte, tan absolutamente, que es la de acercar
.los sitios
de resi
dencia
a los
de trabajo mediante una planificación menos for
malista pero más funcional. Menos exclusiva
y segregacionista y
más humanamente entremezclada.
(22) Buckminster Fuller, Buckminster Ful/er reader (ed.: James Me
l!er ), Harmondsworth,
Penguin books,
1972.
193 13
Fundaci\363n Speiro
PATRICIO H: RANDLE
Fe ciega en el mañana.
Arthur Koestler, en su autobiografía, relata que en. su época
de comunista y antes de haber víajado a la U. R. S. S., frente a
· 1as críticas que oía de1 régimen soviético sus camaradas repetían:
«Wie werden es besser machen» -Nosotros lo haríamos me
jor-, y que esa actitud es característica de los utopistas. Con
frontados con la realidad, siempre escapan por esta tangente, con lo cual resultan
inasibles por medio de. cualquier argumento (23 ).
Es que en todo utopista hay
una fe ciega en que el tiempo
arreglará todo; cuando, en realidad, el tiempo es el que se en
carga de deshacer los
planteamientos rígidos
y a-temporales
de las
utopías. Pero, como
la noción. de imposible brilla por su ausen
cia, y es una característica esencial, resulta difícil convencer a sus
partidarios: «si esto no es posible
aquí será
factible allá
y si esto
. no
es realizable hoy lo será mañana». De esta manera, escapando
esPaoial y temporalmente, el mañana· se convierte en una suerte
de quimera.
Hasta muchos de quienes son capaces de reconocer una inten
ción utópica en una medida política o en un proyecto urbanístico
ceden
frente a
las vagas promesas del futuro por el futuro
mis
mo. Si los nostálgicos piensan que todo pasado fue mejor, los optimistas están convencidos de que el tiempo, por sí mismo,
mejorará las cosas ...
, o
que la juventud (siempre maravillosa) es
una garantía para el
porvenir. Pensar
así conduce a afirmar
que
«lo que hoy es una utopía mafiana será una realidad»; lugar co
mún que se abre paso fácilmente en la opinión poco rigurosa.
Se pierde de vista así lo esencial de ló utópico, que consiste
en un
alejarse, constante
del objeto anhelado en
la medida que
nos acercamos a
él, como en el suplicio de Tántalo. O, si no,
como dijo Chesterton, que en
razón de la mayor disponibilidad
de medios de qÜe
se goza
en esta civilización tecnológica,
lo que
parecía utópico, nada más que por ser imposible, ahora es fac-
(23) Arthur Koestler, Eufor;a y utopia, Buenos Aires, 1955, pág. 254.
194
Fundaci\363n Speiro
TEMAS DE LA UTERATURA UTOPICA
tibie; lo cual no le quita el carácter de utopía que, en definitiva,
es siempre un forzamiento de la realidad.
·
En · efecto, ciudades imaginarias concebidas por el expresio
nismo febril o el
mismo surrealismo
de los años '20, todas ellas
en base a edificios en alto revestidos de cristal, enlazados por
viaductos y su cielo surcado· por aeronaves de todo tipo, hoy ya
son «materialmente» posibles. Pero la utopía sigue siendo inasi
ble. Es apenas un envoltorio que no logra resolver, ni proponer,
nuevas formas efectivamente capaces de mejorar al mismo tiempo
--como se
suponía- todos los aspectos de
la vida urbana.
Así, tampoco, todas las promesas
de la· tecnología incipiente
del siglo
XIX han hecho. una contribución verdaderamente revolu
cionaria en el urbanismo
de las ciudades de un siglo, o un siglo
y medio después. Diríase que, al revés; han planteado una serie
de problemas nuevos que exigen un constante estado de alerta en
los responsables de las ciudades.
En todo caso. es digno de
notarse que
mientras las utopías
urbanas del siglo·
XVII presentaban una imagen fija, inmóvil, de
la ciudad ideal, las
del siglo xrx expresan, si no un plan concreto
para el futuro, una esperanza irracional
en que el tiempo -im
plicando el desarrollo de la tecnología- proveería las solucio nes para una
serj~ de . problemas que las comunidades utópicas
plantearon desde
el punto de vista social, tales como su creci
miento y desenvolvimiento futuro. Hoy día, con los prodigios a
la vista de los adelantos de la industria, la mentalidad utópica
puede seguir construyendo castillos fututistas en el aire. Por
que el utopismo no es una ideología histórica sino un
estado men
tal. Y existirá siempre, en mayor o en menor grado en el hom
bre, en tanto y en cuanto es una tendencia malsana contra su naturaleza, en tanto y en cuanto lo aparta de la realidad.
195
Fundaci\363n Speiro
SUS CONSECUENCIAS EN EL PENSAMIENTO URBANISTICO
DE LOS . SIGLOS XIX Y1 XX
POR
PATRICIO H. RANDLB
Los temas de la literatura utópica del siglo XIX no son en
absoluto originales
y pueden · ser rastreados uno a uno en los
u,topistas clásicos
del siglo
XVII, todos ellos tributarios, a su vez,
de la original obra de Tomás Moro, publicada en 1516.
·
Es
mucho, tal vez,
lo que se ha escrito sobre estos utopistas,
especialmente en tanto en cuanto se los considera como pioneros del socialismo, como una versión «imperfecta» del mismo, o
como agudos críticos de un cierto estado ·de cosas, aunque no
teniendo a mano la correcta solución ( 1 ). En cualquiera de estos
casos hay una sobrevaloración del espíritu utópico, dejándose
de lado la definición rigurosa de utopía: algo que no se da en nin
gún lugar, lo que -por su propia esencia- no es realizable,
ni alcanzable. U olvidando la de utopista: reformador entusiasta
pero no práctico;.
y no por demasiada teoría sino por teoría opuesta
a la naturaleza
de las cosas. Y a que, como ha dicho 1bibon, es
preciso
clistioguir
la diferencia esencial entre ideal y utopla, pues
(1) El marxismo sostiene que es un defecto de las utopías el dejar
en el aire los medios que permitan pasar de la situación existente al ideal
futuro._ O sea, que no especifican ni el quién ni el c6mo de esta transi
ción. Para aquella ideología el quién es el proletario y el c6mo la dictadura
revolucionaria. Tesi~ que confirma el carácter finalmente ut6píco del
marxismo. Cfr. H. B. Acton, The-ilusion of an Epoch, London, 1955,
págs. 246 y sigs.
