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Número 231-232

Serie XXIV

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El P. Victorino Rodríguez, O.P. y la escolástica, hoy. Presentación del libro «Temas-clave de humanismo cristiano»

EL P. VICTORINO RODRIGUEZ, O. P. Y LA ESCOLASTICA, HOY
PRESENTACIÓN DEL LIBRO "TEMAS•CLA. VE DE HUMANISMO
CRISTIANO"
POR
VICENTE M.uuulJlo
Entre quienes hemos tratado al P. Victorino -en rui caso
desde hace ya algunos años--, además . de admirarle y quererle
como quien fácilmente se
,.hace querer
por su saber
y su sancta
simplicitas, raro resulta aquel que a estas alturas no le haya he­cho.

indefectiblemente la consabida pregunta: ¿por qué no se ha
decidido antes a publicar libros? O, lo que es lo ruismo, ¿por
qué siquiera no ha reunido en volúmenos varios de los
múlti­ples

artículos dispersos aparecidos en diversas
revistas, agotados
ya

sus números y difíciles de localizar d¡,c{a la
especialización de
algunas

de ellas con el inconveniente de estar publicadas en el
,
extranjero muchas

de sus ediciones? Me consta que ha insistido
en ello, además de un grupo
· cada

vez más nutrido
y selecto de
lectores aruigos, algunos entre

los más sabios y singularizados de
sus hermanos de religión. Accediendo fundametalmente a ese
deseo
se reedita ahora una selección de dieciséis de estos traba­
jos sobre un tema común
y tan actual, abordado desde distintos
aspectos: el del humanismo. cristiano.
Modo de ser y de proeeder.
Pero antes de hablar en concreto de este volumen deseo ha­cer constar que en los círculos académicos más cotizados se re­
conoce la subida razón de ser de este tipo de artículo de revista,
especializado, monográfico, circunscrito a avatares concretos, y, con frecuencia, circunstanciales, Reconocimiento de tal índole hace
que su entidad pase por la más genuina de una sincera
y empe­
ñada labor científica. Y, en el caso del P. Victorino, sujeta a las
más altas presiones entitativas, a_Ia par que a un3_candente ac­tualidad.
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Fundaci\363n Speiro

VICENTE MARRERO
No cqmprendo, por ello, cómo cierto sector de nuestra crí­
tica saca a relucir todavía en tono despectivo y
a. todas
luces
infundado, un afán que trata de descalíficar al libro que se pre­
senta como «mera» reunión de trabajos ya publicados. Lo ~on­
trario
parece

más bien lo pertinente, sobre todo en el campo de
la ciencia.
Al menos

como prueba de una solvencia y dedicación
que impone la realidad de esta clase de libros.
A1 fin

y al cabo,
es
el que predomina hoy en los medios científicos más acreditados.
Resulta superfluo aducir nombres entre los más encumbrados hoy
en
sus respectivas

especialidades. Verdaderos dechados que
han
prosperado en nuestro tiempo al aire de una reciente especializa­
ción que disipa cualquier sombra
.sobre este
modo de confeccio­
nas volúmenes, conservando, como tal, sin ningún género de duda,
las prerrogativas del más elevado rango
acadénúco. Personalmen­
te

confieso que no tengo nada contra
este· tipo
de separatas de
amigos tan sabios como el P. Victorino. Antes, me siento más
bien como un impenitente «separatista», sin que se eche en saco
roto que alguno qne otro
·amigo que

conozco, a fuerza de sepa­
ratas, ha llegado a ser ministro en esta España de nuestras cuitas. Por más señas, se equivocan
quienes sospechen

que la obra
del P. Victorino carece de cuerpo suficiente para formar ya media docena de obras como la presente,
tanto por

el interés de la ma­
teria estudiada como por la calidad de su enfoque. Quien le haya
echado
.una ojeada

a la bio-bibliografía que figura en las pági- .
nas de este libro podrá fácilmente formarse una idea de sus lar­
gos
y enjundiosos estudios dedicados a la Antropología filosófica,
o a la libertad, o los· ceñidos a la metodología científica de las
disciplinas que más en especial cultiva,
singularmente la meta­
física
y la teológica; aparte de los escritos que dan la impresión
de éaérseles como

migajas de su mesa de trabajo consagrados
a
Karl Rahner, a Hans Küng y a algún teólogo de campanillas de
nuestros lares... Trabajos que, para su sorpresa, son los que un
tanto paradójicamente más fama le han dado y, seguramente, de
los que más han contribuido a que se le invite a dar conferen­ cias en medios docentes extranjeros.
Así,. recientemente, acaba. de

dar un ciclo de conferencias en
los Estados Unidos
--en Nueva York y en St. Alberris House of
Studies de Berkeley-, sorprendiendo a
los norteamericanos
con
lo que les
decía sobre

