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Número 231-232

Serie XXIV

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Temas de la literatura utópica. Sus consecuencias en el pensamiento urbanístico de los siglos XIX y XX

TEMAS DE LA LITERATURA UTOPICA
SUS CONSECUENCIAS EN EL PENSAMIENTO URBANISTICO
DE LOS . SIGLOS XIX Y1 XX
POR
PATRICIO H. RANDLB
Los temas de la literatura utópica del siglo XIX no son en
absoluto originales
y pueden · ser rastreados uno a uno en los
u,topistas clásicos

del siglo
XVII, todos ellos tributarios, a su vez,
de la original obra de Tomás Moro, publicada en 1516.
·
Es

mucho, tal vez,
lo que se ha escrito sobre estos utopistas,
especialmente en tanto en cuanto se los considera como pioneros del socialismo, como una versión «imperfecta» del mismo, o
como agudos críticos de un cierto estado ·de cosas, aunque no
teniendo a mano la correcta solución ( 1 ). En cualquiera de estos
casos hay una sobrevaloración del espíritu utópico, dejándose
de lado la definición rigurosa de utopía: algo que no se da en nin­
gún lugar, lo que -por su propia esencia- no es realizable,
ni alcanzable. U olvidando la de utopista: reformador entusiasta
pero no práctico;.
y no por demasiada teoría sino por teoría opuesta
a la naturaleza
de las cosas. Y a que, como ha dicho 1bibon, es
preciso
clistioguir
la diferencia esencial entre ideal y utopla, pues
(1) El marxismo sostiene que es un defecto de las utopías el dejar
en el aire los medios que permitan pasar de la situación existente al ideal
futuro._ O sea, que no especifican ni el quién ni el c6mo de esta transi­
ción. Para aquella ideología el quién es el proletario y el c6mo la dictadura
revolucionaria. Tesi~ que confirma el carácter finalmente ut6píco del
marxismo. Cfr. H. B. Acton, The-ilusion of an Epoch, London, 1955,
págs. 246 y sigs.
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la gente suele confundirlos al no distinguir ideal como algo muy
alto hacia lo
· cual nos

aproximamos en mínima proporci6n y
utopúz como algo que se · nos aleja en la misma medida que in­
tentamos acercános.
De qué manera los utopistas del siglo XIX han tenido una
gravitaci6n, directa o indirecta, en el urbanismo contemporáneo, es cosa difícil de medir. Por un lado, hay que decir que el ur­
banismo, por su misma naturaleza -mezcla de sociología y ar­ quitectura, en cierto
modo-,,-tienta

a quien lo practica a con­
fundir causa con

efecto
y lo· impulsa a convetirlo -,moque sea
en
potencia- en un reformador social. Por el otro, hay un
fe­
n6meno generalizado que

abarca a los utopistas y a los urbanis­
tas de hoy que es la masificaci6n o colectivización de la formas
de vida urbana. Los utopistas se lanzaron a ellas voluntaria y
optirnistamente;
k,s urbanistas no. pueden eludir la inevitabfe
vertiente colectivizante
de la ciudad actual y de muchos de los
remedios de urgencia que puedan administrársele.
Hay otros puntos de toque. Uno es el de que los utopistas,
gente práctica generalmente, impacientes por aplicar correctivos, suelen caer en recetas simplistas que no se deduoen inteligente
o profundamente del estudio de la realidad, sino que son fruto
..
de

la pura
Jmaginaci6n. No
hace falta decir que
esta tendencia
también

puede advertirse
en· el
urbanismo puramente creativo
que ingenuamente supone que
_ dispone

de medios capaces de
sustituir de raíz la problemática socio-espacial; que todo
quedalÍl!
resuelto

si se pudieran demoler las ciudades existentes ( o casi
todas) y comenzar de nuevo.
Pero, además, no se puede desconocer que en
algunas utopías
se

advierten -más que en otras--- preocupaciones no
sólo espe­
cíficas

sino hasta de deú!lle, por cuestiones
urbanísticas. A
este
efecto puede recordarse que Fourier
tenía ideas

bien definidas
como
la de que uno de los vicios capittlles del mundo civilizado
era la traza en damero, al mismo tiempo que se cuenta que tenía
por costumbre pasearse por las calles de París provisto de una
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vara con la cual medía constantemente fachadas y otros elemen­
tos de arquitectura urbana (2).
El plano
de las ciudades fue siempre preocupación prepon­
derante en los utopistas, no tanto en Tomás Moro que la prevé
irregular, pero sí en casi todos sus continuadores. La regurali­
dad, el centro de
la composición y la opción por el cuadrado
o el círculo como
formas geométricas

dentro de las cuales debe
inscribirse el plano, es cosa de rigor
enire ellos.
Del mismo modo puede hablarse de la zonificación -a veces
sumamente rígida-
y de la construcción de grandes inmuebles
de vivienda; en muchos casos, como el
Falansterio de Fourier (3 ),
o el
Paralelógramo de Owen (4), el Familisterio de Godin (5),
estas construcciones englobaban el total del proyecto utópico; algo que
hará Skinner en su W alden Two ( 6) proponiendo un
edificio continuo que se extiende siguiendo las cotas de nivel
de un terreno ondulado. La idea de alojar a la población en
grandes inmuebles tiene varias explicaciones; la primera, es el deseo de reorganizar la sociedad sobre
nuevas bases,

lo cual obli­
ga a concentrar
1a gente para regimentarla mejor; la segunda,
es beneficiarla con una serie de servicios generales centraliza­
dos, y la tercera (acaso con un trasfondo psicológico) es la de
que «los palacios ahora se hagan para el
pueblo». No

