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Número 231-232

Serie XXIV

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C. Alberto Roca: Vida del Cardenal Arzobispo Cirilo de Alameda y Brea


INFORMACION BIBLIOGRAFICA
Olavide o Mejfa Lequerica, que Arciniegas sobrevalora y, en
el caso de Olavide, omitiendo un dato fundamental, como es su
conversión final y
el haber escrito El Evangelio en triunfo, no
pasan de
ser dos

españoles
de ultramar llegados a una patria
que era absolutamente suya: España. Y que como a hijos les re­
cibió. Macanaz · tiene tanto que ver con América como con el
Kurdistán. Americanizar a

Garibaldi es como africanizar a Na­
poleón porque estuvo en Egipto o murió en Santa Elena.
Y así
todo. Los ejemplos más típicamente americanos, un Benito Juá­
'rez,
por· ejemplo.
-y se llamaba Benito y
Juárez--en su acti-·
vidad

política no fue más que un puro remedo de los liberales
masones··y anticatólicos

europeos.
Esa América, por otra parte, la disociada
de las rafees reli­
giosas que España
y Portugal llevaron a esas tierras, y que tanto
fruto dieron, es con la que Arciniegas
sintoniza y

a la que en­
salza. Las

reticencias ante la Iglesia son constantes en su hbro.
Si como
divertimento erudito la obra es notable, hacerla tras­
cender de ello no
serla más
que el origen de una inútil polémi­
ca que pronto
llevarla -pues

son evidentes los datos-- a res­
taurar la vetdad histórica. El buen sentido de nuestros hermanos
de
América habrá,

a buen seguro, de evitatlo. La grandeza y el
futuro prometedor de aquel continente va por otros rumbos.
FRANCISCO JosÉ FERNÁNDEZ DE LA CIGOÑA.
C. Alberto. Roca: VIDA DEL CARDENAL ARZOBISPO
CIRILO DE ALAMEDA Y BREA
(*).
Personaje verdaderamente rocambolesco fray Cirilo de Ala­
meda y Brea. Su larga vida --que llegó hasta los 91 años-- más
parece una novela de aventuras que el sosegado pasar por el
mundo de

un fraile
y de un obispo. Cierto que. el siglo XIX fue
agitado para la Iglesia española y para sus hombres, pero, aun
así, la petipecia vital del cardenal Alameda rompe todos los
moldes. Joven franciscano, embarca, en
días turbulentos

de ruptura
con la Madre Patria hacia la .América que se insurreccionaba. Y,
enseguida
. le

vemos en Montevideo dirigiendo un periódico es­
pafioµsta y belicoso. Huye de la capital cuando la derrota espa­
fiola, es
CtJesti6n de

horas, y surge en
el· Brasil portugués

donde
(*) Montevideo, 1974, 171 págs.
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se erige en agente matrimonial de las princesas de Braganza.
Fuera

la iniciativa
de doña Carlota Joaquina, del fraile francis­
cano o de a¡nbos, el éxito sonrió a Alameda -como a lo largo
de toda su vida-y Fernando VII y Don Catlos casan con sus
sobrinas lusitanas. El oscuro
fraile, después

del éxito matrimonial, pasa
a ser
figura en

la corte
madrileña y se hace con .el generalato de los
franciscanos. Hábilmente, según
García de León y Pizarro. Aun­
que el veneno que siempre destila su pluma· no permite tenerle
como incontestable autoridad.
Consultor de la Inquisición, Grande de España... Su nom­
bre se vincula en todas las relaciones de la famosa
y denostada
«camarilla» del rey. El Trienio, naturalmente, le es adverso y
lo concluye en el exilio. Se ha escrito que su vida corrió pe­
ligro en la España revolucionaria. Y bien pudo ser cierto. La restauración fernandina lo devuelve a España
y a su firme
posición en la Corte. Pero
el· rey

era voluble y por razones aún
no muy claras decide alejarlo de España, consiguiendo para
él la
mitra arzobispal de Santiago de Cuba. Más lejos sólo le queda­
ban las Filipinas. Fray Cirilo quiso renunciar al honor que se le
ofrecía, pero el rey no admitió excusas y
Alamed.a vuelve

a cru­
zar
el océano por tercera vez en dirección a las Indias, en esta
ocasión como Arzobispo.
Apenas
. le

qued ba vida al rey
y su muerte y sucesión fue­
ron trágicas para España. Nuestro arzobispo,
y también por
causas todavía no
si¡ficientemente aclaradas,

