Índice de contenidos
Número 231-232
Serie XXIV
- Textos Pontificios
- Aniversarios
-
Estudios
-
Importancia y necesidad del estudio
-
Ideología y religión en la Hungría de hoy
-
De la «independentzia» a la «burujabetza»
-
¡Demasiado Estado! ¿Menos Estado?
-
Meditación de la Revolución francesa (I)
-
Temas de la literatura utópica. Sus consecuencias en el pensamiento urbanístico de los siglos XIX y XX
-
El orden natural: fundamentos
-
El P. Victorino Rodríguez, O.P. y la escolástica, hoy. Presentación del libro «Temas-clave de humanismo cristiano»
-
Cómo pensaba un fraile español en tiempos de la Revolución francesa
-
- Actas
- Ilustraciones con recortes de periódicos
-
Información bibliográfica
-
G. W. F. Hegel: El sistema de la eticidad
-
Alexis de Tocqueville: Recuerdos de la Revolución de 1848
-
Manuel de Santa Cruz: Apuntes y documentos para la historia del tradicionalismo español (1939-1966)
-
Francisco José Fernández de la Cigoña: Jovellanos. Ideologías y actitudes religiosas, políticas y económicas
-
Germán Arciniega: América en Europa
-
C. Alberto Roca: Vida del Cardenal Arzobispo Cirilo de Alameda y Brea
-
- Crónicas

Autores
1985
Alexis de Tocqueville: Recuerdos de la Revolución de 1848
INFORMACION BIBLIOGRAFICA
Alexis de Tocqueville: RECUERDOS DE LA REVOLUCION
DE 1948 (*).
Cuando nace el arist6crata francés A. de Tocqueville, la Re
voluci6n francesa se encuentra ya consolida por Napole6n con
el consiguiente vencimiento social y político de la aristrocracia.
Tocqueville se sabía vencido y aceptaba este hecho en todo su
alcance hist6rico, lo cual no quiere decir que
estuviese convenci
do
de toda la raz6n del vencedor. Vencido por
la democracia
y convencido de que
la democracia había triunfado definitiva
mente, no era, sin embargo, un demócrata, sino un liberal, y
del liberalismo se sirve contra la · democracia, al mismo tiempo
que le ofrecía como una posibilidad de salvación. Asimismo, el
liberalismo era
para T ocqueville el medio de salvar una idea
aristocrática, sin incidir en el racionalismo, lo mismo que era
su modo de ser moderno sin entregarse a la democracia. Este ponderado
y nada fácil equilibrio entre liberalismo y
democracia -que en definitiva es la tensión entre libertad e
igualdad que pretenden hallat su consagraci6n en los artículos
de
· la Declaración de Derechos de la Revolución francesa
constituye el drama. político de los tiempos modernos, que tiene
en Francia su principal escenario,
y en que Tocqueville, que lo
encarnó
y vivió con toda intensidad, un personaje principal y
un historiador objetivo de todos los actos de
la representación.
Tocqueville es
historiador brillante y objetivo de la realidad
cuyos hechos
«expone»; es
sociólogo perspicaz que sin perder de"
vista la
originalidad histórica de lo que analiza, lo hace con una
visi6n comparativa, que no contentándose con la mera exposi
ción le
lleva a
una satisfactoria «explicación»;
y, es
también,
filósofo político que sabe «valorar» acertadamente los hechos. Si a esta triple dimensi6n añadimos su condición de hombre
po'
lítico
activamente
en la azarosa vida
política con
intervencio
nes destacadas
y, a veces, decisivas como parlamentario y minis
tro en los afios que nos va a relatar, tendremos en Tocqueville
no sólo un testigo de excepción, sino un primer actor del drama
revolucionario, mejor, de ese período revolucionario al que se
contrae el contenido de los Recuerdos sobre unos acontecimien
tos
históricos tan apasionantes como los que se inician en
febre
ro
de 1848 y se extienden hasta octubre de 1949. El libro que presentamos es una especie de «diario» de lo
(•) Edici6n preparada por Luis Rodríguez Zúfiiga, Editora Nacional.