175
Fundaci\363n Speiro
PATRICIO H. RANDLE
la gente suele confundirlos al no distinguir ideal como algo muy
alto hacia lo
· cual nos
aproximamos en mínima proporci6n y
utopúz como algo que se · nos aleja en la misma medida que in
tentamos acercános.
De qué manera los utopistas del siglo XIX han tenido una
gravitaci6n, directa o indirecta, en el urbanismo contemporáneo, es cosa difícil de medir. Por un lado, hay que decir que el ur
banismo, por su misma naturaleza -mezcla de sociología y ar quitectura, en cierto
modo-,,-tienta
a quien lo practica a con
fundir causa con
efecto
y lo· impulsa a convetirlo -,moque sea
en
potencia- en un reformador social. Por el otro, hay un
fe
n6meno generalizado que
abarca a los utopistas y a los urbanis
tas de hoy que es la masificaci6n o colectivización de la formas
de vida urbana. Los utopistas se lanzaron a ellas voluntaria y
optirnistamente;
k,s urbanistas no. pueden eludir la inevitabfe
vertiente colectivizante
de la ciudad actual y de muchos de los
remedios de urgencia que puedan administrársele.
Hay otros puntos de toque. Uno es el de que los utopistas,
gente práctica generalmente, impacientes por aplicar correctivos, suelen caer en recetas simplistas que no se deduoen inteligente
o profundamente del estudio de la realidad, sino que son fruto
..
de
la pura
Jmaginaci6n. No
hace falta decir que
esta tendencia
también
puede advertirse
en· el
urbanismo puramente creativo
que ingenuamente supone que
_ dispone
de medios capaces de
sustituir de raíz la problemática socio-espacial; que todo
quedalÍl!
resuelto
si se pudieran demoler las ciudades existentes ( o casi
todas) y comenzar de nuevo.
Pero, además, no se puede desconocer que en
algunas utopías
se
advierten -más que en otras--- preocupaciones no
sólo espe
cíficas
sino hasta de deú!lle, por cuestiones
urbanísticas. A
este
efecto puede recordarse que Fourier
tenía ideas
bien definidas
como
la de que uno de los vicios capittlles del mundo civilizado
era la traza en damero, al mismo tiempo que se cuenta que tenía
por costumbre pasearse por las calles de París provisto de una
176
Fundaci\363n Speiro
TEMAS DE LA LITERATURA UTOPICA
vara con la cual medía constantemente fachadas y otros elemen
tos de arquitectura urbana (2).
El plano
de las ciudades fue siempre preocupación prepon
derante en los utopistas, no tanto en Tomás Moro que la prevé
irregular, pero sí en casi todos sus continuadores. La regurali
dad, el centro de
la composición y la opción por el cuadrado
o el círculo como
formas geométricas
dentro de las cuales debe
inscribirse el plano, es cosa de rigor
enire ellos.
Del mismo modo puede hablarse de la zonificación -a veces
sumamente rígida-
y de la construcción de grandes inmuebles
de vivienda; en muchos casos, como el
Falansterio de Fourier (3 ),
o el
Paralelógramo de Owen (4), el Familisterio de Godin (5),
estas construcciones englobaban el total del proyecto utópico; algo que
hará Skinner en su W alden Two ( 6) proponiendo un
edificio continuo que se extiende siguiendo las cotas de nivel
de un terreno ondulado. La idea de alojar a la población en
grandes inmuebles tiene varias explicaciones; la primera, es el deseo de reorganizar la sociedad sobre
nuevas bases,
lo cual obli
ga a concentrar
1a gente para regimentarla mejor; la segunda,
es beneficiarla con una serie de servicios generales centraliza
dos, y la tercera (acaso con un trasfondo psicológico) es la de
que «los palacios ahora se hagan para el
pueblo». No
puede ser
casualidad que el plano de Fourier se parezca
tanto a
V ersailles.
Pero para poder entender la influencia del utopismo en el
urbanismo es necesaria hacer una consideración general de aquel
en sí mismo. Comó el tema es vasto
y matizado, hemos prepa
rado para el lector una suerte de síntesis sistemática sobre los
tópicos principales
del utopismo
de
la siguiente manera:
(2) Pierre Lavedan, Historie de l'urhanisme, París, 19521 vol. 3, pá
ginas noo.
(3) Charles FOurier, Traité de l'Association domestique agricok, Pa
rís, 1822. Hay ·traducción castellana, El Falansterio, Buenos Aires, 1946.
(4) Robert Owen, The
book o/ the new moral world, New York,
1845.
(5) Jean-Baptiste Godin, La rithesse au service du peuple: le Fami
listere de Guise, París, 1874.
(6) Burris F. Skinner, Walden Twa, New York, 1958.
177 12
Fundaci\363n Speiro
PATRICIO H. RANDLE
POLÍTICA.
Igualdad.
En casi todas las utopías desaparecen las clases sociales obli
gatoriamente o, al menos, desaparecen las diferencias principa
les. Hay excepciones, sin embargo, como Fourier, que tiende
a una armonización de
las) diferentes
clases según su poder ad
quisitivo o su contribución al integrar la comunidad utópica.
Otro caso en que las diferencias' de clases son netas es Victo
ria, la ciudad utópica de James
Silk Buckingham (7).
La igualdad va más allá de las personas y se traduce en las
formas visibles de las ciudades, especialmente en
la uniformiza
ción de las
viviendas, d.e lo cual ya habla el propio Moro. En
esto hay matices como, por ejemplo, el caso de Fourier que en
una etapa previa al Falaosterio propone casas no uniformizadas, aunque armónicas, o Benjamín Ward Richardson que
.en su
Hygeia (8) prohíbe viviendas de más de una planta para que
no proyecten demasiada
sombr~, conforme
a su obsesión de
pre
servar la higiene pública como valor supremo de la comunidad.
Estado; abolición del gobierno o de la política y su reem
plazo por la Administración d .. las cosas.