puede ser
casualidad que el plano de Fourier se parezca
tanto a

V ersailles.
Pero para poder entender la influencia del utopismo en el
urbanismo es necesaria hacer una consideración general de aquel
en sí mismo. Comó el tema es vasto
y matizado, hemos prepa­
rado para el lector una suerte de síntesis sistemática sobre los
tópicos principales
del utopismo

de
la siguiente manera:
(2) Pierre Lavedan, Historie de l'urhanisme, París, 19521 vol. 3, pá­
ginas noo.
(3) Charles FOurier, Traité de l'Association domestique agricok, Pa­
rís, 1822. Hay ·traducción castellana, El Falansterio, Buenos Aires, 1946.
(4) Robert Owen, The
book o/ the new moral world, New York,
1845.
(5) Jean-Baptiste Godin, La rithesse au service du peuple: le Fami­
listere de Guise, París, 1874.
(6) Burris F. Skinner, Walden Twa, New York, 1958.
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POLÍTICA.
Igualdad.
En casi todas las utopías desaparecen las clases sociales obli­
gatoriamente o, al menos, desaparecen las diferencias principa­
les. Hay excepciones, sin embargo, como Fourier, que tiende
a una armonización de
las) diferentes

clases según su poder ad­
quisitivo o su contribución al integrar la comunidad utópica.
Otro caso en que las diferencias' de clases son netas es Victo­
ria, la ciudad utópica de James
Silk Buckingham (7).
La igualdad va más allá de las personas y se traduce en las
formas visibles de las ciudades, especialmente en
la uniformiza­
ción de las
viviendas, d.e lo cual ya habla el propio Moro. En
esto hay matices como, por ejemplo, el caso de Fourier que en
una etapa previa al Falaosterio propone casas no uniformizadas, aunque armónicas, o Benjamín Ward Richardson que
.en su
Hygeia (8) prohíbe viviendas de más de una planta para que
no proyecten demasiada
sombr~, conforme
a su obsesión de
pre­
servar la higiene pública como valor supremo de la comunidad.
Estado; abolición del gobierno o de la política y su reem­
plazo por la Administración d .. las cosas.
El antecedente remoto de esto hay que buscarlo en el· pro­
pio Platón, en
el que la República es de filósofos, como en el
siglo XIX se pensará que ese lugar debe ser ocupado por los cien­
tíficos y

los técnicos. La cuestión de los fines es reemplazada
por la de los medios. Toda la
atención se

dedica a perfeccionar
éstos, dando por Supuesto un acuerdo acerca
de los objetivos.
Lo curioso es que los objetivos no son, precisamente, creencias
(7) James Silk Buckingham, National Evils and practica/ remedies,
London, 1848.
(8) Benjamín Ward Richardson,
Hygeia, a city of health, London,
1876.
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TEMAS DE LA LITERATURA UTOPICA
sociales compartidas, sino constituciones escritas, letra muerta
que es
idealizada · como inmutable.
La república de los filósofos se repite en la academia cien­
tífica imaginaria

de la Nueva
Atlántida de

Bacon (9), pero
más
adelante

es
sustituida por
la pura administración a
cargo de
burócratas eficaces. No hay ninguna duda que existe siempre
una visión burocrática de la ciudad
y, por. ende, del urbanismo
que tiene vestigios de este enfoque utopista. «Si todos. los al­
caldes fueran urbanistas, no habría problemas» o poco menos
se ha dicho en el colmo del utopismo redivivo.
Cambio de estructuras.
Esta expresión contemporánea está subyacente en el pensa­
miento utópico de todos los tiempos. Es la esperanza de que, re­
moviendo los obstáculos que se oponen a la concreción de ·es­
quemas ideales, éstos
·se materializarían ipso facto. Por tanto,
en vez de proceder a los corectivos parciales, hay que atacar la
cima, descabezar el sistema. Desde luego se habla
as! cuando
no

se deslinda lo que puede haber de arbitrario en las· formas
de vida, de lo que tienen de consustanciadas con la naturaleza
humana.
De allí que exista esa impaciencia por el cambio es­
tructural -y hasta del cambio por el cambio, en tanto
éste fa­
vorezca la demolición del orden constituido- en vez de pro­
ceder
al mejoramiento de los usos y costumbres.
Verdad es que no todos los utopistas
caen en este esquema.
Por un lado existe una urgencia en dirigir la educación al
me­
joramiento de los hombres, aunque, por el otro, se deposita una
fe exagerada en las nuevas cosmovisiones pedagógicas. Fourier cree poder guiar a la humanidad encabezando las pasiones hu­
manas ,«sin dolor», no pudiendo ocultar su
espíritu licencioso,
lo cual no es mayor garantía de mejoramiento humano, ni so­
cial.
(9) Francis Bacon, New Atlantis, London, 1627.
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PATRICIO H. RANDLB
El cambio de estructuras se encarna en urbanistas contem­
poráneos,
toda vez
que se resisten a practicar
reformas y
ar­
guyen que s6lo una
revoluci6n total

pueck traer algún mejora­
miento a
la ciudad, inclusive desde el punto de vista físico.
ECONOMÍA,
Abolieron del dinero ..
Esta es una condici6n de casi todas las utopías -Bacon lo
conserva- aunque, en algunos
casos, se
trata de algo disfra­
zado, como la emisión de bonos o cosas por el estilo. Uno de
los que pone más énfasis en ello es Gerard Whistanley, autor de The
Láw of Freedom (10) que, en el colmo de la contradic­
ción, admite
el principio y la práctica de la propiedad privada.
Pero serán .muchos más los que, directa o indirectamente, ex~
cluyen el dinero como condici6n . necesaria e inexorable para
·alcanzar
los ideales
utópicos,
hasta/ llegar
a Edward Bellamy y su
L~oking .Backwards (11).
La abolici6n ·del dinero tienta al urbanista que lucha contra
la
especulaci6n de la tierra como barrera para el arbitrio de so­
luciones más racionales desde su punto de vista. Lástima es que
no
.se piensa