Clásicos para
una
Biblioteca
Contemporánea, Madrid,
1984, 327
págs. ·
241 16
Fundaci\363n Speiro
INFORMACION BIBLIOGRAFICA
que su autor ya viendo y viviendo cada día y que, sin un propó
sito
inicial . de que fuese publicado, quiso que fuese fiel reflejo,
no adulterado, de los
acontecimientos «bien
observados» por
él.
«No es mi propósito -dice-,-ef de remontarme en mis recuer
dos más allá
de la revolución de 1848, ni traerlo más acá de mi
salida del ministerio, el 30 de octubre de 1949. Sólo dentro de
esos
límites tienen
cierta grandeza los acontecimientos que yo
quiero describir y, ... por otra parte, es en ese tiempo, asimismo,
cuando mi situación me permitió observarlos bien». No quiere,
sin embargo, hacer. la historia de la revolución
de 1848, sino
«redescubrir
la huella de mis actos, de mis ideas y de mis im
presiones a lo largo de aquella revolución». Y esta descripción de los acontecimientos y el redescubrimiento de sus ideas sobre
los mismos, lo
hace con
una gran objetividad expresamente reite
rada: « Yo digo verdades muy duras a menudo, a la sociedad
francesa de nuestros
días y,
en general, a
la Sociedades Demo
cráticas», porque
«estoy obligado
a decir a mi
país lo
que es
mi convicción profunda y
meditada».
A
quienes atribuyen a Tocqueville pasiones partidistas con
testa éste diciendo: «sólo tengo opiniones; o mejor, sólo tengo
una pasión, el amor por la libertad y por
· la
dignidad de la per
sona humana». No pretende tampoco Tocqueville servir ni com
batir a ningún partido político, sino más allá
de lo que ellos
ven»,
y así «mientras ellos se ocupan del mañana, yo he querido
pensar en el porvenir». Tocqueville enfoca la problemática po
lítica como historiador que «percibía
el futuro con una claridad
de
visión que no se tiene más que tomando en consideración
el
pasado». Con razón se ha dicho de él que es el más importante
historiógrafo del siglo
XIX. Todo el acontecer histórico que des
emboca en la Revolución francesa y el. que de ésta arranca se
ilulnina y
aclara a la luz del tema fundamental de la libertad y
de la
igualdad,
no. como conceptos abstractos,
sino vistos en su
dramático problematismo. Según Tocqueville en el antiguo
ré
gimen
están los
gérmenes de
la obra revolucionaria. Esta se
di
rige
contra el espíritu aristocrático del antiguo régimen, en el
que radicaba una fuente viva de la libertad; pero, en cambio, continúa la obra positiva de ésta: la centralización, que no
pe
reció con la Revolución porque ella .misma era ya el comienzo
de esta Revolución y su precursora. El antiguo régimen era
· un
régimen
de libertad;
cu\intitativamente, de
mayor libertad, aun
que cualitativamente de una libertad distinta, pues era una li
bertad irregular
e. intermitente,
siempre unida a la idea de ex
cepción y de privilegio.
La Revolución francesa es una rebelión
242
Fundaci\363n Speiro
, INFORMACION BIBUOGRAFICA
antiaristocrática para implantar la libertad y la igualdad, pero
matándose, en cierto modo,
-las
fuentes de la libertad, porque
rotos los vínculos de casta, de clase, de corporación o de fami
lia, los hombres propenden en tales sociedades. con irresistible inclinación a retraerse en nn individualismo estrecho
que· mata
todas
las virtudes públicas. Pero si los hombres y los pueblos
aman
.sin. duda alguna la libertad, aman con más intensidad la
igualdad, en la libertad o fuera y
contra ella, en nn creciente
igualitarismo entre los hombres, que ahoga la fuente
viva de
la
liqertad, que
es la personalidad. Los hombres -había dicho
T ocqueville- habían querido ser libres para hacerse iguales, y
a medida que la igualdad se establecía con ayuda de la libertad
les
hacia menos
asequible esta última.