la libertad, y sorprendiendo éstos, a su vez,
al P. Victorino,
·que se

encontró con un folleto impreso
en. inglés
con · la mayor rapidez imaginable y según los medíos técnicos de
impresión
más avanzados,
dedicado al magisterio del P. Ramírez
. y a la labor de Father Victorino Rodríguez y Rodrlguez. A new
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EL P. VICTORINO RODRIGUEZ
Light in the Firmament of Thomism (New York, 1984). Otro
tanto o muy parecido le
. había

sucedido en Argentian,
pues son
muchas

las peripecias y sorpresas qúe rodean a estos artículos,
trabajos· y conferencias un tanto desperdigados. Algunos son de
muy escasas p.á~nas. Otros, textos íntegros o resúmenes de -sona~
das intervenciones en Congresos, como en el del Internacional
de Roma-Nápoles, de 1974, celebrado con motivo del VII
Cen­
tenario de la muerte de Santo Tomás, en el que la exposición de
su extraordinaria conferencia sobre la antropología tomista fue
voluntariamente reducida para dar tiempo a la del entonces car­
denal Wojtyla, hoy Pontífice felizmente reinante, por coincidir
en la materia; o en el internacional dedicado a
Teoría y Praxis,
Génova-Barcelona,

1976, donde
trazó magistralmente
la trayec­
toria histórica de la alternativa contemplación-acción, situando
en su propio lugar la
«ortopraxis»; o
en el Internacional Tomista
de Roma, 1980, en conmemoración centenaria de la encíclica.
Aeterni Patris, donde reivindicó, en una intervención fulgurante,
en sesión plenaria, la autenticidad
tomista del ens in quantum. ens
como objeto de la Metafísica, frente a la pretensión de hacerlo
coincidir con el
actus essendi o existencia. ¡Como si. la distin­
ción real de
essentia et esse -argumentó con lógica aplastante
el P. Victorino-- no fuese el resultado de un análisis metafísico
del
ens in quantum ens! En aquel mismo congreso de 1980 cau­
só impresión su . aportación esclarecedora de la · metafísica del de­
recho, que debió repetir posteriormente en la Universidad de
Buenos Aires.
·
Muy

sonada había sido también la puntualización a la versión
que había dado monseñor
· Pietro

Pavan, consejero muy cercano
a Juan XXIII en la redacción de la
Pacem in terris, a los de­
rechos de la «conciencia recta», contribuyendo a su
mayl>r pre­
cisión

y coherencia1 sin veleidades suarecianas, en las futuras
alusiones a esta expresión, que había resultado ambigua en el
magisterio de los Papas posteriores, como puede comprobat
el
lector atento en este mismo volumen.
Fidelidad.
Quien trate de dár con el secreto de sus aciertos más reco­
nocidos o de · algunas de sus intervenciones más romentadas,
como

las mencionadas en esos congresos internacionales, ha de
tener muy presente, además de su formación y de su dedicación
a
la docencia -de lo que tiene el lector cumplida información
en las mencionadas páginas
bio-bibliográficas---, que
el
P, Vic-
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VICENTE MARRERO
torino figura · como uno de los discípulos más fieles y estimados
del célebre P. Ramírez. Como que es el editor y albacea de su
obra planeada en cuarenta volúmenes en la edición del Consejo
Superior de Investigaciones Científicas, de los que han salido
hasta la fecha tan
~ólo dieciséis

de respetable grosor. Edición
lamentablemente interrumpida en 197 4, cuando está llamada, en su campo, a cumplir un cometido similar a la obra de Menén-
dez Pelayo en
e] suyo. _ _
Propugna el P. Ramírez que los mismos discípulos de los
grandes maestros

han de aprender a ver las cosas por s( mis­
mo.s, reviviendo, en cierto modo, el proceso inventivo de quien
primero lo descubrió. De otra suerte no habría ciencia, sino fe
humana. Y a esto, de tejas abajo, _se le llama fanatismo, aunque
impropiamente se le quiera
revestir de

espíritu filosófico.
Vigorosa personalidad,
figura arquetípica

la del P. Ramírez,
con su trayectoria vital de hombre de Dios en
la tenacidad clara
y serena de una estrella en
el firmamento más sólido de nues­
tro patrimonio cultural. Un ejemplo supremo de fidelidad a

mismo,

a la propia
vocación, a
los postulados de las circuns­
tancias en que vive y
a los

principios abrazados desde la edad
temprana con sinceridad clara y enamorada. Fidelidad a s( mis­
mo que igualmente se advierte en sus discípulos, aun dentro_ del
conjunto sintético-sistemático, que es,, en último· término, lo que
caracteriza al sabio sin detrimento en ser únicos en temas deter­
minados. ¿O, acaso, eom:o-el P. Victorino, no conserva su per­
sonalidad más sui generis el P. Urdánoz en sus confrontaciones
con las figuras de nuestro tiempo, o
el P. Fraile en sus estudios
históricos; o el P. Bandera en
sus comentarios
eclesiológicos
basados en el Vaticano II, o en sus estudios sobre la Teología
de la

liberación; o el P. Maximiliano García Cordero
en sus'
es­
tudios escriturísticos ...
? Nombres entre lo más granado del pen­
samiento católico español contemporáneo, en los que no se in­
sistirá bastante sobre
la influencia que en ellos ejercieron cele­
bérrimos maestros como Arintero, Colunga, Beltrán de
Here­
dia,

