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Número 277-278

Serie XXVIII

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Una opción probada: la unidad católica de España. (A propósito del número monográfico de Iglesia-Mundo, XIV Centenario del III Concilio de Toledo)

UNA OPCION PROBADA: LA UNIDAD CATOUCA DE ESPAÑA
Miguel Ayuso (coordinador): ID CONCILIO DE TOLEDO,
XIV CENTENARIO. IGLESIA-ESTADO: ¿DONDE
ESTAMOS HOY?
POR
Lms MARíA SANDOVAL
Todas las revistas católicas españolas -las que hacen honor
a ambos adjetivos-- han brindado su atención a la efemérides
dd XIV centenario del III Concilio de Toledo ( 8 de mayo de
589). Pero de entre todas destaca
d número conmemorativo
especial de Iglesia-Mundo con
d título citado (1).
Lo primero que hay que destacar de dicho número es su ca·
rácter
monográfico: todos sus artículos, a lo largo de 58 densas
páginas a tres columnas, están dedicados a glosar dicho evento.
Luego, la categoría de
las plumas que en dicho número se
dan cita: José Orlandis, Tomás
Marín, Rafad Gambra, Monse·
ñor Emilio Silva, Andrés Gambra, Evaristo Palomar, Mª
Isabd
Alvarez Vélez, Migud Ayuso, Manuel de Santa Cruz, Victorino
Rodríguez, O. P., Alvaro d'Ors y Monseñor Guerra Campos,
según
d orden de publicación de sus trabajos. Además, se ha
recogido
el documento. emitido al respecto por la Comisión Per­
manente
dd Episcopado Español: «La Fe católica de. los pue­
blos de España».
Pero aún
más notable es que no se trata de una yuxtaposición
de aportaciones, bien que
de autores valiosos, sino que obede­
cen a un plan de conjunto para abarcar todos los aspectos que
.convenía tratar acerca de este acontecimiento (2). Y este mé-
(1) Iglesia-Mundo, III época, núm. 384. Segunda quincena de abril de
1989.
Al terminar esta nota acabamos de recibir el núm. 697-699 de
Cristiandad, también centrado sobre este mismo tema. (2) Lo cual se comprueba con s6lo enumerar los ·títulos·· de los ar-
tículos: ·
-Cr6nica del III Concilio de Toledo, ¡,or JoSÉ ÜRLANDIS.
-Significación del III Concilio de Toledo, por ToMÁS MARIN.
-La unidad religiosa, encrucijada de la teología y la política, por
RAFAEL GAMBRA. -La unidad católica, clave de nuestra historia, por Monseñor EMI­
LIO SILVA.
-Los frutos de la unidad católica, por ANDRÉS GAMBRA.
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rito particular es de nuestro amigo Miguel Ayuso, coordinador
del número y autor de su introducción, gracias a
cuyo prestigio,
iniciativa y relaciones ha sido posible
reunir a tales autores en·
comendándoles parcelas· concretas para conseguir· una revista que
asemeja un pequeño libro, con capítulos
.de distinto ~utor, pero
perfectamente árt:nónicos. · .. ·
Púesto que Iglesia-Mundo se ha distinguido siempre por la
extrema calidad e interés de ·sus números monográficos, y como
con este número el profesor A yuso no hace sino repetir la inicia­
tiva y
el éxito del extraordinario de Iglesia-Mundo de 1986,
dedicado al cincuentenario de la Cruzada, deseamos ardiente·
mente que se reiteren en
el futuro los frutos de tan feliz asocia­
ción.
Pero lo
más importante a destacar es que el tratamiento no
es nostálgico,
ni mero ejercicio de erudición histórica, como
querrían, bien los denostadores de las tradiciones eclesiásticas y
nacionales, bien aquellos que
sin sentirla se ven obligados a abar·
dar una conmemoración que no desearían celebrar. Muy al con­
trario, junto a la pura narración histórica y a la retrospectiva de
su influencia en la historia de España, se dedica parte muy con­
siderable de los estudios a una cuestión doctrinal de gran trans­
cendencia práctica, en especial para
España: la óptima relación
deseable entre la Religión católica y los Estados.
