Índice de contenidos
Número 231-232
Serie XXIV
- Textos Pontificios
- Aniversarios
-
Estudios
-
Importancia y necesidad del estudio
-
Ideología y religión en la Hungría de hoy
-
De la «independentzia» a la «burujabetza»
-
¡Demasiado Estado! ¿Menos Estado?
-
Meditación de la Revolución francesa (I)
-
Temas de la literatura utópica. Sus consecuencias en el pensamiento urbanístico de los siglos XIX y XX
-
El orden natural: fundamentos
-
El P. Victorino Rodríguez, O.P. y la escolástica, hoy. Presentación del libro «Temas-clave de humanismo cristiano»
-
Cómo pensaba un fraile español en tiempos de la Revolución francesa
-
- Actas
- Ilustraciones con recortes de periódicos
-
Información bibliográfica
-
G. W. F. Hegel: El sistema de la eticidad
-
Alexis de Tocqueville: Recuerdos de la Revolución de 1848
-
Manuel de Santa Cruz: Apuntes y documentos para la historia del tradicionalismo español (1939-1966)
-
Francisco José Fernández de la Cigoña: Jovellanos. Ideologías y actitudes religiosas, políticas y económicas
-
Germán Arciniega: América en Europa
-
C. Alberto Roca: Vida del Cardenal Arzobispo Cirilo de Alameda y Brea
-
- Crónicas

Autores
1985
Francisco José Fernández de la Cigoña: Jovellanos. Ideologías y actitudes religiosas, políticas y económicas
. INFORMACION BIBLIOGRAFICA
tiano sólo nos queda desear que, cuanto antes, se impriman los
tomos
méditos ·que .faltan para completar esta obra.
Luis MARÍA SANDOVAL.
Francisco Fernánde;; de la. Cigoña: JOVELLANOS, ·
IDEOLOGIA
Y ACTITUDES RELIGIOSAS,
POLITICAS Y ECONOMICAS
{*).
La Ilustración espafiola constituye uno de los temas más su
gestivos, y a
la vez más difíciles de abordar, de nuestra historia
moderna
y contemporánea. Y lo es porque en los escritos, pro
yectos
y actitudes de los pensadores y políticos que poblaron su
época, mezcla a veces inextricable de lo viejo y de lo nuevo, de
atisbos geniales
y pedantería aburrida, se encuentran las raíces ·
del
proceso revolucionario que despunta en Cádiz, madura a lo
largo del siglo
XIX, y se prolonga hasta la actualidad; y, tam
bién, porque la áspera contienda que enfrentaría sobre el papel,
en
la liza política y en el campo de batalla, a moderados y radi
cales,
y a ·ambos -rasgo este peculiar de nuestra historia- con
una vigorosa corriente tradicionalista, se halla como en germen en los planteamientos doctrinales, tantas veces ambivalentes o
contradictorios, de los ilustrados españoles. Melchor Gaspar de Jovellanos (1744-1811) es
de .todos ellos
el
más característico
y el más atractivo, por el vigor de su plu
ma
y por la amplitud de sus inquietudes. Y el que ha suscitado,
con diferencia, una historiografía, española
y no española, más
copiosa, abrumadora en pareceres contrastados y aun antagóni cos a la hora de emitir un juicio global sobre el personaje. Basta
hojear algunas enciclopedias o diccionarios de historia para
· com
probar
que se ha reconocido en
él al precursor de muchos «is
mos» de
nuestro siglo
XIX (tendencias políticas variadas, la Ins
titución Libre de Enseñanza, los regeneracionismos finisecula
res, etc.), de
forma y
manera que
la referencia a Jovellanos ha
adquirido, en cierto modo,
el carácter huero de lo tópico. Lo
cual no es óbice, sino todo lo contrario, para afirmar el interés
del personaje
y de
su obra,
y recalcar la oportunidad de cuantos
estudios intenten revisar
el tema e inquirir, con rigor, el autén
tico talante del célebre asturiano. Ese es, precisamente, el obje
tivo
que se ha propue~to Francisco José Fernández de la Ci-
(º) Instituto de Estudios Asturianos (del C. S. I. C.), Oviedo, 1983,
178 págs.
248
Fundaci\363n Speiro
INFORMACION BIBLIOGRAFICA
goña en el libro reciente, importante por la calidad de su docu,
mentación
y la seriedad de su juicio, que aquí comentamos.
Sería pretensión estéril hacer una presentación de su autor
a los lectores de
Verbo, puesto que se trata de uno de los colabo
radores más asiduos y caracterizados de la revista. Pero sí con
viene, tal vez, recordar que Fernández de la Cigoña ocupa un
puesto preferente en el elenco, desdichadamente escueto, de los especialistas actuales en otro tema clave de nuestra edad contem
poránea, el del pensamiento contrarrevolucionario.
Ahí están
sus
magníficos estudios sobre fray Arilano Debaxo Solórzano, José
Cadalso, don Pedro de Quevedo
y Quintana, don Enrique Mo
reno, el Manifiesto
de los Persas, Sotelo de Noboa y Alfredo
Brañas, que avalan nuestro aserto. Dicho título, unido a su só
lida formación de historiador y a su conocimiento profundo de
la problemática política, social y religiosa del xrx, hacen de él
persona idónea para abordar, desde una óptica original y reno vadora, diferente de las que pueden registrarse hasta
la fecha,
la controvertida figura de Jovellanos.
¿Quién fue
Jovellanos y
dónde situarlo en
el panorama ideo
lógico de su tiempo? ¿Fue el suyo un quehacer intelectual fér
til pero aislado, por completo original y sin prolongación en el
tiempo, o se inscribe, por el contrario, en alguna corriente per durable? ¿Fue realmente, como con frecuencia se
afirma, uno
de
los forjadores del proceso revolucionario que
clausuró el An,
tiguo
Régimen? Son éstas algunas de las cuestiones palpitantes
a las que atiende Fernández de la Cigoña, con mesura, paso a
paso, procurando aquilatar ideas
y tendencias, sin omitir nin
guno de los aspectos
vidriosos que
salpican la obra compleja de
quién --como el propio autor recalca-
«no fue
un hombre de
una pieza sino más bien de múltiples facetas». Rasgo éste, por otra parte, que Jovellanos compartió con muchos de sus coe
táneos.