que el dinero es
,una consecuencia
de
la riqueza y
no a
la inversa, sencillamente porque se calcula personalmente
que mediante el dinero uno se enriquece. Pero
lo cierto es que
la humanidad no usaba el dinero cuando era pobre; porc¡ue el
estado
natural de la
humanidad fue
el de pobreza y no
como
se

dice, interesadamente, que son los ricos los que han generado
la pobreza. Otra cosa es
la miseria, la cual existe precisamente
desde que desaparece
la pobreza como ·estado natural.
(10) Gerad Whistanley, Tbe Law o/ Preedom in a plat/orm, London,
1652,
(11) Edward Bellamy, Looking Beckwards; if socialism comes, ·Bos-­
ton, 1888. Hay traducción en castellano, Cien años después o el año 2000,
Buenos Aires, BibliotecJJ. La Nación, 1907.
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TEMAS DE LA UTERATURA UTOPICA
Abolición de la propiedad raíz.
No todos, pero una gran cantidad de utopistas creen que sin
la abolición de la propiedad no hay posibilidad alguna de re­
formar la sociedad. Empero, los del siglo
XVII, en su mayoría
la toleran: Bacon, en
La nueva Atlántida, el ya mencionado
Whistanley, y hasta Hobbes (bien que el único que
'la concede
es

el Estado). No así Foigny en
La Te"e Australe (12). -
Entre los utopistas mayoría
se oponen. En muchos casos se inventan formas de res­
tricción del
dominio, que
suelen ser tan abusivas que lo desna­
naturalizan, alcanzando formas directamente comunistas que, ya se sabe, concluyen con
el monopolio de la propiedad por el Es­
tado o,
lo que de alguna manera lo reemplace, como R. Pem­
berton en
Happy Colony ( 13 ).
Otros, como Fourier, sugieren "formas complejas, como su
«propiedad compuesta», en la cual el. titular es una suerte de
accionista de la comunidad. No hay ninguna duda que la
difu­
sión

de la propiedad
raíz crea un problema suplementario a las
grandes obras de urbanismo, especialmente a las de renovación
urbana,
cuafido se

propone arrasar con lo existente y reempla­
zarlo por grandes inmuebles colectivos.
De ali!, a suscribir la
propuesta de abolir el dinero, parece existir una -gran distancia,
plena de dificultades de
otrO tipo; la más inmediata _consiste en­
cómo

desposeer a los propietarios existentes, si es que antes
rio
se ha medido que ninguna reforma, -basada en la injusticia tie­
ne perspectivas de perdurar. Un urbanismo donde
la propiedad -
de

la tierra es del Estado, es un urbanismo emprobecido en oon­
tenidos humanos y sociales y convertido en un simple «hacer», obra edilicia para
una comunidad

sometida y no ya protagonista
(12) Gabriel de Foigny, La Terre Australe connue, c'est il dire la des­
éription de ces pays inconnus iusque ici, de ses moeurs et de· ces coutu­
mes, par M. Sadeur, Géneve, 1676.
(13) R. Pemberton, Happy Colony, London, 1854.
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PATRICIO H. RANDLE
de la ciudad, sin derechos y sin estímulos de ninguna clase. Una
ciudad de inquilinos no es nunca una verdadera ciudad.
Fusión
del traha:ro urhan<>-rural.
Este es el aspecto quizá más directamente vinculado al urba­
nismo que presentan muchas
utopías. En. él fondo, se trata de
la quimera de «que la ciudad
es_té en

el campo», algo que a
pesar de -o precisamente por-su contradicción interna siem~
pre ha ejercido una gran fascinación.
El ideal utópico reiterado propone que la gente que inte­
gra las comunidades haga una parte de trabajo utbano ( artesa­
nía o industria)
y otra de trabajo rutal. El antecedente de esto
habría
que rastrearlo tal vez en Virgilio mismo, en su elogio
de la agricultura como_· formadora de carácter
y lleva implícito
e1 rec01;10cimiento de que 1~ induStria es una tarea nociva, em~
brutecedora, insalubre, etc. O también puede estar conectado
con la vida monacal, tan dominante en la baja Edad Media euto­
pea y que sigue el ideal de San Benito: Ora et labora (reza y
trabaja), materializado en los monasterios rodeados de tierras·
de labranza atendida por los mism~s religiosos.
La preocupación de que la ciudad no corte totalmente sus
lazos con el campo
es. una preocupación moderna. En la anti­
güedad

esto
-se

daba espontáneamente por la conservación de
una escala
humana. Con

la hipertrofia de las ciudades nació la
preocupación de dotarla de espacios verdes que recreasen la
natutaleza en el medio urbano. A la vez,
más adelante,

visto
que
existía y se agrandaba ( especialmente con el advenimiento
de la tecnología) un enorme contraste cultural, nació la necesi­ dad de «urbanizar» el campo, aunque no sea más que en punto a
transporte y comunicaciones.
Lo que no parece ir a favor de las tendencias dominantes de
nuestro tiempo es esa fusión de labores urbanas
y rurales. Al
-contrario,

la especialización del trabajo, origen de la misma ciu-
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TEMAS DE LA UTERAWRA UTOPICA
dad (tanto, según Platón, Cómo según V. Go!ldon Childe) (14)
ha llegado a un grado de sutileza y refinamiento, parejo con la
sofisticación del proceso industtial. Sólo renunciando al «pro­
greso» parece

