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Número 231-232

Serie XXIV

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El orden natural: fundamentos

EL ORDEN NATURAL: FUNDAMENTOS
POR
PATRCIA s. MARTINEz Pl!RONI
Psicopedagoga.
SUMARIO: l. DIMENSIÓN LÓGICA: A) definición de loo términos «ordeo
natural».-!!.
DIMENSIÓN METAFÍSICA: . A) Explicación de la realidad
por sus causas últimas.-BJ Negación · de la realidad por sus causas
próximas.-C) Imposibilidad actual de! hombre autónomo para acce­
der al ordeo sobrenatural.-D) Negación del Ser y primacía de! De­
venír.-III. DIMENSIÓN ANTROPOLÓGICA: A) Definición de los térmi­
nos «persona humans».-B) Explicación de la realidad humana por
sus causas últimas.--C) Negación de la realidad humana por sus cau­
sas próximas.-D) Impooibilidad de acceso al ordeo sobrenatural en
la
actual antropología cristiana~E) Negación de la naturaleza huma­
ns (ser) y primada de la realización (devenir).-IV. DIMENSIÓN ÉTI·
CA: A) Contemplación y fidelidad.-B) Acción y pleniDid.-V. CON·
CLUSIÓN: A) Sujeción y Restauración.
l. DIMENSIÓN LÓGICA.
Al decir de Gustave Thibon, «el hombre de nuestro tiem­
po es una rara mezcla de avidez en
la superficie y de indiferencia
en el fondo» ( 1 ); de
ahí que nosotros mismos, imbuidos de este
clima espiritual, seamos, en ciertas
oca¡¡iones, prontos al

deta­
lle superficial
y perezosos ante la profundidad de las cosas. Es
por ello necesario, en primer lugar, iniciar nuestra exposición,
. dejando sentado, como postulado primero, el necesario esfuerzo
intelectual que hemos de seguir para desentrañar
la riqueza del
(1) Thibon, G., El equilibrio y la arman/a, Rialp, Madrid, 1978,
pág. 181.
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telllll que nos proponemos considerar. Esfuerzo de la inteligencia
para desvelar la esencia última del orden natural ...
y esfuerzo
de
la voluntad, para no replegarse en su cómoda debilidad, sino
purificarse en
el querer entender de aquel que se propone al­
canzar el

fin establecido. Para lo cual es menester no
sólo el si­
lencio exterior sino, primeramente, · el silencio interior de las
potencias espirituales en
cada uno de nosotros: recordando que
«el ruido no hace bien» para
la concentración interna, como ex­
presara San Francisco de Sales. Y una
vez aclarado

esto, comenzaremos por indagar sobre
los téitninos que enuncian este tema, para acercarnos, en una
primera mirada, al concepto lógico que se contiene en los vo­
cablos «orden natural».
Recogemos del Doctor Angélico
la noción de «orden» como
«la unidad resultante de
la conveniente disposición de muchas
cosas» (2). Es
la pluralidad, reducida a la unidad mediante el
ordenamiento de los fines. La ley de
la finalidad es inseparable
de todo lo que diga relación al orden. Consiste en estar cada cosa en su sitio y cumplir todas su
fin.
El orden . universal es la armónica dirección de todas las
cosas al
fin que Dios señaló, como Supremo Ordenador, y ex­
trapolado al ámbito teológico cristiano, no es otra cosa más que
el «Principio y Fundamento» de San Ignacio de Loyola: «El hombre es creado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios
Nuestro
Señor y mediante esto salvar su alma; y las otras cosas
sobre la haz de
la tierra son creadas ·para el hombre, y para que
le ayuden en la prosecución del fin para el que es creado».
La multiplicidad de los seres de Ia creación, entre los cua­
les se halla el hombre, se unen en la finalidad última de alaban­
za a su Creador, a
través de