La empresa que aborda Francisco José Feroández de la Ci
goña es, ciertamente, ambiciosa· y ardua,- de esas que requieren
una labor de investigación sostenida durante largo tiempo; y no exenta de riesgos puesto que
-ya. lo
hemos apuntado-- le pre
cede una bibliografía abundante, en cuyo piélago correrla
el
riesgo de hundirse de no superarla · en uno o varios puntos subs
tanciales. A nuestro entender
-lo adelantamos-
Fernández de
la Cigoña ha
salid~ airoso
del lance y estamos seguros de que
su libro será, desde ahora, un instrumento imprescindible
para
cuantos
estudiosos deseen ahondar en la temática inagotable de
Jovellanos. Porque a lo largo de su libro, siempre denso
y siem-
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INFORMACION BIBLIOGRAFICA
pre sugestivo, el autor demuestra que conoce a· fondo la obra
ingente del polígrafo asturiano, sus memorias, su epistolario y'
todo lo que sobre
él se ha escrito y opinado hasta hoy. Y por
que ha logrado, más
allá de las interpretaciones fáciles, las que
resuelven la cuestión Jovellanos de un
plumazo, haciendo
de
él
punto intermedio entre liberales y absolutistas, penetrar en el
J avellanos real, el que vivió e hizo vibrar su ingenio fecundo e
inquisitivo en una época compleja
y difícil si las ha habido. Y
no
es su
menor
mérito el de proporcionar al lector un perfil
moral exacto y ponderado del personaje, de sus grandezas y
mezquindades
-que también las tuvO-:-, de
su ingenio y de sus
miedos, de lo que hay en
él de testimonio trascendente de un
talento poderoso o de concesión oportunista a los imperativos
de una época.
Una idea fecunda, objeto de glosa en varias ocasiones a lo
largo del libro, es la existencia, sin contrastes resonantes pero
con matices bien
definidos,· de
dos Jovellanos diferentes. Distin
ción que Fernández de la Cigoña concibe como una clave bio
gráfica indispensable
para entender las contradicciones más
lla
mativas de sus escritos.
El primero simpatizó decididamente con el despotismo ilus
trado de la época de Carlos III, y vivió a
sus anchas
en un am
biente cortesano e intelectual claramente inficionado por Ias no
vedades que .llegaban allende los Pitineos; fue esa su etapa
hi
percrítica, menos consciente de los peligros que, para la religión
y el recto orden político, encerraban las doctrinas- de los nova
dores europeos, y en ella se producen sus páginas menos orto doxas, las que han permitido adscribirle a la
corriente prerreyo-
lucionaria. ·
Su
prolongada· reclusión en Mallorca (1801-1808), primero
en la cartuja de Valdemosa y después en el castillo de Bellver,
por orden
. de
Godoy, constituyó para Jovellanos un fecundo
período de reflexión
-Feroández de
la Cigoña alude a una «con
versión»--, que abre sus ojos sobre el despotismo y, de paso,
le mueve contra el pensamiento re.volucionatio
que ya
manifes
taban, ahora sin tapujos, algunos de sus compatriotas. Su
pen
samiento
se depura
· de las veleidades jansenistas y regalistas de
la etapa anterior y, libre ya de inclinaciones ilustradas y absolu-.
tistas, Jovellanos
se. enfrenta
abiertamente, en los años que aún
le
qu~dan de . vida,
a los liberales de
Cádiz. «Aquí
está -ob
serva el
autor-el
mayor mérito de J avellanos: denunciar el
despotismo no supone aceptar la revolución. Su
razón y
su
fe le
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INFORMACION. BIBLIOGRAFICA
impidieron · que se produjese el movimiento pendular que, a lo
largo de
la historia, a tantos ha conducido de un extremo a otro»:
Semejante dicotomía no ilustra; sin embargo, el hondón de
su pensamiento, sustancialmente
el· mismo
a lo largo de toda su
trayectoria intelectual. Fue ciertamente un ilustrado, y aun ar
quetípico si se quiere,. pero no
con las
connotaciones de
hetero
doxia
comunes a muchos de
sus colegas.
Fernández de
la Cigo
ña pone de relieve un rasgo fundamental ausente en aquellos:
Jovellanos fue siempre un católico ejemplar, fervoroso, enchido de
confianza en la misericordia y .en la providencia divinas, hijo
fiel y respetuoso de la Santa Madre
Iglesia; dimensión ésta de
su
actitud vital, de todo su pensamiento, que
figura explícita,
contundente,
en buena parte de sus escritos, incluso en aquellos
que contienen los pasajes más controvertidos. La investigación
de Fernández de la
Cigoña es, en este ámbito, exhaustiva. El dis
curso del astur_iano se mueve siempre, consciente o inconscien
temente, en la órbita del derecho natural cristiano y discrepa
frontalmente con el enciclopedismo revolucionatio, con
el de
signio de erigir la sociedad sobre
la voluntad del hombre que
sustituye a la de Dios.
El autor aborda sin rodeos el espinoso problema del janse
nismo
.de Jovellanos.
Y lo ilustra en un doble recorrido. Fián
dose en
la autoridad magistral de Menéndez y Pelayo -el mejor
conocedor
del tema-, explica las posibles acepciones del térmi
no en la España del
XVIII y su significado, periférico y escasa
mente agresivo, en el caso del· ilustre asturiano; y recopila, acto
seguido, tras una expurgación sistemática de la totalidad de sus
escritos, las escuetas y· escasas :manifestaciones -sólo cuatro eri.
una producción inmensa- de inclinación porttoyalista. Para con
cluir afumando que su jaleado jansenismo fue sólo expresión de
un deseo de renovación metodológica en el campo de los estu
dios filosóficos y teológicos y de su anripatía
-encendida pero
perfectamente
legítima- hacia
«la escolástica de sus días, per
dida en discursos tan interminables como inútiles, fragmentada
en escuelas que dedicaban. todos sus
ímpetus y
afanes a comba
tirse entre sí». _Es cierto que no distingue en .sus escritosl con
la nitidez que sería deseable, entre la verdadera escolástica y la
decadente; pero tal precisión era difícil en su época, y más aún
en Jovellanos, cuya formación filosófica fue muy endeble, defi
ciencia ésta que admiten todos sus comentaristas.
Idéntica conclusión en
lo referente a sus inclinaciones rega
listas, que Fernández de la Cigoña analiza también metódica
mente. Las manifestaciones en este sentido de Jovellanos, suma-
251
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INFORMACION BIBUOGRAFICA
mente respetuoso siempre con la Iglesia, fueron expresión sólo
de «un romántico sentimiento de oposición a Roma pero no en
cuanto a
que-en
ella residía el Vicario de Cristo, sino más
bieh
en
lo que estimaba intromisiones temporales
y abuso de podet
de la Curia ...