Para Tocqueville, la Revolución francesa de 1789 es
el mar
co de nna lucha· encarnizada, que se prolonga, entre
el antiguo
régimen, sus tradiciones, sus-recuerdos, sus esperanzas y sus
hombres representados por la aristocracia, de . nna parte, y la
Francia nueva, capitaneada por la clase media, de otra; «no
hay más que una sola revolución; una revolución que es siem
pre la misma a través de fortunas y pasiones diversas. . . que,
según todas las probabilidades, nosotros no veremos concluir».
A nn período de esa «revolución continua» es a la que· Toc
queville va a dedicar estos
Recuerdos, la revolución de 1848.
Como observador de excepción de esta revolución, Tocqueville
nos relata, con agilidad periodística
y . en forma amena, esta se
rie de veinte crónicas y siete apéndices, desde julio de 1850
hasta junio de 1851, que comprenden las
tres partes en que se
divide
el libro que presentamos.
Con certera visión y honradamente preocupado por la ob
servación del ambiente que ve, cada día más
amenazador y pró
ximo,
advierte ya en 1847
y en nn discurso parlamentario. a
principios ded 1848, como signos precursores de esta revolu
ción que, frente a la pasiva languidez, impotencia, inmovilidad y
tedio de los gobernantes, comenzaba a manifestarse con sínto
mas febriles e irregulares en las clases obreras en las que sus
pasiones
políticas se
iban
convirtiendo en
pasiciones sociales;
que poco a poco entre ellas se iban extendiendo unas opiniones,
nnas ideas «que no
aspiran sólo
a derribar tales leyes, tal mi
nisterio, incluso tal gobierno, sino la sociedad misma, quebran
tándola en las propias bases sobre las cuales descansa», porque tiene una visión del mundo radicalmente distinta: es el socialis
mo, que quedará como
_el carácter
esencial
y el recuerdo más
temible de la revolución de febrero. Tocqueville -comentá
Ro-
243
Fundaci\363n Speiro
INFORMACION BIBLIOGRAFICA
dríguez Zúñiga-percibe sin vacilación que ·se trata de la pri
mera revolución socialista
y es bien consciente de que, a · partir
de
entonces, el socialismo (por el que siente hostilidad) será un
componente fundamental de los movimientos revolucionarios. Y cuando tales opiniones
~sigue diciendo
Tocqueville en la Asam
blea-
echan raíces y se extienden de un modo casi general,
cuando penetran
profqpdamente en
las masas, «tienen que traer,
antes o después, las revoluciones más terribles». Esta seria ad
vertencia de Tocqueville a los gobernantes respondía no sólo a
la realidad, todavía un tanto agazapada, sino a la convicción pro
funda
y meditada de Tocqueville, que éste se creía obligado a
decir a su país: «que las costumbres públicas se degradan, que
la degradación de las costumbres públicos os llevará, en un tiem
po breve, próximo tal vez, a nuevas revoluciones».
No se equivocaba Tocqueville, y antes de un mes de cuando
dio
~ste diagnóstico,
la revolución de febrero de 1848 bahía es
tallado y la violencia más despiadada estaba
en· las
calles de
París, el
gohiel;Jlo había
caído y poco después
el rey había ab
dicado, acaso porque, como
·el mismo Tocqueville
había predi
cho,· la
causa real
y eficiente que hace que los hombres pierdan
el poder es que se han hecho indignos de ejercerlo; lo peor en
este caso uo es que el gobierno hnbiese sido derribado, sino que
era el poder mismo el que estaba por los suelos. Y esto es lo
que preocupaba seriamente a Tocqueville: que el movimiento que se imprimía a la máquina política le parecía demasiado vio
lento para que el poder pudiese detenerse en los partidos inter
medios ( a los que
él pertenecía) y que, en su opinión, acabaría
cayendo
muy pronto en unas manos que entonces le resultaban
tan hostiles como las propias manos a las que ahora les era
arrebatado.
Acerca
del juicio sobre las causas de la revolución de 1848 y
de sus ideas sobre sus consecuencias, Tocqueville afirma que esta
revolución, como todos los grandes acontecimientos de este gé
nero, nació de unas causas generales
y de unos accidentes que la
provocaron; y
tan superficial sería hacerla derivar necesariamen
te de las primeras, como atribuirla únicamente a los segundos.