la fidelidad. al cumplimiento de los
fines de su propia
existencia.
Pero

advertimos que esta unidad, propia del orden, surge
de
la diversidad, y es aquí donde aparece el segundo concepto
a considerar, a saber, el término «natural».
(2) Santo ,Tomás de A~o, Contra Gentes, IlI-71.
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EL ORDEN NATURAL: FUNDAMENTOS
El orden natural se explicita en el concepto de naturaleza.
Esta, en sentido
filos6fico, significa que

cada ser está
regido por
leyes

inmutables, por principios dinámicos que
corutituyen su
existencia,

es decir, que lo hacen ser lo que es.
Es verdad que
las cosas cambian, pero
·es verdad

también que, por debajo de
los
· cambios,

hay
algo que

permanece.
El hombre encuentra dado ese orden, no lo inventa, y, por
eso mismo, se ve llevado a inquirir por su origen. Llegamos,
así, a

la existencia de un Ordenador, y de unas leyes naturales
que tienen su origen o fundamento más allá de sí mismas, es
decir, en la ley eterna o divina. El orden natural, en consecuencia, es lo establecido por el
Ordenador
Supremo al

crear el mundo.
Hay un orden natural y
hay, además,

un orden sobrenatural.
Ambos
exaltan y

revelan la
íntima unidad de Dios, tanto ad
intra como ad extra, reflejando a qué grado de perfección y ele­
vación

puede ser llevado el orden natural, informado por la
gracia.
II. IlmENSIÓN METAFÍSICA,
« ¡Ah, si supiésemos atravesar la corteza de las cosas! ... Pero,
hasta los mejores tienen cerrados los ojos, como los apóstoles
en
Getsemaní» (3

).
Debemos huir de nuestros ojos cansados y aprehender a
per•
cibir

con nuestro entendimiento más allá de la corteza o de lo
fenoménico, y anclar así en el misterio profundo
y último de la
realidad misma. Para esto hemos de valernos de la filosofía
como forma superior del saber humano que indaga las causas de las cosas, fruto de demostración. Y en especial de la meta­
física, como auténtica sabiduría que desvela el ser, señalando
la dimensión transfísica de la realidad, ese aspecto profundo,
ubicado «más
allá» de
lo sensible, aunque se dé en lo posible.
(3) De la Bigne, M.: Satan4s en la Ciudad, Eclit. Prensa Española,
Madrid, 1968, pág. 29.
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Así comprenderemos a Chesterton cuando advierte que «la
profunda
crisis dd mundo moderno no es tanto la consecuencia
de errores nuevos, sino
d efecto de olvidar
antiguas verdades».
De
ahí la necesidad de retornar a las fuentes de la sabiduría,
para «penetrar
d vínculo
misterioso que une al hombre con su
mundo
y su tras--mundo. Esto es, las raíces existenciales -his­
tóricas y sagradas---'-dd auténtico vivir humano, frente a las
realizaciones masificadoras

de una razón desencarnada y de un
falso humanismo abstracto que traiciona
d verdadero destino
dd hombre»

( 4 ).
A través de la simple observación,
d ser

humano tiene la
posibilidad de captar la realidad existente, la cual se presenta
de un modo ambival.,;,te, y, a veces, aparentemente contradic­
torio. Es esta supuesta antinomia, en verdad, una complemen­ tariedad, siendo por un lado
la misma realidad inmutable y fija,
y, por

otra, cambiante e inestable.
Es
por esta permanencia · sustancial que advertimos la exis­
tencia_ de un orden, ajeno a la voluntad humana, y por esa evolu­
ción accidental, la posibilidad de mutaciones en orden a la misma
perfección.
Existe

una creación con una jerarquía de seres, los cuales
· se

presentan con idéntica unidad de fines ( cumplimiento de las
leyes establecidas por Dios), pero con diversidad de naturalezas,
lo cual los hace esencialmente distintos. Nos basta d contem­
plar los minerales, los vegetales, los animales irracionales y
d
propio

hombre, en
d mundo físico, para
detectar la evidencia
de esta afirmación sustancial. Este orden natural, con sus leyes
natur;.ies, nos