». Cuestiones
epidérmicas, nunca de fondo: «son
años luz los que separan a Jovellanos de Voltaire o de cualquiet
otro de los 'filósofos' del siglo. Aquél es hijo devoto de la Igle
sia; éstos, enemigos irreconciliables de la misma. En lo único en
que sé asemejan es que su cultura les colocaba muy por encima
de los demás mortales. Pero en nada más. Sus coordenadas men
tales parecen set de distinta galaxia».
No elude tampoco Fernández de la Cigoña, en
. su
búsqueda
del vetdadero Jovellanos, los aspectos espinosos. de su reformis
mo económico
y social, tan abundante como célebre. Y, en pri
mer lugar, su conocida actitud antigremialista, indicio relevante, a primera vista, de militancia libetal. Destaca en ese sentido su
Informe dado a la Junta general de comercio y moneda sobre el
e¡ercicio de
las
Ar.tes, de 1785, cuyo contenido es objeto de una
disección meticulosa por parte del autor. El planteamiento de J avellanos es también aquí, a pesar de
la contundencia llamativa de sus conclusiones, de corte tradicio
nal y no ofrece concesiones a las novedades_
de_ la
escuela bri
tánica. El
radicalismo de su programa
-<1boga por la abolición
de los
gremios--se explica porque
sólo
· atendió
a las deficien
cias, desde luego espectaculates
y graves, de la escletotizada or
ganización gremial de su tiempo. No previó, porque era
difícil
hacetlo, las secuelas funestas de su desaparición posterior: la in
defensión de los obreros y
el intervencionismo aplastante del
Estado. Erró en la conclusión, pero sus premisas
-la afirmación
de la propiedad privada en, base al derecho natural- eran pet
fectamente ortodoxas: «solamente cegado por la realidad •inme
diata ha podido Jovellanos restringir esos
detechos tan
eviden
-tes a. los
individuos aislados, negándoselos a las agrupaciones de
esos mismos individuos». Igualmente ortodoxo, pero más afortunado, es
el tratamiento
que J ovellanos presta al tema de los bienes raíces amortizados,
destinado a set, en porvenir no lejano, uno de los arietes re volucionarios más característicos. El erudito asturiano analiza
con detenimiento y, acietto, los parámetros económicos de aquel asunto espinoso y propugna
la supresión de la legislación en
tonces vigente sobre mayorazgos y amortizaciones eclesiásticas. Pero ahora también se muestra respetuoso con los principios
del derecho natural
',y con la propiedad privada y su programa
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INFORMACION BIBUOGRAFICA
es flexible, respeutoso hacia las partes afectadas, con cuya -aquies
cencia es preciso contar. Nada que recuerde a la fórmula revo
lucionaria de
Mendizábal, basada -en la incautación sin contem
placiones
por el Estado. La solución de Jovellanos apunta a la
abolición de una legislación obsoleta, pero pasa por el respeto
riguroso a los derechos· adquiridos.
Despucés. ocurrió
lo que ocu
rrió. Pero el
problema era
bien tangible y Jovdlanos se
limitó a
abordarlo,
con cierto atrevimiento si se quiere, pero desde una
perspectiva solidamente fundada. Fernández de la Cigoña,
110 se reduce, sin embargo, a vindi
car a Jovdlanos en
las parcdas oscuras · de sus propuestas re
formistas
y ahonda más en el personaje, hasta completar una
sugestiva lectura en dave .contrarrevolucionaria de la obra de
Jovdlanos. Un erudito inquieto, que pudo o no acertar en sus
dictámenes, pero manifestó cuantas veées venía a cuento su «ra~
dical discrepancia con. el enciclopedismo revolucionario».
J ovellanos se ocupa con
abUlidacia de
las grandes elabaracio
nes doctrinales que hicieron posible el triunfo de la revolución
francesa, y las califica .solemnemente de «escritos impíos», obra
de «sectas corruptoras».
Su enemiga de Rousseau es completa,
apasionada, sin concesiones. El dogma de la soberanía nacional es «contrario a la buena y sana política» y lleva necesariamente
al triunfo de «manías democráticas» que
hacen de
la vida polí
tica y social un caos sometido a
la. voluntad desordenada y sin
freno de quienes saben aprovecharse de la «credulidad del vul
go idiota». La fórmula de
gobierno que
J ovdlanos propugna para Es
paña -una. monarquía templada a
usanza tradicional,
luego lo
veremos- · es inconciliable con el dogma de la
soberanía popu
lar
porque, en el sentido que Rousseau
y la revolución le han
dado, implica su ruina y el triunfo de una constitución democrá
tica. «La plenitud de
la soberanía --esctibe, tajante, Jovella
nos-reside
en el Monarca
y, ninguna parte, ni porción de dla.
puede
existir en otra persona
o cuerpo fuera de ella». Fernán
dez de la Cigoña acumula citas y referencias hasta demostrar,
de forma incontrovertible, la oposición decidida de J
ovdlanos a
los
grandes temas de la moderna democracia. Tampoco le satis
face Montesquieu
y afirma que está· plsgada de los «mayores
inconvenientes» su doctrina mecanicista de la división de pode
res,
y refuta la libertad de imprenta que sólo concibe sometida
al «conjunto de valores c¡ue conforman nuestro peculiar modo
de
ser».
Y
es que a Jovellanos lo que le importa es lograr, con
pru-
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INFORMACION BIBUOGRAFICA
dencia y tino, reformar la antigua constitución española, de cu
yas virtualidades se halla plenamente· convencido, al igual que
lo estuvo el célebre obsipo
de. Orense,
don Pedro de Quevedo
y Quintano, con cuyo pensamiento .tiene el del asturiano -al
decir de Fernández de la Cigoña~ más concomitancias de las
que pudiera pensarse. La actitud de Jovellanos en el tema de
cisivo de
la constitución española y su necesaria reforma es cla
ro y
contundente y se
sitúa en
las antípodas del programa re
volucionario de los doceañistas. Su trayectoria puede seguirse a través de
la Memoria en defensa de la Junta Central, la corres
pondencia con lord
Hollan:tl, sus
memorias personales y
la con,
sulta
sobre
la convocación de las Cortes por estamentos.