La revolución industrial que había convertido a París en
la pri
mera ciudad manufacturera de Francia y atraído a toda
tina nue
va población de obreros; el ardor de los goces materiales que
excitaba a toda aquella misma multitud; el resquemor democrá
tico y la envidia que la minaba; las teorías económicas
y polí
ticas que tendían a hacer creer que podrían suprimir los males
y la pobreza cambiando de base a la sociedad; la centralización
244
Fundaci\363n Speiro
INFORMACION BIBLIOGRAFICA
y el desprecio hacia la clase .que gobernaba; la movilidad de las
instituciones, de las costumbres y de los hombres en una socie
dad agitada por siete grandes revoluciones, sin contar con un
gran número de pequeñas conmociones secundarias: esas fueron
las causas generales sin las que
la revolución de febrero habría
sido imposible. Y los principales accidentes que la provocaron
. fueron,
según Tocqueville, las torpes pasiones de la oposición
dinástica, que preparó una sedicción al querer hacer una refor
forma; los errores y el desorden
mental de
aquellos
go~an
tes, tan
incapaoes de consolidar
lo que habían debilitado; y, por
último, la súbita y extraña postración senil del rey Luis-Felipe,
que no había previsto
ni hecho nada por desbaratar aquella revolución. Tocqueville, que había pasado su juventud en medio de una
sociedad que parecía
hacerse próspera
y grande, al hacerse li
bre; que había concebido
la idea de una libertad moderada, re
gular, contenida por las creencias, las costumbres y las leyes; a quien los atractivos de esa ibertad le habían conmovido, y
cuya libertad se
había convertido
en la pasión de toda su vida y
de cuya pérdida creía que
jamás se
consolaría, ahora veía cla
ramente que tenía que renunciar a ella.
Sabía que si una gran revolución puede instaurar la libertad en un país, la sucesión·
de varias revoluciones hace imposible, en él, para mucho tiem
po, toda libertad regular. Y es que la Revolución francesa vuel
ve a empezar, porque siempre es la misma.
EMILIO SERRANO VILLAFAÑÉ.
Manuel de Santa Cruz: APUNTES Y DOCUMENTOS PARA
LA IDSTORIA DEL TRADICIONALISMO ESPM
Después del fallecimiento del Generalísimo Franco (20 de
noviembre de 197 5)
han ido apareciendo libros que de diversas
maneras -memorias, biografías, relatos, reportajes-, ofrecen noticias de la política española entre los años 1936-1975. Todos
los grupos políticos e ideológicos están publicando la historia
de sus actividadés -más o menos sumergidas-- en estos años.
No podía
faltar en esta promoción bibliográfica alguna referen
cia a la Comunión Tradicionalista, que después de un brillante
{*) Tomo I (año 1939), 2.• ed., Zamora, 1984, 198 págs. Pedidos a Stella, Ayala, 21, 28001 Madrid.
245
Fundaci\363n Speiro
Alexis de Tocqueville: RECUERDOS DE LA REVOLUCION
DE 1948 (*).
Cuando nace el arist6crata francés A. de Tocqueville, la Re
voluci6n francesa se encuentra ya consolida por Napole6n con
el consiguiente vencimiento social y político de la aristrocracia.
Tocqueville se sabía vencido y aceptaba este hecho en todo su
alcance hist6rico, lo cual no quiere decir que
estuviese convenci
do
de toda la raz6n del vencedor. Vencido por
la democracia
y convencido de que
la democracia había triunfado definitiva
mente, no era, sin embargo, un demócrata, sino un liberal, y
del liberalismo se sirve contra la · democracia, al mismo tiempo
que le ofrecía como una posibilidad de salvación. Asimismo, el
liberalismo era
para T ocqueville el medio de salvar una idea
aristocrática, sin incidir en el racionalismo, lo mismo que era
su modo de ser moderno sin entregarse a la democracia. Este ponderado
y nada fácil equilibrio entre liberalismo y
democracia -que en definitiva es la tensión entre libertad e
igualdad que pretenden hallat su consagraci6n en los artículos
de
· la Declaración de Derechos de la Revolución francesa
constituye el drama. político de los tiempos modernos, que tiene
en Francia su principal escenario,
y en que Tocqueville, que lo
encarnó
y vivió con toda intensidad, un personaje principal y
un historiador objetivo de todos los actos de
la representación.
