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Número 277-278

Serie XXVIII

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Notas sobre el bicentenario de la Revolución francesa

NOTAS SOBRE EL BICENTENARIO
DE LA REVOLUCION
FRANCESA
POR
CRISTIÁN GARAY VERA
El diario Le Fígaro publicó en 1988 una encuesta respecto
de qué pensaban los
franceses acerca de «su» Revolución. Sor­
prendentemente,
tratándose de un pronunciamiento de opinión
pública
y considerando los decenios de propáganda pro-revolucio­
naria, un 61
% de los consultados censuró el guillotinamiento
del
rey Luis XVI y reduciéndose a un 14 % que lo justificó por
razones políticas, ideológicas o
históricas. El 25 % restante pre­
firió abstenerse de hacer juicios· al respecto. Por otra parte, en
pleno año del bicentenario las encuestas de opinión, sensibili­
zadas
por las atrocidades de los jacobinos, ha volcado sus sim•
parlas a personajes menores de la Revolución como el Abate
Gregoire
-puesto de moda a propósito del progresismo eclesiás­
tico--y el marqués de Condorcet.
Mayor unanimidad hubo,
en cambio, sobre qué identificaba la
Revolución de 1789: un 74
% indicó la Déclaration du Droits
du Homme et del Citoyen del 2 de octubre de 1789 y W! 55 %
el asalto a la prisión-fortaleza de La Bastilla. Por otrp lado, como
revela el periodista Charles Champbell, las circunstancias políti­
cas no son ajenas a
la pompa del próximo bicen~ario, ya que
el gobierno socialista
en el poder, presidido por FrancokMitter­
rand, ha decidido recalcar su comunidad de principios con los
revolucionarios de 1789. Para ello ha triplicado
el presupuesto
de las celebraciones a
Ü8 millones de francos ( alrededor de
20 millones de dólares), aprovechando, por cierto,
la relación del
actual Gobierno. Algo que no habría podido hacer si
la posición
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del ex alcalde de París y ex Primer Ministro Jacques Chirac hu­
biese sido
más fuerte.
Quizá lo que mejor precisa el juicio a favor de la conme­
moración
sea el axioma reproducido por Champbell desde París:
«algunos
franoeses, izquierdistas aíirman que la gente debiera to­
mar la revolución como
Ull todo indivisible· y estar en favor o
en contra. Sugieren que
la actitud de los derechistas de escoger
entre algunos dementos
de la revolución y dejar otros para emi­
tir un juicio está próxima de la contrarrevolución» ( 1 ).
La extrema polarización dd asunto coloca, inevitablemente,
en un primer plano, la polémica
acerca del significado de la Re­
volución de 1789: la sola «estratificación» de sus etapas, equi­
valdría, según
d juicio de algunos, a establecer una tajante dis­
crepancia_ respecto de su significado profundo.
Desde luego habrá de advertirse lo
peculiar que resulta la
comprensión de un revolución sin distinguir entre etapas y pro­
tagonistas.
La recepción de la totalidad de sus fases y consecuen­
cias aparece, así, como
un ~cto más bi~· alejado del entendimien,
to, próximo a la dimensión em<;»:iva que ha dominado .su refe­
rencia. Aparece, por así d_ecirlo, librada a la retórica de abs1;rusos
ideales, cuyas expresiones concretas se reconocen entre las más
polémicas cuando no deleznables.
¿Metafísica
de 1789?
De las múltiples interpretaciones de la Revolución francesa
es
preciso_ destacar. aquellas que reconocen en el conjunto de los
acontecimientos una especie de
«metafísica» de la misma. Se
trata, en
pálabras más precisas, de una interpretación profunda
de su aversión al orden, ya. no sólo
político, sino también teoló­
gico,
moral y ético, Entendemos aquí,' por orden, no un mero
conjunto de . normas legales y políticas, sino una totalidad de
convenciones y .conductas cuyo fundamento se
sustrae a la cate-
(1) Las Ultimas Noticias, 15-IX-1989, «El bicenteruttio de la Revo­
ción francesa'»-, por Charles CAMPBELÍ.,, París.