Ramfrez ... Y como este grupo podrían citarse otros de dis­
tintas órdenes y centros académicos que ofrecen características similares. Aparte de los profesores, pensadores y escritores se­
glares que, en la escuela que aquí nos ha interesado más de
cerca, han desempeñado su
l)apel, digno

de todo encomio, como
los de Leopoldo-Eulogio Palacios, González Alvarez, García
Ló­
pez. Millán Puelles, Canals, J. M. Gambra ...
No voy a repetir ahora del P.
Ramírez lo que ya dejé escrito
en _el volumen que le
dediqué hace

ya algunos años (C. S. I. C.,
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EL P. VICTORINO RODRIGUEZ
1971), al iniciarse la p11blicación de su Opera omnía. Nadie, sin
embargo, más indicado que el P. Victorino
para que
salde
la
deuda contraída con su maestro y le dedique la obra que nos
debe sobre
la novedad y . trascendencia de los logros que su ma­
gisterio derramó a manos llenas en miles de páginas rezumando
profuridos pensamientos. Libros que
él preparó con tanto mimo,
y que el P. Victorino ha sacado de la oscuridad que a sí mismo
se impuso el P. Ramírez. ¿Ouién como
.él conoce la singularidad
de estos logros,
lo más interno y medular de sus vicisitudes, sus
coincidencias
y particularidades características ante disputas que
son
seculares
y en cuestiones que siempre trata el P. Ramírez
impecablemente a summis et al,tissimis?
Es verdad --obras son amores, y . no buenas razones- que
el P. Victorino ha tomado sobre sus hombros la pesada tarea de
emplearse a fondo, en la edición de la
opera omnia del P. Ramí­
rez, con el íntimo convencimiento de . realizar una gran obra y
dispuesto a coronarla si de él dependiese lo más pronto posible.
Pero no es menos cierto, que por conocerla
como nadie
en toda
su extensión
y profundidad y, sobre todo, por ser el testigo más
cercano del escrupuloso deseo de perfeccionar más y más la ex­
posición que el P.
Ramítez se

resistía dar a la imprenta, dejando
de algunas de
ellas_ varias

versiones, nadie también más indicado
que
él para este menester de utgencia con el que hace tiempo le
importuno sacándole de sus casillas.
Insisto sobre ello
y, sobre todo, pienso en lo que supone en
nuestro contexto cultutal actual una escuela
de tan acrisolada
solvencia
y fecundidad como la de la mejor escolástica. Y no
tanto por su nitidez de línea,
característica de
casi todo aquel
que ha pasado por tan duta
y eficaz escuela, como por la claridad
en profundidad
de uo castellano, más que precioso o preciosista,
preciso, del que tanta necesidad tenemos todos en estos tiempos
de consumada ambigüedad. Un castellano hecho para dibujar con
estilete sin utlizar el pastel ni el
difumino, brillante y limpio
como uo diamante. Y por eso también a
vreces algo

cortante.
Pero en aras siempre de una fidelidad a la misma verdad, antes
que a personas
y a. escuelas. Cuestión esta capital de la que ha
hablado magistralmente el propio autor en las páginas que
el
atento lector podrá leer en este volumen_.
Alguna vez en plan de sorna le he dicho
al P. Victorino que
en buena medida es inconsciente de lo que
supone en
nuestro
tiempo, y, más en concreto, en nuestro _panorama cultural patrio
una buena formación escolástica, como lo suya, de la mejor ley.
Escolástica tantas veces criticada de la manera más infundada como
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VICENTE MARRERO
si fuese una meta fábrica de sentencias, ignorando que el juicio
está hecho para eso, y que sólo sentencia debidamente quien tiene
base suficiente para hacerlo. Sobre
el particular -hablo de juicio,
y no todo en
el hombre, por · supuesto, se reduce a juzgar- siento
no
extenderme más romo hubiera sido mi deseo, con ánimo de
salir
al paso de quienes creen que por
oír campanas,
o porque
no les pille de sorpresa la mera existencia de algunos nombres, por lo general extranjeros, o porque tienen al alcance de
1a mano
ciertas exposiciones
más o

menos dramatizadas, ya, por ello, se
está a la altura de las circunstancias. La escueta realidad nos re­
vela
cjue las

