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Número 277-278

Serie XXVIII

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El principio de subsidiariedad

EL. PRINCIPIO DE SOLIDARIDAD
POR
FRANc1sco FÉLIX MoNTIE.L
1
Hay una palabra que parece inventada para nuestro tiempo y
que, sin embargo, no es nueva. Pero otras veces tenía una signi­
ficación limitada
y un rúvel · lindante con la utopfa. Mientras que
en el lenguaje de hoy tiene un sentido más pleno, más cerca de
la tierta, con la frescura de un neologismo que hubiera brotado
de una espontánea exigencia.
Es la palabra solidaridad. Palabra
que en esta
«nueva» acepción queremos referirla, no a la solida­
ridad filosófica que suele 'practicarse como un deber, sino a la
solidaridad que fluye de la vida, que resulta del entrelazamiento
real de los compromisos humanos.
La solidaridad como un hecho.
Leon Bourgeoís hizo ese distingo hacia el año 1900 en su inte­
resante trabajo Essai d'une philoso~ie de la solidarité. La lite­
ratura política y religiosa nos ofrece textos valiosos sobre el tema
desde los tiempos más antiguos (pienso
en San Pablo o en Marco
Aurelio) ( 1); pero
hay que llegar hasta mediados del siglo XIX
para que se intente hacer de la solidaridad un principio social,
una ley natural, y no solamente una ley moral.
Encuentro en
mi. cuaderno de notas: ·«el respeto a los .dere-
(1) San -Pablo, en su Epistola. a los romanos: «así como tenemos mu­
chos miembros en nuestro cuerpo,. y no tienen todos la misma .func;ión,
así, aunque somos muchos, somoS un _ solo cuerpo en ~risto ·y cada uno
en particular miembros los unos de los otro,s». Marco Aurelio decla que
el mismo lazo y uni6n que existe entre los miembros del cuerpÓ lo tienen
entre sí los seres racionales, aunque sepárados los unos de los otros, púes
están formados para cooperar a una oh~ · común.
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FRANCISCO FEUX MONTIEL
chos de la personalidad supone la afirmación de algo común a
todos
los hombres. De otro modo, nada podría impedir que los
mejor dotados se impusieran a los demás. La paz social no es el
resultado de la mera coexistencia de libertades, sino de la com­
penetración de éstas en · principios comunes. La variedad parte
de la unidad y, por diversos caminos, tiende a realizarla, después
de haberla enriquecido.
No hay sociedad sin solidaridad. Decía
Maeztu: «una asamblea de hombres libres sólo puede aplicar las
distintas voluntades a problemas que son
ya comunes antes de
que los individuos se reúnan».
Más notas de mi cuádemo: «el individuo se perfecciona en
la solidaridad, al mismo tiempo que coopera a ella. Hay una tesis
del "individualismo mitigado" que se ha fijado en caracteres
comunes.
La idea del bien no nace en la conciencia del individuo,
sino que se
afirma en la persistencia de los caracteres morales
de
la especie. En la democracia se reconoce al hombre como un
género,
como un universal lógico». Malraux ha dicho: «el huma­
nismo puede ser la actitud fundamental del hombre en atención
a
la civilización que él acepta, como el individualismo es su ac·
titud fundamental en atención a la civilización que niega. Lo im­
portante no estará ya en .la particularidad de. cada hombre, sino
en su densidad,
y él defenderá, .no lo que le separa de los otros
hombres, sino lo que le permite unirse a ellos
más allá de ellos
mismos». .•
II
El tema se repite en todos esos pensamientos, La solidaridad
como un hecho. No
la que tiene carácter de prédica o de aspira­
ción moral, sino la que surge como un imperativo práctico.
En
el último cuarto del siglo XIX ( después de la guerra civil en Es­
tados Unidos, después de-fa guerra franco-prusiana) se extendió
por
el mundo un increíble estado de tranquilidad, de seguridad
y
de despreocuvación, que· alejó de las mentes todo concepto de
dependencia mutua entre los hombres, toda idea de compartir
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EL PRINCIPIO DE SOUDARIDAD
deberes, esfuerzos y responsabilidacles. La «belle époque» llaman
los franceses a ese período. Pero aquellos tiempos pasaron trági­
camente, y en
realidad. no son otra cosa que un paréntesis excep­
cional
en la larga historia de sufrimientos de la especie humana.
Los pueblos nunca han tenido una existencia fácil, aunque haya
aún quienes piensen que la
felicidad. que conocieron nuestros
abuelos representa el hecho normal y que las inquietudes e in­
certidumbres actuales constituyen lo anómalo y sorprendente en
la vida del mundo.
Quizás por esa creencia son muchos los que
viven en nuestro tiempo
temerosos y desconcertados. Hay, de
todas maneras, una
interpretación exageradamente pesimista de
los hechos, que pertenece en unos casos a cierta visión deprimida
que toda una escuela de técnicos, políticos y filósofos ha conver­
tido
en doctrina de derrota, y que actúa en otras ocasiones en
forma deliberada por medio
de campañas psicológicas desmorali·
zadoras que ciertos intereses y ciertas estrategias desarrollan como
parte
de sus finalidades de «ablandamiento» y, desde luego, con
efectivo éxito.