* * *
El III Concilio de Toledo tiene una importancia singular
pitra la historia de España; es su partida de nacimiento. S6lo a
partir de aquel momento sus diversos elementos constitutivos
(poblaciones ibéricas, cultura y civilización romanas, reino inde­
pendiente visigodo) quedaron fundidos en una unidad bajo.
el
sello supremo de la Fe católica ortodoxa, la cual, a partir de
entonces, signó todas las empresas de esa unidad.
-La negación de la unidad cat6lica, por EvARISTO M: PALOMAR.
-La unidad católica en la· historia constitucional contemporánea es-
pañola, por MARÍA ISABEL ALVAREZ VÉLEZ.
-La unidad católica en-el constitucionalismo español del siglo xx,
por MIGUEL Awso.
-Crónica del anterior centerutrio, por MANUEL DE SAN'I'A CRuz.
-Límites de la «nueva cristiandad» maritainiana al reinado de Cristo,
por VrcTORINO RonRÍGEZ, O. P.
-Libertad religiosa y libertad pol!tica, por ALVARO n'ORs.
-La Iglesia y la Comunidad política, por Monseñor J osÉ GUERRA CAMPOS.
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UNA OPCION PROBADA: LA UNIDAD .CATOLICA DE ESPANA
También para la historia de la Iglesia universal el III Con­
cilio de Toledo constituye un jalón de relieve, por la entidad del
reino convertido
y por su contenido teológico intrínseco, que
supuso el declive definitivo de la herejía arriana, mantenida ya
sólo como religión nacional por los bárbaros, entre quienes pre­
cisamente
la introdujeron los visigodos.
Pero en las referencias presentes al
Ill Concilio toledano
domina una persepectiva actual: las relaciones entre la
Reli­
gión ( 3) y el Estado que entonces se establecieron perduraron
durante la Edad Media y
la Moderna, incluso cuando los prin­
cipios de la Revolución francesa vinieron a combatirlas.
Sólo
muy recientemente se ha roto aquel esquema, cuando la infiltra­
ción
de ideolog(as liberales y secularizadoras en el , estamento
eclesiástico condujo
al abandono práctico en el seno de la Iglesia
de la enseñanza tradicional
al respecto, a la sombra de la confu­
sa interpretación de la Declaración conciliar Dignitatis Humanae.
Tal cuestión continúa en el centro de los debates hasta hoy,
y es a ella a la que queremos ceñir nuestro comentario, puesto
que
la multiplicidad de los artículos y su densidad no aconsejan
intentar comentarlos todos, sino recomendar su lectura íntegra
en la revista.
Sobresale al respecto la contribución de monseñor Guerra
Campos, doblemente extensa que las demás, por
su valiente ex­
posición
de la situación actual acerca de este punto doctrinal,
por
la enjundia de sus argumentos y por el alcance de sus con­
clusiones. Sabemos que la cuestión de la confesionalidad del Es­
tado viene ocupando su pensamiento desde hace tiempo (pense­
mos .en su ya lejana, pero no olvidada, conferencia «Confesio­
nalidad religiosa del estado» de 197 3)
y nada sería más deseable
sino que
se decidiera a publicar un trabajo más amplio y defini­
tivo.
De momento, la lectura de este artículo suyo resulta inelu-
dible.
·
Por el contrario, el documento de la Permanente de la Con­
ferencia Episcopal desentona por su forma de evocar el Ill Con­
cilio, con parquedad de elogios y cúmulo de salvedades: «balance
evidentemente positivo» pese a «deficiencias», «errores», «exce­
sos»
y «sombras»; y, sobre todo, por presentarlo como algo
pasado que no se invita explícitamente a emular o restaurar.
Así, se dice que «la época
de la unidad católica y de Estado
confesional, en la forma en que se vivió en Esi,aña, ha pasado
(3) Decim.Os la Religión y no .sólo la Iglesia,. porque como ésta puede
ser objeto de relaciones, como sociedad puramente humana, por parte de.
quien no se inspire en motivos religiosos.
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ya», lo cual, como hecho patente, no merece ni enunciarse si no
se enjuicia.