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gorfa del acuerdo. o.·de la discusión. Es ,decir, un orden de natu­
ral, trascendente, confiando .a una idea propia de una legitimidad
moral más allá de la norma.
Un orden· de ese tipo, un orden
sobrenatural, recibe su jus­
tificación desde
límites externos a 1a voluntad de quienes resul·
tan ser sus actores,. y se despliega en su integridad cuando se
contempla la vida social como reflejo de un orden superior, Ese
orden
superior, que se podría ,definir como un orden natural, es,
ante todo, un orden de
.la naturaleza humana, que reconoce su
fundamento en Dios y que tiende lógicatnente hacia su realización.
Distinguiendo los grados de aproximación a ese orden, cabe
precisar
la esencia propia del fenómeno a estudiar: en este caso
el
de la revuelta de 1789. Otra perspeot:iva, la del mero orden
callejero o
la de la clásica lucha de clases, quedería suspendida
de su dimensión
intrínseca. Una «física» de la Revolución lleva­
ría, inevitablemente,

a una comprensión tan pobre como sesgada
de
la realidad histórica.
La .dialéctica de la Revolución: ideales contra realidades.
Lo primero que sorprende de la Revolución es la grandiosi­
dad de
sus postulados. Apenas revisada la lista de los derechos
proclamados
en 1789, emerge naturalmente la descripción de una
aspiración sin
limites .al entendimiento y concordia humanos. u:
berté, egalité, fraternité: así se resumen los ideales revoluciona­
rios. Ellos, en su sola formulación,. están
de frente a una reali­
dad que les optime
-la Francia de los Borbones-y que ha sido
ampliamente denunciada.
Para ellos
se ha recurrido a los ilustrados e enciclopedistas.
Ellos, a través de gigantes
y enanos ( «Gulliver» ), de doctos sal­
vajes o de ciudadanos de imperios tan espléndidos como lejanos
( «los
persas» de Montesquieü) han érttregado su definitivo ve­
redicto: el orden establecido debe destruirse. ·
. Culpan a. la Iglesia, a las creencias establecidas .. Pero no se
conforman
en este ataque que intenta introducir la «filosofía»
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en el seno mismo de las casas, sino que extienden su arco de
ataque al
rey, a su corte y a sus principios políticos. En otras
palabras, lo concretan.
Orro rasgo
· sobresaliente es la inversión del orden real, es
decir, la trasmutación de todas aquellas <>Ntegorías sociales o mo­
rales que se consideraban normales, reemplazadas· por otras · don­
de la nota dominante es el subjetivismo. En virtud de ella nada
es posible
de catalogar de bueno o malo según las creencias re­
ligiosas o filosóficas. Hay que abrirse a nuevas variables, donde
todo es explicado en función de un progreso que derriba mitos
e ídolos. Así como
cae la religión, también lo hace la política
y la metafísica clásicas.
Se procede en consecuencia: las «sociedades de pensamiento»
(saciétes de
pensée), que estudió Augustin Cochin, es la inquisi­
ción modernista que opera·
en los salones de la burguesía y de
la
noblez<1 francesas. En esos lugares de reunión emerge la nueva
sociedad, la nueva moral: «l'opinion
-recuerda Cochin-est
cause,
et non, co=e dans la vie réelle, effet» (2). La regula­
ción de la vida
real se hace, pues, a través de numerosas con­
venciones literarias en las que prima la «opinión pública» y en
las que lo importante es el marco propio de las vida eleccionaria.
Por ello fue
Cochin el primero que advirtió, de modo incues­
tionable, la unidad enrre los ideales revolucionarios
y las exigen­
cias de la vida política restringida a clubes
y facciones (3 ).
(2) Augustin CocHIN: Les Sociétes de Pensée et la Démocratie moder·
ne, . págs, 15-16, Ediciones Copernic, París, 1978. Igualmente existe nna
edición de Presses Universitaires de France, París, 1979, con el título
de L~Esprit du Jacobinesme. Une interprétation sociologique de la Révo·
lution fran(aise. Esta diversidad de títulos se debe al hecho de que sus
estudios son breves y en su conjunto permiten la: visualización de los te­
mas que interesan. Recientemente ha destacado el ensayo historiográfico
de. F~is · FURET titulado Penser la Révolution franfaise, Gallimard,
1978, traducido al español por Petrel.