refleja
la
existencia de un orden divino con su ley eterna, promulgada
desde
antes de comen.zar a existir nada, al principio de todos
los tiempos. El mundo de los seres corpóreos reclama la pre­ sencia de uu Ser simple
y absoluto, causa primera y necesaria
de todo lo
existente'.
(4) Gambra, R., El silencio de Dios, Edit. Prensa Española, Madrid,
1%8, pág. 29.
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EL ORDEN NATURAL: FUNDAMENTOS
El intelecto humano nos descubre, así, lo que ya el paga­
nismo
atisbó mediante la razón, principalmente los griegos, y
los cristianos confirmaron, elevándolo por
la fe y la gracia, a
saber,
la existencia de un Dios creador y providente.
Pero esto que en las edades antigua y media era el pan
de
cada día, es ignorado y negado positivamente en la época mo­
derna y contemporánea, con el más
radical antropocentrismo y
ateísmo práctico.
Esta desnaturalización es fruto de las ideologías vigentes
actualmente (liberalismo y
marxismo), cuyos

antecedentes re­
motos los encontramos, históricamente, en el Renacimiento (su­
pervaloración del hombre e incipiente soberbia colectiva),
afir,
ruándose
más

tarde con la Reforma protestante (primacía del
libre
examen que

introduce. el subjetivismo
ra<;ionalista), y
cul­
minando con la Revolución francesa ( entronización de la razón
humana y de
la hipertrofia de la libertad). Este antropocen­
trismo desencarnado del orden natural es el
que. gesta
al huma­
nismo y ateísmo actuales. De esta manera presenciamos nuestra edad contemporánea, preñada en el siglo
XVIII por el iluminis­
mo masónico, por el liberal-capitalismo laicista en
el XIX, y por
los socialismos materialistas y ateos del actual siglo xx.
Comprendemos de este modo
cómo todo

este movimiento
histórico-espiritual de conversión a las criaturas
y aversión al
Creador hunde

sus raíces en las profundidades metafísicas
y
teológicas. De ahí que desde el inicio sea un pecado contra el
orden sobrenatural que desordena· el mismo orden natural, ya
que como advierte
Marce! de Villeneuve: «La soberanía del
hombre es satánica, en cuanto pretende expulsar a Dios de
la
sociedad y proclamar contra El los llamados derechos del hom­
bre, exactamente ignal que Lucifer pretendía sustituir a Dios en el cielo
y proclamar contra El los pretendidos derechos de
los ángeles rebeldes» (5). Como señala Gustave Thibon, «se acerca a gran.des pasos
la hora en que la idolatría del porvenir que
.no reconoce

otro
(5) De la Bigne, M., op. cit., págs. 121 y 123. 201
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dios que el 'hombre mismo, le ocultará la eternidad... y ésta
será la suprema prueba de
fe: ante el silencio de Dios, los
creyentes del mañana tendrán quizá que elegir entre la realidad invisible de una eternidad en apariencia, sin porvenir, y el
es­
pejismo brillante de un porvenir sin eternidad» ( 6 ).
Y quizá parezca radicai el planteamiento al afirmar la
des­
trucción

del hombre mismo por el alejamiento del orden
natu­
ral,

como consecuencia de su abandono de
Dios. Pero es ma­
nifiesto

que este desorden ha
trasttocado a

las mismas insti­
tuciones encargadas de la custodia y fidelidad del
orden inmutable,
apareciendo

hoy no sólo las sociedades y los estados en verti­
ginosa decadencia, sino
· también

la misma Iglesia de Cristo,
ma­
nipulada

por el espíritu de las tinieblas. A la herejía protestante
en la época moderna, sucede la herejía progresista en nuestra
época contemporánea. El ertor y la infidelidad a la
fe se repi­
ten;

protestantes y progresistas buscan otra
Iglesia. Nuevamente
el

desorden a nivel sobrenatural y natural, la autonomía de las
causas segundas (creaturas) frente a la Causa Primera, que es Dios (Creador). Esta es
la metafísica del progresismo, cuya
esencia es la secularización. Por todo esto concluimos, en este
· segundo