¿ Acaso no deberíamos por lo menos dolernos del
establecimiento de «formas de vida social ajenas a
la fe católica»
si. es que fuera imposible enmendarlas por el momento? ¿ Y
acaso no
se. debe promover un nuevo cambio de época por otra
de
la que no haya que dolerse? Sólo para no cristianos la His­
toria es una suerte de divinidad inapelable, cuyo curso no puede
ser alterado . por los esfuerzos de los hombres. en el uso de su
libertad.
Lo cierto es que en sus exhortaciones para el futuro, después
de haber dado gracias
por el don de la «unidad religiosa de
España en la fe católica», el mensaje de la Permanente episco­
pal se refiere a algo tan distinto, y que debiera ser superfluo,
como la «comunión de
fe de los católicos españoles». Del as­
pecto patriótico, jurídico y político que el III Concilio evoca de
modo más peculiar no
se extrae ninguna recomendación prácti­
ca, todo lo más la exigencia de «una actitud de discernimiento
creativo ante los nuevos valores culturales, en plena comunión
con la fe de toda la Iglesia». ¿Por qué puede buscarse y soste­
nerse la catolización de las familias o de
la cultura y habría de
soslayarse
la de las naciones y la politica?
La referida tibieza del documento de la Permanente sobre
el decimocuarto centenario del III Concilio de Toledo ilustra
bien una tónica
generalizada de· conmemorar aquello que se repu­
ta a un tiempo valioso y perdido, pero sin recomendarlo y sin
concretar tampoco alternativas.
,
Mientras en ese sentido . proliferan los llamamientos a ima­
ginar, de cara al tercer milenio cristiano, proyectos de nueva cul­
tura inspirada en los valores
del Evangelio, en el extraordinario
de Iglesia-Mundo que reseñamos, los autores persisten en argu­
mentar sin rodeos y sin fantasías, con acopio del Magisterio, la
lógica y
la experiencia histórica, en la exigencia, la preferencia
y
la viabilidad de las · tradicionales confesionalidad y unidad ca­
tólicas para la España del presente y del futuro.
Sin embargo, aunque
la vía de la imaginación no es tan só­
lida como.reclama el asunto, también si se descendiera a consi­
rar creaciones especulativas imaginadas el resultado, por elimi­
nación,
sería el mismo. Imaginemos pues, y veámoslo.
En España,. por obra de
la unidad católica que gozamos du,
rante siglos, no hay significativamente sino cristianos católicos
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UNA -OPCIOO PROBADA: LA UNIDAD CATOUCA DE ESPANA
y descreídos. Las posibilidades de constitución social lógicamen­
te posibles serían, salvo omisión, las siguientes:
l. En primer lugar, que el estado diera culto a la Santísi­
ma Trinidad y reconociera la Ley de Dios, tal como la enseña
la Santa Madre Iglesia, cama instancia ;urldica suprema, inviola­
ble e inmutable.
Aparte del nombre que pudiera dársele, .la realidad sería la
misma que conocimos durante catorce siglos y que admite dos
variantes: la
restriccióti del culto público no católico, esto es el
régimen de confesionalidad y .unidad católicas, o la confesiona­
lidad católica con libertad religiosa para los demás cultos, que
ya existió, como aplicación del Concilio, en los últimos años del
régimen del 18 de julio.
Como
ya sabemos, aunque su balance. es netamente positivo,
no se propone
el retorno a ellas, por razones de época, es decir,
accidentales y subsanables.
2.
En segundo lugar, que el estada fuera constituida con­
secuentemente de acuerdo con la escala de valores de los íncré:..
dulas.
Opción que admitiría a su vez dos variantes: un régimen
finalmente persecutorio --el escéptico y toletante Impetio Ro­
mano lo fue--, que sietnpre encuentra quien diga preferirlo por
lo que supone de mayor
pureza moral ( se entiende que de los
perseverantes); o un régimen más moderado y tolerante pero de
influencia corruptora, que constituye el ideal para quienes olvi­
dan las zarzas que asfixian la buena setnilla, o que
es más de
temer la
muerte de las almas que las de los cuerpos.
3. Otra posibilidad,
al menos imaginable, es un arden so­
cial construida par las ateos, del que, sin embargo, ningún ex­
trema disonara lo más mínimo de las exigencias morales cristia­
nas. Confiar en esa incoherencia parece tentar a Dios reclaman­
do un auténtico milagro.