soluciones suelen estar muy lejos de su alcance, y
el
verdadero estado

de la cuestión las más de las
veces se

reduce
a un problema de decisión y de formación personal.
No se exagera, pues, cuando se Sostiene que en cada genera­
ción un número
muy reducido
de personas
que se
cuenta,
y se
queda uno corto, con los dedos de la mano, puede hacer gala
de una sólida y esmerada disciplina filosófica. Disciplina lamen­
tablemente sacada de quicio en filosofías que cada
vez más se

han
ido deteriorando y
perdiendo lo. que siempre se ha visto como
su buen espíritu. Los graves trastornos observados últimamente
en
el campo teológico hunden en esta deficiencia filosófica sus
raíces
más salientes
o más al aire.
No es este el caso del P. Victorino
ni lo que trasluce la
propiedad de su castellano, sangrado de agudos latines. Len­ guaje nítido el suyo, que si en ocasiones resulta
difícil de

leer
no lo es por la traza llana de su escritura sino por su
enzimado
arte

de pensar. Este fraile dominico, sacerdote de Cristo ejem­
plar, actualmente Prior de
la casa de religión que sus hermanos
tienen en la calle
madril,eña de
Claudio Coello ( una de las casas
más en forma en
la panorámica actual del catolicismo de Occi­
dente), es uno de los españoles de más cautivador españolismo
que he conocido (como su maestro,
el P. Ramírez, que refutan
por
sí solos cualquier desvirtuación de todo pensamiento serio
sobre el patriotismo en
sí) ...
, no en vano ha figurado en los me­
dios académicos más acreditados de la Cristiandad
de hoy, desde
su
cátedra salmantina

y
la Academia . Pontificia de Teología, a
sus
. colaboradores

en los años del
Concilio con
los padres con­
ciliares y sus intervenciones en congte'sos internacionales .de
filosofía ...
Por alguna razón congénita se halla
el P. Victorino avezado,
desde sus años mozos, . a actos tart singulares como - los típica­
mente escolásticos, con su thesis probanda et defendenda, sus
célebres
quaestiones di!iputandae o quodlihet, entre argumentos
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EL P. VICI'ORINO RODRIGUEZ
quia o ad hominem o propter quid ... et sic videtur satis probata
thesis ... Tesis con las que todo estudiante dominico
ha tratado
de emular la independencia y seguridad
de juicio

de la
insólita
intervención

de aquel mozo de otros tiempos, Tomás de Aquino,
que asombró a su maestro Alberto el Magno, contra quien ar­
gumentaba, al tratar' éste de probar delante de sus condiscípu­
los el talento de Tomás. No ignoro que este modo ergotista de argumentar, típica­
mente escolástico, carece hoy de buena prensa.
Se han ·encar­
gado

de echar leña al fuego entre nosotros --de lo que he
ha­
blado en otro lugar- hombres tan cimeros como -los de Anto­
nio Machado, el Dr. Marañón, el mismo d'Ors, no digamos Una­
muno y Ortega ... Podríamos decir que casi toda la plana ma­ yor de nuestra moderna cultura oficiosa, salvo Menéndez Pe­
layo, con sus sabios aunque muy circunstanciales peros; Maeztu,
con sus lagunas y querencias filosóficas de origen; Asín y Pa­
lacio, con sus proclividades de
agregio arabista;

Gerado Diego,
con sus pituetas y
afán de

novedades; Zubiri, con su especioso,
forzado
y muy enrevesado espíritu de originalidad".; pero, no
tardará mucho, cuando amaine esta ola de excesivo historicis­
mo, pel'spectivismo, vitalismo, neopositivismo, relativismo ...
-irracionalismo en el fondo- que todavía nos asola, para que
la escolástica se valore como merece,
segón el lugar· que le co­
rresponde en la cultura occidental
y más en especial en la nuestra.
Y a muchos de los que le afear.on a los escolásticos de estos
tiempos desapacibles que fuesen tan contenciosos, vociferantes y,
en muchas -ocasiones, intransigentes ante el hueco aterrador de­
jado por la herida abierta en la ausencia de'un auténtico pensa­
miento, han
sido de
los primeros en exclamar, con Antonio Ma­
chado,
el más poeta de estos críticos desconsiderados:
¡Qué difícil es
cuando todo baja
no bajar. también!
Algo similar podríamos adjuntar de otras facetas de nuestra
vida cultural que se han querido contemplar, marginando del
todo a
la escolástica o desde laderas especulativas que nada o
muy poco tienen que ver con ella. Incomprensiblemente es lo
que
. ha

sucedido con
el tan cacareado tacitismo de nuestro Siglo
de Oro, presentado gratuitamente como repulsa de una esco­
lástica especulación abstracta; o con las interpretaciones
de que
ha sido objeto Calderón del que, entre nosotros, a estas alturas
( no se sabe qué hacer con su arte tan soberano) o con
las· ver-
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VICENTE MARRERO
siones de que ha sido víctima' el sentido de la prudencia en
Gracián, o las controversias en tomo a la poesía de Góngora,
inclusive acerca de nuestros místicos o de nuestros pensadores
políticos
dd siglo