El antecedente remoto de esto hay que buscarlo en el· pro
pio Platón, en
el que la República es de filósofos, como en el
siglo XIX se pensará que ese lugar debe ser ocupado por los cien
tíficos y
los técnicos. La cuestión de los fines es reemplazada
por la de los medios. Toda la
atención se
dedica a perfeccionar
éstos, dando por Supuesto un acuerdo acerca
de los objetivos.
Lo curioso es que los objetivos no son, precisamente, creencias
(7) James Silk Buckingham, National Evils and practica/ remedies,
London, 1848.
(8) Benjamín Ward Richardson,
Hygeia, a city of health, London,
1876.
178
Fundaci\363n Speiro
TEMAS DE LA LITERATURA UTOPICA
sociales compartidas, sino constituciones escritas, letra muerta
que es
idealizada · como inmutable.
La república de los filósofos se repite en la academia cien
tífica imaginaria
de la Nueva
Atlántida de
Bacon (9), pero
más
adelante
es
sustituida por
la pura administración a
cargo de
burócratas eficaces. No hay ninguna duda que existe siempre
una visión burocrática de la ciudad
y, por. ende, del urbanismo
que tiene vestigios de este enfoque utopista. «Si todos. los al
caldes fueran urbanistas, no habría problemas» o poco menos
se ha dicho en el colmo del utopismo redivivo.
Cambio de estructuras.
Esta expresión contemporánea está subyacente en el pensa
miento utópico de todos los tiempos. Es la esperanza de que, re
moviendo los obstáculos que se oponen a la concreción de ·es
quemas ideales, éstos
·se materializarían ipso facto. Por tanto,
en vez de proceder a los corectivos parciales, hay que atacar la
cima, descabezar el sistema. Desde luego se habla
as! cuando
no
se deslinda lo que puede haber de arbitrario en las· formas
de vida, de lo que tienen de consustanciadas con la naturaleza
humana.
De allí que exista esa impaciencia por el cambio es
tructural -y hasta del cambio por el cambio, en tanto
éste fa
vorezca la demolición del orden constituido- en vez de pro
ceder
al mejoramiento de los usos y costumbres.
Verdad es que no todos los utopistas
caen en este esquema.
Por un lado existe una urgencia en dirigir la educación al
me
joramiento de los hombres, aunque, por el otro, se deposita una
fe exagerada en las nuevas cosmovisiones pedagógicas. Fourier cree poder guiar a la humanidad encabezando las pasiones hu
manas ,«sin dolor», no pudiendo ocultar su
espíritu licencioso,
lo cual no es mayor garantía de mejoramiento humano, ni so
cial.
(9) Francis Bacon, New Atlantis, London, 1627.
179
Fundaci\363n Speiro
PATRICIO H. RANDLB
El cambio de estructuras se encarna en urbanistas contem
poráneos,
toda vez
que se resisten a practicar
reformas y
ar
guyen que s6lo una
revoluci6n total
pueck traer algún mejora
miento a
la ciudad, inclusive desde el punto de vista físico.
ECONOMÍA,
Abolieron del dinero ..
Esta es una condici6n de casi todas las utopías -Bacon lo
conserva- aunque, en algunos
casos, se
trata de algo disfra
zado, como la emisión de bonos o cosas por el estilo. Uno de
los que pone más énfasis en ello es Gerard Whistanley, autor de The
Láw of Freedom (10) que, en el colmo de la contradic
ción, admite
el principio y la práctica de la propiedad privada.
Pero serán .muchos más los que, directa o indirectamente, ex~
cluyen el dinero como condici6n . necesaria e inexorable para
·alcanzar
los ideales
utópicos,
hasta/ llegar
a Edward Bellamy y su
L~oking .Backwards (11).
La abolici6n ·del dinero tienta al urbanista que lucha contra
la
especulaci6n de la tierra como barrera para el arbitrio de so
luciones más racionales desde su punto de vista. Lástima es que
no
.se piensa
que el dinero es
,una consecuencia
de
la riqueza y
no a
la inversa, sencillamente porque se calcula personalmente
que mediante el dinero uno se enriquece. Pero
lo cierto es que
la humanidad no usaba el dinero cuando era pobre; porc¡ue el
estado
natural de la
humanidad fue
el de pobreza y no
como
se
dice, interesadamente, que son los ricos los que han generado
la pobreza. Otra cosa es
la miseria, la cual existe precisamente
desde que desaparece
la pobreza como ·estado natural.
(10) Gerad Whistanley, Tbe Law o/ Preedom in a plat/orm, London,
1652,
(11) Edward Bellamy, Looking Beckwards; if socialism comes, ·Bos-
ton, 1888. Hay traducción en castellano, Cien años después o el año 2000,
Buenos Aires, BibliotecJJ. La Nación, 1907.
180
Fundaci\363n Speiro
TEMAS DE LA UTERATURA UTOPICA
Abolición de la propiedad raíz.
No todos, pero una gran cantidad de utopistas creen que sin
la abolición de la propiedad no hay posibilidad alguna de re
formar la sociedad. Empero, los del siglo
XVII, en su mayoría
la toleran: Bacon, en
La nueva Atlántida, el ya mencionado
Whistanley, y hasta Hobbes (bien que el único que
'la concede
es
el Estado). No así Foigny en
La Te"e Australe (12). -
Entre los utopistas mayoría
se oponen. En muchos casos se inventan formas de res
tricción del
dominio, que
suelen ser tan abusivas que lo desna
naturalizan, alcanzando formas directamente comunistas que, ya se sabe, concluyen con
el monopolio de la propiedad por el Es
tado o,
lo que de alguna manera lo reemplace, como R. Pem
berton en
Happy Colony ( 13 ).
Otros, como Fourier, sugieren "formas complejas, como su
«propiedad compuesta», en la cual el. titular es una suerte de
accionista de la comunidad. No hay ninguna duda que la
difu
sión
de la propiedad
raíz crea un problema suplementario a las
grandes obras de urbanismo, especialmente a las de renovación
urbana,
cuafido se
propone arrasar con lo existente y reempla
zarlo por grandes inmuebles colectivos.
