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Número 277-278

Serie XXVIII

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Como nacen los revolucionarios. (En el bicentenario de la Revolución francesa)

EN EL BICENTENARIO DE LA REVOLUCION FRANCESA
COMO NACEN LOS REVOLUCIONARIOS
POR
JORGE USCATESCU
En el mismo proceso de gestación de la Revolución francesa
nace un nuevo tipo de hombre
activo· en la política. Se trata del
revolucionario profesional.
Casi en la misma época en que Augus­
tin Cochin lo estudiaba
a través del análisis de las «sociétés de
pensée», anteriores a
la Revoluci6n, Lenin se prestaba a formar
revolucionarios profesionales
en Rusia. Sus modelos eran impo­
sibles de detectar en la táctica revolucionaria de Marx, pero
sí eran detectables con claridad en
la tradición del anarquismo
y el nihilismo rusos. El revolucionario moderno que prepara la
Revolución francesa
es un ser humano especifico que aparece
por vez primera en la historia. 'El transfiere las ideas de renova­
ción del mundo
y la sociedad, al terreno de la «ideología». El
paso de la idea a los ido/a se realiza en la acción secreta de los
grupos
y sodedades de «pensamiento» y, sobre todo, de acci6n.
En la mentalidad de este nuevo tipo social, la revolución no es
un medio sino un «fin». Naturalmente, la historia volverá luego
a imponerse con
la permanencia de la nación y de la razón de
Estado. La revolución será un hecho irreversible, pero se inscri­
birá
para siempre en la historia de Francia. Pero la ideología
fue por sí e históricamente operante.
Sus principios, la fuerza
de una nueva clase
--el «Tiers Etat» a quien el abate Sieyés le
dedica el primer «best seller» de la Revolución-, los derechos
del hombre,
los nuevos ideales concentrados en los «inmortales
principios»
se transmitirán fulminantemente a Europa y Améri­
ca latina y luego conquisiarán el planeta entero. Muchos críti-
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cos dirán que también sin los horrores y errores de la Revolu­
ción, los resultados hubieran sido
los mismos. Pero esto es algo
que la historiología relega al sector de las «hipótesis retrospec­
tivas». Un adversario de la
clase de Joseph de Maistre recono­
cerá en
la revolución y en sus• protagonistas, ideólogos por ex­
celencia, un proceso fatal e irreversible. Ins<;rito en la historia
de Francia.
Ellos, los ideólogos, de Danton a Robespierre, llevarán como
diría Mallet du Pan, «en una mano
la espada y en la otra los
derechos del hombre».
De la filosofía o la pseudofilosofía, se
pasará a la ideología. No la ideología de los profetas desarma­
dos de los cuales hablará Maquiavelo, pero esta vez de. los pro­
fetas armados de
la palabra, la espada, los ejércitos populares
que invadirán Europa entera y la someterán, a ella y a sus
mo­
narcas, y la guillotina que matará con el mismo furor a aristó­
cratas y a revolucionarios, ideólogos amigos-enemigos. El mayor
número de víctin;ias de las Revoluciones, -francesa y rusa, fueron,
en .realidad, campesinos. Las sociedades filosóficas del 1785 · se­
rán las sociedades populares activas, dirigidas por revolucionarios
profesionales del 1794.
De Sl!int-Just, a quien admiraba por en­
cima de todos los demás, Albert Camus diría siglo y medió más
tarde: «ha introducido en la historia las ideas de Rousseau». Y
lo ha hecho con ardor, con
el furor de la virtud, con ascetismo
implacable como
un inquisidor medieval, y con el ejército revo­
lucionario que llega a mandar, • él, arquetipo de ideólogo prob
sional y revolucionario, a sus veinticinco años; al Napoleón qué
encarna
· la razón de Estado le anticipa un Napoleón de la pura
ideología revolucionaria que acabará, consternando hasta la raíz
de su ser, bajo la guillotina,
Esta fue la gente que llevó el incendio a toda Europa. Antes
fueron las ideas. Después los clubs secretos activísimos. Luego
el pueblo entero y en
amu,&. Y los ejércitos victoriosos en Euro­
pa. Primero, las ideas. Pero,. ¿qué ideas?
La Ilustración entera,