La metodología de Jovellanos es la puramente tradicionalis
ta y Fernándezde la
Ogoña la
sintetiza en estos términos: «acu
dir al razón, al derecho . natural y a la tradición en cuanto ésta
refleja a aquél en sus realizaciones conéretas
y posibles: ese es
el sentido de Jovellanos tradicional y contrarrevolucionario».
Frente a los gaditanos, Jovellanos afirma bien alto que España
ya tiene sus propias leyes o constitución y que no necesita de otras. Si han sido olvidadas o alteradas por el despostimo deben
restablecerse. pero no mudarse. Su programa es el retorno a las
fuentes, la restauración del viejo edificio: «nuestra constitución entonces se hallará hecha,
y merecerá ser envidiada por todos los
pueblos de la tierra que amen la justicia, el orden, el sosiego público y la verdadera libertad, que no puede existir sin ellas» ( 1 ).
Libertades concretas enraizadas en el pasado, restauración
de la constitución tradicional, frente a la libertad abstracta y
las
utopías de la revolución: «es la vieja imagen médica --0b
serva Fernández de la Qgoña-tan querida del pensamiento
tradicional, de la medicina y
la curación, que tan gráfica resulta
y tan llena de enseñanzas prácticas y que, sin embargo, tan pocas
veces se ha intentado aplicar». Su posición, en
el inquieto am
biente que
haría posible
el
rapto de
España por los hombres de
Cádiz, es la que
Suárez Verdaguer ha tipificado como «refor
madora realista», opuesta a la puramente absolutista
y a la re
volucionaria, que no es otra, remacha el autor, «que la de la contrarrevolución, en la que ubicamos a Jovellanos»,
la que luego
( 1) Opinión _que contrasta con_ la _ que emitía por entonces Le6n de
Arroya!, buen re!lejo de la actitud revolucionaria: «Si vale hablar ver
da4, en el día de hoy no tenemos Constitución; es deciti, no tenemos regla
segura de Gobierno ... ». Cit. J. Cepeda Adán, La España de las reformas,
Ed. Rialp, Madrid, 1983, pág. XL.
254
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INFORMACION BIBLIOGRAFICA
madurará, a lo largo· del siglo xrx, en la obra de Balmes, Donoso
y V ázquez de Mella.
Pensamiento contrarrevolucionario de primera hora si se quie
re, falto de perspectivas todavía en puntos concretos, pero bien
meditadq en
su fondo. Entre las propuestas más discutibles. de
Jovellanos -vale
la pena recordarlo-- se sitúa su proyecto de
modernización de
las Cortes españolas. Fernández de la Cigoña
se ocupa ampliamente del tema. El espíritu de Jovellanos es el
tradicional, antog6nico del gaditano y sus nociones de soberanía
nacional y mandato universal, que el asturiano refuta de plano,
pero incluye una novedad exótica, sin precedentes en España. Novedad que
. consiste
en la fórmula bkameral, con un cuerpo
encargado de
hacer las leyes y otro de revisarlas.
La
cámara alta
que propugna Jovellanos, situada entre el po
der estatuyente y el sancionante, serviría para «detener
la ten
dencia de uno hacia la democracia
y la del otro hacia el despo
tismo»,
y
estaría compuesta
por representantes del clero y de
la nobleza.
Las reminiscencias del modelo británico son eviden
tes. Fernández de la Cigoña reconoce en esre punto, una vez
más, el
error de
Jovellanos que no intuyó que la cámara alta
estaba destinada, en la historia del constitucionalismo contem
poráneo, a sucumbir ante los crecientes embates democráticos.
Y, una vez más también le
justifica: «una
cosa es no ser pro
feta y otra, muy distinta, revolucionario». A pesar de este de
talle novedoso las Cortes que Jovellanos propugna son las tradi
cionales,
.de corte
representativo
y estamental.
Y, Fernández de la Cigoña, pone de relieve otros motivos
notables en
la obra del célebre ilustrado que le alinean decidi
damente con la mejor escuela contrarrevolucionaria.
Así, por
ejemplo,
_ sus
citas regionalistas, su denuncia del estatismo
ab
sorbente
y su tajante defensa de lo que más adelante se llamaría
«principio de
subsidi~ridad», temas
estos que aparecen repeti
damente en sus informes. Y, más sugestivo si cabe, su proyecto,
contenido el _Reglamento para el Colegio de Calatrava, de
neutralizar los efectos de la propaganda revolucionaria mediante
un programa educativo sólido, que tenga
como pilar
central el
estudio de
la doctrina católica. «Pocas veces se habrá trazado
con más precisión -----comenta Fernández de
la Cigoña- un plan
contrarrevolucionario destinado a herir a la revolución en el
mis
mo
centro neurálgico de su actividad: la corrupción de los ce
rebros».
Es cierto que los puntos oscuros del pensamiento de Jove
llanos son abundantes.
Aquí y
allá
podría inclinarse_
el lector a
255
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INFORMACION BIBIJOGRAFICA
ver en él el exponente de una versión moderada del despotismo
ilustrado o, mejor, un predecesor de
la escuela doctrinaria -los
moderados del siglo
XIX-, influidos por Burke o Tocqueville.
Pero, a la postre, la interpretación original de Fernández
_de la
Cigofia resulta convincente porque muestra, con gran aparato
documental, lo que Jovellanos fue realmente en su momento, y
no lo que podríamos sospechar desde
la óptica actual, desde el
caleidoscopio de nuestro conocimiento de las posturas
. políticas
e
ideológicas que
aflorarían más
adelante, sumisas ya a los
impe
rati,.os
de
la revolución, y que él nunca hubiera avalado.
«Jovellanos
· está
-concluye
el autor- donde sus escritos
le colocan que no es otro lugar que el del pensamiento contra
rrevolucionario y tradicional español. Y los que a este pensa miento nos sentimos vinculados debemos enorgullecernos de que
esta. figura señera, en un siglo de mediocridades, se encuentre a
nuestro lado». Cierra
el libro un espléndido apéndice de bibliografía co
mentada que constituye un verdadero «estado de la cuestión»
sobre la figura de Jovellanos. En sus
páginas hallará _el lector
una
síntesis y un análisis crítico cuidadosamente elaborados de
las valoraciones
más relevantes
emitidas basta la
· fecha
sobre el
personaje, las que coinciden con los puntos de vista del autor -Menéndez y Pelayo, Casariego, Sánchez Agesta-, o las que
discrepan en mayor o menor grado -Sarrailh, Palacio Atard,
Artola-. Y referencias de suma utilidad a los eruditos -Julio Somoza, Hilarlo Y aben, etc.- que han contribuido a un
mejor
conocimiento
del célebre asturiano
y de sus fuentes.