áureo o de nuestro
pasadó más
inmediato ...
Y de materias cotno las aludidas podríamos presentar una lista
mucho más nutrida ... Pero si
en ellas

se tropieza irremisible­
mente con la escolástica, también irr_emisiblemente en nuestra
panorámica cultural parece hacerse lo indecible para dar más
bien un rodeo y evitar tropezar con ella, o, lo que es peor, que
se · 1e silencie. Obvia inclemencia, como si la escolástica no sig­
nificase, al
ménos, lo que significa en su más escueta y propia
entidad, que, justamente, no tiene nada de fumista o
de pigmea.
El presente volumen.
Pero ciñéndome al presente volumen y sin ánimo de expla­
yarme en más consideraciones genérales, quienes son conscien­
tes del problema que de pasada aludo _valorarán en todo su al­
cance lo que supone, en· las actuales circunstancias, tratar de
redimir, como hace el P. Victorino, el concepto del humanismo
cristiano,
tan vindicado por ·los. últimos Pontífices y, de manera
muy singular, por el actual. Concepción que, por diversas y muy
diferentes particularidades, se ha prestado a distintas interpre­
taciones. Sobre todo con las lastradas del antropocentrismo como
se advierte en los distintos modos con que en los años poscon­
ciliares se ha intentado explicar la
armonía entre

lo
natural y
lo

sobrenatural y hasta en las maneras tan dispares con que se
ha glosado en ocasiones el mismo humanismo de Santo Tomás. Humanismo que, contemplado
con amplitud
de horizonte, si
se presenta de
Cllta ante

una auténtica realidad de la libertad así
como ante una valoración inequívoca de la conciencia, con todas
sus vinculaciones, ya se trate de la· vocación humana, de la per­
sonalizaci6n de la cultura o de las rafees metafísicas del dere­
cho...
-en definitiva,
la materia tratada en este libro--,-; al
determinarse este humanjsmo como cristiano ha de situarse, de­
cididamente, ante un sentido teologal de la existencia del hom­
bre penetrada por Dios en todos los órdenes de ser, naturale­
za, acción, gracia ...
Con lo que aduzco, Dios me libre, no trato de hacer esco­
lásticos, aunque estamos todos tan necesitados de ellos; ni si­
quiera de rozar tangencialmente cualquier tipo de reclamo de
dudosa entidad ética. Nadie
-es una

obviedad
recordarlo--,-se
hace

escolástico de la noche a
la máñana. Me interesa tan s6lo
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EL P. VICTORJNO RODRJGUEZ
evocar su garanúa, su secular, probada y consistente calidad, que
otra cosa no
significa esta
clase de escolar disciplina. Al menos,
aunque
· sólo

fuese por su seotido inequívoco y consisteote de
la claridad, presupone una filosofía de la distinción. Una repul­ sa por principio a todo lo que suene a irrealidad, vaciedad, men­
tira, ambigüedad ... , de tal suerte que quieo medite sobre la
materia no se le pasarán fácilmeote por alto, en la acual y
crí­
tica situación que vive el mundo y, más eo concreto nuestro
país, las veotajas de una escuela de sus características innega­
bles y reconocidas.
El más profano eo
la materia no ignora que, como método
filosófico, la
escolástica eotraña
una muy singular
técnica de
ex­
posición eo
la que muchos súeleo naufragar, dada la atosigante
abundancia de terribles simplificadores que pareceo haberse mo­
meotáneamente apoderado de los enclaves que determinan la
imageo o el estado
actual de

nuestras letras. Pero no puedo re­
mediarlo. Cuando oigo a alguien manifestar cierta
prevención
ante

el uso terminológico habitual de la
escolástica -que en
buena

medida se reduce hoy a saber bien
latín-me
vieoe a
la mente lo que a E. Gilson le decía el P. Ramírez en su celda
de Salamanca, con
ánimo de
que
· dejaran
de inquietar a figu­
ras como Gabtiel
Marce!, que tenía muy poco de escolástico y
. que segnía su senda propia
en
filosofía: Como
antes y después
de San Agustín, muchos habían seguido respectivamente
la suya.
Y ya que ha salido
el nombre del gran africano me place recor­
dar que, personalmente, no he
oído a
otro panegirista que lo
haya exaltado tanto como el P.
Ramírez.
Si

la escolástica fuese
tan sólo eso: .metodología, técnica ex­
positiva, precisión terminológica ... sería muy
poca cosa.
De sobra
se sabe que su modo de filosofar, eminentemente aristotéliCo,
figuta con el hegeliano entre los más enrevesados de todos los tiempos: pero la
escolástica es
mucho más que eso. Su almendra
filosófica eS la más común, y su doctor por antonomasia tan co~ , éli , mun como ang co. , -
No se trata, insisto -y creo que al P. Victorino no le .dis­
gustará que esto se diga aquí-, de resaltar los perfiles y aristas
salientes y brillantes de una escuela como la suya, sino de mos­
trar su ejecutoria y fecundidad. Sobre todo
de señalar