Ambas corrientes se
mezclan en la práctica, y no hay duda
de que los primetos colaboran con bastante
ingenuidad, cuando
no con cándido entusiasmo, en la empresa
insidiosa de los últi­
mos. A diario divúlganse, por ejemplo, estadísticas impresionan­
tes que se refieren al hambre, a la mortalidad infantil, al analfa­
betismo, a los
conflictos sociales, a .los muertos y heridos que
resultan de
esos conflictos, a las condiciones insatisfactorias del
trabajo o de la vivienda, a los estragos de la delincuencia. Esas
estadísticas suelen estar basadas en hechos ciertos y comprobados,
pero fallan
cuando aparecen --aunque tal no sea siempre la in­
tención de los servicios o especialistas que las difunden....,-como
expresión representativá de
un estado social; como imagen de
un momento de la historia humana. En realidad, este momento
de la historia
'Se compóne también de progresos, de ventajas po­
líticas, culturales, sociales y económicas logradas por extensos
núcleos de población de todos los continentes,
de índices de me-
. jor salud, de mayor bienestar, de avances en el nivel medio de
la
cultura de nuestra época, que casi nadie se preocupa de reco-
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ger como u,n estímulo, estímulo indispensable si pensamos en los
factores que están llamados a ánimar la construcoi6n de un mun­
do
más justo.
Están invadidos nuestros países por
especialistas en «crear
conciencia». Es la invención más brillante de la sociología con­
temporánea. Se crea conciencia en los congresos, en las revistas,
en
los libros, en los informes de las comisiones internacionales.
Los pueblos
tie11e!l conciencia de las injusticias, del hambre, de
la
ignorancia, de la desigualdad irritante entre países pobres y
ricos. Hispanoamérica, por ejemplo, vive angustiada por la con­
ciencia del •ubdesarrollo. Todo eso hace falta para que los hom­
bres
y los pueblos reaccionen, para que las colectividades adquie­
ran un· sentido claro de su responsabilidad en la obra que urge
llevar
adelante. Pero estamos formando pueblos resentidos, llenos
de
odio, ciegos y sordos además, como consecuencia del parcia­
lismo con que se viene realizando ese «despertar», porque la
toma
de conciencia de lo negativo y deprimente no va acompa­
ñada de una toma
de conciencia análoga sobre las soluciones po­
sibles y sobre la seguridad que todos debemos tener en los re­
cursos y en la capacidad de los pueblos para encontrar esas so­
luciones. La búsqueda de. una filosofía estimulante no debiera
ser
empresa difícil. Los valores esenciales no habría que inven­
tarlos, sino más bien restaurarlos.
Quizás hemos ido demasiado
lejos negando principios que no somos capaces de sustituir,
sen-.
cillamente porque son insustituibles.
111
El historiador Tcynbee recuerda que Pedro el Grande defen·
clió la fortaleza de Rusia a principios del siglo XVIII, imponiendo
una
revoluci6n técnica capaz de alcanzar el nivel de progreso del
Oeste. Dos siglos después, Lenin
y sus seguidores escribieron un
segundo capítulo
de la misma hazaña, agregando un factor -la
ideología comunista-que no tiene la apariencia de una técnica,
pero que en el fil"Senal del Kremlin no significa sino una técnica
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EL PRINCIPIO DE SOLIDARIDAD
entre las más poderosas al servicio de una estrategia: la estrate­
gia de un imperio que ha cambiado de color, pero no de objeti­
vos. «La
técnica.--<1clara con cierta intención Toynbee-'-no es
desde luego
otra cosa que una palabra. griega empleada para desig­
nar un conjunto de herramientas. Tenemos, pues, que formulatnos
la siguiente pregunta: ¿Cuáles son las herramientas que cuentan
en esta lucha en
la que el empleo de herramientas confiere la
fuerza? Una central eléctrica o una locomotora constituyen he­
rramientas, en el mismo grado que un cañón, un avión o una
bomba. Pero
no sólo hay herramientas materiales; las hay tam­
bién espirituales, y son éstas
las más eficaces que .haya creado el
hombre. La fe, por ejemplo, puede ser una herramienta» (2).
Hablábamos
de algo como un nuevo «renacimiento» que en
nuestro siglo pudiera tener diversos nombres. Llamémosle
hu­
manismo, escribí en 1957 en mi Ensayo sobre la libertad, publi­
cado en México (3
). «Llamémosle humanismo; pero digamos qué
contiene. Digamos que contiene un principio
de lealtad incon­
fundible a los auténticos valores
de la persona humana y .de la
realidad social del hombre. Digamos que contiene una fuerza
aglutinante con nombre de solidaridad,
y la creencia en esa fuer­
za. Digamos que contiene un sentido inagotable de tolerancia y
una confianza resuelta en
la fuerza creadora de la libertad. Di­
gamos que el humanismo construye las condiciones reales de la
libertad y que su vocación
de justicia no es una palabra ni una
utopía, sino la disposición racional de una justicia concreta (y
no engañosa) sobre la tierra. Digamos que la concepción huma­
nista se opone a la concepción matetialista de
fa vida».