ANDRÉS GAMBRA.
Germán Arciniega: AMERICA EN EUROPA (*)
· Un ensayo brillante, erudito, exceletemente escrito y suma
mente peligroso para el que lo lea sin discernimiento, éste de
Germán
Arci¡úega. Frente
a la tesis tradicional de Europa des
cubriendo y civilizando a América, evitando deslizarse en
vul
gares indigenismos insostenibles, el autor pretende presentarnos
la gran deuda de Europa con América. Y ante una realidad in
contestable,· pura
evidencia para cualquier viajero que al llegar
al continente americano
podría afirmar,
salvo el marco físico:
(º) Plaza y Janés, Editores-Colombia Ltda., Bogotá, 1980, 303 págs.
256
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Y ACTITUDES RELIGIOSAS,
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La Ilustración espafiola constituye uno de los temas más su
gestivos, y a
la vez más difíciles de abordar, de nuestra historia
moderna
y contemporánea. Y lo es porque en los escritos, pro
yectos
y actitudes de los pensadores y políticos que poblaron su
época, mezcla a veces inextricable de lo viejo y de lo nuevo, de
atisbos geniales
y pedantería aburrida, se encuentran las raíces ·
del
proceso revolucionario que despunta en Cádiz, madura a lo
largo del siglo
XIX, y se prolonga hasta la actualidad; y, tam
bién, porque la áspera contienda que enfrentaría sobre el papel,
en
la liza política y en el campo de batalla, a moderados y radi
cales,
y a ·ambos -rasgo este peculiar de nuestra historia- con
una vigorosa corriente tradicionalista, se halla como en germen en los planteamientos doctrinales, tantas veces ambivalentes o
contradictorios, de los ilustrados españoles. Melchor Gaspar de Jovellanos (1744-1811) es
de .todos ellos
el
más característico
y el más atractivo, por el vigor de su plu
ma
y por la amplitud de sus inquietudes. Y el que ha suscitado,
con diferencia, una historiografía, española
y no española, más
copiosa, abrumadora en pareceres contrastados y aun antagóni cos a la hora de emitir un juicio global sobre el personaje. Basta
hojear algunas enciclopedias o diccionarios de historia para
· com
probar
que se ha reconocido en
él al precursor de muchos «is
mos» de
nuestro siglo
XIX (tendencias políticas variadas, la Ins
titución Libre de Enseñanza, los regeneracionismos finisecula
res, etc.), de
forma y
manera que
la referencia a Jovellanos ha
adquirido, en cierto modo,
el carácter huero de lo tópico. Lo
cual no es óbice, sino todo lo contrario, para afirmar el interés
del personaje
y de
su obra,
y recalcar la oportunidad de cuantos
estudios intenten revisar
el tema e inquirir, con rigor, el autén
tico talante del célebre asturiano. Ese es, precisamente, el obje
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goña en el libro reciente, importante por la calidad de su docu,
mentación
y la seriedad de su juicio, que aquí comentamos.
Sería pretensión estéril hacer una presentación de su autor
a los lectores de
Verbo, puesto que se trata de uno de los colabo
radores más asiduos y caracterizados de la revista. Pero sí con
viene, tal vez, recordar que Fernández de la Cigoña ocupa un
puesto preferente en el elenco, desdichadamente escueto, de los especialistas actuales en otro tema clave de nuestra edad contem
poránea, el del pensamiento contrarrevolucionario.
Ahí están
sus
magníficos estudios sobre fray Arilano Debaxo Solórzano, José
Cadalso, don Pedro de Quevedo
y Quintana, don Enrique Mo
reno, el Manifiesto
de los Persas, Sotelo de Noboa y Alfredo
Brañas, que avalan nuestro aserto. Dicho título, unido a su só
lida formación de historiador y a su conocimiento profundo de
la problemática política, social y religiosa del xrx, hacen de él
persona idónea para abordar, desde una óptica original y reno vadora, diferente de las que pueden registrarse hasta
la fecha,
la controvertida figura de Jovellanos.
¿Quién fue
Jovellanos y
dónde situarlo en
el panorama ideo
lógico de su tiempo? ¿Fue el suyo un quehacer intelectual fér
til pero aislado, por completo original y sin prolongación en el
tiempo, o se inscribe, por el contrario, en alguna corriente per durable? ¿Fue realmente, como con frecuencia se
afirma, uno
de
los forjadores del proceso revolucionario que
clausuró el An,
tiguo
Régimen? Son éstas algunas de las cuestiones palpitantes
a las que atiende Fernández de la Cigoña, con mesura, paso a
paso, procurando aquilatar ideas
y tendencias, sin omitir nin
guno de los aspectos
vidriosos que
salpican la obra compleja de
quién --como el propio autor recalca-
«no fue
un hombre de
una pieza sino más bien de múltiples facetas». Rasgo éste, por otra parte, que Jovellanos compartió con muchos de sus coe
táneos.
La empresa que aborda Francisco José Feroández de la Ci
goña es, ciertamente, ambiciosa· y ardua,- de esas que requieren
una labor de investigación sostenida durante largo tiempo; y no exenta de riesgos puesto que
-ya. lo
hemos apuntado-- le pre
cede una bibliografía abundante, en cuyo piélago correrla
el
riesgo de hundirse de no superarla · en uno o varios puntos subs
tanciales. A nuestro entender
-lo adelantamos-
Fernández de
la Cigoña ha
salid~ airoso
del lance y estamos seguros de que
su libro será, desde ahora, un instrumento imprescindible
para
cuantos
estudiosos deseen ahondar en la temática inagotable de
Jovellanos. Porque a lo largo de su libro, siempre denso
y siem-
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INFORMACION BIBLIOGRAFICA
pre sugestivo, el autor demuestra que conoce a· fondo la obra
ingente del polígrafo asturiano, sus memorias, su epistolario y'
todo lo que sobre
él se ha escrito y opinado hasta hoy. Y por
que ha logrado, más
allá de las interpretaciones fáciles, las que
resuelven la cuestión Jovellanos de un
plumazo, haciendo
de
él
punto intermedio entre liberales y absolutistas, penetrar en el
J avellanos real, el que vivió e hizo vibrar su ingenio fecundo e
inquisitivo en una época compleja
y difícil si las ha habido. Y
no
es su
menor
mérito el de proporcionar al lector un perfil
moral exacto y ponderado del personaje, de sus grandezas y
mezquindades
-que también las tuvO-:-, de
su ingenio y de sus
miedos, de lo que hay en
él de testimonio trascendente de un
talento poderoso o de concesión oportunista a los imperativos
de una época.