factible cumplir con aquel requerimiento utópi­
co que
no tiene

nada de
anti,natural --eomo sucede

con lama­
yor parte de ellos-, lo que, a la vez, es una contradicción con
el utopismo, que tiene depositada una fe
infinita en

la tecno,
logia y

el progreso material.
·
Ya

desde la
U to pía, de Moro, que prevé el envío por turno
de los habitantes de la ciudad al campo, se sucede una multi­
tud
de· propuestas,

como la de Owen,
eQ que los obreros in­
dustriales
cumplen con

la
oblige.ción de laborar la
tierra alter­
nadamente. Y todas las expetiencias de comunidades utópicas en
Norteamérica ( 15) -inspiradas por los autores del siglo
XIX-,­
van a tener . un carácter afín, visto que, comenzando - por. ser co­
lonias agrícolas, se proponen,. al mismo tiempo, desarrollax al­
guna actividad artesanal primero e industtial después.
SOCIEDAD,
Familia y vida doméstica.
Toda propuesta comunitarista es, generalmente, colectivizante,
aunque esto se da por grados. Se parte muchas veces de
·la idea
de

que las labores domésticas son pesadas
y poco rentables, su­
giriendo que la mujer trabaje fuera del hogar y que las tareas que deja
· de

hacer sean encaradas industrialmente mediante co­
medores
y lavaderQS colectivQS. Hay una confianza ciega en que
la colectivización es el remedio
de todos los males. De allí que
no se necesite destruir todos los
demás valores
que pueda te­
ner el hogar; que no se recapacite que la
familia no

es una in-
(14) Platón, en La República, y V. Gordon Childe, en What Happe­
ned in History, London, 1942.
(15) Cfr. John W. Reps, The making of urban America, Princeton,
1965, p,igs, 439-74.
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vención humana y que, por tanto, hay que· encauzarla según su
propia naturaleza ( 16 ).
Lo mismo ocurre con la educación de los hijos. General­
mente, en cuanto pueden
independizarse físicamente
del hogar
se propone enviarlos, al
menos diariamente,

a instituciones edu­
cativas. La
nurserie, la guardería infantil -hoy tan difundidas
a causa de
que la mujer trabaja- tienen aquí un claro antece­
dente. La diferencia .estriba en que, mientras
los contemporáneos
aceptan estos J;ecursos como mal rilenor, los utopistas los con­
sideran como deseables.
En cuanto a las tareas domésticas hay que decir que
ningún
utopista previó que el mismo progreso tecnológico iba a per­
mitir el equipamiento familiar sin necesidad de recurrir a una
oentral
de comidas, de lavado, de refrigeración, de baños, etc.
Pero, sobre todo, ha quedado bien demostrado que dada la op­
ción de tomar las comidas en un comedor colectivo (por
ten-·
tadoras

que fuesen algunas propuestas utópicas), la mayoría de
la gente, la mayoría
de las veces, prefiere· comer en su casa,
inclusive aunque los alimentos no sean tan apetitosos.
Los comedores comunes están, no obstante, presentes en
casi todas las utopías a partir de Tomás Moro. Desde luego en
Owen y Fourier que son siempre los que nos han dejado un ·
testimonio
más pormenorizado de sus proyectos. Pero, también,
en las realizaciones prácticas de las comunidades utópicas nor­
teamericanas hasta
· llegar a

la propuesta
de· Edward
Bellamy a
fin de siglo, y aun más, en esa especie de reencarnación que es.
Walden Two. ·
( 16) El ptlncipe Pierre Kropotkin, anarquista con tintes de marcado
utopismo llegó a escribir: «El porvenir no es tener en cada casa una má'.­
quina
de limpiar calzado, otra para fregar los platos, otra para lavar 1a·
ropa y, así, sucesivamente». Esto es precisamente lo que ha sucedido. Es
inclusive el ideal de las IIJ1lllS de casa soviéticas... ( cfr. Kropotkio, La con­
quista del plan, Barcelona, 1973, pág. 113).
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TEMAS DE LA UTERATURA UTOPICA
La ingeniería social.
El primer dato . de esta curiosa. técnica .. se puede hallar entre
los utopistas cada vez que declaran explícita y exactamente el
número de habitantes considerado ideal para su proyecto. Ni que decir tiene que el primero fue el propio Platón con su
esotérica operación aritmética
(1X2X3X4X5X6X7 = 5.040)
de la cual aseguraba se desprendían beneficios especiales. Lo que
Aristóteles interpretó como un buen número para que
dentro
de las polis los contactos personales fueran lo suficientemente
variados pero capaces de permitir un
conocimiento mutuo
rela­
tivamente intenso. Moro, por su parte, hablará de 100.-000
ha­
bitantes para su ciudad Amaurot que sería prototipo de una serie
de ciudades semejantes: estos 100.000 habitantes representarían
según su autor unas 6.000
familias, lo

que da uo número elevado
de miembros por hogar,
Fourier, luego de uo complicado cálculo, que no es caso re­
petir aquí, llega a la
cifra ideal

de 1.620. Los detalles están en
lo obra citda:
La Association doméstique agricole, para quien
se interese· en esta extraña ecuación de ingeniería social. Victoria
tiene uo número fijo de 10.000 habitantes, mientras Hrygeia al­
canza los 100.000. ,William Morris, en su visión idealizada de
Londres opta,
mucho más
inteligentemente; en vez de
dar uoa
cifra exacta de habitantes, en suponer que la población se va a
mantener estable; aunque, cómo muchos utopistas, no explica
cómo, ni por qué medios se va .a producir el objeto deseado.
Pero
el número
de habitantes fijo es, apenas, un indicio de
la ingeniería social. No menos es, por ejemplo, la curiosa par­
ticularidad de que algunos utopistas deciden que el domicilio de los habitantes de la ciudad debe mudarse cada diez años (Moro)
o cada seis ineses (Campella). Sin
duda alguna