Sobre el materialismo, y en particular sobre el «materialismo
dialéctico», quisiera añadir algunas observaciones basándome en
la obra El azar y la necesidad de Jacques Monod, premio Nobel
de Medicina ( 4
). El materialismo dialéctico -escribe el profesor
(2) ARNOLD ToYNBEE, Le monde et l'Occident (traducción francesa
de conferencias del autor), Gonthier, Pa1rls, 1964, págs. 15-16.
(3)
F. F. MoNTIEL, «Ensayo sobre la libertad~. en revista Humanis~
mo, rioviembre-diciembre, 1957, México'D, F.
(4) ]ACQUES MoNOD, Le basard et la ·nécessité, Seuil; -París, 1970,
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Monod-«es. una. adición relativamente · tatdía al edificio socio,
económico ya erigido por Marx». Y añade: «adición ciertamente
destinada a
hacet del materialismo dialéctico una "ciencia» fun.
dementada sobre las leyes de la. naturaleza» (5) .. La palabra cien­
cia entre .comillas en el libro de Monod. Marx, en efecto, hizo
de la famosa dialéctica algo menos serio que una ciencia. Por su
parte,
fos disdpulos de Marx usan la invención de su maestro
como una trampa para apoderarse
del mundo.
Aludiendo a
la «dialéctica» marxista, escribe Gathome Har­
dy: «la experiencia reciente
ha demostrado con creciente claridad
que
la eliminación de la guerra no evitaría por sí misma el riesgo
de
conquís,ta y tiranía. Una nueva escuela de agresión ha descu·
bierto una técnica independiente de cañones y bombas, suscepti­
ble de lograr sus propósitos. El método de la guerra ideológi­
ca» (

6
). Jacques Monod acusa a Marx y Engles ( en su citado libro)
de
haber recurrido «mucho más clara y deliberadamente que
Spencer» a
la proy=ión animista. Y añade que no es posible
interpretar de otro modo «la famosa . inversión por la cual Marx
sustituye el materialismo dialéctico a la dialéctica idealista de
Hegel». «La dialéctica
de Hegel -explica el premio Nobel fran­
cés-tiene su lugar en el seno de un sistema que no reconoce
como realidad permanente y auténtica más que al
espíritu. Si
todos los acontecimientos, todos los fenómenos,
no son más que
manifestaciones parciales
de una idea que se piensa, es legítimo
buscar en la experiencia subjetiva del movimiento
del pensamien­
to la expresión más inmediata de las leyes universales. Y puesto
que
el pensamiento procede . dialécticamente, está claro que las
"leyes de la dialéctica" gobiernan la naturaleza entera. Pero con·
servar intactas estas "leyes" subjetivas para
hacer de ellas las
de un universo puramente material, es efectuar la proyección
animista con toda claridad, con todas sus consecuencias, comen­
zando
por el abandono del .postulado de objetividad. Ni Marx
(5) J. MoNoD, op. cit., pág. 49.
(6) G. M .. GtntoRNS-HARDY, A short history of Inlemational Affairs
1920-19)9, Londres, 1960; pág, 520.
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EL PRINCIPIO DE SOUDARIDAD
ni Engels han analizado en detalle, para intentar justificarla, la
lógica de esta inversión de la
dialéctica» (7).
Más adelante, y después de citar el famoso ejemplo del
«gra­
no de cebada» y ciertas disquisiciones matemáticas del Anti-Düh­
ring de Engels, el profesor Monod agrega el siguiente comentario:
«estos ejemplos ilustran
sobre todo la amplitud del desastre epis­
temológico que resulta
de la utilización "científica" de las inter­
pretaciones dialécticas. Los dialécticos materialistas modernos
evitan
en general caer en semejantes necedades. Pero hacer de
la contradicción dialéctica la "ley fundamental" de todo moví·
miento, de toda evolución,
no es otra cosa que un intento de
sistematizar una interpretación subjetiva de la naturaleza que
permite descubrir en ella un proyecto ascendente, constructivo,
creador; volverla,
en fin, descifrable, y moralmente significante.
Es la "proyección animista", siempre reconocible,
6ialesquiera
que sean los disfraces. Interpretación no sólo extraña a la ciencia,
sino incompatible con ella;
así ha resultado cada vez que los dia­
lécticos materialistas, saliendo
de la pura palabrería "teórica" han
querido alumbrar los caminos de
las ciencia experimental con la
ayuda
de sus concepciones» ( 8 ).
IV
Hace tiempo escribí: «estos que nos ha tocado vivir -que
muchos están viviendo sin brío y sin esperanza-no son tiempos
de muerte sino años de renacer... Hay que
,mirar las cosas; no
con ojos miopes,
ni a través del ventanuco de la buhardilla donde
transcurre nuestra pequeña existencia privada, sino sacando la
cabeza sin miedo, y abriendo bien
los ojos, para ver la dimensión
entera de la realidad, con sus perfiles y sus accidentes, con sus
(7) J. MoNOD, op. cit., págs. 4647,
(8) J. MONOD, op. cit., pág. 51.