Una idea fecunda, objeto de glosa en varias ocasiones a lo
largo del libro, es la existencia, sin contrastes resonantes pero
con matices bien
definidos,· de
dos Jovellanos diferentes. Distin
ción que Fernández de la Cigoña concibe como una clave bio
gráfica indispensable
para entender las contradicciones más
lla
mativas de sus escritos.
El primero simpatizó decididamente con el despotismo ilus
trado de la época de Carlos III, y vivió a
sus anchas
en un am
biente cortesano e intelectual claramente inficionado por Ias no
vedades que .llegaban allende los Pitineos; fue esa su etapa
hi
percrítica, menos consciente de los peligros que, para la religión
y el recto orden político, encerraban las doctrinas- de los nova
dores europeos, y en ella se producen sus páginas menos orto doxas, las que han permitido adscribirle a la
corriente prerreyo-
lucionaria. ·
Su
prolongada· reclusión en Mallorca (1801-1808), primero
en la cartuja de Valdemosa y después en el castillo de Bellver,
por orden
. de
Godoy, constituyó para Jovellanos un fecundo
período de reflexión
-Feroández de
la Cigoña alude a una «con
versión»--, que abre sus ojos sobre el despotismo y, de paso,
le mueve contra el pensamiento re.volucionatio
que ya
manifes
taban, ahora sin tapujos, algunos de sus compatriotas. Su
pen
samiento
se depura
· de las veleidades jansenistas y regalistas de
la etapa anterior y, libre ya de inclinaciones ilustradas y absolu-.
tistas, Jovellanos
se. enfrenta
abiertamente, en los años que aún
le
qu~dan de . vida,
a los liberales de
Cádiz. «Aquí
está -ob
serva el
autor-el
mayor mérito de J avellanos: denunciar el
despotismo no supone aceptar la revolución. Su
razón y
su
fe le
Fundaci\363n Speiro
INFORMACION. BIBLIOGRAFICA
impidieron · que se produjese el movimiento pendular que, a lo
largo de
la historia, a tantos ha conducido de un extremo a otro»:
Semejante dicotomía no ilustra; sin embargo, el hondón de
su pensamiento, sustancialmente
el· mismo
a lo largo de toda su
trayectoria intelectual. Fue ciertamente un ilustrado, y aun ar
quetípico si se quiere,. pero no
con las
connotaciones de
hetero
doxia
comunes a muchos de
sus colegas.
Fernández de
la Cigo
ña pone de relieve un rasgo fundamental ausente en aquellos:
Jovellanos fue siempre un católico ejemplar, fervoroso, enchido de
confianza en la misericordia y .en la providencia divinas, hijo
fiel y respetuoso de la Santa Madre
Iglesia; dimensión ésta de
su
actitud vital, de todo su pensamiento, que
figura explícita,
contundente,
en buena parte de sus escritos, incluso en aquellos
que contienen los pasajes más controvertidos. La investigación
de Fernández de la
Cigoña es, en este ámbito, exhaustiva. El dis
curso del astur_iano se mueve siempre, consciente o inconscien
temente, en la órbita del derecho natural cristiano y discrepa
frontalmente con el enciclopedismo revolucionatio, con
el de
signio de erigir la sociedad sobre
la voluntad del hombre que
sustituye a la de Dios.
El autor aborda sin rodeos el espinoso problema del janse
nismo
.de Jovellanos.
Y lo ilustra en un doble recorrido. Fián
dose en
la autoridad magistral de Menéndez y Pelayo -el mejor
conocedor
del tema-, explica las posibles acepciones del térmi
no en la España del
XVIII y su significado, periférico y escasa
mente agresivo, en el caso del· ilustre asturiano; y recopila, acto
seguido, tras una expurgación sistemática de la totalidad de sus
escritos, las escuetas y· escasas :manifestaciones -sólo cuatro eri.
una producción inmensa- de inclinación porttoyalista. Para con
cluir afumando que su jaleado jansenismo fue sólo expresión de
un deseo de renovación metodológica en el campo de los estu
dios filosóficos y teológicos y de su anripatía
-encendida pero
perfectamente
legítima- hacia
«la escolástica de sus días, per
dida en discursos tan interminables como inútiles, fragmentada
en escuelas que dedicaban. todos sus
ímpetus y
afanes a comba
tirse entre sí». _Es cierto que no distingue en .sus escritosl con
la nitidez que sería deseable, entre la verdadera escolástica y la
decadente; pero tal precisión era difícil en su época, y más aún
en Jovellanos, cuya formación filosófica fue muy endeble, defi
ciencia ésta que admiten todos sus comentaristas.
Idéntica conclusión en
lo referente a sus inclinaciones rega
listas, que Fernández de la Cigoña analiza también metódica
mente. Las manifestaciones en este sentido de Jovellanos, suma-
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INFORMACION BIBUOGRAFICA
mente respetuoso siempre con la Iglesia, fueron expresión sólo
de «un romántico sentimiento de oposición a Roma pero no en
cuanto a
que-en
ella residía el Vicario de Cristo, sino más
bieh
en
lo que estimaba intromisiones temporales
y abuso de podet
de la Curia ...
». Cuestiones
epidérmicas, nunca de fondo: «son
años luz los que separan a Jovellanos de Voltaire o de cualquiet
otro de los 'filósofos' del siglo. Aquél es hijo devoto de la Igle
sia; éstos, enemigos irreconciliables de la misma. En lo único en
que sé asemejan es que su cultura les colocaba muy por encima
de los demás mortales. Pero en nada más. Sus coordenadas men
tales parecen set de distinta galaxia».