punto, que si
la
realidad nos revela la existencia de seres y un Ser inmutable,
a lo
cual accedemos por el entendimiento y perfeccionamos por
la fe, las ideologías (racionalismo) y la actual herejía progresis­
ta (infidelidad a la fe), nos enajenan de lo real. Negado
el Ser
inmutable y absoluto,
la creación ya no tiene principio ni fin,
y cualquier azar o evolucionismo se justifica como principio y
fundamento del desorden existencial que hoy en día impera. Y
negada la uuidad de los fines, establecida por
el Supremo legis­
lador, se enturbia. la diversidad propia de
la multiplicidad de
naturalezas creadas ... y ante la confusión, como fruto la
anar­
quía

real... y ante
el desorden, como justificación racional: las
utopías,.. y, como consecuencia última, «la promesa de un pa-
(6) Thibon, G., Prólogo a El ,ilencio de Dios de R. Gambra, pági­
nas 14 y 15.
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EL ORDEN NATURAL: FUNDAMENTOS
raíso que sólo úene un defecto: ¡es imposible!, y para peor,
impide
la .felicidad posible» ( 7 ).
En síntesis, negado el Ser ( orden natural
y sobrenatural),
surge la
primacía del devenir... el cambio por el cambio mismo.
Asistimos

al apogeo de
la «Dialéctica» a todos los niveles: re­
ligoso, filosófico,
políúco, económico y militar. La

praxis ha
aniquilado a
la contemplación; Marta ha desplazado a María
en la ceguera de su acúvismo, incapaz de silencio ante Dios y
ante
las cosas ... No existe el Ser; en consecuencia, no existe
la

Unidad,
la Verdad ni el Bien.
fil. DIMENSIÓN ANTROPOLÓGIG&.
En una primera aproximación a la realidad humana descu­
brimos
que
iznthropos en griego significa hombre, y el vocablo
expresa «el que
mira hacia
arriba». Los romanos, más prácúcos,
llamaron al hombre
homo, cuyo origen es «humus», es decir
«derra». Y así, según señala Abelardo Pithod,

el ser humano
es
anthropos
y homo. Ser del cielo y de la úerra. El ·hombre es
un
ser compuesto de cuerpo y alma espiritual.
Adentrándonos a nivel filosófico, aprehendemos que ante
todo es criatura ( causa segunda, contingente
y dependiente de
la Causa Primera que le da su existencia y naturaleza). Ahora
bien,
aunque

es un ser corpóreo,
· integrante
del mundo
físico,
transciende

este ámbito por su naturaleza específica y se eleva
al mundo metafísico de la religi6n, la moral y la cultura. De
ahí, la conocida expresión de Boecio al decir que «persona es
la sustancia individual de naturaleza racional», lo cual, aseve­
rado por
la Revelación sobrenatural, nos manifiesta al hom­
bre como
imagen viva
de Dios ( naturaleza espiritual, partícipe
de inteligencia
y voluntad) e hijo suyo (naturaleza sobrenatu­
ral, partícipe de la gracia de
la Redención).
(7) Pithod, --A., Curso de Doctrina Social, Cruz y Fierro Editores~
Buenos Aires, 1979, pág. 20K
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Este -microcosmos, como lo denominaban los griegos, no es
un ser clausurado en la inmanencia del mundo físico, ya que,
como afirmara Santo Tomás de Aquino,
el hombre no está in­
jertado en un mundo al que de por sí serla ajeno; por el con­
trario, el mundo es su ámbito propio,
_ del que constiruye a la
veJ< la