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promesas, sus dificultades y sus peligros» {9), Hay quienes in­
tentan huir de sus deberes, refughindose cobardamente en el en'
gañoso asilo de su egoísmo. La solidaridad supone un deber con·
creto
de prestación humana : que nadie puede decorosamente
infringir y, por otro lado, la huida egoísta frente al sufrimiento
y la responsabilidad carece de. eficacia y de sentido, porque la
ley de los tiempos históricos es inexorable. «En nuestra época
de rígidas interdependencias -ha dicho un escritor-ningún
hombre tiene la posibilidad de salvarse solo. Alguien podtá in­
tentarlo. Podrá pensar por algún tiempo haberlo logrado. Pero
no ·tardará en darse cuenta· de su equivocación». La solidaridad
humana no
es tan sólo un deber moral. Es una neoesidad prác­
tica, una obligación que nos sujeta con músculos más fuertes que
los sentimientos. Quiero decir: con
la tenaza de los hechos.
El fermento es
la socialidad como vocación o tendencia natu·
ral del hombre, como ingrediente de la persona. La persona
-dioe Julián Marías--es «inexorablemente social». Un autor es·
cribe: «el hombre es poroso al prójimo porque la socialidad está
dentro de él; es un ser comunicante y reoeptivo, que aun cuando
está solo, está solo de alguien». La última expresión pertenece a
un pensamiento también de Julián Marías. La gran vigencia de
«lo social» en esta era histórica no siempre ha sido bien inter­
pretada. A
veoes se ha llegado a confundir lo social con lo polí­
tico, pervirtiendo, podríamos decir, la doctrina; convirtiendo la
inclinación natural del hombre a asumir deberes y responsabili­
dades dentro de
un concepto «social» de la vida, en una simple
«afición»
a· ¡a política, o inás bien a lo que es costumbre -inala
costumbre--:-designar con esa pslabra. Uno de los instrumentos
polémicos más utilizados para sostener la tesis de esa inclinación
politiquera del
ser humano ha sido la famosa definición: «el hom,
(9) F. F. M·oNTIEL, A"ñós de renacer, artículo publicado en diarios
de L4 Habana y Santiago de Cuba en agosto de 1912. «La grandeza y la
felicidad se excluyen casi siempre en tiempos de dolor y de creación como
loa nuestros. Y de lo que se trata es de saber encontrar, en medio de la
confusión y de la cobardía en que otros se pierden o se hunden, d cami­
no de grandeza que nos haga dignos de vivir estos años heroicos».
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EL P~NCIPIO DE SOUDARIDAD
brees ull!l.animal político», atribuid¡¡ ,a Aristóteles. Autores .es·
pecializados asegura11. que .la.frase no. tiene el sentido que suele
dársele
y qlle la tt:aducción más exacta ditía en castellano: «el
hombre
es un animal social». Mi maestro. don Adolfo Posada,
por ejemplo, también
hizo uso de la expresión «animal social»
referida
al hombre, en su libro La idea pura del Estado (10).
Oti;a interpretación . que ha dado lugar a confusiones lamen­
tables, es la que acumula o m~ todo lo que es «sociaJ», viendo
en ello una
sola corriente que va a desembocar, casi como una
fatalidad. histórica, en un único océano llamado «socialismo».
No
recuerdo dónde leí hace años está frase: «No preguntéis jamás
¿es ust~ socialista? ( 11 ). Preguntad, ¿hasta dónde es usted so:
ciaHsta?». Tales confusiones han propagado el concepto de que
«vamos hacia el socialismo»; en el sentido, no de una ideología
determinada,
.sino de una corriente inevitable de la historia de la
que, también inevitablemente, sólo aeabará beneficiándose una .-___ ,
· (10) En la Intro4ucci6n a la Pollticl/,.. (lllcontramos estas ideas de
kistóteles: «el Estado es. un hCCho natural. El hombt"e es naturalmetite
social (ri sociable). El que vive fuera de la sociedad por su propia inclina­
ción, y no por efecto 'del azar, es'· uh ser degradado, O UÍl ·ser . superior II
la ·espééie ·humana, a Quien:·pu:dieran aplicarse·_las palabras. de Homero:
"un ser sin leyes, sin familia y sin hogar". :J::.1 1:io~bre que:_-fuc;ra as( pol'
su naturaleza: no respiraría sino la guerra, no habría freno alguno que lo
retuviera
y, como un ave de rapiña, estarla siempre presto a a'CoJD.eter a
los otros.
De modo que el hombre ~ un animal social, más social que las
abejas y que los otros animales que viven en comunidad ... ».
( 11) «Se ha extendido por el mundo desde bate mucho tiempo la
idea de que. ''.:el sentido de la Historia,. .apunta hacia el socialismo. El mé­
todo, de.la,pro~a -tan usado.·por _los marxistas-suele .ser eficaz. Y en
las _ horas de crisis y de incertidumbre no -sori póCOs los hOmbres que se
dejan atraer por el im:t,teSionanté aviso de 'ia s'abiduria profética ... En esia
rectll fitlal del siglo· xx no "háy más posibilidad· de socialismo que· el. "siste­
·ma que ·11am.an así lOS gobernantes del 'J{remlin. El maestro Maurice-Du­
·verget -que, sin-em.b~, . se consideta _ socialista-no vacila en senten­
ciar limpúúnente: ,·•no existe hoy ningún -régimen. socalista que sea a la
vez_ -sócialista :y_ dem.oérátiéo. Todos los regfmeti.es socialistas son, dictadu~ -
ras".:.' El sOcialismo como idea peiteÍlece al pasado; COill'O experiencia,
pertené~ al universo totalitario» .. (De mi ·artículo -La teniati6n sociaJ.ist_a,.
publicado en el diario ABC·de Madrid).