De ali!, a suscribir la
propuesta de abolir el dinero, parece existir una -gran distancia,
plena de dificultades de
otrO tipo; la más inmediata _consiste en
cómo
desposeer a los propietarios existentes, si es que antes
rio
se ha medido que ninguna reforma, -basada en la injusticia tie
ne perspectivas de perdurar. Un urbanismo donde
la propiedad -
de
la tierra es del Estado, es un urbanismo emprobecido en oon
tenidos humanos y sociales y convertido en un simple «hacer», obra edilicia para
una comunidad
sometida y no ya protagonista
(12) Gabriel de Foigny, La Terre Australe connue, c'est il dire la des
éription de ces pays inconnus iusque ici, de ses moeurs et de· ces coutu
mes, par M. Sadeur, Géneve, 1676.
(13) R. Pemberton, Happy Colony, London, 1854.
181
Fundaci\363n Speiro
PATRICIO H. RANDLE
de la ciudad, sin derechos y sin estímulos de ninguna clase. Una
ciudad de inquilinos no es nunca una verdadera ciudad.
Fusión
del traha:ro urhan<>-rural.
Este es el aspecto quizá más directamente vinculado al urba
nismo que presentan muchas
utopías. En. él fondo, se trata de
la quimera de «que la ciudad
es_té en
el campo», algo que a
pesar de -o precisamente por-su contradicción interna siem~
pre ha ejercido una gran fascinación.
El ideal utópico reiterado propone que la gente que inte
gra las comunidades haga una parte de trabajo utbano ( artesa
nía o industria)
y otra de trabajo rutal. El antecedente de esto
habría
que rastrearlo tal vez en Virgilio mismo, en su elogio
de la agricultura como_· formadora de carácter
y lleva implícito
e1 rec01;10cimiento de que 1~ induStria es una tarea nociva, em~
brutecedora, insalubre, etc. O también puede estar conectado
con la vida monacal, tan dominante en la baja Edad Media euto
pea y que sigue el ideal de San Benito: Ora et labora (reza y
trabaja), materializado en los monasterios rodeados de tierras·
de labranza atendida por los mism~s religiosos.
La preocupación de que la ciudad no corte totalmente sus
lazos con el campo
es. una preocupación moderna. En la anti
güedad
esto
-se
daba espontáneamente por la conservación de
una escala
humana. Con
la hipertrofia de las ciudades nació la
preocupación de dotarla de espacios verdes que recreasen la
natutaleza en el medio urbano. A la vez,
más adelante,
visto
que
existía y se agrandaba ( especialmente con el advenimiento
de la tecnología) un enorme contraste cultural, nació la necesi dad de «urbanizar» el campo, aunque no sea más que en punto a
transporte y comunicaciones.
Lo que no parece ir a favor de las tendencias dominantes de
nuestro tiempo es esa fusión de labores urbanas
y rurales. Al
-contrario,
la especialización del trabajo, origen de la misma ciu-
182
Fundaci\363n Speiro
TEMAS DE LA UTERAWRA UTOPICA
dad (tanto, según Platón, Cómo según V. Go!ldon Childe) (14)
ha llegado a un grado de sutileza y refinamiento, parejo con la
sofisticación del proceso industtial. Sólo renunciando al «pro
greso» parece
factible cumplir con aquel requerimiento utópi
co que
no tiene
nada de
anti,natural --eomo sucede
con lama
yor parte de ellos-, lo que, a la vez, es una contradicción con
el utopismo, que tiene depositada una fe
infinita en
la tecno,
logia y
el progreso material.
·
Ya
desde la
U to pía, de Moro, que prevé el envío por turno
de los habitantes de la ciudad al campo, se sucede una multi
tud
de· propuestas,
como la de Owen,
eQ que los obreros in
dustriales
cumplen con
la
oblige.ción de laborar la
tierra alter
nadamente. Y todas las expetiencias de comunidades utópicas en
Norteamérica ( 15) -inspiradas por los autores del siglo
XIX-,
van a tener . un carácter afín, visto que, comenzando - por. ser co
lonias agrícolas, se proponen,. al mismo tiempo, desarrollax al
guna actividad artesanal primero e industtial después.
SOCIEDAD,
Familia y vida doméstica.
Toda propuesta comunitarista es, generalmente, colectivizante,
aunque esto se da por grados. Se parte muchas veces de
·la idea
de
que las labores domésticas son pesadas
y poco rentables, su
giriendo que la mujer trabaje fuera del hogar y que las tareas que deja
· de
hacer sean encaradas industrialmente mediante co
medores
y lavaderQS colectivQS. Hay una confianza ciega en que
la colectivización es el remedio
de todos los males. De allí que
no se necesite destruir todos los
demás valores
que pueda te
ner el hogar; que no se recapacite que la
familia no
es una in-
(14) Platón, en La República, y V. Gordon Childe, en What Happe
ned in History, London, 1942.
(15) Cfr. John W. Reps, The making of urban America, Princeton,
1965, p,igs, 439-74.
183
Fundaci\363n Speiro
PATRICIO H. RANDLE
vención humana y que, por tanto, hay que· encauzarla según su
propia naturaleza ( 16 ).
Lo mismo ocurre con la educación de los hijos. General
mente, en cuanto pueden
independizarse físicamente
del hogar
se propone enviarlos, al
menos diariamente,
a instituciones edu
cativas. La
nurserie, la guardería infantil -hoy tan difundidas
a causa de
que la mujer trabaja- tienen aquí un claro antece
dente. La diferencia .estriba en que, mientras
los contemporáneos
aceptan estos J;ecursos como mal rilenor, los utopistas los con
sideran como deseables.
En cuanto a las tareas domésticas hay que decir que
ningún
utopista previó que el mismo progreso tecnológico iba a per
mitir el equipamiento familiar sin necesidad de recurrir a una
oentral
de comidas, de lavado, de refrigeración, de baños, etc.
Pero, sobre todo, ha quedado bien demostrado que dada la op
ción de tomar las comidas en un comedor colectivo (por
ten-·
tadoras
que fuesen algunas propuestas utópicas), la mayoría de
la gente, la mayoría
de las veces, prefiere· comer en su casa,
inclusive aunque los alimentos no sean tan apetitosos.