la enorme
laguna que
.ha supuesto el sileocio que muchos se han empeña­
do en extender sobre· su consistencia en nuestro moderno con~
texto cultural patrio. Y rtada menos extraño, por .consiguiente,
que sea i.ncesantemente un problema de ideotidad
el que se plan­
tea en un tal contexto y en un mundo. que se caracteriza por la
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VICENTE MARRERO
crisis de certezas, y en cuyo horizonte no se ve ahora viabili­
dad alguna para desmontar el poder
· o
la ocupación cultural de
la izquierda en una Europa, por lo visto, condenada a vivir de
su praxis; de su fracaso y -de su · miseria.
Realidad de realidades.
La escolástica, en pocas palabras,
no tiene
otro secreto que
el de su voluntad de realidad y su inteligencia de la suma rea­
lidad de
las.

realidades. Si ha chocado tanto con lo que se ha
solido
. llamar modernidad -vocablo de índole más conceptual
que
cronológica~, su
explicación última no es otra que un cho­
que entre realldad y ambigiiedad, plenitud ontológica e indigen­
cia metafísica, verdad y equi vocidad,
afirmación y

negación. Cho­
que
· en el· que

la escolástica se ha ido quedando cada
vez m.ás
sola

en el panorama cultural que brinda hoy el
munklo. Sola
en
tanto que se va viendo que es más bien sólo ella la que toda­
vía parece cápaz de

sentirse con fuerzas
suficientes para
formu­
lar algo que recuerde a lo que es una tesis de verdad. Con razón, Chesterton se entusiasmaba con el
espíritu medieval

que aún
ardía en

el corazón del mismo Lutero al formular las
· suyas
y
clavarlas con su
desaHo en

la puerta de su Iglesia. Cosa que pa­
rece estar
ca~ vez más

vedada a la mentalidad contemporá­
nea --hístoricismo, relativismo, perceptivismo, vitalismo, existen­
cialismo.;,-, revelándose, por ello, incapaz de formular tesis
propiamente dichas. Otra explicación no tiene el origen de la tan reconocida ambigiiedad y extendida confusión en la que hay
hoy universal acuerdo en denunciar. · Si un buen
espíritu escolástico

parece brillar ahora por su
ausencia en nuestro panorama cultural,
más aireado

públicamen­
te, y mucho más si como españoles somos conscientes de lo que
ha
significado para

el modo más habitual con que lo ha entra­
ñado nuestra península, designada por algunos liberales del si­
glo pasado como «Península de la escolástica» no se olvida fá­
cilmente, de una parte, su contribución positiva
al confundirse
con
· la envidiable

propiedad y sobriedad de nuestra lengua, des­
de el refranero más popular al auto sacramental más encumbra­ do, pasando por todas las attes, singularmente las más extendi­
das popularmente, y por los consejeros de príncipes y cátedras
universitarias y todo lo que, comúnmente, se designa todavía,
aµnque un tartto vagamente, como realisnio español. .. ; de_ otra
parte, no se ha de infravalorar, a juzgar por sus desazonadoras
consecuencias; lo que, en última· instancia -ha supuesto una ene-
220
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EL P. VICTORJNO RODRJGUEZ
miga declarada a su verdadero espíritu, sobre todo desde los años de la Ilustración, cuyas últimas
ramificaciones se
compen­
dian en muy recientes y ya
mencionados enconos,

en
. ocasiones
muy
mal disimulados, así como en las actitudes equívocas de
quienes eran los menos indicados para esta clase de alardes en
el etado
actual de nuestro descentrado mundille intelectual.
· El

hecho innegable es que, cada
vez, a juzgar por
lo que
ahora se suele leer en la crítica volandera de los diarios, abun­
dan quienes consideran trasnochado· interesarse por las cuestio­
nes planteadas por lo que se tiende a ver como vieja escolás­
tica, contra el parecer constante e insistentemente formulado por
el magisterio de la Iglesia católica que, abiertamente, propugna su reconocimiento y exaltación. Actitud que no puede ser más
sincera y consciente y que sin dificultad se comprende, aunque
suele malentenderla quien la interpreta desde otro ángulo de
mira, como si este magisterio, por antonomasia, tratase de im­
poner a la fuerza un tipo de filosofía o un exclusivo modo de
filosofar. Se comprende como se comprende la escueta verdad,
rigurosamente histórica,

por muy enigmático que pudiera pare­
cer a muchos este reconocimiento. Cierto que no es nada fácil
encontrar un cuerpo de doctrina que, permaneciendo constante
y fiel a sí misma, al menos en sus partes esenciales, baya supe­
rado felizmente la prueba y el peligro del tiempo; pero no es
menos. cietto que esto resulte de lo más natural, si se conside­
ra que