No elude tampoco Fernández de la Cigoña, en
. su
búsqueda
del vetdadero Jovellanos, los aspectos espinosos. de su reformis
mo económico
y social, tan abundante como célebre. Y, en pri
mer lugar, su conocida actitud antigremialista, indicio relevante, a primera vista, de militancia libetal. Destaca en ese sentido su
Informe dado a la Junta general de comercio y moneda sobre el
e¡ercicio de
las
Ar.tes, de 1785, cuyo contenido es objeto de una
disección meticulosa por parte del autor. El planteamiento de J avellanos es también aquí, a pesar de
la contundencia llamativa de sus conclusiones, de corte tradicio
nal y no ofrece concesiones a las novedades_
de_ la
escuela bri
tánica. El
radicalismo de su programa
-<1boga por la abolición
de los
gremios--se explica porque
sólo
· atendió
a las deficien
cias, desde luego espectaculates
y graves, de la escletotizada or
ganización gremial de su tiempo. No previó, porque era
difícil
hacetlo, las secuelas funestas de su desaparición posterior: la in
defensión de los obreros y
el intervencionismo aplastante del
Estado. Erró en la conclusión, pero sus premisas
-la afirmación
de la propiedad privada en, base al derecho natural- eran pet
fectamente ortodoxas: «solamente cegado por la realidad •inme
diata ha podido Jovellanos restringir esos
detechos tan
eviden
-tes a. los
individuos aislados, negándoselos a las agrupaciones de
esos mismos individuos». Igualmente ortodoxo, pero más afortunado, es
el tratamiento
que J ovellanos presta al tema de los bienes raíces amortizados,
destinado a set, en porvenir no lejano, uno de los arietes re volucionarios más característicos. El erudito asturiano analiza
con detenimiento y, acietto, los parámetros económicos de aquel asunto espinoso y propugna
la supresión de la legislación en
tonces vigente sobre mayorazgos y amortizaciones eclesiásticas. Pero ahora también se muestra respetuoso con los principios
del derecho natural
',y con la propiedad privada y su programa
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INFORMACION BIBUOGRAFICA
es flexible, respeutoso hacia las partes afectadas, con cuya -aquies
cencia es preciso contar. Nada que recuerde a la fórmula revo
lucionaria de
Mendizábal, basada -en la incautación sin contem
placiones
por el Estado. La solución de Jovellanos apunta a la
abolición de una legislación obsoleta, pero pasa por el respeto
riguroso a los derechos· adquiridos.
Despucés. ocurrió
lo que ocu
rrió. Pero el
problema era
bien tangible y Jovdlanos se
limitó a
abordarlo,
con cierto atrevimiento si se quiere, pero desde una
perspectiva solidamente fundada. Fernández de la Cigoña,
110 se reduce, sin embargo, a vindi
car a Jovdlanos en
las parcdas oscuras · de sus propuestas re
formistas
y ahonda más en el personaje, hasta completar una
sugestiva lectura en dave .contrarrevolucionaria de la obra de
Jovdlanos. Un erudito inquieto, que pudo o no acertar en sus
dictámenes, pero manifestó cuantas veées venía a cuento su «ra~
dical discrepancia con. el enciclopedismo revolucionario».
J ovellanos se ocupa con
abUlidacia de
las grandes elabaracio
nes doctrinales que hicieron posible el triunfo de la revolución
francesa, y las califica .solemnemente de «escritos impíos», obra
de «sectas corruptoras».
Su enemiga de Rousseau es completa,
apasionada, sin concesiones. El dogma de la soberanía nacional es «contrario a la buena y sana política» y lleva necesariamente
al triunfo de «manías democráticas» que
hacen de
la vida polí
tica y social un caos sometido a
la. voluntad desordenada y sin
freno de quienes saben aprovecharse de la «credulidad del vul
go idiota». La fórmula de
gobierno que
J ovdlanos propugna para Es
paña -una. monarquía templada a
usanza tradicional,
luego lo
veremos- · es inconciliable con el dogma de la
soberanía popu
lar
porque, en el sentido que Rousseau
y la revolución le han
dado, implica su ruina y el triunfo de una constitución democrá
tica. «La plenitud de
la soberanía --esctibe, tajante, Jovella
nos-reside
en el Monarca
y, ninguna parte, ni porción de dla.
puede
existir en otra persona
o cuerpo fuera de ella». Fernán
dez de la Cigoña acumula citas y referencias hasta demostrar,
de forma incontrovertible, la oposición decidida de J
ovdlanos a
los
grandes temas de la moderna democracia. Tampoco le satis
face Montesquieu
y afirma que está· plsgada de los «mayores
inconvenientes» su doctrina mecanicista de la división de pode
res,
y refuta la libertad de imprenta que sólo concibe sometida
al «conjunto de valores c¡ue conforman nuestro peculiar modo
de
ser».
Y
es que a Jovellanos lo que le importa es lograr, con
pru-
253
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INFORMACION BIBUOGRAFICA
dencia y tino, reformar la antigua constitución española, de cu
yas virtualidades se halla plenamente· convencido, al igual que
lo estuvo el célebre obsipo
de. Orense,
don Pedro de Quevedo
y Quintano, con cuyo pensamiento .tiene el del asturiano -al
decir de Fernández de la Cigoña~ más concomitancias de las
que pudiera pensarse. La actitud de Jovellanos en el tema de
cisivo de
la constitución española y su necesaria reforma es cla
ro y
contundente y se
sitúa en
las antípodas del programa re
volucionario de los doceañistas. Su trayectoria puede seguirse a través de
la Memoria en defensa de la Junta Central, la corres
pondencia con lord
Hollan:tl, sus
memorias personales y
la con,
sulta
sobre
la convocación de las Cortes por estamentos.
La metodología de Jovellanos es la puramente tradicionalis
ta y Fernándezde la
Ogoña la
sintetiza en estos términos: «acu
dir al razón, al derecho . natural y a la tradición en cuanto ésta
refleja a aquél en sus realizaciones conéretas
y posibles: ese es
el sentido de Jovellanos tradicional y contrarrevolucionario».
Frente a los gaditanos, Jovellanos afirma bien alto que España
ya tiene sus propias leyes o constitución y que no necesita de otras. Si han sido olvidadas o alteradas por el despostimo deben
restablecerse. pero no mudarse. Su programa es el retorno a las
fuentes, la restauración del viejo edificio: «nuestra constitución entonces se hallará hecha,
y merecerá ser envidiada por todos los
pueblos de la tierra que amen la justicia, el orden, el sosiego público y la verdadera libertad, que no puede existir sin ellas» ( 1 ).