Los comedores comunes están, no obstante, presentes en
casi todas las utopías a partir de Tomás Moro. Desde luego en
Owen y Fourier que son siempre los que nos han dejado un ·
testimonio
más pormenorizado de sus proyectos. Pero, también,
en las realizaciones prácticas de las comunidades utópicas nor
teamericanas hasta
· llegar a
la propuesta
de· Edward
Bellamy a
fin de siglo, y aun más, en esa especie de reencarnación que es.
Walden Two. ·
( 16) El ptlncipe Pierre Kropotkin, anarquista con tintes de marcado
utopismo llegó a escribir: «El porvenir no es tener en cada casa una má'.
quina
de limpiar calzado, otra para fregar los platos, otra para lavar 1a·
ropa y, así, sucesivamente». Esto es precisamente lo que ha sucedido. Es
inclusive el ideal de las IIJ1lllS de casa soviéticas... ( cfr. Kropotkio, La con
quista del plan, Barcelona, 1973, pág. 113).
184
Fundaci\363n Speiro
TEMAS DE LA UTERATURA UTOPICA
La ingeniería social.
El primer dato . de esta curiosa. técnica .. se puede hallar entre
los utopistas cada vez que declaran explícita y exactamente el
número de habitantes considerado ideal para su proyecto. Ni que decir tiene que el primero fue el propio Platón con su
esotérica operación aritmética
(1X2X3X4X5X6X7 = 5.040)
de la cual aseguraba se desprendían beneficios especiales. Lo que
Aristóteles interpretó como un buen número para que
dentro
de las polis los contactos personales fueran lo suficientemente
variados pero capaces de permitir un
conocimiento mutuo
rela
tivamente intenso. Moro, por su parte, hablará de 100.-000
ha
bitantes para su ciudad Amaurot que sería prototipo de una serie
de ciudades semejantes: estos 100.000 habitantes representarían
según su autor unas 6.000
familias, lo
que da uo número elevado
de miembros por hogar,
Fourier, luego de uo complicado cálculo, que no es caso re
petir aquí, llega a la
cifra ideal
de 1.620. Los detalles están en
lo obra citda:
La Association doméstique agricole, para quien
se interese· en esta extraña ecuación de ingeniería social. Victoria
tiene uo número fijo de 10.000 habitantes, mientras Hrygeia al
canza los 100.000. ,William Morris, en su visión idealizada de
Londres opta,
mucho más
inteligentemente; en vez de
dar uoa
cifra exacta de habitantes, en suponer que la población se va a
mantener estable; aunque, cómo muchos utopistas, no explica
cómo, ni por qué medios se va .a producir el objeto deseado.
Pero
el número
de habitantes fijo es, apenas, un indicio de
la ingeniería social. No menos es, por ejemplo, la curiosa par
ticularidad de que algunos utopistas deciden que el domicilio de los habitantes de la ciudad debe mudarse cada diez años (Moro)
o cada seis ineses (Campella). Sin
duda alguna
la utopia des
precia
el .arraigo;
lo considera como un factor tan negativo· como
los lazos
familiares
y otros datos de la ley natural, como si fue
sen impedimentos para el gran experimento social que se pro-
pone.
185
Fundaci\363n Speiro
PATRICIO H. RANDLE
En esto no hay duda que una sociedad muy «adelantada»,
como es la norteamericana, ha llegado a fomentar y valorar como
algo positivo la
movilidad horizontal y
hasta el concepto de la
vivienda ha llegado a
equipararse al de cualqtrier producto in
dustrial tnás o menos perecedero, con
el objeto de realimentar
la producción mediante un consumo permanente.
Del mismo modo se ha caído en utopía toda vez que, al
construirse nuevas ciudades o gtandes conjuntos residenciales, se han hecho cálculos
· ideales de Ía población que se piensa alojar.
En todos estos casos se suele olvidar que en menos de 25 años
se ha producido un defasaje completo al quedar reemplazada por
otra generación. Se olvida lo que con sabiduría sencilla dijo una
vez
Lewis Mumford,
y es que las ciudades las hace
el tiempo;
pór tanto,
no el cálculo
humano efímero.
La ingeniería social está .présente de mil maneras en todas
las utopías y sería largo enumerarlas
aquí. Lo que importa es
señalar su esencia, que consiste en confundir el continente con
el contenido de las ciudades, o, al menos, pretender adecuar
uno al otro como si pudiese ser motivo de un cálculo exacto.
Ni siquiera una familia
puede prever
con precisión sus propias
necesidades en el lapso de la vida de un matrimonio ¿Cómo podría hacerlo
la población de una ciudad en perpetuo cambio?
Otro aspecto de la ingeniería social -por analogía- es la
excesiva confianza y dependencia en
la máquina que revelan en
general las comunidades utópicas. Si
el leit-mot,v original es la
reducción de las horas de trabajo, hay que decir que la esperanza
en
la máquina como factor liberador es totalmente a-crítica.
Una sociedad sin clases.
A la igualdad política absoluta corresponde lógicamente una
sociedad sin clases. Hay que decir, sin embargo, que no son
muchos los utopistas que
pecan de semejante ingenuidad.· Por
lo general el utopismo es más elemental; como, por ejemplo,
proponiendo
la abolición del dinero, la debilitación de la familia,
186
Fundaci\363n Speiro
TEMAS DE LA LITERATURA UTOPICA
o la supresión de la propiedad que, siendo datos de la naturaleza
humana misma, parecen posibles mediante la toma de determi
nadas medidas coercitivas. La eliminación de las clases sociales,
empero, implica una violencia muy
grande y
constante
para po
der imponerse.
La
desaparición de las clases· sociales, en efecto, supone, no
sólo un igualitarismo social y económico, sino también un apla
namientó. intelectual, una confiscación constante de bienes y un
grupo gobernante
tan poderoso que, de hecho, ya constituirá
una
verdadera clase.
Que es lo que sucedió en la U. R. S. S.
y
se repite en todas sus imitaciones.
Como quiera que sea, hay un modo gradual y suave de llegar
a
esa sociedad sin clases y se
logra mediante
la masificación so
cialista, esto es,
-comenzando
por
influir eo
los deseos de
las
gentes, en proponerles como un ideal el ser más iguales todos en todo sentido y en condenar como algo delictuoso casi el ser
distinto. La individualidad llega a ser perseguida como anti-so
cial, como si no hubiese otra forma de
sociabilidad sino
la masiva.