Tocqueville es
historiador brillante y objetivo de la realidad
cuyos hechos
«expone»; es
sociólogo perspicaz que sin perder de"
vista la
originalidad histórica de lo que analiza, lo hace con una
visi6n comparativa, que no contentándose con la mera exposi
ción le
lleva a
una satisfactoria «explicación»;
y, es
también,
filósofo político que sabe «valorar» acertadamente los hechos. Si a esta triple dimensi6n añadimos su condición de hombre
po'
lítico
activamente
en la azarosa vida
política con
intervencio
nes destacadas
y, a veces, decisivas como parlamentario y minis
tro en los afios que nos va a relatar, tendremos en Tocqueville
no sólo un testigo de excepción, sino un primer actor del drama
revolucionario, mejor, de ese período revolucionario al que se
contrae el contenido de los Recuerdos sobre unos acontecimien
tos
históricos tan apasionantes como los que se inician en
febre
ro
de 1848 y se extienden hasta octubre de 1949. El libro que presentamos es una especie de «diario» de lo
(•) Edici6n preparada por Luis Rodríguez Zúfiiga, Editora Nacional.
Clásicos para
una
Biblioteca
Contemporánea, Madrid,
1984, 327
págs. ·
241 16
Fundaci\363n Speiro
INFORMACION BIBLIOGRAFICA
que su autor ya viendo y viviendo cada día y que, sin un propó
sito
inicial . de que fuese publicado, quiso que fuese fiel reflejo,
no adulterado, de los
acontecimientos «bien
observados» por
él.
«No es mi propósito -dice-,-ef de remontarme en mis recuer
dos más allá
de la revolución de 1848, ni traerlo más acá de mi
salida del ministerio, el 30 de octubre de 1949. Sólo dentro de
esos
límites tienen
cierta grandeza los acontecimientos que yo
quiero describir y, ... por otra parte, es en ese tiempo, asimismo,
cuando mi situación me permitió observarlos bien». No quiere,
sin embargo, hacer. la historia de la revolución
de 1848, sino
«redescubrir
la huella de mis actos, de mis ideas y de mis im
presiones a lo largo de aquella revolución». Y esta descripción de los acontecimientos y el redescubrimiento de sus ideas sobre
los mismos, lo
hace con
una gran objetividad expresamente reite
rada: « Yo digo verdades muy duras a menudo, a la sociedad
francesa de nuestros
días y,
en general, a
la Sociedades Demo
cráticas», porque
«estoy obligado
a decir a mi
país lo
que es
mi convicción profunda y
meditada».
A
quienes atribuyen a Tocqueville pasiones partidistas con
testa éste diciendo: «sólo tengo opiniones; o mejor, sólo tengo
una pasión, el amor por la libertad y por
· la
dignidad de la per
sona humana». No pretende tampoco Tocqueville servir ni com
batir a ningún partido político, sino más allá
de lo que ellos
ven»,
y así «mientras ellos se ocupan del mañana, yo he querido
pensar en el porvenir». Tocqueville enfoca la problemática po
lítica como historiador que «percibía
el futuro con una claridad
de
visión que no se tiene más que tomando en consideración
el
pasado». Con razón se ha dicho de él que es el más importante
historiógrafo del siglo
XIX. Todo el acontecer histórico que des
emboca en la Revolución francesa y el. que de ésta arranca se
ilulnina y
aclara a la luz del tema fundamental de la libertad y
de la
igualdad,
no. como conceptos abstractos,
sino vistos en su
dramático problematismo. Según Tocqueville en el antiguo
ré
gimen
están los
gérmenes de
la obra revolucionaria. Esta se
di
rige
contra el espíritu aristocrático del antiguo régimen, en el
que radicaba una fuente viva de la libertad; pero, en cambio, continúa la obra positiva de ésta: la centralización, que no
pe
reció con la Revolución porque ella .misma era ya el comienzo
de esta Revolución y su precursora. El antiguo régimen era
· un
régimen
de libertad;
cu\intitativamente, de
mayor libertad, aun
que cualitativamente de una libertad distinta, pues era una li
bertad irregular
e. intermitente,
siempre unida a la idea de ex
cepción y de privilegio.