Libertades concretas enraizadas en el pasado, restauración
de la constitución tradicional, frente a la libertad abstracta y
las
utopías de la revolución: «es la vieja imagen médica --0b
serva Fernández de la Qgoña-tan querida del pensamiento
tradicional, de la medicina y
la curación, que tan gráfica resulta
y tan llena de enseñanzas prácticas y que, sin embargo, tan pocas
veces se ha intentado aplicar». Su posición, en
el inquieto am
biente que
haría posible
el
rapto de
España por los hombres de
Cádiz, es la que
Suárez Verdaguer ha tipificado como «refor
madora realista», opuesta a la puramente absolutista
y a la re
volucionaria, que no es otra, remacha el autor, «que la de la contrarrevolución, en la que ubicamos a Jovellanos»,
la que luego
( 1) Opinión _que contrasta con_ la _ que emitía por entonces Le6n de
Arroya!, buen re!lejo de la actitud revolucionaria: «Si vale hablar ver
da4, en el día de hoy no tenemos Constitución; es deciti, no tenemos regla
segura de Gobierno ... ». Cit. J. Cepeda Adán, La España de las reformas,
Ed. Rialp, Madrid, 1983, pág. XL.
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INFORMACION BIBLIOGRAFICA
madurará, a lo largo· del siglo xrx, en la obra de Balmes, Donoso
y V ázquez de Mella.
Pensamiento contrarrevolucionario de primera hora si se quie
re, falto de perspectivas todavía en puntos concretos, pero bien
meditadq en
su fondo. Entre las propuestas más discutibles. de
Jovellanos -vale
la pena recordarlo-- se sitúa su proyecto de
modernización de
las Cortes españolas. Fernández de la Cigoña
se ocupa ampliamente del tema. El espíritu de Jovellanos es el
tradicional, antog6nico del gaditano y sus nociones de soberanía
nacional y mandato universal, que el asturiano refuta de plano,
pero incluye una novedad exótica, sin precedentes en España. Novedad que
. consiste
en la fórmula bkameral, con un cuerpo
encargado de
hacer las leyes y otro de revisarlas.
La
cámara alta
que propugna Jovellanos, situada entre el po
der estatuyente y el sancionante, serviría para «detener
la ten
dencia de uno hacia la democracia
y la del otro hacia el despo
tismo»,
y
estaría compuesta
por representantes del clero y de
la nobleza.
Las reminiscencias del modelo británico son eviden
tes. Fernández de la Cigoña reconoce en esre punto, una vez
más, el
error de
Jovellanos que no intuyó que la cámara alta
estaba destinada, en la historia del constitucionalismo contem
poráneo, a sucumbir ante los crecientes embates democráticos.
Y, una vez más también le
justifica: «una
cosa es no ser pro
feta y otra, muy distinta, revolucionario». A pesar de este de
talle novedoso las Cortes que Jovellanos propugna son las tradi
cionales,
.de corte
representativo
y estamental.
Y, Fernández de la Cigoña, pone de relieve otros motivos
notables en
la obra del célebre ilustrado que le alinean decidi
damente con la mejor escuela contrarrevolucionaria.
Así, por
ejemplo,
_ sus
citas regionalistas, su denuncia del estatismo
ab
sorbente
y su tajante defensa de lo que más adelante se llamaría
«principio de
subsidi~ridad», temas
estos que aparecen repeti
damente en sus informes. Y, más sugestivo si cabe, su proyecto,
contenido el _Reglamento para el Colegio de Calatrava, de
neutralizar los efectos de la propaganda revolucionaria mediante
un programa educativo sólido, que tenga
como pilar
central el
estudio de
la doctrina católica. «Pocas veces se habrá trazado
con más precisión -----comenta Fernández de
la Cigoña- un plan
contrarrevolucionario destinado a herir a la revolución en el
mis
mo
centro neurálgico de su actividad: la corrupción de los ce
rebros».
Es cierto que los puntos oscuros del pensamiento de Jove
llanos son abundantes.
Aquí y
allá
podría inclinarse_
el lector a
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INFORMACION BIBIJOGRAFICA
ver en él el exponente de una versión moderada del despotismo
ilustrado o, mejor, un predecesor de
la escuela doctrinaria -los
moderados del siglo
XIX-, influidos por Burke o Tocqueville.
Pero, a la postre, la interpretación original de Fernández
_de la
Cigofia resulta convincente porque muestra, con gran aparato
documental, lo que Jovellanos fue realmente en su momento, y
no lo que podríamos sospechar desde
la óptica actual, desde el
caleidoscopio de nuestro conocimiento de las posturas
. políticas
e
ideológicas que
aflorarían más
adelante, sumisas ya a los
impe
rati,.os
de
la revolución, y que él nunca hubiera avalado.
«Jovellanos
· está
-concluye
el autor- donde sus escritos
le colocan que no es otro lugar que el del pensamiento contra
rrevolucionario y tradicional español. Y los que a este pensa miento nos sentimos vinculados debemos enorgullecernos de que
esta. figura señera, en un siglo de mediocridades, se encuentre a
nuestro lado». Cierra
el libro un espléndido apéndice de bibliografía co
mentada que constituye un verdadero «estado de la cuestión»
sobre la figura de Jovellanos. En sus
páginas hallará _el lector
una
síntesis y un análisis crítico cuidadosamente elaborados de
las valoraciones
más relevantes
emitidas basta la
· fecha
sobre el
personaje, las que coinciden con los puntos de vista del autor -Menéndez y Pelayo, Casariego, Sánchez Agesta-, o las que
discrepan en mayor o menor grado -Sarrailh, Palacio Atard,
Artola-. Y referencias de suma utilidad a los eruditos -Julio Somoza, Hilarlo Y aben, etc.- que han contribuido a un
mejor
conocimiento
del célebre asturiano
y de sus fuentes.
ANDRÉS GAMBRA.
Germán Arciniega: AMERICA EN EUROPA (*)
· Un ensayo brillante, erudito, exceletemente escrito y suma
mente peligroso para el que lo lea sin discernimiento, éste de
Germán
Arci¡úega. Frente
a la tesis tradicional de Europa des
cubriendo y civilizando a América, evitando deslizarse en
vul
gares indigenismos insostenibles, el autor pretende presentarnos
la gran deuda de Europa con América. Y ante una realidad in
contestable,· pura
evidencia para cualquier viajero que al llegar
al continente americano
podría afirmar,
salvo el marco físico:
(º) Plaza y Janés, Editores-Colombia Ltda., Bogotá, 1980, 303 págs.
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