la utopia des­
precia
el .arraigo;

lo considera como un factor tan negativo· como
los lazos

familiares
y otros datos de la ley natural, como si fue­
sen impedimentos para el gran experimento social que se pro-­
pone.
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PATRICIO H. RANDLE
En esto no hay duda que una sociedad muy «adelantada»,
como es la norteamericana, ha llegado a fomentar y valorar como
algo positivo la
movilidad horizontal y

hasta el concepto de la
vivienda ha llegado a
equipararse al de cualqtrier producto in­
dustrial tnás o menos perecedero, con
el objeto de realimentar
la producción mediante un consumo permanente.
Del mismo modo se ha caído en utopía toda vez que, al
construirse nuevas ciudades o gtandes conjuntos residenciales, se han hecho cálculos
· ideales de Ía población que se piensa alojar.
En todos estos casos se suele olvidar que en menos de 25 años
se ha producido un defasaje completo al quedar reemplazada por
otra generación. Se olvida lo que con sabiduría sencilla dijo una
vez
Lewis Mumford,

y es que las ciudades las hace
el tiempo;
pór tanto,

no el cálculo
humano efímero.
La ingeniería social está .présente de mil maneras en todas
las utopías y sería largo enumerarlas
aquí. Lo que importa es
señalar su esencia, que consiste en confundir el continente con
el contenido de las ciudades, o, al menos, pretender adecuar
uno al otro como si pudiese ser motivo de un cálculo exacto.
Ni siquiera una familia
puede prever

con precisión sus propias
necesidades en el lapso de la vida de un matrimonio ¿Cómo podría hacerlo
la población de una ciudad en perpetuo cambio?
Otro aspecto de la ingeniería social -por analogía- es la
excesiva confianza y dependencia en
la máquina que revelan en
general las comunidades utópicas. Si
el leit-mot,v original es la
reducción de las horas de trabajo, hay que decir que la esperanza
en
la máquina como factor liberador es totalmente a-crítica.
Una sociedad sin clases.
A la igualdad política absoluta corresponde lógicamente una
sociedad sin clases. Hay que decir, sin embargo, que no son
muchos los utopistas que
pecan de semejante ingenuidad.· Por
lo general el utopismo es más elemental; como, por ejemplo,
proponiendo

la abolición del dinero, la debilitación de la familia,
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TEMAS DE LA LITERATURA UTOPICA
o la supresión de la propiedad que, siendo datos de la naturaleza
humana misma, parecen posibles mediante la toma de determi­
nadas medidas coercitivas. La eliminación de las clases sociales,
empero, implica una violencia muy
grande y
constante
para po­
der imponerse.
La

desaparición de las clases· sociales, en efecto, supone, no
sólo un igualitarismo social y económico, sino también un apla­
namientó. intelectual, una confiscación constante de bienes y un
grupo gobernante

tan poderoso que, de hecho, ya constituirá
una
verdadera clase.

Que es lo que sucedió en la U. R. S. S.
y
se repite en todas sus imitaciones.
Como quiera que sea, hay un modo gradual y suave de llegar
a

esa sociedad sin clases y se
logra mediante
la masificación so­
cialista, esto es,
-comenzando

por
influir eo
los deseos de
las
gentes, en proponerles como un ideal el ser más iguales todos en todo sentido y en condenar como algo delictuoso casi el ser
distinto. La individualidad llega a ser perseguida como anti-so­
cial, como si no hubiese otra forma de
sociabilidad sino

la masiva.
Y esto ha sido fomentado
directamente por la sociedad in­
dustrial, por el estado
servil que

castiga al que produce por en­
cima del promedio, por la solidaridad a
la fuerza y burocrática
del estado benefactor. De ahí que
esto se

refleje en el urbanismo,
si no con toda
la simpleza que quieren los utopistas de siempre
( o los resentidos sociales que pretenden la nivelación por lo más
bajo), sí con bastantes
caracteres de

uniformización. No sólo se
quiere homogeneizar socio-económicamente a la población sino
que debe demostrarlo
. en

la apariencia para modificar su men­
talidad tradicional.
Las formas urbanas contemporáneas; en la medida que de­
penden de la producción en masa de
la industria. de la cons­
trucción, de
la disponibilidad de unos créditos estandarizados y
de unos requerimientos sumamente elementales, en los que no entra la personalidad sino
la cultura de masas, es natural que
produzcan estereotipos. Unase a ello
la necesidad de que -se
construya

rápido, económicamente, y se entenderá por qué, cada
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PATRICIO H. RANDLE
vez más, las áreas residenciales se parecen a aquellos prototi­
pos igualitarios de los utopistas del siglo
XIX.
En países como Inglaterra y los Estados Uindos ya a finales
del siglo
pasado -en
tanto la vivienda pas6 a ser asunto de
grandes empresas inmobiliarias--"
1a pequeña clase media de em-·
pleados

comenz6
· a

habituarse a esta modalidad de vivir en casas
idénticas unas a otras. Si esto no tiene algo que ver -bastan­
te--con la meta de una sociedad sin clases; por lo menos en los
hechos, ha servido para que la gente se habituase a la idea.
Lo
que hubiera sido impensable en pleno siglo XIX.
Aislamiento y parálisis.
Este es un aspecto · también característico de la ciudad utó­
pica.