Las dos· opciones anteriores tienen en común el asignar un
papel social totalmente pasivo a los ciudadanos católicos. Para
conformarse con ellas permanentemente se habría de afirmar
el
deber de absoluta abstención social de los católicos como tales,
muy al contrario de las
más recientes exhortaciones pontificias.
4. Más factible a primera vista se presenta optar par la
construcción de un orden social· neutro, por consenso entre ca-
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tólicos y· no creyentes. Sin embargo, las dificultades que presen­
ta son superlativas:
- Para empezar,
la concepción católica no se conforma con
libertades negativas, sino que es preceptiva, pretende establecer
afirmaciones sociales de valor universal para todo hombre. Por
lo tanto toda solución a base de no imponer nada
y dejar los
deberes sociales positivos
al párticular criterio de cada cual no
es una solución neutra, sino plegarse -para muchos inadverti­
damente-- a la concepción atea. Nos reconducida a la segunda
opción en su variedad inicialmente tolerante.
- Pero si no fuera así,
y realmente se negociara un término
medio ¿qué ateos someterían su criterio en lo referente
al abor­
to a cambio de la renuncia cristiana en su concepción de la en­
señanza? ¿Qué obispos entregarían la indisolubilidad del
matri­
monio de todos a cambio del derecho para todos a la propiedad
privada? ¿O
al revés, que para el caso es lo mismo? Y, sobre
todo, ¿habría buena fe?, ¿sería estable esa situación?, ¿podtían
someterse unos y otros de corazón y permanentemente a un or­
den que violara sus respectivas morales?
- Finalmente,
el gobierno turnante de unos y otros dentro
de un sistema neutro ¿no tendetía a erigir, si bien temporalmen­
te, un modelo de vida social ora religioso, ora materialista? En
ese caso también nos encontraríamos con una alternancia entre
las posibilidades primera y segunda, no con una nueva ..
5. Una posibilidad, no sólo imaginable sino muy factible
aunque olvidada, sería la de proponer que a
cada cual se le' apli­
cara el código social que emana de su propia cosmovisión. Pero
antes de entusiasmamos con
tal posibilidad hemos de reconocer
en ella la situación inestable de la monarquía visigoda arriana.
Como
nos recuerdan nuestros obispos el cambio introducido por
Recaredo lo fue para bien,
¿ acaso puede serlo también el cambio
de los continuadores de Recaredo por un hipotético nuevo
· Leo­
vigildo?
Además, no cabe engañarse acerca de que
si en un mismo
estado
se aplicatan varios códigos simultáneos tendría que exis­
tir otro que regulara
las relaciones entre ambas comunidades.
Lo que significa que habría· una sola-constitución superior y. co­
munidades relativamente autónomas toleradas en su interior. En
tal caso no es indiferente que la comunidad cristiana sea la to­
lerada --como en nuestro Califato cordobés-o la tolerante
como en el Toledo cristiano con judería y morería. Es cierto
que ser-cristiano no exime de cometer abusos, pero ¿qué cris-
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UNA OPCION PROBADA: LA UNIDAD CATOLICA DE ESPMIA
tiano creerá que los apartados en la fe están todavía menos so­
metidos que ellos a las consecuencias del pecado . y más d6ciles
por contra a la
verdad, si rechazan la fuente de la gracia?
Y más aún, como en los ejemplos hist6ricos
de juderías y
aljamas,
la aplicaci6n de tal principio conduce naturalmente a
una segregaci6n
espacial, rígidamente confesional en su respecti­
vo interior. Que a cada cual se le aplique s6lo su propia moral
social
es aceptar el principio inspirador del «apartheid» surafri­
cano, y el primer paso a la segregación política. por motivos re­
ligiosos (Irlanda, Pakistán de la India, etc.) para reconstruir es­
tados de confesi6n unitaria como los que vino constituir la Re­
forma Protestante.