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FRANCISCO FELIX MONTIEL
determinada ideología. La palabra socialismo se ha enseñoreado
de nuestro lenguaje
haciéndonos ver socialismos· de todos los co­
lores, desde el rojo subido de Moscú o de China hasta el rosádo
tranquilizadot que algunos creen encontrar en ciertos palses y
reglmenes. Todo ello
por no advertir que el enorme influjo de lo social
en nuestro tiempo no es otra cosa que un fen6meno de conden­
saci6n de la socialidad hutnana
· en busca de formas superiores de
organización que no tienen por
·qué ser ni llamarse socialistas. Y
de hecho hay razones
para esperar que las nuevas formas se ali,.
jen
de los rumbos orientados por cierta conspiraci6n ideológica
cuyos efectos
preocupan al mundo. Hemos visto que en la evolu­
ción
de los tiempos prevalece el signo solidario, la solidaridad
comó un
hecho. Es conveniente añadir que ésta es la negación
del socialismo· en los significados especilicos a que estoy aludien­
do, y que éste
es la negación de· aquélla. Solidaridad supone liber­
tad; supone difusión participativa de la autoridad y no despotis­
mo de la concentración económica
o de la dictadura totalitaria;
implica participación real. y positiva en el beneficio de las rique­
zas comunes y no .administración centralizada de riquezas, bienes
e instrumentos
de producción a los que el hombre como hombre
libre deja de
tffler acceso.
y
Tenemos que volver a ese profundo estudio titulado El azar
y la necesidad. Casi al' fihal del libro, y como una conclusión
destinada a las más altas resonancias, Monod
señala que «el ma­
terialismo histórico reposa sobre una confusión total de las cate­
gorlas de valor y de conocimiento. Esta confusión
---<1grega-le
permite, con un discurso profundamente
inauténtico, proclamar
que ha establecido "científicamente" las leyes de la historia a las
.. Q1,1e el hombre no tendrá otro remedio ni otro deber que obede­
cer, si no quiere hundirse en la nada»; El escritor continúa: «una
vez por
todas es preciso renunciar a esta ilusión que no · es más
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EL PRlNCIPIO DE SOLIDARIDAD
que pueril cuando no es mort-aL ¿Cómo podría construirse un
socialismo auténtico sobre la: base -de una ideología inauténtica
por esencia, burla de la ciencia sobre la que, sinceramente
en el
espíritu de sus adeptos, pretende apoyarse? La única esperanza
del socialismo no está en una "revisión" de la ideología que le
domina desde hace más de un siglo, sino en el abandono
total de
esa ideología» (
12 ).
Sobre -la relación entre lo social y lo político de que antes
he hablado, quisiera precisar más mi criterio. No niego que; aun­
que categorías independientes, ambas actúan con reciprocidad.
Sabemos que no es practicable la convivencia social sin forma
política, y que esta forma
es la única manera posible de vida to­
tal en común. Pero la «política» que aquí se menciona no es la
del político profesional,
la política como arte, profesión u oficio,
Joseph Rovan ha escrito: «el eje de las decisiones que ponen en
juego las condiciones de existencia de los miembros de la comu­
nidad se ha desplazado sensiblemente -del terreno de la Ley al
del Plan; es decir, que
la natutaleza de las decisiones que han de
adoptarse es cada vez menos "política" en el sentido que tenía
ese término en el siglo
xrx, y cada -vez más técnica; evolución
que va acompañada de una
"publiqubiación" de secto~ de exis­
tencia reservados en otro tiempo a la acción privada y particular.
En cierto sentido sería posible decir que la vida se poUtiza mien­
tras que la política se despolitiza» (13).
En efecto, viene hablándose mucho en estos últimos años
-sobre todo en Europa-de la «despolitización» de los pueblos.
El fenómeno es una realidad indiscutible.
Las gentes se intetesan
cada vez menos por la modalidades y las técnicas de la política
de viejo estilo. Hay elecciones con un considerable porcentaje de
absentismo.
Son raras o difíciles de lograr las grandes concen­
traciones
de masas en los mítines que organizan los partidos. Ha
descendido mucho el entuoiasmo--pot las etiquetas ideológicas.
Inck.so el debate que provocan las partidos anhelantes de clien-
(12) J. MoNOD, op. cit., págs. 193-194.
(13) JoSEPM RovAN, Une idée neu.ve: la démocratie1 París, 1961.
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FRANCISCO FEUX MONTIEL
tela tiene mucho menos que :ver con los «grandes principios» de
otras·.veces
que con los probietnlls concretos y sus posibles solu·
clones.
No será exacto afirmar que los pueblos no. se interesan por
los asuntos del
«pro<:omún», como dedao nuestros padres o
abuelos.
Por el contrario,, es hoy mucho más fuerte· que en nirt­
guna otra época de la historia, la inquietud generalizada por las
cuestiones que afectan a
la comunidad como un , tod9 y por la
gesti6n de los negocios públicos, Pero se piensa más en' .términos
de, administraci6n; las grandes palabras han sido sustituidas por
los, cuadros estadísticos; los informes
y dictámenes tienen más
valor e importancia que las clásicas exhibiciones de oratoria.