(3) Una
perspectiva' ampli8i de-sus investigaciones, estrictamente mo­
nográficas, se puede encontrar en sus trabajos -reunidos en Les sociétes
de Pensée-:
«La mystique de la Libre Pensée», «Comment furent élus
les députés
anx Eiats Générau:x:» (1912) y «·La campagne électotale de
1789 en Bourgogne•. ·
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Precisamente esa es la profunda anomalía del género de vida
deducido de
la corte literaria de · 1a Ilustración y la Enciclopedia.
Se procede con el mundo real como si una sabiduría infinita pu­
diera hacer emerger del
.solo intelecto, todas las virtudes y resor­
tes emotivos, necesarios para
un orden soñado sólo en abstrae·
ción. Un mundo en
el que se ofrecen mil posibilidades pero al
que no se le definen sus limitaciones.
Lógicamente que
en ese mundo de infinitas posibilidades el
hombre parece susceptible de cualquier modificación. El puede,
según los publicistas,
hacer aparecer su alma escondida de siglos
de superstición e ignorancia. El temor a la autoridad, a la rigi­
dez del anhelo celestial, posibilitatán -piensan ellos-un nue­
vo hombre liberado de sus traumas. Junto con ello, ese nuevo
sujeto se alimentará de una nueva moral, la moral pública, la «de­
cencia» cívica, para que pueda servit al único intérprete de la
voluntad general.
Fiel subordinado
de esta voluntad que le representa aún en
su
más oscura confunsión, ese hombre pasará a integrar el nuevo
orden con
escasa conciencia de sí mismo.
Cochin, nuevamente este hombre ilustre, ha puesto de relieve
cuán notable es
la diíerencia entre la moral concreta y esta mo­
ral de circunstancias que sitve a la revolución ( 4 ). La primera
tiene un fundamento ético,
CO pública, es consecuente. La segunda separa tajantemente lo pú­
blico
de lo privado. Se puede ser un intachable «patriota» re­
curriendo a
la demagogia. Todas las virtudes públicas pueden ser
proclamadas sin consecuencia alguna en
la vida pública. Más aún,
en
la' sociedad revolucionaria, ·sería ánómalo que así fuera.
( 4) Fragmentos de las ideas de Cochin, rescittados de sus ¡,~~· a
caus_a de su trágica 'º1-uerte en el frente -durante la primera guerra mun~
dial, se encuentran en el edición de Editorial Huemul,· Buenos Aites, 1966, ..
titulada Abstracción revolucionaria y_ realismo:·. c~lico.
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El. Terror, expresión de los -ideales revolucionarios.
Esa sociedad perfecta, dot11da de todas las virtudes, habitada
por hombres provistos del conjunto de
las inocencias (limitados
sólo a su propia conciencia y prístina naturaleza) está contrariada
por el orden establecido. En palabras de Saint-Jusi, «no se puede
reinar inocentemente». O sea, que la mera invocación
de esa ci­
vilización es abominable, porque los revolucionarios juzgan que
participa de una aberración que impregna todo cuanto toca, y
cuya presencia debe ser extirpada de
raíl!.
· Imitando inconscientemente los procedimientos del club li­
terario, del salón, la tarea de depurar se convierte así en algo
eminentemente práctico, concreto. Se trata de una labor de puri­
ficación
espiriual y material que persigue a los enemigos visibles
e invisibles.
Un ejemplo categórico lo reptesenta Robespierre. Para él la
virtud
es únicamente la «virtud republicana», la que ha visto
descrita en las páginas del «Contrato Social». Para que ella pueda
desenvolverse
es preciso que el legislador aumente «el principio
del gobierno» y debilita toda introspección al individualismo,
«Todo lo que tiende a
concentrarlas (las pasiones) en abyección
del yo petsonal, a resucitar la obsesión por las pequeñas cosas
y
el desprecio por las grandes, debe set rechazado o reprimi­
do» (5). Más vale, añadía ese 5 de febrero de 1794, tener repa­
ros de la debilidad de la reacción.