En la medida que las ciudades son dibujadas especialmen­
te, con
el mayor detalle, y son pobladas con un número y cali­
dad de habitantes precisos, está sobtentendido que no van a
producirse cambios que echen por la borda tan cuidados pro­
yectos. Pero hay más, las ciudades así concebidas parecen ig­
noi-ar que ninguna aglomeración vive sola, autónomamente, o
del hinterland propio, sino que también siempre tiene relacio­
nes con otras ciudades de la regi6n. Solamente Moro parece ha­
berlo entendido· y por eso plantea su
«utopía» en

una isla con
su propio sistema urbano de cinco ciudades semejantes a la ca­
pital,
así como

prevé la posibilidad de que se funden colonias
nuevas siguiendo los mismos lineamientos. Es que, en verdad,
toda utopía es una isla en sentido figurado o literal. Esto lo sabía Platón y, así
~,in caer

en ninguna quimera-,
señala c6mo debe aislarse relativamente una ciudad de otra si es
que se quiere conservar un cierto orderi social previsto. Pero en la mayoría de las utopías no está previsto mayormente
el
crecimiento, especialmente en las de trazado · geométrico rígido
que por sí mismo
iÍnpíde toda
expansión flexible. Pero eso no
parece haber preocupado a los utopistas, nunca sensibles a
las
leyes naturales, cor¡io esclavizados por las leyes arbitrarias por
ellos formuladas.
188
Fundaci\363n Speiro

TEMAS DE LA UTERATURA UTOPICA
Colectivismo.
Inútil es decir que toda utopía· es un proyecto social co­
lectivista. Y, en la medida que aparezca algún rasgo en resguar­
do de la personalidad e
indidvidwilidad, más

precisamente le
corresponde el nombre-
de «contrautopía» como se les ha dado
en llamar también a
aqudlas que,
lejos de resultar seductoras,
han sido escritas para aterrorizar al lector; todas estas piezas
literarias del si¡¡Jo actual y de las que el prototipo
lo constituye
un Nuevo Mundo Feliz, de Huxley (17), o 1984, de Orwell (18).
· Es

que este siglo
ha cobrado conciencia de la calamidad que
resultan las experiencias colectivizantes a partir de la implan­ tación del bolcheviquismo en Rusia, en
J 917, si no es que tam­
bién está alarmado por
algunos aspectos
convergentes que
. pue­
den

detectarse en
algunas sociedades

capitalistas «de avanzada».
El aumento de población vertiginoso en la Europa en pro­
ceso de industrialización, por su parte, ha hecho que, en algu­
nos casos, se haya optado por soluciones que tienen puntos de
contacto con las proposiciones utópicas del siglo
XIX. Es más,
para el llamado Tercer Mundo, aún hoy se ofrecen, como si fue­
ran panaceas, soluciones de vivienda, de transporte, de género
de vida altamente colectivizadas, con el agravante de que esos
pueblos no han pasado por las etapas
intermedia~ que

experi­
mentaron las .Qaciones europeas. Un campesino «urbanizado» vio­
lentamente está· repitiendo, velis nolis, el experimento acariciado
por los utopistas, cual es
el de sumergirlo en un ambiente social
tal que no le queda más remedio que adecuarse al medio.·
y a
· esto

se
lo envuelve con loas y cantos a la libertad o a la libe­
ración. Diríase más. En general, todas las empresas utopistas pro­
yectadas o llevadas a la práctica descontaban
el consenso de sus
participantes ( en muchos casos, si no. ·todos, inclusive, se les.
(17) Aldous Huxley, Brave new world, London, 1932.
(18) George Orwell, Nineteen Eigbty-four, London, 1949.
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Fundaci\363n Speiro

PATRICIO H. RANDLE
requería una contribución económica). De ese colectivismo bus­
cado y deseado ingenuamente hemos pasado a otro opresor y
obligatorio.
De células más o menos modestas en número hoy
hemos llegado a un alto grado de colectivización, sea cuantita­
tiva como cualitatiVamente.
CULTURA,
"Esprit de. géometrie".
Los utopistas no sólo se caracterizan por poner todo su én­
fasis en el esprit de géometrie del que nos hablaba Pascal sino
que,
'al mismo

tiempo, han descartado,
'como si
fuese una op­
ción exclusiva, todo
esprit de finnesse.
Ya no se trata literalmente de los trazados rígidos de ciu­
dades en el siglo
XVII, como la Civitas Solis ( 19), con sus siete
círculos concéntricos o
la Republicae Christianopol#anae (20)
inscrita en un cuadrado perfecto o de los polígonos
varios he­
redados

del Renacimiento para culminar con el
Panopticon, de
J. Bentham ( 21), nacido de un requerimiento puramente prácti­
co disfrazado de filosofía. La geometrización de los utopistas va
más lejos. Más allá de la simetría del Paralelogramo, del Falans­
terio, del Familisterio, sino que culmina con una
zonificación --en
muchos casos--que parece más inquieta por satisfacer las exi­
gencias del disefio geométrico que las necesidades funcionales de
la ciudad. Este tipo de zonificación aparece tenuamente en los cuatro
barrios que presenta Amaurot -la capital de la isla de Utopía-,
aunque más bien se trata de un principio de descentralización.
· Más

compleja es la
zonific~ción propuesta
por la
Cristian6polis
(19) Tommaso Campanella, Civitas Solis Poetica. Idea Reipublicae
Philosophiae, Frankfurt, 1623.
(20) Johann Valentin Andreae, Reipublicae Christianopolitanae Des­
criptio, 1619.
(2_1) Jeremy Bentham, An introduction to .the principies of mo,:als_
and /egis/ation, London, 1789.
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Fundaci\363n Speiro