abandona pocos años
después su sede y aparece en España en la corte
de Don Car­
los. En ella se debatían «apostolicos»
y moderados, y Alameda
toma partido por estos últimos, lo que le vale el odio de los
primeros, que no vacilan, con o sin razón, en identificarle con
Maroto. Y, recordando sus anteriores -éxitos matrimoniales, casa
a Don Carlos, viudo de uoa Braganza, con una hermana de la
princesa muerta. ·
El huodimiento del carlismo parece acabar definitivamente
con la
carrera del
franciscano. Pero no es así. En 1849 es nom­
brado por Pío IX e Isabel II, Arzobispo de Burgos. En 1857 es trasladado a la sede primada de Toledo, y uo año después
creado Cardenal.
Sin embargo
. esta

figura, que parecía llamada a dirigir la po­
lítica
y la marcha de la Iglesia española se apaga, y de un modo
tan llamativo como llamativa
había sido

su
fulgurante carrera.
Como

Arzobispo de Burgos
y como Cardenal. Primado apenas
se hace notar. Es un obispo sumiso, demasiado s~iso, a las
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autoridades civiles, que pasó prácticamente desapercibido en unos momentos realmente conflictivos entre la Iglesia y el Estado.
El segundo mandato de Espartero, O'Donnell y el reconocimien­
to del

reino de Italia, la revolución de 1868 ... Tampoco en el
Concilio Vaticano pesó el Cardenal de Toledo, ¿vejez?,
¿can­
sancio?,

¿falta de ambición en quien había conseguido todo en
la Iglesia de España?...
·
Por

si faltara poco en tan agitada biografía, hay que
sefia­
lar

también la adscripción a la masonería del controvertido
per­
sonaje, ¿como espía?, ¿por otras -razones?
Incomprensiblemente esta figura apasionante no ha intere­
sado a nuestros historiadores. Y aún está por escribir la biogra­
fía que

Alameda se merece.
Con el desfase que impone el increíble y absurdo descono­
cimiento que
·en España

tenemos
de· lq que

ocurre en la América
· Hispana

-la distancia física es también, desgracidamente, inte­
lectual- me llega el libro que C. Alberto
Rqca ha

escrito en
1974 sobre Citilo Alameda. El autor, sobradamente conocido
en
el Cono Sur, embajador de su . patria, Uruguay, en la Repú­
blica Argentina, con numerosas publicaciones sobre materias
his­
tóricas y jurídicas, ha· escrito un libro realmente valioso sobre
nuestro desconocido· y olvidado cardenal. Su aportación a la estancia en América de Alameda -Mon­
tevideo, Río

de Janeiro y Cuba- es de gran importancia, y en
lo. que se refiere al Uruguay, definitiva. Aun con el carácter re­
lativo que en
la historia
puede darse a lo definitivo.
Quien vaya
· a

dedicarse a Alameda, y ojalá sea pronto,
ten­
drá

que contar con lo que Roca ha escrito. Y su trabajo es un
modelo para los historiadores: búsqueda en archivos, contraste
de fuentes, actualización
bibliográfica... .
Como

no podría ser de otro modo, también fue polémico
Ala­
meda en Uruguay. Y, como firtne sostenedor de la causa espa­
ñolista, uno de los perdedores. Por ello se ocuparon menos de él los escritores de la República que nacía. Pero sus actividades
uruguayas y brasileñas son claves en la configuración de la
per­
sonalidad

del fraile franciscano. Su «oración exhortatoria», un
elogio de la Constitución de 1812, nos parece un precedente
acomodaticio
a sus maduros años de Burgos y Toledo. Y si en
verdad creyó lo que decía, su perspicacia no es comparable a
la
del. Obispo de Orense, a la de Arias Teijeiro, a la del Marqués
de Villaverde de
Llmia, a la de tantos que vieron, desde el pri­
mer momento, que aquel código era la consagración de los prin­
cipios revolucionarios. Que Alameda, es patente, repudiaba.
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INFORMACION BIBLIOGRAFICA
Elogios también a los capítulos brasileño y cubano. Es lás­
tima su brevedad, porque están llenos de sugerencias y de pis­
tas de investigación. Eran
los años activos de Alameda y su p<;r­
sonalidad

lo llena todo.
Respecto a

los españoles el lector queda
. con

una sensación
de disgusto. No
a causa

de Roca, que aporta .datos de interés
recogidos· en los archivos de Burgos
y Toledo, sino por culpa
de Alameda. Y es que no pasa
llllda, Como
he dicho, Alameda
se ha apagado. Obispos
de diócesis de mucha menos importan-.
cia

se hacían notar extraordinariamente más que el Arzobispo
de Burgos
y el Cardenal Primado.
Obra, por tanto, que 'sólo
merece elogios y que recomen-.
damos

sinceramente a todos los que se interesen por la persona
y por la época.
FRANCISCO JOSÉ FDEZ. DE LA CIGOÑA.
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