Y esto ha sido fomentado
directamente por la sociedad in
dustrial, por el estado
servil que
castiga al que produce por en
cima del promedio, por la solidaridad a
la fuerza y burocrática
del estado benefactor. De ahí que
esto se
refleje en el urbanismo,
si no con toda
la simpleza que quieren los utopistas de siempre
( o los resentidos sociales que pretenden la nivelación por lo más
bajo), sí con bastantes
caracteres de
uniformización. No sólo se
quiere homogeneizar socio-económicamente a la población sino
que debe demostrarlo
. en
la apariencia para modificar su men
talidad tradicional.
Las formas urbanas contemporáneas; en la medida que de
penden de la producción en masa de
la industria. de la cons
trucción, de
la disponibilidad de unos créditos estandarizados y
de unos requerimientos sumamente elementales, en los que no entra la personalidad sino
la cultura de masas, es natural que
produzcan estereotipos. Unase a ello
la necesidad de que -se
construya
rápido, económicamente, y se entenderá por qué, cada
187
Fundaci\363n Speiro
PATRICIO H. RANDLE
vez más, las áreas residenciales se parecen a aquellos prototi
pos igualitarios de los utopistas del siglo
XIX.
En países como Inglaterra y los Estados Uindos ya a finales
del siglo
pasado -en
tanto la vivienda pas6 a ser asunto de
grandes empresas inmobiliarias--"
1a pequeña clase media de em-·
pleados
comenz6
· a
habituarse a esta modalidad de vivir en casas
idénticas unas a otras. Si esto no tiene algo que ver -bastan
te--con la meta de una sociedad sin clases; por lo menos en los
hechos, ha servido para que la gente se habituase a la idea.
Lo
que hubiera sido impensable en pleno siglo XIX.
Aislamiento y parálisis.
Este es un aspecto · también característico de la ciudad utó
pica.
En la medida que las ciudades son dibujadas especialmen
te, con
el mayor detalle, y son pobladas con un número y cali
dad de habitantes precisos, está sobtentendido que no van a
producirse cambios que echen por la borda tan cuidados pro
yectos. Pero hay más, las ciudades así concebidas parecen ig
noi-ar que ninguna aglomeración vive sola, autónomamente, o
del hinterland propio, sino que también siempre tiene relacio
nes con otras ciudades de la regi6n. Solamente Moro parece ha
berlo entendido· y por eso plantea su
«utopía» en
una isla con
su propio sistema urbano de cinco ciudades semejantes a la ca
pital,
así como
prevé la posibilidad de que se funden colonias
nuevas siguiendo los mismos lineamientos. Es que, en verdad,
toda utopía es una isla en sentido figurado o literal. Esto lo sabía Platón y, así
~,in caer
en ninguna quimera-,
señala c6mo debe aislarse relativamente una ciudad de otra si es
que se quiere conservar un cierto orderi social previsto. Pero en la mayoría de las utopías no está previsto mayormente
el
crecimiento, especialmente en las de trazado · geométrico rígido
que por sí mismo
iÍnpíde toda
expansión flexible. Pero eso no
parece haber preocupado a los utopistas, nunca sensibles a
las
leyes naturales, cor¡io esclavizados por las leyes arbitrarias por
ellos formuladas.
188
Fundaci\363n Speiro
TEMAS DE LA UTERATURA UTOPICA
Colectivismo.
Inútil es decir que toda utopía· es un proyecto social co
lectivista. Y, en la medida que aparezca algún rasgo en resguar
do de la personalidad e
indidvidwilidad, más
precisamente le
corresponde el nombre-
de «contrautopía» como se les ha dado
en llamar también a
aqudlas que,
lejos de resultar seductoras,
han sido escritas para aterrorizar al lector; todas estas piezas
literarias del si¡¡Jo actual y de las que el prototipo
lo constituye
un Nuevo Mundo Feliz, de Huxley (17), o 1984, de Orwell (18).
· Es
que este siglo
ha cobrado conciencia de la calamidad que
resultan las experiencias colectivizantes a partir de la implan tación del bolcheviquismo en Rusia, en
J 917, si no es que tam
bién está alarmado por
algunos aspectos
convergentes que
. pue
den
detectarse en
algunas sociedades
capitalistas «de avanzada».
El aumento de población vertiginoso en la Europa en pro
ceso de industrialización, por su parte, ha hecho que, en algu
nos casos, se haya optado por soluciones que tienen puntos de
contacto con las proposiciones utópicas del siglo
XIX. Es más,
para el llamado Tercer Mundo, aún hoy se ofrecen, como si fue
ran panaceas, soluciones de vivienda, de transporte, de género
de vida altamente colectivizadas, con el agravante de que esos
pueblos no han pasado por las etapas
intermedia~ que
experi
mentaron las .Qaciones europeas. Un campesino «urbanizado» vio
lentamente está· repitiendo, velis nolis, el experimento acariciado
por los utopistas, cual es
el de sumergirlo en un ambiente social
tal que no le queda más remedio que adecuarse al medio.·
y a
· esto
se
lo envuelve con loas y cantos a la libertad o a la libe
ración. Diríase más. En general, todas las empresas utopistas pro
yectadas o llevadas a la práctica descontaban
el consenso de sus
participantes ( en muchos casos, si no. ·todos, inclusive, se les.
(17) Aldous Huxley, Brave new world, London, 1932.
(18) George Orwell, Nineteen Eigbty-four, London, 1949.
189
Fundaci\363n Speiro
PATRICIO H. RANDLE
requería una contribución económica). De ese colectivismo bus
cado y deseado ingenuamente hemos pasado a otro opresor y
obligatorio.
De células más o menos modestas en número hoy
hemos llegado a un alto grado de colectivización, sea cuantita
tiva como cualitatiVamente.
CULTURA,
"Esprit de. géometrie".
Los utopistas no sólo se caracterizan por poner todo su én
fasis en el esprit de géometrie del que nos hablaba Pascal sino
que,
'al mismo
tiempo, han descartado,
'como si
fuese una op
ción exclusiva, todo
esprit de finnesse.