el hombre no es sólo racional, sino que lo es desde que
existe, como igualmente otros muchQs conocimientos que se en­
cuentran '.plenamente establecidos desde tiempos inmemoriables.
¿ Por qué la misma razón no ha de tener sus mismas exigen­
cias? ¿O, acaso, resulta humanamente soportable algo que pu­
diera equipararse al constante cambio del cambio como si nada
tuviera consistencia en nuestros amores, preferencias o cuidados?
Admira sobremanera en escolásticos, como el P. Victorino, que, en la dirección acentuada por su maestro, el P.
Ramírez, siga
con

renovada fidelidad el
sensus Ecclesiae de la línea trazada por
su magisterio.
Y tan

es así que los leves retoques que se advier­
ten en la reproducción de los trabajos aquí recopilados se han
hecho sólo en el seniido de ponerlos al día con las citas de las
últimas encíclicas e indicaciones pontificias. Por
algo Santo

Tomás, el maestro vindicado constante y
abiertamente por
el P. Victorino desde que comenzó a esctibit
de
filosofía y

teología,
es el maestro iluminado por

la luz de la
fe, guiado siempre por la naturaleza y sirviéndose de los Santos
Padres y de Aristóteles; si por algo, también, es precisamente el
221
Fundaci\363n Speiro

VICENTE MARRERO
representante del magisterio más perenne que a los ojos de las
Iglesias
católicas y de sus fieles seguidores ha superado el paso
de los
siglos. Y

la razón más profunda
de esto es que tuvo la
suficiente humildad para recibir la verdad, dondequiera que la
encontrara, e incorporarla a su: sistema, pues es este amor a la
verdad el que explica la perennidad de su doctrina. A este res­
pecto escribe de Santo Tomás, su excdente comentador, el car­ denal Cayetano,
1o que

Gilson gusta de repetir: que por .haber
venerado Santo Tomás del modo
que veneró

a sus antecesores,
de alguna manera había heredado
lá inteligencia

de todos ellos,
con
la particularidad de que al aceptar toda verdad, dondequiera
que la encuentre; al mismo
tiemp9 hace
gala de
la más sana Ji.
bertad.
Así, la
escolástica, y Santo Tomás a su cabeza, no es de de­
recha ni de
izquierda; es

tradicional y progresiva
-tradita et
nova-;
va de lo inmanente a lo trascendente, e inspira tanto la
justificación del Estado como el servicio de éste a la persona
humana. Pero no hay duda que entre un democristiano inspira­ do en Santo Tomás y, sin ir más lejos, un P. Víctor
Rodríguez
y un simple demócrata, hay diferencias notables, sobre todo de
talante o de temperamento. Pero,
,en definitiva,
esta diferencia
se reduce a una cuestión de consistencia,. a los mismos princi­
pios que se aducen. Y, en cualquier interpretación, no se trata
de una novedad que nos
vendría de
Francia o de los Estados
Unidos. Iluminada por Roma, nos vino, universalmente, de
la
antigua Grecia, y antes de pasar por la Sorbona o por Nueva
York pasó, si se quiere ver
así, por

el norte de
Africa, por la­
cuenca · del

Mediterráneo o por la escuela de traductores del
Toledo medieval .
.c
Así, quienes suelen motejar ahora a los escolásticos españo­
les de nacional-católicos, tendrán que probar antes de cómo es
posible encontrar en ella particularismo cultural alguno. Y,
mu"
cho

menos, del tipo
que se
advierte en los conservadurismos sin
alma, tan
desniedulados .como

trasnochados e igualmente en pro­
gresistas descastados, de tfpico signo
illquierdoide.
Tampoco

se trata de una actitud unilateral o exclusivamente
intelectualista como

tantas veces
ha sido denostada injustamen­
te el tomismo. Pocos entre ellos han comentado con tanta asi­
duidad como
'el P: · Victorino el modo como Santo Tomás vindica
el

papel de
la. voluntad ·superior, ,en ciertos cometidos impor­
tantes de la misma inteligencia, así como en la cuestión del co­
nocimiento
natural de