Donde
-antes . se decía, por ejemplo, .«escuela laica»,· expresando
una preocupación
por la enseñanza en el plano ideol6gicó, hoy se
~te esencialmente .sobre técnicas y métodos, sobre. la eficacia
de
.\a .educaci6n sin adjetivos. Los partidos dirigen sus proclamas,
n\l a los sectarios de una idea, sino a los «independientes» del
elii:orado. Una encuesta realizada por la revista L'E'(press de
París en vísperas de las elecciones legislativas francesas de marzo
de
J967 indicaba que el 35 por ciento de los consultados se ha·
bían declarado indecisos. Comentando el hecho, escribía un pe,
riodista. en.
una cr6nica: · «una vez más; serán los indecisos los que
qeci¡:lan la elección en. Francia». No hace. mucho leíamos estas
líneas en tomo al desarrollo de una · campaña electoral en ln­
gla~erra:
«los conservadores t.ratan .de ganar votos presentándo­
se como menos conservadores, y los laboristas como menos labo­
ristas».
VI
• En las maravillosas páginas de Citadelle; Saint Exupéry nos
cuenta lo que le decía su padre: «hazles cortsttuir juntos utta
torre y los convertirás en hermanos. Pera si quieres que se odien,
échales de comer». Esas palabras son el comienzo de un emocio­
nante discurso: «pues una
civilizaci6n -sigue diciendo el padre­
descansa sobre lo que se exige de los hombres, no sobre lo que
l()(l4
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EL PRINCIPIO DE' SOUDARJDAD
les ·,:s -dado,. . . . Las· obras «nacen tanto de aquellos que no· ácier·'
tan· en sus gestos como de aquellos que ,aciertan, pues tú puedes
i:epartir en dos al · hombre y si salvas :s6lo a los grandes. esculto­
res
.. te. verás. privado. de los grandes escultores... El gran escultor
nace de la tierra de malos escultores. Ellos le sirven de escalera
y Jo-,elevan ..• furor del uno, acierto del otro. No te inquietes por.
esas divisiones. Sólo es fértil la gran colaboración del uno a tra­
vés
del otro. Y el gesto que falla sirve al gesto que acierta. Y
el·
gesto, que acierta muestra. el fin que perseguían juntos, a aquel
que ha eo:ado. el suyo. El que encuentra a Dios lo encuentra para
todos» ...
. He e,q,resado más de una vez )a idea -,-en el fondo, para·
dójica-de que los partidos no deben «partir». De· hecho, el
Est.ad!> necesita encuadrar las diversas «partes» de la nación,
pero en el. sentido de eoprdínar las múltiples entidades o poderes
existentes en un plano superior partjdos, ,sin embargo, realizan en la actualidad Jo contrario de
lQ que estqy diciendQ. Separan lo que está unid.o. Separan a los
hombres qne trabajan juntos en Ul;la #btica o a los vecinos de
una con;mnidad local. Los separan, y además los enfrentan, Es
decir, los
organizan para combatirse (14) ..
l)eberían ser inconcebibles tales actividades dentro de una
a . _.(14) 'GEORG:És _ .DuHAMBL dio Íienda-suelta a SUS _inqui_etudes en UJl
iri.~te artlci1lÍ, ·publicádo hO<:é áfios, · abordando el tema· de los partí'
dos. pólíticos con -·valiente . fmó.quezá: .. «soy '-dijo-sinceramente . repi.ibir
cano y declaro sin rodeos que la división en partidos de las asambleas
deliberántes es la causa esencial del desorden actual de Francia... No se
comprende c6mo Francia, tan bien · .construida, haya encontrado el medio
(por la institución de los partidos) de hacer perder a los representantes
del pueblo y a loa electores de tales representantes las virtudes del libre
juicio:.; Esta sújeción, ·no sólo priVa · de lás franquezas: persollales-' a casi
tod.os· los hombres -.inteligentes . y. capaces de. forjarse una opinión, sin_o que,
además, · les da -el sentimiento. de. que,. en la gi:an_ nación francesa, son: Jo_s
..,.,.;dotes y h,s esclaros c;le una pequeña sociedad partidaria!... Formulo
arc:lieó.1:es votos· parit ·qUe FNllcia ·_cómprerida la. enfermedad que _padec.e>~
(¿La supresión de las partidos políticos?, artículo lceptoducido por el diario
Li Crónici de Lima eD5 de jwúo de l95S): · · · '.
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Fundaci\363n Speiro

FRANCISCO FEUX MONTIEL
noción del Estado propia .de· una sociedad solidaria. Reproduzco
de
mi cuaderno de .notas: «la cotnunidad no crea entre sus miem­
bros una simple solidaridad momentánea, contractual, interesada,
sino una
unidad constante, una verdadera solidaridad de destino».
Y este otro apunte: «la oposición se concibe como una función
dinámica dentro de un sistema
de unidad final. No debe ser nun,
ca un sistema».