En el centro de esa concepción russoniana, que pasa íntegra a
los jacobinos, se comprende que
Cochin haya calificado la no·
ción del Contrato Social como «un traité de théologie», ajeno a
todo
el curso de la vida real y reducido a características casi sa.
cramentales (

6
).
Ello es parte esencial de esa perfecta moralidad, cuyos temas
(5) Discurso de Robespierre ante la Convención Nacional, 5·Il·1794,
en· Bernard MUNIESSA: El discurso iacobino en la Revolución francesa,
pigs. 91·92, Arle!, Barcelona, 1987;
(6) Augustin COCHIN: Les sociétes de· pensée ... , pig,;. 30-)1.
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reales no son los de la moral. Lo serán apenas lejanamente, cuan­
do
se re{jetan al mal difundido mediante las costumbres y creen­
cias
tradicionales. En virtud de ello, la «inocencia» es consecuen­
cia del retorno al estado de naturaleza. "tUssoniano. Y para el jaco­
binismo ello se identifica con la democracia, con el igualitarismo:
«siendo
la igualdad la esencia de la República o de la democracia,
de ello
se deduce -dice Robespierre-- que el amor a la patria
incluye necesariamente el amor a la igualdad» (7).
En virtud de una moral «política», el jacobinismo nunca di­
rimirá sobre actos o pensamientos concretos, sino más bien sobre
culpas
perpetuadas en las estructl¡ras. Su visión de las penas es,
consecuentemente, amoral, desde el punto de vista ético, y se
remite a un juicio
. de conveniencias respecto de la salud del
Estado. Así, el
rey es culpable, no tanto por haber cometido algún
delito siquiera imaginario, sino por el
solo hecho de ser rey y
de contrariar
el «alma de la República», l¡ igualdad. Incluso más,
precisando su primer discurso a favot de
la condena de Luis XVI,
Saint-Just
dirá: «Si el rey es inocente, entonces el pueblo es cul­
pable» (8). Bajo esta premisa, el terror, ejemplificado en la sen­
tencia contra el monarca francés,
podrá extenderse hacia todos
los enemigos del régimen republicano, incluso contra
sus apa­
rentemente más fieles exponentes. Porque cuantos se exceden de
su sumisión a
la voluntad general, dejan de ser ·ciudadano~ y se
convierten en parias.
El propio Luis XVI, a juicio
de Saint- Just, es un extranjero,
y
por ello debe ser juzgado políticamente, ya que .no procede su
«ciudadanía» en Francia. Y el número de ciudadanos -lo. coro-
(7) Discurso de Robespierre a'nte la Convención Nacional, 5-II-1794,
c;i.t. en Berruttt MtJNimA: El discurso ;acobino en la Revolución francesa,
pág. 91, Ariel, Barcelona, 1987. Más adelante sostiene: «En el sistema de
la Revolución francesa, lo que es inmoral es contrario a la polftica, lo que
es cormptor-es contrarrevolucicinario», pág. ·92,
(8) Segundo discurso de Saint-Just en contra del rey de Francia, 27-
XII-1792, cit. eh Bernat MUNIESA: El discurso facobino en la Revoluci6n
francesa, pág. 138.
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probará Cochin con posterioridad ( 9)-es tan escaso í::omo mis­
terioso. Con los métodos de una secta secreta -más propia de la
francmasonería que de un grupo políti<:0--'-los partidarios de la
vwtud exigen que la ciudadanía jure lealtad hasta en secreto al
nuevo orden
revolucionario.
Pero lo más impresionante es cómo estas sociedades de pen­
samiento se juzgan, asimismo, el resumen del mundo venidero y
asumen sin restricciones
la titánica tarea de configurarlo sin im­
perfecciones. Como el pueblo no puede estar reunido permanen­
temente, las sociedades de pensamiento pueden ejecutar todas las
medidas necesarias para su salvación. Si en un determinado mo­
mento ellas no son comprendidas,
es que hay que proceder.