Dios
ateísmo contemporáneo.
222
Fundaci\363n Speiro

EL P. VICI'ORINO RODRIGUEZ
Los escolásticos españoles.
Basten estas breves connotaciones · para percatarse, de entra­
da, de lo
tonilicador y
reconfortante que resulta ver demostra­
do en
:figuras como

la del P.
Ramírez y
en sus discípulos más
caracterizados, que no se han. agotado las grandes virtudes
lini­
versales de un pueblo, y que éstas dan siempre sus frutos más
propios cuando sus gentes se
abrazan- a· una

escuela de pensa­
miento con
narural y

proporcionada a su genio. Muy escasas
veces se ha visto en el panorama del pensamiento español con­ temporáneo una
fe tan consumada en la raz6n y én la ciencia
como la que se advierte en· figuras
como la del P. Ramfréz y sus
seguiqores y discípulos. El P. Victorino, que ha acertado, por
ejemplo, en resaltar
la singular aportación del P. Ramírez en su
obra
De habítibus in comuni al trasladar lo que esto significa
·
metafísicamente

en nuestra conducta ( de lo que ha hecho en
este volumen una glosa magistral, tanto por lo que se refiere a la personalización de
la cultura como en el sentido ético de la
política y metafísica de derecho), nos revela al mismo
tiempo
que

nada se halla más alejado de
las angustiadas
cavilaciones
49e sobre el ser de España se viene sucediendo entre nosotros
desde hace más de un siglo.
Algunas tan
sumamente patéticas
y aún melodramáticas· con sus conocidas
y manidas lucubraciones,
que si bien
· tratan

ahora de reaccionar ante actitudes calificadas
de excesivamente esen_cialistas, no suelen tener presente qué quié~
nes así se manifiestan ahora son, precisamente; los que más han
encayado en deficientes concepciones·
mosóficas, bien
se trate de
la doctrina romática -del
Volgeist, de hipostasiones idealistas o
de escisiones
. drásticas

e irreconciliables, que no guardan equi­
valencia alguna con la visión habitual y metafísica de la reali­ dad, como es la propiamente
escolástica. A

muy pocos se le
oculta que tan aireados hipercríticos tratan, en última
instancia;
de

paliar la expresión de un inevitable descontento, sin embar­
go, lo que está en juego es una desazón de raíz, de índole voca­
cional,' personal, existencial, con más base en nuestro sentido
de la virtud de !ci que comúnmente se pregona. De esto, con
singular propiedad, habla también
el -P. Victorino en el presen­
te volumen.
No obstante, algo parece
haber fallado

de
manera Óstentosa
en

la escolástica
contemp,oránea y,

más en concreto, entre los
escolásticos españoles de nuestro tiempo. ¿Endeblez o escasez de
los puentes que han intentado alzar hacia la mentalidad contem-
223
Fundaci\363n Speiro

VICENTE MARRERO
poránea, bien para vindicada en lo que tiene de acertada o para denostarla en lo que presenta de censurable?
¿Tal vez
exceso de
espíritu defensivo, falta de interés
por el entorno filosófico cir­
cundante, ánimo acomplejado ante
. el predominio extranjerizan­
te inclusive, salvo honrosas excepciones, en
el estudio de nues­
tros místicos
y aún de nuestros escolásticos del pasado?. . . Es
este un campo en
el que no hay por. qué e,:tenderse aquí, pero
tampoco

para abrigar complejo alguno, como revela por su cali-
·
dad

y número el profesorado español de Roma, pues no sólo
en Marburg, Harward o Londres se dan patentes de filósofos y
de filosofía. Resulta extraño, sin embargo,. que unas cosas se queden en
la mente más· que otras. Algo hay en nosotros ·que confunde las
vacilaciones y debilidades con las últimas manifestaciones de
nuestra existencia, como si lo que se ventilase en la esfera
del
pensamiento, más o menos aireados nacional e internacional­
mente, se plantease también en nuestras esferas
m.ás íntimas.
De
modo similar
· a

como avanzamos en
. el tiempo sin avanzar si no
se ganan
bazas· en

lo que propiamente es el campo
· del
espíritu.
Y. entre

lo que pudiera criticarse como falta de atención ha­
cia lo más. fundamental o, si se prefiere, de excesiva condescen­
dencia ante lo que no es más que mero polvillo de las
filoso­
fías

del momento, solemos pasar de lado o no se
le da
el debi­
do realce a lo que
sigoifica, · de

manera global,
la ascendencia de
verdad, entre nosotros, de un espíritu inequívocamente esco­
lástico.
Se

insiste ahora en que el
nuevo modo

de filosofar y de pen­
sar, que ha pasado
a ser característico del siglo, ha surgido al
compás de una revolución cultural muy profunda,
y se· pasa
como
sobre ascuas por nombres tan cimeros como los de Berg­
son, füentano,

Husserl, Scheler, no digamos Heidegger o Zu­
biri, no
ha han cesado de. girar sobre los temas que son los más
comunes a la escolástica. Y si de lo más eminentemente especu­
lativo _pasamos a lo que más en concreto nos atañe· como espa­
ñoles, alguna explicación ha de encontrarse al hecho de que Es­
paña, históricamente, es de los pocos países donde las palabras
nación y noción parecen estar, como en ningún otro
sitio· de la
tierra,

más
cerca la una de la

otra
y, sin embargo, se halle actual­
mente en tal
. estado

de desazón e indigencia que Dios quiera
sea pasajero y momentáneo.
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Fundaci\363n Speiro