síntesis y la
culminación. Está - sujeto a

las leyes físi­
cas, como todo ser corpóreo, por ser él mismo un cuerpo; posee
vida, como los vegetales, y está sometido a las exigencias bio­
lógicas;
tiéne sentidos
que le
-permiten conocer
y sentir, a la
vez que posee instintos,-como los aoima]e!i:.. Pero ~ende a
los demás seres, por su capacidad de comprender ( entendimien­
to) y de
amar (
voluntad), propio de su interioridad espirirual.
De
ahí que todo el orden humano esté impregnado por esta
dimensión espirirual, propia de su ser. Por ello, la concepción
de la sociedad, de la política
y de_ la economía se apoya en la
idea del hombre, es decir, en aquella parte de la filosofía que
recibe el nombre de «antropología». Y, a su
veJ<, la
idea
filo­
s6fica del hombre o antropología es subsidiaria de la idea úl­
tima que nos hagamos de lo real, es decir, del ser. A esto lla­
mamos «metafísica». Advertimos, pues, que
la explicación de la realidad humana
por sus causas últimas (metafísicas) nos manifiesta la profun­
didad y
riqueJ
la persona como tal.
Observamos, por tanto, que el hombre no tiene valor sola­
mente por sus acciones ··(comer, reproducirse, sentir, conocer,
amar, etc.), ni por su~ hábitos (físicos o racionales), ni siquiera
por sus capacidades o potencias más espirituales ( entendimien­ to y voluntad), sino por su naturaleza
específica que

conforma
el sustrato último que explica su ser. El valor ontológico de la
persona humana radica en existir con una esencia determinada, a saber,
· como

una creatura compuesta de cuerpo material y
alma espirirual. El orden narural nos pone de relieve la estructura íntima
del hombre, como un ser cuya unión substancial de cuerpo y
alma
configura la

unidad última en la diversidad de partes ·cons­
tirutivas que

posee.
_
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EL ORDEN NATURAL: FUNDAMENTOS
Nuevamente el fin del hombre, creatura cuya dimensión
trascendente
puja por alcanzar un Bien absolµto que le brinde
la felicidad plena y perfectiva, nos señala que
la unidad en la.
diversidad,

result.ante del orden de
la naturaleza humana, viene
implícita y
signada por la ley de la . finalidad. Y así como en
el universo la existencia de diversas naturalezas con unidad
.de
fines, nos- ponía en contacto con la Causa primera, autora ·de
cuanto existía, así también, ahora, la naturaleza humana recla­
ma una Causa que sea su principio y fundamento existencial. Esta Causa eficiente
no. es .otra que
Dios y su divina provi­
dencia.
De capital importancia es
el reconocimiento de esta Causa
primera y eficiente, ya que «si Dios no existe, todo está
per­
mitido». como advierte Dostoyevski. Y, consecuentemente, ca­
rece de fundamento
la ley natural y la ley divina; si se niega
al Supremo legislador que las promulga eternamente, tomándose subjetivo y arbitrario en el orden humano todo positivismo ju­
rídico que

no traspase este ámbito. Por ello, como excelente­
mente lo justiprecia
Rafael Gambra, «Los orígenes de las so,
ciedades

y
el sentimiento profundo de su tradición no son nun­
ca ajenos a una inspiración religiosa... Sin religión no sutge un
pueblo, ni una cultura histórica del tribalismo primitivo.
De
ahí el rostro divino, sacralizado de toda ciudad histórica junto
al rostro humano que la hace personal y diferenciada» (8).
Pero, «cuando no se cree en Dios, no es por no creer en
nada, es por creer en cualquier cosa ... » (9) y, así, el hombre
moderno y contemporáneo, al
renegar de