Ya no se trata literalmente de los trazados rígidos de ciu
dades en el siglo
XVII, como la Civitas Solis ( 19), con sus siete
círculos concéntricos o
la Republicae Christianopol#anae (20)
inscrita en un cuadrado perfecto o de los polígonos
varios he
redados
del Renacimiento para culminar con el
Panopticon, de
J. Bentham ( 21), nacido de un requerimiento puramente prácti
co disfrazado de filosofía. La geometrización de los utopistas va
más lejos. Más allá de la simetría del Paralelogramo, del Falans
terio, del Familisterio, sino que culmina con una
zonificación --en
muchos casos--que parece más inquieta por satisfacer las exi
gencias del disefio geométrico que las necesidades funcionales de
la ciudad. Este tipo de zonificación aparece tenuamente en los cuatro
barrios que presenta Amaurot -la capital de la isla de Utopía-,
aunque más bien se trata de un principio de descentralización.
· Más
compleja es la
zonific~ción propuesta
por la
Cristian6polis
(19) Tommaso Campanella, Civitas Solis Poetica. Idea Reipublicae
Philosophiae, Frankfurt, 1623.
(20) Johann Valentin Andreae, Reipublicae Christianopolitanae Des
criptio, 1619.
(2_1) Jeremy Bentham, An introduction to .the principies of mo,:als_
and /egis/ation, London, 1789.
190
Fundaci\363n Speiro
TEMAS DE LA LITERATURk UTOPICA
de Andreae. Reaparece en La Ter.re Australe, de Foiguy, luego, en
el Falansterio,
y con especial espíritu segregacionista, en el
Vic
toria,
de Buckingham, donde por franjas concéntricas se va dic
tando un uso del suelo detalladísimo
y exclusivo.
Pero junto con estos proyectos de zonificación, los primeros
jamás propuestos conscientemente en urbanismo, hay que seña
lar que también están presentes otros antecedentes que siguen la
idea de Moro de dividir la ciudad en barrios, como
el mismo Bus
ckingham, que
concibe ocho sectores. triangulares, cada uno con
todos los tipos de uso del suelo formando una unidad contenida o
Cabet, que en su Icaria llega a prever la existencia de 60 distri
tos urbanos. Con lo cual
parecería demostrarse
que, en general,
las utopías no quieren perder el sentido de
.la ~omunidad y sa
. ben que las estructuras concentracionarias son · 1a peor amen~a.
Ni que decir se tiene que este espíritu de «géometrie», siendo
una constante humana, se transmuta en el_ urbanismo contempo
ráneo, toda vez que se apela a la fascinación de la composición
formal de grandes proyectos urbanos a costa de su buen funcio
namiento y de
su. respuesta
coherente
a. las auténticas necesida
des
vecinales. Un Le
· Corbusier,
por ejemplo, llegará demasia
do lejos con sus perspectivas, a vuelo de pájaro, que se pierden
en un infinito absolutamente regular. A
veces uno
piensa si estas
«soluciones»,
tan perfectas desde el punto de vista puramente
de' diseño
no son,. senclllamente, hijas de
la ley del menor es
fuerzo o de las urgencias del
mundo de
las finanzas en
el que el
tiempo es, literalmente, oro.
Maquinismo y tecnificación.
La máquina es el gran protagonista detrás de casi todas las
utopías. Ya Owen compara su Paralelógramo a una máquina,
como si esto fuera una virtud. Todavía no se atisba
la distinción
entre mecanicismo
y organicismo, ni en los. efectos negativos que
tiene
la transposición de las condiciones mecánicas al ser del
hombre.
La máquina es aún más promesa que realidad, y no se
191
Fundaci\363n Speiro
PATRICIO H. RANDLE
sueña que pueda acarrear también algunos efectos indeseables si
no
se la encuadra dentro de un
· contexto
de· fines bien esclare
cidos. Etienne
C~bet se
entusiasma. sin reservas anunciando que las
máquinas van a
reemplazar a
5.000 obreros
en Icaria, sin darse
cuenta que ello supondrá una verdadera conmoción social para
la cual hay que tener previstas las respuestas adecuadas so pena
de generar desocupación o paro.
Muchas
utopías .se resguardan en la teconología para respon
der vagamente a objeciones
y preguntas que se le hacen .. Lo que
los hombres no podrían hacer lo hará la técnica. Aquí juega mu
cho
la intuición y hasta la adivinación. Y a Bacon, en su Nuev~
Atlántida, hace alusión a una suerte de alimentación que prefi
gura a la
hoy basada
en elementos sintéticos. Foigny -sin dar
detalles- prevé
la. llegada . dd parto sin dolor (probablemente
sin siquiera
d trabajo
de preparación que hoy se exige a las
parturientas en tal sentido). Owen, con su
«Institución» -que
es
una especie de reformatorio idealizado--; preanuncia técnicas
educativas milagrosas, En Victoria no harán falta focos de alum
brado, ni públicos ni privados, porque en el centro de la ciu
dad, como un sol,
brillará un
gran reflector común durante la
noche; otro dato que
confirma la
insatisfacci6n por la Naturale
za y
la ilusión de perfeccionarla, aunque es muy dudoso que sea
bueno
hacer desaparecer
dd todo
la oscuridad natural como des-
canso para la vista.
·
J. Bentham cae en d frenesí cuando concibe su cárcel mode
lo, basada en la técnica de reducir a un sólo control toda Ja vi
gilancia de la misma. Owen y Fourier y luego Goclin ( que lo lleva
a
Ja práctica)
hacen
d dogio
antidpado de la máquina lava
rropas. E. Cabet anticipa la circulación por la derecha para or
denar
d tráfico o
la industrialización de puertas y ventanas so
bre un sólo modelo universal con el propósito de abaratarlas y simplificar su producción. Bellamy nos habla de una especie de
cobertura que protege las calles. en casos de lluvia; una especie
de
tímido anticipo
de la propuesta utópica contemporánea de
192
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TEMAS DE LA LITERATURA UTOPICA
cubrir ciudades enteras con cúpulas para poder climatizarlas arti
ficialmente ( 22 ).