La Revolución francesa es una rebelión
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antiaristocrática para implantar la libertad y la igualdad, pero
matándose, en cierto modo,
-las
fuentes de la libertad, porque
rotos los vínculos de casta, de clase, de corporación o de fami
lia, los hombres propenden en tales sociedades. con irresistible inclinación a retraerse en nn individualismo estrecho
que· mata
todas
las virtudes públicas. Pero si los hombres y los pueblos
aman
.sin. duda alguna la libertad, aman con más intensidad la
igualdad, en la libertad o fuera y
contra ella, en nn creciente
igualitarismo entre los hombres, que ahoga la fuente
viva de
la
liqertad, que
es la personalidad. Los hombres -había dicho
T ocqueville- habían querido ser libres para hacerse iguales, y
a medida que la igualdad se establecía con ayuda de la libertad
les
hacia menos
asequible esta última.
Para Tocqueville, la Revolución francesa de 1789 es
el mar
co de nna lucha· encarnizada, que se prolonga, entre
el antiguo
régimen, sus tradiciones, sus-recuerdos, sus esperanzas y sus
hombres representados por la aristocracia, de . nna parte, y la
Francia nueva, capitaneada por la clase media, de otra; «no
hay más que una sola revolución; una revolución que es siem
pre la misma a través de fortunas y pasiones diversas. . . que,
según todas las probabilidades, nosotros no veremos concluir».
A nn período de esa «revolución continua» es a la que· Toc
queville va a dedicar estos
Recuerdos, la revolución de 1848.
Como observador de excepción de esta revolución, Tocqueville
nos relata, con agilidad periodística
y . en forma amena, esta se
rie de veinte crónicas y siete apéndices, desde julio de 1850
hasta junio de 1851, que comprenden las
tres partes en que se
divide
el libro que presentamos.
Con certera visión y honradamente preocupado por la ob
servación del ambiente que ve, cada día más
amenazador y pró
ximo,
advierte ya en 1847
y en nn discurso parlamentario. a
principios ded 1848, como signos precursores de esta revolu
ción que, frente a la pasiva languidez, impotencia, inmovilidad y
tedio de los gobernantes, comenzaba a manifestarse con sínto
mas febriles e irregulares en las clases obreras en las que sus
pasiones
políticas se
iban
convirtiendo en
pasiciones sociales;
que poco a poco entre ellas se iban extendiendo unas opiniones,
nnas ideas «que no
aspiran sólo
a derribar tales leyes, tal mi
nisterio, incluso tal gobierno, sino la sociedad misma, quebran
tándola en las propias bases sobre las cuales descansa», porque tiene una visión del mundo radicalmente distinta: es el socialis
mo, que quedará como
_el carácter
esencial
y el recuerdo más
temible de la revolución de febrero. Tocqueville -comentá
Ro-
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INFORMACION BIBLIOGRAFICA
dríguez Zúñiga-percibe sin vacilación que ·se trata de la pri
mera revolución socialista
y es bien consciente de que, a · partir
de
entonces, el socialismo (por el que siente hostilidad) será un
componente fundamental de los movimientos revolucionarios. Y cuando tales opiniones
~sigue diciendo
Tocqueville en la Asam
blea-
echan raíces y se extienden de un modo casi general,
cuando penetran
profqpdamente en
las masas, «tienen que traer,
antes o después, las revoluciones más terribles». Esta seria ad
vertencia de Tocqueville a los gobernantes respondía no sólo a
la realidad, todavía un tanto agazapada, sino a la convicción pro
funda
y meditada de Tocqueville, que éste se creía obligado a
decir a su país: «que las costumbres públicas se degradan, que
la degradación de las costumbres públicos os llevará, en un tiem
po breve, próximo tal vez, a nuevas revoluciones».