su
. Creador,

se adhie­
re a las ideologías como sustitutos idolátricos del porvenir. El
nuevo panteón se
halla presidido por los dioses vigentes en la
sociedad acrual: la libertad, la igualdad y
la fraternidad por
Occidente; el paraíso comunista,
el trabajo y el gobierno nomi-
(8) Gambra, R., «La ciudad y la realización», én Verbo (AxgenÍina),
núm. 114, septiembre de 1971.
(9) Chesterton, G. K., cit. en Mikael (Revista -del Seminario de Pa~
raná, Argentina), núm. 19, pág. 124.
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nal del proletariado por Oriente ... y, en ambos, el común de­
nominador materialista, indiferentista y ateo.
Nuevamente
las ideologías niegan el orden natural en su
totalidad;
y en su particular concreción a nivel humano, al des­
personalizar al hombre en un naturalismo individualista
y co­
lectivista, según la cosmovisión que lo plasme.
La nueva religiosidad carece, por tanto, de faceta trascen­
dente,
y todo gira ,en torno al valor «material», cerrando en un
inmanentismo absurdo el sentido último de la existencia hu­ mana. El
fin es el hombre por el hombre mismo, aunque éste
desespere en su finitud e imperfección. El hombre que amputa su tendencia
y posibilidad de per­
fección fruitiva, a la vez que paradójicamente necesita más su
realización plena. Busca la felicidad sin límites, al tiempo que niega la fuente de la cual dimana. Tiene
sed de eternidad y
absoluto, mientras se revuelca en lo efímero y perecedero.
Al mismo tiempo, este antropocentrismo no deja de infec­
tar al mismo orden que compete al· ámbito eclesial. Y a antes
hicimos mención del influjo deficiente del progresismo religio­ so en su proceso desacralizador, a través del vaciamiento del
orden teologal
y cardinal, como asimismo en su temporalismo
radical al encauzar
la· salvación
principalmente en lo histórico­
social.
La nueva antropología cristiana propugna un plan salvífico
a través de las estructuras político-sociales, que actúan como sa­
cramentos infusores de la nueva gracia. La militancia cristiana sólo se justiprecia en el compromiso
. con

los hermanos ( sean
judíos, masones

o mahometanos) para construir un mundo
nue­
vo,

donde
la coexistencia pacífica ( no en · el orden, aino en la
tolerancia del desorden) sea el valor absoluto de caridad. Los enemigos del alma ya no existen; Satanás es un símbolo lin­
güístico
y el infierno una metáfora bíblica; el mundo es un
aliado ocasional, cuando no un amigo acomodaticio;
y la carne
una pobre
víctima que clama

por sus derechos, denegados por
· una

religión con tabúes. ancestrales.
El progresismo nos oferta, pues, una religiosidad horizon-
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talista, dorule sólo existe Dios si está primero el prójimo; la
verdad, si. previa a ella hay sinceridad (aun de error); el bien,
si hay fraternidad tolerante y vivencia permisiva entre los her­
manos.
En síntesis, que la posibilidad ,de acceso al orden sobre­
natural se
halla truncada en esta Iglesia de los nuevos tiempos
que trata de salvarse en el mundo, y no, de salvar al mundo. Sólo en
la auténtica Tradición de la Iglesia, Madre y Maes­
tra del militante católico, puede hallarse el alimento espiritual,
capaz de calmar
la sed de Dios, que el alma humana posee.
Concluimos en este punto lo que ya advirtiéramos al prin­
cipio: negado el
ser de la naturaleza humana, prima su reali­
zación (devenir) a tientas. Omitido su natural orden, con su
finalidad implícita, queda sólo
la anarquía de sus potencias que
se hipertrofian una tras otra
en'una carrera
sin sentido. Y como
fruto de
la confusión e incertidumbre, la angustia actual, la in­
felicidad y
.el nihilismo.

Vivir por vivir, sin preguntarse por
qué, ni para
qué, sólo

vivir. . . aunque sea
morir a la eternidad.
IV. DIMENSIÓN ÉTICA.
«¡Alma, da cuanto poseas,
hasta las últimas sobras!
Tú, voluntad, date en obras;
tú, inteligencia, en ideas.
Y, al
fin, rendido, quisiera
poder decir cuando muera: ¡Señor, yo no traigo nada
de cuanto
tu amor me diera! ...
¡Todo lo dejé en
la arada
en tiempo de sementera!. ..
» (10).
(10} ];>emán, J. M,, cit. en A la conquista de tu personalidad, de
Goossens, A. (S. J.), Ed, Atenas, Madrid, 1954, pág. 260.
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Es la ética la ciencia que nos señala el fin último del hom­
bre y los medios conducentes
al logro del mismo. Por ello de­
ben buscarse sus raíces teológicas, metafísicas y antropológicas
·en
un
realismo acorde
al ser que manifiestan.
De
ahí que