TEMAS DE LA LITERATURk UTOPICA
de Andreae. Reaparece en La Ter.re Australe, de Foiguy, luego, en
el Falansterio,

y con especial espíritu segregacionista, en el
Vic­
toria,
de Buckingham, donde por franjas concéntricas se va dic­
tando un uso del suelo detalladísimo
y exclusivo.
Pero junto con estos proyectos de zonificación, los primeros
jamás propuestos conscientemente en urbanismo, hay que seña­
lar que también están presentes otros antecedentes que siguen la
idea de Moro de dividir la ciudad en barrios, como
el mismo Bus
ckingham, que

concibe ocho sectores. triangulares, cada uno con
todos los tipos de uso del suelo formando una unidad contenida o
Cabet, que en su Icaria llega a prever la existencia de 60 distri­
tos urbanos. Con lo cual
parecería demostrarse

que, en general,
las utopías no quieren perder el sentido de
.la ~omunidad y sa­
. ben que las estructuras concentracionarias son · 1a peor amen~a.
Ni que decir se tiene que este espíritu de «géometrie», siendo
una constante humana, se transmuta en el_ urbanismo contempo­
ráneo, toda vez que se apela a la fascinación de la composición
formal de grandes proyectos urbanos a costa de su buen funcio­
namiento y de
su. respuesta

coherente
a. las auténticas necesida­
des

vecinales. Un Le
· Corbusier,

por ejemplo, llegará demasia­
do lejos con sus perspectivas, a vuelo de pájaro, que se pierden
en un infinito absolutamente regular. A
veces uno

piensa si estas
«soluciones»,
tan perfectas desde el punto de vista puramente
de' diseño

no son,. senclllamente, hijas de
la ley del menor es­
fuerzo o de las urgencias del
mundo de

las finanzas en
el que el
tiempo es, literalmente, oro.
Maquinismo y tecnificación.
La máquina es el gran protagonista detrás de casi todas las
utopías. Ya Owen compara su Paralelógramo a una máquina,
como si esto fuera una virtud. Todavía no se atisba
la distinción
entre mecanicismo
y organicismo, ni en los. efectos negativos que
tiene
la transposición de las condiciones mecánicas al ser del
hombre.

La máquina es aún más promesa que realidad, y no se
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Fundaci\363n Speiro

PATRICIO H. RANDLE
sueña que pueda acarrear también algunos efectos indeseables si
no
se la encuadra dentro de un
· contexto
de· fines bien esclare­
cidos. Etienne
C~bet se

entusiasma. sin reservas anunciando que las
máquinas van a
reemplazar a

5.000 obreros
en Icaria, sin darse
cuenta que ello supondrá una verdadera conmoción social para
la cual hay que tener previstas las respuestas adecuadas so pena
de generar desocupación o paro.
Muchas
utopías .se resguardan en la teconología para respon­
der vagamente a objeciones
y preguntas que se le hacen .. Lo que
los hombres no podrían hacer lo hará la técnica. Aquí juega mu­
cho
la intuición y hasta la adivinación. Y a Bacon, en su Nuev~
Atlántida, hace alusión a una suerte de alimentación que prefi­
gura a la
hoy basada
en elementos sintéticos. Foigny -sin dar
detalles- prevé
la. llegada . dd parto sin dolor (probablemente
sin siquiera
d trabajo
de preparación que hoy se exige a las
parturientas en tal sentido). Owen, con su
«Institución» -que
es

una especie de reformatorio idealizado--; preanuncia técnicas
educativas milagrosas, En Victoria no harán falta focos de alum­
brado, ni públicos ni privados, porque en el centro de la ciu­
dad, como un sol,
brillará un

gran reflector común durante la
noche; otro dato que
confirma la

insatisfacci6n por la Naturale­
za y
la ilusión de perfeccionarla, aunque es muy dudoso que sea
bueno

hacer desaparecer
dd todo
la oscuridad natural como des-
canso para la vista.
·
J. Bentham cae en d frenesí cuando concibe su cárcel mode­
lo, basada en la técnica de reducir a un sólo control toda Ja vi­
gilancia de la misma. Owen y Fourier y luego Goclin ( que lo lleva
a
Ja práctica)

hacen
d dogio
antidpado de la máquina lava­
rropas. E. Cabet anticipa la circulación por la derecha para or­
denar
d tráfico o

la industrialización de puertas y ventanas so­
bre un sólo modelo universal con el propósito de abaratarlas y simplificar su producción. Bellamy nos habla de una especie de
cobertura que protege las calles. en casos de lluvia; una especie
de
tímido anticipo

de la propuesta utópica contemporánea de
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Fundaci\363n Speiro

TEMAS DE LA LITERATURA UTOPICA
cubrir ciudades enteras con cúpulas para poder climatizarlas arti­
ficialmente ( 22 ).
En fin, estas
y muchas más invenciones -algunas de las que,
efectivamente, han sido adoptadas posteriormente--- no tienen
ninguna relación necesaria con la aceptación,
in tato, de las ciu­
dades utópicas
y puede preverse que, sin necesidad de ser inser-·
tadas

en esos microcosmos teóricos, se hubieran abierto paso en
el terreno de la práctica.
También la circulación
y el ttansporte cómodo y veloz está
presente como
algo apetecible.
Nadie nos explica para qué, ni por­
qué. Se supone que el circular
-y si es velozmente mejor- es
un bien en sí tnismo. Como una reacción al tráfico endiablado de
coches de caballo, jinetes, ómnibus
y luego ttanvías de tracci6n
animal,