Por ello; el Terror terminó siempre fagocitando sus propios
promotores, los que
en esta espiral de sociedades y facciones es­
taban
en el peligro de ser «releídos» y destruidos. Ese fue el
ritual seguido por los monárquicos constitucionales con los tradi­
cionales,
y de los republicanos moderados con los primeros, y de
los jacobinos con los republicanos moderados,
etc.
Fue Joseph de Maistre el primero que observó que la categ~
ría
de los promotores no se· compadecía con los acontecimientos
c¡ue desencadenaban. Explicó que ello se debía al carácter sará­
nko de la Revolución. Desde entonces muchos ni siquiera han
visluinbrado el sentido de estas palabras. Para muchos se reduce
a
la expresión de un providencialismo ingenuo. Pero lo cierto es
que tiene un sentido aún más profundo, por cuanto revela cuán
escasamente
se es dueño de los acontecimientos y cuánto signi­
fica en
la vida de una sociedad la aparición de procedimientos e
ideas que intentan reordenar lo existente.
Esa nueva configuración implica un sentido de
re-creación
plenamente satánica --en el sentido de recomponer lo que ha
hecho
Dios-y de poner a su 4isposición los elementos del
(9) Los jacobinos contarán con los dedos de la mano sus fieles en
determinadas ciudades y serán advertidos por sus superiores de los peli­
gros de estar rodeados por los «enemigQs. de la Patria». Vid. Au¡¡ustin Co­
CHIN: Les Sociétes de Pensée.
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terror para hacerlo posible. El paralelo. entre ambos. terrores
puede iluminar, en nuestra opinión, la .comprensión del descal.i­
ficado Conde.
Genealogía del mesianismo.
La República de las Letras, aquella que han descrito Paul
Hazard y Pierre Gaxotte,
está de espaldas a la realidad, pero,
al contrario de los hombres de empresa, de
los gobernantes o de
los. magistrados y comerciantes, no se reconoce límites en sus po­
sibilidades. Optará, lo mismo que los escritores, por considerar
que no existen obstáculos para
la transformación del hombre y
de la sociedad.
Es conmovedora, en los precisos instantes en que
la sangre
regaba Francia
pór el «terror», esa verdadera persecución del
hombre virtuoso. Incluso
los peores demagogos, aquellos que ne­
gaban literalmente sus juicios del día anterior, no vacilarán en
invocar los parabienes
de. la inocencia perdida.
Para ello exigen ser juzgados, no por sus obras, sino por sus.
aspiraciones. Porque ellps se han conducido de acuerdo a fines
extraordinarios, cuya realización promete
la totalidad de las di­
clujs terrenas, las únicas posibles en su reino del materialismo.
No faltarán entonces los que invocando a Rousseau y su
«vo­
luntad general», se sientan autorizados para ser los únicos intér·
pretes del mundo venidero.
El mismo Robespierre, en discurso
pronunciado
el 1 O de mayo de 179 3, al referirse a la nueva Cons­
titución, repetirá el inicio del «Contrato
Social» acerca de la pri­
mitiva libertad humana. Denunciando
la. degradación y opresión
de la sociedad, dirá: «para
realfaar vuestra misión, el punto de
partida es hacer todo lo contr~rio de lo. que existió antes de
vosotros» (10).
Rousseau es
la punta de lanza de un movimiento que bal­
bucea el socialismo y el terrorismo. Jean-Jacques, por lo demás,
(10) Discurso de Robcs¡Íierre dd 10.V-1793, cit. en Bernard MUNIE­
sA: El discurso jacobino ... , pág. 69.
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ha hecho infatigables esfuerzos: ha pr<1piciado en «El Emilio»
la educaci6n monop6lica origen de la Desigualdad», la teoría de la perversi6n moral de la
propiedad; en «El discurso sobre las
ciencias y las artes», la bon­
dad natural y la malévola acción de la cultura y lo establecido
sobre ella,
y, finalmente, en «El Contrato Social», la tesis del
régimen totalitario.