El Estado tiene necesidad de instrumentos y procesos que rio
separen lo que está unido, sino que unan y coordinen lo que está
separado. El propósito no es suprimir
las diferencias, ni silenciar
las discrepancias, ni desalentar
las criticas. La variedad no es un
obstáculo, sino un alimento de la solidaridad. Pero dos verdades
deben aparecer bien claras: 1) que los partidos no
son ni pueden
ser en ningún caso esos instrumentos. de unión de que hablo antes;
2) que la solidaridad
no hay que confiarla a la espontaneidad o
a la improvisación. Hay que
organizarla.
Inútiles serán todos los llamados declamatorios a la unión y
la concordia, si no estimulamos la solidaridad eliminando, más
que los conflictos, las causas de los conflictos; si no favorecemos
la solidaridad, transformando la batalla en
diálogo y la voluntad
de beligerancia
en voluntad de áeuerdo; si no organizamos, en
fin, la solidaridad, haciendo de su espíritu la cotriente anitriado­
ra, no de un simple clamor de buenas intenciones, sino de un
sistema práctico que ofrezca al Estado
el respaldo coherente,
continuado y constructivo
del. conjunto de poderes, intereses, es·
fuerzos, iniciativas y recursos que forman la realidad del país.
VII
Solidaridad más allá de la nación. Solidaridad entre los hom­
bres y los pueblos de toda la tierra. No .hay mundos separados
o distantes, sino
un solo mundo. Esas tres palabras pue,J.e,,t:·ser
el título de · estas reflexiones. Pensando en determinados territo­
rios donde
parecetla que se ha detenido desde hace siglos su ~ir
lución cultural, social y económica, dijo André Siegfried en una
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EL PRINCIPIO DE SOUDARJDAD
conferencia: «cuanc;lo se viaja, .se viaja en el tiempo má~ aún que
en el
espacio•. Después reforzó su idea añadiendo que, a veces,
en. ~ue:s,tros viajes, «entramos en contacto con s~es humanos que
no son, en realidad, nuestros contemporáneos».
La tesis es discutible. Observemos que no es necesario re­
correr muchos kilómetros para encontrarnos con seres. humanos a
quienes
-por su condición, por su modo de vida--podríamos
incluir seguramente en la categoría señalada
. por el filósofo fran­
cés. Viven dentro de nuestras ciudades, o
en. sus alrededores,
mezclados con nosotros. Y no son hombres de otra
época: están
aquí y ahora. No son seres extraños, personajes de ficción o fan­
tasmas de otro mundo. No tienen luz eléctrica, a veces. Utilizan
en su taller un modelo de
tomo igual al de los ar.tesanos de hace
siglos. Sus instrumentos de trabajo no han cambiado
en el curso
de innumerables generaciones. Y,
sin embargo, son más que nues­
~s contemporáneos, son nuestros vecinos.
Es este un siglo en el que las novedades no sabríamos decir
si asombran
más por el prodigio que contienen o por la veloci­
dad con que
se producen. La «era de la velocidad» llaman algu­
nos a nuestro tiempo, pensando en los medios qui, la tecnología
ha inventado para que el hombre pueda desplazarse de un Jugar
a otro con fantástica rapidez. Pero
la denominación tiene, inclu­
so, otro sentido
-más característico todavía-si pensarnos en el
ritmo de
vértigo con el que la invención moderna .va . avanzando
por sucesivas
etapas de progreso. Y en tal forma, que el hombre
común apenas
ha comenzado a familiarizarse con la idea de una
invención que cambia tales o cuales concepciones de
la física o
de la ingeniería, cuando se descubre otra que inmediatamente
transporta nuestra imaginación a un mundo de posibilidades nue­
vas que empequeñecen las que
hace tan sólo unos años _habían
deslumbrado a la humanidad.
Esta idea, no
de. la velocidad de los grandes aviones, sino de
la
rapidez en la sucesión de los cambios, es, a mi juicio, la que
más justifica que llamemos a nuestro siglo «el siglo de la "Veloci­
dad». Porque ese es, .sin duda, uno de.'los hechos que dan más
carácter propio a nuestro tiempo .. El o¡ro es el «acercamiento», ·
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FRANCI:SCO FEUX .MONl'IEL
El estadista norteamericano Wendell L. ·Wilkie publíc6 ·en
1943 un libro• del que mucho se habl6 entonces, •tifu!ado .{Jize
W órld. Era el recuento de un singular viaje alrededor del mun­
do, doblemente fabul~ por la monumental eoÍriplejidad --y la
desconcertante diversidad de los panoramas políticos 'y sociales
con los que se puso en
coritácto,• y porque el · áuclaz •rerortido
sóbre océanos y continentes fue realizado en pieria guerra; «con
la presencia
de la aviación enemiga sobre · parte del trayecto».
Treinta y una mil millas. «Lo que, visto romo una cifra ---es­
ctibe Wilkié-, todavía me impresiona y casi me deja aturdido.
Pues la impresi6n neta de mi viaje no era de distancia con res­
pecto a otros pueblos, slho de próximidad -a ellos. Si jamás' hu­
bierá tenido alguna duda de la-pequeñéZ del mundo, este viaje
la hubierá disipado por completo»-. -·
He habiado de dos hechos cill'acterísticos de nuestro siglo:
la velocidad y el acercamiento. Hemos vencido "las-distáricias.