6. Aún hay
más posibilidades imaginables: que los católi­
cos sean los que impartan las normas básicas de la sociedad civil,
pero marginando absolutamente
la aplit;ación de su doctrina so­
cial, que ellos mismos juzgarían no imponible (implícitamente,
por no
ser de valor universal sino sectaria). Ahora bien, si la
doétrina social de la Iglesia no es aplicable a toda la sociedad,
ya no será una doctrina social. Y si a todos los hombres no les
son exigibles
los preceptos de la moral cristiana, ni a la sociedad
le son necesarios,
¿c6mo se dirá que Dios es bueno y que libera,
si impone mayores, molestas e innecesarias obligaciones a sus
seguidodes? De aquí se seguirá la apostasía de los católicos que,
iniciada en la doctrina social,
se extenderá análogamente a los
preceptos particulares.
Si a la inconsecuencia de los no creyentes de la tercera op­
ción la reputamos
de verdadero e improbable milagro, esta in­
corisecuencia, en cambio, se ha de tener por una perversión Sa­
tánica, aunque desgraciadamente muy real.
Lo dicho para esta opción también se aplica a los católicos
que alcanzaran
el gobierno dentro de un pretendido sistema neu­
-tro (más bien relatavista antropocéntrico) y prefirieran supeditar
su gestión a una neutralidad exquisita antes que emplear
el su­
perior apoyo social alcanzado para aproximar las normas pol!­
ticas al orden natural y querido por Dios. ¿Es que hay que
obedecer a la neotralidad antes que a Dios?
7. Finalmente,
se nos ocurre imaginar que fueran católicos
los que establecieran
las principios fundamentales del estado, y
que lo hicieran siguiendo escrupulosamente las enseñanzas socia­
les de. la Iglesia, pero absteniéndose cuidadosamente de mani­
festar
que lo estaban haciendo.
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En principio parece una solución atractiva para dar directri­
ces a la acción social de los católicos en una sociedada pluralista
y
democrática, pero ¿cómo aconsejar a los fieles cristianos que
incumplan el mandamiento
que-los define de proclamarse en todo
momento discípulos
de Cristo y fieles hijos de la Iglesia? ¿No
equivaldría esa opción a negar ante los hombres el único nom­
bre por el que podernos
ser salvos?
A
la vista de .la relación expuesta, no queda sino defender
alguna .de dichas opciones
de.-las objeciones esbozadas, o . bien
presentar a examen nuevas. posibilidades te6ricas, aunque haya­
mos .pretendido agotarlas. Pero entretanto, hay que concluir que
de las posibilidades imaginadas varias son en la práctica quimé­
ricas, o inestables, o inaceptables
política o moralmente, o que
se· reducen a otras.
Ciertamente,. algunas opciones de fundamentó arreligioso, las
que se pretenden neutras, son más tolerables que otras, son
ma­
les. menores o menos inmediatos; pero si en ellas puede acampar
--que no establecerse-los fieles, nunca pueden satisfacer a la
predicación, que no debe dejar de presentar como soluciones
roás
satisfactorias, más estables, y bastante más factibles de lo que
se piensa ( sobre todo
si se las promueve) las que sujetan la cons­
titución de las naciones a la Ley de Dios,
No es otra la sustancia de la confesionalidad, la de nuestra
tradición desde 589 que expone
. y justifica espléndidamente el
equipo de colaboradores de Iglesia-Mundo. Hablar de imaginar
nuevas proyecciones sociales de la
fe se ha de entender como
búsqueda de
· adecuaciones de detalle a los tiempos --<1sí en la
terminología, o en preferir ciertos argumentos a otros a
la hora
de captar la adhesión de los
contemporáneos-pero siempre para
conseguir un retorno sustancial a
_dicho estado tradicional.
Gratitud piadosa y reflexiones acerca de la más profunda
armonía entre religión y política, ese
es el tono del número de
Iglesia-Mundo coordinado
p01e Miguel Ayuso, en sintonía con las
palabras del Papa en su reciente visita España: «en este año se
ha conmemorado el XIV Centenario del
III Concilio de Tole­
do: una celebración que puede hacer suscitar un eco de admira­
ción y un cúmulo de sugerencias entre los jóvenes venidos a este
encuentro de Santiago
... Frutos preciados de aquel acontecimien­
to eclesial fueron
la armonización profunda de perspectivas en­
tre la Iglesia y la sociedad, entre fe cri_stiana y cultura humana,
entre inspiración evangélica·
y servicio al hombre» ( 4.).
( 4) Juan Pablo II. Discurso a su llegada a Santiago de Compostela
el
19 de agosto de 1989. · · · · ·
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