No se equivocaba Tocqueville, y antes de un mes de cuando
dio
~ste diagnóstico,
la revolución de febrero de 1848 bahía es
tallado y la violencia más despiadada estaba
en· las
calles de
París, el
gohiel;Jlo había
caído y poco después
el rey había ab
dicado, acaso porque, como
·el mismo Tocqueville
había predi
cho,· la
causa real
y eficiente que hace que los hombres pierdan
el poder es que se han hecho indignos de ejercerlo; lo peor en
este caso uo es que el gobierno hnbiese sido derribado, sino que
era el poder mismo el que estaba por los suelos. Y esto es lo
que preocupaba seriamente a Tocqueville: que el movimiento que se imprimía a la máquina política le parecía demasiado vio
lento para que el poder pudiese detenerse en los partidos inter
medios ( a los que
él pertenecía) y que, en su opinión, acabaría
cayendo
muy pronto en unas manos que entonces le resultaban
tan hostiles como las propias manos a las que ahora les era
arrebatado.
Acerca
del juicio sobre las causas de la revolución de 1848 y
de sus ideas sobre sus consecuencias, Tocqueville afirma que esta
revolución, como todos los grandes acontecimientos de este gé
nero, nació de unas causas generales
y de unos accidentes que la
provocaron; y
tan superficial sería hacerla derivar necesariamen
te de las primeras, como atribuirla únicamente a los segundos.
La revolución industrial que había convertido a París en
la pri
mera ciudad manufacturera de Francia y atraído a toda
tina nue
va población de obreros; el ardor de los goces materiales que
excitaba a toda aquella misma multitud; el resquemor democrá
tico y la envidia que la minaba; las teorías económicas
y polí
ticas que tendían a hacer creer que podrían suprimir los males
y la pobreza cambiando de base a la sociedad; la centralización
244
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INFORMACION BIBLIOGRAFICA
y el desprecio hacia la clase .que gobernaba; la movilidad de las
instituciones, de las costumbres y de los hombres en una socie
dad agitada por siete grandes revoluciones, sin contar con un
gran número de pequeñas conmociones secundarias: esas fueron
las causas generales sin las que
la revolución de febrero habría
sido imposible. Y los principales accidentes que la provocaron
. fueron,
según Tocqueville, las torpes pasiones de la oposición
dinástica, que preparó una sedicción al querer hacer una refor
forma; los errores y el desorden
mental de
aquellos
go~an
tes, tan
incapaoes de consolidar
lo que habían debilitado; y, por
último, la súbita y extraña postración senil del rey Luis-Felipe,
que no había previsto
ni hecho nada por desbaratar aquella revolución. Tocqueville, que había pasado su juventud en medio de una
sociedad que parecía
hacerse próspera
y grande, al hacerse li
bre; que había concebido
la idea de una libertad moderada, re
gular, contenida por las creencias, las costumbres y las leyes; a quien los atractivos de esa ibertad le habían conmovido, y
cuya libertad se
había convertido
en la pasión de toda su vida y
de cuya pérdida creía que
jamás se
consolaría, ahora veía cla
ramente que tenía que renunciar a ella.
Sabía que si una gran revolución puede instaurar la libertad en un país, la sucesión·
de varias revoluciones hace imposible, en él, para mucho tiem
po, toda libertad regular. Y es que la Revolución francesa vuel
ve a empezar, porque siempre es la misma.
EMILIO SERRANO VILLAFAÑÉ.
Manuel de Santa Cruz: APUNTES Y DOCUMENTOS PARA
LA IDSTORIA DEL TRADICIONALISMO ESPM
Después del fallecimiento del Generalísimo Franco (20 de
noviembre de 197 5)
han ido apareciendo libros que de diversas
maneras -memorias, biografías, relatos, reportajes-, ofrecen noticias de la política española entre los años 1936-1975. Todos
los grupos políticos e ideológicos están publicando la historia
de sus actividadés -más o menos sumergidas-- en estos años.
No podía
faltar en esta promoción bibliográfica alguna referen
cia a la Comunión Tradicionalista, que después de un brillante
{*) Tomo I (año 1939), 2.• ed., Zamora, 1984, 198 págs. Pedidos a Stella, Ayala, 21, 28001 Madrid.
245
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