Péro no pensemos solamente que -ya · no •· hay ·distancia· ápenas
entré Nueva York'y'París. Sino que tam¡,oéo hay apenas di:stan·
cía-entre París y el desierto de· Siria. Acortar la distancia, en este
casó;· no sólo significa acortar la dtiraci6n del recorrido; sino algo
mucho más
importante: eliminar barreras; poner fin al itislamí.énto
geógriífico.
Lo Ínás fecundo que han realliadó las últimas gene­
raciones rio es romper la bártera del sonido, sino romper la ba­
rrerá erifre los pit!ses, entre lós «niveles»-de !os países. Abrir. a
Iós' pueblos más atra~aéios ventanas· desde las 'que puedah «ver»
el· 'progresó; mientras llega la hora de cjue lo disfruten. Llevar
esa· 'enorme fuerza cjúe es la füfainiación a ·los'lugáres más a'pát­
tados··
del universo. Por medio· -de los 'pi!riodl.cos y también de
la televfai6n y la radio; Haéer que entre en la -Casa Blanca o en
el Pitlacio del Elíseo, como· enviado plenipotericiarío de una na­
ci6n soberana, un embájador negro nacido en·una de.esas regio­
nes de· cuyos habitantes pudiera decirse que no son nuestros con-
té:tilporáneos.' ·
: ·
El mundo rio ha ~ado· de cambiar a· través-de sus· milenio•
de existencia. Pero puede ·afirmarse -que es la 1>rimeta· vez que
la· civilliaci6n huinana ha híÓcho de esta Inmensa · superficie · re-
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EL PRINCIPIO DE SOLIDARIDAD,
don® (o en foi:ma de naranja). que .llamamos la tierra, un .solo
mundo..:, Las civilizaciones han· avaniado· en otros siglos. sobre
territPtios determinados con sus. fronteras y sus murallas. Es ,la
primera vez que una civilización rompe las murallas y las fron,,.
teras, y· se derrama, desiguaJn?.ente desde luego, pero sin hacer
excepción en
niogún punto del universo, sin dejar islas donde
eLhonibre ignore el progreso de los otros y pueda decirse que
su espacio pertenece a
otro tiempo. Esta es la gloria del .. siglo
en que vivimos. Pero es también su··drama.
El progreso se ha hecho «conciencia» en miles de millones
de hombtes antes de hacerse realidad. Y, desde luego, antes
de
que el progreso esté en condiciones de extender sus alas hacia
todos los lugares donde lo esperan. 'Resulta que la impetuosa
potencia
creadora de nuestras generaciones ha puesto al desnudo,
por uno de los escapes de
su desarrollo, la dramática lliitltación
de sus posibilidades. Nos sentimos gigantes cuando miramos ha"
cia atr,ls, peto nos asusta nuestra pequeñez cuando miramos hacia
los nuevos horizontes que nosotros mismos hemos señálado.
Hemos descubierto mil maneras nuevas de alimentarnos, pero
a la vez acabamos de descubrir que somos incapaces de colmar
con nuestras invenciones la realidad del hambre. Hemos creído
que
podíamos abarcar el mundo con. nuestros brazos, y de pronto
nos encontramos con que el mundo
es mucho más grande ( es
decir: sus problemas) de lo que antes habíamos imaginado. La
solución que hemos encontrado a los problemas físicos nos ha
permitido
medir como nunca hasta ahora la verdadera magnitud
de los

problemas humanos. Hemos llevado nuestros «reactores»
al corazón de Africa, portando el mensaje de nuestro poderío,
y
han regresado con un correo de necesidades que nos imponen
ahora deberes
·en los que seguramente no habíamos reflexionado.
Hemos pensado en el mensaje que llevaba. cada invento, no en
el que la realidad iba a devolvernos dentro de él.
Digamos que esto no había sucedido nunca. Y que ahora
he­
.mas
adquirido la enorme responsabilidad de hacer frente no a
los problemas que los inventos pueden solucionar, sino a los
pro­
blemas nuevos que se nos han planteado como consecuencia de
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Fundaci\363n Speiro

FRANCISCO FEUX MONTIEL
los inventos. Hemos hecho de todos los seres humanos que 'Viven
en nuestro planeta -ya lo he dicho--no sólo nuestros contem­
poráneos, sino nuesnos vecinos. Hemos convertido la-s diversi­
dades de la tierra en un solo mundo; Hemos roto las barreras
para acercar a los pueblos ricos y los pobres, para acercar los
ricos y los pobres de un mismo país. Ahora sabemos una cosa:
que estamos
«condenados,. a 'Vivir· juntos, y que los problemas
que antes eran
de una fracción de la humanidad se han conver­
tido en
los problemas .de todos, en ,nuestros problemas.
Añadiré que el proceso
. de integración mundial necesita un
«clima,., y que ese clima tiene un nombre. Se llama solidaridad.
Digamos: participación social y solidaria.
La idea de uo universo
unido es, en esencia, una idea solidaria.
Los imperialismos cons­
tiruyen bloques rivales, no unidades abiertas hacia otras catego­
rías unitarias cada
vez más universales. Como escribió Wilkie, ·
«los pueblos estáo resueltos a que no haya imperialismos de
nin­
guna clase». La participación real es el único sistema capaz de
unir sincera, sólida y duraderamente a los hombres y grupos de
de uoa nación, y a las naciones en la perspectiva solidario.
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