Por lo demás, Rousseau no está solo; Diderot, o tantos otros,
le
acÓmpañan en este viaje, donde Montesquieu ya está sobrepa·
sado y donde el «despotismo ilustrado» parece totalmente
con­
trario a las exigencias de la teoría democrática. Ahora podrán
esbozar un sistema sin interdicciones, sin religi6n, plenamente
acorde a una tabla ideal expresada en la «Declaraci6n de los
De­
rechos del Hombre y del Ciudadano».
Entre los «iguales» de Babeuf y
el jacobinismo, entre «ra­
biosos» y valdenses, los clubes pueden ufanarse de no conocer
límites en
su afán por gobernar Francia y el mundo con la nueva
revolucionaria. Cuando
los signos disidentes se agiten, ellos pro­
cederán rápidamente.
Se trata de una elección ya prevista · cuando Rousseau pro­
clama a los suyos capaces de reconocer el mundo futuro y de con·
ducir hacia él. Esa «minoría profética» puede llevar, consecuen­
temente, a los demás a su propio bien,
pese a su ignorancia dis­
frazada de resistencia.
Un nuevo orden: la democracia totalitaria.
La geometría revolucionaria fija, por cierto, los llníírff de
su nuevo reino: aquellos señalados por el Contrato Social russo­
niano. En él la disidencia no es posible, ya que Rousseau, taxa·
tivamente, ha manifestado que frente a la «voluntad general»
no hay
contrariedad posible. Y todavía más, .ha proporcionado a
los revolucionarios una inestimable ayuda: ha confesado que la
«voluntad de todos» puede equivocarse, y que la verdadera vo-
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Juntad, la «voluntad general», puede ser interpretada por los ele·
gidos, por los iluminsdos por
la filosofía.
La «voluntad general
-- cial»--es siempre recta y tiende constantemente a la utilidad
pública». Pero como desgraciadamente
la acecha el engaño de
las multitudes,
es preciso considerar esa opinión sólo cuando es
conveniente. Para ello Rousseau distingue dos voluntades: la de
todos y
la general, en que sostiene que la voluntad de itodos re­
presenta intereses privados, circunstanciales, mientras que el bien
común es solamente percibido por
la voluntad general (11 ).
La «virtud», en síntesis, se resume en el activismo, y sus
cargas y responsabilidades se diluyen en las contingencias de esa
realización política. La política, como ciencia de un contrato,, se
sustrae de la moral
y queda fuera. En nombre de ella, un rey
puede ser juzgado sin delito
alguno y los réprobos negados de
todos sus derechos, gracias a que han salido fuera del contrato.
La única exclusión ( el ateísmo) ,
De este reino propagado por los revolucionarios, y en espe­
cial por los jacobinos, hay, s!, una exclusión: la religión. Ella es
la culpable
de haber pervertido la inocencia natural del género
humano. Ella, con sus ceremonias, sacraliza
las formas del despo·
tismo y perpetúa la ignorancia.
En la Déclaration du Droits du Homme et del Citoyen se
alude, por cierto, a la libertad religiosa. Pero no de modo fa.
vorable a ella. Primero, que nada se trata de consagrar, que cual­
quier creencia, menül la católica, pueda ser legítima para el avan­
ce de la razón y de Ía República. Luego, que la no creencia, es
decir, el ateísmo, pueda ser tan o .nr,is· respetable que la religión
misma.
En suma, en ese mundo donde se proclaman las libertades
abstractas, resulta que no son posibles
las libertades com,retas. ·,
(11) Jean JACQUES RousSEAu: El contrato social, Editorial Sarpe, 1984,
pág. 58.
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Es ese panorama donde las extensas declaraciones de derecho se
contradicen con las posibilidades reales de las personas en su vida
diaria. Allí donde ese
hombre' integrado a la voluntad general no
puede siquiera percibir
d soplo de lo divino y debe conformarse
con las promesas caducas de
las ideologías que despuntan en la
modernidad de 1789.
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