En fin, estas
y muchas más invenciones -algunas de las que,
efectivamente, han sido adoptadas posteriormente--- no tienen
ninguna relación necesaria con la aceptación,
in tato, de las ciu
dades utópicas
y puede preverse que, sin necesidad de ser inser-·
tadas
en esos microcosmos teóricos, se hubieran abierto paso en
el terreno de la práctica.
También la circulación
y el ttansporte cómodo y veloz está
presente como
algo apetecible.
Nadie nos explica para qué, ni por
qué. Se supone que el circular
-y si es velozmente mejor- es
un bien en sí tnismo. Como una reacción al tráfico endiablado de
coches de caballo, jinetes, ómnibus
y luego ttanvías de tracci6n
animal,
todos entteverados en el
oentro de
las grandes ciudades
europeas se propicia
medios de
ttansporte colectivos motorizados
y fluidos. Pero de
allí se sigue sin coto a imaginar las necesi
dades
del siglo XXI, con sus complicadas redes· de conductos aéreos
envueltos
en tubos transparentes de lo que
hoy son
un anticipo
puramente formalista los
tapis roulant del aeropuerto Charles De
Gaulle, en París.
Ya antes, las redes de autopistas
en· las
ciudades norteameri
canas parecen haber alcanzado los niveles anhelados por los uto
pistas, niveles suficientes para comprobar que el saldo es nega
tivo no sólo porque la tnisma· circulación engendra más circula
ción (y nunca se logra el equilibrio deseado), sino porque se pier
de de vista que debe ser un
medio y no un fin en sí mismo.
Va
a-ser
necesario que algunos urbanistas no utopistas descubran
que hay una
solución mucho mejor
que la de depender del trans
porte, tan absolutamente, que es la de acercar
.los sitios
de resi
dencia
a los
de trabajo mediante una planificación menos for
malista pero más funcional. Menos exclusiva
y segregacionista y
más humanamente entremezclada.
(22) Buckminster Fuller, Buckminster Ful/er reader (ed.: James Me
l!er ), Harmondsworth,
Penguin books,
1972.
193 13
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PATRICIO H: RANDLE
Fe ciega en el mañana.
Arthur Koestler, en su autobiografía, relata que en. su época
de comunista y antes de haber víajado a la U. R. S. S., frente a
· 1as críticas que oía de1 régimen soviético sus camaradas repetían:
«Wie werden es besser machen» -Nosotros lo haríamos me
jor-, y que esa actitud es característica de los utopistas. Con
frontados con la realidad, siempre escapan por esta tangente, con lo cual resultan
inasibles por medio de. cualquier argumento (23 ).
Es que en todo utopista hay
una fe ciega en que el tiempo
arreglará todo; cuando, en realidad, el tiempo es el que se en
carga de deshacer los
planteamientos rígidos
y a-temporales
de las
utopías. Pero, como
la noción. de imposible brilla por su ausen
cia, y es una característica esencial, resulta difícil convencer a sus
partidarios: «si esto no es posible
aquí será
factible allá
y si esto
. no
es realizable hoy lo será mañana». De esta manera, escapando
esPaoial y temporalmente, el mañana· se convierte en una suerte
de quimera.
Hasta muchos de quienes son capaces de reconocer una inten
ción utópica en una medida política o en un proyecto urbanístico
ceden
frente a
las vagas promesas del futuro por el futuro
mis
mo. Si los nostálgicos piensan que todo pasado fue mejor, los optimistas están convencidos de que el tiempo, por sí mismo,
mejorará las cosas ...
, o
que la juventud (siempre maravillosa) es
una garantía para el
porvenir. Pensar
así conduce a afirmar
que
«lo que hoy es una utopía mafiana será una realidad»; lugar co
mún que se abre paso fácilmente en la opinión poco rigurosa.
Se pierde de vista así lo esencial de ló utópico, que consiste
en un
alejarse, constante
del objeto anhelado en
la medida que
nos acercamos a
él, como en el suplicio de Tántalo. O, si no,
como dijo Chesterton, que en
razón de la mayor disponibilidad
de medios de qÜe
se goza
en esta civilización tecnológica,
lo que
parecía utópico, nada más que por ser imposible, ahora es fac-
(23) Arthur Koestler, Eufor;a y utopia, Buenos Aires, 1955, pág. 254.
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TEMAS DE LA UTERATURA UTOPICA
tibie; lo cual no le quita el carácter de utopía que, en definitiva,
es siempre un forzamiento de la realidad.
·
En · efecto, ciudades imaginarias concebidas por el expresio
nismo febril o el
mismo surrealismo
de los años '20, todas ellas
en base a edificios en alto revestidos de cristal, enlazados por
viaductos y su cielo surcado· por aeronaves de todo tipo, hoy ya
son «materialmente» posibles. Pero la utopía sigue siendo inasi
ble. Es apenas un envoltorio que no logra resolver, ni proponer,
nuevas formas efectivamente capaces de mejorar al mismo tiempo
--como se
suponía- todos los aspectos de
la vida urbana.
Así, tampoco, todas las promesas
de la· tecnología incipiente
del siglo
XIX han hecho. una contribución verdaderamente revolu
cionaria en el urbanismo
de las ciudades de un siglo, o un siglo
y medio después. Diríase que, al revés; han planteado una serie
de problemas nuevos que exigen un constante estado de alerta en
los responsables de las ciudades.
En todo caso. es digno de
notarse que
mientras las utopías
urbanas del siglo·
XVII presentaban una imagen fija, inmóvil, de
la ciudad ideal, las
del siglo xrx expresan, si no un plan concreto
para el futuro, una esperanza irracional
en que el tiempo -im
plicando el desarrollo de la tecnología- proveería las solucio nes para una
serj~ de . problemas que las comunidades utópicas
plantearon desde
el punto de vista social, tales como su creci
miento y desenvolvimiento futuro. Hoy día, con los prodigios a
la vista de los adelantos de la industria, la mentalidad utópica
puede seguir construyendo castillos fututistas en el aire. Por
que el utopismo no es una ideología histórica sino un
estado men
tal. Y existirá siempre, en mayor o en menor grado en el hom
bre, en tanto y en cuanto es una tendencia malsana contra su naturaleza, en tanto y en cuanto lo aparta de la realidad.
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