la primera actitud es la contemplación de la rea­
lidad y,
en ella,

la mirada dirigida a la misma persona humana.
La existencia del
alma espiritual que informa la cOrporeidad, nos
evidencia una
unión de
naturalezas incompletas, que juntas tien­
den a idéntico fin. La perfección
de la creatura humana en la su­
misión
a Aquel

que es perfecto y eterno, el Bien objetivo y úl­
timo, que satisface y
dá plenitud,

aun subjetiva (felicidad) al
hombre en cuanto tal. Ahora
bien, este fin, por ser extrfusec0, debe ser alcanzado
para

poder ser poseído; de
ahí la tensión dinámica de la libertad
humana en vías de salvación. Implicando
el movimiento que las
capacidades o potencias se actualicen,
· por

lo
cual es necesario
.en
su

ejecución la presencia no
sólo de

actos, sino principalmen­
te de hábitos perfectivos
que configuren una

segunda naturaleza;
restauradora de la primera en su imperfección. Así, a
la naturaleza

caída
por el pecado original y restaurada
por la gracia de la Redención,· se
le otorgará
su acabada confi­
guración al regenerarla por el ejercicio de las virtudes, que se­
rán .los medios

óptimos para conducirla a su
Principio y
Fun­
damento últimos. Al decir de Romano Guardini, la auténtica
misión humana
consistirá en

la fidelidad a ser lo que realmente
se «debe ser», es decir, persona humana en plenitud. Por esto, que no implica la contemplación una pasividad es­
téril, sino la primera fuente de dónde brotará toda auténtica ac­
tividad. Y ésta
será, entonces, realización

perfeccionante, ya que
llevará a su término la riqueza latente de las capacidades propias
del hombre.
Sólo la

presencia de este organismo
natural· y
sobrenatural,
propio de las virtudes, hará capaces de heroicidad y santidad a cada uno de nosotros, ya que de ese orden interior brotará
el
sefiorío de s! mismo y la autoridad moral, necesarios para alcan­
zar el
fin de nuestra existencia.
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EL ORDEN NATURAL: FUNDAMENTOS
V. CONCLUSIÓN.
La ética cristiana se funda en d orden natural; · éste, a su vez,
encuentra su fundamento en el orden divino, cuyo autor es Dios.
El ser humano no es libre respecto de ese orden,
est.á moralmente
obligado

a
seguirlo, ya
que puede conocerlo con su entendi­
miento y debe querer su sujeción y restauración a través de su
recta voluntad.
Se debe, por tanto, .custodiar ese orden y combatir contra
aquellas ideologías y herejías que lo destruyen, ya que «el libe­
ralismo, el socialismo y el comunismo son imposturas cteadas sobre una falsa concepción antropológica, y en virtud de ello
.de
tanto

en tanto deben volver temporariamente al orden natural
para poder
seguir subsistiendo,

porque las sociedades, como los
hombres, o expulsan de su seno a los cuerpos extraños o mue­
ren» (11). De
ahí que, particularizado en el momento presente, y en
esta España de hoy, sea menester para todo ello que así como
un día se emprendió la conquista
de América,

con
la Cruz y con
la espada, como signo de riqueza en el orden sobrenatural y na­
tural, sea, en esta hora de la Providencia, necesaria la reconquis­
ta de la identidad misma
. de

España, en su
fe y tradición histó,
ricas

... y quiera Nuestro Señor que también sea bajo
la espada ·
y la Cruz. Y así podamos repetir con Menéndez y Pelayo: «Es­
paña, evangelizadora de la mitad del orbe; España, martillo de
herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de
S'!)l Ignacio

...
esa es nuestra grandeza y nuestra unidad; no tenemos otra» (12).
(11) Solzhenitsyn, A., «Alerta a Occidente•, cit. en Mikael, núm. 19.
(12) Menéndez y Pelayo, -M., .Epílogo de la Historia de los Hetero­
doxos Españoles~
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