todos entteverados en el
oentro de
las grandes ciudades
europeas se propicia
medios de

ttansporte colectivos motorizados
y fluidos. Pero de
allí se sigue sin coto a imaginar las necesi­
dades
del siglo XXI, con sus complicadas redes· de conductos aéreos
envueltos

en tubos transparentes de lo que
hoy son
un anticipo
puramente formalista los
tapis roulant del aeropuerto Charles De
Gaulle, en París.
Ya antes, las redes de autopistas
en· las

ciudades norteameri­
canas parecen haber alcanzado los niveles anhelados por los uto­
pistas, niveles suficientes para comprobar que el saldo es nega­
tivo no sólo porque la tnisma· circulación engendra más circula­
ción (y nunca se logra el equilibrio deseado), sino porque se pier­
de de vista que debe ser un
medio y no un fin en sí mismo.
Va
a-ser

necesario que algunos urbanistas no utopistas descubran
que hay una
solución mucho mejor

que la de depender del trans­
porte, tan absolutamente, que es la de acercar
.los sitios

de resi­
dencia
a los

de trabajo mediante una planificación menos for­
malista pero más funcional. Menos exclusiva
y segregacionista y
más humanamente entremezclada.
(22) Buckminster Fuller, Buckminster Ful/er reader (ed.: James Me­
l!er ), Harmondsworth,
Penguin books,

1972.
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PATRICIO H: RANDLE
Fe ciega en el mañana.
Arthur Koestler, en su autobiografía, relata que en. su época
de comunista y antes de haber víajado a la U. R. S. S., frente a
· 1as críticas que oía de1 régimen soviético sus camaradas repetían:
«Wie werden es besser machen» -Nosotros lo haríamos me­
jor-, y que esa actitud es característica de los utopistas. Con­
frontados con la realidad, siempre escapan por esta tangente, con lo cual resultan
inasibles por medio de. cualquier argumento (23 ).
Es que en todo utopista hay
una fe ciega en que el tiempo
arreglará todo; cuando, en realidad, el tiempo es el que se en­
carga de deshacer los
planteamientos rígidos

y a-temporales
de las
utopías. Pero, como
la noción. de imposible brilla por su ausen­
cia, y es una característica esencial, resulta difícil convencer a sus
partidarios: «si esto no es posible
aquí será
factible allá
y si esto
. no

es realizable hoy lo será mañana». De esta manera, escapando
esPaoial y temporalmente, el mañana· se convierte en una suerte
de quimera.
Hasta muchos de quienes son capaces de reconocer una inten­
ción utópica en una medida política o en un proyecto urbanístico
ceden
frente a

las vagas promesas del futuro por el futuro
mis­
mo. Si los nostálgicos piensan que todo pasado fue mejor, los optimistas están convencidos de que el tiempo, por sí mismo,
mejorará las cosas ...
, o

que la juventud (siempre maravillosa) es
una garantía para el
porvenir. Pensar

así conduce a afirmar
que
«lo que hoy es una utopía mafiana será una realidad»; lugar co­
mún que se abre paso fácilmente en la opinión poco rigurosa.
Se pierde de vista así lo esencial de ló utópico, que consiste
en un
alejarse, constante

del objeto anhelado en
la medida que
nos acercamos a
él, como en el suplicio de Tántalo. O, si no,
como dijo Chesterton, que en
razón de la mayor disponibilidad
de medios de qÜe
se goza

en esta civilización tecnológica,
lo que
parecía utópico, nada más que por ser imposible, ahora es fac-
(23) Arthur Koestler, Eufor;a y utopia, Buenos Aires, 1955, pág. 254.
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TEMAS DE LA UTERATURA UTOPICA
tibie; lo cual no le quita el carácter de utopía que, en definitiva,
es siempre un forzamiento de la realidad.
·
En · efecto, ciudades imaginarias concebidas por el expresio­
nismo febril o el
mismo surrealismo
de los años '20, todas ellas
en base a edificios en alto revestidos de cristal, enlazados por
viaductos y su cielo surcado· por aeronaves de todo tipo, hoy ya
son «materialmente» posibles. Pero la utopía sigue siendo inasi­
ble. Es apenas un envoltorio que no logra resolver, ni proponer,
nuevas formas efectivamente capaces de mejorar al mismo tiempo
--como se

suponía- todos los aspectos de
la vida urbana.
Así, tampoco, todas las promesas
de la· tecnología incipiente
del siglo
XIX han hecho. una contribución verdaderamente revolu­
cionaria en el urbanismo
de las ciudades de un siglo, o un siglo
y medio después. Diríase que, al revés; han planteado una serie
de problemas nuevos que exigen un constante estado de alerta en
los responsables de las ciudades.
En todo caso. es digno de
notarse que

mientras las utopías
urbanas del siglo·
XVII presentaban una imagen fija, inmóvil, de
la ciudad ideal, las
del siglo xrx expresan, si no un plan concreto
para el futuro, una esperanza irracional
en que el tiempo -im­
plicando el desarrollo de la tecnología- proveería las solucio­ nes para una
serj~ de . problemas que las comunidades utópicas
plantearon desde
el punto de vista social, tales como su creci­
miento y desenvolvimiento futuro. Hoy día, con los prodigios a
la vista de los adelantos de la industria, la mentalidad utópica
puede seguir construyendo castillos fututistas en el aire. Por­
que el utopismo no es una ideología histórica sino un
estado men­
tal. Y existirá siempre, en mayor o en menor grado en el hom­
bre, en tanto y en cuanto es una tendencia malsana contra su naturaleza, en tanto y en cuanto lo aparta de la realidad.
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