que la sociedad francesa y las Cottes del ·despotismo ilustrado
habían adoptado. Las ideas conquistaban a todo el mundo. -Todos
querían participar en sus beneficios. Pero, ¿quién era, en· suma,
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el profeta. primero de los ideólogos inspirados y activos en la
Revolución?
El primero, naturalmente, Rousseau . .El filósofo
propagador de la «volonté générale». Diderot
se predispone a
definirla: «un acto puro del entendimiento que razona en el
si­
lencio de las pasiones , sobre lo que el hombre puede exigir a su
semejante
y sobre lo que este semejante puede exigir de él». Y
es siempre Diderot
al proclamar· ( risum teneatis! ): «la voluntad
general nunca
se equivoca». «El poder legislativo le pertenece» ..
El que no le obedece -a la voluntad general-«no quiere ra­
zonar» y «renunciando a la cualidad de hombre, ha de ser rra­
tadí, como un ser desnaturalizado». ¿ Hay algo más totalitario?
Esta misma exaltación de una especie rara de dominio de lo
ra­
cional, no impide a tantos «ilustrados» como el mismo Diderot
(autobiografiado en su «Neveu de Rameau»
), Restif de la Bre­
tonne, Choderlos de Lados que en el célebre libro Uaisons dan­
gereuses
nos brinda la mejor imagen del ambiente en que se
preparan y justifican los. excesos revolucionarios, Mirabeau, mo­
derno Aristogiton, con tantos escritos suyos y su propia vida de
genial delincuente pasada en
las· prisiones de la monarquía, a
brindamos una imagen espectacular de un mundo proyectado ha­
cia lo abyecto de los instintos naturales. Y, ¿qué decir del
ero­
tismo conrra natura de Sade, modelo para toda la modernidad
de la decrepitud de los peores «instintos naturales»?
Allí está también la oposición que Rousseau establece enrre
el estado de la naturaleza y el estado social, filosofía que trans­
ferirá a la ideología de Robespierre y del arcángel negro Saint­
Just. «El hombre que medita es un animal depravado». No es
Sade sino Rousseau quien
lo dice. «El hombre ha nacido libre
y por doquier está en cadenas». Vuelta por tanto al estado de
natura.
De ahí un «pandemonium» de contradicciones filosófi­
cas sobre la figura del legislador. Tal es la confusión de los escri­
tos en esta materia, que la cosa nos llevará a través de Rousseau
a los grandes tiranos «timoneles» de nuestro tiempo. En su
«carta
al Marqués de Mirabeau» (1767), Rousseau se lamenta:
«¿Para qué sirve la razón que nos ilumina, cuando
es la pasión
la que nos conduce?». El gran problema de la política es como
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la cuadratura del círculo. La «cuestión es buscar una fórmula
de gobierno que ponga la -ley por encima del hombre». Si, des­
graciadamente, esta fórmula no es encontrable, y yo confieso
ingenuamente que creo que no existe, mi parecer
es que se debe
pasar
al otro extremo y . colocar de golpe al hombre cuanto más
por debajo de la ley, establecer, por tanto, el despotismo arbitra­
rio, lo
más arbitrario posible: yo quisiera que el déspota pueda
ser
Dios». Así que el profeta infalible de la «volonté générale»
del «législateur» absoluto, acaba en el llanto de su siempre re­
novada soledad y en la fuerza imperecedera de su introspección
«agustiniana». «Pero, ¿y los Calígulas, Nerones, Tiberios?
...
Dios mío ... Me arrojo por tiet)'a y gimo de ser hombre».
Los Calígulas, Nerones, el profeta los insinúa. en el horizon­
te· de su nueva época. Seguros de sí mismos, discípulos fieles · de
Rousseau, sin sus dudas, ,y sus lamentos introspectivos, sin. sus
debilidades, Robespierre, Marat, Saint-Just, Fouquier-Tinville,
coocentran
toda su voluntad tiránica en la exaltación de la Diosa
Razón
.. Y la Revolución habrá de volver sobre sí misma, buscar
la verdadera razón de la historia en la historia de Francia para
renuociar a la ideología y suprimir a los ideólogos. Y poder ha­
éf;r que Fraocia cogiera rumbos nuevos sin los discípulos del que
«se roulait par terre et gémissait
d'~tre homme».
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